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MATRIMONIO Y FAMILIA

1. ¿Qué enseña la Iglesia sobre la familia?

La Iglesia enseña que la familia es uno de los bienes más preciosos de la humanidad.

2. ¿Por qué es un bien tan precioso?

La familia es un don tan precioso porque forma parte del plan de Dios para que todas las personas
puedan nacer y desarrollarse en una comunidad de amor, ser buenos hijos de Dios en este mundo
y participar en la vida futura del Reino de los Cielos: Dios ha querido que los hombres, formando la
familia, colaboren con Él en esa tarea.

3. ¿Dónde están revelados los planes de Dios sobre el matrimonio y la familia?

En la Sagrada Escritura -la Biblia-, se narra la creación del primer hombre y de la primera mujer:
Dios los creó a su imagen y semejanza; los hizo varón y mujer, los bendijo y les mandó crecer y
multiplicarse para poblar la tierra (cf. Gen 1,27). Y para que esto fuera posible de un modo
verdaderamente humano, Dios mandó que el hombre y la mujer se unieran para formar la
comunidad de vida y amor que es el matrimonio (cf. Gn 2,19-24).

4. ¿Qué beneficios trae formar una familia como Dios manda?

Cuando las familias se forman según la voluntad de Dos, son fuertes, sanase y felices; hacen
posible la promoción humana y espiritual de sus miembros contribuyendo a la renovación de toda
la sociedad y de la misma Iglesia.

5. ¿Cómo ayuda la Iglesia a los hombres para que conozcan el bien de la familia?

La Iglesia ofrece su ayuda a todos los hombres recordándoles cuál es el designio de Dios sobre la
familia y el matrimonio. A los católicos corresponde de modo especial comprender y dar testimonio
de las enseñanzas de Jesucristo en este. campo.

6. ¿Cómo es posible realizar plenamente el proyecto de Dios sobre el matrimonio y la


familia?

Sólo con la ayuda de la grada de Dios, viviendo de verdad el Evangelio, es posible realizar
plenamente el proyecto de Dios sobre el matrimonio y la familia.

7. ¿Por qué hay tantas familias rotas, o con dificultades? ¿Por qué a veces parece tan difícil
de cumplir la voluntad de Dios sobre el matrimonio?

Adán y Eva pecaron desobedeciendo a Dios y desde entonces todos los hombres nacen con el
pecado original. Este pecado y los que comete cada persona hacen difícil conocer y cumplir la
voluntad de Dios sobre el matrimonio. Por eso Jesucristo quiso venir al mundo: para redimirnos del
pecado y para que pudiéramos vivir como hijos de Dios en esta vida y alcanzar el Cielo. Hace falta
la luz del Evangelio y la gracia de Cristo para devolverle al hombre, y también al matrimonio y a la
familia, su bondad y belleza originales.

8. ¿Qué consecuencias tiene para toda la sociedad no cumplir el plan de Dios sobre la
familia y el matrimonio?
Cuando la infidelidad, el egoísmo y la irresponsabilidad de los padres respecto a los hijos son las
normas de conducta, toda la sociedad se ve afectada por la corrupción, por la deshonestidad de
costumbres y por la violencia.

9. ¿Cuál es la situación de la familia en nuestra sociedad?

Los cambios culturales de las últimas décadas han influido fuertemente en el concepto tradicional
de la familia. Sin embargo, la familia es una institución natural dotada de una extraordinaria
vitalidad, con gran capacidad de reacción y defensa. No todos estos cambios han sido perjudiciales
y por eso el panorama actual sobre la familia puede decirse que está compuesto de aspectos
positivos y negativos.

10. ¿Qué aspectos positivos se notan en muchas familias?

El sentido cristiano de la vida ha influido para que en nuestra sociedad se promueva cada vez más:
una conciencia más viva de la libertad y responsabilidad personales en el seno de las familias; el
deseo de que las relaciones entre los esposos y de los padres con los hijos sean virtuosas; una
gran preocupación por la dignidad de la mujer; una actitud más atenta a la paternidad y maternidad
responsables; un mayor cuidado a la educación de los hijos; una mayor preocupación de las
familias para relacionarse y ayudarse entre sí.

11. ¿Qué aspectos negativos encontramos en las familias de nuestro país?

Son muchos y todos ellos revelan las consecuencias que provoca el rechazo del amor de Dios por
los hombres y mujeres de nuestra época. De modo resumido podemos señalar: una equivocada
concepción de la independencia de los esposos; defectos en la autoridad y en la relación entre
padres e hijos; dificultades para que la familia transmita los valores humanos y cristianos; creciente
número de divorcios y de uniones no matrimoniales; el recurso fácil a la esterilización, al aborto y la
extensión de una mentalidad antinatalista muy difundida entre los matrimonios; condiciones
morales de miseria, inseguridad y materialismo; la emergencia silenciosa de gran número de niños
de la calle fruto de la irresponsabilidad o de la incapacidad educativa de sus padres; gran cantidad
de personas abandonadas por falta de familia estable y solidaria.

12. ¿Qué podemos hacer para que los signos negativos no prevalezcan?

La única solución verdaderamente eficaz es que cada hombre y cada mujer se esfuerce por vivir en
sus familias las enseñanzas del Evangelio, con autenticidad. El sentido cristiano de la vida hará
que siempre prevalezcan los signos positivos sobre los negativos, aunque éstos nunca falten.

13. ¿Jesucristo nos dio algún ejemplo especial sobre la familia?

Sí, porque Jesucristo nació en una familia ejemplar; Sus padres fueron José y María. Les obedeció
en todo (cf. Lc 2,51) y aprendió de ellos a crecer como verdadero hombre. Así pues, la familia de
Cristo es ejemplo y modelo para toda familia.

14. ¿Esas enseñanzas son válidas para la familia de nuestros días?

Los ejemplos de la Sagrada Familia alcanzan a los hombres de todas las épocas y culturas, porque
el único modo de conseguir la realización personal y la de los seres amados es crear un hogar en
donde la ternura, el respeto, la fidelidad, el trabajo, el servicio desinteresado sean loas normas de
vida.

15. ¿Quiénes deben sentirse responsables de fortalecer la institución familiar?

Cada hombre es responsable de una manera u otra de la sociedad en que vive, y por tanto de la
institución familiar, que es su fundamento. Los casados, deben responder de que
la familia que han formado sea según el designio de Dios; los que permanecen solteros, deben
cuidar de aquella en que nacieron. Los jóvenes y adolescentes tienen una particular
responsabilidad de prepararse para construir establemente su futura familia.

CATECISMO DE LA FAMILIA
Y DEL MATRIMONIO
Padres Fernando Castro y Jaime Molina

Ser Padres

 Tips para acercarme a mi hijo adolescente


 Los hijos, ¿propiedad o misión?
 Educación de los sentimientos
 La clave del éxito en el matrimonio
 7 consejos para un matrimonio maduro
 El edificio del matrimonio
 10 consideraciones para descansar mejor
 Familia: Diez mandamientos para ser buenos padres
 10 razones para tener otro hijo
 La bondad en la conducta
 Si quieres ser un buen padre, sé un buen esposo
 Los bueno padres son ante todo valientes
 Consejos para padres, de un experto en familia
 ¿Podar o abonar?
 El padre bueno y el buen padre
 El arte de estimular y premiar
 ¿El padre es el mejor amigo?
 Cada cosa por su nombre
 ¿Hijos o "mascotas"?
 ¿Sabemos jugar con nuestros hijos?
 Carta de un hijo a todos los padres del mundo
 La madre que trabaja fuera de casa
 "Papá, yo quiero ser como tu"
 La mejor escuela para padres: la familia
 Importancia del tiempo
 Los padres de hoy son demasiado demócratas
 Algunas ideas sobre la permisividad de los padres
 La paternidad humana
 Que significa ser padre hoy
 Progenitores de metal

Autoridad
 Aprender a equivocarse
 Amistad, autoridad y obediencia
 Aprender a corregir
 Como lograr una autoridad positiva con los hijos
 La verdadera autoridad y la disciplina
 Cada cual debe cuidar de su propia autoridad
 Enseñar con el ejemplo
 ¿Cuál es la diferencia entre disciplina y castigo?
 El ejercicio de la autoridad en los padres
 Mandamases o mandamientos

Tips para acercarme a mi hijo adolescente

Por Felipe de Jesús Rodríguez

Ayudar a los hijos en sus dificultades es un reto que, muchas veces, se presenta
pesado, infructuoso y casi imposible

El hijo que crece "aparentemente" tiene su vida hecha. La independencia, el


"déjenme ser", es su mayor eslogan. Los consejos, regaños e indicaciones le
hacen sentir como niño o adolescente y, por eso, los rechaza como jarabes
amargos.

Tiene conciencia de su libertad y, bien o mal, sabe que puede usarla, aunque
desconoce su verdadero sentido. Se siente joven y experimenta que puede asir el
mundo con un apretón de manos. Este mundo atrapa su sed infinita de felicidad y
es lo que le causa las peores jugadas.

Quizá, un abismo gigantesco interfiere en las relaciones con los hijos. Los
problemas y las dificultades que atraviesan en sus vidas personales parecen
inasequibles para los padres. Los consejos y la cercanía que éstos quieren
brindar, no llegan hasta la orilla de sus hijos con el impacto esperado.

Unas veces, el puente de comunicación natural y sencilla de los primeros años de


la infancia y de la adolescencia, se debilita y es difícil cruzarlo. Otras, tristemente,
el gigante invisible de la juventud ya lo ha arrancado con un vigor impulsivo e
irreflexivo, destruyendo cualquier esfuerzo de acercamiento a los problemas que
tienen.

¿Qué hacer?
La respuesta no es nada sencilla porque los hijos tampoco están en una etapa
fácil. A veces el error de los padres es la desesperación, la impaciencia o la forma
brusca y autoritaria en el actuar (por ejemplo: correrlos de la casa).

Un buen medio es la comunicación entre los padres. Entre los dos se podrán
ayudar mejor a conocer a sus hijos. También ayuda tratar de "meterse en sus
zapatos". Intentar sentir lo que sienten, pensar en las contrariedades que les
acechan o que pueden estar pasando (¡están todavía madurando y necesitan
comprensión!).

Una postura rígida, por ejemplo, puede transformarse en una actitud afable,
amigable, paternal: Una gota de comprensión atrae más a los hijos que un barril
de regaños.

Otra solución estriba en el arte de escuchar a los hijos, interesarse por ellos; salir
de las "burbujas" rutinarias y darles el tiempo y la atención que merecen. Ayuda
mucho preguntarles su opinión, pedirles consejo, hacerles ver que su punto de
vista cuenta mucho. Aunque todavía no lo sean, necesitan ser tratados como
adultos.

Es mejor dar espacio a su iniciativa personal y a sus propuestas, que "acribillarlos"


con órdenes y prohibiciones que pueden resolverse en un acuerdo mutuo y
constructivo. Y en esos diálogos, conviene valorar sus decisiones para que se
hagan responsables de sus actos.

Hay momentos que quizá ya se ha intentado mucho y los problemas de los hijos
parecen insuperables. Pensemos, por ejemplo, en aquéllos que están sumergidos
en la droga o el alcohol. Por desgracia, la solución se escurre de las manos como
el agua (¡y eso es lo más duro!).

Desde la perspectiva humana todo parece imposible. En esos momentos lo mejor


es pedir ayuda. Buscar a un perito en la materia, más aún, pedir ayuda al
pedagogo más veterano, al experto de lo "imposible": a Dios.

La oración dirigida a Dios orienta los sufrimientos, preocupaciones, deseos,


esfuerzos humanos y sobrehumanos hacia el bien de los hijos. Con ella, se edifica
un puente invisible a los ojos humanos, pero no al corazón del que cree; un puente
que llega hasta lo más profundo de sus corazones, pues está construido con los
ladrillos de la fe y de la esperanza.
Cuando humanamente se hace lo que está en las propias manos y se deja a los
hijos en las manos experimentadas y sabias de Dios, el reto se aligera, el fruto
empieza a madurar y lo que parecía imposible se hace real porque para Dios no
hay nada imposible.

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Los hijos, ¿propiedad o misión?

Por Fernando Pascual - fpa@arcol.org

Estamos acostumbrados a hablar de los hijos como si se tratase de algo propio,


de una “posesión”. Tenemos un coche, tenemos una casa, tenemos un libro,
tenemos un perro y... “tenemos cuatro hijos”.

Gracias a Dios, el coche no va a exigir sus derechos, ni va a gritar que no nos


quiere. Si no arranca, lo llevamos al taller. Si después de dos semanas de arreglos
no funciona, lo vendemos al chatarrero. En cambio, si el niño “no arranca” en la
escuela...

