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Cortes de Burgos (1301)

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Vista de la ciudad de Burgos.


Cortes de Burgos de 1301. Cortes del reino de Castilla celebradas en la ciudad de
Burgos entre los meses de abril y mayo de 1301, durante la minoría de edad de
Fernando IV de Castilla.1

Estas Cortes manifiestan, en opinión de diversos autores, el grado de compromiso de


los concejos del reino con la acción gubernativa de la monarquía, y evidencian que
la autoridad monárquica se había fortalecido ligeramente en Castilla.2

Índice
1 Las Cortes de Burgos de 1301
1.1 Disposiciones generales
1.2 Disposiciones relativas a la cancillería
1.3 Disposiciones tributarias
1.4 Disposiciones relativas al comercio
1.5 Disposiciones relativas a los judíos
2 Referencias
3 Bibliografía
Las Cortes de Burgos de 1301

María de Molina presenta a su hijo Fernando IV en las Cortes de Valladolid de 1295.


Óleo sobre lienzo de Antonio Gisbert Pérez. 1863. (Congreso de los Diputados de
España).
Las Cortes de Burgos de 1301 fueron convocadas por la reina María de Molina, madre
de Fernando IV, y por el infante Enrique de Castilla el Senador, hijo de Fernando
III de Castilla y tutor del rey Fernando IV durante su minoría de edad, y a ellas
asistieron, según consta en el ordenamiento de las Cortes, Diego López V de Haro,
señor de Vizcaya, Juan Núñez II de Lara, señor de Lara, los representantes de los
concejos de Castilla y de la Hermandad de las Marismas, y también los ricoshombres,
infanzones y caballeros del reino,3 aunque no consta que acudieran los
representantes del estamento eclesiástico.4 Y poco después fueron convocadas las
Cortes de Zamora de 1301, a las que asistieron los representantes de los concejos y
los nobles de los reinos de León, Galicia y Asturias.2

El objetivo de la reina María de Molina al convocar Cortes por separado para los
diferentes reinos fue evitar la presencia simultánea en las mismas de su cuñado, el
infante Juan de Castilla el de Tarifa, de Juan Núñez II de Lara, y de Diego López V
de Haro, ya que se hallaban enemistados entre sí.5 Y, por otra parte, Fernando IV
se encontraba en guerra con el reino de Aragón, que apoyaba a su primo, Alfonso de
la Cerda, quien le disputaba el trono castellano,5 y también con el reino nazarí de
Granada, ya que un año antes, el rey Muhammad II de Granada se había apoderado del
arrabal de la ciudad de Jaén y había conquistado el municipio jienense de
Alcaudete,6 que volvería a ser reconquistado por el infante Pedro de Castilla,
hermano de Fernando IV, en septiembre de 1312, poco antes de la muerte del rey.7

La coyuntura económica en Castilla era muy precaria debido, entre otros factores, a
la gran hambruna que asoló el reino en 1301, originada, en opinión de diversos
autores, por una sucesión de malas cosechas,8 aunque otros afirman que,
probablemente, el cronista exagera un poco al afirmar lo siguiente en la Crónica de
Fernando IV:9

E este año (1301) fue en toda la tierra muy grand fambre; e los omes moríense por
las plazas e por las calles de fambre, e fue tan grande la mortandad en la gente,
que bien cuidaran que muriera el cuarto de toda la gente de la tierra; e tan grande
era la fambre, que comian los omes pan de grama, e nunca en tiempo del mundo vio
ombre tan gran fambre ni tan grand mortandad.
Los representantes de los concejos concedieron cinco servicios al rey,4 siendo
cuatro de ellos destinados a pagar las soldadas de los nobles, y el quinto a pagar
las bulas de legitimación y dispensa matrimonial que precisaba Fernando IV, quien
iba a contraer matrimonio poco después con Constanza de Portugal, hija del rey
Dionisio I de Portugal, y poco después la reina María de Molina envió una embajada
al papa Bonifacio VIII, junto con 10.000 marcos de plata, para pagar los derechos
de expedición de dichas bulas.1 No obstante, el dinero concedido por las Cortes fue
insuficiente para conseguir las bulas necesarias, y la reina María de Molina
solicitó en préstamo a Guzmán el Bueno toda su plata labrada, cuyo valor ascendió a
1.500.000 maravedís, y como garantía por la devolución de dicho préstamo le entregó
las villas de Marchena y Medina-Sidonia.10

