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Valentina Duque Castro

201661021-3252

REFLEJO.

Lo que hasta ahora sabemos y nos falta trecho por indagar es sobre la escritura marginal es

ella la está situada en el centro de lo que comúnmente se rechaza en la sociedad, la

conciencia y sin conciencia de muchos que van adoptando prácticas las cuales se van

apartando de lo que llamamos el común denominador, arte, música, pintura y en esta

ocasión literatura son unas de las manifestaciones, ellas mismas se articulan en la creciente

desigualdad social, política y económica del país, y estas mismas se reflejan activamente en

el conjunto de prácticas y experiencias sociales de los jóvenes que van adoptando para ir

mostrando y reformulando las nociones clásicas y existentes de lo que muchas veces no se

quiere mostrar.

Eduardo del Llano escritor y cineasta cubano considera que marginal “Es alguien que

prefiere, conociendo como funciona su sociedad, (...) mirar los toros desde la cerca.

Prefiere, o no tuvo la elección… y la vida lo llevó a mirar los toros desde la cerca, en

cualquier sentido, y aun así no está metido dentro del juego”, como en el caso de Gilmer.

(Quintana, 2015)

En esta novela, la cuadra, me faltaba decirlo tiene representaciones que privilegian el

espacio urbano como epicentro de sus relatos, como una geografía de represión y expresión

con una única intención de penetrar e identificar los rasgos que solidifican y permean en los

espacios del tiempo, en esta “cultura” o la llamada “sociedad”


Estos núcleos establecen una alianza con reglas de distinción que privatizan los espacios

públicos y separar abruptamente lo que no pertenece a su código, narraciones como estas

nos muestran los sujetos representados con estos códigos de desigualdad, que trasforma los

cuerpos, las mentes propias y las ajenas, asumiendo como único medio de subsistencia la

violencia, el (Biopoder) como lo llama Foucault, que significa obtener un poder sobre otros

cuerpos (es decir, valerse de diferentes técnicas para someter y disciplinar los cuerpos y

adquirir así un control de las poblaciones) y así promover la vida de una población

centrándose en dos polos: el de la disciplina y los controles regulatorios.

Esta novela entonces nos presenta situaciones y anécdotas dichas de forma real y cruda, que

se ven permeados en la fotografía de la infancia un grupo de jóvenes irremediablemente

muertos, construyendo una a una las historias que entrelazan la violencia con la llamada

normalidad, mostrándonos un país que enmudecen ante estas situaciones.

Añado también que esta novela es la cuadra que vi de lejos mientras pasaba por mi

infancia, también son mis recuerdos, también recuerdo lo que se siente tener la posibilidad

de cualquier posibilidad, en la que cada uno junto con mis amigos vivimos la época nefasta

y sangrienta de finales de los 80 y principios de los 90, cuando se tenía más amigos muertos

que vivos y siempre estaba la incertidumbre de la mañana, vimos morir amigos, tíos y

primos, y hay hoy en día desaparecidos que quedaron en las fotos de la infancia retratados

en blanco y negro.

Al leer estas líneas noto un homenaje a todos los partidos, que si bien comparten las

mismas situaciones, consumidos por la misma agonía de no saber qué camino elegir, Mesa

nos narra de esta manera y nos sitúa en la infancia donde el matar y morir se asumían

como hechos, escribe sobre realidades tangibles, sobre quien no conoció más allá de las
fronteras de barrio, donde no se tuvo más paisajes con los cuales comparar, encerrados en

una invisibilidad que sega los porvenires, constituida por una sociedad que no ofrece

alternativas viables, la delincuencia es la alternativa de supervivencia, es una fragmentación

familiar y política, la calle se convierte en una familia prematura, putativas y temporal, sus

itinerarios, de hecho, nos permiten visualizar el territorio urbano como un entretejido

laberíntico donde las fronteras de la ficción y la realidad diferencian los territorios

marginales que se incrustan en su interior equiparando los cuerpos mutilados y

fragmentados de los personajes que las habitan, son personajes que sí, fueron manipulados

por hilos invisibles que nunca vieron, y actuaron en consecuencia con su contexto, y eso los

hace de alguna manera víctimas y victimarios.

Los años ochenta ampliaron la puerta de entrada a lo que era posible decir, cambiando las

maneras en que era posible decirlo y dejando abierto el campo para la inclusión de nuevos

temas. Los escritores pudieron ocuparse de aquellos temas que los preocupaban como

individuos y como grupo y que no habían sido tratados hasta entonces, considerándose un

mismo grupo como forma de diferenciarse de otras generaciones, buscan también

individualizarse, negándose a aceptar clasificaciones que los incluyan en escuelas o

tendencias y que puedan generar imitaciones de lo que ya ha tenido éxito.

Lo que llamamos el canon de la literatura, un espacio amplio que no se ocupa de la

diferencia y pone límites en una sociedad como américa latina.

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