Es cierto que los niños nacen dentro de una familia, por lo que resulta natural que
la familia asuma la responsabilidad de esa vida que empieza. Pero el niño tiene un
corazón, un alma, y eso no es propiedad de nadie. La filosofía nos enseña que el
alma, lo más profundo de cada uno, no puede venir de los padres, sino que viene
de Dios. Los padres dan a su hijo el permiso para la vida y asumen la hermosa
tarea de ayudarle, pero no pueden dominarlo como al coche o al perro.

Entonces, ¿cuál es la actitud más correcta ante el hijo que hoy “camina” a gatas
por el pasillo y que pronto empezará a darse coscorrones en la cabeza? ¿Le
dejamos hacer lo que quiera? Este era el sueño de Rousseau con su “creatura”,
Emilio. No hace falta ser un gran psicólogo para comprender que el niño ideal de
Rousseau llegaría a la juventud sólo por obra de un milagro... La realidad es que
los padres están llamados a dar una formación profunda, correcta, clara, a sus
hijos.

Primero enseñamos al niño normas de “seguridad”: no asomarse por la ventana,


no meterse en la boca objetos peligrosos, no tocar animales extraños. Después, la
búsqueda de la salud nos hace pedirle que tenga las manos limpias, que no se
llene el estómago con caprichos, que no se rasque las heridas...
Simultáneamente enseñamos al hijo a hablar. Sus ojos cada día brillan de un
modo distinto, y pronto su mundo interior, su corazón, se nos abre no sólo con las
miradas, las manos y la sonrisa, sino con esas primeras y temblorosas palabras
que empieza a decir con la confianza de ser acogido. Los padres que escuchan
por vez primera “mamá”, “papá”, sienten muchas veces un vuelco en el corazón.
El niño crece, y habla, y habla, y habla... Cuando ya ha aprendido un vocabulario
básico, impresiona por su hambre de saber, de comunicar, de decir que nos
quiere, o que ha dibujado un avión, o que ha visto una lagartija, o que acaba de
encontrar un amigo de su edad...

Alguno podría pensar que la misión de los padres termina aquí, y que el resto le
toca a la escuela. Sin embargo, el hijo todavía tiene que aprender detalles de
educación que van mucho más allá de las normas de supervivencia o del usar
bien las palabras del propio idioma. Dar las gracias, pedir permiso, saludar a un
maestro, prestarle un juguete al amigo, hacer los deberes en vez de contemplar lo
que pasan por la tele...

La educación moral es uno de los grandes retos de toda la vida familiar. La mayor
alegría que pueden sentir unos padres es ver que sus hijos son, realmente,
buenos ciudadanos. El dolor de cualquier padre es darse cuenta de que su hijo
hace lo que quiere y que empieza a engañar a los maestros, a robar del monedero
de mamá, a golpear a los compañeros o hermanos más pequeños, e, incluso, a
levantar la voz en casa contra sus mismos padres...

San Agustín se quejaba de que sus educadores le regañaban más por un error de
ortografía que por una falta de comportamiento. La queja tiene una triste
actualidad en quienes se preocupan más por el 10 de sus hijos en inglés que por
la pornografía que vean en internet o por las primeras drogas que puedan tomar
con los amigos. Si somos sinceros, es mucho mejor tener un hijo agradecido y
bueno, aunque no sepa alta matemática, en vez de tener un hijo ingeniero que ni
siquiera es capaz de interesarse por lo que les ocurra a sus padres ancianos...

Los hijos no son propiedad de nadie, ni de la familia, ni de la escuela, ni del


Estado. Pero todos, especialmente en casa, estamos llamados a ayudar a los
niños y adolescentes a crecer en su vida como buenos ciudadanos y como
hombres de bien. Esa es la misión que reciben los padres cuando inicia el
embarazo de cada niño. Quienes hemos tenido la dicha de tener unos padres que
nos han ayudado a respetar a los demás, a amar a Dios y a vivir de un modo
honesto y justo, nunca seremos capaces de darles las gracias como se merecen.
Quienes no han tenido esta dicha... pueden, al menos, preguntar cómo se puede
enseñar a los hijos a ser, de verdad, buenos, no sólo en la formación científica,
sino en los principios éticos más elevados.

Esa es la misión que reciben los esposos cuando su amor culmina en la llegada
de un hijo. Cumplirla puede ser difícil, pero la alegría de un hijo bueno no se puede
comprar ni con todo el dinero del Banco Mundial...

Educación de los sentimientos

Por Alfonso Aguiló Pastrana

Acabo de leer que cada año, sólo en Francia, se fugan de sus casas cien mil
adolescentes, y cincuenta mil intentan suicidarse. Los estragos de las drogas
-blandas, duras, naturales o de diseño- son conocidos y lamentados por todos.
Parece como si las conductas adictivas fueran casi el único refugio a la desolación
de muchos jóvenes. La gente mueve la cabeza horrorizada y piensa que casi nada
se puede hacer, que son los signos de los tiempos, un destino inexorable y ciego.

Sin embargo, se pueden hacer muchas cosas. Y una de ellas, muy importante, es
educar mejor los sentimientos. El sentimiento no tiene por qué ser un
sentimentalismo vaporoso, blandengue y azucarado. El sentimiento es una
poderosa realidad humana, que es preciso educar, pues no en vano los
sentimientos son los que con más fuerza habitualmente nos impulsan a actuar.

Los sentimientos nos acompañan siempre, atemperándonos o destemplándonos.


Aparecen siempre en el origen de nuestro actuar, en forma de deseos, ilusiones,
esperanzas o temores. Nos acompañan luego durante nuestros actos,
produciendo placer, disgusto, diversión o aburrimiento. Y surgen también cuando
los hemos concluido, haciendo que nos invadan sentimientos de tristeza,
satisfacción, ánimo, remordimiento o angustia.

Sin embargo, este asunto, de vital importancia en educación, en muchos casos


abandonado a su suerte. La confusa impresión de que los sentimientos son una
realidad innata, inexorable, oscura, misteriosa, irracional y ajena a nuestro control,
ha provocado un considerable desinterés por su educación. Pero la realidad es
que los sentimientos son influenciables, moldeables, y si la familia y la escuela no
empeñan en ello, será el entorno social quien se encargue de hacerlo.
Todos contamos con la posibilidad de conducir en bastante grado los sentimientos
propios o los ajenos. Con ello cuenta quien trata de enamorar a una persona, o de
convencerle de algo, o de venderle cualquier cosa. Desde muy pequeños,
aprendimos a controlar nuestras emociones y a también un poco las de los demás.
El marketing, la publicidad, la retórica, siempre han buscado cambiar los
sentimientos del oyente. Todo esto lo sabemos, y aún así seguimos pensando
muchas veces que los sentimientos difícilmente pueden educarse. Y decimos que
las personas son tímidas o desvergonzadas, generosas o envidiosas, depresivas o
exaltadas, cariñosas o frías, optimistas o pesimistas, como si fuera algo que
responde casi sólo a una inexorable naturaleza.

Es cierto que las disposiciones sentimentales tienen una componente innata, cuyo
alcance resulta difícil de precisar. Pero sabemos también la importancia de la
primera educación infantil, del fuerte influjo de la familia, de la escuela, de la
cultura en que se vive. Las disposiciones sentimentales pueden modelarse
bastante. Hay malos y buenos sentimientos, y los sentimientos favorecen unas
acciones y entorpecen otras, y por tanto favorecen o entorpecen una vida digna,
iluminada por una guía moral, coherente con un proyecto personal que nos
engrandece. La envidia, el egoísmo, la agresividad, la crueldad, la desidia, son
ciertamente carencias de virtud, pero también son carencias de una adecuada
educación de los correspondientes sentimientos, y son carencias que quebrantan
notablemente las posibilidades de una vida feliz.

Educar los sentimientos es algo importante, seguramente más que enseñar


matemáticas o inglés. ¿Quién se ocupa de hacerlo? Es triste ver tantas vidas
arruinadas por la carcoma silenciosa e implacable de la mezquindad afectiva. La
pregunta es ¿a qué modelo sentimental debemos aspirar? ¿cómo encontrarlo,
comprenderlo, y después educar y educarse en él? Es un asunto importante,
cercano, estimulante y complejo.

proponer un programa exigente y completo de valores, apoyados y vividos desde


una educación para la virtud, permitirá que los niños, adolescentes, jóvenes y
adultos maduren cada día en su humanidad, vivan abiertos a los demás, y se
preparen en serio a la meta en la que se decide, para siempre, el bien verdadero
de cada uno de nosotros: el encuentro eterno con Dios. ¿No debería ser esa la
señal inequívoca de que hemos sabido ofrecer un buen programa de formación en
los valores?

La clave del éxito en el matrimonio


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Por Tomás Melendo

Castidad conyugal: "Amor triunfal de dos personas sexuadas".

Hablar de castidad en pleno siglo XXI puede parecer chocante y anacrónico. Tal
vez porque, erróneamente, ese término suele aludir a un conjunto de negaciones
del todo ajenas al amor, hasta acabar por identificarse con la pura y simple
abstención del trato corporal.

Refiriéndola a los casados, y con palabras que recuerdan las antes citadas, la
castidad conyugal sería la virtud que hace posible y facilita que a los quince,
veinte, veinticinco o muchos más años de matrimonio, cada esposo se encuentre
tan enamorado del otro y éste le resulte tan atractivo, en todos los sentidos del
término, como aquel día ya lejano en que los dos quedaron recíprocamente
prendados; o mejor, porque es más cierto, mucho más amable y arrebatador que
entonces, por cuanto el cariño prolongado le ha conducido a descubrir y ahondar
en su riqueza personal y en su hermosura más real y certera.

La castidad, por consiguiente, es algo grande, excelso, positivo, que no se limita o


resuelve en un conjunto de prohibiciones y que va mucho más allá de los dominios
de la mera genitalidad. Su objeto propio, como el de toda virtud, es el amor: En
este caso, el amor de dos personas sexuadas -varón y mujer- y justo en cuanto
tales. Y su fin, hacer que se despliegue y fructifique ese cariño en todas y cada
una de sus dimensiones, no sólo en las directamente relacionadas con el trato
corporal ni genital.

Acrecentar el cariño

Se entiende entonces que el principal y más definitivo acto de esta virtud consista
en fomentar positivamente, con las mil y una finuras que el ingenio enamorado
descubre, el amor hacia el otro cónyuge.

Por eso, para vivirla en toda su grandeza, es oportuno que cada miembro del
matrimonio dedique expresamente todos los días unos minutos a decidir aquel o
aquellos detalles de cariño y delicadeza con los que dará una alegría al otro y
elevará la calidad y la temperatura del amor mutuo; como también que ponga
todos los medios a su alcance para que esas manifestaciones de afecto decidido
lleguen a cumplirse, teniendo en cuenta que si no se empeña en darles vida es
muy posible que el trabajo y las demás ocupaciones las dejen en simple "buena
intención".

De manera similar, un marido enamorado tiene que estar dispuesto a repetir


muchas veces al día a su esposa, junto con otras manifestaciones de afecto, que
la quiere. ¡Claro que ella ya lo sabe! Pero necesita de forma casi perentoria que
semejante confirmación gozosa le entre por los oídos muy a menudo: es una
delicadeza aparentemente mínima, pero que la reconforta y le da vigor para seguir
en la brega, a veces ingrata, de sacar adelante con bríos renovados el hogar y la
familia. Y el varón, por su parte, además de agradecer también en muchos casos
la declaración paralela de su esposa, necesita pronunciar esas palabras para
reforzar, mediante la afirmación expresa y materializada, los quilates de su amor y
de su fidelidad.

Además, y por poner otro ejemplo, marido y mujer han de esforzarse asimismo
con frecuencia por sorprender a su pareja con algo que ésta no esperaba y que
revela su aprecio e interés por ella. No sólo en los días señalados, en los que esas
manifestaciones "ya se suponen", sino justo en aquellos otros en los que no
existiría ningún motivo para tener una atención especial... ¡excepto el cariño
enamorado de los cónyuges, siempre vivo y siempre creciente! Teniendo en
cuenta, por otro lado, que lo importante es ese fijar la mirada en el otro, dedicarle
tiempo y atención, y no necesariamente el valor material de lo que se ofrenda.

