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PARA L A NAVI DAD D E L 2 02 0

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Sergio García Ramírez

Para la Navidad del 2020


Crónica de un tiempo sombrío

México 2020
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PARA L A NAVI DAD D E L 2 02 0

Derechos reservados
© Sergio García Ramírez
Para la Navidad del 2020 - Crónica de un tiempo sombrío
Primera edición: CVS Publicaciones, S.A. de C.V.
Diciembre 2020

Diseño y formación: Erick López Ortiz


Mantra, Ideas que Vuelan, S.A. de C.V.
ideasquevuelan@gmail.com

ISBN: en trámite
Impreso en México. Printed in Mexico

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CONTENIDO

Nota preliminar 7

Coincidencias y discrepancias ¿obedecer y callar? 9


Entre el asombro y el temor: ahora la libertad de expresión 12
¿Les llegó la hora? 16
Lo mío no es la venganza 20
Estado de derecho y garrote penal 23
Zona de turbulencia 27
La CNDH, una institución asediada 32
¿En dónde estamos y hacia dónde vamos? 36
De cal y arena 41
Legados del 2019 46
Los jueces de la República 48
La reforma que viene 51
“Mano negra” en la Universidad 53
La Universidad: cuarta llamada 55
Mujeres, la revolución en marcha 59
Liderazgo lúcido y eficaz 61
El anillo al dedo y la soga al cuello 63
No, presidente, no es por ahí 65
Aquí mando yo 67
El modito 70
Un error, presidente 72
Presidente: vengan “los otros datos” 75
El juego que estamos jugando 78
No presidente, no íbamos muy bien 81
Muera la inteligencia 83
Entre el jolgorio y la ira 86
Y ahora, el BOA 88

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El vuelo de los OCA’s 92


Otro desvarío 95
Al presidente, con entrega inmediata 98
¿Cómo saldremos de ésta? 100
Transfiguración 103
El INE en vilo, 2020 106
Dos perlas en la misma concha 108
Los adioses 111
¿Por qué? 113
Vivir a la intemperie 114
Educación y desigualdad: el porvenir en juego 116
¡Arde la casa! 118
Encuesta para hacer justicia 120
La consulta: aperitivo electoral 122
¿Qué pasa? 124
No se nos deshará la patria, ¿verdad? 127
¿Puede parar? 128
Difiero 130
Hay que encender los faroles 132
Y ahora, fideicomisos 133
¡Al diablo! 135
¿Serenidad y generosidad, presidente? 137
Violencia a flor de piel 140
Una elección “ejemplar” 142
¿Cómo está la legitimidad? 144
La hora de las urnas 145
¿Qué hacer? I 149
¿Qué hacer? II 150
De veras, ¿la Patria es primero? 152

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NOTA PRELIMINAR

Suelo enviar a algunos amigos, al final del año, un librito que contiene textos
diversos, saludos afectuosos y votos –“buenas vibras”, se dice– para el futuro. Ese
librito sustituye a las antiguas tarjetas navideñas, que han caído en desuso. O bien,
equivale a un brindis en torno a una mesa bien provista, al lado del Árbol colorido y
el amable Nacimiento. No hago estos envíos todos los años. Dejo que corra el tiem-
po, es decir, que pase agua bajo el puente, entre cada entrega. Inicié esta práctica
en el lejano 1986. El librito anterior al que ahora ofrezco corresponde a 2017. Han
transcurrido, pues, más de treinta años entre la primera remesa y la que hoy va a
las manos de sus destinatarios, al término del año 2020.
En estos impresos navideños hay relatos, cuentos, anécdotas, ocurrencias,
recuerdos, prólogos y hasta discursos. De todo, pues. El título general de la serie,
invariable, es “Para la Navidad”. Formalizados así la identidad y el propósito, añado
el número del año. En algunas ocasiones agrego un subtítulo, cuando la suma de
los textos sirve a una sola idea o a una misma experiencia. Por ejemplo, en 2007 el
subtítulo fue “Vida y Universidad”. En cinco relatos me referí a mi hogar académico,
la Universidad Nacional Autónoma de México.
Hoy incorporo en esta entrega artículos publicados a lo largo de un año
y nueve meses, entre 2019 y 2020 (hasta diciembre de este año), en el diario El
Universal y en la revista Siempre. Juan Francisco Ealy Ortiz y Beatriz Pagés me
invitaron con gran generosidad, que agradezco nuevamente, a colaborar en las
páginas de estas publicaciones. Les reitero mi reconocimiento. Con esta hospita-
lidad amistosa han dado voz a mis reflexiones. Desde luego, hice una selección de
artículos. Sería imposible reproducir todos los que El Universal y Siempre han di-
fundido en ese periodo. Solicité la anuencia de ambos medios para recoger esos
artículos en este librito.

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Esta publicación lleva un subtítulo, que confiesa su santo y seña: “Crónica de


un tiempo sombrío”. Por supuesto, no todo nuestro tiempo se ha poblado de som-
bras, pero en el periodo que cubren mis artículos se han multiplicado los hechos
inquietantes, preocupantes, dolorosos. A éstos se refieren mis textos: con ellos me
interno en la marcha de México durante la etapa a la que me refiero. Intento una
crónica y formulo mis discrepancias, críticas, advertencias sobre los errores y des-
víos que hemos presenciado y padecido. Puede haber –y hay, por cierto– opiniones
diferentes. Yo expreso la mía en ejercicio de una libertad y una intención democrá-
tica que debieran persistir en nuestra patria y que hoy sufren asedio.
En fin, va mi reflexión navideña a las manos de quienes quieran recibirla y
tengan el atrevimiento de recorrer sus páginas. En éstas encontrarán, al lado de
las reconvenciones, el anhelo de un mexicano que quiere hallar entre las sombras
del presente las luces del futuro. Por eso retengo aquí la figura insignia que he in-
corporado en esta serie desde su alumbramiento en 1986: el Árbol de la Vida. Pese
a la nube que lo amaga, el árbol persevera. Que así sea.

Sergio García Ramírez,


Diciembre de 2020

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COINCIDENCIAS Y DISCREPANCIAS ¿OBEDECER Y CALLAR? *

Beatriz Pagés me invitó a las páginas de Siempre, la prestigiada revista que


fundó un amigo generoso y recordado, don José Pagés Llergo. De esa invitación me
valgo para ensayar una reflexión sobre temas que preocupan a muchos compatrio-
tas. Por supuesto, hay opiniones y palabras mejores que las mías. Sólo diré lo que
pienso, a sabiendas de que habrá coincidencias y discrepancias. Respeto a los que
difieran, como es propio de la democracia, cuyo estreno iniciamos hace tiempo. Y
justamente de eso quiero ocuparme en este momento: de las coincidencias y las
diferencias en una sociedad democrática. No cualquiera: la nuestra.
Un virrey muy recordado, el marqués de Croix, que nos favoreció con su go-
bierno en la segunda mitad del silo XVIII –el “siglo de las luces”, aunque no lo fuera
en el territorio que aquél gobernaba–, tuvo la amable ocurrencia de acotar la vida,
la palabra y las ideas de sus gobernados. Los vasallos –dijo el virrey– han nacido
para obedecer y callar, no para opinar sobre los elevados asuntos del gobierno. Obe-
dientes y silenciosos, los vasallos supieron a qué atenerse, guardaron sus opiniones
y orientaron su existencia.
No es eso lo que hoy aceptaríamos, a buena distancia del virrey y de su estilo
personal de gobernar, que se hizo famoso por esa inefable ocurrencia. Nos hemos
vuelto –o eso queremos– inquietos y alegadores. Más: turbulentos y locuaces. Te-
nemos buenos ejemplos de esta nueva conducta, en pleno bullicio democrático.
Sigámoslo. Es nuestro derecho. ¿También nuestra obligación como ciudadanos?
Si yo pudiera –pero no puedo, ni lo intento– dirigirme al Presidente de la Re-
pública, ungido por el voto mayoritario de quienes concurrieron a las urnas, proba-
blemente le diría: usted, señor Presidente, es el mejor ejemplo del ciudadano que
no se resigna a vivir como quería el marqués de Croix. Usted no ha obedecido ni
callado. En el curso de muchos años, propuso y condujo acciones de desobediencia
civil, flagrante y estrepitosa. Y elevó la voz tan alto como lo hace ahora mismo, para
protestar contra un orden que reprobaba y que ciertamente merecía muchos de los
reproches que usted le dirigió, sin tregua ni fatiga. Por lo tanto, no fue obediente ni
silencioso. De haberlo sido no habría atraído la voluntad de millones de electores

* Siempre, 3 de marzo de 2019.

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ni ocuparía la silla que ahora ocupa, desde la que el gobernante ejerce su tarea
como “siervo de la nación”, para decirlo con palabras que utilizó un mexicano al
que usted y yo admiramos.
Ahora es el turno de otros mexicanos, que tampoco quieren hacer de la ob-
secuencia y el silencio un estilo de vida. Sus antecedentes y las convicciones demo-
cráticas que usted proclama, señor Presidente, nos permiten suponer que respetará
y garantizará el derecho de quienes no se resignan a guardar silencio frente a los
dichos y los hechos de un gobierno que todos los días abre capítulos de la agenda
pública y con ello escribe las primeras páginas de la futura –inminente– historia
de México. Nuestra historia, la de todos. Nada menos. Hay quienes comparten sus
ideas y aplauden sus proyectos, pero también hay quienes no los comparten. Éstos
esperan, como los otros, que usted los convoque, los escuche y los entienda. Eso es-
peran, simple y sencillamente porque tienen derecho a esperarlo, tal como usted lo
exigía. Para ello se valió de su respetable condición de mexicano. Ahora hay quienes
invocan el mismo título para requerir y discrepar.
Es verdad que usted consiguió el respaldo electoral de un gran número de
votantes. Éstos castigaron una situación que consideraban inaceptable. La ira pro-
movió muchos sufragios. Ira explicable y legítima, de ciudadanos inconformes y
defraudados. Con ese cimiento, entre otros, alcanzó la más alta magistratura de la
República, cuya primera obligación jurídica, política y ética es proteger la libertad
y los derechos de todos los mexicanos. Una vez concluida la campaña electoral,
que permite muchas licencias, el ejercicio de gobierno debe tomar otro camino.
En una democracia ilustrada por valores y principios de este carácter, gobernar
implica atender a todos con igual miramiento y respeto, garantizar el imperio de la
ley y sembrar confianza y esperanza. Muchos ciudadanos consideran que eso no
está ocurriendo.
No se discute que usted ascendió a la primera magistratura con el apoyo de la
mayoría de quienes acudieron a las urnas. Lo que sí se discute –¿es demasiado atre-
vido?– es el ejercicio que el gobernante hace de la mayoría que lo sustenta. La legiti-
midad de origen debe proseguir con la legitimidad de desempeño. Ese es el “continuo”
de la democracia. Hace tiempo algunos observadores de la emergente democracia
norteamericana, con Alexis de Tocqueville a la cabeza, temieron que la mayoría políti-
ca –obra de una circunstancia– se convirtiera en una fuerza autoritaria y devastadora.

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COIN C I D E N C IAS Y D ISC RE PAN C IAS ¿ O B EDEC ER Y CA LLA R?

A eso se denominó la “tiranía de la mayoría”. Quiero suponer que usted no desea una
situación de esa naturaleza. Lo reprobó como luchador político, en años difíciles, de
oposición y combate. No podría aprobarlo y mucho menos practicarlo en estas horas,
como primer magistrado de la República.
Me preocupa que un gobernante divida a su pueblo. Se dirá que esas divi-
siones precedieron al nuevo gobierno, que son el fruto de antiguas injusticias, que
provienen de clamores desatendidos y abusos consumados. Cierto. Pero en todo caso
el gobernante debiera favorecer la unión de sus compatriotas, sin perjuicio de las
diferencias ni agravio de los derechos de cada uno. Es inquietante que quien ejerce el
poder, con enorme fuerza, califique a un grupo de sus compatriotas como “nuestros
adversarios”, expresión que un paso más allá significaría “nuestros enemigos”. En el
otro extremo quedan naturalmente los partidarios, que también son los amigos. Así
se convierte la patria en arena de batalla y se puebla de trincheras.
La división del mundo político y social –la de este mundo, donde nos tocó
nacer y nos ha tocado vivir, diré parafraseando a Carlos Fuentes– en hemisferios con-
trapuestos, división que hemos sufrido en nuestro país y observado en latitudes muy
cercanas, no es el mejor medio de ejercer el poder y alentar el progreso y la concordia.
Es, por lo tanto, peligroso. Más aún: es injusto. Si usted ha padecido injusticias –y
creo que así ha sido; no olvido el atropello que sufrió a través de un indebido desa-
fuero– comprenderá bien estos conceptos.
Entiendo que el nuevo gobierno considere necesario conmover al país todos
los días y mantenerlo en ascuas, del alba al ocaso, con terribles descubrimientos so-
bre los males del pasado, que se aliviarán con los bienes del futuro. Es un medio a la
mano para ejercer la “gobernanza”. Se comprende que algunos poderosos –de nuevo
cuño, sobre todo quienes se hallaban a la espera de una noche de cuchillos largos–
se empeñen en elevar sus monumentos sobre la tumba de los predecesores. También
es un medio para el ejercicio de esa forma peculiar de “gobernanza”. Además, es
propio de la naturaleza humana. Sin embargo, hoy se habla de transformaciones.
Quizás podríamos transformar también el trato civil y dirigirnos a los compatriotas
como eso –compatriotas, que viajan en el mismo barco y abrigan las mismas espe-
ranzas– y no como adversarios, y por añadidura hipócritas y reaccionarios. Recor-
demos que otro mexicano, al que usted y yo admiramos, reconoció con propósito de
concordia que también los reaccionarios son mexicanos.

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¿Es pedir demasiado? ¿Debemos limitarnos a obedecer y callar, resignados? ¿Y


también deberemos alojarnos en un sector de la naciente geografía política y huma-
na, que otorga dominios a los partidarios y asigna reservaciones a los adversarios?
Por algún motivo, que dejaré en el inconsciente, al concluir estas líneas me
viene a la memoria otro ejemplo de rechazo a la obediencia y el silencio. Aludo a
Martin Niemöller. Este ciudadano alemán pasó de ser simpatizante del autoritarismo
a ser huésped en Dachau, que no era un sonriente pueblo mágico de aquel imperio
que iba a durar mil años. Niemöller aleccionó: “Primero vinieron por los comunistas,
y no dije nada porque no era comunista; luego vinieron por los socialdemócratas, y
no dije nada porque no era socialdemócrata; después vinieron por los judíos, y no
dije nada porque no era judío; más tarde vinieron por mí, y ya no había quien dijera
algo”. Por lo tanto: ¿obedecer y callar?

ENTRE EL ASOMBRO Y EL TEMOR: AHORA, LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN *

Sólo median seis meses entre diciembre de 2018, mes en que iniciamos un
nuevo capítulo de nuestra vida republicana, y junio de 2019. En ese periodo, muy
breve para la historia de una nación, hemos hecho un largo recorrido. En seis meses
descubrimos una nueva realidad, que algunos previeron y otros negaron. Pasamos
del asombro a la incertidumbre y de ésta al temor.
Hoy, llegados a este punto, muchos ciudadanos se preguntan, temerosos:
¿qué sigue? ¿qué ocurrirá en las etapas venideras de un camino colmado de ac-
cidentes, sorpresas, insólitos descubrimientos? ¿estamos transformando un orden
envejecido, inaceptable, en un orden renovado donde imperen, por fin, la libertad, el
progreso y la justicia? ¿o nos estamos deslizando, sabiéndolo o ignorándolo, en una
cuesta descendente que nos devuelva al pasado?
El novedoso itinerario fue calificado, con júbilo, como una cuarta transfor-
mación. La precedían otros cambios históricos impulsados por personajes egregios,

* Siempre, 2 de junio de 2019.

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E NTRE E L ASOM B RO Y E L TE M OR: AHORA , LA LI B ERTA D DE EXP RESI ÓN

portadores de las antorchas del progreso. A las transformaciones consumadas en


el curso de doscientos años se sumaría, con la misma enjundia, la iniciada en diciem-
bre de 2018.
Emprendimos la marcha, pues, con campanas a vuelo y redoble de tambores.
Millones de mexicanos siguieron –seguimos– ese llamado, con el mismo entusiasmo
con que los niños de una antigua historia se sumaron al flautista de Hamelin. Había
buenos motivos para la jubilosa transformación. Era preciso remover las enormes
piedras que bloqueaban el camino de la justicia y abrir el horizonte oscurecido por
desaciertos, claudicaciones y corrupción.
Sin embargo, al poco tiempo tropezamos de nuevo. No había cedido el autori-
tarismo ni avanzaba victoriosa la razón. Hubo extrañas decisiones que ensombrecie-
ron el porvenir. Y de pronto comenzamos a girar contra las cuentas de la república,
que nos proponíamos fortalecer y que ciertamente no son inagotables: la cuenta de
la esperanza, la cuenta de la confianza, la cuenta de la razón.
No pretendo pasar revista, que ya muchos han emprendido, a los tropiezos
que nos ha traído este semestre azaroso: pérdida de recursos invertidos en obras
canceladas, por las que estamos pagando un elevado precio –económico y social,
dentro y fuera del país–; despido masivo de trabajadores –ni altos funcionarios ni
plutócratas explotadores– que de buenas a primeras quedaron sin recursos ni desti-
no cierto; abrupto inicio de proyectos onerosos, sin sustento ni dirección, aprobados
a mano alzada por pequeños grupos de azorados ciudadanos; cancelación de recur-
sos indispensables –cosa de vida o muerte, nada menos– para proteger la salud de
los mexicanos por parte de un Estado que se proclama defensor de los más débiles
y desvalidos; debilitamiento de la ciencia y la tecnología, la asistencia y la investi-
gación en áreas críticas para afianzar –de veras, más allá de la retórica baldía– el
destino de la nación.
Dejo todo eso de lado, en breve receso, para llamar nuevamente la atención
sobre otra novedad inquietante. Muy inquietante, porque toca las fibras más pro-
fundas, delicadas, vulnerables, de los derechos civiles y la democracia. Me refiero
a la libertad de expresión, y específicamente a la que ejercen o deben ejercer los
periodistas, a los que se ha llamado “profesionales de la libertad de expresión”, y
cuyo desempeño debe desenvolverse –aunque nos duela, como duele a menudo– sin
restricciones indebidas ni veladas amenazas que los orillen al silencio.

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En otro tiempo –¿otro, de veras– el ejercicio del periodismo enfrentó las pre-
siones del poder político. En la etapa anterior a la gran Revolución Mexicana y en
los años que siguieron, la prensa pago el precio de quererse libre. Con el tiempo y
merced a las batallas desarrolladas por muchos, que no se arredraron, y al progreso
democrático, que perseveró –la prolongada “transición”–, el poder político inició una
nueva costumbre en su trato con los medios de comunicación. No digo que esa cos-
tumbre haya sido invariablemente limpia y benéfica; sólo señalo que los periodistas
pudieron respirar y llevar adelante su misión en condiciones más favorables. Algunos
hicieron el mejor uso de esa nueva atmósfera social; otros, tal vez no.
En todo caso, lo que ahora inquieta gravemente es el viraje en las reglas del
trato. Acosados los periodistas por la inseguridad rampante que tiene en vigilia a to-
dos los mexicanos, han comenzado a enfrentar otra forma de inseguridad, un asedio
del que tal vez se creyeron liberados y que de pronto –o no tan de pronto– siembra
su camino de obstáculos y les impone retos que van más allá de los que son efecto
natural de su importante profesión. Hoy se les señala, desde la más alta tribuna del
poder, con expresiones que ofenden a quienes no las merecen y suscitan la extrañe-
za, primero, y el rechazo, luego, de un sector de la sociedad. Al fuego que les impone
el delito, se agrega, desde otra trinchera –también temible– el que les aplica el poder.
Hace algunas semanas, en un artículo recibido hospitalariamente por esta
revista, hice notar que el discurso oficial comenzaba a sembrar la división, el enfren-
tamiento, el encono, entre los mexicanos. No es cosa menor que el poder público
califique a unos ciudadanos como “adversarios”, porque son discrepantes y difieren
–en paz y con pleno derecho– de las ideas y las propuestas del poder.
Tampoco es cosa menor que a esos ciudadanos discrepantes se les tilde, en la
misma fuente, de fifís –antigua expresión, hundida en el pasado–, conservadores, re-
accionarios e inclusive hipócritas. Este uso del lenguaje, que es instrumento del po-
der, genera respuestas sociales que pueden llevar a la enemistad civil y a la violencia.
También hemos escuchado o mirado palabras y actitudes de quienes, mon-
tados en la ola de una legítima victoria electoral, sacan la daga que afilaron durante
mucho tiempo y arremeten contra otros ciudadanos en una suerte de vindicación
que puede convertirse en revancha o en venganza. Nada de esto milita por el Es-
tado de Derecho ni alimenta la libertad y la justicia, y mucho menos la fraternidad,
que debiera ser el gran objetivo moral de la república.

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E NTRE E L ASOM B RO Y E L TE M OR: AHORA , LA LI B ERTA D DE EXP RESI ÓN

Últimamente se habló del hampa periodística. Hubo deslinde: el término in-


criminador no se aplica a todos los profesionales de la información. Pero el contexto
en el que se lanzó la frase tenía que ver con las denuncias que estaban en el aire
a propósito del desabasto de bienes y servicios para la atención de la salud. Estas
denuncias, por cierto, no surgieron súbitamente, en un inspirado flamazo. Venían de
varias semanas. Habían sido elevadas –y lo siguen siendo por personas e institucio-
nes responsables del sistema de salud o de la investigación en el ámbito médico. Y
finalmente quedaron inscritas, con caracteres muy vivos, en la ya famosa renuncia de
quien hasta la víspera del combate había sido director del Instituto Mexicano del Se-
guro Social, entidad clave del bienestar de los mexicanos y, por ende, de la paz social.
En la muy reciente presentación de una obra sobre libertad de expresión, debí
recordar la posición de la Corte Interamericana de Derechos Humanos en torno a
la relación entre quienes se hallan a cargo del poder público –que no lo “detentan”,
como a veces se dice con flagrante error– y quienes ejercen el juicio y la crítica desde
otros espacios de la vida social. El poderoso funcionario debe cuidar con gran mi-
ramiento las expresiones que profiere, para evitar tanto el atropello a la libertad de
expresión del ciudadano o del periodista, como la provocación de la animosidad de
grupos sociales contra quienes hacen uso de esa libertad. No hay que poner fuego
en la pradera. El resultado puede ser un incendio que abrase a todos, incluso a quie-
nes lo provocaron sin buen juicio ni previsión.
¿No ha llegado la hora de recuperar el paso de una verdadera democracia?
¿No estamos a tiempo de volver al Estado de Derecho, que no es solamente orden
público ni descansa únicamente en una Guardia Nacional? ¿No es pertinente, posi-
ble y urgente iniciar una genuina conciliación política que respete a quienes coinci-
den y a quienes difieren de las ideas que profesa la administración del poder? ¿No
es necesario restañar heridas y brindar a los ciudadanos el trato civil y civilizado
que merecen, y abandonar la diatriba? ¡Qué bien nos haría un refrescante mensaje
mañanero de serenidad y ponderación!

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¿LES LLEGÓ LA HORA?

¿De qué hablo? ¿A quiénes les llegó la hora? Me explicaré, en este coloquio
con mis conciudadanos resueltos a seguir siendo ciudadanos, precisamente, no
vasallos ni simples espectadores. En esta nota me quiero referir a ciertos perso-
najes de la vida política –y social y económica– de México que conocemos bajo el
nombre, extraño para la mayoría de nuestros compatriotas, de “órganos constitu-
cionales autónomos”. ¿De qué se trata? ¿Por qué digo que quizás les llegó la hora?
¿Hora de qué? Veamos.
Tenemos derechos y libertades, hasta donde sabemos y podemos. Vivimos
en un Estado de Derecho, más o menos. Constituimos una sociedad democrática,
o eso pretendemos y ambicionamos. Y para tener y retener ese conjunto de bienes,
trabajosamente alcanzados, requerimos ciertos medios que nos permitan sostener
los derechos y las libertades, mantener el Estado de Derecho, preservar la demo-
cracia. Obviamente.
Hace un par de siglos, las grandes revoluciones que derribaron opresores y
retiraron cadenas, proclamaron ciertas garantías de libertad y democracia. Una de
ellas, entre las más preciosas, se conoce como “división de poderes”. En el curso
de esos siglos ha prevalecido, con diversas expresiones, esa división o separa-
ción de los poderes, que brinda a los ciudadanos la seguridad –siempre relativa–
de que los poderes “más poderosos” –si se me permite decirlo así– no arruinarán
las libertades del individuo ni cancelarán los valores de la democracia.
Si alguien me ha seguido hasta este punto, quizás pensará que en seguida me
referiré al Poder Judicial, factor de equilibrio entre los poderes y fuente de seguridad
para los ciudadanos. Pero no. No quiero hablar en este momento de ese Poder ga-
rante de la libertad y la justicia, del que me ocuparé en otro momento –si cuento con
la hospitalidad de Siempre– sino de diferentes personajes en el paisaje de nuestras
instituciones, que surgieron en los últimos años y que ahora sirven también para
generar equilibro y asegurar derechos, libertades y democracia. Quiero hablar de los
órganos constitucionales autónomos, que se han multiplicado y tienen su “nicho” en
la ley suprema de la República.

* Siempre, 5 de julio de 2019.

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¿ L E S L L E G Ó L A H O RA?

La existencia de esos órganos implica una reformulación del Estado y de sus


Poderes. Ya no existe solamente, como en el curso de los dos siglos a los que me
referido, un Poder Legislativo, otro Ejecutivo –¡y vaya!– y uno más Judicial. Ahora
contamos con órganos que no forman parte de ninguno de esos Poderes y operan al
lado de éstos. Las funciones que tienen pertenecieron en otro tiempo al Poder Ejecu-
tivo. De ahí salieron y hoy tienen vida propia y autónoma. Eso creemos y queremos.
Por ello hemos concebido órganos constitucionales autónomos.
Tales órganos –un conjunto complejo, que fue creciente– han asumido ta-
reas delicadas, necesarias para la sociedad democrática, ajenas a los vaivenes de
la política militante, derivadas de la necesidad imperiosa de asegurar que aquéllas
se cumplan con pulcritud, eficacia e independencia. Esa ha sido la intención de
los creadores de los órganos autónomos –en el mejor de los casos– y es la misión
que éstos tienen en favor del pueblo, a despecho de los otros poderes, de los
partidos políticos y de los intereses de grupos e individuos. En otras palabras,
los órganos nacieron para sanear el ejercicio del poder y establecer indispensa-
bles equilibrios en el seno de una sociedad compleja y asediada por intereses que
es preciso mantener a raya.
Actualmente, la Constitución aloja varios órganos autónomos que están
sirviendo o procuran servir, cada uno a su manera y en su propio espacio, a los fi-
nes que he mencionado. Operan en distintos ámbitos. Se integran con ciudadanos
independientes que han asumido la inmensa responsabilidad de servir a la misión
que se les ha encargado con absoluta independencia de aquellos intereses polí-
ticos y partidarios. Se hallan, pues, sólo al servicio del pueblo, no del Congreso,
ni del Presidente ni de los tribunales. Del pueblo. Esta es la teoría, y debiera ser
la práctica en este gran ejercicio histórico de desconcentración y depuración del
poder público.
Hay varios personajes de este nuevo paisaje de nuestra vida republicana. Lle-
garon a la Constitución, uno a uno. Los reconoció y alojó la ley suprema y les confirió
autonomía, al abrigo de caprichos y consignas. Esa es la intención constitucional,
que explica y justifica la existencia de los órganos a los que me estoy refiriendo.
Hablemos de algunos, todavía presentes y diligentes.
Uno de ellos es el Banco de México, que tiene deberes anteriormente aloja-
dos en el espacio del Poder Ejecutivo. Salieron de éste para cuidar la buena marcha

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PARA L A NAVI DAD D E L 2 02 0

de nuestra economía en algunos temas de enorme trascendencia, que no pueden


quedar a merced de las consignas o las ocurrencias de grupos políticos o caudillos
delirantes. Otro es la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH), un
instrumento bienhechor, indispensable y eficaz para evitar el atropello que ciertas
autoridades pudieran imponer a los ciudadanos. Otro más es el Instituto Nacional
de Acceso a la Información (INAI), que tiene a su cargo velar por la trasparencia en
el ejercicio de las funciones públicas, transparencia de la que dependen la rendición
de cuentas y, en definitiva, el imperio de una verdadera democracia.
Sigamos la relación, sin agotarla. En ella figura el Instituto Nacional Electoral
(INE), al cuidado de la voluntad del pueblo en la toma de grandes decisiones políti-
cas entre las que figura, nada menos, la elección de servidores públicos. En torno a
este órgano comienzan a acumularse nubes muy negras, que presagian tormenta. En
la misma lista se localiza el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática
(INEGI), con la encomienda de informar a la nación, puntual y objetivamente, sobre
el estado que guardan la sociedad y los servicios instituidos para su beneficio (de la
sociedad, por supuesto, no de los actores políticos). Hay otros órganos autónomos
en sectores distintos: entre ellos, el energético, espacio donde se custodia una parte
esencial del patrimonio del pueblo, que tampoco debe hallarse a merced del capri-
cho, la ignorancia o la rapiña.
No pretendo complicar más este panorama de los órganos autónomos a los
que hemos confiado, por mandato constitucional, la honrada, competente y eficaz
gestión de tareas que interesan –y mucho– a la nación. Pero no dejaré de mencionar
que la Constitución ha encomendado esos órganos a ciudadanos que honren su
compromiso con la República y actúen con gran calidad profesional, ética imbatible
e independencia de criterio en la adopción de las decisiones que la ley suprema les
atribuye. Si esto no ocurre, esos órganos se convertirían en agencias al servicio de
intereses personales o sectoriales. Consumarían un gran fraude y traicionarían a
quienes han depositado en ellos su confianza y su esperanza.
Es natural que quienes ejercen el poder desde otras trincheras –con o sin el
mandato de la mayoría de los ciudadanos– pretendan influir en la integración de los
órganos autónomos, en las decisiones que éstos tienen a su cargo y en la cosecha
de las consecuencias que aquéllos arrojen: cosecha para incrementar la fuerza o el
patrimonio de ciertos grupos e individuos. Las tentaciones de los poderosos son

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¿ L E S L L E G Ó L A H O RA?

infinitas e igualmente infinitos son los riesgos que corre el desempeño de esos ór-
ganos, si se coarta su independencia. Es apetecible, por lo tanto, la reconquista de
los espacios que antes tuvo el poder central, en detrimento de la competencia y la
independencia de los órganos autónomos.
No seamos ingenuos ni ignoremos las acechanzas que ciertos vientos impe-
riosos lanzan sobre las velas de estas embarcaciones, que pudieran ir a la deriva.
Hemos observado las tensiones y advertido las pretensiones de quienes asedian
a los órganos autónomos, objetan sus atribuciones o interfieren su desempeño. El
primer acto de este asedio suele ser la siembra de descrédito: difamación que cala,
siembra dudas, alumbra leyendas. El segundo, la reforma de las normas que les con-
fieren atribuciones específicas y autonomía. El tercero, la reabsorción en el centro
del poder –el centro tradicional, centrípeto– de las atribuciones que pierdan los ór-
ganos autónomos. Hay ejemplos a la vista. Es preciso identificarlos y denunciarlos.
De lo contrario, la ola se elevará y naufragarán las expectativas que pusimos a flote
con enorme esfuerzo.
Por eso titulé este artículo como lo hice. Quise llamar la atención sobre el
presente y el futuro de los órganos autónomos en esta sufrida democracia que tene-
mos. ¿Les llegó la hora del colapso, que se fragua paso a paso, golpe a golpe, gracias
a nuestra ingenuidad o a nuestra indiferencia? No quiero decir, de ninguna manera,
que no haya nada que corregir en el paisaje de los órganos autónomos. Seguramente
hay mucho. Pero corregir no significa sepultar. El precio del arrasamiento sería muy
alto. Lo pagaríamos todos. En ese camino andamos y a eso peligro nos enfrentamos.
En consecuencia, ¿también nos llegó la hora?

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PARA L A NAVI DAD D E L 2 02 0

“LO MÍO NO ES LA VENGANZA” *

En el mare magnum de la inseguridad que nos tiene en vigilia, la criminalidad


exacerbada, la impunidad rampante y los escándalos asociados a la corrupción –un
horizonte inquietante, ¿no es verdad?– hay advertencias llamativas. Una de ellas
figura en el título de este artículo.
“Lo mío no es la venganza”. No sería necesario que un estadista se alejara tan
explícitamente de la venganza para aproximarse a la justicia. Pero no sobra que un
gobernante, en los tiempos que corren –es decir, aquí y ahora–, utilice esa expre-
sión tranquilizadora. Es así como el hombre que administra el poder conferido por
la mayoría de los electores –mayoría que disminuye, pero aún holgada, suficiente–
confiesa su preferencia y su intención a propósito de una de los temas de mayor
delicadeza y gravedad en el ejercicio de ese poder. No se pretende la venganza, pues.
En cambio, ¿se promete justicia? ¿Justicia como lo previene la ley? Así es, implícita-
mente. Ya lo sabremos.
Por lo pronto, veamos hacia atrás –que es el paisaje favorito de quien admi-
nistra el poder–, donde se fraguó el proceso electoral de 2018. En el curso de una
campaña para cosechar la voluntad de la mayoría, el candidato formuló declara-
ciones sorprendentes. Entre ellas, perdonar sin olvidar; en otras palabras, ver solo
hacia adelante y actuar en consecuencia. Pero esto no satisfizo a los electores en
ciernes, que a mano alzada o a voz en cuello, no atinaron a comprender –y nunca se
explicó– el alcance, el fundamento y los efectos de esa suerte de amnistía proclama-
da en el discurso electoral.
Al cabo del tiempo, muy poco, el discurso varió. Hoy nadie habla de amnistía.
Pero no se cargó el acento donde había que ponerlo, con énfasis platónico: en la ley,
no en la mera voluntad. Bien que se prometa desechar el rencor y la pasión, pero
mejor que se asegure la serena y puntual aplicación de la ley, sin ocurrencia ni me-
morándum que la condicionen o mediaticen. Y además, sin convertir la justicia en es-
pectáculo, que la devolvería a los antiguos años de Roma, cuando hervía el Coliseo.
En esta reflexión no podemos olvidar, por supuesto, los vientos que soplaron
sobre el proceso de 2018, ni el ánimo encrespado de los ciudadanos que fueron a

* Siempre, 3 de agosto de 2019.

20
“ L O M ÍO N O E S L A VENGA NZA”

las urnas. Generalmente, las elecciones se ganan o se pierden desde los gobiernos
–regímenes, sistemas, corrientes políticas– que serán confirmados o relevados. De
aquéllos depende lo que se deposite en las urnas, abiertas y promisorias. Y en ellas,
abiertas en 2018, se depositó la ira y el repudio de los electores. Los votantes expre-
saron su cólera y su hartazgo y exigieron un cambio inmediato y profundo.
Esa ira, esa frustración, ese rechazo, definieron el rumbo de la elección y si-
guen alimentando, en buena medida, la popularidad de un gobierno que colmó el
horizonte de promesas. Por lo pronto, no ha importado la irracionalidad de algunos
ofrecimientos, la imposibilidad de cumplir otros y la carencia de certeza y destino
del gran conjunto que integra lo que podríamos llamar, con infinita benevolencia, el
plan de gobierno. Así están las cosas, a no ser que alguien tenga “otros datos” que
promuevan optimismo.
El conductor de la nave, asediado por muchas corrientes –un asedio que
pudiera resultar costoso– ha reiterado algunas veces que lo suyo no es la vengan-
za. Enhorabuena, ya lo dije, aunque quizás habría motivos para que anidara en su
ánimo un proyecto de desquite, si se recuerda que fue víctima de un atropello que
pudo costarle algo más que un descalabro político. Me refiero al procedimiento de
desafuero –torpe e improcedente– que se le impuso cuando fue jefe de gobierno
del Distrito Federal y que finalmente se desvaneció con la misma torpeza con que
había comenzado.
Quiero creer –la fe también es producto de la voluntad– que el gobernante
no abriga un proyecto personal de venganza. Pero hemos visto que esta actitud no
es plenamente compartida por todos sus acompañantes y feligreses. Muchos de
éstos –conste que no digo todos–, cada uno con su parcela de poder y su dotación
de rencor, transitan con otra intención. Sobran los botones de muestra, que han
sido públicos y explícitos. ¿Cómo olvidar la sintomática expresión de un aspirante
–finalmente exitoso– a titular de una prestigiada institución encargada de difundir
la cultura, nada menos?
Nadie ignora la infinidad de abusos perpetrados por quienes abonaron
la derrota electoral de 2018. Nos condujeron al punto en que nos encontramos,
que resultó inevitable incluso para ciudadanos competentes que hicieron lo que
estuvo en sus manos para alcanzar otros resultados. El candidato de la mayoría
se refirió con vehemencia e insistencia –que han amainado ligeramente– a lo que

21
PARA L A NAVI DAD D E L 2 02 0

bautizó con el expresivo nombre de “mafia del poder”. Y no le faltaba razón. Mejor
dicho: le sobraba razón. Esa mafia acumuló autoridad y riqueza, hizo sus nego-
cios con el patrimonio de la nación y cabalgó durante mucho tiempo a lomos del
pueblo agraviado.
En consecuencia, existe mucha tela de donde cortar. Pero si acaso se corta-
ra, habría que hacerlo con la tijera de la ley. No ignoro que ésta es modelable y que
empieza a serlo, sin mucho miramiento, bajo impulsos que no siempre guardan la
mejor dirección. Aun así, la ley marca el único camino a seguir si queremos merecer
–¡y vaya que lo queremos! – el título que tan a menudo ostentamos: Estado de
Derecho. Se entiende que un gobernante no siempre es un “hombre de leyes”, un
profesional del Derecho. Puede tener otra formación. Pero no se entendería que
prescindiese de la ley en el desempeño del gobierno. Si a éste llegó con la ley en la
mano, debe mantenerla con firmeza y hondo compromiso.
Digo lo que estoy diciendo porque durante la campaña electoral, después
de ésta y ahora mismo ha surgido la tentación –que con frecuencia prevalece– de
actuar fuera del cauce de la ley. En un delirante asambleísmo (aunque se trate
de muy reducidas asambleas, a las que concurren ciudadanos sin la menor informa-
ción sobre los temas que se les presentarán) se han adoptado decisiones descon-
certantes. Algunas de ellas, que no son tema de este artículo, han gravitado muy
negativamente y siguen pesando sobre el rumbo económico del país.
Sin perjuicio de la alarma que provocan esas consultas y las decisiones que
de ahí derivan, la preocupación y el daño serían mucho mayores si el capricho o la
pasión relevaran a la ley en asuntos relacionados con la justicia. Hay motivos para
suponer que eso no ocurrirá, y entre esos motivos figuran la autonomía del Ministe-
rio Público, la dignidad de la magistratura y la enfática afirmación que encabeza este
artículo: “Lo mío no es la venganza”. Agregaré una lección juarista, ahora en boga:
nada por encima de la ley y nadie exento de su cumplimiento. Obviamente, nada
quiere decir nada, y nadie quiere decir nadie.
Pero también se han colado en la experiencia de estos meses otros motivos
que encienden la alarma. En un primer momento se habló de someter a consulta
pública la impunidad de los hechos del pasado. Lamentable propuesta, que elude
la serena aplicación de la ley. Y más tarde su sugirió la posibilidad de llevar adelan-
te la persecución de algunos actores del pretérito reciente. No menos lamentable

22
“ L O M ÍO N O E S L A VENGA NZA”

sugerencia, por la misma razón: excluye el imperio de la ley, aunque halague la


pasión de numerosos compatriotas, hartos de la mafia del poder. Semejante proce-
dimiento “justiciero” traería a nuestro tiempo la barbarie del circo romano, donde
la muchedumbre resolvía sobre la vida y la muerte, o lo hacía, con un movimiento
del pulgar, el propio emperador.

ESTADO DE DERECHO Y GARROTE PENAL *

El Estado moderno tiene el “monopolio de la violencia”, dijo Max Weber.


Por supuesto, me refiero a la violencia o a la fuerza legítimas, o puesto de otro
modo, al despliegue racional de aquéllas para proteger los bienes y derechos de
los ciudadanos. Tal es la fuerza que nos permite trabajar con provecho y dormir
en paz, sin angustia ni sobresalto. Esto no ocurre cuando la ley penal –seguida
por la “práctica”– se convierte en el “gran garrote” a la cabeza de los instrumentos
de gobierno. No se puede ignorar u olvidar que el sistema penal es el instrumento
más demoledor del que se vale un Estado en su confrontación con el ciudadano.
Mucho cuidado, pues.
Podría multiplicar las citas que definen el papel de la ley penal en una repú-
blica que predica y practica el respeto a la libertad y a los derechos de sus ciuda-
danos. Hace poco más de dos siglos, Manuel de Lardizábal y Uribe, jurista insigne,
observó puntualmente: “Nada interesa más a una nación que el tener buenas leyes
criminales, porque de ellas depende su libertad civil y en buena medida la buena
constitución y seguridad del Estado”. En la misma línea, Mariano Otero –un forja-
dor de nuestro juicio de amparo– sostuvo que la ley penal es “el fundamento y la
prueba de las instituciones sociales”.
Por eso es indispensable que el Estado legisle con acierto y prudencia y ga-
rantice que la norma penal no se utilizará para oprimir o destruir la libertad y el
progreso, sino para garantizarlos. Desde luego, el Estado de Derecho, propio de una

* Siempre, 7 de septiembre de 2019.

23
PARA L A NAVI DAD D E L 2 02 0

sociedad democrática, no se desentiende del crimen y la inseguridad. No propone


indulgencia, impunidad o disimulo con los delincuentes, pero tampoco opresión y
amenaza contra los ciudadanos confiados en el imperio de la ley fincada en la razón.
En esto reside la misión del legislador, del juzgador, del acusador, del policía: en fin,
de todos los agentes de un “buen gobierno” que pretende servir al pueblo.
Sin embargo, en el mundo entero –con México a bordo– se ha recurrido a lo
que llamamos “populismo penal” o “demagogia penal” para ocultar los desaciertos
de un gobierno y justificar sus errores y extravíos, su ignorancia e incompetencia en
el combate a la criminalidad. Al amparo de esa demagogia se extrema la regulación
de los delitos y de los castigos y se ofrece la paz a costa de sacrificar el derecho y la
libertad. La historia universal –de la que forma parte nuestra historia nacional– está
plagada de ejemplos sobre este empleo devastador del sistema penal.
La penalista más ilustre de Francia, Mireille Delmas-Marty, ha escrito que se
halla a la vista un “derecho penal opresivo y regresivo que sacrificaría la legitimidad
con el único objetivo de ser eficaz”. Ello a pesar –agreguemos– de que esa opresión
y esa regresión no logran nunca su propósito aparente: lejos de ser eficaces para
garantizar la seguridad de los ciudadanos, se vuelven contra ellos y les imponen una
tiranía de la que será difícil escapar. En nuestra sufrida república se han multiplicado
las disposiciones penales amparadas por la oferta de seguridad y paz. En el curso
de cinco lustros hemos llevado a la Constitución una veintena de decretos –¡nada
menos!– de materia penal o aledaña a ésta. El resultado de este frenesí legislativo
es una enorme decepción. Y a ésta sigue, como fruto de la desesperación, la suge-
rencia de más medidas penales: mayores en número y en gravedad. La angustia de
la sociedad es mala consejera cuando se aplica al oído de legisladores impetuosos.
Combatimos el fuego con fuego, sin advertir que las llamas pueden alcanzarnos.
Los errores de nuestra más reciente legislación penal –de 1996 para acá– no
siempre han recibido la atención social que merecen. A veces se eleva un clamor
crítico, que pronto se desvanece en el inagotable relevo cotidiano al que nos hemos
acostumbrado: las pésimas noticias de hoy sustituyen a las malas noticias de ayer.
Distraen nuestro interés y nos mueven a bajar la guardia cuando apenas la habíamos
elevado para cuestionar o desechar medidas desacertadas. Olvidamos muy pronto,
a reserva de que recuperemos la memoria al cabo de poco tiempo, cuando ya se han
generado muchos daños y consumado severos retrocesos.

