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El jeu de paume fue enormemente popular, como indica el hecho de que en 1397 las autoridades
de París consideraran necesario prohibir a los artesanos que jugaran al jeu de paume durante los
días laborables; sólo se les permitía hacerlo los domingos. En 1485, un concilio eclesiástico
prohibió a los clérigos que jugaran a la palma, «sobre todo en camisa y en público», para no
ofender el decoro debido a su estamento.
Quienes sí podían practicarlo con total libertad eran los aristócratas, incluidos los reyes, a veces
con consecuencias nefastas. En 1316, Luis X, tras disputar con gran ardor un partido en el bosque
de Vincennes, tomó un vaso de agua fría que le provocó un desmayo y murió al poco tiempo; justo
lo mismo que le sucedió a Felipe el Hermoso, que murió de repente tras beber un vaso de agua
mientras jugaba a la pelota en Burgos. Entre los siglos XV y XVI se produjo una profunda
transformación del juego. Por un lado, aunque el juego a mano no desapareció, se popularizó el
uso de raquetas. Hacia 1530, Juan Luis Vives imaginaba un diálogo en el que un español que
vuelve de París explica a un compatriota que los franceses «rara vez juegan con la palma». «Pero
entonces, ¿cómo golpean la pelota? ¿con el puño?», pregunta el otro, a lo que el primero
responde: «No, con una raqueta». Algunas raquetas se hacían con pergamino, pero las más
usuales eran las elaboradas a base de cuerdas de cáñamo o tripa. Al mismo tiempo, se codificaron
las reglas de juego, que han sobrevivido con ciertas variaciones en el actual tenis. Los puntos para
ganar un juego se contaban por 15, 30, 45, luego se obtenía una «ventaja», se empataba «a dos»
(el actual término inglés deuce viene del francés à deux), cada manga tenía seis juegos, etcétera.
La pelota debía pasar por encima de una cuerda que separaba ambos campos, de la que se
colgaban campanillas que sonaban cuando la bola pasaba por debajo, hasta que finalmente se
puso una red que retenía la pelota, como en el tenis actual.