En la misma línea, para vivir la plenitud del amor que aquí estamos considerando,
resulta imprescindible que los cónyuges sepan encontrar ratos para estar,
conversar y descansar a solas, en las mejores condiciones posibles, venciendo la
pereza inercial que a veces pudiera acosarles. Sin hacer de esto un absoluto, sino
a modo de simple sugerencia, una tarde o una noche a la semana dedicada en
exclusiva al matrimonio, además de facilitar enormemente la comunicación,
constituye uno de los mejores medios para que la vida de familia -y, por tanto, el
cariño hacia los hijos- progrese y se consolide, hasta dar frutos sazonados de
calidad personal. Por eso, la solicitud y el mimo a la propia pareja debe
anteponerse a las obligaciones laborales y sociales y, si valiera la contraposición
un tanto paradójica, incluso al cuidado "directo" de los niños... que quedará
potenciado por el amor mutuo de sus padres.

Fomentar la atracción
A la vista de cuanto estamos viendo, resulta fácil comprender que es un acto de
virtud -de la virtud de la castidad, en concreto- hacer cuanto esté en nuestras
manos para aumentar la atracción, también la estrictamente sexual, a y de nuestro
cónyuge.

Particularmente, parece manifestación de buen sentido aprovechar el gozo


entrañable que está unido al abrazo amoroso personal e íntimo para resolver
pequeñas discrepancias o desavenencias surgidas durante el día, para poner fin a
una situación de tirantez, o para relajarse en momentos en que la vida profesional
o familiar de uno u otra generan especiales tensiones. Como consecuencia, entre
otras cosas, ambos tendrán que prestar atención a su aspecto físico.

Como también resulta imprescindible, y estamos ahora ante una cuestión más de
fondo y de conjunto, que ambos esposos sepan presentarse y contemplarse, a lo
largo de toda su vida, por lo menos con el mismo primor y embeleso con que lo
hacían en los mejores momentos de su etapa de novios. Obrar de otra manera,
dejar que el amor se enfríe o se momifique, equivale a poner al cónyuge en el
disparadero, propiciando que busque fuera del hogar el cariño y las atenciones
que todo ser humano necesita la cualquier edad!... y que nunca deben darse por
supuestos.

Situada en este horizonte vital, la mujer debe estar persuadida de que la


fecundidad embellece y de que su marido posee la suficiente calidad humana para
apreciar la nueva y gloriosa hermosura derivada de la condición de madre.

Ciertamente, la maternidad reiterada suele "romper las proporciones materiales"


que determinados y superficiales cánones de belleza femenina pugnan por
imponernos. Pero el menos perspicaz de los maridos, si se encuentra de veras
enamorado, advierte el esplendor que esa "desproporción" lleva consigo; reconoce
que su mujer es más hermosa -e incluso sexualmente más atractiva- que quienes
se pavonean con un remedo de belleza reducido a "centímetros" y "contornos".

A poca sensibilidad que posea, un varón descubre embelesado en el cuerpo de su


mujer, acaso menos vistoso: I) el paso de su propio amor de marido y padre; II) la
huella de los hijos que ese cariño ha engendrado ¡Cómo no habría de sentirse
cautivado por semejantes enriquecimientos!

Después de bastantes años de casado y de trato con otros matrimonios, en


ocasiones experimento la necesidad de pedir a las esposas que se "conformen"
con gustar a sus maridos... y gocen plenamente con ello. Que, sobre todo con el
correr del tiempo, no pretendan "gustarse a sí mismas" son sus críticas más
feroces- ni admitan comparaciones con sus amigas o con otras personas de su
mismo sexo... y mucho menos con las más jóvenes. Que crean a pies juntillas a
sus esposos cuando éstos le digan que están muy guapas, sin oponer siquiera en
su interior la más mínima reserva... Toda mujer entregada -esposa y madre- debe
tener la convicción inamovible de que incrementa su hermosura radicalmente
humana en la exacta medida en que va haciendo más actual y operativa la
donación a su esposo y a sus hijos.

Tú y solo tú

La otra cara de la virtud de la castidad, aparentemente negativa, pero derivada de


la misma necesidad de hacer crecer el cariño mutuo, podría concretarse en la
obligación gustosa de evitar todo lo que pudiera enfriar ese amor o ponerlo entre
paréntesis, aunque fuera por unos minutos. Por tanto, el sentido de esa renuncia
es eminentemente positivo: de lo que se trata, también ahora, es de que el amor
conyugal madure y alcance su plenitud. No debería olvidarse este extremo si se
quiere comprender a fondo el verdadero significado de la virtud de la castidad, su
valencia de tremenda afirmación.

Si nos atenemos a quienes se hallan unidos en matrimonio, que son los que aquí
estamos contemplando, esa afirmación, tomada en serio, se constituye en criterio
claro y delicadísimo de amor al cónyuge. Para el hombre casado no puede existir
otra mujer, en cuanto mujer, más que la suya. Obviamente, ese varón (y lo mismo,
simétricamente, se podría afirmar de su esposa) se relacionará con personas del
sexo complementario: compañeras de trabajo, secretarias, alumnas, coincidencias
en viajes... Y la educación y el respeto le llevará comportarse con ellas con
delicadeza y deferencia. Pero a ninguna la tratará en cuanto mujer -poniendo en
juego su condición de varón, que ya no le pertenece-, sino exquisitamente en
cuanto persona.

Y esto, que de entrada podría presentarse como en exceso teórico e incluso


artificial y alambicado, tiene una traducción muy clara y operativa: todo lo que yo
hago con mi mujer justamente por ser mi mujer debo evitarlo al precio que fuere
con cualquier otra: lo que comparto con ella por ser mi esposa no puedo
compartirlo con nadie más.
Aunque estemos ante personas aparentemente maduras, en este punto es muy
fácil ser ingenuos. Pues, en principio, y después de unos cuantos años de tratar a
diario con nuestra pareja en los momentos de alza y en los de bancarrota,
cualquier otra mujer o cualquier otro varón se encuentran en mejores condiciones
que los propios para presentar ante nosotros "intermitentemente" -en los aislados
espacios de trato mutuo- su cara más amable. No nos los encontramos sin
arreglar, recién levantados o levantadas, cuando podría incluso decirse que
"simplemente no son ellos/as"; ni suelen estar cansados o cansadas, ni tienen que
resolver con nosotros los problemas planteados por los hijos o los quebraderos de
cabeza de una economía no muy boyante...

Arreglado o arreglada, dispuesto casi por instinto y con la más limpia de las
intenciones a gustar y caer bien, pueden dar de sí lo mejor que poseen, sin que
exista el contrapeso de los momentos duros y de flaqueza que por fuerza se
comparten en el interior del matrimonio. Además, él o ella suelen ser más jóvenes
y más comprensivos (entre otras cosas, porque no nos conocen a fondo), y se
encuentran pasajeramente adornados con muchas prendas que, de manera un
tanto artificial, engalanan su figura y su personalidad ante nuestra mirada -en esos
momentos no del todo perspicaz-... y que el trato continuado y duradero sin duda
devolvería a sus auténticas dimensiones.

Para redondear esta idea, y para ir terminando lo que de otro modo resultaría
inacabable, añadiré que es bastante difíc

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7 consejos para un matrimonio maduro

Por Ricardo Ruvalcaba - equipogama@arcol.org

1. El matrimonio es para amar. Y amar es una decisión, no un sentimiento. Amar


es donación. La medida del amor es la capacidad de sacrificio. La medida del
amor es amar sin medida. Quien no sabe morir, no sabe amar. No olvides: amar
ya es recompensa en sí. Amar es buscar el bien del otro: cuanto más grande el
bien, mayor el amor. Los hijos son la plenitud del amor matrimonial.

2. El amor verdadero no caduca. Se mantiene fresco y dura hasta la muerte, a


pesar de que toda convivencia a la larga traiga problemas. El amor, ama hoy y
mañana. El capricho, sólo ama hoy. Los matrimonios son como los jarrones de
museo: entre más años y heridas tengan, más valen, siempre y cuando
permanezcan íntegros. Soportar las heridas y la lima del tiempo, y mantenerse en
una sola pieza es lo que más valor les da. El amor hace maravillas.

3. Toda fidelidad matrimonial debe pasar por la prueba más exigente: la de la


duración. La fidelidad es constancia. En la vida hay que elegir entre lo fácil o lo
correcto. Es fácil ser coherente algunos días. Correcto ser coherente toda la vida.
Es fácil ser coherente en la hora de alegría, correcto serlo en la hora de la
tribulación. La coherencia que dura a lo largo de toda la vida se llama fidelidad.
Correcto es amar en la dificultad porque es cuando más lo necesitan.

4. Séneca afirmó: “Si quieres ser amado, ama”. El verdadero amor busca en el
otro no algo para disfrutar, sino alguien a quien hacer feliz. La felicidad de tu
pareja debe ser tu propia felicidad. No te has casado con un cuerpo, te has casado
con una persona, que será feliz amando y siendo amada. No te casas para ser
feliz. Te casas para hacer feliz a tu pareja.

5. El matrimonio, no es “martirmonio.” De ti depende que la vida conyugal no sea


como una fortaleza sitiada, en la que, según el dicho, “los que están fuera,
desearían entrar, pero los que están dentro, quisieran salir”.

6. El amor matrimonial es como una fogata, se apaga si no la alimentas. Cada


recuerdo es un alimento del amor. Piensa mucho y bien de tu pareja. Fíjate en sus
virtudes y perdona sus defectos. Que el amor sea tu uniforme. Amar es hacer que
el amado exista para siempre. Amar es decir: “Tú, gracias a mí, no morirás”.

7. Para perseverar en el amor hasta la muerte, vive las tres “Des”: Dios. Diálogo.
Detalles.

a. Dios: “Familia que reza unida, permanece unida”.

b. Diálogo, para evitar que los problemas crezcan.

c. Detalles: de palabra y de obra. “Qué bonito peinado”. “¿Qué se te antoja


comer?” “Eres el mejor esposo del mundo”. “Hoy, la cena la hago yo”. “Nuestros
hijos están orgullosos de ti”. El amor matrimonial nunca puede estar ocioso.

El edificio del matrimonio

Por Antonio Rivero


arivero@legionaries.org
Quiero comparar el matrimonio a un gran edificio que se va construyendo día a
día, minuto a minuto, segundo a segundo. El día del casamiento se pone el primer
ladrillo. Y el día de la muerte, el último.

Del esposo y de la esposa, junto con los hijos, depende:

· La solidez de ese edificio.


· La belleza de ese edificio.
· La luminosidad de ese edificio.
· La limpieza de ese edificio.
· La altura de ese edificio.

1. Solidez del edificio

¿De qué depende la solidez del edificio matrimonial?

De los cimientos y columnas. La solidez de una casa no depende de los cuadros


que colgamos en la pared, ni de la antena parabólica, ni de la hermosa chimenea
que hermosea y calienta el rincón de nuestra casa. Para que un matrimonio sea
sólido, resistente a todos los vientos, huracanes y sismos, es necesario que tenga
unos cimientos bien sólidos, graníticos, macizos.

¿Cuáles son esos cimientos y columnas sólidos y macizos en el matrimonio?

La piedad, esa virtud hermosa que reúne a toda la familia en torno a Dios todos
los domingos, que junta todos los días a padres e hijos junto a un cuadro o una
imagen de la Virgen a quien rezan un poco. La piedad es la que mueve a esa
familia a bendecir los alimentos antes de las comidas.

La fe es otro cimiento y columna sólida en el matrimonio. La fe que les permite ver


todas las cosas que les ocurren a la luz de Dios, es más, ven la mano de Dios en
todo. La fe les hace superar las crisis y posibles vaivenes de la vida.

El amor es una columna sin la cual el edificio del matrimonio se derrumba. El amor
como entrega, sacrificio, donación, capacidad de comprensión y bondad.

La fidelidad no puede faltar como cimiento que sostiene toda la casa matrimonial.
La fidelidad a la palabra dada. La fidelidad al otro cónyuge. Fidelidad a los deberes
del propio estado. Fidelidad en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en
la enfermedad.
Y sacrificio, como cimiento macizo del edificio matrimonial. ¿Qué es el sacrificio?
Es ese saber sufrir, soportar, aguantar todos los contratiempos de la vida. Ese
poner buena cara a lo que nos cuesta o nos desagrada. La vida matrimonial y
cualquier vida humana está llena de sacrificio, porque el sacrificio es ingrediente
del devenir humano. Es el sacrificio el que nos hace madurar y va quitando de
nosotros esas actitudes egoístas y caprichosas.

Si estos son los buenos y sólidos cimientos, ¿cuáles serían los cimientos débiles,
de paja, de barro? Los gustos, los caprichos, el egoísmo, la indiferencia religiosa.

2. Belleza del edificio

La belleza de una casa depende del buen gusto en las dimensiones, proporciones,
simetría.

Y la belleza de un matrimonio, ¿de qué depende? Del amor. El amor es el que


embellece al matrimonio, le da sus perfiles hermosos, permite la serenidad en
cada rincón de casa, hace sonreír a padres e hijos.

