El terreno de juego también cambió.

En vez del campo abierto típico del «juego largo», se

buscaron superficies delimitadas por muros, de modo que se podía aprovechar el rebote de la
pelota; surgió así el llamado «juego corto». Asimismo, se habilitó una zona para los espectadores,
la galería, e incluso se cubrió todo el espacio con un techo. Estas pistas cubiertas, de dimensiones
variables –podían alcanzar los 30 metros de longitud–, se hicieron habituales en todas las ciudades
europeas. En Francia se las llamaba jeu de paume (como la sala de Versalles en la que tuvo lugar el
célebre juramento durante la Revolución francesa) o tripot (del verbo triper, rebotar); en los
reinos de la península Ibérica se las llamaba trinquete.

El problema surge cuando una persona que percibe pocos ingresos se dispone a aprender a jugar,
los altos costos que puede representar el proceso de formación suelen “intimidar” a esas
personas. No obstante, la parte más dura llega al momento de conseguir un lugar donde practicar
o jugar, ya que la adquisición de raquetas y pelotas es un gasto único, mientras que el uso de una
cancha privada es una inversión constante que amerita un costo considerable. La solución más
viable para esto, es la construcción de lugares subsidiados por el estado, por una empresa privada
o una comunidad en donde se pueda jugar de manera gratuita, o al menos, tener la posibilidad de
jugar sin ser socio de un club pagando la hora de cancha a un precio accesible, así es ¡las canchas
públicas pueden solucionar este problema!