24
E STAD O D E D E RE C HO Y GA RRO TE P ENA L

Vale la pena volver la mirada sobre los desaciertos que hemos alojado en
nuestra Constitución y desarrollado en nuestras leyes secundarias o sugerido en pro-
yectos que el legislador tiene en la fragua. Uno de aquéllos, fuente de consecuencias
desafortunadas, es la “prisión preventiva oficiosa”. En síntesis, se trata de la auto-
mática privación de libertad de una persona sometida a un procedimiento penal,
cuando aún no se ha probado la comisión del delito o la responsabilidad del sujeto
al que se priva de libertad. Esta medida llegó a nuestra Constitución en 2008, incor-
porada por una reforma de doble signo: por una parte, democrático y progresista;
por la otra, autoritario y regresivo.
Quienes se han ocupado con seriedad en el estudio de esta materia reco-
miendan utilizar la prisión preventiva con mesura, para evitar que el imputado
evada a la justicia, impida el buen desarrollo del proceso o ponga en riesgo a las
víctimas. En estos casos se justifica la privación de libertad antes de la senten-
cia. El autoritarismo penal –con cimiento demagógico– no se atiene a esa raciona-
lidad. En lugar de atribuir al Ministerio Público y al juez la valoración de cada caso,
en sus propios términos, multiplica los supuestos de prisión preventiva oficiosa,
sin medida ni razón. Así ha ocurrido merced a una reforma constitucional extremis-
ta que se aprobó en 2019.
Otro desacierto ha sido la nueva regulación de la extinción –que es priva-
ción– de dominio, medida que también ingresó a la Constitución en 2008. Enton-
ces se argumentó la necesidad –que es evidente– de afectar a los delincuentes en
la fuente y en el destino de sus crímenes, retirándoles los medios de que se valen
para cometerlos y afectando las ganancias que aquéllos generan. Por supuesto, la
intención es plausible y bienvenida. Bien que se actúe en esa dirección.
Empero, es necesario que las buenas intenciones corran por un cauce legíti-
mo. No es posible –o mejor dicho: no es aceptable– que se actúe con enorme discre-
cionalidad, al abrigo de discutibles procedimientos especiales, vulnerando derechos
de personas inocentes y alterando las garantías naturales que inicialmente consagró
nuestra Constitución.
La extinción de dominio acogida por la reforma constitucional de 2008 no
rindió buenos resultados. Para alcanzarlos, en 2019 profundizamos el desacierto.
En este año multiplicamos los casos en que procede la extinción, bajo el argumento
de que no se trata de una medida penal –es decir, una pena–, sino de una medida

25
PARA L A NAVI DAD D E L 2 02 0

de otra naturaleza –¿cuál?– desvinculada de la responsabilidad penal. Esto cons-


tituye una falacia. En efecto, todos los supuestos en que procede la extinción
son delictuosos. Todos, sin salvedad. Y todos se han excluido del marco penal
ordinario para incorporarlos en otra vía que entraña riesgo de descarrilamiento en
perjuicio de personas inocentes.
Agreguemos que la privación de dominio pue- de operar al inicio del proce-
dimiento “especial”, lo que implica que se prive a un sujeto de sus bienes sin car-
gos formales y adecuadamente sustentados. La autoridad dispondrá de aquéllos,
aplicándolos a los fines que considere adecuados. Si resulta que la desposesión no
estuvo justificada, el sujeto podrá recuperar, hasta cierto punto, el valor del bien que
se le quitó, esto es, “de lo perdido, lo que aparezca”.
Pueden multiplicarse los ejemplos de la desmesura penal, que pone en riesgo
al Estado de Derecho y gravita sobre los ciudadanos. No dispongo del espacio ne-
cesario para llevar adelante este análisis, que he formulado con detalle en diversos
foros y publicaciones. Sólo mencionaré otros casos inquietantes (esta calificación
es un piadoso eufemismo).
Uno de esos casos es la “ley garrote”, que el Congreso de Tabasco asestó en
fecha reciente a los habitantes de esa entidad. Se trata de un flagrante quebranto
de libertades fundamentales –tránsito, expresión, manifestación–, a discreción de
la autoridad que alega la buena marcha de obras o servicios. Otro caso está consti-
tuido por las copiosas reformas al Código Penal últimamente aprobadas por el Con-
greso de la Ciudad de México, que establecen nuevas figuras penales e incrementan
desmesuradamente diversas penas, como reacción frente al auge de la inseguridad
en esta ciudad. Y un caso más es el proyecto que se ha presentado ante el Senado
de la República a propósito de ilícitos electorales asociados a la prisión preventiva
oficiosa, cuya formulación contraviene las reglas más elementales del Derecho pe-
nal, porque se vale de “tipos penales” vagos e insostenibles.
En esas estamos. No añado a esta relación el diseño final –por ahora– y el
rendimiento inicial –también por ahora– de la Guardia Nacional. Ésta es la “criatura”
dilecta de la nueva etapa en el combate a la delincuencia, una criatura militar a la
que se ha bautizado como civil. Es pronto para valorar ese diseño y ese rendimiento.
Empero, se han encendido algunos focos rojos. Y mientras éstos se encienden he-
mos dejado de lado –he aquí el error más grave, que nos pasará factura– la imperiosa

26
E STAD O D E D E RE C HO Y GA RRO TE P ENA L

necesidad de rehacer la policía, la verdadera policía de prevención e investigación


–no de choque– de la que pueden echar mano los ciudadanos: la policía local y mu-
nicipal. Ésta dejó de figurar en las prioridades del Estado, a pesar de que constituye
una piedra angular de la seguridad pública.

ZONA DE TURBULENCIA *

Quienes han viajado en avión saben lo que es una zona de turbulencia. Al


entrar en ella se agita la nave y cunde la alarma. Se oye la voz que previene, desde
la cabina del piloto: “Vuelvan a sus asientos. Abrochen sus cinturones. Entrare-
mos en una zona de turbulencia”. Las azafatas comprueban que los viajeros sigan
las órdenes del piloto. Luego el avión se interna en nubes densas, intimidantes.
Todos callan, algunos oran, otros simulan seguir la siesta. Aguardan, confiados, a
que la maestría del buen capitán y la benevolencia del clima permitan superar el
mal tiempo y reanudar el viaje en paz.
El piloto que ha prevenido a los pasajeros no provoca la turbulencia: la
enfrenta, la resiste, la sortea. Cumple el deber que tiene como conductor respon-
sable. Seguramente lo hace pensando en sí mismo –¿quién no lo haría?–, pero
también, y acaso sobre todo, en la seguridad, el bienestar, la tranquilidad de quie-
nes se hallan a bordo de la nave y confían en la competencia, la prudencia, la sere-
nidad de quien la conduce. No hace excepciones entre quienes viajan en primera
clase y quienes lo hacen en clase turista, ni entre pasajeros y tripulantes; no distin-
gue entre niños y ancianos, ni discrimina entre pobres y ricos. Todos están en sus
manos, son viajeros a su cargo y deben recibir la misma atención y beneficiarse de
su manejo competente. Todos: amigos y extraños, pasajeros frecuentes y viajeros
ocasionales. El capitán responde por ellos.
El amable lector habrá entendido a qué me estoy refiriendo y podrá ima-
ginarse, en consecuencia, las características de la turbulencia que hoy atraviesa

* Siempre, 9 de noviembre de 2019.

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PARA L A NAVI DAD D E L 2 02 0

nuestra nave colmada de viajeros –ciento veinte millones–, que viajamos con la
única certeza prevaleciente: la certeza de la incertidumbre. ¡Vaya paradoja! En
nuestro haber tenemos una sola esperanza: la que formalmente se ha depositado,
sin alternativa practicable, en el talento y la entereza de quien se halla al frente de
la nave y la conduce en una zona de turbulencia que él mismo ha provocado y que
no parece dispuesto a sortear apaciblemente. Dispone: “Abróchense los cinturo-
nes. Entramos en una zona de turbulencia”. E inmediatamente agita los elementos
y provoca la tormenta que sacudirá la nave. Habrá quien se salve y quien se pierda.
El piloto dice para sí: distinguiré entre los que merecen llegar a buen puerto y
quienes no lo merecen. Aquéllos arribarán con fortuna; éstos pagarán las conse-
cuencias de su extravío.
Desde hace meses –e incluso desde la víspera del inicio de nuestra azarosa
travesía nacional– hemos sido testigos del insólito manejo de la república, que
viaja entre nubes indescifrables y se agita en medio de crecientes turbulencias.
Al principio de la correría supusimos que pronto cesarían las adversidades y que
todos –sí, todos, sin excepción ni salvedades– iríamos a bordo de la nave compar-
tiendo el viaje, el camino y el destino. Muy pronto se advirtió que no sería así. Esta
realidad nos ha seguido y perseguido, sin tregua, a lo largo de todo ese tiempo,
que ya es mucho.
Desde la cabina del piloto han fluído incesantes novedades, ocurrencias a
granel, improvisaciones de ruta y destino. Han acudido en torrente, inagotables,
desconcertantes, fuera del manual de vuelo, al que algunos llaman Constitución Po-
lítica, y otros, sencillamente, racionalidad. Las vicisitudes también se han producido
al amparo de inquietantes reformas de aquel manual, adoptadas sobre la marcha
bajo la batuta –o el timón– que gobierna el piloto y conforme a las instrucciones que
éste prodiga desde el altavoz de la nave. Súbitamente se altera el plan de vuelo y
vamos de nuevo hacia imprevistas zonas de turbulencia.
Todo discurso tiene un hilo conductor. Nuestro piloto nos ha ofrecido su
propio hilo: por una parte, la crónica de las desgracias que nos afligieron antes
de emprender este viaje accidentado, desgracias que efectivamente padecimos;
por la otra, la redefinición del crucero que emprendió la nave bajo su mando: los
viajeros cambiaron de sectores; dejaron de ser simples pasajeros; pasaron a ocu-
par categorías que los distinguieran y sellaran su ánimo y su futuro. Unos serían

28
ZONA D E TURBULENC I A

los malos, adversarios del piloto y de la nave, autores de las tormentas; otros, en
cambio, serían los buenos, los partidarios clamorosos a los que se convocaría a
una sola voz para que apoyaran, también al unísono, los designios que el piloto
impone a la nave.
Esos designios acuden en tropel, sin razonamiento ni argumentación que in-
tente persuadir y no sólo abrumar y condenar. Imperan porque sí, sencillamente.
Para eso el piloto es piloto; para tripular y gobernar. ¡No faltaba más!¿O es preciso
que el piloto sea también un demócrata escrupuloso? ¿Para qué, si tiene en sus ma-
nos el timón que se le entregó, confiadamente, cuando se hizo cargo de la embarca-
ción? Si algún pasajero pretende solicitar, preocupado y temeroso, una explicación
sobre los giros constantes y los coletazos que sufre la nave, el piloto profiere algu-
nas advertencias, descalifica a los medrosos, desecha los razonamientos y asegura
que cuenta con datos –que nadie conoce; datos misteriosos, irrefutables– que le
amparan en su caprichosa travesía.
Mientras corre nuestro viaje, el piloto asedia a los pasajeros con prevencio-
nes y consignas. Entre ellas ha incluido, a última hora, un oscuro descubrimiento:
habría pajarracos mitológicos que circundarían la nave, pretendiendo desestabilizar-
la con un golpe de la parvada que desviara al avión de su destino; se querría usurpar
el manejo y expulsar al conductor. Contra esa ominosa pretensión, el piloto hace
gala de la legitimidad que se le ha conferido desde el momento mismo en que ganó
las alas que le permitirían tripular la nave, aunque olvidando que aquéllas le fueron
conferidas bajo un procedimiento que ahora impugna y descalifica.
Dejo las metáforas y voy a los hechos, visibles y comprobables. Señor Pre-
sidente: usted se halla plenamente legitimado para ocupar el cargo que ostenta.
Nadie lo discute. Esa legitimación tiene una fuente: la Constitución General de la
República, los principios que se hallan en su cimiento, el proceso electoral que
garantizó su advenimiento a la primera magistratura del país, el orden de liber-
tades, democracia y garantías que compromete –en la raíz y en el destino– a los
mandatarios del pueblo. Esa es la base de su mando. Y hay otro factor de su des-
empeño: la realidad, que sí existe, y el clamor de sus conciudadanos, sus razones
y sentimientos, sus necesidades y esperanzas, sus derechos y libertades. No los
de algunos, sino los de todos. Su poder se eleva sobre esos fundamentos; son fac-
tores de su legitimidad y deben ser razón de su discurso y de su comportamiento.

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PARA L A NAVI DAD D E L 2 02 0

Factores, pues, en el origen y en la marcha. Factores de gobernabilidad conforme


a un diseño democrático.
La campaña electoral quedó atrás. Desde su conclusión ha corrido más de
un año. En todo ese tiempo hemos aguardado a que el conductor oriente el viaje
para bien de todos, con talento y esmero, equilibrio y prudencia. Hemos esperado
que el lenguaje de la contienda, la polémica encendida y excluyente, el encono, la
descalificación y el denuesto cedan el espacio a la conciliación ciudadana, al diálo-
go fecundo, a la concordia sobre la que se pueda construir no apenas una preten-
dida cuarta transformación, sino una verdadera nueva época para esta república
dolida y expectante.
Hemos esperado –y seguimos esperando– una laboriosa reconstrucción de
instituciones republicanas averiadas, menoscabadas; una reconstrucción que repare
antiguas devastaciones y recupere los valores y principios que permitirán el desarro-
llo de nuestra democracia. Es verdad que hubo, en el pasado distante y en el pretéri-
to reciente, desmanes y atropellos, y también es verdad que conviene denunciarlos,
en aras de la verdad, y corregirlos, en mérito del progreso.
Todo eso es verdad, que se proclama constantemente. Pero no es menos
cierto que ha llegado la hora –quizás llegó desde el 1º de diciembre de 2018– de
moderar los enfrentamientos, abolir el encono, gobernar para todos, conciliar las
diferencias, convocar a la unidad y la armonía, instaurar un nuevo proyecto de
república, en el que participemos todos los mexicanos, y ejercer la gran virtud
de la tolerancia que abrigue las más diversas opiniones y les brinde cauce. No es
necesario, ni conveniente, ni justo ni sensato insistir –como si se tratase de una
política de gobierno, ya que no de Estado– en que México se halla dividido entre
partidarios y adversarios, aquéllos con plenos derechos y libertades, y éstos con
facultades declinantes.
Usted, señor presidente, suele darnos lecciones de historia y derecho. Entre
ellas pudiera figurar la lectura –y en seguida la práctica– de algunas disposiciones
constitucionales, oriundas de nuestra mejor historia, antigua o reciente. El artículo
1º de la Constitución dispone que todas las autoridades –no hace ninguna excep-
ción, ni siquiera para el funcionario de mayor jerarquía– tienen la obligación de pro-
mover, respetar, proteger y garantizar los derechos humanos de todos los habitan-
tes del país. El artículo 6º de la misma ley suprema resuelve que todas las personas

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ZONA D E TURBULENC I A

tienen derecho a buscar, difundir y recibir ideas de toda índole por cualquier me-
dio de expresión. Y el artículo 24 reconoce a todos la libertad de adoptar y profesar
las convicciones éticas que prefieran. No invento disposiciones; sólo reproduzco los
términos de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos.
Por supuesto, quienes se hallan amparados por esos textos constitucionales
confían en que las autoridades honren escrupulosamente sus estipulaciones. Creen
que esas autoridades –desde la más modesta hasta la más encumbrada– habrán de
observar y cumplir lo que la Constitución asegura. Nadie puede esperar, en conse-
cuencia, que el ejercicio de la libertad de expresión al amparo de las convicciones
propias desencadenará el discurso hostil de las autoridades.
Últimamente han surgido algunas tensiones que millares –o millones– de
ciudadanos hemos observado con extrañeza y desconcierto. Nadie pretende, ni
remotamente, como no sea un alucinado que milita contra la historia y la razón,
que se cuestione la legitimidad del primer mandatario y se emprendan aventuras
trágicas como sería la que usted ha llamado un “golpe de Estado”. Eso constituiría
una aberración inaceptable, una vuelta a los peores capítulos del pasado. Lo que
deseamos y necesitamos –y supongo que usted mismo, en el fuero de su conciencia
de estadista y patriota, también lo desea y necesita– es responder con hechos a la
inquietud, a la demanda, a los requerimientos de los mexicanos que solicitan res-
puestas razonables a sus necesidades y esperanzas. Millones de mexicanos, digo,
entre los que figuran quienes comparten sus ideas y quienes no las comparten,
unos y otros con pleno derecho de coincidir o discrepar y todos con derecho pleno
de ser respetados e incluidos en la marcha de la república. Millones que no mere-
cen –ni aceptan– ser rechazados, proscritos, acosados, ofendidos. Millones que se
abrigan bajo el imperio de las normas constitucionales.
La atención a esta realidad –la realidad “sí existe”, señor presidente– es factor
de gobernabilidad; más aún, es el único factor de una gobernabilidad legítima, que
no se funda en la violencia. Esa atención constituye el genuino blindaje del gober-
nante en una sociedad democrática. ¿Es mucho pedir, señor presidente?

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PARA L A NAVI DAD D E L 2 02 0

LA CNDH, UNA INSTITUCIÓN ASEDIADA *

En anteriores entregas de mi reciente participación en Siempre expuse algu-


nas preocupaciones –entre otras, que nos agobian– por hechos que debieran generar
alarma y mantenernos en activa vigilia. Me referí al desdén con que se trató a la Co-
misión Nacional de los Derechos Humanos –un desdén que también alcanza a esos
derechos– al suprimir la saludable costumbre de que el Ejecutivo recibiera personal-
mente, a pie firme y con manifiesto interés por este sector de las acciones públicas,
el informe anual que debe rendir el ombudsman nacional: un informe que contiene
reconocimientos por los progresos alcanzados y denuncias por los retrocesos y vacíos
que no ha sido posible resolver. ¿Y cómo debía ser, si no, un informe de este género?
Hay que ofrecer las dos caras de la medalla, que se integra con ambas y no con pue-
riles concesiones a alguna de ellas.
Y también aludí, en otra entrega a la que ahora me remito, a la notoria ero-
sión –que llega a ser demolición– de órganos constitucionales autónomos, esa figura
relativamente novedosa de nuestra estructura constitucional, destinada a asumir
funciones originarias o coyunturales del Estado, para proveer a su mejor despacho
en beneficio de los ciudadanos. Estos órganos han llegado a muy diversos ámbi-
tos, todos ellos relevantes, y generalmente han servido bien –pero podría ser mejor,
obviamente– los deberes que han asumido. Pueden ser y suelen ser factores de la
democracia, a la que ofende la concentración del poder.
A la entusiasta generación de órganos autónomos –quizás demasiado prolí-
fica– de los últimos lustros, comienza a seguir un movimiento de signo contrario: el
acoso, la descalificación y, como dije, la demolición. ¿De qué se trata, en definitiva,
y a dónde se quiere llegar? ¿Nos hemos embarcado, nuevamente, en una “hipercon-
centración” del poder, en la deliberada marcha de una corriente autoritaria que pre-
tende suprimir competencias y reducir libertades? ¿Es posible que hayamos iniciado
o reanudado el viaje de la nación bajo la bandera que proclama, a la vieja manera
imperial, “El Estado soy yo”?
En relación con esas preocupaciones, expuestas en las entregas editoriales
que ya mencioné, me quiero referir ahora a los recientes acontecimientos que han

* Siempre, 24 de noviembre de 2019.

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L A CN D H, UNA IN STITU C I ÓN ASEDI A DA

ensombrecido a la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, a la que deseo


fervorosamente, pese a los vientos adversos, un luminoso curso y un estupendo
destino, que serán para bien de México. Debo adelantar que ahora no aludo a
quien o a quienes llevarán el timón de este órgano y responderán por su autono-
mía. No califico a personas, porque no es mi costumbre acumular censuras e invec-
tivas a mansalva, y mucho menos hacerlo cuando no cuento, todavía, con datos
que me permitan una reflexión madura y ponderada sobre aquéllas. No he dejado
de escuchar, sin embargo, el clamor de las aguas. El río suena.
Conviene que los lectores –a título de preocupados y ocupados ciudadanos—
recuerden el origen mundial y nacional de lo que solemos invocar como “ombuds-
man” –al que muchos prefieren denominar “ombusdsperson”, en homenaje a las re-
clamaciones de género–, que ha sido el germen fecundo de la Comisión Nacional de
los Derechos Humanos y de todas las comisiones de la misma especialidad que hoy
trabajan –con diversos resultados– a lo largo y ancho de la República.
La defensa de los derechos humanos, en el curso de varios siglos, se ha en-
contrado a cargo de mujeres y hombres de buena voluntad, valerosos, generosos,
que militaron y siguen militando por esa causa –la más noble que pudiera existir–
con todos los recursos a su alcance. Esos defensores formaron y forman parte del
pueblo llano, lo que ahora designamos como “sociedad civil”, que algunos respeta-
mos y otros aborrecen, y lograron, bregando contra viento y marea, progresos consi-
derables. Les debemos gratitud y solidaridad.
A ese movimiento social se sumó, hace un par de siglos, una institución
bienhechora, nacida en Suecia y difundida primero en los países escandinavos,
luego en Europa y finalmente en América, con diversidad de denominaciones pero
con un solo designio: defender a capa y espada los derechos esenciales del ser
humano, que preservan su vida y le confieren dignidad. Es así que apareció y se
difundió el ombudsman.
Desde luego, un dato inherente, indispensable, irrevocable de esa misión
magnífica es la independencia del ombudsman frente al poder público. Para que así
sea –pese a que la designación ocurre siempre en el marco de ese poder– es preciso
que aquélla sea desinteresada, rigurosa, ponderada, transparente. La legitimidad de
la designación es requisito para abrir el camino del cumplimiento de una magistratu-
ra moral –lo es el ombudsman– cuya suprema autoridad depende, en definitiva, del

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PARA L A NAVI DAD D E L 2 02 0

consenso social. Así lo entendieron los fundadores en Suecia y así se ha entendido


desde entonces. ¿Qué sería del ombudsman, o mejor dicho, qué sería de los ciuda-
danos que buscan su protección, si aquél se plegara al poder del que provienen las
violaciones de los derechos?
En México también hubo y hay vigorosos defensores de los derechos huma-
nos en el ámbito de la sociedad civil, que sostienen con entereza esta ardua batalla
y en ocasiones han pagado un elevado precio por hacerlo. Y también apareció entre
nosotros la egregia figura del ombudsman, denominada, como dije, Comisión Na-
cional de los Derechos Humanos. Recientemente, la Revista El Mundo del Abogado
confirió a la CNDH un elevado reconocimiento por su labor innovadora y construc-
tiva en el ámbito de sus atribuciones. Al formular la laudatio de la Comisión recordé
que hace años, muchos años, el tema de los derechos humanos, a los que entonces
conocíamos como garantías individuales, se hallaba encomendado, en su vertiente
administrativa, a una modestísima oficina de la subdirección general de Gobierno
de la secretaría de Gobernación. En esa misma subdirección figuraban otras mesas
a las que se había confiado la atención de cuestiones que hoy revisten enorme
entidad: por ejemplo, la relación con las iglesias y el apoyo a la entonces Comisión
Federal Electoral.
Aquella modestísima oficina comenzó a crecer y a cumplir cada vez mejor
su cometido, replanteada como comisión de los derechos humanos, inicialmente
en forma de órgano desconcentrado de la propia secretaría de Gobernación. ¿Qué
determinó esa expansión poderosa, en poco tiempo y con excelentes resultados?
Desde luego, el creciente interés por los derechos humanos y la exigencia, también
creciente, de respeto y garantía a esos derechos en un medio en el que abunda-
ban las violaciones. Ese crecimiento, propio de una sociedad ilustrada e impulsada
por convicciones liberales y democráticas, formó parte de las grandes novedades de
nuestra historia reciente.
El ombudsman mexicano ganó fuerza merced a ciertas violaciones intolera-
bles perpetradas por funcionarios de la seguridad pública y la procuración de jus-
ticia, que desviaron sus facultades, dejaron de ser agentes de la Constitución y se
convirtieron en depredadores de los derechos y las libertades de muchos ciudada-
nos. Los memoriosos guardan recuerdo de aquellos acontecimientos y de la reacción
que suscitaron en algunos círculos de opinión, reacción que abonó la fuerza y el

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L A CN D H, UNA IN STITU C I ÓN ASEDI A DA

prestigio que en poco tiempo ganó la Comisión Nacional de los Derechos Humanos.
Ésta llegó a ser, como lo es ahora –y ojalá lo siga siendo siempre, formal y mate-
rialmente– un órgano constitucional autónomo, en el marco del artículo 102 de la
Constitución. Repito: autónomo, formal y materialmente.
Es verdad, una verdad de la que estamos ufanos, que la aparición del
ombudsman mexicano, su diseño jurídico y sus primeros pasos institucionales
fueron propiciados y acompañados desde el mundo académico. Se han lanza-
do andanadas contra esa vinculación, que efectivamente ha existido. Quizás esas
andanadas, que han sido por lo menos desconcertantes, además de injustas y
lacerantes, provienen de un profundo y evidente desconocimiento de lo que es el
mundo académico, de su misión en el seno de una sociedad plural y desarrollada
y del valor de la cultura como factor de progreso. Tal vez se ha sentido que el aire
crítico que naturalmente anima la tarea del académico trae consigo resistencias
intolerables frente al capricho, el arbitrio y la ocurrencia. O acaso se ha creído que
el académico está desvinculado de la sociedad en la que vive y trabaja y sirve a
objetivos que no benefician al pueblo; quienes así lo creen y difunden sólo acredi-
tan su deplorable ignorancia.
El hecho es que el ombudsman mexicano, de la mano de la sociedad civil,
en alianza fecunda con ésta, atento al desarrollo de las instituciones tutelares de
la justicia y la libertad, ha cumplido un papel bienhechor en el curso de un cuarto
de siglo. Por supuesto, no niego –¿quién podría negarlo?– que en esa marcha de
veinticinco años ha habido obstáculos, desaciertos, omisiones; hay tareas pen-
dientes y horizontes amplios para seguir la marcha; cosas que corregir y tareas
que continuar.
Ahora bien, el gran balance desde que académicos como Héctor Fix Zamu-
dio y Jorge Carpizo impulsaron la primera etapa de la CNDH es altamente favora-
ble. Lo ha sido bajo sus sucesivos presidentes, cada uno con su propio estilo y su
manera de enfrentar las graves, delicadas, angustiosas responsabilidades de su
función. Han sido académicos distinguidos y ciudadanos honorables –con presen-
cia, además, de una respetable ciudadana: Mireille Roccatti– dignos de gran apre-
cio. También han participado, es evidente, funcionarios de otras procedencias,
igualmente dignas. Por la calidad que tienen, apreciada objetivamente, no mere-
cen los denuestos que se les han dirigido, en ráfagas apresuradas que carecen de

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PARA L A NAVI DAD D E L 2 02 0

fundamento. La manía de mirar hacia el pasado, que ciertamente merece miradas


muy severas, nos lleva a naufragar en el esfuerzo que debiera prevalecer en estos
días: afirmar el paso en el presente y trabajar para el futuro. Para el futuro de la
nación, quiero decir.
En la justa reivindicación de la CNDH hay que destacar, no menos, el trabajo
cumplido por centenares o millares de colaboradores, visitadores, abogados, miem-
bros de consejos internos y otros protagonistas y auxiliares de la noble faena. Si
hubo extraviados o claudicantes, fueron los menos, y de ninguna manera empañan
el ejercicio de una institución excelente y el trabajo de quienes le han entregado
años de esfuerzo y desvelo. No ha sido fácil. Nunca lo es enfrentar al poderoso
en defensa del vulnerable. En este escenario chocan el poder que se desborda y la
debilidad que no puede, por sí misma, frenar el atropello. Y es en ese escenario que
actúa el ombudsman autónomo.

¿EN DÓNDE ESTAMOS Y HACIA DÓNDE VAMOS? *

Ya podemos descifrar el presente y vislumbrar el futuro, con razonable objeti-


vidad y suficiente fundamento. Tenemos con qué hacerlo. Abundan los elementos que
nos permiten formular un juicio puntual y sereno, aunque no necesariamente definiti-
vo. Para ello hay que rescatar las páginas del calendario que han caído en el año que
ahora termina, y localizar en la turbulencia y la incertidumbre que han dominado nues-
tra carta de navegación –¿la tenemos?– las constancias que sustentarán ese juicio.
El gobierno que declinó en 2018 llegó al poder con aire marcial y banderas
desplegadas. Obtuvo un rotundo triunfo en las urnas. Con suficiente ventaja sobre su
más cercano competidor, dejó atrás las sombras de la elección precedente. En 2006
se alzaron las sospechas y se cuestionó, sin éxito, la elección. Pero en 2012 las sos-
pechas cedieron –sin desaparecer enteramente, fruto natural de nuestra experiencia
histórica– y amainaron las impugnaciones.

* El Universal, 9 de diciembre de 2019.

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¿ E N D ÓN D E E STAM OS Y HAC I A DÓNDE VA MO S?

El nuevo gobierno inició con la promesa de un futuro mejor. Los electores vo-
taron por la esperanza. Y corrieron las manecillas del reloj. Al cabo de 2018, ese go-
bierno había dilapidado la fortuna política que lo encumbró. El dispendio político –y
otros, que fatalmente lo acompañaron– habían liquidado las buenas expectativas.
A la desconfianza y a la decepción generalizadas y al retraimiento de los anti-
guos partidarios que paulatinamente desertaron, se sumó una novedad determinan-
te del ánimo electoral que impulsó el voto de millones de ciudadanos. Esa novedad
fue la ira. Una sociedad decepcionada e iracunda acudió a las urnas.
Cuando cunde la decepción y prevalece la ira, los electores no suelen compro-
meterse en análisis y predicciones. La reacción es terminante y en ocasiones visceral:
sí o no. Y punto. El rechazo dominó en las boletas y dictó la victoria electoral. Se quiso
un cambio radical. Una vez más, se habló de la tierra prometida. Y hacia ella se enca-
minaron nuestros pasos.
Ha transcurrido un año. Tiempo suficiente para resolver las dudas, que las
hubo, y advertir el camino del futuro y el destino de la marcha. Persiste sin men-
gua la reprobación del pasado que tuvo su eclipse en 2018, pero comienza a bajar,
abrumada por los hechos, la confianza incondicional que animó a la legión de vo-
tantes el 1º de julio de ese año. Vamos adquiriendo conciencia de dónde estamos
y a dónde vamos. Muy lentamente, pero la estamos adquiriendo. Una conciencia
todavía borrosa, pero conciencia en fin de cuentas. Es que la realidad sí existe y
comienza a operar.
No puedo referir aquí todos los hechos que ilustran el horizonte de 2019.
Me limitaré a mencionar algunos que pueden sustentar nuestra reflexión, aunque
supongamos –con buen fundamento: la terca experiencia– que es improbable
que los vencedores del 18 acepten los desaciertos y rectifiquen con profundidad y
oportunidad. Por supuesto, la rectificación no sería el resultado de los argumentos
que eleven los analistas alarmados por el rumbo que ha tomado el país, sino de la
pura y simple observación de la realidad. Los hechos no se derogan con discursos
jubilosos y desplantes mussolinianos. Ya hubo una “marcha sobre Roma”. Conoce-
mos las consecuencias.
1. Se ha producido una grave fractura social. Siempre hubo diferencias, dis-
tancias, animosidad. Pero la fractura de hoy tiene otro perfil: comienza a ser más
honda y peligrosa. Desde la más alta tribuna de la nación –como se suele decir–

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PARA L A NAVI DAD D E L 2 02 0

se ha provocado el enfrentamiento entre sectores de la sociedad. Esa provocación


anima el establecimiento de hemisferios contrapuestos, que se miran con recelo y
pudieran enfrentarse con encono.
El discurso tiene un efecto ominoso. Al calor de esas palabras, los mexi-
canos hemos dejado de ser solamente mexicanos, ciudadanos, compatriotas. Ahora
nos distinguimos con otros títulos: unos, el de partidarios; otros, el de adversarios.
Como es natural, cada sector en esta composición social maniquea recibe o recibirá
el trato que corresponde a la categoría de la que forma parte. El discurso divisio-
nista se reproduce cada día y cala en las filas de la nación. ¿Qué destino aguarda a
una casa dividida?
2. La verdadera democracia reconoce y respeta la pluralidad social. No pre-
tende uniformar el pensamiento y reducir, con amenaza y hostilidad, el libre curso de
las ideas y la honrada expresión de las convicciones. Nuestra Constitución –todavía
en vigor– pone a cargo de todas las autoridades de la República el respeto y la ga-
rantía de todos los derechos de todos los ciudadanos. He reiterado los términos de
la fórmula que constan en el artículo 1º de esa Constitución: todas las autoridades
y todos los ciudadanos.
Si esto es así –y así es, si nos atenemos al texto constitucional– es inadmi-
sible que a voz en cuello se cuestione la libre expresión del pensamiento y se des-
califique su ejercicio. La prensa, asediada por el crimen, comienza a estarlo –como
en los viejos tiempos– por el poder público. En este ámbito opera la distribución
caprichosa de los méritos y las virtudes. Bien para quienes coinciden; mal para
quienes discrepan.
En la última entrega de los Premios que anualmente otorga la Fundación José
Pagés –un foro de comunicadores libres, al que concurren lectores que también pre-
dican y practican la libertad– se aludió al temor que oscurece el ánimo de los perio-
distas. No todos ceden. Muchos aguantan y perseveran. Pero es inaceptable que la
prensa libre actúe bajo amenaza. No es posible esperar y mucho menos exigir que el
periodista se constituya en héroe o en mártir.
3. En un largo camino, poblado con infinitos esfuerzos, hemos construido las
instituciones propias de una sociedad democrática. Quedó atrás –¿atrás?– la con-
centración del poder en unas manos, dotadas de facultades plenas. Nuestra divisa
ya no es –¿ya no?– “el Estado soy yo”. En esa sociedad democrática, que paulati-

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¿E N D ÓN D E E STAM OS Y HAC I A DÓNDE VA MO S?

namente hemos establecido y ansiamos preservar, se han construido instituciones


que garantizan los derechos y las libertades de los ciudadanos. Constituyen frenos
para el poder arbitrario y diques para cualquier tiranía, inclusive la “tiranía de la
mayoría”. No podemos “mandarlas al diablo”. Si lo hiciéramos, todos las acompaña-
ríamos en ese viaje.
Hay arremetidas constantes contra algunas instituciones, a pesar de que
ellas contribuyeron, con su desempeño honesto y valiente, a garantizar cambios
bienhechores en la marcha política y social de la nación. No podemos ignorar –y
debemos deplorar– el asedio a uno de los Poderes de la Unión, el judicial, y los em-
bates contra los órganos constitucionales autónomos. Estos embates pretenden
restaurar la concentración del poder público.
En los últimos días –o semanas, o meses– se ha vulnerado a la Comisión Nacio-
nal de los Derechos Humanos y al Instituto Nacional Electoral. El acoso no ha cesado.
Sería muy elevado –impagable– el precio que cubriría la democracia si esta situación
culmina en el naufragio o el desvío de esas instituciones de la República.
4. En la historia nacional del arbitrio, que consta de varios volúmenes, fi-
gura una página escrita en los últimos meses. Es reveladora de un talante y una
tendencia. Seguramente se recuerda cierto “memorándum” de orden suprema que
instó a diversos funcionarios a someter la aplicación de la ley a sus personales
apreciaciones sobre lo que es justo o injusto. De esta forma, quienes protestaron
–es decir, prometieron u ofrecieron– cumplir la Constitución y las leyes que de ella
emanan, pueden incumplirlas a discreción.
Ese imperioso memorándum puso una bomba de tiempo en el orden jurídi-
co mexicano. Sugirió desacatar las disposiciones del legislador, si no convencen a
quienes tienen –hasta ahora– el inexcusable deber de aplicarlas. Esta apertura al
“buen juicio” de los funcionarios es incompatible con lo que llamamos Estado de
Derecho, que no es solamente guarda del orden y la paz, sino también –y sobre
todo– cumplimiento puntual de la ley. Del memorándum de marras resultó un retor-
no al gobierno de los hombres, que sustituye al gobierno de las leyes. Platón se
removió en su tumba.
5. Cada quien puede tener sus propios datos y exhibirlos como cartas triunfa-
doras en un juego de naipes. A ello contribuye el ejercicio abrumador del poder. Sin
embargo, está a la vista la realidad que sí existe y nutre la experiencia de millones de

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PARA L A NAVI DAD D E L 2 02 0

mexicanos. Éstos se hallan al tanto, porque lo viven cotidianamente, de la verdadera


situación que guardan nuestra economía y algunos servicios que son fundamenta-
les para la “felicidad” de los ciudadanos.
Hay una diaria confrontación de cifras oriundas de diversas fuentes. Nin-
guna de ellas –¡ninguna!– puede ocultar o encubrir el estancamiento de nuestra
economía y el enrarecimiento de servicios fundamentales, como las prestaciones
en materia de salud. Son marginales las diferencias sobre el desempeño de la eco-
nomía. Nos hemos estancado, y para nada importan –frente a esa realidad que sí
existe– las mediciones con las que se argumenta si hay o no recesión.
Lo que hay, cualquiera que sea la calificación que le asignemos, dista mucho
de ser lo que se prometió. Sí, cada quien tiene sus datos, pero todos coinciden en
que no crece la economía, aunque algunos afirman que a cambio de que no haya
crecimiento existe un desarrollo satisfactorio. ¿Cómo es posible distribuir lo que no
se produce?
Podemos preguntarnos cuándo llegará el momento en que reconozcamos que
un factor del estancamiento económico –sólo uno, pero de enorme entidad– es la
incertidumbre que prevalece acerca del camino y el destino del país.
6.Todos hablamos de la crisis de seguridad que nos agobia. Es tema de las
angustias familiares. Nos ha llevado a modificar itinerarios, proyectos, trabajos y
recreaciones. El propio gobierno reconoce que esta es una asignatura pendiente. No
referiré las cifras, crecientes y aterradoras, ni relataré de nuevo las insólitas carac-
terísticas de la criminalidad. Es verdad que en el pasado –que es el tiempo histórico
que manejamos con mayor fruición, para reasignar las responsabilidades que tarde
o temprano deberemos asumir– hubo grandes errores y omisiones. Lo es que fracasó
la estrategia de ayer, si acaso hubo alguna estrategia.
Los males que entraña la inseguridad vienen de lejos. No hay duda. Pero hoy es
hoy, y en este tiempo nos encontramos, disfrutamos o padecemos. Los hombres que
gobiernan en el presente deben responder por el presente. Bien que se hallen al tanto
de la historia, pero mejor que actúen para corregir los males que heredaron. En el dere-
cho de las sucesiones hay una regla de universal observancia: las herencias se reciben
tal como llegan al heredero, sin el llamado beneficio de inventario.
En esta materia aún aguardamos las correcciones y, sobre todo, los resul-
tados que nos permitan recuperar la paz. No basta el terrorismo penal que hemos

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¿E N D ÓN D E E STAM OS Y HAC I A DÓNDE VA MO S?

emprendido a través de reformas constitucionales y legales. No basta la redefinición


de actores en el ramo de la seguridad. Lo único que nos permitiría recuperar el sueño
y reanimar la vida social sería el cumplimiento de las promesas, un cumplimiento
cuyos plazos se han vencido una y otra vez. Estamos en la vecindad de ser un
“Estado fallido”.
Se ha dicho que no variará la estrategia adoptada a partir del Plan Nacional de
Seguridad y Paz. Pero nos preguntamos: ¿cuál es esa estrategia? ¿y cuáles han sido,
al final de un año largo, los resultados de esa nueva estrategia?
No cuestiono –nada más lejos de mi intención– las celebraciones y las mani-
festaciones que hemos presenciado en los últimos días. Bien que haya entusiasmo
en algunos sectores de la sociedad: entusiasmo para aplaudir o para reprochar.
Pero más allá de estas explosiones respetables, quedan en el aire los hechos que
he mencionado y las interrogantes que ellos suscitan.
Hay que revisar esos hechos y esas interrogantes para responder cuanto an-
tes, con seriedad y veracidad, las preguntas fundamentales que mencioné en el títu-
lo de esta nota: ¿dónde estamos y hacia dónde vamos? Es hora de saberlo.

DE CAL Y ARENA *

Al concluir el año miremos hacia atrás para atisbar el porvenir. Por los frutos
de ayer conoceremos los que nos aguardan. En las hojas del calendario de 2019
figuran los datos –datos “duros”– para suponer lo que vendrá. Hubo hechos tormen-
tosos y luminosos. En otras palabras, hubo de todo, como en botica, que se solía
decir: de cal y de arena. Veamos.
Comenzó 2019 con presagios que llegaron del pasado. Venían de los malos
rendimientos que poblaron nuestra experiencia. La esperanza que despertó en 2012
naufragó en el tiempo corrido entre esa fecha y el 1º de julio de 2018. A la siembra
de esos seis años –y de muchos otros precedentes– se debieron las tempestades

* Siempre, 22 de diciembre de 2019.