¿Qué es el amor? Es difícil definir el amor, pues el amor no es para explicar. El


amor es para vivir, para dar, para recibir. El amor es esa fuerza interior que me
hace salir de mí mismo para darme a los demás, para entregarme a mi amado, sin
buscar compensaciones, sin obligarle ni forzarle a que me ame. El amor es saber
callar los defectos del otro, salir al encuentro del otro cuando lo necesita, es
ofrecerme al otro, perdonar al otro, comprender al otro, ofrecerle limpiamente mi
cariño. El amor exige una buena cuota de desprendimiento personal, de sacrificio
y de renuncias por la persona a quien amo.

¿Por qué el amor embellece el edificio matrimonial? Porque va quitando aristas


que sobran, puliendo superficies rugosas, limpiando azulejos sucios, empapelando
con buen gusto paredes descarapeladas o en mal estado. El amor se fija en el
detalle bello del ramo de flores para la esposa, en ese dejar la ropa olorosa al
esposo. El amor es el perfume del hogar. El amor es afecto, es decir, ternura,
acercamiento cariñoso al estado anímico del otro. El amor es amistad, es decir,
quiere el bien del otro y une las personas. El amor no se empolva. El amor
verdadero embellece el hogar. El amor hace crecer sanos física y
psicológicamente a los hijos. El amor rejuvenece al matrimonio.

La falta de amor afea el matrimonio, desteje el paño familiar, raya las escaleras
que hermosean la casa, quiebra las lámparas colgantes, ensucia las alfombras de
los recibidores y exhala un mal olor en toda la casa. La falta de amor provoca las
discusiones, hace subir el tono, hiere los sentimientos de las personas a quien
más deberíamos amar. La falta de amor distancia los corazones, las almas y los
cuerpos. La falta de amor descuida los detalles y le hace a uno ser grosero. La
falta de amor envejece al matrimonio.

El amor es fuego que calienta esa casa. La primera que lo enciende es la madre,
que es el corazón de la familia y es la primera en levantarse. Ese fuego que el
marido, el papá, debe mantener a lo largo del día, desde su trabajo, llamando por
teléfono a su mujer, trayendo a casa siempre y todos los días, algo de leña para
alimentar ese fuego del amor en el hogar. ¡Que no traiga el cubo de agua de sus
disgustos, para echarlo encima y apagar ese fuego! Ese fuego del que se
alimentan los hijos, les hace crecer sanos, física, psicológica y espiritualmente.
Este fuego hay que colocarlo en el centro del hogar y desde ahí se irradiará a
todos los rincones. Ese fuego se alimenta cada día con la piedad, el rezo en
familia, la devoción mariana.

Que no pase un día sin alimentar y acrecentar ese fuego con la oración en familia.
A veces cuesta encender ese fuego en los hogares, sobre todo, si se dejan todas
las puertas y ventanas abiertas a todos los aires, o se cuela el hielo del invierno y
de la indiferencia. ¡Familias, enciendan el fuego del amor durante su vida,
poniendo cada uno la leña del sacrificio que han ido consiguiendo a base de
esfuerzo y trabajo! ¡Defiendan ese fuego, aunque tengan que quemarse las manos
y el corazón! Sin el fuego del corazón, se destruye el hogar, la familia, los
matrimonios, todo.

3. Luminosidad del edificio

¿De qué depende la luminosidad de una casa? De los ventanales. Una casa sin
ventanas al exterior se convierte en una casa lúgubre, oscura y propensa a la
humedad.

Lo mismo en el matrimonio. La luminosidad en el matrimonio depende de los


grandes ventanales. ¿Para qué los grandes ventanales? Los grandes ventanales
permiten airearse todos los rincones de la casa, para que no se acumulen los
malos olores. Los grandes ventanales permiten la entrada de luz al hogar...y
entrando la luz mueren las bacterias, la humedad, los hongos. Entrando la luz, se
puede percibir mejor el polvo y las cosas sucias, y así poder limpiarlas, barrer bien
todo. Los grandes ventanales permiten descansar la vista y alargarla hacia los
anchos horizontes, ver las necesidades del mundo y de los hombres. ¡Familias,
construyan en sus hogares grandes ventanales!

No para que dejen meter los malos aires que hoy soplan por ahí: el aire del
egoísmo que quiere limitar los nacimientos por medios ilícitos, artificiales, porque –
según dicen- “familia pequeña, vive mejor”; ¡esto es egoísmo!; el aire del
hedonismo, que busca el placer por el placer mismo; el aire del consumismo, que
prefiere una heladera o un nuevo apartamento, a un nuevo hijo; los aires de la
emancipación y liberación de la mujer, a quien se le obliga trabajar fuera de casa
todo el día “porque así se realiza mejor, profesionalmente”, pero nunca está en
casa para educar a sus hijos, para convivir con sus hijos; los aires de matrimonios
a prueba, mientras tanto, a ver si funciona; los aires divorcistas, separatistas, para
hacerse un nuevo amigo sentimental.

¡Grandes ventanales para que entre el aire renovado del Espíritu que sopla donde
quiere y trae aromas del cielo! ¡Grandes ventanales para que la brisa suave de la
oración matutina y vespertina consuele a toda la familia! ¡Grandes ventanales para
poder ver la Iglesia de nuestra zona y acordarnos de ir a misa en familia y rezar
antes de las comidas, o ante una imagen de la Virgencita! ¡Grandes ventanales
para ver lo mucho que sufren nuestros hermanos, los hombres, y poderles echar
una mano!

¡Grandes ventanales como los de la casa de la Sagrada Familia, que era todo
ventanal donde tanto María, como José y el Niño miraban a todos los hombres y
se compadecían o los ayudaban!

¡Que no haya recovecos en nuestros hogares, puertas secretas y oscuras,


teléfonos escondidos desde donde llamar a piratas que quieren destruir nuestro
hogar, nuestra familia, nuestros hijos!

Luminosidad en el matrimonio, y no mentira, falsedad, apariencia, infidelidad.

4. Limpieza del edificio

¿De qué depende la limpieza del matrimonio? De los mil detalles de cada día. De
quitar cada día lo que ensucie, ese polvo que cae casi sin percibirlo. De no dejar
acumulada ropa sucia, ni arrinconada la basura. ¡Fuera!

Limpieza en el dormitorio. Nada debe haber ahí que manche la intimidad del
matrimonio. Limpieza de palabras, de gestos, de miradas. ¡Qué conversaciones
tan limpias deberían hablarse ahí! La oración común en el dormitorio va limpiando
a la pareja cada noche y la va fortaleciendo en sus vínculos.

Limpieza en la mesa del comedor. Es la mesa la que va a unirnos varias veces al


día a los miembros de la familia, para compartir el pan, las alegrías, las lágrimas,
los proyectos. En la mesa se da el banquete familiar. Por eso, ahí debe haber
limpieza suma. Allí en la mesa, nos miramos mutuamente, sonreímos, charlamos,
disfrutamos de ese gozo de sabernos amados, queridos. En la mesa tenemos la
oportunidad de practicar y crecer en muchas virtudes: apertura, respeto,
servicialidad, moderación, generosidad.

86
10 consideraciones para descansar mejor

José Benigno Freire, especialista de la Universidad de Navarra, cree que "la


vida no se disfruta tanto por el descanso como por el trabajo gustoso".

Noticias de la Universidad de Navarra 


5 de septiembre de 2003

Terminadas las vacaciones, José Benigno Freire, psicólogo y profesor de la


Universidad de Navarra, habla del llamado síndrome posvacacional. Según
explica, "todo esto es un poco exageración. Le sacamos chispa psicológica a lo
más normal". El experto analiza los principales motivos por los que aparece este
síndrome tan actual. "Mucha gente no sabe descansar. Cree que el descanso está
hecho para disfrutar de la vida y el trabajo es lo atroz del resto del año". De este
modo, "muchos llegan al trabajo cansados y desentrenados. Las vacaciones
sirven para remansar fuerzas para el resto del año. Si uno lo piensa bien, la vida
se disfruta más por el trabajo, pues las vacaciones son un mes y el trabajo 11".

Por otro lado, resalta la necesidad de cambiar la mentalidad con la que vamos de
vacaciones. "Son el tiempo del año que se necesita para poder estar bien
psicológicamente, disfrutar y ampliar el patrimonio familiar durante los otros 11
meses. Debemos programar las vacaciones pensando en el trabajo posterior. Son
un tiempo de paso, lo estable es el resto".

10 consideraciones para descansar mejor

El profesor Freire ofrece diez observaciones en torno al descanso:


1. El hombre es un ser para la acción. Lo genuino del hombre es hacer.

2. Incluso la contemplación es una acción.

3. El descanso es una inevitable necesidad de la limitación del ser, no de la


condición del ser.

4. El descanso es una actividad del hombre cansado para reponer fuerzas para
volverse a cansar. El "arte de descansar" consiste en encontrar actividades que
faciliten y no entorpezcan el trabajo posterior. No supondría un descanso aquella
actividad que impida, lesione o entorpezca el trabajo posterior.

5. El descanso es una necesidad de la persona, no sólo del cuerpo. Uno de los


mejores descansos son aquellas actividades que refrescan el hecho de que somos
criaturas, nos distancian momentáneamente de lo material y nos reponen fuerzas
psicosomáticas.

6. La pereza no descansa; por el contrario, cansa.

7. El aburrimiento cansa todavía más que la pereza.

8. En condiciones de normalidad, para reparar el cansancio habitual no se


necesita mucho tiempo de descanso.

9. El trabajo que más cansa es el que se realiza mal o sin orden.

10. La vida no se disfruta tanto por el descanso como por el trabajo gustoso

Familia: Diez mandamientos para ser buenos padres

1. Demuéstrale lo mucho que le quieres.

Todos los padres quieren a sus hijos pero ¿se lo demuestran cada día?, ¿les
dicen que ellos son lo más importante que tienen, lo mejor que les ha pasado en la
vida? No es suficiente con atender cada una de sus necesidades: acudir a
consolarle siempre que llore, preocuparse por su sueño, por su alimentación; los
cariños y los mimos también son imprescindibles. Está demostrado; los padres
que no escatiman besos y caricias tienen hijos más felices que se muestran
cariñosos con los demás y son más pacientes con sus compañeros de juegos.
Hacerles ver que nuestro amor es incondicional y que no está supeditado a las
circunstancias, sus acciones o su manera de comportarse será vital también para
el futuro. Sólo quien recibe amor es capaz de transmitirlo. No se van a malcriar
porque reciban muchos mimos. Eso no implica que dejen de respetarse las
normas de convivencia.

2. Mantén un buen clima familiar.Para los niños, sus padres son el punto de
referencia que les proporciona seguridad y confianza. Aunque sean pequeños,
perciben enseguida un ambiente tenso o violento. Es mejor evitar discusiones en
su presencia, pero cuando sean inevitables, hay que explicarles, en la medida que
puedan comprenderlo, qué es lo que sucede. Si nos callamos, podrían pensar que
ellos tienen la culpa.Si presencian frecuentes disputas entre sus padres, pueden
asumir que la violencia es una fórmula válida para resolver las discrepancias.

3. Educa en la confianza y el diálogo.Para que se sientan queridos y


respetados, es imprescindible fomentar el diálogo. Una explicación adecuada a su
edad, con actitud abierta y conciliadora, puede hacer milagros. Y, por supuesto,
¡nada de amenazas! Tampoco debemos prometerles nada que luego no podamos
cumplir; se sentirían engañados y su confianza en nosotros se vería seriamente
dañada. Si, por ejemplo, nos ha surgido un problema y no podemos ir con ellos al
cine, tal como les habíamos prometido, tendremos que aplazarlo, pero nunca
anular esa promesa.

4. Debes predicar con el ejemplo.Existen muchos modos de decirles a nuestros


hijos lo que deben o no deben hacer, pero, sin duda, ninguno tan eficaz como
poner en práctica aquello que se predica. Es un proceso a largo plazo, porque los
niños necesitan tiempo para comprender y asimilar cada actuación nuestra, pero
dará excelentes resultados. No olvidemos que ellos nos observan constantemente
y "toman nota". No está de más que, de vez en cuando, reflexionemos sobre
nuestras reacciones y el modo de encarar los problemas.Los niños imitan los
comportamientos de sus mayores, tanto los positivos como los negativos, por eso,
delante de ellos, hay que poner especial cuidado en lo que se dice y cómo se dice.

