En vez del campo abierto típico del «juego largo», se
buscaron superficies delimitadas por muros, de modo que se podía aprovechar el rebote de la pelota; surgió así el llamado «juego corto». Asimismo, se habilitó una zona para los espectadores, la galería, e incluso se cubrió todo el espacio con un techo. Estas pistas cubiertas, de dimensiones variables –podían alcanzar los 30 metros de longitud–, se hicieron habituales en todas las ciudades europeas. En Francia se las llamaba jeu de paume (como la sala de Versalles en la que tuvo lugar el célebre juramento durante la Revolución francesa) o tripot (del verbo triper, rebotar); en los reinos de la península Ibérica se las llamaba trinquete.