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PARA L A NAVI DAD D E L 2 02 0

que cosechamos. Se oscureció el futuro y la ira ciudadana se volcó en las urnas. Los
sufragantes impusieron un castigo insólito y merecido. Voz del pueblo, voz de Dios.
Hoy, víspera de un año venidero, podemos hacer las cuentas de la nación.
Las haremos en medio de un nuevo desencanto. El 1º de julio del año anterior
compramos boleto para viajar a una tierra prometida. Resolveríamos problemas
ancestrales e iniciaríamos una era promisoria. Hubo quien la llamara, muy animoso,
cuarta transformación. Y hemos viajado, no hay duda. Pero lo estamos haciendo
hacia un destino incierto –¿o ya no?– y ominoso. Se acumularon las nubes y las
sombras. Ya podemos parafrasear a nuestro clásico: detente, viajero, has llegado a
la región menos transparente.
En el campo que habitamos comienza a crecer una mala yerba, cuya semilla
se ha esparcido deliberadamente. Es la simiente de la fractura social, ruptura y
colisión entre ciudadanos. Las expresiones y consecuencias de esta fractura –in-
necesaria, irresponsable, peligrosa– pueden ser muy graves, acaso irreparables.
Quien debiera unir, avenir, conciliar, procura desunir y enfrentar. El encono de la
campaña electoral perdura en la política de gobierno y excita al enfrentamiento.
En la vida de otras naciones se han presentado desgarramientos similares. Las
consecuencias son bien conocidas.
¿Será posible, todavía, modificar este proceso disolvente y reunir a los mexi-
canos bajo este título común, el de mexicanos, en lugar de dispersarlo en hemisfe-
rios contrapuestos: los partidarios y los adversarios? ¿Será posible suspender los
aires de contienda y promover los de entendimiento?
Hay mucho más, desde luego. En 2019 avanzó la erosión de un sistema esen-
cial para el sustento de la democracia. Me refiero al asedio sobre el sistema de
frenos y contrapesos que los mexicanos construimos a lo largo de muchos años,
contra viento y marea, a despecho del autoritarismo y para denunciarlo y evitarlo.
Obra compleja, ardua, que ahora se combate.
Esos frenos y contrapesos, oriundos de la democracia, constituyen una
garantía contra el autoritarismo y la concentración del poder. Pero ésta avanza y
pudiera llegar a niveles insoportables. El mandato conferido en las urnas por ciuda-
danos ilusionados, que rechazaron los errores del pasado, no es patente de corso.
No fue la entrega de la nación al capricho del gobernante. No autorizó el atropello,
el exceso, la discordia.

42
D E CAL Y ARENA

Ha sido inquietante la arremetida contra el Poder Judicial, supremo factor


de certeza y equilibrio. Si había motivos para emprender urgentes e indispensa-
bles revisiones, no los había –ni los hay– para debilitar a ese Poder, en cuyas
manos reside la facultad de frenar el desbordamiento y preservar los valores y
principios de la república.
En el discurso, que se volvió invectiva y persistió como costumbre, apareció
la idea de que el ejercicio de los derechos de los individuos y el desempeño de los
órganos jurisdiccionales constituían una confabulación perniciosa. Se habló de “sa-
botaje” para frenar el progreso. De esta suerte, el usuario de los recursos legales –el
juicio de amparo, a la cabeza– se convierte en saboteador. Lo mismo, el juzgador que
resuelve litigios. Y el sabotaje es un delito muy grave.
Perdura el estado de sitio que se impuso a diversas instituciones. El cerco se
estrecha constantemente. A él me referí hace algunas semanas, en un artículo que
apareció en Siempre bajo el título –que fue advertencia– de “Les llegó la hora”. Sí,
muy pronto llegó la hora –la hora señalada, para recordar el nombre de un western–
a los órganos constitucionales autónomos.
La creación de esos órganos, garantes de la libertad y la democracia, obede-
ció a la necesidad de acotar el poder del Ejecutivo, preservar el signo de la sociedad
democrática y mejorar el desempeño de funciones esenciales del Estado. De ahí que
el huracán proponga su devastación. Está en el aire la autonomía de esos órganos.
Vientos poderosos y eficaces se agitan para determinar el rumbo de ese viento: pre-
supuestales, políticos, sociales.
Esos vientos se han desplegado en un frente de batalla sobre el Instituto
Nacional Electoral, la Comisión Nacional de los Derechos Humanos y el Instituto Na-
cional de Acceso a la Información. No olvido al órgano que ya naufragó, en el mare
magnum de la “reforma de la reforma” educativa. Ni pierdo de vista los avatares de
otros órganos. Y pregunto: ¿llegará el momento en que esa “mala suerte” sacuda al
Banco de México, cuyos señalamientos “se respetan pero no se comparten”? ¿Y al
INEGI, cuyos números se enfrentan a esos “otros datos” que tiene el poder, como
ases en la manga, que proclama, pero no exhibe ni analiza?
Hablemos también del principio de legalidad, baluarte de la libertad y la
seguridad. Nuestro baluarte, por lo tanto. En las páginas del calendario de 2018,
aparece un famoso memorándum de voluntad suprema. Se instó a los funcionarios

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PARA L A NAVI DAD D E L 2 02 0

a sustituir el mandato de la ley por su propia discreción “justiciera”. Liberados a su


ingenio, a su instinto o a su pasión, resolverán si cumplen la ley emitida por los re-
presentantes del pueblo, o actúan como lo dicte su “conciencia”. Alguna vez se dijo
que para bien de los ciudadanos el gobierno de las leyes debiera prevalecer sobre
el gobierno de los hombres. Pero ya no.
Y hay más, en la misma dirección. Estrenamos una nueva técnica de ejercicio
“democrático y legal”: las decisiones a mano alzada, en plazas públicas o en peque-
ñas audiencias, sin orden ni concierto, sin fundamento legal, a merced de quien
pregunta, orienta la respuesta y confirma su propia y previa decisión. La estampa
democrática parece perfecta; pero la realidad es otra.
Del orden legal podemos pasar al orden económico, espigando en las pági-
nas caídas del azaroso calendario. Hubo promesas conmovedoras, que la realidad
contrarió. Volvimos a comprobar que la realidad sí existe y opera con severidad.
Confrontamos cifras. No me pronuncio por la santidad de algunas fuentes. Sobra re-
producir el debate. A los hechos, por encima de los dichos: la realidad, que sí existe,
acabó por imponer sus números. El discurso se derrumbó. Nos hemos estancado;
no crecemos. ¿Hay recesión? No es posible, salvo por virtud de un milagro, que haya
desarrollo donde no existe crecimiento.
En los últimos días de 2018 y todos los de 2019 fluyeron otros hechos con
su propia carga sobre el futuro. Una decisión, que sería emblemática, marcó el
porvenir: abandonamos, con ímpetu visceral, la construcción del nuevo aeropuer-
to de la Ciudad de México. Este abandono –y la extraña amenaza de inundar el
área donde la construcción avanzaba– tuvo un alto costo, que estamos pagando.
Nos puso a la zaga en el camino del progreso y generó un clima de desconfianza
que no se ha disipado.
Hubo más en nuestro calendario de elocuentes definiciones. En el siglo XIX
se dijo que la felicidad del pueblo es el objetivo del buen gobierno. Para lograr esa
felicidad menudearon los despidos de servidores públicos (no sólo encumbrados
y opulentos funcionarios), se suprimió la red de estancias infantiles, amainaron
los servicios de salud (incluso el suministro de medicamentos a niños con cán-
cer), comenzó la proliferación de universidades “patito” (que difícilmente satis-
farán las expectativas legítimas de los jóvenes y las necesidades de una sociedad
creciente y demandante), aumentó –más y más y más– la criminalidad que tiene

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D E CAL Y ARENA

insomne al pueblo feliz, menudearon reformas a la Constitución y a la ley para im-


plantar el “terrorismo penal”, se cuestionó el desempeño de la prensa crítica (que
actúa con “malevolencia”), se envió la Guardia Nacional a contener flujos migrato-
rios (aunque fue concebida –dijo una voz inteligente en la Cámara de Diputados–
para detener delincuentes), se enfrentó con “republicana moderación” el cierre de
carreteras y el secuestro de vehículos (violencia resuelta con infinitas concesiones
que alientan una forma vernácula de autojusticia y oscurecen la legalidad). Y así
sucesivamente. Que cada quien recurra, para integrar la lista, a su buena memo-
ria y a su propia experiencia, o a la de sus allegados. Siempre habrá un doliente
a la mano.
Dije al inicio de esta nota –que se ha prolongado excesivamente por culpa
de la realidad que sí existe– que en el panorama del 2019 también hubo hechos
luminosos: las que llegaron de cal por las que fueron de arena. No negamos los pa-
sos adelante en algunos proyectos, cuya culminación aguardamos con avidez. No
es necesario que yo los refiera ahora mismo. Las descripciones abundan: todos los
días y en múltiples foros. Como nunca antes.
Pero el hecho más luminoso es la maravillosa resistencia de los mexicanos,
que nos mueve a conservar la esperanza y enfrentar con animación el año que
pronto llegará. La nación persiste y se empeña en caminar, aunque lo haga sobre
terreno minado. Lo hace, como lo hizo, con saludable obstinación, entre la incer-
tidumbre y los vendavales, a pesar de las proclamas divisionistas, las promesas
incumplidas, la inseguridad rampante, la economía detenida, el dispendio de las
palabras y otros fantasmas de hoy y de otros tiempos que contribuyen a explicar
–lo reconozco– muchos infortunios de ahora.
Ese hecho luminoso nos mueve a despedir 2019 con ansiedad y a recibir 2020
con cierta esperanza voluntariosa. Seamos autores de nuestro propio optimismo.
No hay de otra.

45
PARA L A NAVI DAD D E L 2 02 0

LEGADOS DEL 2019 *

En la frontera entre dos años –o dos tiempos de la vida de México–podemos


leer el testamento de 2019. En él constan varios legados. Me ocuparé de algunos.
A ellos me referí en un artículo anterior en El Universal. Los caractericé como “te-
rrorismo penal”.
Un ilustre reformador dijo al término del siglo XVIII: el sistema penal ofre-
ce la medida de “los grados de tiranía y de libertad y del fondo de humanidad o
de malicia de todas las naciones”. Esa advertencia está vigente. La justicia penal
constituye el más dramático escenario del encuentro entre el ciudadano común y el
Estado poderoso. Esa justicia esgrime la espada que puede caer sobre el culpable y
sobre el inocente. ¡Cuidado!
En estos meses abundaron las reformas penales. Algunas despertaron ar-
dientes controversias. Otras pasaron inadvertidas. Pero ya comenzamos a olvidar-
las, merced al alud de novedades –ocurrencias o desgracias– que cada mañana
sepultan la memoria del día anterior. Pero ahí están y comienzan a operar. No po-
demos ignorarlas.
Supimos anticipadamente –sólo en alguna medida-- lo que vendría en 2019. En
noviembre de 2018 se emitió el Plan Nacional de Seguridad y Paz. En él se hallaba la
semilla de la siembra futura. Pronto llegaron las primeras andanadas a través de una
reforma constitucional de gran calado, iniciada en el mismo 2018. Así comenzaron las
novedades en este campo, tierra de conquista para el autoritarismo.
1. La primera gran reforma constitucional –“madre de todas las reformas”–
se planteó el 20 de noviembre de 2018. El aniversario de la Revolución sería la
fecha de arranque de la involución. En el corazón de la iniciativa, aprobada con en-
miendas –fruto de una deliberación en la que se alzaron resistencias democráticas
y reivindicaciones liberales–, figuraba el cambio del modelo de seguridad pública.
La propuesta se elevó sobre un diagnóstico irrefutable: la situación desas-
trosa que guardaba el país (y sigue guardando, agravada) en materia de seguridad.
Frente a esa crisis, que recibía el nuevo gobierno y que gravitaba sobre la sociedad,
era indispensable y justificado reorientar el rumbo. Pronto y a fondo.

* El Universal, 24 de diciembre de 2019.

46
L E GAD OS D E L 2 019

Para organizar el cambio se propuso una nueva institución: la Guardia


Nacional. Esta criatura de la institucionalidad redentora suscitó un gran debate.
Al final se afianzó la presencia de la Guardia –un cuerpo de raíz y perfil militares,
pese a las proclamas que lo niegan– y de las Fuerzas Armadas (por un período
de cinco años) en el ámbito de la seguridad pública, que es el espacio natural de
la policía civil y que hoy se ha militarizado. He aquí un legado del 2019. ¿Llegó
para quedarse?
2. En el mismo torrente de reformas se cargó el acento sobre una figura som-
bría que ya constaba en la Constitución: la prisión preventiva “oficiosa”. Recordemos
que la prisión de un individuo sujeto a proceso se justifica cuando hay riesgo de que
aquél se sustraiga a la justicia o altere la marcha del proceso. Es una medida ca-
suística que debe atender a las circunstancias específicas de cada sujeto y de cada
proceso. Esto no ocurre en la preventiva oficiosa.
En 2008 aprobamos una reforma penal constitucional poblada de claroscu-
ros. Entonces comenté: se trata de un vaso de agua fresca para saciar la sed de
justicia, al que se agregaron unas gotas de veneno. Entre éstas figuró la preventiva
oficiosa, que hemos extremado en 2019: espada de Damocles que pende sobre la
cabeza de los “presuntos inocentes”, expresión que ya parece extravagante. Otro
legado del año que concluye.
3. Siguió el torrente autoritario. Llegó la privación o extinción de dominio,
nacida en la cuna de 2008 y crecida con desmesura en el lecho de 2019. La Cons-
titución se niega a reconocer que es una medida penal, consecuencia de la (su-
puesta) comisión de un delito. Dice, con error, que se trata de una medida ajena
al procedimiento penal. Y por ser ajena a éste, no debe plegarse a las garantías
previstas para las causas penales. Basta un indicio para que el poder público prive
a una persona de la propiedad o la posesión de un bien material, que a partir de
ese momento puede ser vendido o adjudicado al objetivo que disponga la autoridad
administrativa. Oscuro legado en el testamento de 2019.
4. La ley secundaria hizo aportaciones a ese torrente. En la crónica figuran
la llamada “ley garrote” de Tabasco, del 31 de julio de 2019, que atropella dere-
chos fundamentales; las reformas al Código Penal de la Ciudad de México, del 1º
de agosto del mismo año, que elevan radicalmente las sanciones de diversos de-
litos (aumentar las penas de los delitos cometidos –sin perjuicio de la impunidad

47
PARA L A NAVI DAD D E L 2 02 0

rampante– suele ser la alternativa de la ineficiencia para prevenirlos), y las re-


formas de la legislación fiscal y penal que convierten ciertas infracciones fiscales
–inaceptables– en delincuencia organizada. Por ello, los infractores enfrentarán la
preventiva oficiosa. Todo esto consta en el testamento de 2019.
Hay mucho más qué decir, pero no espacio para decirlo. Ojalá que las vici-
situdes que nos abruman no nos hagan olvidar esos legados. Ahí están. Actúan.
Implican retrocesos notorios en el sistema penal y amenazas evidentes para el orden
democrático y para muchos ciudadanos. Más que eso: revelan una oscura tendencia
que pudiera avanzar hacia el abismo. En ese rumbo, los caminantes somos nosotros.

LOS JUECES DE LA REPÚBLICA

En el alba del 2020 –incierto para el mundo y para México– conviene meditar
sobre los jueces de la República. Son tema de nuestra agenda y preocupan a la na-
ción. Pido al lector –si lo tengo– un minuto de compañía para relatar una anécdota
que ilustra mi tema.
Federico II, rey de Prusia, pretendió adquirir las tierras de un modesto moli-
nero. Éste no cedió. El poderoso monarca amenazó al molinero con despojarlo de
su propiedad. Pero el confiado ciudadano enfrentó al emperador: “Afortunadamen-
te hay jueces en Berlín”. Éstos lo ampararían frente al rey. Así fue. Vale para Prusia
en el siglo XVIII, al que perteneció Federico, y debe valer para México en el XXI,
cuando merodean otras pretensiones, que a veces ocultan su oscura naturaleza en
un supuesto beneficio para la nación.
Quedó atrás la época en que los jueces cumplían los caprichos del señor
absoluto en sentencias complacientes. Al surgir los parlamentos declinó el po-
der señorial y la ley prevaleció sobre el arbitrio. Se dio un paso adelante cuando los
juzgadores –integrantes de lo que ahora llamamos el Poder Judicial– asumieron la
custodia del Estado de Derecho.

* El Universal, 14 de enero de 2020.

48
L OS JUE C E S D E L A REP Ú B LI CA

Hoy todos los jueces son guardianes de la legalidad. Heredaron la misión


de quienes supieron garantizar, hace más de dos siglos, los derechos del molinero
frente al poder del gobernante. Espléndida herencia. Los jueces constituyen la fron-
tera inexpugnable que detiene al poderoso y ampara al ciudadano. Contamos con
ese círculo de defensa. Es preciso asegurarlo, en el presente y para el futuro. ¡Ay de
nosotros si lo perdemos!
La Constitución y los tratados internacionales que obligan a México, exigen
del juez ciertas condiciones. Debe ser independiente, imparcial y competente. La
justicia naufragaría –y nosotros con ella– si quedara en manos de juzgadores su-
misos, parciales e incompetentes. El resultado sería un inmenso fraude al pueblo,
despojado de su mayor escudo contra el autoritarismo de quienes codician el poder
o la riqueza. Una codicia que opera a la luz del día o en la penumbra, y con aspira-
ción de perpetuidad.
Cuando el gobernante asedia a la justicia y pretende imponerse a despecho
de la ley y la razón, los juzgadores deben librar una ardua batalla. No es fácil ganarla,
pero tampoco es imposible. En todo caso, es indispensable. Eso es lo que se espera,
se requiere y se demanda de los jueces de la República. México ha tenido y tiene
–dijo Justo Sierra– hambre y sed de justicia. No hemos podido saciarlas. Para que
se pueda, necesitamos jueces ejemplares por su talento, su probidad y su valentía.
En horas del pasado y del presente han menudeado las arremetidas contra
los juzgadores. Algunas son justas. Otras, demagógicas. Y no pocas provienen de
un autoritarismo que aguarda el momento de sustituir la ley por la voluntad del
gobernante. El autoritarismo no reposa. Vela sus armas en todo tiempo y en todos
los ámbitos. Ese mismo develo debe caracterizar a quienes han asumido la función
más delicada de la República, siempre en peligro: preservar el Estado de Derecho y
amparar los derechos de los ciudadanos.
En las filas de la magistratura hay personajes de muy diversa calidad. Los
deshonestos e incompetentes deben ser excluidos; los dignos y valientes deben ser
reconocidos y exaltados. Conozco a muchos juzgadores que merecen el mayor res-
peto. Son ejemplo de probidad e integridad. Hay que destacarlo en el debate, que
arrecia, sobre los jueces de la República.
La independencia es prenda del buen juez y garantía del ciudadano. Lo pro-
clama la Constitución. Bien, pero no basta. Se requiere que el juzgador mantenga

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PARA L A NAVI DAD D E L 2 02 0

íntegra su independencia, a salvo de la seducción. De la mujer del César se pedía


que fuera honesta y lo pareciera. Lo mismo se exige del juzgador: que sea indepen-
diente y lo acredite en su desempeño cotidiano, sin vacilación ni fisura.
Ningún sistema de elección de jueces asegura, por sí mismo, esa independen-
cia. La política campea en los procesos de elección, aquí y dondequiera. Entonces
quedan a prueba la capacidad de resistir –como Ulises, solicitado por las sirenas– y
la fidelidad al juramento que hace el juez cuando recibe su investidura. Fidelidad a
la ley, y a nadie más. A nadie, aunque se halle en entredicho la gratitud hacia quien
hizo el nombramiento.
Concluyo con otra anécdota, que guarda parentesco con la del molinero. En
Francia corresponde al presidente de la República designar a quien preside el más
alto tribunal: el Consejo Constitucional. En 1986 un ilustre jurista, Robert Badinter,
fue designado presidente de ese Consejo. Había sido ministro de justicia del presi-
dente Francois Mitterrand, autor de la nueva designación.
Cuando se preguntó a Badinter si el hecho de haber servido a Mitterrand
empañaría su nombramiento al frente del tribunal, repuso sin vacilar que el primer
deber que cumpliría en su nuevo cargo sería el “deber de ingratitud”. Sí, ingratitud
–si así se mira– hacia quien lo designó, pero gratitud y compromiso con la nación
que aguarda justicia.
No sobra ponderar estos rasgos de la función judicial cuando soplan vientos
de fronda sobre las velas de la justicia. Los mexicanos viajamos en la nave que
despliega esas velas.

50
LA REFORMA QUE VIENE *

Un notable jurista, Gustavo Zagrebelsky, describe un fenómeno frecuente


en nuestros países: el diluvio de leyes. Son obra –dice– del “legislador motoriza-
do”. Los congresos, urgidos por la circunstancia, encienden el motor y se lanzan
a legislar con diligencia, no siempre con reflexión. En este mare magnum puede
naufragar la justicia.
Por supuesto, necesitamos leyes. Queremos vivir en un Estado de Derecho.
Pero las leyes son como los medicamentos: han de prescribirse y aplicarse con
experiencia y prudencia. En ocasiones el remedio puede ser peor que la enferme-
dad. ¡Cuidado!
Hace unos días expuse aquí mis temores a causa de la retahíla de reformas
constitucionales y legales acumuladas para enfrentar la inseguridad que nos agobia.
Reformas cuestionables y probablemente contraproducentes. Reformas atropella-
das y regresivas.
Es verdad que el crimen no cede y la inseguridad persiste. Las estrategias
anunciadas no dan resultados plausibles. La sociedad, desesperada, exige noveda-
des y eficacia. Por ello surgen iniciativas arriesgadas que debemos tomar con cautela.
Pero antes de marchar hacia el abismo, con alegre inconsciencia, meditemos nuestros
pasos y ponderemos su destino.
En una insólita sesión celebrada el 16 de enero en la Cámara de Senadores
se anunció un conjunto de planteamientos –todavía no fueron iniciativas formales–,
que implican giros de gran trascendencia en el orden jurídico: reformas a la Cons-
titución, modificación de muchas leyes, adopción de un código penal nacional y de
un nuevo código nacional de procedimientos penales, y así sucesivamente.
Fue mesurada la actitud del Presidente de la Junta de Coordinación Política
del Senado. Se abstuvo de opinar, por “sensatez”. Dijo que no conocía en detalle
las novedades. En consecuencia, no podía pronunciarse sobre ellas. Y en seguida
sugirió la misma “sensatez” a los coordinadores de las fracciones de los partidos
políticos. Nadie hizo uso de la palabra. Predominó la “sensatez”, virtud cardinal
de la política.

* El Universal, 30 de enero de 2020.

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PARA L A NAVI DAD D E L 2 02 0

Es indispensable emprender un estudio minucioso de las propuestas. Esto exi-


ge tiempo y reflexión. Sería irresponsable opinar en detalle ahora mismo. Pero tam-
bién lo sería guardar silencio, en espera de futuras deliberaciones. Hay que destacar
sin tardanza los puntos más oscuros del alud de propuestas, porque la reforma se
nos viene encima.
Uno de esos puntos oscuros es la vulneración del Estado de Derecho en uno
de sus reductos primordiales: la división de poderes. Se faculta al Senado, órga-
no político, para designar, vigilar y supervisar a una novedosa categoría de jueces
que tendrán a su cargo juzgar a otros jueces.
Otro punto negro es la supresión de los jueces de control en el procedi-
miento penal. Fueron una aportación saludable de la ambigua reforma de 2008.
Son juzgadores de garantía. Desaparecerían por obra y gracia de las propuestas
en tránsito.
Un desacierto más, gravísimo, es la posibilidad de conceder eficacia a prue-
bas ilícitas. Esto entraña un agravio a la razón y al Derecho. Si son ilícitas, no hay
argumento que las legitime.
Otro punto oscuro es la ampliación de medidas cuestionadas e inconstitucio-
nales (que se volverían –¡ay!– constitucionales). Es el caso del arraigo aplicable en
todas las investigaciones penales.
Hay más, en esta relación de sombras. Es el caso de la posibilidad, que se
pretende establecer, de intervenir comunicaciones privadas en materias de carácter
electoral y fiscal.
En algunos comentarios resurge la alusión a la llamada “puerta giratoria”.
Vale la pena tratar este “mito” con objetividad y franqueza. La liberación de delin-
cuentes no es consecuencia de fallas en la ley, y no debe inducirnos a prescindir
de la presunción de inocencia. La atropellada liberación que indigna a la sociedad
es producto de investigaciones deficientes y abstenciones deplorables de quienes
tienen el deber de proceder con eficacia y acusar con fundamento.
Por ahora sólo agregaré un tema: el proyecto de Código Penal Nacional. Es
necesario contar con él. Lo hemos requerido constantemente. Pero el proyecto no
culmina en “un” Código Penal Nacional, sino en un nuevo código federal y en la trein-
tena de códigos estatales en los que se conservarían los delitos “eminentemente del
fuero común” (sic).

52
L A RE F ORM A QUE VI ENE

Tengo la impresión de que en las propuestas formuladas no se ha escu-


chado al Poder Judicial, personaje indispensable en cuestiones que atañen a la
justicia. La reforma constitucional de 1995 se hizo de espaldas al Poder Judicial.
Ocurrió algo semejante en la reforma de 2008. Grave ausencia. Para bien de la
justicia, ojalá no se repita.
Se relata que cuando las fuerzas de la República habían cercado en Querétaro
a los partidarios del espurio emperador, Miguel Miramón dijo con expresión som-
bría: “Que Dios nos proteja en las siguientes horas”. El Altísimo no intervino y la Re-
pública triunfó. Quizás ahora podríamos parafrasear a Miramón y decir: “Que Dios
--es decir, la razón-- nos proteja en el próximo período de sesiones del Congreso”. Si
contamos con esa protección, se salvará el Estado de Derecho.

“MANO NEGRA” EN LA UNIVERSIDAD *

Pongo de lado el trascendental asunto del avión presidencial para ocuparme


de otros temas de la República. Uno, el movimiento feminista; otro, la “mano negra”
sobre la Universidad. Acojo la denuncia formulada por el primer mandatario del país,
que por un momento –sólo por uno– dejó de ocuparse del avión.
La reclamación de los derechos de las mujeres no ha ocurrido sólo en Méxi-
co. Se levantó en el mundo entero, y no cesa. Esta ola se asemeja a la turbulencia
de 1968: exigencia justa y vehemente, que viene de milenios de opresión y viaja por
encima de las fronteras. Una pujante reclamación cultural enfrenta a una antigua
cultura que se resiste a ocupar su lugar en el arcón de la historia.
Cuando la muchedumbre se levantó en Paris, en 1789, un ministro de Luis
XVI refirió al monarca lo que sucedía en la capital del reino. Luis preguntó: “¿Es un
motín?” El ministro respondió: “No, señor, es una revolución”. No pasaría mucho
tiempo para que rodara la cabeza del monarca, que debió encabezar la revolu-
ción, no ignorarla.

* El Universal, 11 de febrero de 2020.

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PARA L A NAVI DAD D E L 2 02 0

Reconozcamos la justicia que asiste a las mujeres –y a los millones de hom-


bres que militamos con ellas– en su fogosa exigencia. El origen se halla en la cul-
tura de la dominación que las ha sometido desde siempre. Contra aquélla se eleva
la poderosa revolución. No es posible ignorarla, porque puede tomar las vidas de
quienes debieran atenderla y no lo hagan con plenitud y oportunidad. Y de paso
puede tomar otras vidas.
Esta última afirmación me lleva al segundo tema de este artículo. Una revo-
lución tan vigorosa suele desbordar el cauce característico de otros movimientos.
Desbordante, afecta bienes y derechos muy alejados de las causas y las culpas que
generaron la revolución. Los combatientes no reconocen a sus verdugos y arre-
meten contra sus aliados actuales o potenciales. Quieren destruir el pasado y en
realidad minan el futuro.
Los riesgos y males crecen cuando otros intereses –a los que acostumbra-
mos llamar “oscuros” o externos”– asaltan a la revolución, la someten, arrebatan
sus banderas y se lanzan a la depredación. Las causas plausibles devienen abo-
minables. El relevo de la cultura opresiva se consuma a manos de fuerzas que
arrasan los bastiones desde los que se podría emprender el histórico relevo de la
opresión por la libertad.
Esas “fuerzas” son la “mano oscura” que perturba el progreso, impide la liber-
tad, oscurece el porvenir. Por eso es necesario “lamparear” –como se ha dicho, con
erudita expresión– la mano oscura. La lámpara para hacerlo y arrostrar sus conse-
cuencias se halla en la mano –¿clara?– de quien denuncia la existencia de una mano
oscura. ¿O no?
El peligro al que ahora me refiero se abate sobre la Universidad Nacional
Autónoma de México, un bastión del pueblo. Contra ella se han intentado o con-
sumado reiterados asaltos, que no amainan. Las autoridades universitarias han
enfrentado el asedio con prudencia y entereza. Además, con la cara descubierta
–a diferencia de sus embozados interlocutores– y con buenas razones, que no
desmayan. Pero no logran persuadir –ni podrían– a los asaltantes.
Quienes agreden a la Universidad destruyen el patrimonio material y mo-
ral de la nación. Frustran las legítimas expectativas de millares de jóvenes cuyo
futuro depende –íntegramente– de la generosa formación que provee nuestra
Universidad. En realidad, la víctima de ese ataque no es apenas una respetable

54
”M AN O N E G RA” E N L A U NI VERSI DA D

institución, sino la juventud a la que ésta sirve. Es la juventud quien sufre la


clausura de sus aulas y, con ella, el despojo de su porvenir. No es así como puede
avanzar la revolución por los derechos y las libertades de las mexicanas. También
el futuro de muchas, nuestras amigas, compatriotas, compañeras, depende de
la Universidad.
Los universitarios debemos elevar la voz en defensa de la Universidad, some-
tida a los golpes de la violencia. No es justo ni digno guardar silencio y dejar que
otros –no nosotros– libren la batalla por la Universidad. Apenas ayer celebrábamos
la autonomía de esa institución. Concluido el festejo, a la vuelta de la esquina, la
autonomía vuelve a padecer. Es preciso elevar la voz, “lamparear” a los agresores
–cada quien con la lámpara que le encomienda la ley– y oponer a la “mano negra” el
derecho y la razón.

LA UNIVERSIDAD: CUARTA LLAMADA *

Debo elegir un tema para estas líneas, entre los muchos que agobian a la na-
ción. La lista es muy larga. Todos requieren acción, con urgencia. Acción del Estado
y la sociedad. De nosotros, pues, sin salvedad.
Va una brevísima recapitulación. En estos días reaparecieron las tensiones
en la agenda universitaria, asediada por novedades ominosas. Además, arreció la
revolución cultural feminista, combatida con discursos mañaneros o atendida con
medidas reactivas y tardías. La violencia nos golpeó con insólita crudeza. El gobier-
no dispuso, sin deliberación pública, de una buena parte del fondo de contingencia
destinado a enfrentar problemas catastróficos. Persistió la crisis en el suministro de
medicamentos, que cobra vidas en los sectores más débiles de la población. Y así
sucesivamente. Para nuestro alivio, se atribuyó esta cauda de males a la malicia de
los conservadores y al neoliberalismo que nos aquejó. Buena explicación, certera,
juiciosa, persuasiva.

* Siempre, 28 de febrero de 2020.

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PARA L A NAVI DAD D E L 2 02 0

Pero también hubo noticias alentadoras. Se resolvió el arduo tema del avión
presidencial. Un asunto de trascendencia nacional –y pasmo internacional–, que
tuvo en vilo a la República y mereció amenas explicaciones desde la más alta tribuna
del país. Ciento veinte millones de mexicanos escuchamos con estupor. Entre las
vicisitudes del famoso avión figuró el amable entendimiento entre el poder político y
el poder económico. Un grupo de empresarios, comensales en una cena feliz, acep-
tó contribuir con largueza a la rifa de billetes de lotería –o algo así– para encaminar
la solución. Y la República respiró.
Voy, una vez más, al tema de la Universidad. En él me ocupé hace unos días,
con la generosa hospitalidad de Siempre. Sin embargo, hay motivo para insistir.
En los mismos días en que se acumulaban las nubes en nuestro cielo encapotado,
ocurrió una inesperada novedad. Sucedió que un legislador, movido por súbita ins-
piración (o por antigua codicia) planteó en la Cámara de Diputados una iniciativa
cuya aprobación echaría por la borda la autonomía universitaria. No se trata de un
hecho aislado. En el curso de un año han ocurrido otros de la misma o parecida na-
turaleza, que ponen en alerta a la Universidad de la Nación. Son llamadas a nuestra
puerta. Van cuatro, por lo menos.
Primera llamada
Recordemos que en los primeros días de esta administración –federal, no
universitaria– se promovió una reforma constitucional que pretendió retirar de la
Ley Suprema la fórmula de la autonomía universitaria (fracción VII del artículo 3º).
De un plumazo y sin previo aviso. Al conocer la noticia, un numeroso grupo de pro-
fesores de la Facultad de Derecho se reunió con el secretario de Educación Pública
en la antigua Escuela Nacional de Jurisprudencia y expresó su profunda preocupa-
ción. Hubo explicaciones que devolvieron la paz al campus universitario. El retiro de
la fracción constitucional sobre autonomía había sido un error, que se corregiría. Y
así fue, aunque no muy pronto. Quedamos en situación de alerta, como el público
expectante cuando escucha la primera llamada.
Segunda llamada
Pocos días más tarde, el proyecto de presupuesto de gastos de la Federación
previó un “recorte” a los recursos de varias instituciones de educación superior. En-
tre ellas figuraba la Universidad Nacional. Por supuesto, era inaceptable mermar los
recursos de que se dispone para la formación de profesionales y el desarrollo de la

56
L A UN IVE RSI DAD : CUA RTA LLA MA DA

investigación. La voz de alarma se elevó una vez más. Hubo reacción y explicación.
Por “lamentable error” –otra vez– apareció esa reducción en el proyecto de presu-
puesto. Se corrigió el error. Pero cambió el color en el semáforo de alerta. El público
escuchó la segunda llamada, con creciente expectación.
Tercera llamada
En semanas recientes –y a todo lo largo de muchos días, hasta hoy– la
violencia se ha manifestado sobre los recintos de la Universidad (y sobre todo el
país, con auge espectacular). Ha quebrantado la educación superior y perjudicado
a millares de jóvenes, cuya única posibilidad de libertad y progreso se halla en la
Universidad Nacional.
Reconocemos, sin regateo, que en el origen confesado de algunos hechos
violentos reside una causa justa: la revolución feminista contra la arraigada cultura
de opresión. Hecho innegable y dominante, que también se ha enfrentado –como
dije– con discursos copiosos y medidas reactivas y tardías. Sin perjuicio de ese ori-
gen notorio, que es indispensable atender –a fondo y con perspicacia y diligencia–
la Universidad observó la presencia de factores externos en la violenta escalada en
el campus. Y lo peor (y más elocuente y revelador): el presidente de la República
declaró que había “mano negra” en la Universidad, y agregó que era necesario iden-
tificar la “mano que mece la cuna” de los conflictos. ¿Y luego?
Cuarta llamada
Finalmente, todavía en febrero de 2020 –a unos días de 2019, año en que
celebramos la autonomía universitaria– se presentó en la Cámara de Diputados una
iniciativa de reformas a la Ley Orgánica de la Universidad Nacional Autónoma de Mé-
xico. Oscura iniciativa imprevista, totalmente desconocida para la comunidad univer-
sitaria. Recordemos que esa Ley Orgánica, que fue promulgada en 1945 y no ha sido
reformada desde entonces, consagra la autonomía de la UNAM y establece mecanis-
mos propios para asegurar el autogobierno universitario. Mecanismos consecuentes
con la naturaleza y las características de la Universidad, que han funcionado bien.
En el “aura” de la iniciativa aparecen antiguos fantasmas, deseosos de apo-
derarse de la Universidad y navegar a bordo. Frente a esos fantasmas, que no
reposan ni desfallecen, los universitarios han librado y ganado grandes batallas.
Obviamente, ninguna victoria es definitiva. Renovados asedios intentan dar mar-
cha atrás a las manecillas de la historia y reivindicar la plaza.

57
PARA L A NAVI DAD D E L 2 02 0

Cuando se tuvo conocimiento de la iniciativa, los universitarios actuaron


con presteza y energía. No era posible guardar silencio ante el atentado que po-
día cobrar la vida misma, la razón de ser, el destino de la Universidad Nacional. Y
con ésta, el porvenir de la educación pública superior, con todo lo que implica. El
Rector elevó la voz, denunció el agravio y exigió el rechazo de la iniciativa. Obró la
razón y hubo rápida respuesta en varios espacios del poder público, tanto legis-
lativo como ejecutivo. Era necesario que así fuera. Empero, esta ha sido la cuarta
vez, en el curso de un año, en que el error o la malicia llaman a las puertas de la
Universidad. Es flagrante el acecho. ¿O se trata apenas de una corriente de coinci-
dencias, errores o casualidades?
¿Habrá más llamadas? ¿Se avecina la gran función?
Regularmente, la función inicia cuando se convoca a los asistentes con una
tercera llamada. En nuestro caso, las convocatorias han ido más lejos. Vamos en la
cuarta. ¿Habrá una quinta, una sexta y otras más? Y la función de fondo, si la hay,
¿cuándo comenzará? No podemos aguardar, desprevenidos, como los moradores de
Constantinopla. De ahí la pertinencia de la voz elevada por el Rector y secundada
por varias instancias universitarias.
Ojalá que en este coro se alce la voz de todos los universitarios, y también
de quienes observan más allá de nuestras fronteras institucionales. Ojalá, porque el
mal que llegaría –cuando se cumpla el mensaje que anuncian las llamadas– alcan-
zaría a toda la nación con un golpe rotundo sobre las esperanzas de los jóvenes,
cifradas en la Universidad.

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MUJERES, LA REVOLUCIÓN EN MARCHA *

Los vientos que hoy circulan nos hacen recordar antiguas corrientes. En
1968 cundió el alzamiento contra una cultura arcaica y opresiva que se negaba a
morir. Había que arrebatarle la vida y asistir a otro parto de la historia: una nueva
libertad, impuesta por la juventud. Se multiplicaron los campos de batalla. Hace
dos años recordamos en México esa contienda y sus graves explosiones, sus avan-
ces y sus frustraciones. En todo caso, marcó la línea divisoria entre el pasado que
comenzaba a ceder y el futuro que comenzaba a nacer.
Hoy emerge otra revolución. Las mujeres –y multitud de aliados varones–
impugnan con vehemencia, ira, fiereza, la cultura de la opresión que las confinó.
Se ejerció este confinamiento con persuasiva cortesía –la confinación poética, di-
gamos–, con asignación de roles y cultivo de estereotipos –la confinación cultu-
ral– o con rudeza brutal –la confinación violenta–, que ha cobrado infinidad de
víctimas. En el fondo, simple dominación, exclusión, maltrato, subordinación. Todo
eso puebla los clamores y los reproches, el rechazo y la justicia por propia mano
que han salido a nuestras calles y dominado nuestras deliberaciones. Las manifes-
tantes vencen temores y alientan esperanzas. Denuncian la condición de víctimas
que presidió el naufragio de millones de seres humanos. Y en el torbellino de las
reivindicaciones, también victiman. Es que –para decirlo con una frase bien sabida–
“la revolución es la revolución”.
¿De qué se trata, pues? Se trata, es obvio, de un movimiento profundo,
histórico, incontenible por los derechos de las mujeres, infinita población que dejó
de ser invisible y se propone ser poderosa. “Empoderarse” bien y pronto. Se tra-
ta de derechos humanos –obviamente–, y bajo esa bandera se abre paso la re-
volución en este momento de la historia. Sigue el curso de otras rebeliones, pero
posee un plus que le confiere alcance descomunal: el contingente que emerge de la
oscuridad, a voz en cuello y con las armas en la mano, es la mitad de la humanidad.
Nada menos.
Muchas mujeres precursoras iniciaron el camino hacia una nueva era de de-
rechos políticos, familiares, educativos, laborales. Las declaraciones de derechos

* El Universal, 6 de marzo de 2020.

59
PARA L A NAVI DAD D E L 2 02 0

humanos de Nueva Inglaterra y de Francia se fraguaron en nombre de la humani-


dad. Pero no abarcaron –ni en los hechos ni en los derechos– a las mujeres, como
tampoco a los habitantes de países dominados y a individuos con otro color de piel.
Esos derechos no eran tan universales. Sería necesario derribar muchos muros para
franquear el paso de los excluidos.
En el escenario internacional, las mujeres consiguieron tratados internacio-
nales contra la discriminación y la violencia, convenios que cuentan con el mayor
número de Estados suscriptores, aunque no necesariamente cumplidores. En el es-
cenario mexicano, el Constituyente de 1917 olvidó los derechos de las mujeres, y
éstas debieron aguardar con infinita paciencia las reformas, arietes de buena volun-
tad –rara vez de estricta observancia– que les permitieran andar en el mismo piso en
que circulan los varones.
Estamos ante una revolución, no sólo frente a estallidos que se vuelquen
contra personas e instituciones que defraudaron a las mujeres. Esa revolución pue-
de fijar otra frontera entre el pretérito y el porvenir. En el proceso habrá altas y
bajas y viviremos de nuevo la experiencia de que “la revolución es la revolución”.
Procuremos, sin embargo, armonizar la pasión con la razón –ardua empresa, apenas
factible cuando se exaltan los ánimos y abundan los agravios– y abrir un cauce para
que discurra la tumultuosa novedad y se instale, apacible, en la vida cotidiana. Ahí
encontrará la sangre el lugar de su reposo, como dice el poema náhuatl.
No será fácil llegar a ese lugar donde la sangre se interne en la tierra y la fe-
cunde para generar nuevos frutos. Habrá que hacer un enorme esfuerzo de cultura
y justicia, política y solidaridad. El campo está lleno de cruces, entre las que figuran
las de crímenes perpetrados en días recientes, mientras lanzamos al vuelo prolijos
discursos sobre “equidad de género”. No obstante su insólita crueldad, aquéllos son
apenas la reiteración flagrante de hechos que abundan en la “hoja de vida” –o me-
jor, “hoja de muerte”– de una justicia incompetente y de una sociedad indiferente.
Vale leer los testimonios, las reflexiones, los apremios conmovedores que aparecen
en la sección “Confabulario” de El Universal, del 1 de marzo de 2020.
En este difícil proceso, que nos alcanzó de pronto, desfila todo género de par-
ticipantes. Unos asumen con diligencia las reformas indispensables, como lo hace
la Universidad de la Nación. Otros pretenden oponerse al torrente, que se cerrará
sobre ellos como las aguas del Mar Rojo. Hay arribistas que lucran bajo banderas

60
M UJE RE S, L A RE VOLUC IÓN EN MA RC H A

que nunca fueron suyas. También acuden pescadores que sólo desahogan sus pro-
pios enconos. Y existen, por supuesto, quienes atribuyen esta revolución –que no
comprenden ni supieron compartir y mucho menos encabezar, perdiendo así una
oportunidad histórica– a los fantasmas que pueblan su imaginación: los espectros
neoliberales y conservadores. ¡Vaya fantasía, esta última, tan ajena a la historia y a
la realidad! En suma, hay de todo en la “bola que vino y nos alevantó”.
En México, hoy, estamos acostumbrados a la incertidumbre, única certe-
za que actualmente conocemos. No podemos predecir el desarrollo y las conse-
cuencias de las convocatorias que se han lanzado para recoger la reclamación de
las mujeres –legítima, necesaria reclamación– en los próximos días. Ojalá que la
reivindicación de unos derechos no extravíe la vigencia de otros, y que de todos
provenga un nuevo estatuto de libertad y solidaridad. Ojalá. Para lograrlo conta-
mos con nosotros mismos, y con nadie más. Esta vez, la suerte de la navegación
se halla en manos de los marineros. En ellos, que somos nosotros, confiamos. Por
supuesto, no invito a la plegaria, sino a la reflexión y a la asunción de responsabi-
lidad personal y colectiva. Mientras tanto, caminemos. Las mujeres han ganado la
calle. Compartámosla.