5. Comparte con ellos el máximo de tiempo.Hablar con ellos, contestar sus


preguntas, enseñarles cosas nuevas, contarles cuentos, compartir sus juegos... es
una excelente manera de acercarse a nuestros hijos y ayudarles a desarrollar sus
capacidades. Cuanto más pequeño sea el crío, más fácil resulta establecer con él
unas relaciones de amistad y confianza que sienten las bases de un futuro
entendimiento óptimo. Por eso, tenemos que reservarles un huequecito diario,
exclusivamente dedicado a ellos; sin duda, será tan gratificante para nuestros hijos
como para nosotros.A ellos les da seguridad saber que siempre pueden contar
con nosotros. Si a diario queda poco tiempo disponible, habrá que aprovechar al
máximo los fines de semana.

6. Acepta a tu hijo tal y como es.Cada crío posee una personalidad propia que
hay que aprender a respetar. A veces los padres se sienten defraudados porque
su hijo no parece mostrar esas cualidades que ellos ansiaban ver reflejadas en él;
entonces se ponen nerviosos y experimentan una cierta sensación de rechazo,
que llega a ser muy frustrante para todos. Pero el niño debe ser aceptado y
querido tal y como es, sin tratar de cambiar sus aptitudes.No hay que crear
demasiadas expectativas con respecto a los hijos ni hacer planes de futuro.
Nuestros deseos no tienen por qué coincidir con sus preferencias.

7. Enséñale a valorar y respetar lo que le rodea.Un niño es lo suficientemente


inteligente como para asimilar a la perfección los hábitos que le enseñan sus
padres. No es preciso mantener un ambiente de disciplina exagerada, sino una
buena dosis de constancia y naturalidad. Si se le enseña a respetar las pequeñas
cosas -ese jarrón de porcelana que podría romper y hacerse daño con él, por
ejemplo-, irá aprendiendo a respetar su entorno y a las personas que le
rodean.Muchos niños tienen tantos juguetes que acaban por no valorar ninguno. A
menudo son los propios padres quienes, como respuesta a las carencias que ellos
tuvieron, fomentan esa cultura de la abundancia. Lo ideal sería que poseyeran
sólo aquellos juguetes con los que sean capaces de jugar y mantener cierto
interés.Guardar algunos juguetes para más adelante puede ser una buena medida
para que no se vea desbordado y aprenda a valorarlos.

8. Los castigos no le sirven para nada.Los niños suelen recordar muy bien los
castigos, pero olvidan qué hicieron para "merecerlos". Aunque estas pequeñas
penalizaciones estén adecuadas a su edad, si se convierten en técnica educativa
habitual, nuestros hijos pueden volverse increíblemente imaginativos. Disfrazarán
sus actos negativos y tratarán de ocultarlos. Podemos ofrecerles una conducta
aceptable con otras alternativas.

9. Prohíbele menos, elógiale más.Para un crío es tremendamente estimulante


saber que sus padres son conscientes de sus progresos y que además se sienten
orgullosos de él. No hay que escatimar piropos cuando el caso lo requiera, sino
decirle que lo está haciendo muy bien y que siga por ese camino. Reconocer y
alabar es mucho mejor que lo que se suele hacer habitualmente: intervenir sólo
para regañar.Siempre mencionamos sus pequeñas trastadas de cada día. ¿Por
qué no hacemos lo contrario? Si, con un gesto cariñoso o un ratito de atención
resaltamos todo lo positivo que nuestros hijos hayan realizado, obtendremos
mejores resultados.

10. No pierdas nunca la paciencia.Difícil, pero no imposible, Por más que


parezcan estar desafiándote con sus gestos, sus palabras o sus negativas,
nuestro objetivo prioritario ha de ser no perder jamás los estribos. En esos
momentos, el daño que podemos hacerles es muy grande. Decirles: "No te
aguanto"; "Qué tonto eres"; "Por qué no habrás salido como tu hermano" merman
terriblemente su autoestima. Al igual que sucede con los adultos, los niños están
muy interesados en conocer su nivel de competencia personal, y una
descalificación que provenga de los mayores echa por tierra su autoconfianza.
Contar hasta diez, salir de la habitación..., cualquier técnica es válida antes de
reaccionar con agresividad ante una de sus trastadas.En caso de que se nos
escape un insulto o una frase descalificadora, debemos pedirles perdón de
inmediato. Reconocer nuestros errores también es positivo para ellos. 

Tomado de la revista BABY

10 razones para tener otro hijo

El experto en demografía y Presidente del Population Research Institute, Steve


Mosher, publicó un artículo en el que da a los creyentes diez razones para tener
otro hijo.

A partir de citas bíblicas, su experiencia personal y hechos fácticos, Mosher


propone a los creyentes la posibilidad de tener más hijos que el promedio actual.

La primera razón, sostiene, es que "tener otro hijo, permite unirse a Dios en la
creación de un alma inmortal". "Los padres tienen la oportunidad increíble de
asistir a Dios en la creación de un alma inmortal y como lo dijera el Cardenal
Mindszenty, ni los ángeles recibieron tal gracia", explica Mosher.

La segunda razón es que "un nuevo hijo trae alegría a la vida". "No hay gozo
similar al de recibir a un hijo. Uno se maravilla ante la perfección de ese pequeño
ser y de la facilidad con la que uno lo ama. Uno queda encantado con cada
pequeño aspecto de su apariencia. El color del cabello, la forma de la nariz, su
sonrisa".
Como tercera razón, indica que "un nuevo hijo permite crecer en santidad y virtud".
"Para los que están casados y tienen familias, los niños son los medios primarios
que Dios usa para ayudarlos a crecer en santidad y virtud. Los niños enseñan a
sus padres la paciencia, perseverancia, la caridad y la humildad. Dan la
oportunidad de practicar la misericordia corporal y espiritual. LLegan al mundo
desnudos y los vestimos, hambrientos y los alimentamos, sedientos y les damos
de beber".

La cuarta razón es que "tener un hijo ayuda a terminar el aborto". "Los niños son
cada vez menos, debido a la contracepción, la esterilización y el aborto, por eso
segmentos completos de la sociedad se vuelven menos familiares al sentido del
gozo y la epseranza que sólo los bebés y los niños pueden brindar. En este clima,
la anticoncepción y el aborto se alimenta a sí mismo, aumentando el egoísmo".

La quinta razón de Mosher es que tener otro hijo da un hermano a los hijos que ya
tiene la pareja, y así pueden aprender a compartir. "Los demás hijos aprenden a
poner las necesidades de los demás por encima de las propias. La unión entre los
hermanos es para toda la vida y más fuerte que la establecida entre los mejores
amigos".

La sexta razón es que los hijos permiten que cuando uno llega a la ancianidad no
esté solo. "La gente que tiene hijos no tiene que buscar a extraños para que
cuiden de ella cuando es anciana. Los hijos también se convierten en padres de
los nietos y los nietos traen gozo, alegría y risas", sostiene Mosher.

Mosher señala como séptima razon que "los hijos son el recurso más grande".
"Los humanos son bendecidos con los regalos del intelecto y la libertad. La
ingenuidad humana descbre soluciones creativas a los problemas que
enfrentamos. Las personas sin hijos deben recordar que el hijo de otros es el
médico que les salva la vida, el bombero que ayuda, o el ingeniero del tren".

La octava razón es que "un hijo ayuda a la economía". "La familias con hijos
inyectan la economía, comprando casas y autos y pagando por su educación. Sin
jóvenes que ingresen a la fuerza laboral, el sistema de seguridad social falla. Sin
niños que asistan al colegio, los maestros no tienen empleo. Muchas industrias,
desde restaurantes hasta tiendas de juguetes, descansan en negocios de y para
niños. Ultimadamente, toda la economía lo hace".
La novena razón es que tener un hijo más ayuda a enfrentar la despoblación
global. "Los que han viajado de costa a costa en Estados Unidos y han visto los
vastos espacios vacíos, saben que América no está superpoblada. De hecho, toda
la población del mundo puede vivir en Texas, en casas adecuadas a cada familia
con patios traseros".

"Nuestro problema a largo plazo no es que tendremos muchos niños, sino pocos.
Tener un hijo ayuda a contrarrestar la implosión poblacional adveniente", sostiene
Mosher.

Finalmente, indica como décima razón que "tener un hijo ayuda a poblar el cielo".
"El niño que se tiene con generosidad, se acepta de Dios y regresará a Él,
después de una vida de amor, servicio y obediencia en la tierra para pasar la
eternidad con Dios en el cielo".

La bondad en la conducta

Hemos comprobado que la bondad está en las cosas; que no es una invención de
la mente o fruto del capricho de la voluntad. Sobre lo que es bueno o malo no
caben opiniones, a no ser por ignorancia de la realidad. Precisamente
concluíamos que existe un criterio objetivo: es bueno lo que acerca a Dios; es
malo lo contrario.

Porque Dios es nuestro último fin, es decir, donde, en último extremo, se halla
nuestra perfección. De modo que en la medida en que podemos saber qué es lo
que acerca a Dios, podemos también saber qué es lo bueno.

Ahora bien, una cosa es la bondad de "las cosas", y otra la bondad de los actos
humanos que inciden sobre las cosas o permanecen en el interior de nosotros
mismos. Esta última es la que nos ha de ocupar en este artículo; y es del mayor
interés, porque con nuestras acciones es como nos labramos la perfección
personal o la ruina. La cuestión es: ¿cuándo son buenos los actos humanos?
¿qué condiciones se requieren para poder calificar de moralmente buenos a
nuestros actos? ¿de qué depende su bondad? ¿cuándo nos acercan o separan
del último fin, que es Dios?

Lo primero que hemos de tener en cuenta al examinar nuestra conducta en vistas


a su calificación moral es lo que hemos hecho, es decir, el "objeto" de nuestro
acto: ¿Es bueno ese objeto?, porque ya vimos que el bien es algo objetivo, como
"la propia ley divina, eterna, objetiva y universal, por la que Dios gobierna el
mundo universo y la comunidad humana" . Por eso se dice 
que "el objeto es la primera fuente de moralidad". ¿Está conforme lo que he hecho
con la objetiva ley divina, natural o evangélica?.

Esta es la primera pregunta necesaria; pero no sólo el objeto -lo que hacemos- es
fuente de moralidad. No basta la consideración del objeto para saber si un acto
humano es moralmente bueno o malo. Es más -enseña Juan Pablo II-"la moral -lo
que es moral- es cosa esencialmente íntima, interior", reside en la conciencia y en
la voluntad, que es donde, con sus actitudes y elecciones se expresa el "hombre
interior" .

Importancia de la interioridad

El Papa advierte que "lo moral" de nuestras obras tiene, como es obvio, una
dimensión exterior, digamos visible, apreciable desde fuera (pasear, comprar,
comer, trabajar), que está en relación con las normas objetivas de la conducta
humana (no robar, no atentar contra la vida propia o ajena, etc.). Sin embargo,
este hecho -la existencia de esta dimensión exterior- en nada modifica el hecho
precedente, a saber, que la moral es un asunto de conciencia y que sus
exigencias incumben a la interioridad del hombre.

"Cristo enseñaba moral. El Evangelio y los demás textos del Nuevo Testamento lo
demuestran sin lugar a dudas". Sabemos que el Decálogo, o sea, los Diez
Mandamientos de la ley moral natural -indicados expresamente por Dios a
Moisés-, fue confirmado por el Evangelio.

Y recuerda Juan Pablo II que, al enseñar la moral, Cristo tenía en cuenta estas
dos dimensiones: la exterior, o sea, visible, social e, incluso, "pública" y la interior.
Pero, conforme a la naturaleza misma de la moral, de "lo que es moral", el Señor
concedia importancia primordial a la dimensión interior, a la rectitud de la
conciencia humana y de la voluntad, es decir, a lo que en términos bíblicos, se
llama "corazón".

En diversos momentos y de diferentes maneras, Jesucristo enseñó que: "lo que


sale de la boca procede del corazón y eso hace impuro al hombre. Porque del
corazón provienen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las
fornicaciones, los robos, los falsos testimonios, las blasfemias. Esto es lo que
contamina al hombre" : el mal que reside en el corazón, es decir, en la conciencia
y en la voluntad.
El Señor, por tanto, indica lo que está mal, las obras que son malas - y en
consecuencia contaminan al hombre, lo dañan -, y que son externas, visibles. Pero
indica también donde se encuentra la causa, la raíz de esas obras que, en
definitiva, son una manifestación de lo que hay en el interior. Si se extirpara la
mala raíz no habría malos frutos. Gráficamente lo expresaba el Papa en su
mensaje de paz de 1984: "es el hombre quien mata y no su espada y sus misiles";
"la guerra nace del corazón del hombre".

Es lógico pues que se afirme que de las dos dimensiones de la moralidad de los
actos humanos, la que posee importancia primordial sea la interior: la dimensión
"hacia adentro" del hombre. Además, "existen normas - dice Juan Pablo II - que
atañen de un modo directo a actos exclusivamente interiores.