Se conservan varias copias del ordenamiento de estas Cortes. La copia que se


entregó al concejo de Belorado fue otorgada el 10 de mayo de 1301 y fue publicada
en 1861 por la Real Academia de la Historia en la obra titulada Cortes de los
antiguos Reinos de León y de Castilla,11 donde se muestran las diferencias que
presenta con la copia otorgada a la ciudad de Burgos,12 que está fechada el mismo
día y fue publicada por Antonio Benavides Fernández de Navarrete en su obra
Memorias de Fernando IV de Castilla.13 Y también se conservan las copias que fueron
remitidas a los concejos de Palencia, Miranda de Ebro y Haro.12

Disposiciones generales

Últimos momentos de Fernando IV el Emplazado. Óleo sobre lienzo de José Casado del
Alisal. 1860. (Palacio del Senado de España).
Fernando IV confirmó, a petición de los procuradores, los privilegios, fueros,
franquezas, libertades, y buenos usos y costumbres otorgados a las villas y
ciudades del reino por él mismo o por Alfonso VII de León y sus predecesores en el
trono.3
El rey ordenó que todos aquellos que atentaran contra lo establecido en estas
Cortes pagarían al rey una multa de 10.000 maravedís de la moneda nueva, y que
deberían pagarles a los concejos doblados todos los daños que les hubieran
ocasionado.14 Y el rey ordenó a Juan Rodríguez de Rojas, adelantado mayor de
Castilla, a los merinos de dicho lugar o a sus sucesores, y también a los concejos,
alcaldes, jurados y aportellados de esos territorios que cumplieran el ordenamiento
de estas Cortes y no se excusaran «los unos por los otros» de hacerlo, que no
consintieran que nadie lo quebrantara en modo alguno, y que desobedecieran los
documentos o cartas, incluidos los concedidos por el propio monarca, que atentaran
contra él.14 Y también les ordenó que apresaran a los culpables y los mantuvieran
encerrados hasta que hubiesen pagado la sanción de 10.000 maravedís y el rey
determinara qué castigo recibirían.14
Se prohibió la entrada en la ciudad de Palencia, sin la autorización especial de
Fernando IV,2 a los individuos que pretendieron entregar dicha ciudad en 1298 al
magnate Juan Núñez II de Lara, y el rey ordenó que en caso de que entraran, el
concejo de la ciudad y los alcaldes, merinos, y el resto de los vecinos,15 deberían
ejecutarlos.16
El rey dispuso que los merinos deberían ser hombres dignos de confianza y naturales
de sus propias merindades, a fin de que si cometían abusos o desobedecían las
órdenes del rey pudieran responder con sus personas o con sus bienes,2 y también
decretó que deberían ser hombres temerosos de Dios y de su persona, y amantes de la
Justicia.17 Y ordenó que si no reparaban los daños cometidos en su territorio y no
castigaban a los culpables, estarían obligados a pagar los daños ocasionados.17
Fernando IV dispuso que las heredades de realengo no podrían pasar a la
jurisdicción de abadengo, ni podrían ser compradas por los hijosdalgo, clérigos,
caballeros, hospitales, o comunes,17 ya que ello ocasionaba grandes perjuicios a la
hacienda real,18 y ordenó además que los anteriormente mencionados no podrían tener
dichas heredades en lo sucesivo, y que las perderían, ya que los alcaldes y los
representantes de la Justicia del lugar deberían encargarse de que retornaran al
realengo. Y el rey decretó también que todas las heredades del realengo que
hubieran sido compradas, o adquiridas por cualquier otro medio, desde las Cortes de
Haro de 1288, celebradas durante el reinado de su padre, Sancho IV, deberían pagar
los correspondientes pechos.
Al igual que en anteriores reuniones de Cortes, el rey dispuso que los clérigos
pagarían impuestos, como el resto de los pecheros,19 cuando adquiriesen propiedades
situadas en tierras de realengo.20
El rey ordenó que las demandas foreras presentadas por los oficiales reales contra
los habitantes de las villas no deberían llevarse a la Corte, sino que deberían
resolverse por el fuero correspondiente, a menos que el contrato hubiera sido
suscrito en la Corte o que se tratase de asuntos que debían ser resueltos en
ella.17
También ordenó el rey que ni los ricoshombres, caballeros, hombres poderosos, u
otros individuos deberían comprar pleitos o demandas para hacer prendas,2 demandas
u otros males a los concejos o a los habitantes de las villas y lugares del
reino.17 Y el rey decretó que dichos pleitos y demandas no tendrían validez, y que
los culpables serían ejecutados y sus bienes confiscados.17
Fernando IV decretó que deberían ser derribadas todas las fortalezas edificadas en
los castellares viejos despoblados, las que fueron construidas durante su minoría
de edad,17 y todas aquellas en las que se hubieran cometido o se organizaran
saqueos, robos o crímenes,21 ya que desde esas fortalezas se dirigía un régimen de
terror y se creaba, como señalan algunos autores, un señorío bandolero.22 Y además
el rey ordenó a los merinos de Castilla y al adelantado mayor de Castilla, Juan
Rodríguez de Rojas, o al que lo reemplazara, que deberían encargarse de cumplir
esta orden en su territorio, bajo pena de quedar a merced del rey.23
Los procuradores solicitaron al rey, en relación con los escribanos públicos de los
concejos, que las escribanías de los judíos no estuvieran separadas de las
públicas, y el rey dispuso que en aquellos lugares donde los concejos podían
nombrarlos, por fuero o costumbre, podrían continuar haciéndolo así, y según lo
hacían en la época de Fernando III y Alfonso X, bisabuelo y abuelo,
respectivamente, de Fernando IV.15
El rey se comprometió a no convocar Cortes separadas para los reinos de León y
Castilla,24 aunque, a pesar de ello, en 1302 volvieron a reunirse por separado en
Burgos y en Medina del Campo.
Disposiciones relativas a la cancillería
Fernando IV decretó que no serían reclamados los gastos de cancillería por librar
las copias del ordenamiento de estas Cortes, ni por las cartas mandaderas que él
concediera en relación con lo tratado en las mismas.14
El rey ordenó que no deberían existir más de dos llaves para custodiar los sellos
reales en la cancillería.25
En relación con las llamadas cartas desaforadas, el monarca se comprometió a que en
lo sucesivo la cancillería no emitiese cartas que atentasen contra los fueros y
privilegios otorgados a las villas y ciudades del reino por sus predecesores en el
trono,2 y dispuso que los alcaldes o los merinos del lugar afectado deberían
desobedecerlas y apoderarse de ellas, y a continuación informar al rey para que él
resolviera cada caso en particular,2 con arreglo al derecho.26
Disposiciones tributarias