LIDERAZGO LÚCIDO Y EFICAZ *

A grandes males, grandes remedios administrados con lucidez y eficacia, vir-


tudes indispensables cuando soplan vientos de guerra. ¿Es mucho pedir si están en
juego la salud y la vida? Esto lleva a la exigencia de liderazgo para enfrentar la crisis
cuyo agravamiento se avecina. Clamamos por un liderazgo convincente, que encami-
ne sus medidas –y su estilo “personal”– hacia la salud de los ciudadanos.
No digo que todos los males se originaron dentro del país y obedecieron
a nuestros continuos desaciertos. Vienen de otras latitudes. Afectan al mundo.
Pero están aquí, y debemos enfrentarlos. Por eso necesitamos contar con un

* El Universal, 3 de abril de 2020.

61
PARA L A NAVI DAD D E L 2 02 0

liderazgo lúcido y eficaz, que se desempeñe con energía y serenidad. ¿Es mucho
pedir en favor de ciento veinte millones de mexicanos que aguardan los estragos
de la pandemia?
Dije que soplan vientos de guerra. Son palabras utilizadas en otros países. Al
repetirlas evocamos los liderazgos de Churchill, Roosevelt, De Gaulle, que enfrenta-
ron tormentas con lucidez y eficacia. Tenían madera para hacerlo, y si no la tenían,
la asumieron en el camino.
Ahora enfrentamos problemas que ponen a prueba el rumbo y los métodos
para resolverlos. Uno es la inseguridad abrumadora. Otro, la revolución femenina, hoy
ensombrecida. Uno más, la retracción económica. Y finalmente, la pandemia con un
torrente de consecuencias.
Es evidente que la estrategia de seguridad no ha tenido éxito. Lo es que
el conductor del Estado no encabezó, como era su deber histórico, la revolución
cultural de las mujeres. Lo es que el capitán de la nave ha contribuido al naufragio
de la economía. Y lo es finalmente –por ahora–que en el puente de mando han
proliferado las actitudes erráticas y las deficiencias manifiestas (sin que ignore-
mos el comportamiento de funcionarios que han “dado la cara” y de servidores de
la salud acompañados por una legión de voluntarios).
Es alarmante que se desatienda la racionalidad reclamada por científicos que
ponen su competencia al servicio de México. Es alarmante que no adoptemos una
sola medida a la altura de las circunstancias para enfrentar las enormes consecuen-
cias económicas de la pandemia. Es alarmante que se produzcan desórdenes que
amenazan –más todavía–la seguridad y la paz. Es alarmante que no sepamos la
verdad comprobable sobre enormes cantidades retiradas del fondo de contingencia
–sin que operasen los contrapesos de la democracia– y los cuatrocientos mil millo-
nes mencionados en promesas mañaneras.
Es alarmante que la opinión pública no pueda unirse en el conocimiento fide-
digno de la pandemia y de los medios para enfrentarla. Es alarmante que se multipli-
quen los remedios aislados en un campo de batalla que reclama acciones unitarias.
Es alarmante que no haya un plan de crisis que proteja a quienes no pueden “que-
darse en sus casas” y a millares de empresas a punto de la bancarrota.
Se anunció la adopción de medidas. Una de ellas facilita adquirir equipos y
medicamentos cuyo desabasto fue provocado por acciones que comprometieron la

62
L I D E RAZG O LÚC I DO Y EFI CA Z

salud de los más desvalidos, que no se satisface con discursos oportunistas, sino
con médicos, medicinas y hospitales.
También están a la mano otras medidas extremas. Figuran en la Constitución
(artículo 73, fracción XVI) y en la Ley General de Salud (capítulo II del título octavo).
Pueden ser necesarias. Pero deben ser aplicadas y vigiladas rigurosamente, no sea
que la defensa de la salud se resuelva en afectaciones a la democracia y al sistema
de libertades civiles.
Hay nubes muy oscuras en el horizonte de nuestra navegación. Por eso recla-
mamos del capitán asumir responsabilidades claras a través de programas pertinen-
tes, suprimir proyectos dispendiosos que consumen recursos indispensables para la
salud de los mexicanos, manejar con lucidez y eficacia la nave cuyo timón puso el
pueblo en sus manos con una confianza que declina y una esperanza que mengua.
Necesitamos y merecemos liderazgo de estadista, conforme a las circunstancias,
no caprichos aldeanos. Hay que restar errores y multiplicar aciertos. Esta aritmé-
tica nos salvará del abismo.

EL ANILLO AL DEDO Y LA SOGA AL CUELLO *

Nuestro gobernante, que da insólitas sorpresas a sus gobernados, llegó al


colmo de las ocurrencias. Dijo urbi et orbi –para la ciudad y para el mundo– que
la crisis nos cayó “como anillo al dedo”. Y siguió, tan campante, el desarrollo de su
discurso. No pongo ni quito palabra de la oración mañanera con la que despertamos
pueblo y gobierno, todos a una.
Aquel dicho tiene un significado inequívoco para los seres humanos de esta
república atribulada, víctimas de lo que el mismo mandatario llamó una crisis tran-
sitoria, de la que saldremos bien librados. De ser verdad que ésta nos llegó “como
anillo al dedo”, debemos recibirla con alegría. Sin embargo, los contagios y las de-
funciones nos han ensombrecido. “Anillo al dedo”.¿Qué anillo? ¿Qué dedo?

* El Universal, 11 de abril de 2020.

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PARA L A NAVI DAD D E L 2 02 0

Quienes escuchamos el diagnóstico sobre nuestro amable presente y nues-


tro destino promisorio no quedamos convencidos. En medio del estupor, algunos
pensaron que la fatiga había operado en contra del orador –y en contra nuestra– y
sustituido la expresión pertinente por la extraña ocurrencia El orador dijo “como
anillo al dedo”. Debió decir “como soga al cuello”. Y soga que aquél aprieta.
Poco antes, el orador había convocado a sus opositores –una legión cre-
ciente, cada vez más irritada– a una tregua que permitiera a la nación concentrar-
se, unida, en la lucha contra la epidemia. Muy bien que llame a la paz quien ha
batido tambores de guerra. Supusimos –ingenuos– que la confrontación cesaría.
Creímos –voluntariosos– que habría diálogo y concordia, tolerancia, comprensión
y razonamiento. Acciones a la altura de las circunstancias. Tirios y troyanos que-
daron a la expectativa.
Las esperanzas se cifraron en el micrófono encendido en Palacio el 5 de abril
de 2020, año de la crisis transitoria, del “anillo al dedo” y de la tregua. No ocurrió lo
que esperábamos y sí lo que muchos temían. En otras palabras: no sucedió nada,
salvo más de lo mismo. Nada, si se considera que estamos enfrentando uno de los
acontecimientos más graves y devastadores de que tengamos noticia. Sin duda.
El arte del buen gobierno requiere lucidez y competencia, requisitos para
manejar los medios de los que el gobernante se vale para promover la felicidad del
pueblo. Uno es su palabra, que no ilumina ni convence. Otro, las condiciones que
aseguren la vida y la integridad de los ciudadanos, en constante peligro. Otro, las
medidas que favorezcan el desarrollo del pueblo, que se hunde en un naufragio
anunciado. Y habría más que añadir para rectificar y enfilar la nave.
Bien que no se retorne a medidas que favorezcan a los acaudalados y olviden
a los necesitados. Tuvimos muchas. Dijo Humboldt que México era el paraíso de la
desigualdad. Y lo es. Por supuesto, sabemos que no habrá medida alguna que afecte
a los privilegiados de siempre: ni con el pétalo de una rosa. Pero ahora se trata –en
serio, gobierno de la República– de impedir el colapso de nuestra economía, lanzar
un salvavidas –no una “soga al cuello”– a las empresas que desfallecen, asegurar los
empleos, no a partir de la benevolencia clientelar del gobernante, sino de la creación
o la preservación de fuentes de trabajo.
No es la hora de oprimir a quienes se juegan todo lo que tienen para mante-
ner a flote la nave en la que viajamos. Todos, también el gobierno y los gobernantes.

64
E L AN I L L O AL D E D O Y L A SO GA A L CU ELLO

En esta crisis transitoria, de la que saldremos bien librados –recojo el diagnóstico


y el vaticinio– llegó la hora de actuar con lucidez y competencia. Hay que apoyar
al aparato productivo, donde se inicia el colapso. Hay que rescatar al sistema de
salud, golpeado sin misericordia. Hay que prescindir de viejos rencores y profun-
dos complejos que han dividido a los mexicanos. Si no lo hacemos pronto, bien y
a fondo, ¿cuándo?
Es preciso que se abra la puerta de la razón y el entendimiento. El gobierno
tiene la palabra. Para eso es gobierno. Debe prescindir de sus fobias, dispersar las
nubes que le impiden medir la oscuridad del horizonte y percatarse de que la crisis
no nos llegó “como anillo al dedo”, sino como “soga al cuello”.

NO, PRESIDENTE, NO ES POR AHÍ *

Vamos a la mitad de la ola. Crecerá como un tsunami. Pronto estaremos en la


cresta, confiados en nuestra suerte y atenidos a las medidas que apliquemos en estos
meses de crecida. No hay más.
Pero me equivoco: sí hay más. Hay un flujo inagotable de torrentes maña-
neros. Al lado del orador suele haber quienes orientan sobre el tsunami que se
avecina. Pero luego vuelve el torrente. Salpica con incursiones en el vacío y convo-
catorias al desconcierto.
Hoy calculamos nuestro destino. Observamos la angustia de quienes se miran
en el espejo de otras naciones. Miramos el esfuerzo de los profesionales de la salud
y de los voluntarios que ponen en riesgo su vida. Reconocemos la tarea de quienes
mantienen las fuentes de trabajo, contra viento y marea. Nos dolemos de la declina-
ción de la economía.
En esas estamos cuando aparece un tema fulminante. Digamos que ya “éra-
mos muchos, y parió la abuela”. En algunos círculos se volvió la mirada hacia una
novedad muy discutible: la revocación del mandato presidencial. Difiero de quienes

* El Universal, 23 de abril de 2020.

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PARA L A NAVI DAD D E L 2 02 0

proclaman sus virtudes. Arguyen que se trata de una medida democrática. Así
la presentó quien propuso, en horas de arrebato, el ingreso de la revocación en
el orden jurídico de la República. Y ahora el autor de la novedad se exalta por la
criatura que engendró.
La revocación se inscribió de pronto en el orden del día. “Mi cargo está a su
disposición –dijo el capitán de la nave, en pleno vendaval–. Si los pasajeros lo dis-
ponen, deshagamos lo que hicimos, reformemos lo que reformamos y relevemos al
capitán” ¡Vaya ocurrencia!
No, presidente, no es por ahí. No será promoviendo discusiones que dividen
a los mexicanos, como enfrentaremos la pandemia. No será promoviendo heridas,
rencillas y disputas, como mitigaremos los efectos de la ola que nos tiene en vilo. No
será generando nuevas divisiones, como resolveremos los malos pasos de una eco-
nomía que desfallece. No será dejando el timón a los vientos de la demagogia, como
llevaremos a puerto la nave que transporta a los mexicanos, dolidos y temerosos.
No, presidente, no es por ahí. No puede tomar la palabra a quienes se la
ofrecen en el peor momento y sugerir siquiera la posible salida de la nave por una
escotilla. No es aceptable que la revocación tome el lugar que deben tener las re-
flexiones y las acciones en torno a la desgracia que altera nuestro destino.
No, presidente, no es por ahí, aunque usted recogiera el tema con vehemen-
cia, como alguna vez recogió, para sorpresa de sus compatriotas, otro fantasma: un
imaginario golpe de Estado.
Si no es por ahí, ¿por dónde sí? No hay duda: cuando fallan las medidas de
buen gobierno, abundan las carencias y las dolencias, reaparecen los enconos y se
abren las grietas que alguien extremó en el seno de la sociedad, ha llegado el mo-
mento de reflexionar. Por ahí sí, presidente, por ahí sí.
A la sombra de los resultados que hemos cosechado y de las circunstancias
emergentes, es preciso rectificar y encauzar la nave con lucidez y responsabilidad.
Necesitamos unidad, no discordia. Necesitamos recursos, no derroche. Necesita-
mos meditación, no palabras que nos dividen. Necesitamos verdaderas medidas de
aliento para la economía en picada. Necesitamos, en fin, una honrada y profunda
rectificación. Por ahí sí, presidente, por ahí sí.
Hagamos la prueba. Rectifiquemos medidas y encaminemos nuestras fuer-
zas en una misma dirección, que promueva convergencia. Abandonemos proyectos

66
¿ N O, PRE SI D E N TE , NO ES P O R A H Í

“insignia” en los que dilapidamos nuestro patrimonio, y rescatemos los fondos que
necesitamos para la salvación del país. Dejemos el discurso que incendia, sustituido
por un mensaje de armonía con profundo valor político y moral.
Por ahí sí, presidente. En todo caso, hagamos la prueba. Ya conocemos lo
que no ha servido. Ahora hagamos lo que no hemos hecho. Acudamos a salvar nues-
tra nave, convocando a todos los navegantes. Sin ofensa, sin rencor, sin resenti-
miento, sin complejos. Nuevos tiempos requieren nuevas medidas, a la altura de las
circunstancias. Sí, presidente, por ahí sí. Es su oportunidad histórica. Más toda-
vía: es su grave responsabilidad, que no puede declinar ni compartir.

AQUÍ MANDO YO *

Nos hallamos en el punto de encuentro entre una democracia que desfallece


y un autoritarismo que cunde. Este es el punto en el que cada quien resuelve su
suerte: de un lado, el que dice “Aquí mando yo”, y del otro, el que acepta: “Y yo acato,
sin chistar”. ¿Exagero?
Hace poco más de un año, en el estreno de este sexenio infinito, publiqué en la
hospitalaria revista Siempre un artículo cuya sombra me persigue. Lo titulé “Obedecer
y callar”, en recuerdo al marqués de Croix, virrey de la Nueva España, que hizo saber
a sus vasallos el deber al que se hallaban sujetos: “Obedecer y callar”.
Digo que la sombra de ese título me persigue –nos persigue–, porque ahora
mismo se aparece en las calles de México, en el arroyo del crimen y la pobreza, la
imagen del marqués que recuerda a los ciudadanos, cada vez menos asombrados, su
obligación inexorable: “Obedecer y callar”.
La picaresca de nuestros días ha incorporado otras expresiones para acica-
lar la frase del virrey. El depositario del poder público, del sufragio y la esperanza
del pueblo, del destino de la nación, nos dice que atendamos la verdad y sigamos
la consigna que emite cada mañana con implacable puntualidad. Y si alguien eleva

* El Universal, 2 de mayo de 2020.

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PARA L A NAVI DAD D E L 2 02 0

una protesta o pone gesto de extrañeza o, peor todavía, ensaya alguna iniciativa
por su cuenta –en ejercicio de una antigua libertad–, el marqués redivivo le recor-
dará, en tono terminante: “No estoy de florero”.
Estamos en temporada de pandemia, una siniestra lotería en el centro de
nuestras preocupaciones. Pero nada puede ocultar el otro mal que nos asedia: el
autoritarismo se cierne sobre México. Lo que pareció posible se volvió probable, y lo
que advertimos probable acabó siendo cierto y evidente: el autoritarismo se ha apo-
derado de la República –o lo pretende–, aspira a gobernar la conducta de la nación
y a fijar su destino.
El autoritarismo –una plaga, en el estricto sentido de la palabra– tiene
diversas manifestaciones, que van de leves a fatales, como ocurre con las enfer-
medades. Puede ser capricho, arbitrariedad, ocurrencia. Al poco tiempo se con-
vierte en despotismo (ilustrado o ignaro, como sabemos). Un paso adelante es
dictadura. Y luego, absolutismo. Los teóricos del poder público y la sociedad po-
lítica distinguen estos grados de subordinación de los ciudadanos a la voluntad
de un sujeto o de un grupo, con caudlllo al frente. Pero todos los grados tienen
un signo común: el autoritarismo. “Aquí mando yo”. Los demás, obedecemos. Y de
preferencia, callamos.
En este país, que muy pronto olvida sus más dolorosas experiencias, comen-
zamos a vivir bajo ese signo. Amanece cada mañana y nunca reposa. Es grave por
partida triple: primero, porque nos oprime y desvía; segundo, porque avanza con
identidad encubierta y banderas engañosas; y tercero, no menos grave, porque po-
demos acostumbrarnos a vivir con el síndrome del marqués de Croix.
El Estado de Derecho –garantía de los ciudadanos y muralla frente al po-
der arbitrario– ha comenzado a rodar cuesta abajo. Desciende con velocidad cre-
ciente. La supresión del Estado de Derecho –es decir, de todo lo que somos y
tenemos– trae consigo un nuevo orden que se avecina a paso de ganso, como en
los años treinta, en el que sólo manda quien manda, sin freno ni ley, ni control
ni contrapeso. Lo estamos viendo y comenzamos a padecerlo. “Aquí –dice el que
manda–, mando yo”.
Se están desvaneciendo los contrapesos frente al poder que pretende asumir
un solo hombre. Los legisladores, complacientes, dejan hacer y pasar. Los juzgadores,

* El Universal, 9 de mayo de 2020.

68
AQUÍ M AN D O YO

acosados, pueden sucumbir. Los medios de comunicación padecen un estado de


sitio, que los tiene en vela y quiere mantenerlos en silencio. La sociedad civil, abru-
mada, libra menudas escaramuzas, una guerrilla de desgaste que suele culminar en
el repliegue y el escarnio. Y ahí vamos. De nuevo: “Aquí mando yo”
Los ejemplos de esta tendencia desoladora están a la vista de todos los
mexicanos, lo mismo quienes quieren saberlos, que quienes prefieren ignorarlos. Si
fuera indispensable mencionar un ejemplo flagrante de ese apetito de poder dic-
tatorial que nos ronda, bastaría con invocar la muy reciente iniciativa de ley que
pretende poner en las manos de su autor facultades que corresponden al Con-
greso para manejar el presupuesto de la Federación. Quizás se adopten algunas
enmiendas a esta escandalosa propuesta, que entrega al Ejecutivo el manejo de
los recursos aportados por los ciudadanos y aprobados por el Congreso. Pero aun
así, habríamos tenido una prueba fehaciente, por si faltaran más, del talante auto-
ritario con que se ejerce el poder.
Es verdad que la salud individual y social se halla en peligro. Ya dije que
estamos a merced de una lotería que puede golpear a cualquiera. Pero también es
verdad que está en grave riesgo otra condición de nuestra vida: la salud de la Re-
pública, que se fuga de nuestras manos por las fisuras que abre el autoritarismo.
Si alguien intenta detenerlo, el autoritario proclama ante la muchedumbre sumisa:
“Aquí mando yo”. Y, en efecto, “no está de florero”. Una antigua consigna militar
dispone: el que manda, manda, y si se equivoca, vuelve a mandar. En nuestro caso
no existe el riesgo de que vuelva a mandar, porque nunca se equivoca. Quienes nos
equivocamos somos nosotros. ¿No es así?

69
PARA L A NAVI DAD D E L 2 02 0

EL MODITO *

Sí, señores: analicemos nuestro “modito” antes de que la sangre llegue al río.
Si llega, no alcanzará para todos. Entonces, queridos amigos y sufridos compatrio-
tas: ¡cuidado con el “modito”!
Decía don Jesús Reyes Heroles que en política la forma es fondo. En otros
términos, el modo de hacer las cosas, es decir, la forma, revela la identidad de
los problemas y encamina las soluciones, es decir, el fondo. Más o menos, en lectu-
ra libre. Agregaré que ocurre lo mismo en otros campos. Finalmente, todos vivimos
de algún modo, que puede ser “modito”. Cada quien el suyo, pero sin excesos.
De mi infancia recuerdo un libro que leí por consigna de mis mayores: el Ma-
nual de Carreño sobre buenos modales. Fue un breviario inevitable que nos enseñó
modos y “moditos” para andar sin tropiezos.
En aquellos años también campeó otra biblia del mismo género, aunque de
distinto idioma: la obra de Emily Post sobre buenos modales. No descifré todas sus
fórmulas de cortesía, pero las que no entendí me las imagine.
Llevado este asunto a su manifestación política –que nos eleva a cumbres
insospechadas o nos hunde en profundos abismos– conviene recorrer la historia
de los “moditos” politicos. Van de lo trivial a lo gravísimo. De ellos ha dependido el
pase a la historia de muchos gobiernos y gobernantes, con todo y sus pueblos.
En la accidentada apertura de nuestra democracia se asedió al presidente
Madero, mexicano luminoso, con infames comentarios y caricaturas grotescas. Este
género no desmayó, aunque tropezara con sujetos autoritarios.
Hoy, con una pesada experiencia sobre los hombros, no acabamos de
entender que la forma es fondo y que debemos cuidar nuestros dichos, nues-
tros hechos y nuestros pasos, disciplinados al “modito” dominante. Es verdad
que los discursos sobre “moditos” no tienen el valor de las leyes, pero también
lo es que sus reglas alcanzan un poder que ya quisieran para un día de fiesta las
leyes más exigentes.
En el discurso mañanero se levantó la voz para impugnar iniciativas temera-
rias y cuestionar el “modito” con que se conducen los adversarios del orador, esto

* El Universal, 9 de mayo de 2020.

70
UN E RROR,
E L M OD
PREITO
SI DENTE

es, todos los ciudadanos que difieren del pensamiento que opera en Palacio. Ese
cuestionamiento fue tan pertinente como oportuno, para que nos ajustemos a la
versión moderna de los buenos modales, revisando los “moditos” que cunden.
También hay que tener a la vista la galería de los “modosos”, que estorban
la transformación de la República. Son conservadores redivivos, neoliberales irre-
dentos, fífís de la última ola (no importa que haya diferencias, e incluso antagonis-
mos, entre lo que son y representan los conservadores, los neoliberales y los fifís,
aunque todos se identifiquen, eso sí, como adversarios del progreso).
Quienes tuvieron la ocurrencia de presentar un proyecto alternativo o com-
plementario, o lo que fuera, para aliviar la crisis económica que traemos encima
(agravada por otros “moditos” de los que no hablaré ahora), faltaron a las reglas
imperantes sobre el “modito” oficial para hacer las cosas.
Esos ocurrentes no acreditaron cordura, oportunidad, estilo, prudencia. Y ni
siquiera gracia y cortesía. Asumieron un “modito” inaceptable y produjeron malas
consecuencias. Por lo pronto, quedó en vilo la libertad de expresión e iniciativa, y se
produjo un nuevo desencuentro. No hacían falta más aportaciones de este carácter
a nuestra sociedad tan herida y dividida, por obra y gracia de muchos factores (y de
ciertos “moditos” de los que no hablaré ahora).
Es tiempo de rectificar, queridos amigos y sufridos compatriotas. Basta del “mo-
dito” que puebla las columnas de los diarios y las revistas, los cartones de los dibujantes
y caricaturistas, y no se diga los agresivos mensajes que muchos temerarios, con pésimo
gusto y nula educación, remiten a diestra y siniestra por medios electrónicos. ¡Basta!
Recordemos que forma es fondo y observemos las reglas del derecho, la mo-
ral y la urbanidad política, interpretadas con fervor republicano. Los irreflexivos que
suscitaron la advertencia contra los “moditos” deberán reconsiderar sus ideas y su
conducta. En lo sucesivo podrían decir: “¿Me permite usted?” O bien: “Salvo su opi-
nión, que acataré”.
Nos iría mejor si abolimos nuestras angustias, cancelamos nuestros proyec-
tos, aceptamos el pan de cada mañana –que está muy bien cocinado–, lanzamos
por la borda los “moditos” que se aparten de la línea de mando y nos sumamos a las
consultas a mano alzada que abonan a la verdad y dan bandera a la existencia. Si
hacemos todo eso, habríamos ingresado a la era del buen modo, o sea, del “modito”
que permita transformar a la nación.

71
PARA L A NAVI DAD D E L 2 02 0

UN ERROR, PRESIDENTE *

En mi larga vida he tenido cercanía con muchos militares. Entre ellos cuento
con queridos amigos. Son ciudadanos cabales, que han servido al país con integridad
y patriotismo. Con la misma excelencia con que lo han hecho innumerables civiles.
Pero ese no es el asunto de estas líneas, que se referirán a un error histórico:
el acuerdo presidencial del 11 de mayo de 2020, que involucra a los militares. Error
de quien tiene a su cargo la tutela de los derechos y las libertades de los ciudada-
nos, la integridad de las instituciones y la salvaguarda de la democracia. El acuerdo
–error de mayo– militariza la seguridad pública. Llena una página en estas jornadas
y podrá llenar otra, sombría, en las que se avecinan.
Mariano Otero, uno de los fundadores de la nueva nación y del juicio de
amparo, dijo el 11 de octubre de 1842 que la confusion de tareas entre el ejército y
la policía legado “que nos dejó el gobierno español”. Ha sido “funesta a la “paz de la
República y a la conservación de la libertad”. No hay nada nuevo bajo el sol.
Por supuesto, lo dicho no implica descrédito para la función de las armas –en
sí misma–, que el pueblo deposita en manos honorables para la preservación de sus
libertades. Consta en el artículo 12 de la Declaración de los Derechos del Hombre y
del Ciudadano, de 1789: “La garantía de los derechos del hombre y del ciudadano ne-
cesita una fuerza pública”. Y lo mismo se puede decir de la policía, una corporación
que atiende al deber nuclear del poder público, razón de ser de la sociedad política:
proteger los derechos fundamentales.
Hay que mantener en vigilia el deslinde entre ejército y policía. Cada uno tiene
atribuciones conforme a su naturaleza; responde a diversas vocaciones institucio-
nales; se integra, prepara y actúa bajo sus atribuciones y al amparo de su vocación.
Convertir al ejército en policía entraña graves peligros –de los que muchos países
dan testimonio, y México no es excepción– para los derechos humanos y para la
sociedad democrática. Nuestros derechos y nuestra sociedad.
De ahí que el ultimo presidente (2012-2018) –que ahora goza de una vida fes-
tiva– y el candidato a la presidencia (2018) ofrecieran, en sus momentos, disponer el
retorno del ejército a las funciones inherentes a su naturaleza constitucional. No lo

* Siempre, 16 de mayo de 2020.

72
UN E RROR, PRE SI DENTE

hicieron. Por el contrario, el mandatario de entonces intentó una ley inconstitucional


sobre seguridad interior, que naufragó, y el mandatario de ahora revisó sus ofertas
electorales –con las que obtuvo la primera magistratura– y dio marcha atrás a su
programa de gobierno y a las manecillas del reloj de la historia.
La resolución presidencial –orden, acuerdo, decreto, reglamento o lo que sea–
del 11 de mayo de 2020 incurre en la conversion indeseable que ahora cuestiono:
las Fuerzas Armadas serán policía. Los ciudadanos y el país en su conjunto –pero
también las propias Fuerzas Armadas– cosecharán las consecuencias.
Es verdad que la disposición presidencial tiene cimiento en un Plan Nacional
de Seguridad y Paz, del 14 de noviembre de 2018, y en una malhadada reforma cons-
titucional del 26 de marzo de 2019. El Plan señaló que se imprimiría un gran giro al
desempeño de las Fuerzas Armadas, comprometiéndolas en tareas de seguridad pú-
blica, y la reforma constitucional proclamó –en su artículo quinto transitorio– que la
Fuerza Pemanente de la que dispone la nación podrá cumplir funciones de seguridad
pública en los siguientes cinco años. Este fue el plazo para que diera de sí –es decir,
buenos resultados, que no hemos visto– la famosa Guardia Nacional, instrumento
clave de la nueva era.
De esos cinco años ha transcurrido más de uno. Fue desmontada la Policía
Federal y no se han enderezado las policías locales. La Guardia Nacional no aca-
ba de asentarse. Y la sociedad observa, alarmada y decepcionada, el auge del
crimen y la impotencia del poder público. Por eso ahora parece necesario poner
en marcha la disposición contenida en aquel artículo quinto transitorio. Nos es-
tábamos olvidando de que ese precepto velaba armas en silencio, pendiente del
momento de tomarlas. La decision del presidente ha sido clara: llegó el momento.
Germinó la semilla plantada en 2019.
Los redactores de la reforma de 2019, presionados por la exigencia de pre-
servar los derechos humanos y la democracia, alegaron que la Corte Interamerica-
na de Derechos Humanos abrió la puerta al empleo extraordinario de los efecti-
vos militares en tareas de seguridad pública. Y advirtió que esa apertura constaba
en sentencias dictadas a propósito de graves violaciones perpetradas en México.
Dan cuenta los dictámenes del Congreso para sustentar la reforma.
En efecto, la Corte Interamericana reconoció la eventualidad de que un país,
impotente para establecer el orden y la seguridad con los medios ordinarios, recurra

73
PARA L A NAVI DAD D E L 2 02 0

a las Fuerzas Armadas. Pero estableció condiciones y restricciones, que no son “lla-
madas a misa”, sino decisiones vinculantes para México, y que no se satisfacen en
la resolución del 11 de mayo. Este documento utiliza términos tranquilizadores, pero
quien los coteje con las decisiones de la jurisprudencia interamericana advertirá que
vamos a contrapelo de los deberes que asumimos.
Para muestra, un botón. La Corte Interamericana señaló que la supervision
y el control de la actividad “excepcional” o “extraordinaria” de las Fuerzas Armadas
se sujetaría a la fiscalización de órganos civiles independientes, competentes y
técnicamente capaces. En cambio, la resolución del 11 de mayo establece que “las
tareas que realice la Fuerza Armada permanente en cumplimiento del presente
instrumento, estarán bajo la supervision y control del órgano interno de control,
de la dependencia que corresponda” (artículo quinto). En otras palabras, el con-
trol a cargo de los controlados.
Examiné la reforma constitucional –expresando mi desacuerdo y mis temo-
res– en libros y otros trabajos que aparecieron a raíz de aquélla. Mi parecer, exten-
samente fundado, se halla a la vista. No nació el 11 de mayo, fecha en que germinó
la semilla plantada en 2019.
La reflexión sobre este tema me lleva a recordar una expresión de Talleyrand
–¿o de Fouché?– cuando Napoleón ordenó o toleró la muerte del duque de Enghien.
¿Era un crimen? No, dijo Talleyrand, es algo más grave: es un error.
¿Es un crimen la resolución presidencial a la que me he venido refiriendo? Dejo
la respuesta a quienes han comenzado a analizar con rigor ese acuerdo inclemente.
De lo que no tengo duda, presidente, es de que se trata de un error que tendrá graves
consecuencias para quien lo dispuso y para quienes padezcan sus efectos.

74
PRESIDENTE: VENGAN “LOS OTROS DATOS” *

Cada gobernante tiene su estilo personal de gobernar, para decirlo con


palabras de Daniel Cosío Villegas. Nuestro gobernante en turno no es excepción:
tiene su estilo, que ha calado. En él destacan, por ejemplo, las directrices mañane-
ras que suelen desplazar a la Constitución, y el manejo de datos que suelen sus-
tituir a la realidad. Éstos engendran cierta versión de los hechos. La escuchamos
atónitos, aunque también –en ocasiones– esperanzados, por si pudieran alojar un
ápice de razón.
Desde las primeras horas de este mandato sexenal –que ha durado un siglo,
o acaso un milenio– nuestro gobernante recibió con escepticismo las arremetidas de
la crítica, los cuestionamientos de los expertos, las advertencias de los opositores
–no me refiero, por fuerza, a los consabidos neoliberales–, los desafíos de diver-
sos sectores de opinión.
Ese escepticismo afloró con una sonrisa y se manifestó en términos que
hicieron escuela: “Yo tengo otros datos”. No ha sido fácil –o mejor todavía, ha sido
francamente imposible– saber en cada caso cuáles son los otros datos que se
reserva el gobernante, cuál es su fuente, cómo se acreditan, qué alcance tienen.
Tampoco ha sido factible someterlos a pública deliberación, afrontando los rigores
de un debate abierto y razonado. Ha bastado con anunciar, como dice con certeza
el oráculo de Palacio, que hay otros datos. A esta expresión se acostumbra agre-
gar: “las cosas ya no son como eran”, fórmula que encierra una indudable lección
de historia. De esta suerte se exorcizan los males y se anuncian los bienes que nos
aguardan. Para eso sirve la proclamación: “Yo tengo otros datos”.
Cuando se dijo que la criminalidad arreciaba y la sangre corría, contraria-
mente a sus promesas de paz y seguridad, la respuesta fue: “Yo tengo otros datos”.
Cuando se anunció la debilidad de la economía, afectada por la incertidumbre so-
bre las políticas del gobierno, hubo una réplica del mismo estilo: “Yo tengo otros
datos”. Cuando se previno el asedio de una pandemia que obligaba a suprimir abra-
zos, giras y manifestaciones, se irguió la misma proclama: “Yo tengo otros datos”. Y
ahora, que hay pérdida masiva de empleos, desencuentros entre actores políticos

* Siemprel, 17 de mayo de 2020.

75
PARA L A NAVI DAD D E L 2 02 0

y económicos –con rechazo fulminante de propuestas que requieren, por lo menos,


análisis cuidadoso– puede elevarse, y de hecho se eleva, la misma expresión enjun-
diosa: “Yo tengo otros datos”.
Pues bien, “vengan los otros datos”. Si antes los necesitamos, ahora nos
urge conocerlos. Claro está que no me refiero apenas a números, palabras, sonri-
sas desplegadas en una rutina mañanera que convoca a millones de mexicanos a
escuchar la voz del oráculo y depositar en ella toda la esperanza. Ahora nos urgen
datos confiables, sujetos al rigor de las pruebas y al asedio de la experiencia, pura
y dura. Nada menos. Datos claros y persuasivos, aunque no se acompañen con
discursos ni sonrisas.
Lo digo, presidente, siempre con el mayor respeto –que usted nos merece y
que seguramente le merecemos en nuestra condición de ciudadanos, no súbditos
ni feligreses– porque en el marco de la pandemia que nos agobia han surgido in-
formaciones contradictorias, de diversas fuentes, en torno a cuestiones mayores
para la salud y el bienestar de los mexicanos. Y más todavía: para la vida misma de
numerosos compatriotas que observan los hechos de la vida diaria y temen por su
destino individual y colectivo. Suena a retórica, pero refleja la realidad que se halla
a la vista, con insólita crudeza.
La autoridad sanitaria nos brinda, hora tras hora, información relevante
sobre la pandemia, sus características, las medidas para enfrentarla y su curso
probable. Pero otros actores sociales, de elevada jerarquía profesional y mo-
ral, sostienen opiniones diferentes, divergentes, discrepantes de las que provee
aquella autoridad.
Aprecio el enorme esfuerzo que despliega el subsecretario de Salud en una
comparecencia constante y difícil ante la nación. Tiene una ardua encomienda. No
cuento con elementos propios para objetar sus informes y sus afirmaciones. Debo
atender lo que dice la fuente oficial, encarnada en él, ya que no puedo volver la
mirada y el oído, para disipar mis dudas, a lo que explique y sostenga el titular de
la secretaría –líder natural del sector de la salud–, refugiado en un silencio absolu-
to, testigo inmutable de las conferencias de sus subalternos sobre la materia de su
elevada responsabilidad.
Pero también conozco las versiones que aportan sobre este problema otros
mexicanos prominentes, merecedores de la más alta consideración, conocedores de

76
PRE SI D E N TE : V E N GAN “ L O S O TRO S DATO S”

los problemas de salud pública. Me refiero, desde luego, a los exsecretarios de ese
ramo que han salido a la palestra con otras informaciones y razones. Estos analistas,
bien calificados, manejan números, conceptos, argumentos y medidas distintas –por
decir lo menos– de las que ofrece la autoridad sanitaria. Los respaldan su gran jerar-
quía moral y profesional, bien acreditada.
Es peligroso navegar con desconcierto en un mar de opiniones encontradas;
no debiéramos hacerlo cuando se trata de un tema de importancia superlativa, de
cuya identificación y solución depende –lo reitero– la salud de los mexicanos. O
bien, para concentrar la preocupación: mi salud y mi bienestar, a reserva de que
otros compatriotas digan lo mismo. No se trata de algo que ocurra fuera de nuestras
vidas, sino dentro de ellas.
No soy médico y no puedo ni debo opinar –que sería extrema ligereza– como
si fuera un profesional de la salud. Tampoco lo es usted, presidente; así lo ha reco-
nocido, y aprecio su sinceridad en este punto. Pero puedo recordar como abogado
–y también usted puede hacerlo como jefe del Estado– que existe una autoridad
a la que la propia Constitución confiere facultades y deberes extraordinarios para
hacer frente a los más complejos y devastadores problemas que aquejen a la nación
en esta materia: el Consejo de Salubridad General, que depende directamente –por
cierto– del titular del Ejecutivo federal.
En suma, ¿qué otros datos puede usted proporcionar a su pueblo, que nos
pongan al abrigo de confrontaciones y nos ofrezcan una ruta segura y un des-
tino cierto? Obviamente, no pido milagros más allá del talento y la fuerza de un
hombre o de un colegio de notables. Sólo espero que el Consejo de Salubridad
General, dependiente del jefe del Estado, aporte una luz que disipe la sombra en
la que caminamos. Hablo de planteamientos, diagnósticos, propuestas, solucio-
nes que acojan y analicen los distintos pareceres y encaminen a la nación. ¿No
es ésta una facultad –y una obligación– inherente a las atribuciones del Consejo,
que depende de usted?
Por lo pronto, hay dudas razonables. Persisten y se multiplican las infor-
maciones encontradas. Los discursos y las conferencias exponen cierta versión de
la realidad. Los noticieros y los comentarios, que abundan, ofrecen otra versión.
Los ciudadanos “de a pie” estamos en medio, a la expectativa, cruzando los dedos
para que no nos caiga el rayo de la pandemia. Mientras aguardamos el arribo de

77
PARA L A NAVI DAD D E L 2 02 0

nuestro destino –que vendrá a nosotros; nosotros no iremos a él–, esperamos esos
“otros datos” que seguramente se hallan en su manga. Nos urge conocerlos. Vengan,
pues, los “otros datos” que seguramente tiene usted.

EL JUEGO QUE ESTAMOS JUGANDO *

Comienzo por donde debo. Primero, declaro que no tengo a la mano “otros
datos”, personales e irrefutables. Me valgo de fuentes atendibles. Segundo, pido
por adelantado que se me disculpe. Para ello tomo en cuenta la exhortación a
que pidan disculpas quienes ejercen un derecho. Yo, modesto ciudadano, invoco
mi derecho a la opinión. Cumplido este doble requisito de la ortodoxia republica-
na, paso al asunto de este artículo.
Doy las cartas para el juego que estamos jugando.
Hemos iniciado el tiempo de los inventarios, que durará varios años. Se
está elaborando la relación de agravios. En la víspera de la Revolución Francesa,
Luis XVI convocó a los Estados Generales –una consulta a los sectores más repre-
sentativos de aquella hora– para que autorizaran impuestos y expusieran cuitas.
No se acostumbraba la mano alzada, aunque luego se elevaría hasta una altura
insospechada. Los convocados presentaron sus cahiers de doléances (pliegos de
agravios). Éstos nutrieron la agenda de la Asamblea Nacional y alimentaron el
futuro. Los resultados son conocidos.
Ahora elaboramos nuestros propios pliegos de agravios. Mencionaré sólo
dos, para no multiplicar las citas. Léase el artículo “¿La hora de los brujos?”, de
José Woldenberg, en El Universal del 19 de mayo de 2020. Difícilmente se podría
calificar a Woldenberg cono conservador o neoliberal. Y el 20 del mismo mayo apa-
reció aquí el artículo “Breve compendio del AMLO inexplicable”, de Carlos Loret de
Mola. Más que enojarse por lo que dice el columnista, quien lo impugne deberá
refutar sus afirmaciones con datos precisos y persuasivos: cargo por cargo.

* El Universal, 23 de mayo de 2020.

78
E L J UE G O QUE E STAMO S JU GA NDO

Según la información disponible, estamos en medio de una vorágine que


amenaza el presente y el futuro de México. El peligro –y los daños que ya hemos
sufrido– llegan desde tres frentes, por lo menos, que coinciden en una sola arreme-
tida. Uno es la salud; otro, la economía; el tercero, algunas normas jurídicas sobre
salud y economía.
En materia de salud, seguimos cruzando los dedos y agitando estampitas,
como se nos ha enseñado, para que pase el mal que nos diezma. Mientras tanto,
una legión de mexicanos –médicos, enfermeras, auxiliares– sigue librando la ba-
talla con entereza y gallardía. Ahora bien, la voz más sonora de la República dice
que se ha “domado” la pandemia. Enhorabuena por la alentadora referencia a la
“doma”. En estas horas de lectura obligada nos recuerda a Shakespeare, con su
Fierecilla Domada, o a Mariano Azuela, con La mujer domada (sugerencias para
los lectores que quieran cotejar las domas sanitarias con las domas literarias).
Pero los datos duros indican otra cosa: la curva viaja como recta ascendente, im-
pulsada por contagios y fallecimientos. Ojalá que esté bien calculado –lo deseo
fervientemente– el retorno a la “normalidad”.
La economía es el segundo punto de mis reflexiones. Hay quienes agitan
banderas de advertencia y formulan sugerencias, siempre rechazadas. La eco-
nomía cae en picada, los desempleos se multiplican, muchas empresas han su-
cumbido, los “encontronazos” entre el gobierno y el sector privado desalientan la
inversión, se desconocen los compromisos celebrados, prosigue el gasto mons-
truoso en proyectos faraónicos del nuevo gobierno –que debiera destinar esos
recursos a enfrentar los factores y las consecuencias de la pandemia–, el produc-
to interno declina y no existe un plan integral para sacarnos del atolladero, y si
existe, ni se conoce ni se discute. Se cuenta con estudios sobre esta materia, pro-
ducidos por el Grupo Nuevo Curso de Desarrollo de la UNAM, el Centro Tepoztlán
Víctor Urquidi A.C., y el Instituto para el Desarrollo Industrial y el Crecimiento.
Si nada de esto es aprovechable, recurramos a los artículos de Carlos Urzúa, que
algo debe saber del monstruo, porque ha vivido en sus entrañas, para recordar la
expresión de José Martí.
Cierro con una referencia jurídica. Varios doctorandos universitarios han exa-
minado la retahíla de acuerdos de la actual administración (no del Congreso, ni del
Consejo de Salubridad General) a propósito de la pandemia. Algunas disposiciones

79
PARA L A NAVI DAD D E L 2 02 0

de este género parecen fundadas; otras, no; y no faltan las que se valen de la emer-
gencia para alcanzar propósitos ajenos a ésta. No me referiré de nuevo al acuerdo
del 11 de mayo, que militarizó la seguridad pública. Puedo aludir a otras disposicio-
nes; así, la extinción sumaria de fideicomisos. El “mérito” de esta medida es que tiene
alcance “indiscriminado”; por ello merecerá el aplauso de quienes se oponen a toda
suerte de discriminaciones. Esta vez, la espada cayó sobre tirios y troyanos, sin mira-
miento. Quedaron pendientes –parece– otros proyectos: por ejemplo, la inspección
de los hogares para acreditar las desigualdades abismales que Humboldt observó
hace dos siglos –y cuyo remedio no reside en el allanamiento de las habitaciones–,
y los donativos a cargo de miembros de la comunidad científica. El Ejecutivo salió
al paso de estas propuestas, pero es de sabios cambiar de opinión. Hemos visto
cambios aleccionadores.
Lo que más me preocupa –y ya pedí una disculpa por preocuparme– es
que el alud de acuerdos emitidos “en el marco de la pandemia” parece servir de
paso a otro marco: la concentración del poder. Mientras el Legislativo descansa y
el Judicial trabaja a media vela, los acuerdos administrativos se multiplican. Por
supuesto, no me refiero a los “acuerdos de talentos y voluntades” (que buena falta
nos hacen, hasta llegar al gran “acuerdo nacional” que urge), sino a las decisiones
que paulatinamente concentran el poder. Y sobre la marcha, también abren heri-
das, ordenan destinos y satisfacen rencillas.
Por todo ello --que no es todo-- vale la pregunta con que inicio este artí-
culo: ¿qué juego estamos jugando? Y no menos: ¿en qué manos se hallan todas
las fichas?