Vemos ya en el Decálogo dos mandamientos que empiezan por estas palabras:


"No desearás..." y "No codiciarás..." y que, por consiguiente no se refieren a
ningún acto exterior, sino sólo a una actitud interior, relativa, en el primer caso, a
'la mujer de tu prójimo'; y, en el segundo, a 'los bienes ajenos'.

Cristo lo subraya con más fuerza todavía. Sus palabras pronunciadas en el monte
de las Bienaventuranzas, cuando llama 'adúltero de corazón' al que mira a una
mujer deseándola, fueron para mí - dice el Papa - punto de partida de largas
reflexiones sobre el carácter específico de la moral evangélica en esta materia" .

Importancia pues de la dimensión interior de "lo moral"; importancia de la


interioridad, de las intenciones, de las actitudes. "Pero - continúa Juan Pablo II- no
es eso todo. Sabemos que el Sermón de la montaña habla también de las buenas
obras, como la oración, la limosna, el ayuno, que el Padre ve en lo oculto".

Que la dimensión interior del acto humano tenga primordial importancia no quiere
decir que la exterior - "lo que se hace" - no afecte a la persona y no tenga
relevancia moral. La tiene, y mucha. "La ética católica no es sólo un conjunto de
normas, mandamientos y reglas de conducta" . No es sólo eso, pero es también
eso. Cristo tenía en cuenta las dos dimensiones del acto humano; que son
justamente dos dimensiones de un acto que es uno, aunque complejo.

Por tanto, una simple "moral de intenciones" o "de actitudes" que no valorase el
objeto, las obras en las que se plasman las actitudes e intenciones, seria una
moral mutilada y, por tanto, falsa, como un folio rasgado por cualquiera de sus
lados ya no es un folio. El folio tiene dos dimensiones, largo y ancho; si lo rompo
por cualquiera de las dos deja de ser lo que era. Un plato o manjar exquisito, con
ingredientes de primera calidad, pero aderezado con unos gramitos de arsénico,
todo él resulta mortal de necesidad, aunque se haya elaborado con la "buena
intención" de alimentar al cliente.

Cualquier cosa mala, por muy buena que sea la intención con que se haga, no
deja de causar el mal; y el acto humano que la realiza - compuesto de lo subjetivo
y lo objetivo - resulta enteramente malo y daña siempre a la persona.

En efecto, el mismo Papa, que subyaraba la importancia de la dimensión interior


de los actos humanos, aclara que "no es suficiente tener la intención de obrar
rectamente para que nuestra acción sea objetivamente recta, es decir, conforme a
la ley moral. Se puede obrar con la intención de realizarse uno a sí mismo y hacer
crecer a los demás en humanidad; pero la intención no es suficiente para que en
realidad nuestra persona o la del otro se reconozca en su obrar" . Hace falta,
además, que lo que se quiere sea de verdad bueno.

La libertad: condición de bondad moral

Juan Pablo II sigue ahondando en la cuestión: "¿En qué consiste la bondad de la


conducta humana? Si prestamos atención a nuestra experiencia cotidiana, vemos
que, entre las diversas actividades en que se expresa nuestra persona, algunas se
verifican en nosotros, pero no son plenamente nuestras; mientras que otras no
sólo se verifican en nosotros, sino que son plenamente nuestras.

Son aquellas actividades que nacen de nuestra libertad: actos de los que cada uno
de nosotros es autor en sentido propio y verdadero. Son, en una palabra, los actos
libres (...) La bondad es una cualidad de nuestra actuación libre. Es decir, de esa
actuación cuyo principio y causa es la persona; de lo cual, por tanto, es
responsable" .

No significa esto que por el hecho de ser libre el acto humano sea moralmente
bueno, sino que la libertad es una de las condiciones varias de la bondad moral.
Una condición también importante, porque "mediante su actuación libre, la
persona humana se expresa a sf misma y al mismo tiempo se realiza a sí misma"
es decir, va realizando en sí misma un incremento de bondad, si la conducta es
moralmente buena; si fuera mala, el sentido de la libertad se vería frustrado.

Importancia de las obras


En efecto, "la fe de la Iglesia fundada sobre la revelación divina, nos enseña que
cada uno de nosotros será juzgado según sus obras" . Son muchos, por cierto, los
momentos de la Sagrada Escritura en que se afirma que Dios retribuirá a cada uno
según sus obras; por ejemplo: Mt 5, 16; Apoc 2, 23; 22, 12; cfr. Rom 2, 6; Eccli 16,
15; 2 Tim 4; Sant 1, 21-25.

"Nótese - indica el Papa - : es nuestra persona la que será juzgada de acuerdo


con sus obras. Por ello se comprende que en nuestras obras es la persona que se
expresa, se realiza y - por así decirlo - se plasma. Cada uno es responsable no
sólo de sus acciones libres, sino que, mediante tales acciones se hace
responsable de si mismo" .

No parece que se pueda iluminar mejor la relevancia moral de lo objetivo, de las


obras, de los actos externos. Seremos juzgados por nuestras obras, porque ellas
son "criaturas" de nuestra libertad en las que nos hemos expresado y forman parte
de nosotros mismos.

"Es necesario - insiste el Romano Pontífice - subrayar esta relación fundamental


entre el acto realizado y la persona que lo realiza". Nuestras obras expresan
siempre lo que somos o, al menos, algo de lo que somos; y con ellas no sólo
"hacemos cosas", "nos hacemos" también a nosotros mismos: sabios o
ignorantes, justos o injustos, prudentes o imprudentes, lujuriosos o castos.

Pues bien, "a la luz de esta profunda relación entre la persona y su actuación libre
podemos comprender en qué consiste la bondad de nuestros actos, es decir,
cuáles son esas obras buenas que Dios de antemano preparó para que en ellas
anduviésemos" (...). Cuando el acto realizado libremente es conforme al ser de la
persona, es bueno".

"La persona está dotada de una verdad propia, de un orden intrínseco propio, de
una constitución propia. Cuando sus obras concuerdan con ese orden, con la
constitución propia de persona humana creada por Dios, son obras buenas, que
Dios preparó de antemano para que en ellas anduviésemos.

Si quieres ser un buen padre, sé un buen esposo

El último libro de Piero Ferruci, "Nuestros maestros los niños" ya ha sido traducido
a 11 idiomas. Allí él dice: "Ha hecho falta tiempo, pero al final me he dado cuenta:
la relación con mis hijos pasa a través de la relación con mi mujer. No puedo tener
con ellos una buena relación si mi relación con
ella no es buena".

La experiencia clínica de Ferruci le ha demostrado que "cada ser humano es el


resultado de la relación entre dos individuos:su padre y su madre. Y esa relación
sigue viviendo dentro de nosotros como una armonía bellísima o como una
laceración dolorosa. La relación entre nuestros progenitores -dice Ferruci- nos
constituye en lo que somos. Y esto es verdad también en la época de la familia
dormitorio, de los progenitores single, de la fecundación artificial, de la
manipulación genética, de los vientres de alquiler, de los bancos de
espematozoides... Un niño siente con todo su ser la relación entre sus
progenitores, sea cual sea, la siente en sí mismo. Si
la relación está envenenada, el veneno circulará por su organismo. Si la atmósfera
no es armoniosa, crecerá en la disonancia. Si está llena de ansias e
inseguridades, también su futuro será incierto" .

La conclusión entonces parece clara: si quieres ser un buen padre, sé un gran


marido. Si quieres ser una buena madre, sé una gran compañera para tu marido.
Esto que parece simple, en la práctica no lo es. ¿Por qué? Ferruci responde en
primera persona, con gran humildad:

"A veces he olvidado esta realidad. He tenido demasiada confianza. Sabiendo que
nuestra relación va bien, la he dejado allí". Abandonada la relación a su propia
suerte, pronto aparecen los disgustos, las recriminaciones.

Cuando un matrimonio reacciona a tiempo y recupera lo bello de su amor, los


primeros en darse cuenta son los hijos. Y cuenta su propia experiencia, después
de una temporada en que, obsesionado por escribir sus libros, comenzó a
levantarse a las 5 de la mañana y a pasar el día rabiando por el ruido y las
interrupciones:

"Comencé a sentirme deprimido, algo no andaba bien. Al fin comprendí lo que


sabía pero no quería admitir. El orden de mis prioridades estaba equivocado.

Decidí devolver a Vivien, mi mujer, un marido que no se cayera de sueño.


Después ocurrió algo sutil y sorprendente. Mejoró la relación entre Emilio y Vivien.
No es que fuese una relación mala, pero había algo que no me gustaba. A
menudo Emilio era descortés con ella y hablaba conmigo como si Vivien no
existiera, ignorándola como el machista más encallecido. Después lo he
entendido: Emilio me mostraba cuál era mi actitud hacia Vivien... Era yo quien la
transformaba en una sombra. Por fortuna me di cuenta a tiempo".

¿Cómo mantener y mejorar constantemente la relación conyugal? Este autor


italiano es un gran romántIco y cree que la fuente de amor para los esposos radica
en el recuerdo de sus mejores momentos.

"Al contrario de lo que muchos piensan, yo creo que el hecho de enamorarse es el


instante más auténtico de la relación entre dos personas; es cuando ellas ven que
todas las posibilidades se abren ante ellas, cuando tocan la esencia y belleza del
amor... Ante los ojos de mi mente desfilan nuestros momentos más luminosos: el
primer paseo juntos, la decisión de casarnos una tarde de septiembre, Vivien que
acude a recibirme al aeropuerto un día de
lluvia. el concierto durante el embarazo de Emilio...

Todo eso es el origen, la fuente: el lugar en que todo va bien y es


perfecto. Resulta positivo regresar de vez en cuando a los orígenes y beber de
aquella fuente de agua pura". 

Tomado de Hacer Familia


Por María Esther Roblero

Los bueno padres son ante todo valientes

Por Ángela Marulanda,


autora de Creciendo con Nuestros Hijos
angelamarulanda@yahoo.com

Nadie duda que para ser buenos padres se necesita una gran dosis de amor,
paciencia, ecuanimidad, comprensión, disciplina, flexibilidad, para mencionar sólo
unos cuantos.  Pero quizás lo que más necesitamos para formar hijos dotados de
las virtudes y capacidades que les permitan llegar a ser unos buenos seres
humanos es ser padres valientes, es decir tener la fortaleza necesaria para hacer
lo que más les conviene a los hijos, por duro que sea.

El compromiso de ser padres nos coloca a diario en situaciones que requieren


mucha valentía para no tomar el camino fácil y privar a los hijos de los límites que
son vitales para que no sólo se rijan los principios que les inculcamos, sino que
tengan la fortaleza para ponerlos en práctica.  Por ejemplo, se necesita valor no
recibir al pequeño en nuestra cama cuando a media noche nos suplica que le
dejemos dormir con nosotros; para no llevarles el libro olvidado al colegio cuando
nos llaman implorando que se lo hagamos llegar;  para no darles nada más de lo
que estrictamente se merecen por mucho que rueguen que quieren más;  para no
ayudarles a hacer la tarea que no cumplieron a tiempo así pierdan la materia; para
no permitirles participar en ese paseo o esa  fiesta en la que no habrá supervisión
de adultos con autoridad así que sean "la única que no podrá ir";  para no pagar la
fianza y evitar que los arresten cuando es importante que aprendan que sus
errores tienen amargas consecuencias.

Lo que necesitan los hijos no son padres condescendientes y que vivan dedicados
a darles todo.  Sino padres valerosos, capaces de cuestionarse y tener la fortaleza
para comprometerse tan seria y profundamente en la formación de sus hijos que
hagan lo que sea preciso para formarlos como personas correctas por difícil o
doloroso que pueda resultarles

Muchos de los problemas de los hijos hoy en día son el resultado de confundir el
ser buenos padres, es decir valientes, con ser padres condescendientes.  Los
padres condescendientes trabajan muy duro con el fin de ofrecerle todo a sus
hijos;  pero lo que necesitan ellos son padres valientes que trabajen duro en ellos
mismos para darles lo mejor de sí;  los padres condescendientes se miden por lo
mucho que gastan en sus hijos, mientras que los padres valientes se miden por lo
que gana su familia con su trabajo;  los padres condescendientes hacen lo posible
por resolverles todos los problemas a sus hijos mientras que los padres valientes
los dejan enfrentarlos, permitiéndoles aprender de ellos;  los padres
condescendientes tratan de evitarles sufrimientos a los hijos, mientras que los
padres valientes procuran dotarlos de las herramientas necesarias para
superarlos;  los padres condescendientes se miden por los beneficios económicos
que su éxito profesional le ofrece a su familia, mientras que los padres valientes lo
que tienen en cuenta es qué precio están pagando sus hijos por su éxito
profesional.
Pero para lo que se necesita más valentía aún es para no inventarnos toda suerte
de justificaciones que nos permitan decirle a los hijos "sí" cuando en el fondo del
alma sabemos que debemos decirles "no";  para no creernos nuestras propias
mentiras y convencernos que todo lo hacemos por su bien, cuando realmente lo
hacemos por el nuestro. Es urgente procurar que el poder que como padres
tenemos sobre los hijos no lo utilicemos para remediar las carencias que les
dejamos por nuestras debilidades y perpetuarlas en nombre de una "bondad" mal
interpretada.

