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El RenaCENTRO, mi sueño

Fernando Masaya Marotta*

A principios de 1989, cuando inicié mi trabajo en rescate del Centro Histórico, señalé que ya no era
ésta aquella área tranquila que nos recuerda José Milla en su Libro sin nombre, sino que, al contrario,
era un área llena de bullicio, que demandaba, entonces más que nunca, que se le atendiera para evitar
su deterioro y su abandono.

Tuve, entonces, el sueño de generar en esta área uno de los mejores ambientes de la Ciudad, a fin de
confirmar al Centro Histórico, con ello, como un símbolo de identidad para todos los guatemaltecos.

Al despertar de ese sueño, y tratar de interpretarlo, llegué a la conclusión de que el esfuerzo de rescate
del área debía ser integral; es decir, debía dirigirse no sólo a rescatarla en su dimensión patrimonial, sino
que también a hacerlo en lo urbanístico, lo económico y lo social.

Con la idea que me bullía en la mente, también concluí en que el reto era tan grande, que iba a requerir
de la participación de muchas instituciones y muchísimas personas, tanto para asegurar que pudiera
efectivamente lograrse la meta, como para darle legitimidad a la labor.

Por eso, ese año de 1989 propuse, desde la Facultad de Arquitectura de la Universidad de San Carlos,
el proyecto de “La renovación urbana del Centro de la Ciudad de Guatemala” –al que más adelante
bautizaría “RenaCENTRO”–, como el instrumento para lograr, a través de un esfuerzo interinstitucional
abierto a la participación de todos los guatemaltecos, el rescate integral del Centro Histórico.
(Curiosamente, el folleto con el que oficialmente propuse el
RenaCENTRO tiene como carátula una puerta del Palacio de
Correos, edificio que es –sin habérnoslo propuesto– la sede actual
de las instancias institucionales dirigida a este esfuerzo).

Para hacer del rescate del Centro Histórico una realidad


institucional, impulsé a partir de entonces la suscripción de un
convenio de cooperación –el convenio marco del RenaCENTRO–
entre la Universidad de San Carlos y la Municipalidad de
Guatemala.

La tarea se me facilitó a partir del momento en el que, en 1991,


tomé posesión como Concejal municipal. Fue entonces cuando
conocí a la ilustre señora doña Vilma Brol de Sosa, quien había
estado promoviendo el tema dentro de la Municipalidad –como yo,
en la Universidad de San Carlos– y quien había organizado a un
grupo de asesores en lo que en su momento se conoció como la
“Comisión del Centro Histórico” de la Alcaldía.

Con ella convinimos en aunar esfuerzos para generar una


estructura municipal adecuada al rescate del área. Le propuse
crear un consejo “consultivo” y una unidad técnico-administrativa,
que se complementaran en su labor. En función de ello, redacté, en consulta con ella, las propuestas de
los acuerdos municipales y, cuando ya había condiciones, promovimos la idea ante las autoridades
municipales —labor en la que ella puso su máximo esfuerzo. Luego, presenté la propuesta oficialmente
ante el Concejo Municipal, en el que aprobamos, en diciembre de 1992, la creación del Departamento
del Centro Histórico y, en septiembre de 1993, la del Consejo Consultivo.

*
Arquitecto (USAC), M. Arch. A. S. (MIT).
A partir de que ya se contaba con esta estructura municipal, impulsé la suscripción, por parte de la
Universidad de San Carlos y la Municipalidad, del convenio marco que dio a luz, en agosto de 1994, al
RenaCENTRO, y luego la firma de cartas de adhesión por parte del Ministerio de Cultura y Deportes y el
Instituto de Antropología e Historia, así como por parte del Instituto Guatemalteco de Turismo, lo que se
logró en agosto de 1995. Con esto, RenaCENTRO contaba ya con una estructura institucional.