80
NO PRESIDENTE, NO ÍBAMOS MUY BIEN *

Nos llegó el agua al cuello. Ocurrió entre clamores sobre la felicidad del pue-
blo y el acierto de políticas que condenan culpas y prometen paraísos. Pero un buen
día –o mejor dicho, uno muy malo– nos percatamos de algo que habíamos olvidado.
La pandemia nos puso frente al espejo, no sólo frente al discurso. Y nos enteramos
de que la realidad sí existe. Comenzó la nueva era: una inesperada transformación
más allá de la 4T.
En fecha reciente dijo usted, señor presidente, que “íbamos muy bien”. Fue-
ron sus palabras. Ya sabíamos que el pueblo estaba feliz. Rebosaba felicidad, como
el agua que desborda su alegría cuando hierve en la olla. Era el fruto de aciertos
acumulados en pocos meses. Pronto podremos medir esa felicidad con indicado-
res adecuados, que reflejarán un estado de ánimo, mitad genuino, mitad inducido.
Así sabremos cómo nos va, porque en otras mediciones nos está yendo mal. Ten-
dremos otra versión y sabremos si la realidad subjetiva de algunos coincide con la
realidad objetiva de todos.
Hubo días en que pequeños grupos de votantes aprobaban a mano alzada
cualquier ocurrencia. Sólo porque sí. Bastaban los fervorines emitidos por el orá-
culo de la nación. Un oráculo que no enfrenta obstáculos, prueba lo que dice con
sólo decirlo y cala en un auditorio desprovisto de otros datos. Es un verdadero
oráculo conforme a la mejor tradición helénica. Su voz llega desde arriba y gotea
o desciende en cascada. ¿Qué podrían decir los feligreses? “Pues sí”. Aunque lo
digan a despecho de la realidad que sí existe.
Pero no hay felicidad que dure cien años: nos alcanzó la pandemia. No se con-
trajo a neoliberales y conservadores empecinados. Nos agrió –o amargó, si se pre-
fiere– la felicidad. El virus corrió la cortina y nos percatamos de que la realidad sí
existe. Comenzamos a ser menos felices bajo un revés de la fortuna que está fuera
de nuestra voluntad, humilla nuestra previsión y abate nuestra competencia.
En ese marco –para emplear la expresión ceremonial– miramos al pasado cer-
cano, al presente doloroso, al porvenir incierto; es decir, volvimos a mirarnos ante
el espejo y descubrimos que la realidad sí existe. Al cabo de este descubrimiento

* El Universal, 30 de mayo de 2020.

81
PARA L A NAVI DAD D E L 2 02 0

recordamos la proclama y la sonrisa, que comienza a ser nostálgica: ¡tan bien que
íbamos! Pero no era así. El espejo no engaña (salvo al mal observador). Sólo refleja
la realidad, que sí existe.
El espejo desarma las fantasías. Cimbra el oráculo. Éste, provisto de pala-
bras –muy escasas– y programas y decretos –muy frondosos– se parece al que
han utilizado otros gobiernos promotores de la felicidad por decreto y del progreso
por discurso, haciendo de lado una enseñanza del insigne maestro Perogrullo: la
realidad sí existe. De esos gobiernos hubo y hay huella profunda. Se comprende
que rechacemos a Perogrullo, porque la realidad es chocante. No amaina bajo las
palabras, ni se extravía en pizarrones y mañaneras, que van perdiendo amenidad.
Emerge de la lámpara de Aladino y sólo se retira cuando ha cumplido su revelación.
Derriba el discurso, altera la ilusión e impone la razón. Los cronistas de la realidad –
meros testigos– son emisarios de malas noticias y pueden perder la cabeza, cuando
se quiere negar la verdad decapitando al emisario.
Presidente: no íbamos muy bien. Desde luego, podríamos haber ido mucho
peor con un ligero esfuerzo de imaginación y algunas iniciativas adicionales. O bien,
podríamos haber ido algo mejor con un gran esfuerzo de lucidez y conciliación. Las
cosas marchaban mal antes de que llegara el coronavirus. La pandemia nos hizo
perder en un mes quinientos mil plazas de trabajo (formal) y en breve plazo se
llevará prácticamente un millón, según las cifras oficiales de este desplome espec-
tacular. A ese millón habría que añadir, hasta llegar a números escalofriantes, los
empleos del sector informal que quedaron a la deriva. Pero antes de que nos cayera
ese rayo había comenzado el retraimiento de la economía y la pérdida de empleos.
Esa realidad ya existía. Por ende, no íbamos tan bien.
No quiero decir y ni siquiera insinuar que se mienta al sostener que “íbamos
muy bien”. Es muy fuerte la palabra “mentir”. La evito. Opto por reconocer a la más
elevada fuente oficial la virtud heroica del joven Jorge Washington, que jamás pro-
firió una mentira. Y también recuerdo la promesa de no mentir que escuchamos en
la campaña electoral y en los primeros meses del nuevo gobierno. En fin, quizás
el gobierno –humano, aunque parezca sobrehumano– se equivoca y construye por
distracción –con unas gotitas de ignorancia y otras de encono–, un paisaje diferente
del que todos observamos y una vida distinta de la que todos conocemos, es decir,
un espejismo. Por error se incuba un mundo imaginario. Pero al cabo de unas horas

82
N O PRE SI D E N TE , N O Í BAMO S MU Y B I EN

–que pueden ser muy costosas– se desvanece la pompa de jabón bajo el viento de
la realidad, que sí existe.
En conclusión, apremia que desmontemos las construcciones imaginarias,
admitamos los desaciertos –aunque sea sin dramáticas confesiones, que sería mu-
cho pretender–, cancelemos las confrontaciones y suprimamos los enconos, respe-
temos las diferencias y convoquemos al entendimiento, actuemos con veracidad,
concertemos las fuerzas –hoy dispersas e incluso confrontadas– de los órdenes
federal y local, suprimamos los ataques a la ciencia y la cultura, abandonemos pro-
yectos y programas que agotan nuestros exiguos recursos y cuyo destino debiera
ser la urgente atención de las consecuencias de la pandemia. En otros términos,
urge que reconozcamos la realidad que sí existía antes de la pandemia y que hoy
persiste, e iniciemos el camino hacia la que debe existir.
Quizás es mucho pedir, pero no se puede menos para hacer frente al tsunami.
Se trata de la suerte de la nación, que abarca la nuestra. Y ya que inicié este artículo
con la cita de una frase suya, lo concluiré con otra, también suya, de los últimos
días: es de sabios cambiar de opinión. Que impere la sabiduría.

MUERA LA INTELIGENCIA *

Un caudillo del fascismo proclamó una divisa que recogería la historia:


“Muera la inteligencia. Viva la muerte”. Así exaltó el poder de la violencia y excluyó
la virtud del talento. Aquélla vence, pero no convence, dijo Unamuno. En efecto, la
inteligencia entró en receso. Debemos precavernos frente a este peligro, que ace-
cha. Manifiesto o encubierto.
Asocio esa condena con el título de un artículo publicado en El Universal
(29 de mayo de 2020). Reproduce la expresión de un investigador del CINVESTAV
sobre ciertas medidas recientes. Las califica como “tiro de gracia” contra la ciencia.
Aquí reelaboré aquella frase. El tiro de gracia con el que se consuma la muerte de

* El Universal, 6 de junio de 2020.

83
PARA L A NAVI DAD D E L 2 02 0

un herido, pretende ahorrar a éste el sufrimiento de la agonía. Pero el disparo de


hoy prolonga la agonía hasta eliminar al herido. Por eso es un “tiro de la desgracia”.
Hemos presenciado acciones insidiosas o frontales contra la ciencia y la
cultura. Son el objetivo de una extraña predilección demoledora. Comprendo que
alguien sienta antipatía por los artistas y los científicos. Todos tenemos el derecho
de elegir en qué compañía marchamos y qué banderas enarbolamos. Nadie está
obligado a profesar aprecio por la ciencia y la cultura, si las mira con horror ins-
tintivo, porque le son ajenas. Pero quien forja el futuro no puede incurrir en ese
desacierto. Sus fobias personales deben quedar a un lado.
Enhorabuena que se combata el delito, se grave la opulencia, se condene
la frivolidad y la rapiña. Pero enhoramala que se agravie a la ciencia y a la cultura,
garantías de la identidad y el porvenir del pueblo. El buen gobierno debe ejercer
un mecenazgo eficaz para que prosperen la verdad y la belleza. De éstas –no de
arremetidas devastadoras– dependen la grandeza de la sociedad y la libertad de los
ciudadanos. Consta en el plan de gobernantes de todos los tiempos, para bien de
sus pueblos, o para gloria de ellos mismos.
En México se está desalentando –salvo que se demuestre lo contrario, ocul-
tando el sol con un dedo– la marcha de la ciencia y la cultura. Así se agrede al
pueblo. No me refiero a la entrega de privilegios a cofradías de afortunados a los
que favorece la bonanza de sus mayores. Aludo al gran pueblo cuyo destino depen-
de de aquellos medios de progreso.
Hay botones de muestra en el escenario del asedio. Éste invoca propósitos
aparentemente razonables, que pronto descarrilan y desembocan en acuerdos des-
cabellados. Se pretende corregir algunos males provocando otros más graves. Se
combate a las llamas aisladas con incendios generalizados que convertirán el campo
en un desierto.
Un ejemplo es el Centro de Investigación y Docencia Económica (CIDE), que
tiene en su haber frutos excelentes. Conocí el quehacer de quienes se ocuparon en
crear y exaltar lo que hoy se pretende disminuir o eliminar. Trinidad Martínez Tarra-
gó, Antonio Sacristán Colás, Horacio Flores de la Peña y otros muchos, de los que es
continuador Sergio López Ayllón, contribuyeron a la prominencia del CIDE, que de
veras investiga y ejerce la docencia, a cambio de tantos remedos universitarios que
defraudan a los jóvenes con ofertas impresionantes y productos menguados.

84
M UE RA L A IN TE LI G ENC I A

Hemos leído comentarios de académicos del CIDE que aportan razones para
sostener las tareas de ese Centro. Entre aquéllos figuran los del propio López Ayllón
y los de investigadores como Guillermo Cejudo, Sandra Ley y Javier Martínez Reyes
(El Universal, del 30 de mayo), Mauricio Merino refuta punto por punto los ende-
bles argumentos oficiales para extinguir fideicomisos que apoyan tareas científicas
y culturales. Intitula su artículo: “En defensa de la verdad” (El Universal, del 1 de
junio). Elocuente.
Otra institución acosada es el Centro de Investigación Avanzada (CINVES-
TAV), en cuyo origen se halla Arturo Rosenblueth, eminente hombre de ciencia.
De un investigador de ese centro surgió la advertencia sobre el tiro de gracia al
que me he referido. Se dispara contra la ciencia, pero el proyectil pega en el co-
razón de México. Mi cercanía con el CINVESTAV es menor que la que he tenido
con el CIDE, pero conozco su desempeño –hace algunos años bajo la conducción
de Adolfo Martínez Palomo, colega en la Junta de Gobierno de la UNAM– y su
rango en la comunidad científica nacional e internacional. ¿Lo conoce el gobierno
de la República?
Pregunto si es razonable –patriótico, inclusive– golpear a estos organismos,
ignorando lo que esos golpes significan para el futuro de México. Para explicar el
estado de sitio impuesto a instituciones de ciencia y cultura se invocan dos moti-
vos: “austeridad republicana” y desviaciones en el desempeño de algunos investiga-
dores. Rechacemos estos argumentos, que no legitiman la demolición de las institucio-
nes. Es grave la situación del presupuesto nacional, aunque por lo visto no tanto que
obligue a reconsiderar el dispendio en obras insignia del autoritarismo. En cuanto a
la corrupción, lo que procede es identificarla, probarla y sancionarla –caso por caso–,
pero no castigar al país hundiendo la daga en el cuerpo de la ciencia y la cultura.
Hace unos días escuchamos lo que pareció ser un reproche histórico en con-
tra de los hombres de ciencia. Se les comparó con los “científicos” del porfiriato.
Quiero creer que se trató de una broma –como otras que se propagan desde el
mismo púlpito–, porque es insostenible el parangón que se propuso. Si hay dudas
sobre la identidad de los antiguos heraldos del positivismo y aliados de la dictadura
(¡hace más de un siglo!), en comparación con los hombres de ciencia de hoy y su mi-
sión en la República moderna, bastará una ligera lectura de la historia. No costará
mucho trabajo y será reveladora.

85
PARA L A NAVI DAD D E L 2 02 0

Es necesario que quienes han dedicado su vida al servicio de la ciencia y la


cultura –y quienes pretenden hacerlo– observen estos acontecimientos, los entien-
dan y los señalen con objetividad, que será acritud. Si guardamos silencio, salvo oca-
sionales lamentos aislados en el bosque en llamas, habremos dilapidado nuestras
esperanzas y alterado nuestro destino.
No he sido ni soy miembro del personal académico del CIDE, y mucho menos del
CINVESTAV. No defiendo mi centro de trabajo, sino el trabajo de muchos centros que
militan en favor de la nación. No es posible que guardemos silencio quienes nos halla-
mos fuera de esos foros, pero no somos ajenos a lo que representan. Debemos levantar
la voz. Si no hay rectificación pronta y suficiente, México sufrirá una pérdida irreparable.

ENTRE EL JOLGORIO Y LA IRA *

Hace unos días vimos en la televisión una escena conmovedora que me


trajo amables recuerdos. Vino a mi memoria el trenecito de Chapultepec, que em-
prendía su recorrido jubiloso. Llamaba la campana y el convoy iniciaba la marcha.
¡Qué tiempos aquéllos!
Pero esos días no se hallan lejos. Los recreamos con la magia del poder,
la imaginación y el tesoro público, que es inagotable. Para eso son las reservas
acumuladas en previsión de daños catastróficos. Contemplamos, pues, el inicio de
un tramo del Tren Maya, que hendirá la selva. Hubo banderitas festivas y buenos
presagios. Paga la República.
Por un momento olvidamos la necesidad de permanecer en casa. Ignoramos
las recomendaciones de la ciencia –no de la política– que previene sobre contagios
y defunciones. Consumamos el jolgorio que necesitábamos, con valor mexicano.
Sin embargo, la realidad nos jugó malas pasadas. En las horas del jolgorio,
la naturaleza se soltó la melena. Cayó una tormenta en el sureste, tan sufrido.
Muchos compatriotas no pudieron disfrutar la fiesta del Tren, porque debieron

* Siempre, 13 de junio de 2020.

86
E N TRE E L JOLG ORIO Y LA I RA

concentrar sus fuerzas –menores que las del Tesoro con el que se financian los
dispendios– en reparar los daños.
Pero eso no fue todo. Nos aguardaban otra cosecha. No de la pandemia,
cuyo futuro se halla en la tiniebla, sino de otros males profundos: el encono y la
ira, la contienda y la violencia. Éstos no vienen de la naturaleza, sino de furias que
llevamos dentro. Las hemos soliviantado. Nos empeñamos –aunque decir “nos”
alude a mucha gente, y no se trata de tanta– en provocar discordias. ¡Vaya plan de
vida! ¿O proyecto de gobierno?
Al cabo del jolgorio, enfrentamos otros efectos de las palabras incendiarias
y el comportamiento rijoso con el que viaja nuestro tren, no sólo su ramal de la sel-
va maya. De nuevo, el escenario de la ira. Hirvió el descontento y se ejerció, impara-
ble, la violencia. Los poderes llamados a promover el entendimiento se enfrentaron
en graves desencuentros.
Habría más a las pocas horas. Siempre hay más, aunque creamos que la ima-
ginación no da para novedades. Se reiteró una proclama familiar: la sociedad está
dividida, como consta en el mismo programa. De este lado, los adeptos; del otro,
los adversarios. ¡Y a ver de a cómo nos toca! No es difícil saberlo, porque el poder
está de este lado.
Y para colmo, en los primeros días de mayo descubrimos una conspiración
ominosa. Quedó a la luz –entre sombras– un “complot” de ciudadanos confabulados
para ejercer el derecho a la discrepancia y zanjar en las urnas las diferencias que
caracterizan –dicen los expertos– el desempeño de eso que llamamos la democracia.
¡Vaya conspiradores! Por lo pronto, denunciémoslos con el dedo oficial y pongamos
a la sociedad en pie de guerra.
Se ha dicho, con lucidez impecable, que llegó la hora de despojarse de sara-
pes y dar la cara. Lo hace, como ejemplo de integridad republicana, el orador nuestro
de cada mañana: alecciona sobre el futuro, divide a la nación y exhibe la nómina de
sus adversarios, uno a uno, con nombres y cargos. Se gobierna para unos, no para
todos. Quede claro.
En medio de trenecitos en la selva, violencia constante y siembra de discor-
dias, surge de nuevo la pregunta ingenua que formulan algunos compatriotas:
Presidente ¿habrá llegado la hora de aplicar la imaginación, los recursos y el
ejemplo a reconstruir el tejido social desgarrado a base de invectivas, imputaciones

87
PARA L A NAVI DAD D E L 2 02 0

ligeras y descalificación de quienes difieren de su proyecto de nación y su progra-


ma de gobierno?
Hago la pregunta a quien debe responderla. La sociedad entera, por supues-
to, pero primero quien la encabeza, que ofreció la pacificación de las conciencias y
ejerce en su tribuna el Poder Ejecutivo de la Unión. El artículo 80 de la Constitución
Política deposita ese poder “en un solo individuo, que se denominará Presidente de
los Estados Unidos Mexicanos”. Discúlpese la cita, tal vez innecesaria para quien
tiene el timón de la nave. Pero no sobra recordar lo que aconseja la razón y ordena
la Constitución. Por si acaso no se ha leído últimamente.
No faltará quien prefiera el ejercicio de la fuerza sobre el imperio del dere-
cho. Si aquélla prevalece, seguiremos viajando en la ruta que comunica el jolgo-
rio con la ira y arrojando leña al fuego. Al fin y al cabo, el tren no descarrilará para
los partidarios; sólo para los adversarios, privados de la paz y sometidos a la ira.
¡Duro con ellos, que pretenden ejercer derechos a contraflujo de una transforma-
ción cuyo signo proviene de las alturas!

Y AHORA, EL BOA *

Vamos al galope y a campo traviesa. Emprendimos esa marcha con insólito


brío. Hubo algunos intentos, infructuosos, por ordenar la carrera. Pero al cabo de los
días arreció la cabalgata, que no tiene rumbo ni destino claros. Hoy vamos al galope,
pero ¿a dónde nos dirigimos? El instinto, que denuncia los riesgos de una travesía
sin orden ni concierto, y la reflexión, que analiza los datos de la vida y establece su
sentido, nos ponen en guardia sobre los peligros que aguardan a la República bajo
un firmamento poblado de nubes y en la víspera de un futuro incierto.
En ese futuro podría ocurrir el parto angustioso de una nueva era, pero
también podríamos encontrar el abismo. Cualquier observador de la realidad –que
sí existe, por encima de los discursos– y del debate que arrecia, puede llegar a la

* Siempre, 20 de junio de 2020.

88
Y AHORA, E L B OA

conclusión que he mencionado varias veces en las páginas de esta revista hospi-
talaria: la única certeza que nos abriga –¿abriga?– es la incertidumbre. Y con ella
vamos a campo traviesa y a galope tendido.
La atención de los políticos, los actores sociales, los estudiosos de la so-
ciedad civil y la sociedad política y los oráculos y profetas –que proliferan– se
ha cifrado en ciertas novedades inquietantes de nuestra carrera desenfrenada.
El proyecto obsesivo de dividir a la sociedad y enfrentar a sus integrantes en una
contienda sistemática adopta formas y fórmulas que encienden focos de alarma.
Ese proyecto –que ha tomado la figura de un plan de gobierno, exaltado en plena
pandemia– viene de hace tiempo y se alimenta de las contradicciones en el seno de
la sociedad, aprovechadas y exacerbadas. Por supuesto, las contradicciones exis-
tían, sus factores y sus posibles consecuencias se hallaban a la vista. Sin embar-
go, ahora han subido al escenario, convocados por quien provoca nuestra carrera
y alimenta, con deliberación rigurosa, los conflictos que cunden.
Valga lo anterior como una suerte de “marco conceptual” para el examen de
esas formas y fórmulas, que afloran en nuestra más reciente experiencia. En estos
días se dijo que deberíamos entender y aceptar, de una vez por todas, la división que
se halla en la fuente y en el destino de la marcha, que enciende y orienta las fuerzas
de la nación, que informa y domina nuestra carrera. De esa lúcida –digamos, con
el debido respeto– apreciación de nuestra realidad, mitad natural, mitad inducida,
proviene una convocatoria expuesta con una franqueza que en otro tiempo hubiera
sido desconcertante: estamos e iremos divididos. Aceptémoslo y ejerzámoslo.
Todos somos mexicanos, pero todos somos combatientes –hay que enten-
derlo– en un infinito ejercicio de discordia. De un lado los partidarios, del otro los
adversarios; cada sector con una vocación propia, que hará historia: vencedores y
vencidos. Y quien debiera unir a los ciudadanos en un solo contingente, ha resuelto
encabezar a su legión de partidarios y arremeter contra los adversarios. Por supues-
to, ese conductor –exitoso desde cierta perspectiva; fallido desde otra– tiene la fa-
cultad de definir quiénes son unos y otros, y actuar en consecuencia.
La convocatoria de los tiempos modernos nos instó a prescindir de caretas,
despojarnos de sarapes, dar la cara y actuar abiertamente, a la luz del día, sin eva-
siones ni fingimientos. Que cada quien se asuma como partidario o adversario, asu-
ma su papel en la escena y enfrente, a pecho descubierto, las consecuencias. Para

89
PARA L A NAVI DAD D E L 2 02 0

los adversarios, esas consecuencias están anunciadas y serán demoledoras. En el


programa que distribuye a los mexicanos en dos inconciliables late una antigua con-
signa: no hay más ruta que la nuestra. Así ocurre en la nueva versión de la democra-
cia, que no aviene a los ciudadanos, ni permite disensos, ni admite alternativas. No
tuvimos convocatorias de este género en el pasado reciente –aunque las hubo en el
pasado distante–, que hace formal y oficial la discordia. La convocatoria de hoy es
clara y rotunda. Se hace desde el poder, que comienza a ser –lo previmos– cada vez
más exigente, dominante, absoluto. No es un poder ilustrado, pero manda.
Últimamente arreció el conflicto. Las llamas recibieron una nueva ración de
leña, por si hiciera falta. “Éramos muchos –dice la frase popular– y parió la abuela”.
Parió, en efecto. El producto ha sido un insólito documento, con historia oscura, sigi-
losamente promovido ante un diario de circulación nacional, que no lo publicó, pero
luego exhibido, sin ningún sigilo –ni análisis, ni prudencia, ni recato– en el oráculo
más alto de la República. La misma tribuna en la que hoy se discuten, cada día, los
rigores de la pandemia, ha servido para exponer ese documento, sustentar la divi-
sión que cunde y advertir a la sociedad –con dedo flamígero– sobre los inductores y
ejecutores de un nuevo episodio de la contienda. En este caso, el denunciante ya no
actuó en la sombra ni ocultó la mano: mostró el panfleto y extrajo las consecuencias
que quiso, por ahora. Pero mañana podrían ser otras.
En el papel de marras se habla de la creación de un movimiento opositor al que
ya se identifica por sus siglas elocuentes: el BOA. Esta denominación invita a recordar
el ofidio monstruoso que aprieta y devora. ¿Qué dice, en esencia, el ominoso docu-
mento? Informa que varios ciudadanos, partidos políticos y grupos organizados de
la sociedad civil, empresarios, intelectuales, activistas, antiguos o nuevos dirigentes,
han resuelto concertarse y concentrarse en una tarea común, que consideran necesa-
ria para que respire la democracia: ganar al poder dominante las elecciones federales
del año próximo, como primera etapa de un proceso que tendría su segundo episodio
en la revocación del mandato de quien hoy tiene en sus manos –y a manos llenas– el
Poder Ejecutivo de la Unión.
Interesante proyecto. En efecto, ha circulado la propuesta de formar un frente
amplio –difícil y hasta improbable, pero no imposible– que milite en el 2021 para inte-
grar por vía electoral una nueva mayoría en la Cámara de Diputados. Mayoría que im-
pulsaría el equilibrio entre los poderes –frenos y contrapesos, dice la sabida doctrina–,

90
Y AHORA, E L B OA

consustancial al Estado de Derecho y a la democracia. En consecuencia, el docu-


mento del BOA –o de quien lo haya redactado– no descubre el hilo negro. Sin embargo,
tiene una “virtud”: permite formalizar lo informal, difundirlo a rabiar, facilitar la toma
de posiciones y declarar cuál será la del Ejecutivo, que la asume sin ambages.
Este juego de “sinceridad política” desemboza a los litigantes: sean los opo-
sitores, sea el titular del Ejecutivo. Éste se coloca como la cabeza visible de una
opción electoral en el año 2021. Reanuda la campaña seguida en 2011 y convierte
al gobernante en líder de partido. En fin, se formaliza la división de sectores y el
presidente de la República queda al frente del partido que pugnará por conservar
el poder, es decir, del partido conservador. Esa será, en lo sucesivo, la encomienda
central de quien conduce la nave en la que viajamos todos los mexicanos. ¿Es plau-
sible que el Ejecutivo encabece una opción electoral?
Otra virtud ha tenido el oscuro documento. No sólo anuncia; también de-
nuncia. ¿Qué? Una conspiración, un complot. ¿De quién? De un conjunto de ciu-
dadanos bien identificados, siempre a reserva de que la nómina aumente con
engroses periódicos. ¿Para qué? Para que el pueblo sepa –sostiene el oráculo–
quienes son sus enemigos, contra los que es preciso volcar la ira popular, con todo
lo que ésta entraña. Todo, puede ser mucho. Así se sigue construyendo la nueva
realidad, siempre al galope y a campo traviesa. No sobra advertir que muchos de
estos conspiradores son personas a las que el presidente de la República ha cues-
tionado en diversas conferencias mañaneras.
Ahora bien, el analista no puede ignorar cuáles son los cargos que resultan
a los conspiradores, cargos fortalecidos por la interpretación que se provee desde
la más alta tribuna. Se dice, en resumen, que los ciudadanos comprometidos en
este complot, alojados en la penumbra –es decir, tirando la piedra y escondiendo la
mano–, pretenden ejercer el derecho a opinar y participar en la vida política del país,
a través del proceso electoral previsto en la Constitución. Y se dice que esa parti-
da de conspiradores se propone recurrir a la revocación de mandato que la misma
Constitución incluyó, a propuesta del actual Ejecutivo de la Unión. En esencia, esa es
la grave acusación: intento de ejercer derechos constitucionalmente previstos. Los
individuos del complot se han armado con derechos constitucionales que pretenden
ejercer por las vías establecidas en la Constitución. ¿Cómo reprochar a esos ciuda-
danos que ejerzan derechos consagrados en la ley suprema?

91
PARA L A NAVI DAD D E L 2 02 0

Otra virtud tienen el documento y su lector oficioso y oficial: una virtud insi-
diosa. En efecto, sugiere que el bloque de mexicanos pudiera convocar en su auxilio
a instancias internacionales, al más puro estilo del siglo XIX; y más todavía, declara
que en la falange de los conspiradores figuran personajes que debieran mantener
absoluta neutralidad en los procesos electorales que se avecinan (al igual que el
presidente de la República, por cierto). La referencia a consejeros y magistrados
electorales implica un amago que enturbia desde ahora el desempeño de estos fun-
cionarios, los atrae a una polémica de pronóstico reservado y oscurece la confianza
de los ciudadanos en las instituciones que calificarán el proceso electoral. En suma,
no sólo se siembra la discordia social, sino también la desconfianza de los electores.
Pero el problema para los sufridos mexicanos de hoy –y para los que su-
frirán mañana– no es la pretensión constitucional de un grupo de ciudadanos. El
problema sigue siendo esa carrera alocada, a campo traviesa y sin destino cierto.
¿O ha quedado a la vista, finalmente, el destino al que se dirige el corcel, manejado
por un diestro jinete?

EL VUELO DE LOS OCA´s *

En mi artículo anterior mencioné un ofidio imaginario, que discurre en


nuestra reciente mitología: BOA. Hoy me referiré a otras criaturas. No son mito-
lógicas, tienen denominación de ave y se les ponen alas para volar: OCAs. Han
regresado al centro de la escena.
Primero, una cápsula de historia. Los OCAs son órganos constitucionales au-
tónomos –de ahí las siglas–, creados en las últimas décadas e instalados a un lado
de los poderes tradicionales. No se hallan en el Ejecutivo (aunque sus atribuciones
estuvieron en el espacio de este poder, que las reclama con nostalgia), ni en el Le-
gislativo (aunque son fruto del legislador constitucional, que los depositó en la ley
suprema), ni en el Judicial.

* El Universal, 20 de junio de 2020.

92
E L V UE L O D E L OS O CA ´s

Los OCAs son parte del Estado, pero no del gobierno. Son garantes del régi-
men democrático y elementos del sistema de frenos y contrapesos que detiene el
desbordamiento del poder. Constituyen una frontera para el tirano (y éste lo sabe y
lo teme). Custodian sectores de la vida política, social o económica que interesan a la
nación. La eficacia de esa custodia deriva de la limpia integración de los OCAs, la sol-
vencia moral y la competencia profesional de sus integrantes y la genuina autonomía
de su desempeño. Si reúnen estas condiciones, son piedras en el camino de quien
impulsa proyectos personales y pretende el control del porvenir. Si no, ¡cuidado!
Varios OCAs se alojan en el nicho constitucional: Banco de México, Institu-
to Nacional Electoral (INE), Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH),
Instituto Nacional de Acceso a la Información (INAI), Instituto Nacional de Estadís-
tica, Geografía e Informática (INEGI), Instituto Federal de Telecomunicaciones (IFT),
Comisión Federal de Competencia Económica (CFCE), y más. En otro tiempo, las
funciones que hoy tienen los OCAs estuvieron en manos del Ejecutivo, a través de
secretarías de Estado o por otros medios de dominación. Los OCAs nacieron a costa
del poder central. Es natural que éste las reclame: el río reconoce su antiguo cauce y
pretende recuperarlo con una irresistible inundación.
Hace un año publiqué en la revista Siempre un artículo sobre el asedio que
comenzaba a oprimir la existencia de los OCAs. Lo intitulé con una pregunta “¿Les
llegó la hora?”. Hubo respuestas: sí, les llegó. Y esa hora se avecina de nuevo bajo
su signo característico: el exterminio y el autoritarismo. Avanza la devolución del
poder. No a la nación, sino a quien la gobierna. Al final del camino se halla una
divisa: “El Estado soy yo”.
Los OCAs han padecido el asedio del poder centrípeto, con ansia irreductible.
Para satisfacerla, éste se ha valido de instrumentos contundentes. Lo ha hecho por
demolición, mediante reformas constitucionales que desfiguran al órgano autónomo
y lo devuelven a su vieja querencia, como ocurrió con el instituto para evaluar la edu-
cación. Lo ha procurado por erosión de sus recursos y de su prestigio, como saben
el INE y el INAI. Lo ha conseguido por imposición, como se vio en la Comisión Nacio-
nal de los Derechos Humanos, escenario de una debacle. Se ha servido de candi-
daturas a modo para integrar la dirigencia de los OCAs, diluyendo la competencia
profesional en aras de la docilidad política. Y ha operado por mutación: los órganos
autónomos se convierten en dependencias del poder central, con figura de OCA.

93
PARA L A NAVI DAD D E L 2 02 0

Hoy se abre un nuevo capítulo. Otros OCAs podrían volar a las manos que
los codician. Sabemos de una iniciativa “inquietante” –es un eufemismo–, que aca-
so navegará movida por el viento parlamentario: reformas a los artículos 27 y 28
constitucionales. El Instituto Federal de Telecomunicaciones y la Comisión Federal
de Competencia Económica perderían su independencia –peor: su identidad– para
integrarse en un Instituto Nacional de Mercados y Competencia para el Bienestar,
con la Comisión Reguladora de Energía,. En los razonamientos de la propuesta
figura el alegato que justifica muchos hundimientos: ahorro presupuestal. Pero el
reagrupamiento tiene atractivos: facilita el gobierno del conjunto por una pequeña
y compacta directiva –aunque los conocimientos de sus integrantes sean dispa-
res y muy variadas sus competencias– y favorece la designación de mandos más
atentos a las solicitudes del poder que a los compromisos con la nación. En fin de
cuentas, la subordinación releva a la autonomía y la fluidez política sustituye las
engorrosas exigencias de la técnica.
De esta suerte –¡vaya suerte!– continúa el desmontaje de las instituciones en
el altar de una laboriosa transformación. No nos reponemos de los golpes a la cul-
tura, la ciencia y la tecnología, y topamos con el desmantelamiento de esta fracción
del Estado. Que pongan sus barbas a remojar los OCAs que sobreviven, inclusive el
Banco de México, invicta fortaleza.…hasta ahora. No reposen confiados en la racio-
nalidad de su misión y la constitucionalidad de su origen. El poder es el poder, y la
transformación es la transformación. El que manda, manda. Las aguas corren por el
viejo lecho, reclamando su territorio. ¿Lo ocuparán?

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OTRO DESVARÍO *

En las páginas de esta revista y en otros medios, así como en diversos foros
–en el INAI y en la Facultad de Derecho de la UNAM, sólo por ejemplo– me he refe-
rido al asedio impuesto a los órganos constitucionales autónomos. Ese asedio
combate las razones que justificaron la creación de aquellos órganos y justifican
su presencia y su tarea. Entre las razones que generaron los órganos autónomos
–y mantienen su vigencia– figuran la buena marcha de diversas funciones públicas
esenciales y la razonable distribución de facultades para frenar al poder omnímodo,
oponiéndole barreras que rechacen el exceso, el capricho y la arbitrariedad.
El asedio impuesto a esos órganos por quien encabeza el gobierno federal
–capitán de una nave que enfrenta tempestades que él mismo provocó– desatien-
de esas razones y milita contra ellas. Implica una tendencia autoritaria, centrípeta,
que concentra de nuevo en las manos del Ejecutivo los poderes que la historia
extrajo de su imperio y encomendó a los órganos autónomos. Por lo tanto, ese ase-
dio constituye una expresión más –entre muchas– de la orientación autoritaria del
gobernante, que pone en peligro los derechos y las libertades de los ciudadanos.
Es decir, tus derechos y tus libertades, amigo lector, ciudadano de México
En los últimos días, el síndrome autoritario se manifestó de nuevo a través de
las declaraciones del Ejecutivo –verdaderamente pavorosas, en el estricto sentido
de la palabra– en torno al proceso electoral que se halla en puerta y acerca de las
instituciones llamadas a administrarlo y garantizarlo. Dijo el declarante: “me voy a
convertir en guardián para que se respete la libertad de los ciudadanos a elegir libre-
mente a sus autoridades”. En el curso de este desvarío, cuestionó al Instituto Nacio-
nal Electoral –cuestionamiento que también arrastró al Tribunal Electoral y al Institu-
to Nacional para el Acceso a la Información– y denunció la existencia de estructuras
innecesarias y el dispendio de recursos en el desempeño de aquel Instituto.
Esas declaraciones pudieran resultar inocuas si no las hubiera hecho quien
las hizo y se hubieran emitido en circunstancias diferentes de las que hoy preva-
lecen, acaso en otro tiempo y en otro país. Pero las hizo quien las hizo y se hicieron
cuando se hicieron, verdad de Perogrullo. De ahí su gravedad.

* Siempre, 26 de junio de 2020.

95
PARA L A NAVI DAD D E L 2 02 0

Consideremos primero la condición del declarante –derivada de su investi-


dura, que él mismo se ocupa en recordar, no necesariamente en respetar–, factor
decisivo para ponderar sus palabras. Dijo bien cuando afirmó ser un ciudadano
en pleno ejercicio de sus derechos constitucionales, que puede y debe ocuparse
de los asuntos político de su país. Pero en esa proclamación de ciudadanía –que
nadie discute– olvidó otro dato esencial: es el jefe del Estado, el depositario del
Poder Ejecutivo de la Unión, el caudillo manifiesto –y he aquí una potestad me-
taconstitucional, que no amaina– de la corriente política que lo llevó a la silla
presidencial y ahí lo sostiene, contra viento y marea. No se trata, por lo tanto, de
un ciudadano común, sino de un ciudadano con enorme poder –y grave respon-
sabilidad–, sujeto al juicio del pueblo –y de la historia–por el buen ejercicio de las
atribuciones que se le han conferido.
Consideremos, en segundo término, que el carácter y la trascendencia de esas
declaraciones no pueden aislarse del contexto en el que se manifestaron, de la cer-
canía de los comicios intermedios –inminentes, en términos reales–, de las condi-
ciones que hoy guarda el debate político en el país y del ambiente de confrontación
que prevalece. A la luz –o bajo la sombra– de todos esos factores, prendas de una
realidad que sí existe, las palabras del presidente provocan desconcierto y temor,
suscitan nuevos enfrentamientos, revelan una ominosa intención política y quebran-
tan el papel de las instituciones democráticas.
Con esas expresiones –y con otros hechos de los últimos días– el presidente
ha iniciado, de facto, el proceso electoral y se ha colocado en su centro, como actor
principal y también como rector de las decisiones que encauzarán, ponderarán y
culminarán las elecciones federales y locales que se avecinan. Puedo añadir otros
efectos del discurso presidencial, pero basta con los que he mencionado para medir
el calibre de las palabras que naturalmente provocaron fuertes reacciones adversas.
Bajo el porfiriato, el gobierno hacía las elecciones, no el pueblo. Pasó mucho
tiempo y exigió grandes esfuerzos y no pocos sacrificios recuperar y ampliar la base
popular del poder. Al cabo de una historia larga, sembrada de vicisitudes cuyo relato
desbordaría estas páginas, se logró un nuevo marco electoral, cada vez más conse-
cuente con las exigencias de la democracia. Imperfecto, ciertamente, pero cercano
a la voluntad popular y alejado de la voluntad presidencial, que ahora retorna al
escenario con fuerza torrencial.

96
OTRO D E SVARÍ O

En ese marco se instalaron las instituciones electorales que hoy tenemos,


para encauzar, vigilar y garantizar la legalidad de los comicios, con objetividad y neu-
tralidad, sin someterse a los intereses de los partidos –cuya defensa corresponde a
los partidos mismos, no a los órganos del Estado– ni a los designios de los poderes
formales de la República e informales de la nación. Es esto lo que abastece la dig-
nidad y la operación del Instituto Nacional Electoral. Otro tanto se puede decir del
Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Unión.
Conozco al Instituto Electoral desde dentro. Formé parte de su Consejo
General durante el período al que me comprometí –con el voto favorable de todas
las corrientes políticas de la Cámara de Diputados, instancia electoral de los con-
sejeros– y pude conocer los datos de su historia, que están al alcance de los ciuda-
danos, y su manejo interno en un competido proceso electoral. Lo he narrado por
escrito y con mi firma. No puedo ni quiero calificar a todos los dirigentes históricos
del Instituto, ni hablar por ellos. No conozco a todos, pero sí a muchos. Merecen
aprecio y respeto. En la fundación del Instituto –como órgano dotado de auto-
nomía– hubo mexicanos distinguidos, modelo de integridad personal y probidad
electoral. Los hay ahora mismo, tanto en la presidencia del Instituto como en su
Consejo. Confío en que seguirá habiéndolos, sin salvedad ni excepción, cuando
se elija a los nuevos consejeros que deben llegar al Consejo exentos de filias y
fobias partidistas.
Corresponde al Instituto Nacional Electoral –producto de una historia
laboriosa en procuración de democracia– administrar el proceso electoral sin in-
terferencias mesiánicas ni injerencias ilegítimas. Lo ha hecho en sucesivas elec-
ciones, incluso las que encumbraron al actual titular del Ejecutivo. Incumbe al Tri-
bunal Electoral pronunciarse sobre las pretensiones y demandas de ciudadanos,
candidatos y partidos acerca de la legalidad del proceso, también sin imposicio-
nes externas ni amagos de un poder que pretende concentrar las decisiones en las
manos de un caudillo cuyo imperio no duraría sólo seis años.
El asedio al que hoy se somete a esos órganos es un verdadero estado de si-
tio que se impone a nuestra democracia y a la legalidad como principio rector de la
vida política. De ahí las respuestas que han tenido las desafortunadas expresiones
del presidente de la República, no a título de buen ciudadano, sino precisamente en
su calidad de jefe del Estado y conductor del gobierno. Constituyen un inadmisible

97
PARA L A NAVI DAD D E L 2 02 0

desvarío, que ojalá se rectifique pronto –en las palabras y en los hechos– por quien
incurrió en él.
Quiero suponer –he aquí un final feliz de una preocupada disertación– que
esas palabras fueron efecto de una mala digestión o un prolongado insomnio, de la
fatiga por la abrumadora tarea que el declarante lleva a cuestas, con resultados me-
nos que modestos, o del enojo por los crecientes cuestionamientos que recibe sobre
el rumbo del país y nuestro incierto –¿incierto?– porvenir.

AL PRESIDENTE, CON ENTREGA INMEDIATA *

Estoy seguro de que aquí recojo la preocupación de muchos mexicanos.


Nuestro presente es tormentoso y nuestro futuro es incierto. En la incertidumbre
prevalecen los malos presagios.
Me dirijo a esos mexicanos, pero también –y sobre todo– al presidente de
México. Lo hago por el amor que puede tener –y estoy seguro que tiene– a nuestra
patria. Y lo hago también por su calidad de jefe del Estado, responsable central de
una etapa colmada de problemas.
Presidente: me dirijo a usted con la esperanza de que podrá cambiar el curso
que llevamos en la víspera de la tormenta. Las nubes se acumulan. El descontento
prolifera en muchos frentes: el suyo y los de un grueso sector de sus conciudadanos.
Hoy no me refiero a la pandemia que nos diezma. Aludo a otra tragedia que
nos está acosa. Aquélla concluirá algún día. Ésta comienza. Puede tener conse-
cuencias de largo alcance, irreparables. Usted suele referirse al pasado: “antes”
es una de sus palabras favoritas. Yo me refiero al presente y al futuro. Lo invito a
internarse en estos tiempos de la historia.
Es verdad que usted llegó a su cargo al amparo de treinta millones de su-
fragios, pero una vez instalado en él responde ante más de ciento veinte millones
de mexicanos, a los que se agregarán las generaciones futuras. Aquéllos fueron la

* El Universal, 27 de junio de 2020.