Consejos para padres, de un experto en familia

La FAM (Fundación Argentina del Mañana) entrevistó al Dr. Carlos Abel Ray, ex
Jefe del Departamento de Pediatría del Hospital de Clínicas de la Facultad de
Medicina (Buenos Aires), ex Profesor Titular de Pediatría de la Universidad de
Buenos Aires, y actualmente protitular de Medicina Legal de la Universidad
Católica Argentina. Es padre de 6 hijos y abuelo de 21 nietos. En amena charla,
este especialista en educación y salud explica cómo los padres pueden lograr un
mejor y más extenso diálogo con los hijos sin menguar su legítima autoridad.
También nos da un panorama de lo dañinos que son los mensajes de algunos
programas televisivos.

¿Qué mensaje puede dar a los padres hoy?

El mismo que está contenido en mi libro "Para Padres", que escribí hace varios
años, inspirado en mi experiencia de médico pediatra y padre de familia. La obra
ha tenido varias ediciones, ha sido muy leído y se sigue leyendo todavía hoy
porque su mensaje continúa actual.

A los hijos hay que darles muchísimo amor, mucho tiempo, educarlos con
autoridad y darles muy buen ejemplo.

¿En qué cree que es más necesario insistir?

En el consultorio he insistido mucho, sigo insistiendo e insistiré y no me canso de


decir que se dedique mucho tiempo a los chicos. Ocurre que los padres pueden
estar durante el fin de semana unas veinticuatro horas con los chicos en casa pero
absolutamente sin haber conversado con ellos...

El tiempo... ¿de dónde sacarlo?


Aprovechar la mesa familiar. Para mí es lo más importante. Porque es muy difícil
decirle a un hijo "vení, sentáte allí, vamos a conversar". Pero en la mesa es
diferente, se da una ocasión natural. Sé que durante la semana generalmente no
se está juntos al mediodía, por razones de trabajo o estudio. Pero ¿por qué no
aprovechar los almuerzos o las cenas de los sábados o domingos? La
conversación en familia, he ahí una buena alternativa a la atracción que ejerce la
televisión.

¿Y de qué hablar?

De lo que sea, de lo actual, de las noticias del día, de un incendio, de la violencia,


de la guerra, de la economía, de la política, de la ley de salud reproductiva, de lo
que pasó en el colegio, de la respuesta que se le dio al profesor, de la respuesta
que se le dio al chico, de la buena nota, de la mala nota, de la utilidad o inutilidad
de la química, de la matemática, de la filosofía, de la literatura, de los libros que
les mandan estudiar.

Usted habló también de autoridad...

Es lo que falta tremendamente en el mundo de hoy: autoridad. Autoridad no es


autoritarismo. Tiene que haber reglas, que los chicos tienen que conocer y
cumplir.

En la visión de un médico pediatra, ¿qué efectos nocivos tiene la


programación actual de TV?

La explosión mediática de las comunicaciones televisión, Internet, e-mail es un


progreso tremendo que podría servir para dar más vida, más salud, más felicidad,
pero también tiene sus problemas gravísimos que ya los estamos viendo. Ha
provocado una gran decadencia de tipo moral en el mundo.

Tantos padres y tantos chicos piensan que todo es relativo que "a mí no me hace
mal ver esto o ver lo otro". Y oír las palabrotas, entretenerse con la desintegración
de los grupos familiares, son cosas que hacen daño a los grandes y a los chicos.

Muchos definirían su pensamiento como fundamentalista y obscurantista...

Sí, por supuesto. Los que defienden el erotismo en la TV califican a los que
estamos en contra como fundamentalistas, obscurantistas, malintencionados y
buscadores de malos pensamientos; e insisten en que es natural lo que ellos
muestran. Pero no es natural. Lo natural es que el sexo quede reservado a la
intimidad. Hasta dentro del matrimonio se busca un clima de intimidad, de respeto,
de profundidad de sentimientos. No se puede olvidar que de los diez
Mandamientos de la Ley de Dios, tres se refieren a Dios y siete a los fieles. Y si no
consideramos el cuarto honrar al padre y a la madre, que no tiene límite: cuanto
más honremos, mejor y nos quedamos con los otros seis, el 33% de ellos están
referidos a la pureza de las almas. Lo que hoy se dice que es tabú y que no
interesa, ocupa el 33% de los seis mandamientos negativos. ¿Cómo puede haber
gente que diga que eso es secundario, que no tiene importancia? Es atroz.

En circunstancias tan hostiles como las de hoy, ¿cómo animar a reaccionar


en defensa de los valores de la familia?

A mis alumnos próximos a recibirse de médicos les digo que es importante en el


mundo de hoy enseñar a los chicos a estar en minoría. Yo soy optimista y creo
que la gente en su mayoría es buena, pero el mundo está armado de manera tal
que parecería que esa mayoría es una minoría oscurantista, atrasada, retrógrada.
Que se acostumbren los adolescentes a estar en minoría y a expresarse cuando
están en desacuerdo. El caso concreto es que pareciera que hay mayoría de
travestis por la propaganda que se les hace. Gracias a Dios son una mínima
minoría de la población. Pero por la acción de la publicidad y de la televisión
pareciera ser un problema nacional.
Hagamos nosotros también quienes defendemos a la familia un "problema
nacional" de la defensa de los valores. Es lo que ha hecho con mucho acierto la
Fundación Argentina del Mañana.

Este artículo es un aporte de Fundación Argentina del Mañana, una organización


formada por católicos con el propósito de defender los valores familiares frente a
la embestida que los mismos sufren en el mundo de hoy.

¿Podar o abonar?

Por Jacinta Scagliotti

El título les pone ya sobre la pista... ¿Tendrá algo que ver con la tarea de sembrar
y desmalezar?. Sí, por cierto; dados los comentarios acerca de lo actual y urgente
que es esta labor, no quisiera dejar de reflexionar acerca de otras dos que no lo
son menos.
A la insustituible siembra y al ya aludido desmalezado, hay que agregar la poda y
el abono.

Quizás en un primer momento éstas puedan parecer menos importantes, ya que


sembrando y desmalezando, "a la buena de Dios", algo siempre brota. Sin
embargo, un jardinero medianamente cuidadoso, no se conforma con las dos
primeras: llegado el momento, buscará sus tijeras de podar y anticipando lo que
espera de esa planta, irá dando la forma que permita, llegada la primavera,
hacerla florecer y crecer en la dirección esperada. Pero no lo logrará si a su vez no
abona (léase también riega) y suficientemente; ambas labores son
complementarias: la una necesita de la otra.

¿A qué corresponden estas labores al educar a nuestros hijos?

LA PODA...tiene que ver con la sabia labor de poner límites. Sabia por que no se
trata de dar tijeretazos a diestra y siniestra, sino de poner límites que cumplan con
algunas condiciones.

Limites claros y precisos: esto es, que guarden relación con una conducta
determinada: no vaya a ser que usemos la técnica del "llover sobre mojado" y
mezclemos situaciones; así por ejemplo al fijar los límites de un permiso, "nos
pasamos de largo", reprochándole, el largo de su pelo... para finalizar con el
broche de oro: "porque en esta casa estoy aburrido(a) que siempre hagan lo que
quieren..."

Límites oportunos, lo que tiene que ver con la capacidad de anticipación: vamos a
salir de paseo, el hermano menor es muy inquieto: no sólo haremos
recomendaciones a él, sino que advertiremos a los hermanos mayores qué
esperamos de ellos.

Límites razonables y flexibles, porque lo que era adecuado para una determinada
edad o situación, puede que ya no lo sea, recordando que no por mayor rigidez un
edificio de altura mantiene su estabilidad, (sino que lo diga quién ha "sufrido" un
temblor en el 10º piso).

EL ABONAR tiene que ver con la capacidad de amar y aceptar "por que sí". Eso
pasa por el saber escuchar (habiendo dejado de lado las tijeras de podar y en
actitud de acoger); por el compartir intimidad (penas y alegrías, logros y fracasos);
por el darse por aludido de lo que pasa cotidianamente a nuestro alrededor.
Recordemos nuestra actitud ante el niño que da sus primeros pasos y cómo lo
alentamos y celebramos... sigamos siendo capaces de celebrar los pasos de
nuestros hijos, aun cuando sea por caminos ya recorridos y obvios.

¿A quién le deja indiferente una palabra de aliento, que reconozca lo que ha


hecho, si bien está dentro de lo que debía hacer? Y por el contrario, cuán doloroso
y a veces demoledor nos resulta que se nos diga "era tu deber no más".

Recordemos entonces, y no sólo como papás, que "para podar debemos haber
aprendido también a abonar", so riesgo de perder lo sembrado y aun
desmalezado.

Tomado de "Hacer Familia"

El padre bueno y el buen padre

Padres buenos hay muchos, buenos padres hay pocos. No creo que haya cosa
más difícil que ser un buen padre. En cambio no es difícil ser un padre bueno. Un
corazón blando basta para ser un padre bueno; en cambio la voluntad más fuerte
y la cabeza más clara son todavía poco para ser un buen padre.

El padre bueno quiere sin pensar, el buen padre piensa para querer. El buen
padre dice que sí cuando es sí, y no cuando es no; el padre bueno sólo sabe decir
que sí. El padre bueno hace del niño un pequeño dios que acaba en un pequeño
demonio. El buen padre no hace ídolos; vive la presencia del único Dios.

El buen padre echa a volar la fantasía de su hijo dejándole crear un aeroplano con
dos maderas viejas. El padre bueno amanteca la voluntad de su hijo ahorrándole
esfuerzos y responsabilidades.

El buen padre templa el carácter del hijo llevándolo por el camino del deber y del
trabajo. Y así, el padre bueno llega a la vejez decepcionado y tardíamente
arrepentido, mientras el buen padre crece en años respetado, querido, y a la larga,
comprendido.

El arte de estimular y premiar

"Los niños tienen más necesidad de estímulo que de castigo" (Fenelón).

Creer que existen en realidad las buenas disposiciones es crearlas y aumentarlas.


La idea del juicio o de la opinión que de ellos se tiene desempeña en el niño un
papel importante en la elaboración de esa urdimbre psicológica en la que bordan
cada día sus actos pensamientos y un poco de su vida.

Quien se persuade de que es incapaz de una cosa, pronto se hace efectivamente


incapaz.

No es malo que el niño tenga confianza en sí. Vale más, en definitiva que lo tenga
en exceso que con escasez. El "yo soy más" es mejor estimulante que el "yo no
sirvo para nada" o "yo no conseguiré nada".

El niño es esencialmente sugestionable. Si se le dice sin cesar que es torpe,


egoísta, embustero, etc., se le hunde , se le hace decaer de tal manera que no
podrá salir de allí.

Mucho más sana es la sugestión, inversa, que consiste en repetir con obstinación
un niño atacado de tal o cual defecto que tiene en verdad algunas manifestaciones
del mismo, pero que está en camino de curarse.

Nada desanima tanto como la indiferencia: "Después de todo, no has hecho más
que tu deber". "Puesto que nada te digo, es que está bien". El niño necesita algo
más. ¡Es tan feliz cuando ve que le miman y aprueban aquellos quienes estima y
ama!

La confianza facilita la acción; la desconfianza suscita el deseo de hacer mal.

No hay que temer en demostrar a los niños nuestra confianza en sus


posibilidades. A veces será este el mejor medio para que aparezcan algunas
cualidades, todavía adormecidas. Recordemos la observación de Goethe,
aplicable a los niños y a los hombres: "Si consideramos a los hombres como son,
los haremos ser más malos; si los tratamos como si fueran lo que deberían ser, los
conduciremos a donde deben ser conducidos."

Tanto en la alabanza como en la reprensión, en el premio como en el castigo, es


necesario tener mesura, lógica y justicia. Mesura, porque el exceso termina por
desconcertar y hasta hace dudar del juicio de quien ejerce la autoridad. Lógica,
porque ¿qué significa felicitar hoy una acción que mereció ayer una crítica?.
Justicia, porque un premio no merecido pierde su interés y su fuerza.
Se debe estimular al niño, más por el esfuerzo que ha empleado que por el
resultado obtenido. Es necesario conseguir que la aprobación de sus padres tenga
para él más importancia que una golosina.