Privilegio rodado concedido por Fernando IV en 1310 al monasterio de San Clemente


de Sevilla.
Los procuradores solicitaron al rey que los recaudadores de impuestos no recaudaran
el tributo de la fonsadera en aquellos lugares que, por fuero, privilegio, cartas,
uso o costumbre estuvieran exentos de abonarla, y el rey, con el fin de aliviar la
presión fiscal y los abusos recaudatorios que soportaban los castellanos,27 aprobó
la petición.25
El rey decretó que los individuos que no pudieran pagar los impuestos no serían
apresados, aunque no tuvieran bienes con los que satisfacer sus deudas, y que el
pan que consumían no debería ser controlado o vigilado en las eras y en las
mieses.25
También ordenó el rey que las bestias de labor y los bueyes,28 no deberían ser
prendados por los recaudadores en concepto de impuestos, si descubrían que los
deudores poseían otros bienes con los que poder pagarlos, o estos últimos se lo
indicaban a aquellos.25
Fernando IV dispuso que los habitantes de las villas y demás lugares del reino no
deberían ser apresados por los recaudadores de impuestos sin haber sido oídos
previamente conforme dictara el fuero correspondiente,27 y también decretó que los
concejos no deberían ser prendados por las recaudaciones llevadas a cabo por orden
suya, ni tampoco por las cantidades previstas que deberían pagar al rey en concepto
de impuestos.29
El rey decretó que los bienes confiscados a sus enemigos que él hubiera entregado a
algunas personas o a los concejos para el mantenimiento de las murallas u otros
fines, no deberían serles reclamados.26
Por orden del rey, los servicios concedidos a la Corona en estas Cortes no serían
arrendados, y los caballeros, clérigos o judíos no podrían ser recaudadores,30
cogedores o pesquisidores de los mismos.15
En relación con la moneda forera y los otros servicios aprobados en las Cortes que
deberían recaudarse en la merindad de Trasmiera, Castro Urdiales y Laredo, el rey
se comprometió a nombrar personalmente hombres buenos de las dos últimas
poblaciones para que recaudaran dichos tributos.15
El rey confirmó que Castro Urdiales y Laredo estarían exentas de pagar los diezmos
del pescado,30 como había sido dispuesto anteriormente en algunos privilegios que
él mismo habían concedido a ambas poblaciones.15
Disposiciones relativas al comercio
En las Cortes de Burgos de 1301 se aprobaron una serie de medidas destinadas a
favorecer el desarrollo comercial y a intentar paliar los efectos negativos
producidos por la hambruna que estaba asolando el reino de Castilla,30 y las
medidas acordadas fueron las siguientes:

Vista del municipio de San Vicente de la Barquera. (Cantabria).