98
AL PRE SI D E N TE , CON E N TREGA I NM EDI ATA

mayoría necesaria para su investidura. Éstos son el universo para su desempeño. El


voto de esa minoría le convirtió –para el presente y el futuro– en el ciudadano con
más elevada y grave responsabilidad, no en el propietario de la nación. Usted res-
ponde por ésta: por toda, no por una de sus partes.
Me preocupa la discordia que se está sembrando y la cosecha que puede
producir. Usted, que tiene predilección por las citas evangélicas, sabe cuál es el
destino de una casa dividida. Comienza a ocurrir entre nosotros. Quienes tuvieron
relaciones fraternas se están enfrentando. La historia prueba que estas divisiones
engendran tragedias. Todavía podemos evitarlas.
Observe, presidente, el tono al que ha llegado el debate, cada vez más encendi-
do e incendiario. Las posiciones –la suya es una, ¿no es así?– se han enconado. Ahora
no tomo partido, aunque usted nos ha convocado a tomarlo. Ni califico ni descalifico
opiniones. Sólo hablo como mexicano. Con este título advierto la gravedad de las
palabras con que cada opinante –convertido en gladiador– expone sus recelos, sus
exigencias, sus filias y sus fobias, sus preferencias y sus reproches. Nos estamos con-
virtiendo en una nación de combatientes. Nos combatimos mutuamente y cerramos
el espacio para el entendimiento. Estamos frente a frente, en posición de combate.
¿Qué puede hacer usted, presidente –o mejor dicho: qué debe hacer usted,
ciudadano de México, responsable del destino de millones de compatriotas–, para
que amaine esta batalla? ¿Qué puede hacer usted para promover la conciliación de
los mexicanos en torno a valores, programas y objetivos que nos unifiquen? ¿Qué
puede hacer usted para poner término al discurso de animadversión –que comienza
a ser discurso de odio– que crece en todos los frentes, el suyo y el de aquellos a los
que llama sus “adversarios”? ¿Qué puede hacer usted para promover un avenimiento
entre los conciudadanos que se combaten, antes de que sea demasiado tarde?
Si puede hacer algo y estoy seguro de que puede –y en todo caso, de que
debe– le pido que lo haga pronto. El tiempo avanza de prisa. Se agota. Y la tormenta
se acerca. Tal vez estoy equivocado, pero no soy el único que observa nubes negras
en el cielo de México. ¿Usted no las mira? ¿Y no las teme, por México?
Por favor, presidente: un gesto de concordia. Urge.

99
PARA L A NAVI DAD D E L 2 02 0

¿CÓMO SALDREMOS DE ÉSTA? *

Aclaro dos cosas sobre el título y el tema de este artículo. Una, a qué me
refiero cuando digo “ésta”. Dos, a quién dirijo la pregunta.
Primero: me referiré a la pandemia que nos agobia, generada por un virus
que se apoderó del mundo y del ánimo de sus habitantes y persistirá –se dice– du-
rante mucho tiempo. Hasta que todos nos contagiemos, muchos mueran y otros
sobrevivan, en una feria gobernada por la incertidumbre. No me concentro –aunque
tampoco desatiendo– en otras plagas de diversa naturaleza que han acompañado a
la pandemia de marras. Esas también han tenido y seguirán teniendo un efecto letal
sobre nuestra vida.
En México hemos sabido de epidemias como la que hoy padecemos. La con-
quista que sufrimos en el siglo XVI trajo consigo dolencias que nos diezmaron, acom-
pañando a la espada y a la cruz que la bendijo. Recordemos la viruela negra. En la
colonia llegaron otras pestes. En el siglo XX enfrentamos nuevos avatares: por ejem-
plo, la influenza española. Nuevamente, millares de muertos y pánico generalizado.
Segundo: en un esfuerzo de racionalidad científica, me dirijo al poder supre-
mo que ordena el universo. ¿O debiera dirigirme al supremo gobierno de la Repúbli-
ca, que ha mostrado sus flaquezas en el combate a la pandemia –aunque en otras
campañas se ha mostrado muy diligente–, y aguardar explicaciones que no hemos
escuchado y aciertos que no hemos observado? Fluye la respuesta en la vox populi.
Por eso mi pregunta no puede tener otro destinatario que el poder supremo que
ordena el universo. Que cada quien le ponga el nombre que prefiera.
Saldremos de la pandemia cuando debamos salir –es decir, no sabemos cuán-
do–, igual o peor que como entramos a ella. ¿Cómo estábamos cuando se proclamó
la inminencia de una enfermedad cuyo origen no supimos y cuyo alcance tampoco
apreciamos? En esa circunstancia, el conductor de la marcha dijo que éramos felices
y disfrutábamos de una transformación venturosa.
Pero la realidad se impuso: éramos un pueblo desigual y dividido, con ne-
cesidades crecientes y exigencias insatisfechas. En consecuencia, ingresamos
desiguales al mundo de la pandemia y pronto sufrimos las consecuencias de esa

* Siempre, 11 de julio de 2020.

100
¿CÓM O SAL D RE M OS DE ESTA?

desigualdad imbatible. Para un puñado, la enfermedad ha sido una tragedia aje-


na. Para otros, un horror inmediato que cobra la salud y la vida. Al principio
padecieron unos pocos; después centenares, y más tarde decenas de millares, por
encima de los augurios. En esas estamos. Nos colocamos entre los países más que-
brantados. Ahora sabemos en carne propia lo que en la suya habían padecido –y
nosotros presenciado, incrédulos– países como Italia, España, Inglaterra, Francia
y otros del orbe acaudalado.
Pero el problema al que aquí me refiero es cómo hemos transitado la pan-
demia y cómo saldremos de ella cuando llegue la hora de qué salgamos, merced
al hallazgo de una vacuna providencial, que parece lejana, y a la disciplina social
que mitigue los contagios, que también parece distante. En medio del receso, que
ya no soportamos –no por falta de ánimo, sino por carencia de satisfactores ele-
mentales–, procuramos mantenernos a flote con medidas emergentes. Pero esas
medidas no han logrado ni lograrán mejorar la suerte general de la población y
sacarnos curados y fortalecidos. Saldremos más desiguales y dolidos que como
entramos. Mucho más.
Veamos el tema de la educación, clave del futuro. Se abrirá con mayor
hondura el abismo histórico que media entre la educación de los afortunados
y la de los desvalidos. Y ese abismo cobrará un alto precio en el desarrollo de
millones de compatriotas y ejercerá un profundo impacto en el rediseño de Mé-
xico. Muchos maestros y varias instituciones han hecho un esfuerzo magno para
colmar ese abismo con medidas de educación virtual y con tareas excepcionales.
Merecen respeto y elogio. Pero los hechos son los hechos. La educación virtual no
alcanza a colmar nuestros vacíos: el grueso de la población carece de los medios
para beneficiarse de esta tecnología. Y nada resolveremos multiplicando plante-
les educativos ilusoriamente, como se ha hecho con la supuesta creación de cien
supuestas universidades.
En el orden económico, la pandemia ha tenido consecuencias descomuna-
les. No sólo ha producido un masivo desempleo con la consecuente pérdida de re-
cursos para incontables familias –los más débiles–, sino ha oscurecido el desarro-
llo de un país que ya padecía graves rezagos. Ni en el corto ni en el mediano plazos
podremos generar nuevas fuentes de trabajo para los millones que habrán perdido
sus empleos –formales e informales– y para los otros millones que aguardaban en

101
PARA L A NAVI DAD D E L 2 02 0

la sombra la oportunidad de sumarse a la fuerza de trabajo. Y no hablo del largo


plazo, porque no estaremos aquí para contarlo. Todo esto, a pesar de la creación
retórica de un ejército de beneficiarios, desprovistos de escuela y de trabajo. En la
cuenta de las deficiencias hay que poner la renuencia a brindar apoyo efectivo y
suficiente a las empresas que padecen y desaparecen.
Hay otros sectores de nuestra vida tocados por la pandemia. En ellos figura
el Estado de Derecho. Muchos juristas analizan la reconstrucción del Estado de
Derecho después de la pandemia. No se trata sólo de la seguridad pública, cuya
crisis tiene una dimensión dramática –muy lejos de las promesas que sembró el
Plan Nacional de Paz y Seguridad proclamado el 14 de noviembre de 2018–, sino
de otros bienes cada vez más enrarecidos: imperio de la legalidad, fortalecimien-
to de las instituciones, división de poderes, exaltación de las funciones públicas,
gobernabilidad democrática, etcétera, etcétera. El Estado de Derecho ha padecido
fuertes tensiones que amenazan sus fundamentos, ensombrecen su presente y
comprometen su futuro.
No hay espacio para ir más lejos, ni lo requieren quienes conocen nuestra
dura circunstancia y sobreviven en ella. Pero es necesario volver a la pregunta que
motivó estos comentarios: ¿cómo saldremos? Es función de un gobierno –es decir,
de una fuerza racional y responsable que conduce la marcha cuando cunde la tor-
menta– fijar el rumbo y asumir las más importantes decisiones. No bajo la fuerza de
las ocurrencias, los desahogos y las rencillas, que no tienen lugar –no deben tenerlo–
en una hora y en una obra de salvamento.
Es en esta circunstancia que debemos preguntarnos –y reformulo mi pregun-
ta, descendiendo del poder sobrenatural que gobierna el universo– qué programa
tiene el poder público para sacarnos de la doble pandemia que nos oprime: una,
obra de la naturaleza; otra, de las condiciones políticas, sociales y económicas que
enfrenta la nación, sumadas a los efectos del coronavirus.
El conductor de la marcha y quienes lo secundan ¿tienen ya una hoja de
ruta para llevarnos a buen puerto? ¿Acaso esa hoja se reduce a reclamar los errores
del pasado, que fueron muchos, sin aportar aciertos en el presente? ¿Hay alguna
propuesta de alivio, de convocatoria al concierto, de tregua en la contienda y el de-
nuesto que caracterizan la ruta seguida hasta ahora y prefiguran el destino? ¿Cuál
es el rumbo de la transformación ofrecida: cuesta arriba o cuesta abajo?

102
¿ CÓM O SAL D RE M OS DE ESTA?

En fin, si hay alternativas racionales y patrióticas, ha llegado la hora de sa-


berlas. Mientras tanto, sólo miramos olas y tememos arrecifes. Por eso es preciso
insistir como lo hemos hecho, hasta ahora sin respuesta: ¿cómo saldremos de ésta?
O mejor dicho: de éstas.

TRANSFIGURACIÓN *

Reflexioné sobre el título que daría a este artículo. Uno pudo ser el que le ha-
bría dado hace tres o cuatro días. Pero esperé para ver –la incredulidad del profano,
deseoso de conversión– el desarrollo de la visita presidencial a los Estados Unidos.
Dudé entre varios títulos: transfiguración –aunque la palabra evoca cierto signifi-
cado religioso, que no es mi intención–, o bien, escapismo o escamoteo. Todas son
aplicables, como podrá advertir el lector, pero elegí la más solemne y espectacular:
transfiguración. Y voy sobre ella.
De verdad, las cosas ya no son como antes. No quiero decir un antes remoto.
Vamos, ni siquiera uno cercano: unos meses o unos años. Antes, por ejemplo, de que el
presidente anfitrión tomara su iniciativa contra los dreamers, o adoptara los acuerdos
ejecutivos que dispersan familias de migrantes –niños inclusive, cuyo destino se halla
sujeto a “investigación”–, o amenazara con medidas fiscales si el de aquí no frenaba el
flujo migratorio, o calificara como criminales a los migrantes de origen mexicano.
Si las cosas que ya no son como antes para el gobernante norteamerica-
no, tampoco lo son para el mexicano. La diferencia es notoria entre las cosas que
pensó y proclamó el candidato, hoy presidente, cuando reivindicó la dignidad de los
migrantes y reclamó al vecino poderoso el trato que se les infligía, ofreciendo que
pondría su autoridad al servicio de un nuevo trato: humano y generoso. Las cosas
ya no son como las ha observado la representación consular mexicana, ni como las
han mirado los analistas y los periodistas que siguen de cerca el difícil tránsito de
los migrantes y su retorno a México en espera de que se resuelva su porvenir.

* El Universal, 11 de julio de 2020.

103
PARA L A NAVI DAD D E L 2 02 0

Las cosas han cambiado, de cabo a rabo. La transformación (no aludo a la


cuarta, que ya expande sus beneficios en todo el país, con más celeridad que la pan-
demia o la declinación de la economía) sino al cambio en las palabras y en el estilo.
Supongo que este nuevo giro se debe a la mudanza de la realidad: antes desoladora
y hoy venturosa. Presumo que nos encontramos en plena era de novedades, aunque
aún no las registren los testimonios de la relación bilateral. Pero las cosas ya no son
como antes y no volverán a ser como fueron.
Por lo pronto, la transfiguración comenzó a operar en la preparación del viaje.
Quien se resistió a utilizar el tapaboca recomendado a todas las personas y a prac-
ticarse un examen para detectar la ausencia del Covid 19, optó por ajustarse a la
realidad –es decir, al protocolo que allá se observa y aquí no–, portar el tapaboca y
recurrir al examen. Buena decisión, por cierto, que pudo iniciar aquí. Pero más vale
tarde que nunca.
Antes de emprender el histórico viaje fuera de México, primero que realiza
en un año y medio de gobierno laborioso, el alto funcionario aprobó –entiendo
que tras una cuidadosa negociación, como recomiendan la razón y la cortesía–el
programa de su estancia. Excluiría entrevistas con migrantes de origen mexicano
(que podrían manifestarse, si lo desearan, en la calle y atrás de la guardia de se-
guridad), e incluso con residentes tradicionales del mismo origen; prescindiría de
conferencias de prensa y se abstendría de expresiones improvisadas, y evitaría
cualquier encuentro con personajes del proceso electoral norteamericano (salvo
con el presidente-candidato, su anfitrión) para impedir que sesgos indeseados em-
pañaran la neutralidad de la visita.
Hubo justificaciones para el viaje y su programa. Se iba a lo que se iba: cele-
brar el tratado comercial suscrito hace ya algún tiempo, y nada más. Se festejaría
con o sin Canadá. Frente a la crítica amarga –como suele ser la crítica– con respecto
a la pertinencia y oportunidad del viaje, se opuso una razón persuasiva: evitar “plei-
tos” con los Estados Unidos, su gobierno o su presidente (que no siempre es muy
cauteloso en sus expresiones sobre México, aunque ahora sí lo fue, como prueba de
que las cosas ya no son como antes y ni siquiera como eran en la víspera, cuando el
mandatario norteamericano visitó y elogió el “bello” muro fronterizo).
Nuestro presidente ocupó un discreto asiento ordinario en un avión comer-
cial. Quedó sujeto a la curiosidad de sus compañeros de viaje y se abstuvo de

104
TRAN SF IG URAC I ÓN

conversar con ellos; apenas cruzó algunas palabras, silenciadas por el tapabocas.
Ni hablar de entrevistas de prensa. Bien que el mandatario conservara su modestia
característica. La investidura presidencial no necesita más. El mandatario puede
viajar con sencillez y representar sin mayor aparato a ciento treinta millones de
mexicanos, embelesados por ese rigor franciscano.
En el único día completo de su visita a Washington, nuestro mandatario rindió
honores a los próceres de ambas naciones, celebración que sí fue como las de antes,
y escuchó elogios y diatribas de migrantes y connacionales callejeros. Seguramente
fueron más intensos los elogios, a los que pronto se sumaría el discurso de su anfi-
trión. Por fortuna, éste se deshizo en alabanzas hacia su huésped –como el huésped
hacia su anfitrión– y exaltó la magnífica contribución de los migrantes de origen mexi-
cano a la vida y el desarrollo de los Estados Unidos. Quienes lo oímos a través de la ra-
dio o la televisión escuchamos extrañados –y conmovidos– esa amable convicción. Y
desde luego conocimos los elogios que se tributaron mutuamente ambos presidentes,
prenda de amistad que será perdurable y que esperamos se refleje en los hechos de
nuestra relación bilateral: quiero decir, la relación entre los países, no sólo entre los
flamantes amigos. Por cierto, ojalá que el afecto que el liberal mexicano tiene hacia el
conservador norteamericano se derrame igualmente hacia los conservadores de aquí,
que también son mexicanos (lo dijo Juárez; yo lo repito).
En suma, esta visita salió a pedir de boca, cualquiera que fuese la boca que la pi-
dió. Cada uno de los nuevos amigos obtuvo lo que podía desear conforme a su agenda
particular. De eso no hay duda. Lo que no me explico, al cabo de esta transfiguración,
es por qué aún existe en algunos ciudadanos de nuestra sufrida república –ya desa-
graviada– un extraño sentimiento de frustración, cierto desconsuelo. Pero ya sabemos
que siempre velan antiguas amarguras, sean del neoliberalismo, sean de la reacción.

105
PARA L A NAVI DAD D E L 2 02 0

EL INE EN VILO, 2020 *

Estamos en la “hora final” de una “etapa crucial” de nuestra democracia. Se-


guirán otras horas y otras etapas en esta historia inagotable. Se trata de la construc-
ción, larga y compleja, de un sistema democrático, o mejor dicho, de la formación
de una cultura que constituya el soporte de ese sistema. Para impedirlo, hoy –como
ayer– se quiere poner en vilo a una pieza central del sistema: el Instituto Nacional
Electoral. Esto es inaceptable y peligroso.
En la Cámara de Diputados se ha examinado la pulcritud de esa “hora final”
concentrada en la elección de consejeros que integrarán el Consejo General del Ins-
tituto Nacional Electoral. Hubo tropiezos, ¡cuándo no! Pero también hubo sensatez,
legalidad y buena fe. Construyamos sobre estas virtudes, que se hallan a la vista, y
dejemos atrás los escollos que estorban la marcha de la nación, tan agraviada por
mil problemas de gran calado, a los que no debemos agregar –artificiosamente– una
cuita electoral.
Ha sido largo el camino de nuestra democracia. No es flor de los últimos años,
producto de una breve transición –o causa de ésta–, cuya siembra y cosecha se de-
ban a un par de generaciones. La caminata comenzó hace tantos años que nadie,
entre los presentes, puede dar testimonio directo de ellos. Provino del hartazgo de
una sociedad insatisfecha por la injusta distribución de la tierra, la explotación del
trabajo y la concentración del poder, omnímodo y arbitrario.
La revolución que encendió Madero –con un amplio acompañamiento hetero-
géneo– puso en marcha la historia del siglo XX. Ese ha sido el siglo –un siglo entero–
de nuestra democracia. Se hizo golpe a golpe, labrando en tierra infértil, a trechos
largos, entre progresos y retrocesos, aciertos y errores, lealtades y claudicaciones.
Pero dejo el pasado en el pasado y llego al presente. En esta etapa cedió
la hegemonía de un partido, removida por la pluralidad de una sociedad inquieta,
abierta a las incitaciones de un mundo en proceso de cambio, incesante, acci-
dentado. México, que tuvo una revolución violenta, emprendió –con episodios de
fuerza–su reconstrucción política. En ella operaron y siguen operando las disputas
por la nación, visibles o soterradas, las coincidencias y las diferencias, la dialéctica

* Siempre, 25 de julio de 2020.

106
E L IN E E N V I L O, 2 02 0

de las generaciones, de las ideas, de las pretensiones. Ha sido así –y así será– que
reconstruimos el cauce e inventamos los instrumentos de la democracia.
Habíamos concentrado facultades en unas manos poderosas, que finalmente
se abrieron, de grado o por fuerza. Tomaron su lugar esos nuevos instrumentos lla-
mados a recoger y garantizar la pluralidad social y política, la tolerancia ideológica,
el flujo de las voluntades en un nuevo pacto –el pacto nuestro de cada día– que
asegurase el territorio ganado en un siglo de transición. Era natural que en el pa-
sado el poder omnímodo retuviera la organización y la calificación de los procesos
electorales. Y también fue natural que la nueva sociedad, alterada y exigente, pro-
dujera formas novedosas de acreditar la voluntad política de los ciudadanos. No la
de un caudillo iluminado o la de una facción que se asume como coro del tirano –de
antigua o nueva factura–, sino la voluntad de la nación plural y liberada. El voto de
uno fue relevado por el voto de todos. Cuidemos de que no se arrebate de nuestras
manos esta conquista histórica.
Me referí a los instrumentos que aseguran el paso firme de la democracia.
Uno de ellos es el Instituto Nacional Electoral, organismo que administra los proce-
sos electorales, sorteando peligros, venciendo recelos, atrayendo voluntades. Otro
es el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, que resuelve disputas y
asegura la legitimidad del proceso político. Son criaturas de este tiempo. Tienen en
su haber un buen desempeño, cumplido contra viento y marea. Han asegurado la
marcha civil, que no puede detenerse, ni desviarse, ni claudicar, ni volver atrás. Pese
a que hoy soplen de nuevo los vientos del pasado.
El Instituto Nacional Electoral ha sufrido embates de quienes desean doblar
su autonomía, usurpar su función de garante –y la del Tribunal–, alimentar codicias
y desandar el rumbo de la historia para andar su propio camino. Hemos sido testi-
gos –a menudo silenciosos– de esas arremetidas. La gran paradoja es que muchos
ataques, en alta voz y en la plaza pública, provienen de quienes alcanzaron el poder
gracias al esmero del Instituto, que asumió el único compromiso que debe reconocer
en su raíz, en su ejercicio y en su destino: el limpio compromiso con la democracia.
Esta reflexión –la de un ciudadano, entre millones– viene al caso porque hoy
trabaja la República en la integración del Consejo General del INE. La composición
de ese Consejo, su desempeño, su honor y su prestancia son factores decisivos para
ahuyentar los riesgos que enfrente nuestra democracia. Hay obstáculos en el camino:

107
PARA L A NAVI DAD D E L 2 02 0

de nuevos mesianismos y flagrantes ambiciones. Persiste la amenaza de arruinar en


horas la obra de un siglo. Se podría oscurecer el futuro, sobre el que ya se acumu-
lan nubes premonitorias.
Mi reflexión tiene dos destinos. Por una parte, se dirige a los diputados que
designan a los nuevos consejeros del Instituto. Esa designación, que se halla en
puerta, debe correr con independencia de filias y fobias, que no pueden ejercerse
en perjuicio de México. Por otra parte, mi reflexión se dirige a quienes serán inves-
tidos con la dignidad de consejeros de una institución acosada, que juega un papel
central en la preservación de nuestra democracia.
Habrá piedras en el camino, solicitaciones imperiosas, discursos tonantes.
Por grandes que sean, es necesario y posible sortearlos y derrotarlos. La demagogia
puede sugerir rumbos torcidos y conductas obsecuentes. Los nuevos consejeros,
asociados a sus colegas, no podrían servir a otro designio –pese a quienes quisieran
constituirse en amos de la República– que preservar la democracia en México, am-
parada por la ley, la razón y la justicia. Esa es su inmensa responsabilidad, señoras
y señores consejeros.

DOS PERLAS EN LA MISMA CONCHA *

En estas páginas me he referido al síndrome del marqués de Croix, que


aqueja a gobernantes y agravia a gobernados. Discúlpeme el lector por acudir de
nuevo a esta referencia. Cúlpese a la tenacidad con la que el síndrome solivianta
a la nación. El virrey marqués de Croix, hombre de ocurrencias, proclamó la fórmu-
la perfecta de la gobernanza: los vasallos de estas tierras nacieron para obedecer
y callar. Esta fue, en pocas palabras, la constitución del virreinato. Por lo visto, el
duende del buen marqués vaga y divaga en los corredores del Palacio que fue sede
de la Colonia y hoy lo es de la República. Mientras deambula, contamina a sus
ocupantes. Es un antiguo virus en vela.

* El Universal, 25 de julio de 2020.

108
D OS PE RL AS E N L A M I SMA CO NC H A

En los últimos días –pero no son los últimos– hubo nuevas manifestaciones
del síndrome del marqués. Aquí las identificaré como perlas en la concha de las
infinitas ocurrencias. Serían risibles si no fueran temibles; divertidas si no fueran
ominosas. Sólo me referiré a dos perlas cultivadas en el fondo de la concha pro-
lífica. Una se relaciona con el escarnio de libertades y derechos que asomaron
sin licencia del supremo gobierno. La otra, con el coro que pretende asegurar la
obediencia de los vasallos.
Bajo el título “Contra la deriva autoritaria y por la defensa de la demo-
cracia”, treinta mexicanos intrépidos expusieron sus observaciones y sugerencias
sobre la marcha actual y futura de México. ¡Vaya pretensión! Treinta se dirigieron
a ciento veinte millones. Entre aquéllos figuran científicos, artistas y periodistas
que tienen en su haber un prestigio bien ganado y han aportado a la nación su
talento y su desvelo. No ocultan sus nombres ni sus convicciones, exponen sus
críticas y convocan al ejercicio de derechos consagrados en la Constitución, que
no es un libelo de anarquistas.
Hubo reacción inmediata, que engendró la primera perla de la concha.
Quien se dijo –no hace mucho– el presidente más injuriado en la historia de Mé-
xico, se convirtió en iracundo injuriador. Movido por la afrenta, elevó el pendón
de la intolerancia y condenó a los autores del manifiesto. Lo hizo desde la más
alta tribuna y con lujo de medios para enterar al pueblo sobre la maldad de esos
autores. Les imputó “falta de honestidad política e intelectual, manifestada en el
mismo contenido de su proclama”, es decir, en la exigencia de un cambio de rumbo
al amparo de las libertades constitucionales. Les atribuyó –para que lo sepa el
pueblo agraviado– la pretensión “de restaurar el antiguo régimen, caracterizado
por la antidemocracia, la corrupción y la desigualdad”, que son los cargos que se
hicieron para animar venganzas en la etapa más violenta de la Revolución France-
sa. Sin embargo, en un gesto compasivo el crítico de los críticos habló de la “pena
ajena” que le produjo la aspiración de los treinta ciudadanos, que no le sugirie-
ron, por cierto, enfrentar con “pena propia” la debacle causada por los errores del
“buen gobierno”.
Algunos ofendidos por el manifiesto increparon a los autores en un punto
específico: la sobrerrepresentación de la bancada mayoritaria en la Cámara de
Diputados. Esa representación abrumadora –adujeron– es el fruto de “la votación

109
PARA L A NAVI DAD D E L 2 02 0

y de una política de alianza normal y habitual” en la composición de un parlamen-


to. Pero los defensores de la representación exuberante –en corto circuito con la
democracia– no fueron muy lejos por la respuesta. Fulminante, respondió José
Woldenberg en su artículo “Mentir, un recurso renovable” (El Universal, 21 de julio
de 2020). Hizo las cuentas y sacó las conclusiones. ¿Quién miente, pues?
Esa fue una perla en la concha que abrió sus valvas. Otra ha sido la febril
resistencia de un sector del coro a sujetarse a la ley y a la razón para integrar el Con-
sejo General del INE. Cada quien puede tener filias y fobias –no faltaba más, en esta
República libre y democrática–, pero no puede exigir que los Poderes de la Unión
disciplinen sus decisiones a cuotas de poder y preferencias de facción. Excluir de las
funciones públicas a quienes no son prosélitos de la 4T, es desandar la historia y mi-
litar contra la democracia. No es votar, sino vetar sin razón. Implica que los órganos
del Estado se integren con compañeros del camino para asegurar de antemano la
satisfacción de un grupo a costa del interés de la nación.
Hubo tiempo y forma para proponer candidatos y analizar “perfiles”. Los
hubo para aprobar y reprobar. Los hubo para requerir e impugnar. Pero una vez
recorrido el camino que marca la ley, es preciso serenar el ánimo, apaciguar la
ambición y permitir que la República siga su marcha: no arrebatar por la fuerza
–así sea la fuerza aritmética de una flagrante sobrerrepresentación– lo que no se
obtuvo por la aplicación de la ley. Llama la atención el calificativo de “golpistas”
que un militante distinguido de la mayoría parlamentaria aplicó a los belicosos
combatientes. Por fortuna, la segunda perla descendió a perlita y palideció en el
fondo de la concha. Enhorabuena para quienes apagaron su luz.
¿No habrá llegado el momento de que repose el duende del marqués, que
deambula en los laberintos del Palacio? ¿No habrá sonado la hora de clausurar
la concha de las perlas mañaneras y enviarlas al arcón de los recuerdos? ¿No ha-
brá llegado el día en que construyamos en paz una nueva República donde impe-
ren la libertad y la tolerancia, la legitimidad y la razón? ¿No será tiempo de que
prevalezca la cordura y cese la violencia?
Por lo pronto, no puedo desear a los suscriptores del manifiesto –exorcizado
desde los magnavoces del poder– otra cosa que entereza y constancia, que segura-
mente las habrá, en el ejercicio de sus derechos y en la proclama de sus razones.
Y tampoco puedo menos que confiar en que el órgano construido para asegurar la

110
D OS PE RL AS E N L A M I SMA CO NC H A

democracia en los procesos electorales, lleve adelante –tope donde tope, pese a
quien le pese– la tarea que tiene en sus manos. Esta incluye, por cierto, preservar el
proceso electoral frente a guardianes inesperados.
Ya basta, insomne duende del marqués. Ya basta, animoso coro obsecuente.

LOS ADIOSES *

Hay anécdotas en el mundo del arte que pueden generar invocaciones al


otro lado del universo: la política. Una me viene a la mente. Joseph Haydn compu-
so la “Sinfonía de los adioses”. Esta denominación se debe a la tensión que hubo
entre los miembros de su orquesta, por una parte, y el príncipe austriaco Niko-
laus Esterházy, patrono de conciertos, por la otra. El príncipe retuvo a los músicos
más tiempo de la cuenta y éstos resolvieron expresar su malestar al monarca. En
plena ejecución abandonaron sus puestos, uno a uno. Así dijeron “adiós” al gober-
nante y a sus cortesanos. Por eso se habla de la “Sinfonía de los adioses”.
¿A qué viene esto en un comentario político? Viene al caso porque desde
hace un año y medio hemos escuchado una música política –muy desafinada–
que merecería el mismo título: los adioses. En este “desconcertante concierto”,
cada adiós ha tenido sus motivos. Sin embargo, todos se unen por un hilo que
cruza la partitura y agita los atriles. Las razones de los dimitentes explicaron las
disonancias que quedan en nuestros oídos y los extravíos que abruman a esta
sociedad atribulada.
El primer adiós estrepitoso ocurrió cuando el director del Instituto Mexicano
del Seguro Social dejó su cargo. Nos legó una extensa renuncia que dejó constan-
cia de la situación que guardaba el Seguro Social al momento de su salida y de la
avalancha de decisiones desacertadas que la motivaron: ahorros a rajatabla y otras
lindezas del “buen gobierno”. Entonces no sabíamos (supongo) que se avecinaba la
pandemia. Nos halló desvalidos.

* El Universal, 1 de agosto de 2020.

111
PARA L A NAVI DAD D E L 2 02 0

El segundo adiós tonante provino de un secretario de primerísimo nivel,


que merecía la confianza de propios y extraños: el secretario de Hacienda y Crédito
Público. Explicó en una nota lacónica que no aceptaba medidas económicas erró-
neas –es decir, puesto en mis propios términos, que “no comulgaba con ruedas de
molino”– ni transigía con imposiciones de personas carentes de preparación profe-
sional y visión de Estado. Desde entonces nos ha seguido explicando, en colabora-
ciones en El Universal, los errores de política que nos llevan a un abismo económico.
El tercer adiós se produjo hace unos días. El secretario de Comunicaciones di-
mitió sonoramente. Adujo su inconformidad con la militarización que se impuso –a
trompa y talega– en puertos y aduanas. Este control –sostuvo, antes de abandonar
el atril– corresponde naturalmente al fuero civil. No señaló en ese momento que la
militarización de funciones civiles forma parte de un insólito proceso –¿un proyecto?–
emprendido con tesón por el “buen gobierno”, muy consistente en este extraño rumbo.
Podría agregar otras separaciones en órganos demolidos por la ausencia
de comprensión y recursos, en áreas de servicio social o atención a vulnerables.
A ellas llegaron los golpes devastadores, que tendrán un alto precio en nuestro
futuro inmediato. En algunos casos, las dimitentes fueron mujeres. ¿Síntoma del
escaso feminismo del “buen gobierno”, manifiestamente hostil u olvidadizo frente
a los legítimos movimientos de insurgencia femenina y a las apremiantes necesida-
des de ese sector mayoritario del pueblo?
Dejo el tema a politólogos, sociólogos y astrólogos que puedan descifrar los
signos que colocaron estos hechos en nuestro firmamento político. Sólo recordaré el
final que tuvo el concierto en honor del príncipe Esterházy, que hostigó a sus músicos
(y quizás también a sus gobernados). Dicen los cronistas que al concluir el concierto
sólo quedaron en el escenario dos personajes: Haydn y un concertino.
Desde entonces han transcurrido casi doscientos cincuenta años. ¿Por qué
parece que no ha pasado el tiempo y aún desfila la procesión de los adioses en
este teatro de la felicidad que disfrutamos por discurso milagroso?
En todo caso, ojalá que no nos diga adiós la esperanza, discreto ejecutante
que todavía se esfuerza en algún oscuro rincón del escenario, amenazada con el
retiro del asiento, la partitura y el instrumento.

112
¿POR QUÉ? *

En la vieja obra El tesoro de la juventud figuraba una sección aleccionadora


para los niños de ayer, que podría ser útil para los hombres de hoy: El libro de los
por qués. Era una fuente para la cultura infantil. Ojalá pudiera enviarle las pregun-
tas que formulo en seguida. Millones de mexicanos aguardamos las respuestas.
¿Por qué sembramos divisiones y enfrentamientos, cuando requerimos con-
cordia? Estamos impidiendo el desarrollo y generando heridas profundas.
¿Por qué se derrumbó la economía, mucho antes de que llegara el coronavi-
rus? Sólo arrojamos salvavidas a los desvalidos, como sucede en los naufragios o en
las elecciones.
¿Por qué se regateó el apoyo a las fuentes de trabajo? No digo a los tiburones
que reposan en el mar profundo, sino a empresas y trabajadores atrapados por la
emergencia.
¿Por qué invertimos en obras faraónicas los recursos indispensables para la
subsistencia y la salud de los mexicanos? Dos Bocas puede esperar; el hambre, no.
¿Por qué pasamos del optimismo al desastre sanitario? Somos punteros de la
desgracia. Ni la domamos ni la moderamos.
¿Por qué no formamos un solo frente para contener la pandemia? Es obvio
que no lo hemos conseguido. Abundan las dudas y los recelos.
¿Por qué somos el país con el mayor número de contagios entre los servidores
de la salud? Han proliferado los requerimientos y las protestas.
¿Por qué se quebranta el federalismo? El foro de los consensos se ha conver-
tido en palenque.
¿Por qué ha crecido la criminalidad, tomando territorios y facultades del Esta-
do? Abundaron las promesas; los resultados están a la vista. Las olas se levantaron
en el pasado; en el presente son un tsunami.
¿Por qué debilitamos instituciones valiosas? Hoy padecen la indigencia im-
puesta por el ahorro “institucida”, que pasa a cuchillo por igual al trigo y a la cizaña.
¿Por qué se militarizan funciones públicas que no competen a las Fuerzas
Armadas? Emprendimos una militarización cuyo destino es incierto.

* El Universal, 8 de agosto de 2020.

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PARA L A NAVI DAD D E L 2 02 0

¿Por qué desalentamos el desarrollo de la cultura, la ciencia y la tecnología,


de las que dependen nuestra identidad y soberanía?
¿Por qué retiramos apoyo a las mujeres en atención a niños y refugios contra la
violencia? El Estado no encabezó la insurgencia femenina; la ha desacreditado.
¿Por qué nos distraemos con banalidades? La comedia del avión presidencial,
que aterrizó de nuevo, es un buen ejemplo de estas distracciones.
¿Por qué se ha convertido el púlpito de la República en un heraldo de la per-
secución penal? Las proclamas vindicativas no competen a la Jefatura del Estado.
Hay más preguntas en la mente de todos. Para resolverlas existe una fuente
de certeza, que sustituyó al Libro de los por qués. Es una nueva forja de cultura,
catecismo del pueblo con el que amanecemos cada mañana. En este sucedáneo de
la ciencia se asegura que todos los males son atribuibles a los adversarios (neolibe-
rales, conservadores, intelectuales et al.) de una transformación que efectivamente
nos está transformando. ¿Será? Ahí está el detalle.

VIVIR A LA INTEMPERIE *

En el remoto firmamento abunda la aparatosa pirotecnia. El pueblo la ob-


serva, distraído. Mientras tanto, en la tierra cunde el fuego. El pueblo lo padece.
Media un abismo entre el espectáculo distante –que tiene sustento– y la realidad
inmediata, envuelta en llamas.
Las Leyes de Manú (siglo XIII AC) advirtieron: el gobernante que no castiga a
los delincuentes irá al infierno (VIII, 128). Lo merece. Y mejor cuanto más profundo
sea el abismo al que lo arroje la justicia. Pero puede ocurrir que el gobernante brinde
primero a sus gobernados una “probada” del infierno. Si es así, éste habrá tomado
posesión de la tierra, nuestra morada.
Nos acosan los males de la pandemia –no sabe, la pobre, que está doma-
da–, la economía se derrumba y la inseguridad eleva la cresta (como nunca, ni

* El Universal, 15 de agosto de 2020.

114
V IVI R A L A IN TEM P ERI E

siquiera en el “pasado maldito”). Hace tiempo, los comentarios de reporteros y


cronistas como Ramírez de Aguilar y el “güero” Téllez Vargas nos ponían al tanto
de los atrevimientos delictivos. Las cosas cambiaron. Hoy, los columnistas Héctor
de Mauleón y Alejandro Hope informan sobre los horrores del crimen en esta Re-
pública atribulada. Crimen in crescendo. Nos llegó la “probada” del infierno. Y la
enfrentamos a la intemperie.
Hubo amables promesas. El Plan Nacional de Paz y Seguridad 2018-2024 (14
de noviembre de 2018) fue bandera del futuro. Dijo el Plan, con reflexión sesuda: “La
seguridad de la gente (usted y yo, amigo lector) es (…) la razón primordial de la exis-
tencia del poder público: el pacto básico entre éste y la población consiste en que
la segunda delega su autoridad en autoridades constituidas, las cuales adquieren
el compromiso de garantizar la vida, la integridad física y el patrimonio de los
individuos”. ¡Vaya, vaya!
En el aura de las promesas, sin guión de cumplimiento, el Ejecutivo ofreció:
en seis meses se reducirá la criminalidad. Otros voceros moderaron el entusiasmo:
tres años. Respiramos. Días adelante, el presidente anunció el ocaso del crimen: en
2024 la delincuencia se habrá reducido a la mitad de la que había en 2018 (año del
“pasado maldito”, hacia el que miran con obsesión los responsables del presente y
forjadores del futuro). Hubo corrección. La reducción será del quince por ciento,
señaló el coordinador de la mayoría en la Cámara de Diputados (El Universal del 3
de mayo de 2019).
La realidad se rebela contra la pirotecnia. Los hechos se alejan de los di-
chos. Aumentan los crímenes violentos. Se descubren fosas clandestinas. Desco-
nocemos la cifra real de los desaparecidos. Las víctimas se multiplican. La impu-
nidad campea. La ineficacia y la corrupción persisten. Crece la percepción social
de inseguridad. Muchas carreteras se han vuelto intransitables. Abunda la justi-
cia por propia mano. Se desalienta la inversión. Tropieza –si acaso aparece, con
presencia fantasmal– la Guardia Nacional, que sería “instrumento primordial del
Ejecutivo federal en la preservación de la seguridad pública, la recuperación de la
paz y el combate a la delincuencia”. Eso pontificó el breviario de la transformación.
Muchos se preguntan: ¿“vamos que volamos” sobre la ruta que conduce al
“Estado fallido”, conforme a la caracterización de Chomsky? Es posible, a despecho
de la oferta del Plan Nacional de 2018 y con desafío de las Leyes de Manú. El infierno

115
PARA L A NAVI DAD D E L 2 02 0

se abre como realidad y como destino. Mientras llega para quien lo merezca, los que
no lo merecen se hallan a la intemperie y prueban el fuego en carne propia.
Los sobrevivientes escuchan: “no habrá cambio de estrategia”. Es decir: ya te-
nemos una, que no variará. Habrá más de lo mismo. Pero ¿cuál es esa estrategia que
no rinde los efectos prometidos, destruye instituciones –policía federal–, desatiende
otras –policías locales–, atrae situaciones indeseables –militarización de la seguri-
dad– y encomienda la seguridad a la conciencia de los infractores y sus progenitoras?
En fin, mientras la estrategia da de sí, el fuego cunde. Y nosotros seguimos a
la intemperie. Pero los fuegos de artificio amenizan la existencia.

EDUCACIÓN Y DESIGUALDAD: EL PORVENIR EN JUEGO *

Todas las horas son horas de la educación. Deseo éxito a quienes tienen en
sus manos –en la nación y en las familias– la educación de los mexicanos. Pero el
panorama es sombrío. En él militan dos adversidades: la abismal desigualdad, que no
hemos corregido, y el gran viraje de la educación, para el que no estamos preparados.
Recibimos la pandemia con las modalidades que impone la desigualdad im-
perante. Una recepción “a la mexicana”, colmada de vicisitudes. Sobre ella estamos
redefiniendo el porvenir. La moneda está en el aire. ¿Cómo caerá? Hay pronósticos
fundados. ¿Cuál es el suyo, amigo lector?
La educación es factor de una sociedad democrática, favorece la capilaridad
social, dota de oportunidades a quienes llegan al mundo sin ellas, uniforma la suerte
de los ciudadanos para que sean compatriotas. Habíamos avanzado, lentamente.
Ahora podremos retroceder con celeridad. Bajo el viento de la desigualdad, la pan-
demia compromete el porvenir de la nación. En este marco, la educación deviene un
asunto de fortuna, más de lo que fue.
Millones de niños se verán desalentados por la carencia de medios para en-
trar, bien equipados, a la lucha por la vida. Me refiero a una vida genuina, no sólo

* El Universal, 21 de agosto de 2020.

116
E D UCAC IÓN Y D E SIG UAL DAD : EL P O RVENI R EN JU EGO

supervivencia. Muchas familias no cuentan con los recursos que les permitan lle-
var adelante, en serio y con eficacia, la educación que requieren sus hijos. ¿Cómo
pretender que haya educación para todos, cuando no todos tienen los medios
para recibirla?
Las condiciones materiales en un buen número de viviendas, las circunstan-
cias en que se desarrolla la convivencia familiar, las diversas necesidades de los
niños que forman parte de una misma familia y las múltiples presiones que gravitan
sobre ésta, complican el desarrollo de los programas educativos. Añádase la nece-
sidad de que los jóvenes aporten recursos a su familia, oprimida por la incontenible
declinación de la economía, que se insiste en negar. He ahí la constelación que cons-
pira contra el viraje efectivo y radical de los procesos educativos.
La desigualdad prevaleciente está abriendo grandes fisuras en nuestra socie-
dad. No cerrarán en mucho tiempo. Había más de “un México”. Éramos y nos sabía-
mos diferentes. Y ahora el drama de la educación profundiza las diferencias entre
los mexicanos y el abismo que separa a los vulnerables de los afortunados. Seremos
conciudadanos, pero no necesariamente compatriotas ¡Cuidado!
Entramos a la pandemia en condiciones de profunda desigualdad. Ciertas
acciones de gobierno inciden en la mirada que se dirigen las fracciones –o, mejor
dicho, las “facciones”– de la sociedad. No hay certeza sobre el tránsito que segui-
mos, sus estaciones y su puerto de arribo. Pero sabemos, eso sí, que al salir de la
pandemia se habrá agravado la desigualdad que padecemos. Será la peor herencia
de la pandemia: siembra de pobreza en la tierra yerma. En fin, injusticia. ¿Seremos
otra sociedad? No, seremos la misma, con nuevas y graves complicaciones.
Bajo el imperio de acontecimientos que no controlamos, con fracturas so-
ciales y entre fuerzas encontradas, pretendemos reconstruir la nación y sus insti-
tuciones. La desigualdad jugará un papel decisivo en este proceso. Disminuiría su
influencia si pudiéramos forjar un nuevo pacto social. No digo un catálogo de ilusio-
nes, sino un verdadero acuerdo nacional que alivie la situación en que nos hallamos
y prevenga la que se avecina.
Pero la posibilidad de alcanzar ese pacto –y más: la necesidad de lograr-
lo cuanto antes– no está en la agenda de los factores de poder que disputan la
nación. El discurso en la tribuna mayor va en otra dirección. La salud y la educa-
ción importan menos que la obsesiva concentración y retención del poder. En la

117
PARA L A NAVI DAD D E L 2 02 0

vecindad del abismo, mellamos el Estado de Derecho y abonamos al encono y al


escándalo. La educación no es el tema mayor en las ocupaciones de quien opera
como actor y gerente de un gran espectáculo que mira hacia las futuras elecciones,
no hacia las futuras generaciones.