Para que estas iniciativas se constituyeran en acciones concretas, promoví que la Universidad de San
Carlos cooperara técnicamente con la Municipalidad, con estudios de investigación y proyectos
arquitectónicos y urbanísticos. En reconocimiento a estos esfuerzos, la Municipalidad le otorgó a la
Facultad de Arquitectura, el 24 de mayo de 1995, la honrosa orden “Raúl Aguilar Batres”.

Como a principios de 1994 el Concejo municipal me nombró miembro del Consejo Consultivo del Centro
Histórico, contribuí desde esa función a la definición institucional de los lineamientos básicos para el
rescate del área. En lo específico, aporté criterios que fueron retomados en el Acuerdo de Declaratoria
del Centro Histórico, en el Reglamento del mismo y en su plan de manejo, como son los criterios de
clasificación de los inmuebles, los relativos al manejo de éstos en función de su categoría, los de las
condiciones de unidad y concordancia urbanísticas, y varios de los relativos al manejo de rótulos.

Parte de mi experiencia más valiosa en estos esfuerzos, fue indiscutiblemente mi participación en la


primera etapa de vida del Consejo Consultivo, en la que tuve el honor de compartir ilusiones y trabajo
con esos ilustres guatemaltecos y guatemaltecas que lo integraban, y que serán siempre merecedores
de mi admiración y respeto: la señora Vilma Brol de Sosa, el Arquitecto Roberto Aycinena, el Arquitecto
José María Magaña, el Licenciado Alfonso Ortiz Sobalvarro, el Licenciado Miguel Álvarez y la señora
Isabel Paiz de Serra. Particularmente valoro, en la distancia, los aportes del Licenciado Ortiz Sobalvarro,
quien de una manera acuciosa y silente diseñó y promovió la estructura legal marco y la de la normativa
específica aplicable al Centro Histórico.

Con todo, la conquista más grande que se ha ido logrando en la materialización de aquel sueño de 1989,
ahora compartido, es que se cuenta ya con una conciencia colectiva de la existencia del Centro Histórico
y de la necesidad de rescatarlo, que se dispone de un fuerte sistema institucional, y de que participan,
ahora, cientos de guatemaltecos y varias decenas de instituciones en este esfuerzo.

No cabe duda que desde hace ya varios años, los méritos de lo que se ha ido alcanzando son ya méritos
compartidos, como había previsto originalmente. Todo ello no deja de alimentar, en el fondo de mi
corazón, mi satisfacción por haber prendido la mecha de un proceso que ahora tiene sus propios actores
y su propia dinámica.

Quisiera cerrar este recuento de hechos, con una anécdota personal que hasta ahora ha sido del
conocimiento de pocos. Se trata de responder a por qué propuse el rescate del Centro Histórico en
1989. Lo primero que podría decir es que el haber conocido previamente de experiencias exitosas de
rescate de otros centros históricos, me tenían llevado a cuestionarme por qué no emprender algo así
aquí en Guatemala. Pero por aquellos meses de 1989 yo andaba ocupado, en mi trabajo en la Facultad
de Arquitectura de la Universidad de San Carlos, en la construcción de una propuesta de cómo fortalecer
la investigación en esta Casa de Estudios, y particularmente en cómo vincular orgánicamente la
investigación con la docencia y la extensión o servicio. Tenía ya la propuesta, pero necesitaba identificar
un objeto de estudio, para ponerla en aplicación, que pudiera permitir no sólo esa vinculación de
investigación-docencia-extensión, sino que, además, que pudiera servir para las prácticas de las
diferentes carreras que ofrecía entonces la Facultad. Y, de repente, visualicé que el rescate integral del
centro de la Ciudad de Guatemala ofrecía esa posibilidad, pues había suficiente qué hacer tanto para el
ejercicio de quienes estudiaban arquitectura, como para los que estaban en diseño gráfico, o en las
maestrías de planificación de asentamientos humanos o de conservación de monumentos. Ahí comenzó
mi sueño...

Mi sueño, p. 2

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