Fernando IV ordenó a las autoridades concejiles que no pusieran obstáculos para que
los alimentos salieran de los municipios en las tierras de realengo, y pudieran
circular libremente por ellas,31 y también dispuso el rey que nadie podría embargar
o prendar los alimentos o las bestias de carga que los transportasen cuando
circulasen por los caminos.31
En relación con la exportación de las cosas vedadas, entre las que se incluían los
caballos, debido a su valor económico y militar,30 el rey ordenó que los mercaderes
y los demás habitantes del reino no deberían ser embargados o escudriñados en los
lugares o en los caminos por las mercancías que llevaran a los puertos,26 aunque en
estos últimos debería mantenerse una vigilancia especial para impedir que salieran
del reino las cosas vedadas,32 y por ello el rey decretó que pondría en ellos a
hombres de las villas dignos de confianza que se encargarían de impedir su
exportación.26
El rey dispuso que los individuos que sacaran del reino, por primera vez, caballos
u otras cosas vedadas, perderían lo que hubieran sacado, que la segunda vez que lo
hicieran pagarían doblado el valor de las mercancías que hubieran sacado, y que la
tercera vez sus personas y todos sus bienes quedarían a merced del rey, quien
podría castigar a voluntad a los culpables.26 Y además el rey ordenó que, en caso
de que fuera demostrado, recibirían la pena anteriormente indicada todos aquellos
que hubieran sacado dichas mercancías, aunque antes de cumplir la sentencia sus
alegaciones deberían ser oídas por los alcaldes correspondientes.26
También ordenó el rey que si alguna persona fuera acusada de haber sacado del reino
un caballo y no pudiera probarse, quedaría en libertad, aunque en lo sucesivo, y
hasta que hubieran transcurrido dos años desde la acusación, dichas personas
deberían dar cuenta de cómo lo vendieron o entregaron, y el rey decretó que esos
individuos no deberían ser emplazados ante la Justicia si durante esos dos años
nadie les acusaba de ese delito.26 Y además, el rey dispuso que los extranjeros que
sacaran de Castilla caballos u otras cosas vedadas, serían embargados y
escudriñados donde él indicara, perderían todo lo que les tomasen, y no recibirían
castigos corporales a menos que se ocultaran.26
Fernando IV ordenó que todas las mercancías que fueran sacadas del reino por «la
puente de Sant Vicente», que corresponde al municipio cántabro de San Vicente de la
Barquera,33 serían confiscadas por la Corona y quedarían a su disposición, y que
los culpables quedarían a merced del rey, quien ordenó además que los concejos,
alcaldes y merinos del lugar no deberían consentir que los guardias encargados de
impedir las exportaciones, u otros individuos, atentaran contra esta orden.26
Disposiciones relativas a los judíos
Los procuradores solicitaron al monarca que los judíos no tuvieran sus propios
alcaldes, que sus pleitos fueran resueltos por los alcaldes de cada villa o ciudad,
y que fueran nombrados y elegidos por el rey de entre los hombres buenos del lugar
correspondiente.34
Fernando IV dispuso que los prestamistas judíos podrían reclamar las deudas hasta
seis años después de haberse producido el préstamo,35 como el mismo monarca había
ordenado en las Cortes de Valladolid de 1299.36
En relación con las escribanías que fueran desempeñadas por los judíos, y en
relación con las deudas que los cristianos hubieran contraído con los prestamistas
judíos, el rey ratificó lo dispuesto por los reyes Fernando III y Alfonso X de
Castilla.2
También ordenó Fernando IV que en aquellos lugares en los que tenían costumbre,
desde la época de Fernando III o Alfonso X, de que los merinos o los alcaldes del
lugar fueran los encargados de hacer las entregas de las deudas de los judíos,
podrían continuar haciéndolo así.15

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