¡ARDE LA CASA! *

El incendio comienza con llamas ligeras. Crecen cuando el pirómano alimen-


ta el fuego. Si no lo sofocamos, consumirá la morada. Ahora se trata del fuego que
destruye nuestra casa, nada menos. Elevamos clamores, pero no atraemos las nubes
que apagarían el incendio. No se oye la voz potente de los juristas, tan alta como
debiera. Ni se observa la alarma del pueblo, cuyo porvenir está en riesgo. Mientras
tanto ¡arde la casa!
Las llamas amenazan al Estado de Derecho y a los ciudadanos, cuyos dere-
chos menguan. El fuego lleva adelante una destrucción que parece deliberada, y aca-
so lo sea. No podemos verla con indiferencia. Nos va la vida. Hay daño en el presente
y grave peligro para el futuro, que podría ser un porvenir de cenizas.
El autoritarismo y la ambición de poder iniciaron el fuego. Las primeras lla-
mas alcanzaron espacios que cedieron paulatinamente. Las fuimos olvidando. Hoy
asedian zonas vitales. Éstas aún resisten, merced a la fortaleza que recibieron de
sucesivas generaciones de constructores. ¿Cuánto más podrán soportar la presión
abrasadora del incendio? En estos días el fuego ha tocado un ámbito sensible, del
que depende el conjunto: la justicia. Si las llamas dominan ese reducto, venciendo
a sus custodios, quedarán selladas la suerte del edificio claudicante y la vida y las
esperanzas de los ciudadanos.
Ciertamente, el pasado se colmó con desmanes que ofendieron a la nación.
Los corsarios, navegando tierra adentro, cometieron infinitas depredaciones. Es ne-
cesario someterlos a juicio legal –quienes sean– y hacerles pagar sus fechorías. Pero

* El Universal, 29 de agosto de 2020.

118
¡ ARD E L A CASA !

también es verdad que para rescatar la ley y la decencia se debe actuar bajo el
imperio del Estado de Derecho, sin convertir la justicia en un circo ni a sus practican-
tes en actores de una farsa. El palacio de la justicia no debe ser una carpa montada
para el solaz de la política.
Las representaciones clásicas de la justicia la muestran como una figura se-
rena y poderosa, alejada del odio y el capricho, sus adversarios naturales. Pero
también existen otras representaciones: Orozco las dejó en los muros de la Supre-
ma Corte. Elijamos entre ambas para saber qué justicia pretende la mano poderosa
que mueve la ira y los reclamos. Hubo alocados reivindicadores que primero incen-
diaron la pradera y luego perecieron entre las llamas: recordemos a Savonarola, en
la hoguera de Florencia.
Hace veinticinco años denuncié la errónea reorientación de la justicia penal.
No he cesado de impugnarla, en múltiples foros y publicaciones. Trajimos “institu-
ciones” peligrosas que podían infectar la justicia y conducirla al despeñadero de los
arreglos y las vindictas. Abrimos la puerta a negociaciones que la ponen a merced del
mercado, sometida a convenios y caprichos, engañando a la sociedad con supuestas
ventajas prácticas. Entre esos fraudes figura un extremoso principio de oportunidad
que suplanta la justicia con oscuros arreglos en los que domina la fuerza del pode-
roso. Los arreglos se lubrican con la deserción de antiguos criminales convertidos en
socios de la justicia. Son payasos de circo (dicho sin agravio a estos profesionales)
que suplantan con cinismo la majestad de la justicia.
Al final del siglo XVIII, el insigne reformador César Beccaria arremetió con-
tra el sistema penal que incurre en crímenes para perseguir a criminales. Ofrecer
impunidad al delincuente que descubra a sus compañeros significa “que la nación
autoriza la traición, detestable aun entre los malvados”, y el poder público que la
alienta “hace ver la flaqueza de la ley, que implora el socorro de quien la ofende”.
Beccaria pudo recordar el destino natural de los traidores, anunciado por el Dante:
el más profundo círculo del infierno. ¿Acaso el Estado no tiene la fuerza moral y
jurídica y los recursos humanos y técnicos para hacer justicia sin claudicaciones?
Vuelvo a las llamas. Duele y avergüenza que el fuego comprometa la vigencia
del Estado de Derecho. Pero también es motivo de dolor y vergüenza que en la supre-
ma magistratura de la nación, donde debiera encarnar la figura gallarda del gobernan-
te, se cambie la función de estadista por el papel del gerente de carpa que convoca

119
PARA L A NAVI DAD D E L 2 02 0

al público a disfrutar el escándalo. Agreguemos la monstruosa iniciativa –propuesta


neroniana– de someter a consulta pública el ejercicio de la justicia. Espero analizarla
en otro artículo. El plato de lentejas de las futuras elecciones no justifica el menoscabo
de la dignidad republicana y de la investidura que la representa.

ENCUESTA PARA HACER JUSTICIA *

Enhorabuena por la democracia y enhoramala por su expresión corrupta:


la demagogia. Platón y Aristóteles, extranjeros fifís de la Hélade, denunciaron
esta degradación de la política. “Aduladores del pueblo”, se llamó a los demago-
gos. El traductor de Platón, Antonio Gómez Robledo, describió a la demagogia
como régimen en “el que la licencia se da sin freno alguno y las improvisaciones se
suceden a paso veloz. Es el reino del relajo, para decirlo a la mexicana”. ¿Sabemos
algo de esto?
Reitero: enhorabuena por la democracia. Aprecio sus formas y sus institu-
ciones, entre ellas la consulta popular para resolver problemas relevantes. Por su-
puesto, no me refiero a consultas ilegítimas y desordenadas, a trompa y talega, con
asambleas predispuestas, fraguadas para satisfacer pasiones. No faltan ejemplos.
¿Conoce alguno, amigo lector?
Se planteó la iniciativa –espada vengadora que se esgrime contra el pasado,
pero quebranta el futuro– de someter a consulta la justicia. ¡Nada menos! Quien
inició este proceso arrojó la piedra y hoy esconde la mano tras otras iniciativas
obsecuentes. Una cosa es consultar la construcción de una carretera o de una
escuela, o la elevación de un muro (como en las asambleas en que el presidente de
los Estados Unidos pregunta quién pagará el muro fronterizo, y la muchedumbre
proclama: “¡México!”), y otra es someter a la multitud aleccionada la pregunta más
grave que puede plantearse en un Estado de Derecho: ¿haremos justicia? ¿cómo,
cuándo, sobre quiénes? No es legal, ni razonable, ni decente colocar a la justicia

* El Universal, 4 de septiembre de 2020.

120
E N CUE STA PARA HAC ER JU STI C I A

como actriz de reparto en el teatro de las ambiciones políticas. Menos aún, cuan-
do esto atropella derechos humanos.
La impunidad repugna al Estado de Derecho. La padecemos. Sus índices
son alarmantes, pese a la promesa de abatirlos. El gobierno debe asegurar la apli-
cación de la justicia a quienes atentan contra la paz, la seguridad, los intereses y
el patrimonio de la nación. En esto no debe haber vacilación o tardanza. Por eso
campea la justicia sobre majestuosos pedestales –inactiva y silenciosa–, con una
balanza para ponderar las culpas y una espada para sancionar a los culpables. Y
para eso tenemos una Constitución y unas leyes que fijan el procedimiento para
que operen la balanza y la espada. Si es así, bien; si no, muy mal. Mal, porque hun-
diría a la República y mellaría los derechos de los ciudadanos, inclusive de quienes
cedieran a la demagogia. Que se haga justicia, pues, bajo el imperio del Derecho,
no bajo el apremio de un aprendiz de emperador.
Se pretende una consulta pública, cuyos resultados ya festejan sus promo-
tores, para saber si se debe aplicar la ley a ciertos exfuncionarios. Diga usted: “sí”
o”no”. En los términos en que se plantea, esa consulta recuerda las prácticas medie-
vales de la “inquisición general”: vayamos a todos los caminos, busquemos culpa-
bles y encendamos las hogueras. Quienes lo proponen, olvidan cuáles son los temas
que pueden someterse a consulta. Tampoco recuerdan –leer la Constitución curaría
su amnesia– las disposiciones constitucionales acerca de la persecución penal. No
compete a una asamblea encauzada por la demagogia. Ni a remedos de los comités
de salud pública que montó la Revolución Francesa. Ni a espectadores iracundos
que colmaron estadios reclamando “¡paredón! ¡paredón!”. No basta con acumular
firmas en papeles desplegados por la ignorancia y la venganza.
Por fortuna hay normas que prevén los términos de un procedimiento penal
y se cuenta con un órgano facultado para realizar investigaciones de este carácter,
que no se sujeta a clamores desbordantes y pretensiones electorales de un caudi-
llo al que se le mueve el piso. Aquellas normas constan en la Constitución y ese
órgano goza de autonomía. Por supuesto, la iniciativa de formalizar un espectá-
culo vindicativo propio del Coliseo romano, podría arrojar beneficios electorales.
De eso se trata, no de hacer justicia. No hay error o inadvertencia, sino deliberada
intención. Ojalá que los convocados a esta farsa se pongan en guardia frente a la
demagogia. No naveguemos en estas aguas.

121
PARA L A NAVI DAD D E L 2 02 0

Pero además existe una firme esperanza: la recta actuación de los magistrados
de la República. Estarán llamados a resistir los amagos del poder, como los famosos
jueces de Berlín, baluarte del justiciable frente al asedio del emperador. Para eso son
los ministros que comparten con el Ejecutivo la gran Plaza de la Constitución.

LA CONSULTA, APERITIVO ELECTORAL *

¡Vamos a la consulta! No se detendrá. En su animada pista –que compite con


otras, de última hora– nos distrae de la pandemia, la inseguridad y el colapso eco-
nómico, que no se sujetan a consulta. Demos amenidad a nuestros días. Me pregun-
tan:¿por qué cuestionar la consulta, si es una institución democrática y justiciera?
Respondo: compartiría esta convicción si no fuera porque tras la fachada se alojan
fantasmas que van tomando cuerpo: un cuerpo que arremete precisamente contra
la democracia y la justicia.
La consulta desembarcó en la Constitución en 2012. Este marco de rostro
democrático también facilita –lo estamos viendo– la presencia sigilosa de intencio-
nes muy alejadas de la democracia. En la campaña electoral de 2018 se habló de
someter a juicio a los expresidentes de la República. La idea se reanimó por la actual
campaña del Ejecutivo –abierta y notoria– hacia las elecciones de 2021. La elección
del 21 es el banquete; la consulta, un aperitivo.
Hay temas excluidos por mandato de la Constitución. Entre ellos figuran los
relativos a derechos humanos, sustraídos a la “tiranía de la mayoría”. Si lo que la
consulta pretende es someter a juicio penal a ciertos individuos, destaquemos que
la votación no podría suplantar a la Constitución. Ésta fija los términos de la perse-
cución penal, que implica precisar los cargos que se formulan y la responsabilidad
de los imputados, y establece los órganos a cargo de la persecución penal, cuyas
atribuciones constitucionales no pueden naufragar bajo una oleada de votos ampa-
rados por la demagogia.

* El Universal, 12 de septiembre de 2020.

122
L A CON SULTA, APE RITI VO ELECTO RA L

Se pregunta si procede garantizar el derecho del pueblo de México a la


verdad y a la justicia, mediante las investigaciones correspondientes y salvaguar-
dando el debido proceso y la presunción de inocencia, por los hechos de corrup-
ción en que pudieron incurrir los expresidentes. Por supuesto, no cuestiono el
derecho a la verdad y a la justicia. Pero es inaceptable ofrecer que se respetarán
el debido proceso y la presunción de inocencia, que de entrada estamos vulne-
rando. Tampoco se puede ignorar que la persecución penal procede en contra de
personas específicas y por hechos precisos y probados. Y es indebido desechar la
competencia de los órganos a los que la Constitución encomienda la investigación
y el enjuiciamiento. El hecho de que los resultados de la consulta sean vinculantes
para las autoridades no significa que la muchedumbre se constituya en Ministerio
Público y derogue la división de poderes. Esta suplantación sería el cauce para una
dictadura, que acecha.
Pero hay un punto favorable. La Constitución dispone que “durante el tiem-
po que comprende el proceso de consulta popular, desde la convocatoria y hasta
la conclusión de la jornada deberá suspenderse la difusión de toda propagan-
da gubernamental de cualquier orden de gobierno”, con excepción de la relativa
a educación, salud y protección civil. Esto quiere decir, si leemos con intención
“saneadora”, que en ese periodo no escucharemos los mensajes proselitistas de
cada mañana. Sería un “beneficio colateral”. Algo bueno traería este aperitivo del
banquete electoral.
Confío en que la Suprema Corte hará Justicia a la Nación. Resolverá sobre la
constitucionalidad de la consulta. Es nuestra muralla frente al autoritarismo y la dema-
gogia. Encendamos las veladoras. Con ellas llegaremos al Cabo de Buena Esperanza.

123
PARA L A NAVI DAD D E L 2 02 0

¿QUÉ PASA? *

Podemos y debemos preguntarnos: ¿qué pasa en México? No sólo en los


campos en que cunde la pandemia, crece la inseguridad y se desploma la econo-
mía –extremos de una tragedia negada en el devocionario oficial–, sino en otros
espacios de la vida pública que merecen la reflexión colectiva y atañen a la vida de
los ciudadanos porque afectan derechos y libertades.
Haré algunos comentarios previos, para enlazar los hechos a los que me refe-
riré adelante con los acontecimientos y las tendencias en los que podríamos inscribir
aquéllos. La democracia y el autoritarismo izan sus banderas y toman sus caminos. En-
frentada a la tiranía, la democracia opta por la tolerancia. Abre el campo a sus partida-
rios, pero honra el derecho a la discrepancia. El autoritarismo sólo abona el espacio de
sus partidarios, convertidos en secuaces. Combate la pluralidad. Postula un solo pen-
samiento, a título de doctrina uniforme e invariable. Al cabo, elimina a los diferentes,
calificados como adversarios; más aún, como enemigos. En ocasiones, el tirano se vale
del populismo: utiliza los formatos de la democracia para tomar por asalto el porvenir.
El tirano vuelca contra sus opositores el poder que adquirió en las urnas. Para
exterminar las disidencias se vale de todos los medios a su alcance. Son muchos: la vio-
lencia directa, devastadora; el discurso provocador y difamatorio; la aplicación de la ley,
tan rigurosa como puede hacerlo –si quiere, y ciertamente lo quiere– quien se adueña
de la justicia y administra los patíbulos. Por cierto, ninguno de esos medios excluye a
los otros: pueden combinarse. Todo es factible cuando se trata de imponer un imperio.
Se ha dicho que la libertad de pensamiento y expresión es el cimiento de
todas las libertades. Se halla en el fundamento de la democracia. Por lo tanto, el
tirano debe enderezar sus baterías contra los pensadores insumisos. Éstos, ciuda-
danos anómalos en una sociedad autoritaria, se sustraen a las convicciones oficia-
les, rescatan la virtud de la palabra libre y pretenden pensar y hablar por su cuenta.
Alteran la paz. Ponen en riesgo la gobernanza.
Estas reflexiones y otras que pudieran desprenderse de ellas vienen al caso
en nuestro tiempo y circunstancia. Pueden aplicarse a ciertas experiencias que
estamos padeciendo en América y en Europa, por no hablar de otras regiones

* Siempre, 19 de septiembre de 2020.

124
¿ QUÉ PASA?

donde opera la antigua dialéctica entre la democracia y el autoritarismo. México


no queda a salvo. Difícilmente podría escapar a esta medición de fuerzas entre
las tendencias liberales y las corrientes opresivas. Sometido a presiones inéditas,
nuestro país es un escenario para la confrontación de esas fuerzas y la disputa por
el futuro. Este es el trofeo que se halla en juego: el porvenir de la nación. Un por-
venir que se está sellando ahora mismo. De ahí la enorme importancia de volver a
ocuparnos de la libertad de expresión y su ejercicio.
En los últimos años –sin desconocer sucesos precedentes– hemos presen-
ciado y padecido situaciones que nos ponen en guardia acerca de esa libertad,
sus vicisitudes y la suerte de quienes la ejercen. En días recientes llegaron nuevas
nubes cargadas de tormenta. Observamos hechos sorprendentes; más todavía,
aleccionadores. Precedido por decisiones polémicas adoptadas por algunas au-
toridades, el Ejecutivo introdujo en su conferencia mañanera –el pan nuestro de
cada día– una exposición insólita. Puso a la vista de la nación las actividades
de un grupo de empresas que operan en la industria editorial –esto es, en la di-
fusión del pensamiento– y de algunos escritores y periodistas vinculados a esas
instituciones –es decir, personas que ejercen la libertad de expresión–, al amparo
de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos.
Me parece desmesurado que el jefe del Estado –¡y qué Estado!–, que tiene
sobre sus hombros deberes inmensos y problemas agobiantes, comparezca ante el
pueblo para analizar la situación que guardan algunas publicaciones y los escrito-
res que participan en ellas. No suelo mencionar el nombre de las personas afecta-
das por las arremetidas del gobierno. Pero en este caso es necesario recordar que
los afectados en este lance o en otros semejantes (con expresiones que son, en
estricto sentido, difamatorias: porque se proponen generar un ambiente de hos-
tilidad y censura) fueron “Letras Libres”, “Cal y Arena” y “Nexos”. Sobra decir que
estas entidades o publicaciones cuentan con una larga trayectoria de servicio emi-
nente a sus lectores y seguidores. Las personas señaladas en estas arremetidas
oficiales fueron varios escritores –y antes que esto, ciudadanos en pleno ejercicio
de sus derechos– que han destacado en nuestro medio por el valor de su obra:
Enrique Krauze, Héctor Aguilar Camín y Rafael Pérez Gay.
Por supuesto, las opiniones de los ciudadanos agraviados por este despliegue
del inmenso poder del Estado no han sido favorables al gobierno de la República. Han

125
PARA L A NAVI DAD D E L 2 02 0

expuesto puntos de vista críticos sobre las políticas de aquél y han argumentado con
razonamientos que ofrecen al juicio de sus conciudadanos, como es propio de una
sociedad democrática. En suma, discrepan, difieren, se alejan del pensamiento oficial
dominante. Mala suerte para éste, y buena para los ciudadanos que tienen a la vista
dos versiones de la realidad –cada una con sus propios argumentos– para ilustrar sus
propias conclusiones. En suma, democracia.
Pero este no ha sido el único suceso desafortunado –por usar un eufemis-
mo– que se presentó en estos días (el único, quiero decir, en este orden de cosas,
porque desafortunados ha habido muchos en distintos ámbitos). Puesta en rotación
la rueda del poder, que suele ser abrumadora, como lo fueron las ruedas de tortura
medievales, se hizo a Krauze y a Aguilar Camín una recomendación: “cambiarse de
país” (El Universal, 12 de septiembre de 2020). No se trató de una invitación irresisti-
ble, sino de un “consejo fraternal”. Si la recomendación de mudanza viniera de cual-
quier compatriota --o de una agencia de viajes o de un promotor de inmuebles en
el extranjero--, podría ser admisible, pero dudo mucho que lo sea cuando proviene
de un funcionario de alto rango en la pirámide del poder público. Krauze respondió
como debía: “No me iré nunca”.
Regreso al principio de esta nota: ¿qué pasa en México, más allá de la pan-
demia, la inseguridad y la economía? ¿Qué pasa con las libertades elementales de
los ciudadanos? ¿Qué pasa con el derecho a la expresión franca y libre del pen-
samiento, que entraña el respeto a la diversidad de pareceres? ¿Cómo es posible
que el Jefe del Estado distraiga su tiempo y convoque a sus gobernados para pre-
sentar el estado que guardan algunas publicaciones, cuyos responsables se han
separado del pensamiento oficial? ¿Cómo se puede invitar a un mexicano –desde
algún punto de la estructura del poder– a callar sus puntos de vista o abando-
nar su país? ¿Llegará el día en que una invitación a viajar entrañe una amena-
za por no hacerlo? ¿Veremos la quema de los libros de los discrepantes en una
hoguera oficial! En fin, ¿qué pasa? ¿Democracia, que va para mayor libertad, o
autoritarismo, que va para tiranía?

126
NO SE NOS DESHARÁ LA PATRIA, ¿VERDAD? *

Dijimos: “No se nos deshará la Patria entre las manos”. Y no se deshizo. Ni en


el XIX, que culminó en dictadura, ni en el XX, colmado de avatares. Tampoco ahora,
pese a la tendencia dominante: discordia, violencia y autoritarismo. Celebramos la
Independencia sin bullicio. Honramos a quienes honor merecen. En el folklore polí-
tico, los números sobresalientes fueron un sorteo, que apena, y la grotesca petición
de consulta punitiva, que propone alterar el orden jurídico para servir al orden polí-
tico. ¡Vaya con el Estado de Derecho!
Vuelvo a la suerte de la Patria. ¿Se nos deshará entre las manos? No, pese al
empeño por devastar las instituciones, alimentar la discordia, dilapidar el patrimo-
nio, ignorar las advertencias, cancelar la esperanza, empobrecer la existencia, acosar
la discrepancia, ejercer la ira y la revancha. Pero hay México para mucho tiempo.
Lo aseguran tirios y troyanos. Por supuesto, también lo gritan quienes oscurecen el
destino, alegando que lo iluminan.
Llegamos a septiembre en plena pandemia. No se originó en las acciones del
gobierno, pero encuentra en ellas caldo de cultivo. ¡72,000 muertos! Tal vez el tri-
ple, si nos atenemos a otras estimaciones fundadas. Es el escenario “catastrófico”
que mencionó el oráculo. Ahí estamos. A despecho de propuestas sustentadas en
la ciencia y la experiencia, que invitaron a la reflexión. Pero en la “cancha” del poder
absoluto hubo desdén y silencio.
Arribamos al aniversario con la economía en picada, dolida por una enfer-
medad aguda. Tiene fuentes externas, pero también internas: carencia de un pro-
grama que concilie las fuerzas –en lugar de dispersarlas– en un inmenso esfuerzo
concertado. No se trata de imponer verdades oficiales, sino de congregar a los
mexicanos en una tarea de salvación nacional, que apremia. En la caída del empleo
figuran los puestos de trabajo perdidos y de los que no creamos: millones.
Celebramos la Independencia a la sombra de medidas que ofenden a am-
plios sectores de la sociedad: las mujeres son un caso dramático. Se prende la
mecha de lo que pudiera ser una sucesión de estallidos. La conmemoración se
oscurece con el auge de la criminalidad, oculto con cifras de conveniencia que no

* El Universal, 19 de septiembre de 2020.

127
PARA L A NAVI DAD D E L 2 02 0

ocultan el incumplimiento en el primer deber del Estado: seguridad para los ciuda-
danos. El Estado, en camino de ser fallido, se ha visto suplantado por instancias
criminales que asumen funciones de gobierno.
En este paisaje la respuesta oficial es la misma de siempre: ninguna. O bien, pa-
labras, palabras, como en el Hamlet de Shakespeare. Y algo más: imputación de culpas
a todos, menos a quien tiene en sus manos el timón que conduce la nave. El conductor
es inocente e impoluto. Puede adornar con una sonrisa el discurso que arremete con-
tra los adversarios –audaces ciudadanos que quieren pensar por su cuenta–, culpa-
bles de los males que cunden y del fracaso de las medidas que debieran resolverlos.
En todos los tonos se ha propuesto la revisión del camino. Ninguna sugeren-
cia mereció reflexión y respuesta. Prevalece un dogma: “No hay más ruta que la mía”.
Me temo que no habrá alternativa, pese al optimismo que ciframos en la capacidad
de rectificación de un gobierno que se presentó como liberal y democrático. Hay algo
en sus genes que no cede: rencor social, resentimiento, ignorancia de la realidad,
rechazo de la concordia.
Sin embargo –terca esperanza– no se deshará la Patria. ¡Verdad de Dios!
¡Viva septiembre!

¿PUEDE PARAR? *

Un grupo de ciudadanos difundió un desplegado: “En defensa de la libertad


de expresión”. Describió, razonó y señaló: “Esto tiene que parar” (El Universal,
18 de septiembre). El desplegado se dirigió al Presidente de la República, que tiene
a su cargo “promover, respetar, proteger y garantizar los derechos humanos” (artí-
culo 1º de la Constitución, norma obligatoria, no súplica sometida a la benevolencia
del gobernante).
En aquel documento expusimos nuestra preocupación: “la libertad de expre-
sión se halla bajo asedio en México”, pese a que su ejercicio está garantizado por

* El Universal, 26 de septiembre de 2020.

128
¿PUE D E PARA R?

el artículo 6º de la ley suprema y por tratados internacionales de obligatoria obser-


vancia (que no es “contemplación”). No hubo respuesta. Me refiero a una respuesta
razonada, no a una contracarta de quienes no fueron los destinatarios de la protes-
ta, ni a un exabrupto del verdadero destinatario, inconsecuente con el Estado de
Derecho en el que vivimos (supongo) y el respeto que merecen quienes se dirigen,
respetuosamente, al titular del Ejecutivo.
El planteamiento sigue en el aire: el asedio “tiene que parar”. Pero invito a que
nos preguntemos: ¿puede parar? Como abogado diré que esos ataques son ilegales.
Pero no podría calificarlos desde la perspectiva de otras profesiones. Que hablen
ellas. Quizás un filósofo o un sociólogo dirían que son ilegítimos o inmorales. Un
historiador advertiría un retroceso a etapas caracterizadas por la violencia del Esta-
do contra las libertades de los ciudadanos. Un biólogo, un médico, un antropólogo
tal vez reconocerían cierta patología con raíz genética: cosas del ADN. Si es así, no
parece probable –y ni siquiera posible– que el asedio se detenga. ¿Cómo persuadir al
destinatario del desplegado de que cese la agresión a sus compatriotas obstinados
en ejercer derechos que la ley ampara, pero la pasión rechaza? ¿Con invocaciones a
la ley, los tratados internacionales, la razón?
La libertad de expresión es un derecho radical, cimiento de la democracia,
con lo que ello implica. El filósofo alemán Arturo Schopenhauer (otro extranjero
fifí, que no forma parte de un complot de conservadores) escribió: “la libertad de
prensa es para la máquina del Estado lo que la válvula de seguridad es a la máqui-
na de vapor. Es la voz de los descontentos”. Conviene que “se escuchen a tiempo
sus alegatos para entenderlos. Esto es infinitamente más práctico que permitir
que el descontento se reconcentre, germine, fermente, se exacerbe y crezca hasta
producir una explosión”.
Para reparar el entuerto, bastaría leer la Constitución (y entenderla) sin
necesidad de recurrir a Schopenhauer. Y en todo caso convendría mirar la juris-
prudencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos –vinculante para el
Estado y para quien ejerce el poder con desenfado– sobre la garantía que merecen
los periodistas, y la necesidad de que el gobernante evite expresiones que gene-
ren encono y agresión: la “siembra de odio” a la que se refirió el desplegado.
No obstante lo anterior, tal vez los invitados “fraternalmente” a dejar su
país y trasladarse al extranjero podrían considerar la mudanza que se les propone.

129
PARA L A NAVI DAD D E L 2 02 0

Más allá de nuestra frontera se ejerce con holgura (y en inglés) la crítica al gobier-
no mexicano. Si se habla allá, es probable que no haya aquí la más leve reacción
que ofenda o intimide a los críticos, aunque éstos se pongan “pesados”. Tenemos
una costumbre gallarda para sortear las arremetidas que recibimos desde aquel
lado: “amor y paz, suave, suave”. Esta es harina de otro costal.

DIFIERO *

Esta es la segunda versión de este artículo. La primera, sugerida por una ex-
pectativa que naufragó en la mañana del 1º de octubre, consideraba un escenario
diferente del que prevaleció en la tarde. Al cabo de una jornada histórica, la Suprema
Corte consideró constitucional la extravagante solicitud del presidente de la Repú-
blica para enjuiciar (se dijo finalmente: investigar) a diversos actores políticos (la
solicitud se refería a “expresidentes”). Hubo cambios relevantes en la fórmula final-
mente acogida por el Tribunal con respecto a la sometida por el supremo gobierno.
Aún así, disiento de la decisión. Los motivos de mi discrepancia van más allá de la
redacción de una fórmula. Tienen que ver con el fondo, que es abismal. Creo que la
decisión que acoge las pretensiones del solicitante abre la puerta al abuso del poder.
A mi juicio, no ampara al Estado de Derecho, sujeto a insólitas y flagrantes presiones.
En un tiempo se opinó que el Poder Judicial, uno de los actores en la doc-
trina de Montesquieu, carecía de la pujanza de los otros poderes, majestuosos e
irresistibles. Pero ha pasado mucha agua bajo el puente. Hoy día, los tribunales
constitucionales se han elevado como custodios del Estado de Derecho, garantes
de la Constitución y los derechos humanos, contrapeso de los otros poderes cuan-
do éstos militan contra los derechos y las libertades. En México hemos observado
esa militancia. Muchos tribunales han resistido el asedio. Les ha costado invectivas
y reconvenciones. La resolución que es materia de este artículo parece iniciar un
nuevo camino, con inquietante destino.

* El Universal, 3 de octubre de 2020.

130
D I F I E RO

Recuerdo una anécdota sobre la misión del juez frente al poderoso. El rey
de Prusia, Federico II, pretendía apoderarse de las tierras de un molinero. El mo-
narca previno al ciudadano sobre las consecuencias que habría si se oponía a sus
designios. “Eso ocurriría –repuso el molinero– si no hubiera jueces en Berlín”. Los
hubo. Pusieron a salvo el derecho del molinero. En mis artículos periodísticos y en
otros foros me he referido a la solicitud de consulta que sometería el imperio de la
ley a la votación de la muchedumbre, arrollando derechos humanos, instituciones
civiles y progresos democráticos. El solicitante dijo que el más alto tribunal debía
atender el “sentimiento del pueblo”. Esta expresión nos traslada un siglo atrás,
cuando el nazismo se valió del “sano sentimiento popular”, inscrito en el código
penal del Tercer Reich, para perseguir a sus “adversarios”. Además, el promotor de
la consulta advirtió que si la Corte no atendía su petición promovería una reforma
a la Constitución –que prometió cumplir cuando inició su mandato– para eliminar
las fronteras opuestas a sus pretensiones; es decir, si lo que pretendo es inconsti-
tucional, modificaré la Constitución. Esta prevención fue indebida y amenazadora.
Me atengo a la decisión de la Suprema Corte, pero disiento de ella. Reconoz-
co que en el curso de la deliberación se alivió la redacción inaceptable que propo-
nía el Ejecutivo. Aún así, disiento. Lo hago con respeto y convicción. Además, con
profunda preocupación. Para ello invoco las razones jurídicas que he manifestado
en diversas ocasiones y que tienen que ver con la incolumidad de los derechos
humanos y el respeto a las instancias constitucionales. Pero también menciono
la circunstancia en la que se planteó el exabrupto presidencial: una circunstancia
política de frecuente agravio al Estado de Derecho, acosado por la demagogia: la
justicia es ella y su circunstancia. El poder político marchará sin obstáculos. Levia-
tán sigue navegando.

131
PARA L A NAVI DAD D E L 2 02 0

HAY QUE ENCENDER LOS FAROLES *

Siempre hubo versiones opuestas entre los organizadores de las manifesta-


ciones que llegaban al Zócalo y los gobiernos que recibían la andanada. Cada uno
hacía cuentas y sacaba conclusiones sobre el número de ocupantes de la plaza. De
él dependían tanto la importancia de la manifestación como la calidad de su origen
y sus expresiones. Sobre esta base se ha establecido una calificación aritmética,
que no necesariamente refleja la calificación social y política que puede corres-
ponder a los movimientos sociales, si los ponderamos con profundidad.
¿Cuántos ciudadanos –porque supongo que fueron mexicanos en ejercicio
de sus derechos políticos– acudieron al Zócalo el 3 de octubre de 2020? ¿Cien,
mil, diez mil, cien mil? No tengo cifras propias ni puedo adoptar alguno de los
cómputos en conflicto. Éstos son inconciliables, pero las fotografías y filmacio-
nes son elocuentes. En todo caso, el número de manifestantes probablemente
superó las expectativas de los “adversarios” del destinatario de la visita y también
excedió el que supusieron los gobernantes receptores del clamor de la muchedum-
bre (o bien, dicen ellos, del “reducido grupo opositor”).
Hubo un motivo formal de esa manifestación. También hubo motivos sus-
tanciales. Conviene analizar ambos. Vamos al primero. El presidente de la Repú-
blica dijo, con reflexión o sin ella, que si cien mil ciudadanos le pedían que renun-
ciara a su mandato lo haría inmediatamente. Acto seguido, se iría a Palenque.
Agregó –en una somera exposición de motivos– que lo haría porque es hombre de
principios y de palabra. Tuerto o derecho, eso dijo. Y sonrió. Los diligentes organi-
zadores de la marcha escucharon el mensaje presidencial y atrajeron al Zócalo un
contingente que ellos mismos cuantifican en mucho más de cien mil ciudadanos.
En suma, tomaron la palabra al mandatario y aguardaron cumplimiento.
Vistas las cosas con objetividad constitucional –porque tenemos Constitución,
aunque averiada– una promesa presidencial de ese carácter y una manifestación de
esa magnitud no podrían ser los fundamentos para la declinación del Poder Ejecutivo.
Tampoco es pertinente –a mi modo de ver, aunque haya quienes piensen otra cosa–
que el presidente cese en su cargo. Sería indeseable y perturbador. Generaría un caos

* El Universal, 10 de octubre de 2020.

132
¿ HAY QUE E N C E N D E R LO S FA RO LES

superior al desorden que ya padecemos. Más que cesar en el cargo, lo que esperan
muchos ciudadanos exasperados es que su titular lo ejerza con pulcritud, serenidad
y ecuanimidad para bien de todos los mexicanos. Todos quiere decir todos, no una
fracción o una facción.
Y visto el asunto desde una perspectiva material, no se puede ignorar que la
manifestación –de cien, mil, diez mil o cien mil– refleja el malestar de un creciente
número de ciudadanos (conservadores o no) que se consideran injustamente tratados
y se dicen atacados por el discurso y el desempeño del presidente. Reciben la sonrisa
desdeñosa del Ejecutivo, pero no corresponden con la suya. Si fueran “buenos cristia-
nos”, quizás pondrían la otra mejilla, pero no quieren hacerlo. ¿Qué lección recibimos?
Hace tiempo escuché una anécdota atribuida a Carlos Madrazo, político
tabasqueño de buena cepa. Señalaba que si el pueblo dice que es de noche, hay
que encender los faroles, aunque sea mediodía y el sol resplandezca. Me temo que
un sector del pueblo –un sector que sí existe, aunque el presidente lo aborrezca
y lo repudie– está diciendo que la noche ha llegado. Ojalá que el “sereno de la es-
quina” comience a encender los faroles. La prudencia lo recomienda (además de la
convicción democrática y el espíritu republicano).

Y AHORA, FIDEICOMISOS *

A falta de ilustración, ocurrencias: no tenemos despotismo ilustrado, sino ocu-


rrente. En las recientes hazañas del poder vernáculo figura el fideicomicidio. Se arroja
más prole al escenario de los problemas. La amenaza estaba en el aire. En algún mo-
mento pareció alejarse, como la tormenta que cambia de rumbo. Sin embargo, hubo
quien tronó los dedos y quienes atendieron el chasquido con un movimiento reflejo.
El fideicomiso es una figura jurídica que sirve a objetivos legítimos, con cierta
autonomía y razonable dotación de recursos, sujetos a escrutinio. Como otros ins-
trumentos, opera bien en manos competentes y honorables. Si no, pues no. Entonces

* El Universal, 17 de octubre de 2020.

133
PARA L A NAVI DAD D E L 2 02 0

hay que cambiar de manos, no de instrumento. En días pasados –¡ay, el “pasado


maldito” colmado de culpas!– quedaron en vilo numerosos fideicomisos públicos
destinados a tareas relevantes en áreas primordiales: ciencia, arte, salud, cultura,
migración, deportes, asistencia social. Los recursos de aquéllos provienen de fuentes
públicas, y en ocasiones también de aportaciones privadas nacionales o extranjeras.
Así cumplieron sus objetivos en beneficio del país, trabajando con relativa autono-
mía frente a las instancias del gobierno central, ávido de poder y sediento de fondos.
En nuestro tiempo incierto –cuyo curso se administra desde un oráculo ma-
tutino– los ojos del poder se dirigieron a los fideicomisos. Miraron en esa direc-
ción para procurarse recursos. Previamente, el gobierno agotó, con gran diligencia
y escasa transparencia, los fondos destinados a enfrentar contingencias: fondos a
los que un alto funcionario llamó nuestros “guardaditos” o “ahorritos”. Lo que ha-
bíamos guardado salió de sus arcas y fluyó con destinos tan controvertidos como
la famosa refinería de Dos Bocas. Fauces insaciables que devoran recursos que
debieran destinarse a la salud pública, donde ya son catastróficas las cifras de
fallecimientos por Covid-19.
Los motivos aducidos para el apoderamiento de aquellos fondos fueron la co-
rrupción en su manejo y el desvío de su destino. Por ello se aplica el rifle fideicomicida.
Decisión tan “sensata” como lo sería suprimir secretarías de Estado si se sospechara
que en alguna de ellas hay un pícaro consumando entuertos. Erradicación de una en-
fermedad por eliminación de los potenciales enfermos. Lo sensato hubiera sido –pero
la sensatez está en receso por pandemia política– analizarlos uno a uno y sancio-
nar a los infractores, también uno a uno. Hasta donde sabemos, esto no ha ocurrido.
En cambio, se procedió a la extinción masiva de fideicomisos públicos. Acabemos con
todos –se proclama– para extirpar las corruptelas. Como si se dijera: eliminemos a la
población para extinguir la peste.
Nada detuvo a la operación fideicomicida. No valieron los razonamientos de
los rectores agrupados en la ANUIES y los argumentos de numerosos académicos,
cuya debilidad consiste en saber de lo que están hablando y prever lo que se ave-
cina. Tampoco se oyó a los padres de familia, científicos, artistas, deportistas y ciu-
dadanos comunes que acudieron a la Cámara de Diputados, podio de la guillotina.
A éstos y a otros opinantes se les llamó –con gran cordialidad democrática– de-
fensores de ladrones. De nueva cuenta florecieron el desprecio y la ira que están

134
Y AHORA, F I D E ICO M I SO S

minando el cimiento moral de nuestra democracia. La nación padecerá las conse-


cuencias de esta medida. Irrumpe en ámbitos que libraban una batalla de subsis-
tencia. Ya había ocurrido en el campo de varias instituciones de ciencia y cultura.
Las semillas germinan. ¿Qué cosecha levantaremos?

¡AL DIABLO! *

Debí titular este artículo: “Al diablo con sus instituciones”. Pero no quise
empañar mi columna con una expresión equívoca. La que utilizo sugiere lo mismo
que aquélla: una condena al averno. Condena que entraña una grave intención
si proviene de un gobernante. Conviene reflexionar sobre esa expresión –¿ese pro-
pósito?– y las consecuencias que ha tenido.
En 2006 una voz se elevó en el Zócalo, iracunda y premonitoria: “Al dia-
blo con sus instituciones”. ¿Qué instituciones irían al infierno? Obvio: las que no
acompañaron el supuesto triunfo electoral del orador. Pasó el tiempo y volvimos
al trance electoral. Al cabo, funcionaron las mismas instituciones e iniciamos el
sexenio 2018-2024. Un itinerario poblado de incertidumbre.
¿Qué fue de aquella proclama? ¿Fue sólo un exabrupto? ¿Descendió a la re-
gión del Hades donde reposan los discursos exuberantes? Hay quienes la analizan
y dicen, para serenar el ánimo: corajuda, pero inocua. Y hay quienes suponen que
la proclama correspondió a una convicción y a un proyecto. Se cumpliría cuando
estuviera en la mano de quien la profirió. Esta posibilidad llegó en 2018, cuando las
instituciones amenazadas confirmaron el triunfo del orador de 2006. Comenzó la
transformación e iniciamos un proceso: la desinstitucionalización de la República.
Y más: de la Nación.
¿Cómo hemos caminado? El “Poder Ejecutivo” –una institución, por supuesto–
ha girado ciento ochenta grados, para satisfacción de alguno y alarma de muchos. No
sólo el estilo; también el contenido y la pretensión. ¿Cuál es la desembocadura del

* El Universal, 24 de octubre de 2020.

135
PARA L A NAVI DAD D E L 2 02 0

giro autoritario? Las instituciones que encarnan los controles del poder omnímodo,
las que frenarían el desbordamiento ¿se han ido al diablo? O bien, ¿se pretende que
vayan? Lo que se ha procurado –difícilmente habría duda– es reorientar la marcha
de los controladores en la dirección que resuelva el poder omnímodo. Los pasos en
la azotea han tenido la intensidad que sabemos. La tiranía de la mayoría comien-
za los estragos en su propia casa legislativa y pretende “reorientar” otros ámbitos.
Los órganos autónomos sufren la embestida. Se hallan en la mira, explícita-
mente. Algunos viajaron al averno. Otros están cercados: el discurso y el presupues-
to operan sobre ellos. Son candidatos a “irse al diablo”, llevándose muchas ilusiones
democráticas. En la misma dirección transitan varias instituciones de ciencia y cul-
tura que recibieron boleto para el traslado e iniciaron la marcha. Es manifiesta la
animosidad contra ellas.
Agreguemos: hoy existe una enorme interrogante sobre el destino que el po-
der omnímodo asigna a las Fuerzas Armadas –institución garante–, que desarrollan
la actual etapa de su historia sobre un terreno incierto y movedizo. Hay un enigma
y abundan las especulaciones. ¿Qué futuro prevé para esa institución el orador del
2006, que ahora es su jefe supremo y también presidente de los Estados Unidos
Mexicanos? Es jefe militar, cierto, pero lo es porque se le invistió con la calidad de
conductor civil. En nuestra historia ha sido muy compleja –por decir lo menos– esta
inevitable dualidad.
Las Fuerzas Armadas han recibido encomiendas que desbordan sus atribu-
ciones naturales. Ocuparon espacios del orden civil. Actúan en múltiples frentes.
Pudiera haber más. Pero hoy se encuentran sujetas a una presión inesperada y do-
lorosa, que gravita sobre la institución y sus integrantes. Hay desasosiego. Conducir
esta institución requiere una gran lucidez. Es probable que muchos se pregunten, in
pectore, ¿hacia dónde? Sólo podemos decir: no hay otro camino ni otro destino que
los que fija la Constitución. ¿No es así, presidente? Volvamos a ellos.

136
¿SERENIDAD Y GENEROSIDAD, PRESIDENTE? *

Bueno sería que pudiéramos abandonar –por innecesario– el estado de aler-


ta al que nos han condenado la pasión del poder y el ejercicio de la ira. Ojalá fuese
posible reposar con tranquilidad, sabedores de que la pasión y la ira han amainado
o desaparecido. Pero no es así. Por el contrario: persisten con mayor firmeza y en-
cono. Cada mañana recibimos andanadas en el mensaje al que nos somete el “estilo
personal de gobernar”. En la antigua Tesorería del Palacio Nacional, convertida en
sala de prensa, se eleva la tribuna del denuesto arropada con una sonrisa que no
cede ante la pandemia, el desastre económico o el auge del crimen. A partir de ese
torrente se construyen las políticas públicas y se destruyen los derechos individua-
les y las libertades democráticas.
Me quiero referir –una vez más, en estado de alerta– a un derecho básico de
lo que llamamos sociedad democrática: libertad de expresión y ejercicio de la infor-
mación y la opinión. Aludo al periodismo y a mucho más: lucidez, libertad y crítica,
que concurren a informar y animar la conciencia de la nación, que de otra suerte
caería en el engaño y el letargo. Mencionaré esta libertad, oxígeno para la vida civil,
al amparo de dos referencias: una, de los últimos días –con reiterados anteceden-
tes– y otra de mucho tiempo, que instruye y dispone a través de criterios y normas
que la República ha prometido respetar y garantizar. La primera corresponde a una
reciente exhortación de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), representan-
te de su gremio a escala continental. La segunda concierne al derecho internacional
de los derechos humanos, en voz de su institución más encumbrada en América: la
Corte Interamericana.
La Sociedad Interamericana de Prensa se refirió de nuevo al asedio sobre
los periodistas, que ha lesionado derechos y segado vidas. En esta desgracia Mé-
xico lleva las “palmas”: desde hace varios lustros ocupamos un primer lugar –o uno
de los primeros, en todo caso– en asesinatos de periodistas. Estos crímenes han
quedado en la sombra, nunca esclarecidos, como cifra de nuestra pavorosa esta-
dística de impunidad que se ofreció reducir y que ha persistido e incluso crecido.
Los periodistas ya forman filas en el contingente de los sujetos “vulnerables”. El

* Siempre, 30 de octubre de 2020.

137
PARA L A NAVI DAD D E L 2 02 0

periodismo es profesión peligrosa. Siempre lo fue, pero el riesgo ha crecido e inclu-


so obligado al silencio y la autocensura cautelosa de quienes necesitan amparar su
vida, a sabiendas que no pueden confiar en la protección que el poder público
debiera brindarles.
Hubo más en la reunión de la Sociedad Interamericana de Prensa. Ésta hizo
suyo un clamor de los organismos protectores de derechos humanos, dentro y fuera
de nuestro país. La SIP instó a varios presidentes de América a poner límites a su in-
continencia verbal, suprimir el encono contra la prensa de sus países –y de otros– y
contra quienes tienen a su cargo funciones de información y opinión. No se cuestionó
la libertad de los presidentes para informar a sus pueblos y exponer sus propios pun-
tos de vista. Sólo se exigió que esa libertad sirva a sus fines legítimos y no sea cauce
para el desahogo de la pasión y el resentimiento, la ofensa y la provocación. Éstos
no figuran en la misión natural del jefe de Estado, la tarea de un estadista, la enco-
mienda del demócrata que conduce a la sociedad. Por supuesto, el requerimiento de
la SIP alcanzó al presidente de México, “modelo” de conducta deplorable. Ojalá que
el mandatario no ignore la exigencia ni la diluya en un rarísimo –por extravagante–
alegato sobre soberanía y autodeterminación.
Este asunto enlaza con la segunda referencia que mencioné, derivada del
orden internacional de los derechos humanos. Este orden proclama la más amplia
libertad de pensamiento y expresión: incoercible derecho a difundir informacio-
nes e ideas y a recibirlas sin coacción. Al mismo tiempo, los ordenamientos in-
ternacionales que garantizan esa libertad reprueban la “apología del odio” que
“constituya incitación a la discriminación, la hostilidad o la violencia” (artículo 20
del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, vigente en México y vin-
culante para todas las autoridades de la República). En el marco de la libertad de
pensamiento y expresión prevalece el rechazo a “las incitaciones a la violencia o
cualquier otra acción ilegal similar contra cualquier persona o grupo de personas”
(artículo 13.5 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos, también vi-
gente en México y de observancia obligatoria para todas las autoridades).
No han sido pocas las ocasiones en que un funcionario –inclusive en la cús-
pide del poder, donde se debiera ejercer con mayor pulcritud el respeto al derecho
ajeno– suelta una retórica venenosa para ofender o agredir a sus conciudadanos
o suscitar reacciones a manos de otras personas, tributarias de la demagogia. ¿El

138
¿ SE RE N I DAD Y G E N E ROSI DA D, P RESI DENTE?

pretexto?: interés público. ¿El motivo?: limitar la libertad de pensamiento y crítica a


los actos de gobierno. Esos desbordamientos constituyen violaciones flagrantes al
desarrollo de una genuina democracia y, desde luego, a los derechos humanos de
quienes reciben los excesos e improperios a causa del ejercicio de su libertad.
Con la venia del lector invocaré, en dos o tres citas, algunos criterios de la
Corte Interamericana de Derechos Humanos –que no son “llamadas a misa”, sino
mandatos para los funcionarios de un Estado que aceptó la jurisdicción de ese
Tribunal, como lo hizo México– sobre los temas a los que me estoy refiriendo. Por
lo que toca a la tutela puntual de los comunicadores, la Corte ha dicho: “el ejercicio
periodístico sólo puede efectuarse libremente cuando las personas que lo realizan
no son víctimas de amenazas ni de agresiones físicas, psíquicas o morales u otros
actos de hostigamiento. Esos actos constituyen serios obstáculos para el pleno
ejercicio de la libertad de expresión”.
En lo que respecta al derecho del periodista –o de cualquier persona– a
expresar sus puntos de vista sobre la actuación de un funcionario y al deber de
éste de recibir esa crítica, la Corte sostiene que “las personas que influyen en cues-
tiones de interés público se han expuesto voluntariamente a un escrutinio público
más exigente y, consecuentemente, en ese ámbito se ven sometidas a un mayor
riesgo de recibir críticas (…) En este sentido, en el marco del debate público, el
margen de aceptación y tolerancia a las críticas por parte del propio Estado, de
los funcionarios públicos, de los políticos e inclusive de los particulares que desa-
rrollan actividades sometidas al escrutinio público debe ser mucho mayor que el
de los particulares”.
En lo que concierne a las manifestaciones de los funcionarios públicos, el
Tribunal Interamericano subraya que “al pronunciarse sobre cuestiones de interés
público, las autoridades estatales están sometidas a ciertas limitaciones en cuanto
deben constatar en forma razonable, aunque no necesariamente exhaustiva, los
hechos en los que fundamentan sus opiniones, y deberían hacerlo con una dili-
gencia aún mayor a la debida por los particulares, en razón de su alta investidu-
ra, del amplio alcance y eventuales efectos que sus expresiones pueden llegar a
tener en determinados sectores de la población”. En estos casos, los funciona-
rios deben considerar no sólo su posición de “garantes” de los derechos de to-
das las personas, sino también el “amplio alcance y los eventuales efectos que sus

139
PARA L A NAVI DAD D E L 2 02 0

expresiones pueden llegar a tener en determinados sectores de la población”. Este


deber “de especial cuidado se ve particularmente acentuado en situaciones” de
“mayor conflictividad social” o “polarización social o política, precisamente por el
conjunto de riesgos que pueden implicar para determinadas personas o grupos en
un momento dado”.
No nos vendría mal que el vocero de todos los temas nacionales, que se vale
de su poder de comunicación –con medios que nadie más tiene, provistos con lar-
gueza por la República– y se explaya ante la nación durante horas interminables, re-
cordara los deberes que le impone su condición de magno comunicador, pero sobre
todo su investidura como Jefe del Estado, Jefe del Gobierno, Presidente de los Esta-
dos Unidos Mexicanos, árbitro de los mayores conflictos en el seno de la sociedad.
Esta condición tiene implicaciones que no es posible desconocer. En el breviario del
buen gobierno figura procurar la concordia y ahuyentar el encono. Es indispensable,
aunque las horas invertidas en un prolongado esfuerzo de discordia se reduzcan a
minutos de serena reflexión y generosidad republicana.

VIOLENCIA A FLOR DE PIEL *

El Plan Nacional de Seguridad y Paz proclamó el 14 de noviembre de 2018:


“La seguridad de la gente es la razón primordial de la existencia del poder público”.
Agregó: “el próximo gobierno recibirá una seguridad en ruinas y un país convertido
en panteón”. A dos años, ¿qué ha cambiado? ¿Ya no existe aquella razón? ¿Se ha
modificado el escenario?
Hace tiempo apareció en la Revista de la Universidad de México una entre-
vista a Mario Vargas Llosa. Mencionó su novela “Lituma en Los Andes”: andanzas
de un policía en la sierra peruana, donde imperaba el terror. Esa violencia –expli-
có– proviene de demonios “empozados” que emergen del abismo. Sucedió en Los
Andes y ocurre en México.

* El Universal, 31 de octubre de 2020.

140
V IOL E N C IA A F L OR DE P I EL

Padecemos la violencia a flor de piel. Tiene varias fuentes. Hay crimen desde
el abismo que mencionó Vargas Llosa. Además, existe protesta colectiva, provocada
por agravios a la sociedad. Y también avanza el descarrilamiento político, prohijado
desde la cumbre del poder. Todo incide en la gobernabilidad democrática y com-
promete el futuro.
La violencia opera contra ciudadanos que salen de sus hogares sin la confian-
za de regresar. Abordan el transporte y se encomiendan a su suerte. Miran de reojo
el gesto de sus vecinos. Pretenden no escuchar la provocación. Observan con temor
el paso de los policías y el torrente de manifestantes iracundos que exigen el paraíso
prometido. Pero éste no ha llegado ni llegará.
No siempre vivimos hostigados por esa violencia. Hubo sangre y quebrantos,
pero no poblaron la vida del país ni colmaron las noticias. No eran el tema dominan-
te en el hogar. No acecharon frente a nuestra casa y a la vuelta de cada esquina.
No amenazaban la vida de la nación. No veíamos legiones armadas usurpando las
funciones del Estado y limitando la libertad. La República fue el destino feliz de
vacaciones familiares, no el sepulcro de cadáveres descuartizados. ¿Cuándo y cómo
perdimos el rumbo?
Hoy somos una sociedad insomne. Marchamos en el camino de ser una co-
munidad de combatientes o de fugitivos. Frente a este riesgo que ensombrece la
esperanza, es indispensable recuperar el terreno perdido y evitar nuevas derrotas.
Hay que detener la costumbre de la violencia que se ha apoderado del país.
Pero el retorno a la civilidad no llegará fácilmente. Tiene condiciones. Una,
restauración del Estado de Derecho: un genuino “estado de derechos” de los ciu-
dadanos, ejercidos con plenitud, y de deberes de las autoridades, cumplidos con
pulcritud. Otra, justicia que devuelva a cada quien lo suyo: dignidad, expectativas,
destino. Una más, reconocimiento de las demandas legítimas, cuya desatención pro-
voca enfrentamientos que aniquilan la concordia: el reclamo de las mujeres, de las
víctimas del crimen y la injusticia, de los vulnerados por la pobreza y la enfermedad.
Además, el retorno a la civilidad exige una reconsideración en el ejercicio
del poder. Pronto y a fondo. Las manos que lo administran y las palabras de quie-
nes lo ejercen han promovido el encono y la violencia. La ha propiciado quien debe
evitarla: el Ejecutivo de la Unión. Esto entraña una enorme irresponsabilidad. Aún
podemos ensayar otro método de entendimiento, que no nos agreda y disperse.

141
PARA L A NAVI DAD D E L 2 02 0

Hay que decirlo de nuevo, a voz en cuello. Antes de que sea demasiado tarde y
la violencia herede nuestra tierra. Aguardan los demonios “empozados” y rondan
otros diablos emergentes. A la puerta de nuestra casa: la de cada uno, la de todos.
La suya y la mía, amigo lector.

UNA ELECCIÓN “EJEMPLAR” *

Suelo enviar mis colaboraciones a El Universal con razonable anticipación. El


texto que hoy aloja este espacio hospitalario no es el que remití originalmente. Solicité
a los amigos de la Dirección Editorial que me permitieran sustituirlo por éste, enviado
en la víspera de su publicación. He querido referirme a un tema –ejemplo y lección–
que ha tenido al mundo en vilo, que aún no cuenta con solución definitiva y que debe
alertar nuestra conciencia.
Obviamente, aludo al proceso electoral en los Estados Unidos. Ahí se presen-
taron los acontecimientos que han cautivado a millones de espectadores en todos
los países. No sólo contemplamos unos comicios que adquirieron características
insólitas para aquella nación, sino presenciamos un suceso con mayor profundidad
y trascendencia de los que hubiera tenido en condiciones ordinarias. Esta vez, las
condiciones fueron excepcionales y su alcance ha desbordado las fronteras nortea-
mericanas. Son lección aprovechable para otros pueblos. El nuestro es uno de ellos.
Hay que ponderar el mapa político y social en el que produjeron estos comi-
cios: una sociedad profundamente dividida; más de lo que supusieron los estudiosos
y aseguraron los vaticinios. Es natural que haya pugna de ideas en una democracia.
Pero en este caso la contienda adquirió una intensidad que sella el destino mismo
de la nación americana, marcado por la animadversión entre grandes sectores so-
ciales. Por supuesto, importa quién gana y quién pierde bajo la aritmética electoral,
pero interesa mucho más lo que puede ganar o perder la nación en un proceso elec-
toral con características extremas.

* El Universal, 7 de noviembre de 2020.

142
UNA E L E CC IÓN “ EJEM P LA R”

Además, es preciso reexaminar el sistema electoral que se mostró como


ejemplar a lo largo de dos siglos y que hoy hace agua bajo su línea de flotación.
Ese sistema permite –ha ocurrido– un resultado inaceptable: el triunfo del candi-
dato que recibe menos votos populares que su contrincante. Es sorprendente que
un mecanismo electoral que puede utilizar adelantos tecnológicos de punta, no re-
suelva con celeridad, en forma evidente y persuasiva, la recepción y el cómputo de
los sufragios. En la batahola opera también la regulación aplicable y la diversidad
de organismos –nacionales y locales– que intervienen en la elección.
Igualmente ha quedado a la vista el peligro que entraña la “forma de ser”, el
“estilo personal” del contendiente que gobierna a la nación y al mismo tiempo reúne
las adhesiones y los sufragios de una porción muy importante de los ciudadanos.
En este caso –que puede verse reproducido por otros, en diversas latitudes del
planeta–, el presidente de los Estados Unidos ha cultivado agravios, promovido
enconos y animado una extrema polarización. Además, ha sembrado desconfianza
en las instituciones que intervienen en el proceso electoral, anticipado versiones de
fraude y alentado la idea de rechazar los resultados de la votación y culminar el
proceso en un tribunal cuyos magistrados –respetables, sin duda– son afines a las
ideas que profesa y a los proyectos que impulsa el candidato-presidente.
Todo esto milita contra la democracia y genera inmensos peligros. El con-
junto, que ha gravitado sobre el proceso político norteamericano, guarda evidente
cercanía con las condiciones que prevalecen en otros países, que observan sor-
prendidos o aleccionados. Entre ellos se encuentra México. Es necesario que
miremos con ponderación y pongamos “la barba a remojar”. La elección norteame-
ricana ha sido “ejemplar”: severa experiencia para esa gran república e inquietante
lección para la nuestra.

143
PARA L A NAVI DAD D E L 2 02 0

¿CÓMO ESTÁ LA LEGITIMIDAD? *

Hay quienes ascienden al poder con aureola de legitimidad. Con ella ampa-
ran su conducta y enfrentan la crítica. Pero no basta la legitimidad de inicio, como
no bastan los primeros pasos para recorrer un largo camino. Hay otros datos para
valorar la legitimidad de un gobierno refugiado en aquella bandera. La legitimidad
tiene tres dimensiones: origen, gestión y resultados. Las tres definen la legitimi-
dad integral de un gobierno y, por supuesto, de quien lo preside. Apliquemos estos
conceptos a nuestro caso.
Parece claro que el conductor de la nave empuñó el timón con legitimidad de
origen. Asumió su inmensa responsabilidad montado en el desprestigio de las admi-
nistraciones precedentes y provisto con la esperanza de un amplio sector de la po-
blación. Sus cifras electorales –los números de 2018– desbordaron las predicciones.
Fulguró la legitimidad de origen y el redentor asumió la enorme tarea de
complementarla con legitimidad de gestión. Asegurarla constituía su horizonte in-
mediato, además de su inexorable deber. Para ello, la nación puso en sus manos
un doble beneficio: de la confianza, entregada generosamente, y de la duda, que se
concede a quien apenas inicia una encomienda.
Tras las primeras palabras del ungido, que parecieron alentadoras, llegaron
las segundas –acompañadas de las accione– que generaron desconcierto. Menu-
dearon los tropiezos y las decisiones fulminantes y arbitrarias, aunque estas cali-
ficaciones no fueron unánimes. Comenzó a cuestionarse la legitimidad de gestión.
En respuesta, el gobernante sembró la división entre los ciudadanos: de un lado,
los partidarios (“nosotros”); del otro, los “adversarios”, culpables de los males del
pasado y de los avatares del presente. Ese fue el argumento para justificar un
desempeño azaroso. Pronto se ensombreció la legitimidad de gestión.
Ha pasado el tiempo, suficiente para emprender un juicio sobre la tercera
manifestación de la legitimidad. Ya se puede medir la legitimidad de resultados
en la única forma en que es razonable hacerlo: con resultados. Obviamente. Es
verdad que este capítulo se halla en su primer tercio. Buenos golpes de timón y
de razón podrían modificar su rumbo. Pero malos golpes –que se advierten bajo el

* El Universal, 14 de noviembre de 2020.

144
¿ CÓM O E STÁ L A L E G I TI M I DA D?

más elemental cálculo de probabilidades–, podrían afirmarlo. En este caso se ex-


tremarían las características de una marcha que hacemos a tumbos, con graves
confrontaciones y quebranto de lo que aún llamamos una sociedad democrática.
En otras palabras, si practicamos una evaluación ahora mismo –que es
pronto, pero luego podía ser demasiado tarde–, la calificación sería desfavorable.
No hablo solamente de la pandemia, que no es culpa del gobierno, aunque sí lo
sean muchas medidas adoptadas para contenerla. Hablo de otros resultados visi-
bles, que son fuente para el desencanto, la angustia y la ira de un creciente núme-
ro de ciudadanos. En el catálogo se hallan, sólo por citar asuntos voluminosos, la
declinación económica y el fracaso en seguridad. Hay mucho más, pero no espacio
para ponderarlo en estas líneas.
Así ha comenzado una nueva reflexión sobre legitimidad, que no quedó
congelada cierto domingo de julio de 2018, ni se reduce a una tormenta matinal
de invectivas. El agua siguió corriendo bajo el puente. Sus olas impulsan el juicio
hacia esas las otras dimensiones de legitimidad que he mencionado: gestión y
resultados. Conocemos los testimonios del pasado, pero hoy necesitamos desci-
frar las claves del presente y el porvenir que nos aguarda. Sin endoso de errores.
Dejemos atrás los números de 2018 y veamos los hechos que sobrevinieron, datos
de una legitimidad que se desvanece.

LA HORA DE LAS URNAS *

Vivimos tiempos interesantes, como “dicen que dicen” en China. Y se movió


el piso, como decimos en México. Las elecciones en los Estados Unidos genera-
ron ese movimiento y dotaron de más interés, que ya lo había, a los tiempos que
vivimos. El proceso electoral en aquella nación, al que sólo concurren sus ciudada-
nos, no sólo importa a éstos. Cruza las fronteras y se proyecta sobre el mundo. Lo
hace en múltiples direcciones y aterriza en todos los ámbitos: política, economía,

* Siempre, 14 de noviembre de 2020.

145
PARA L A NAVI DAD D E L 2 02 0

relaciones internacionales, cultura, movimientos sociales. Y más todavía: suscita la


reflexión y alimenta expectativas. Reflexionemos y analicemos, en nuestra propia
experiencia nacional y personal, el horizonte que suscitan un modelo político opre-
sivo, por una parte, y una expectativa democrática, por la otra.
Pero las elecciones ocurrieron en los Estados Unidos. Hablemos de ese
marco. En este caso, el proceso electoral ha revelado, más allá de los estudios
académicos y las especulaciones populares, la división imperante en una gran
sociedad amparada en un discurso común, que nadie rechaza: la democracia. Al
abrigo de ésta, todos proclaman sus derechos y sus libertades. Pero hay diversas
formas de entender la democracia. En los últimos años, la administración que lle-
gó al poder contra el voto popular mayoritario, se esmeró en fomentar la división,
los rencores, las rencillas entre los norteamericanos. Y lo consiguió sobradamente.
Fue la versión trumpeana de la democracia.
Esa administración, con un presidente “desmesurado”, ofendió a diestra y si-
niestra, difamó a sus adversarios –también allá se utiliza esta expresión divisionis-
ta–, arremetió contra grupos sociales e instituciones, polemizó con la prensa, incen-
dió la relación con otras naciones, atropelló a las minorías y desairó las iniciativas
mundiales en favor de la paz, la salud, el clima, la energía y la cultura. Todo ello se
halla en el haber histórico del señor Trump, que ahora recurre a las “vías legales” con
la esperanza de obtener en los tribunales lo que no consiguió en las urnas.
Expulsado a fuerza de votos, el señor Trump dejará la presidencia de su país
–a la que se aferra con fiereza–, legando a éste una crisis insólita. No desaparecerá
por arte de magia o de votos, el encono que alentó Trump: el trumpismo, que es una
deplorable manera de entender la vida y ejercer el poder y la riqueza, anidó en mu-
chas conciencias y se hallará presente por mucho tiempo, reclamando posiciones.
Sabe hacerlo: el discurso es una de sus vías más socorridas, pero también la violen-
cia. Los populismos fascistoides se valen de todas las armas para arrebatar por las
malas lo que no consiguen por las buenas.
El nuevo presidente y la flamante vicepresidenta de los Estados Unidos han
iniciado su era con buen paso. En sus primeras expresiones de triunfo, que modu-
laron con admirable acierto, destacó la idea de gobernar para todos los norteame-
ricanos, no para un sector o una facción. En este discurso, “todos” significa “todo”
lo que repudió el gobierno saliente: mujeres, clases medias, minorías étnicas o

146
L A HORA D E L AS U RNAS

sociales. Empero, ya no se entenderá que los derechos de unos y sus ímpetus su-
premacistas implican menoscabo o pérdida de los derechos de otros, condenados
a mantenerse en la sombra.
Si bien es cierto que en la contienda electoral norteamericana subió al es-
cenario el contraste entre ideas y proyectos, también lo es –y más todavía, por los
factores de emoción o sentimiento que conducen la mano de muchos votantes– que
en la decisión final operó el contraste entre la personalidad de los candidatos demó-
crata y republicano. Éste militó más como presidente, dueño del poder y la gloria,
que como verdadero candidato, solicitante de la voluntad de sus compatriotas.
El señor Trump ha exhibido rasgos que no son ajenos a otros países y a otros
gobernantes. Entre aquéllos rasgos figuran la prepotencia, el sectarismo, el afán de
remover rencillas y sembrar odio en el seno de una sociedad a punto de estallido.
Con talante y gesto mussolinianos, convocó a sus partidarios “duros” a dar batallas
que abrieron viejas heridas y provocaron nuevas. No tendió la mano, sino el puño,
a quienes diferían de sus puntos de vista y cuestionaban sus propuestas. Y logró,
con habilidad de aplanadora, atraer en su favor a quienes podían compartir temo-
res y resentimientos. En el calor de las elecciones, éstos fueron poco menos de la
mitad del electorado, pero constituirán una buena parte de los gobernados.
En contraste, el señor Biden procuró actuar con prudencia y mesura, tantas
que algunos partidarios desearon que se condujera con más energía frente al gla-
diador republicano. El discurso de Biden al proclamar su triunfo en una tribuna de
Delaware, la noche del sábado 7 de noviembre, ha sido un modelo de cordura y pa-
triotismo. Despejó el camino hacia la indispensable concordia, factor de gobernabi-
lidad en una sociedad verdaderamente democrática. Anunció el alba de un nuevo
tiempo, sembrando la esperanza. Se alejó de prejuicios y partidarismos impropios
de un buen gobernante. Inició la marcha, pues, con pie firme y conciencia despe-
jada. Ojalá que éstos prevalezcan en sus conciudadanos a lo largo de los próximos
días, que el contendiente derrotado colmará de saña.
Por supuesto, esta elección norteamericana es relevante para los mexica-
nos que hemos mirado el combate a muy corta distancia, en la geografía y en otros
extremos. Lo es porque habrá una inevitable redefinición en algunos aspectos de
la relación entre países, que podrá marcar el futuro: sobre todo, el nuestro. Lo es
porque constituye una lección muy viva y elocuente sobre el precio altísimo de

147
PARA L A NAVI DAD D E L 2 02 0

la siembra de discordia desde la cumbre del poder y el manejo imperito, torpe,


apresurado, pasional de los asuntos públicos. Lo es porque nos invitará a repensar
nuestra política y a repensarnos como ciudadanos que no desean aclimatar aquí
ese autoritarismo cavernario que los norteamericanos derrotaron en las urnas y
que los mexicanos podremos abolir con el mismo procedimiento democrático.
Y también lo es, obviamente, por el porvenir que se avecina en las relaciones
entre los gobiernos de México y Estados Unidos, que abarcan a los mexicanos y a los
norteamericanos en diversos sectores de la vida que inexorablemente compartimos.
En esa relación pesan los agravios que Trump infirió a nuestro país y a nuestros com-
patriotas, difamados e injuriados. No hubo, en el trato reciente, una lluvia tan copiosa
de invectivas, a las que jamás correspondimos. También pesa la penosa –penosísi-
ma, para nosotros– entrevista entre ambos presidentes, que se colmaron mutuamen-
te de ditirambos en un extraño ejercicio de palabras laudatorias y silencios delibera-
dos sobre los grandes temas de la relación bilateral. Y ahora habrá que descifrar las
consecuencias de la conducta de nuestro presidente, que se abstiene de felicitar al
mandatario electo e invoca el problema electoral norteamericano en los términos del
suyo propio de hace muchos años: un “robo”. Bien estaría que el declarante actuara
como presidente de México, más que como dolido candidato, porque no habla en su
propio bien o mal, sino para el bien o el mal de México. Es lo que está en juego.
En fin de cuentas, como dije en las primeras líneas de esta nota, la elección
norteamericana desborda las fronteras de su territorio: se proyecta hacia el mundo
entero, cuya primera estación es México. Constituye una lección de vida política,
que no podríamos ni deberíamos desaprovechar. Los norteamericanos a los que no
llegó la infección provocada por su gobernante, sabían que el remedio estaría en sus
manos cuando sonara la hora de las urnas. Debieron saberlo también los contami-
nados por la furia trumpeana. Otro tanto hay que decir de México. En los Estados
Unidos, sólo los ciudadanos operaron para dar un vuelco a su historia, en la que
abundaban las páginas sombrías. En México, sólo los ciudadanos podremos alcan-
zar un giro semejante. Aquéllos tuvieron y aprovecharon la hora de las urnas, una
hora que también llegará para México.

148
¿QUÉ HACER? *
I

Sí, el título de este artículo es el mismo de una obra famosa cuyo autor se
preguntó por la forma de enfrentar la adversidad política. En nuestro tiempo y en
nuestra circunstancia, muy distantes de los de entonces, nos hacemos la misma
pregunta. Surge en los coloquios de amigos y colegas, en la sobremesa familiar, en
las aulas y los centros de trabajo, en las páginas de los periódicos, en las exigencias
que afloran con vehemencia. Su fuente se halla en la preocupación y la desesperan-
za, que cunden. Reclama una respuesta pronta y certera.
¿Qué hacer hoy y aquí, en México, en el tránsito entre 2020 y 2021? ¿Qué
hacer frente a la amenaza de un futuro que podría extremar –si nos cruzamos
de brazos– el abismo en el que hemos caído? ¿Qué hacer cuando se halla en el aire
la moneda que definirá nuestra suerte: democracia o autoritarismo? ¿Qué hacer
para detener el alud que rueda montaña abajo, llevando consigo nuestras liberta-
des y nuestras esperanzas?
Escuchamos intentos de respuesta, fruto de la ansiedad, la frustración o la
ira. Cada vez son más los compatriotas que reflexionan sobre las vías para remon-
tar los enormes problemas que nos oprimen, los errores multiplicados, la arrogancia
del poderoso, los extravíos de la autoridad, la mengua del Estado de Derecho. Se
multiplican las voces que solicitan frenos y contrapesos para impedir la concentra-
ción del poder, que avanza sin recato ni control. Es preciso, dice el clamor, recupe-
rar la razón y restablecer el imperio del derecho.
De acuerdo, hagamos lo que debemos hacer. Hagámoslo por el camino de
la ley, garantía de nuestros derechos y libertades. Alumbra en el horizonte una
oportunidad dorada: los comicios de 2021, hacia los que se dirigen muchas mira-
das. Esos comicios no relevarán al poder imperial, con aprestos de dictadura, pero
podrán fijarle fronteras y atemperar la irracionalidad con la razón y el arbitrio con
la ley. El pueblo llegará nuevamente a las urnas –con la experiencia de estos años
perdidos, el dolor de la desilusión– y en ellas se podrá fijar el rumbo de la nave,
extraviado en una errática travesía.

* El Universal, 1 de diciembre de 2020.

149
PARA L A NAVI DAD D E L 2 02 0

Falta menos de un año para que decidamos nuestro destino en elecciones fe-
derales y locales. El tiempo corre de prisa y todavía no hemos establecido, mediante
un gran acuerdo nacional, la forma de encauzar la travesía y desembarcar en 2021
con nuevas decisiones políticas. Cada día cuenta en este calendario hacia la cordura
y la legalidad. ¿Qué hacer en ese tiempo angustiosamente breve, que el aparato del
poder procura copar con atracciones, distracciones, advertencias, amagos, presio-
nes tendientes a extraviar nuestra decisión y subyugar nuestro futuro?
A mi juicio, habría que aprovechar las pocas horas de las que todavía dispo-
nemos en un quehacer colectivo que requiere entusiasmo y diligencia, reflexión y
solidaridad. Además, por supuesto, honestidad y generosidad. Me refiero al que-
hacer político, entraña de esta sociedad, la civitas mexicana que debe ser recons-
truida. En esta primera nota he mencionado una convicción generalizada –que es
dura experiencia– y aludido a la necesidad apremiante de cambiar el rumbo y el
estilo. Reconozcamos la situación que prevalece, tengamos conciencia del males-
tar que se propaga, advirtamos la necesidad de replantear nuestra vida política
–y social– y busquemos una respuesta a la pregunta que puebla nuestro insom-
nio: ¿qué hacer? En la siguiente nota recogeré algunas sugerencias que formulan
muchos compatriotas.

¿QUÉ HACER? *
II

Hace ocho días formulé aquí una pregunta que agita la conciencia de millo-
nes de mexicanos, exasperados o desesperados, ciudadanos que reconocen la si-
tuación que padecemos y no se inclinan ante catecismos mañaneros: ¿qué hacer en
este tiempo sombrío? Sabemos que la errática conducción de la República agravará
nuestras dolencias, numerosas y crecientes. Urge encontrar soluciones que conven-
gan y convenzan. Mencionaré algunas, que muchas voces proclaman.

* El Universal, 5 de diciembre de 2020.

150
¿ QUÉ HAC E R? I I

1.Resistamos el desenfreno de la ilegalidad y el alud de las ocurrencias.


La Constitución y la ley nos dotan con diversos medios legítimos para enfrentar al
autoritarismo y rescatar el Estado de Derecho. Es preciso utilizarlos. Recurramos
con tenacidad al juicio de amparo, las acciones de inconstitucionalidad, las contro-
versias constitucionales, la justicia administrativa, la protección de las instituciones
tutelares de los derechos humanos.
Vayamos a los tribunales. No perdamos la esperanza. Un buen juez puede de-
tener a un mal gobernante. Recordemos a los juzgadores y a los órganos autónomos
cuál es la función que la República les ha confiado: preservar el Estado de Derecho,
asegurar la democracia y garantizar los derechos de los ciudadanos. Las derrotas
y las frustraciones no deben desalentar el empleo de esos medios de reclamación
legítima. Lloverán las invectivas y las difamaciones contra quienes se defiendan así
contra los desmanes. Que no nos venzan las descalificaciones. Hablamos de poner
la ley y la razón en movimiento. Antes de que sea tarde.
2. Construyamos un proyecto de reconstrucción que constituya verdade-
ra alternativa frente al programa de demolición que impera. Hay planteamientos
aislados, que impugnan los errores y atropellos de las propuestas oficiales. Pero
no hemos forjado un proyecto alterno que gane la emoción y la voluntad de los
mexicanos. No aludo a los planteamientos dispersos formulados –como respuesta
a las arremetidas que padecen– por las mujeres, los empresarios, los científicos, los
artistas, los periodistas, los campesinos, los obreros, los agobiados integrantes de
la clase media, los enfermos y las víctimas del poder y la negligencia. Hablo de un
proyecto que abarque a todos, haga valer las coincidencias y proporcione respues-
tas racionales a los problemas que nos agobian. En dos años no hemos corregido
los desaciertos del pasado. Peor aún: han aumentado. Necesitamos una alternativa
integral, razonada y convincente. Antes de que sea tarde.
3. Reintegremos la Cámara de Diputados y diversas instancias locales
en las elecciones de 2021. Es preciso construir a fuerza de votos los frenos y
contrapesos que necesitamos con urgencia, antes de que naufraguemos en el mar
de los desmanes. Conocemos la extrema dificultad de reunir en un haz de ciuda-
danos, encauzados como una sola fuerza electoral, a militantes de partidos que
se han combatido con encono. Sabemos que la sociedad civil no está organizada
y recela de los políticos y de los partidos. Es cierto, pero ahora debemos remontar

151
PARA L A NAVI DAD D E L 2 02 0

nuestras fobias y nuestras filias, declinar nuestros intereses personales o partidis-


tas, aplazar los agravios del pretérito y construir el horizonte del futuro. Para eso
es indispensable unir fuerzas y sumar votos. Es indispensable que lo entiendan
militantes y dirigentes. Los peligros que corremos podrían amainar si rescatamos
la Cámara de Diputados y varias gobernaturas y ayuntamientos. Si optamos por
ventilar querellas internas y enarbolar intereses menores perderemos la oportu-
nidad de frenar el autoritarismo, alentar la racionalidad y detener el derrumbe.
Vale la pena intentarlo. Si no lo hacemos por buenas razones –que bastarían–,
hagámoslo por instinto. Antes de que sea tarde.

DE VERAS, ¿LA PATRIA ES PRIMERO? *

En nuestra memoria histórica –que se desvanece– y en los muros de los recin-


tos republicanos vela todavía una frase rotunda: “La Patria es primero”. En efecto, es
primero. Pero siguen dos preguntas, que pocas veces se formulan quienes transitan
frente a esa leyenda heroica: ¿primero que qué? ¿primero para qué? Y en nuestra
memoria popular figura una expresión previsora muy propia de nuestro medio rural:
“Para luego es tarde”. Efectivamente, “luego” puede ser muy tarde. Puede ser “nun-
ca”. Relacionemos aquella preferencia patriótica con este apremio popular. Necesi-
tamos ambas cosas. Las necesitamos con apremio.
Sobre estas citas construyo la reflexión que quiero compartir en esta nota. Sí,
sobre estas citas y además sobre un diagnóstico que constituye el cimiento natural
para la reflexión de ahora y para la acción urgente que esa reflexión sugiere. El diag-
nóstico está a la mano de todos. Difícilmente sería refutable. Lo comparten millones
de ciudadanos, que también cumplen otro papel en el escenario: son víctimas de la
situación prevaleciente, del gobierno fallido, del autoritarismo desbocado. Especta-
dores y víctimas en el gran escenario que transitamos entre el año 2020, que nos
deja heridos, y el 2021, que pudiera constituir el remate. ¿Qué hacer para evitarlo?

* Siempre, 5 de diciembre de 2020.

152
D E VE RAS, ¿ L A PATRIA ESP RI M ERO ?

Partamos, pues, de los hechos. No ha sido escasa la cosecha que levanta-


mos como producto de una siembra cuyos resultados eran previsibles e innegables,
pero no quisimos prever y nos empeñamos en negar. Antes de que la pandemia nos
devastara, habíamos emprendido la devastación de la economía, que nos privó de
fuentes de trabajo y ensombreció nuestro destino. Primer gol en nuestra asediada
portería. Luego, en marzo del año que concluye, nos alcanzó la pandemia. Imprepa-
rados y divididos, vimos crecer el monstruo. Tomamos medidas a tono con la política
y a contrapelo de la ciencia, cuyos oráculos desdeñamos. Las cifras de contagios y
defunciones se elevaron exponencialmente. Segundo gol en nuestra portería. Siga-
mos: la inseguridad pública se consolidó como pan nuestro de cada día, a despecho
de las promesas oficiales y los augurios fantasiosos. Tercer gol en la portería. A estas
alturas estamos en el año 2020, pendiente del siguiente tiempo que iniciaremos
dentro de unos días.
¿Hay necesidad de más para ensayar una nueva reflexión e intentar accio-
nes consecuentes con nuestra alarma? Lo que está en juego es más que el control
de la pandemia (que desde luego lo está); más que la recuperación de la economía
(que también está en juego); más que el rescate de la seguridad (que corre el
mismo riesgo). Lo que está en juego es el porvenir de México. Se dice fácilmente,
como si se tratara de algo ajeno a nosotros y alejado de nuestra vida. Pero se trata
de nosotros mismos y de nuestra vida. Este es el tema que tenemos a la vista y
cuya solución está en nuestras manos, al menos parcialmente. Hoy corremos el
mayor peligro que hayamos enfrentado en el curso de un siglo. En otros términos:
México y los mexicanos –que somos nosotros; ¿quiénes, si no?– estamos a merced
de ese peligro.
Últimamente se han elevado voces claras, valerosas, que convocan a re-
flexionar sobre lo que está ocurriendo y lo que podría suceder si no tomamos medi-
das legítimas y oportunas para evitarlo. Por supuesto, aparecieron de inmediato las
diatribas y las difamaciones destinadas a intimidar a quienes no comulgan con la
“verdad única” e insistir en el adoctrinamiento que pretende copar las conciencias.
Creo que algunos oídos atentos han escuchado el mensaje de esas voces, otros lo
han desoído y no pocos han dejado que las voces corran para que otros las escu-
chen algún día. Esas voces nos apremian a entender lo que sucede, prever lo que
podría ocurrir y actuar con lucidez en la oportunidad que nos brindará el año 2021.

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En este año, que puede ser promisorio, resolveremos la nueva integración de la Cá-
mara de Diputados, hoy postrada a merced del Ejecutivo, y la composición de mu-
chas instancias estatales y municipales, acosadas por la hostilidad y el abandono.
Por ello, estas elecciones constituyen un acto de genuina emergencia para la pre-
servación de la democracia y la libertad en México.
Sabemos bien –y si no, lo estamos aprendiendo a golpes de infortunio– que
el Congreso puede y debe ser un contrapeso al poder omnímodo que se despliega
desde el Ejecutivo. Otro tanto deben ser la judicatura y los órganos autónomos.
Pero ahora no me ocupo de éstos, tan violentados, sino del Congreso, figura clave
de una democracia, que también puede serlo –si así lo resolvemos– de la democra-
cia mexicana. Ocupémonos del Congreso. Se ha dicho que en una sociedad política
cada poder del Estado debe operar como contrapeso de los otros, para evitar el des-
bordamiento de alguno, afianzar la buena marcha del conjunto y asegurar el cauce
de la democracia. Es obvio que eso no está sucediendo en México. El Legislativo
no es contrapeso, sino eco, reflejo, acompañante fiel y seguro del Ejecutivo: su
“compañero del camino”.
En julio de 2021 acudiremos a las urnas para renovar la Cámara de Diputa-
dos y otros órganos del poder. Entonces podremos “recomponer” aquella Cámara y
estos órganos para lograr, con la fuerza de nuestras razones y el poder de nuestros
votos, rectificar los desaciertos, moderar el autoritarismo, plantear el foro en el que
se escuche –de veras– la voz del pueblo y se ilumine su futuro. ¿Cuál habría sido
nuestra suerte en este par de años si hubiésemos contado con un Legislativo a
la altura de su misión republicana, que supiera decir “no” al poder imperial y “sí”
a los intereses del pueblo? En otras palabras: decir “sí” a México, mirando en los
muros la frase con la que inicié estas líneas: “la Patria es primero”.
No somos ingenuos. Para que ocurra este giro es absolutamente necesario
alcanzar un gran consenso nacional que se exprese en las urnas. Todas las candida-
turas –salvo las “independientes”, que hasta ahora no han influido mayormente en
la marcha del país– dependen de los partidos políticos. Son éstos quienes ungen a
los candidatos. Son éstos quienes cuentan con las estructuras formales que proveen
andamiaje eficaz a los electores. Son éstos quienes pueden comprometer sus pro-
pias voluntades, sumadas a las de una anérgica y diligente sociedad civil –hoy des-
organizada, amenazada, agredida–, para llevar a los comicios candidaturas exitosas

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D E VE RAS, ¿ L A PATRIA ESP RI M ERO ?

e impulsar la conversión de la Cámara de Diputados en un genuino foro de conver-


gencia democrática y contrapeso al desbordamiento del poder omnímodo.
Y en este punto vuelvo a invocar la consigna moral y política: “La Patria es
primero”, y a recordar la reconvención pragmática: “Para luego es tarde”. Se necesi-
ta que los partidos políticos y sus integrantes, militantes y simpatizantes entenda-
mos de veras, con hechos y no sólo con palabras que se lleva el viento, que estamos
en una circunstancia crítica, cuya superación requiere medidas extraordinarias. En
otros términos: olvido de intereses personales y sectoriales (que pueden ser legíti-
mos, pero en esta coyuntura son secundarios) y presencia exclusiva del interés su-
perior de México (que en esta coyuntura es el único dominante). No es fácil, pero es
indispensable. Si no lo entendemos así, con un poderoso esfuerzo de racionalidad y
generosidad, sacrificaríamos a la Nación y abonaríamos a la ruina de la República.
Dejemos de lado, por un momento, nuestras fobias y nuestras filias y confirmemos
con nuestro voto en las urnas que “La Patria es primero”.

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Para la Navidad del 2020


Crónica de un tiempo sombrío

Se terminó de imprimir en diciembre de 2020.


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