Hay casos en que está permitido utilizar el amor propio; por ejemplo: "Intenta
hacer tal esfuerzo; es difícil, pero creo que tú si podrás conseguirlo."

Debemos evitar hacer elogios que conduzcan al niño a creerse mejor que los
demás. Lo mejor es demostrarle los progresos que ha hecho sobre sí mismo,
dándole a entender que puede hacer más todavía.

Uno de los medios de estimular al niño es trabajar con él en la realización de tal o


cual proyecto, sobre todo si este proyecto necesita para salir bien que se guarde
un secreto, como, por ejemplo, la preparación de una fiesta de la madre.

Toma el niño gustoso el esfuerzo cuando le vale nuestra aprobación. Hay


impulsos que son más bien tímidos deseos, impulsos que no saldrían de ese
estado si no fueran auxiliados por las personas de alrededor. Un aplauso oportuno
da valor y confianza a quienes dudan. Una de las cosas que más animan a un
niño es decirle cuando ha expresado algo bueno: "Si, tienes razón", y recordárselo
hábilmente si hay ocasión: "como tu acabas de decir" o "como decías antes".
Reconocerle a un niño sus progresos es animarlo a hacer otros nuevos.

Si el niño sufre un fracaso no se le debe tratar con rigor, puesto que ha hecho por
su parte un esfuerzo laudable.

Debe evitarse el alabar sin reserva al niño. El alabarle un poco es a veces


necesario. Démosle testimonio de nuestra estima: "He creído siempre que eras
capaz de eso y de mucho más." Animémosle; pero no le tratemos como si fuera
una perfección confirmada en gracia. El niño a quién se le dice sin tino y sin
medida todo lo bueno que de él se piensa. corre el peligro de engreírse y llegar a
ser un pavo real fatuo y orgulloso.

Puede traducirse el estímulo a un niño en una recompensa material: golosina,


juguete, dinero. Pero no abusemos: es una solución fácil. Uno de los peligros de
este método es el de mercantilizar y materializar los esfuerzos de orden moral que
deben encontrar su sanción fundamentalmente en la aprobación de las personas
que le rodean y en la satisfacción de la propia conciencia. Hay, además, otro
peligro: a medida que el niño crezca serán necesarias recompensas cada vez
mayores. ¿no hemos visto padres que han prometido imprudentemente una
bicicleta o un abrigo de pieles con peligro de comprometer el presupuesto familiar?

Sucede, a veces, que los resultados no están a la altura de la buena voluntad y de


los sinceros esfuerzos del niño. Evitemos el agobiarlo, y aun para que no se quede
bajo la impresión deprimente del fracaso, intentemos poner de relieve la buena
cualidad desplegada.

Anita, de cuatro años, y Bernardo, de cinco años y medio, regresan de paseo. Las
zapatillas de la hermanita han quedado en la habitación del primer piso. Bernardo
se ofrece galante para ir a buscarlas. Corre por la escalera y baja triunfalmente
llevando un par de zapatillas que no eran las de Anita. En lugar de regañar a
Bernardo y decirle: "¡Qué bruto eres: podrías fijarte; siempre lo haces igual!", es
preferible decirle: "has sido muy amable queriendo traer las zapatillas de tu
hermanita. El par que has traído se parecen; es muy fácil confundirlas. Vas a ser
del todo bueno..." El niño comprenderá enseguida y volverá a subir con alegría,
con lo cual se duplicará el valor de su gesto fraternal.

Tomado de "El arte de educar a los niños de hoy". Décima edición. Sociedad de
Educación Atenas. Madrid.

Por Gaston Courtois

¿El padre es el mejor amigo?

"Mi hijo no confía en mí. Le he dicho que el padre es el mejor amigo, que me diga
lo que le pasa, que no tenga miedo, pero ... no sé qué hacer. No tengo influencia
sobre él. Ud. no sabe cuanto me duele. ¡El padre es el mejor amigo! ¡Pura teoría!".

Por razones de exposición hemos singularizado, pero con diferencia de matices,


podríamos decir: los padres, padre y madre. Hoy se recuerda a los padres que
deben hablar con sus hijos adolescentes lástima es que, para muchos, el consejo
llega demasiado tarde.

Mucha gente cree que va a conseguir entablar el diálogo con su hijo cuando éste
llegue a la pubertad sin haberlo iniciado anteriormente; y, lo que es mas grave,
cuando han interpuesto ente ellos y su hijo un muro difícil de derribar: los malos
hábitos educativos de los. padres como las malas costumbres permitidas a los
hijos, no son fáciles de superar.
La amistad solo se da entre pares.

La amistad, en al sentido estricto, no puede darse entre padres e hijos. El


intercambio que la amistad implica solo puede alcanzarse entre pares. El hijo
-niño, adolescente o joven- puede llegar a confiar en el padre sus problemas y sus
más íntimas experiencias, actitud que no puede darse a la inversa. El hijo no
puede comprender y asimilar los problemas del padre. Padres e hijos no son
pares. En cambio, en un sentido amplio, tal amistad posible: el padre puede llegar
a ser, si no el "mejor amigo", al menos un amigo.

El niño debe encontrar en él al primer amigo pues es su confidente natural. Es la


primera persona en que el niño confía, pero ¿ por qué, en la mayoría de los casos,
eso no sucede al llegar el niño a la pubertad si no antes?. Deberlarnos creer, si
observarnos la realidad, que es una de esas frases bonitas que se dicen paro que
en la práctica no se dan.

Podemos pensar que la oposición entre dos personalidades --una ya hecha, la


otra en formación-, que la tensión entre la autoridad y la libertad, hacen imposible
que el padre sea el confidente natural de su hijo adolescente. No lo creemos
imposible, pero, como todos los problemas humanos, tampoco lo consideramos
fácil.

Los padres policias

Muchos padres adoptan con sus hijos la actitud de un "policía", y esto provoca que
sus hijos lo vean como "el enemigo". Para esos hijos, los padres sólo existen para
vigilarlos, controlarlos, amonestarlos y castigarlos. Por supuesto que - aunque
negativa- ésa también es una función paterna, pero no es la única ni la más
importante. Lo "padres policías" se dirigen a sus hijos con frases como éstas:
"Cómo te portaste en el colegio? Por qué no entregaste el boletín? Debes tener
malas notas! Qué notas! Aprende de tu hermano! No te comas las uñas! Qué
manera de hablar es esa! Adónde fuiste? Por qué llegaste tarde? Mañana no
sales!

Comprendamos la actitud del hijo

Las únicas palabras que esos padres tienen con sus hijos son frases secas,
cortantes y en cierto modo agresivas: es comprensible que el hijo 'huya" de su
padre y lo mire con resentimiento. No dejará de amarlo, y lo manifestará en la
primera ocasión que se le presente, pero no le hará confidencias; salvo que así
vea la forma de evitar un castigo o para pedido, en caso extremo, la solución a un
problema que lo ahoga.

Comprendamos la actitud del hijo comparándola, por analogía, con la de un


empleado con un jefe que siempre lo está controlando, corrigiendo y poniendo en
evidencia sus errores. Los sentimientos del empleado y del hijo son similares:
ambos "odian' al jefe y padre "policías", y es comprensible que así suceda.

Los padres deben dialogar con sus hijos

Si los padres quieren que sus hijos sean sus amigos, deben hablar con ellos. Sus
conversaciones deben ser diálogos y no sermones o conferencias, y deben girar
alrededor de las inquietudes de sus hijos: juegos, diversiones, estudios, trabajos,
aspiraciones y problemas. No deben esperar que sus hijos inicien el dialogo.

Respetando su intimidad y personalidad naciente, ellos deben dar el primer paso.


El padre debe dirigirse a su hijo no sólo para preguntarle si cumplió sus
obligaciones o para criticarlo, sino también para estimularlo oportunamente,
elogiarlo con prudencia, interesarse espontáneamente por sus quehaceres, valorar
sus ideas e iniciativas, acompañarlo en sus emociones y problemas. regocijarse
con sus alegrías y triunfos, apesadumbrarse por sus tristezas y fracasos, levantar
su ánimo cuando lo ve abrumado por las dificultades, menguado con tacto cuando
lo observa arrogante y altanero en sus éxitos, enfrentarlo prudentemente con la
realidad que ignora y comprenderlo en su edad y temperamento. Vivir y sentir con
él, y también vigilarlo, corregirlo, amonestarlo y castigarlo adecuadamente cuando
fuere necesario.

"Si quieres la amistad de tu hijo, dásela tu primero"

La amistad no es un 'botín de guerra" ni la imposición de un vencedor o de


autoridad alguna. La amistad no es una concesión gratuita, es un don voluntario
que se debe ganar. No es tarea fácil para un padre ganar la amistad de su hijo,
pero si realmente lo ama y apunta al ideal de padre señalado, es posible que la
conquiste. El padre que quiera conseguir la amistad de su hijo, lo mejor que un
hombre puede brindar a otro, ha de brindársela él primero. Tratándolo como a un
amigo tal vez consiga que su hijo no le tenga miedo, confíe en él y lo vea como un
amigo.

Tomado de "Nueva Cristiandad"


Cada cosa por su nombre

Detrás de cada nombre, se esconde un mundo de mensajes. Indagar sobre el


asunto, puede resultar una aventura significativa para cada uno de nosotros al
tiempo que nos ayudará a comprender algunas actitudes cuyo origen
desconocíamos.

Esa tarde fue de fiesta. Mamá y papá dijeron su nombre y la beba, por primera
vez, volvió la cabeza y sonrió como diciendo "soy yo".

Un día, el niño descubre su nombre. Esa palabra que irá adhiriéndose firmemente
a su identidad. Es difícil precisar el momento exacto. También es difícil señalar
cuándo una nueva criatura deja de ser para todos la beba, el nene, el chiquito... y
todos la empiezan a llamar por su nombre. Pero... ¿qué hay detrás de un nombre?

El nombre de una persona es su credencial de identificación social. El origen del


nombre está inspirado en la intención de poder distinguir a las personas por el
mismo.

¿De quiénes elegimos el nombre de nuestros hijos?

- Mi hija mayor lleva mi nombre.

- Nuestro primogénito se llama como el abuelo paterno fallecido.

- Bautizamos a nuestros mellizos con nombres de príncipes.

Podrían añadirse muchas otras respuestas distintas. Es importante tener en


cuenta también el sobrenombre, apodo o seudónimo que adquiera una persona.
Interesa saber como lo llaman en su casa y fuera de la misma. La primera, se
pone de manifiesto por ejemplo en colectividades como la judía, que determinan
los nombres de sus hijos, reiterando nombres familiares fallecidos.

Según una costumbre española de antaño, los primogénitos llevaban el nombre de


sus abuelos. También en nuestro ámbito cultural hubo una época en que se
generalizó bastante el ponerle a los hijos mayores los nombres de sus
progenitores respectivos.

En otras ocasiones, se usó elegir el nombre del santoral correspondiente a la


fecha de nacimiento. Cuando en la elección del nombre actúa una influencia de
tipo netamente familiar puede distinguirse entre: móviles conscientes e
inconscientes entre estos últimos, consideramos los nombres que no han sido
preseleccionados por determinantes predominantemente socioculturales, sino que
ha pesado más el factor subjetivo de las personas que participan de la elección.

Entre los móviles conscientes figuran todos los porqués que podemos dar para
explicar las elecciones "Porque estaba de moda, porque fue un personaje de una
obra que nos impacto, o simplemente porque nos gustó." Los móviles
inconscientes se esconden en el: "No sé el por qué". Yacen tras los móviles
conscientes, e incluso, junto a nombres predeterminados por la tradición
sociocultural.

Muchas veces han puesto a una persona un segundo nombre, además del
heredado, que se ha elegido con mayor libertad y puede pasar a tener más
vigencia. Detrás de un nombre, sobrenombre o apodo, puede haber mucho más
de lo que a primera vista puede captarse. ¿Quiénes eligen el nombre? Quizás los
padres, los abuelos, tíos y amistades, siempre y cuando el nombre no esté ya
preelegido por tradición.

Es tan importante saber quiénes participan de la elección como la procedencia del


nombre elegido. L finalidad es obtener la mayor información posible sobre los
móviles conscientes que incidieron en su elección. Podemos preguntar a las
personas que eligieron nuestro nombre, por el significado que tenía para ellas.

Suele haber un deseo o móvil inconsciente, que sólo aparece al analizar con
cuidado las influencias que más han repercutido en nuestra forma de ser,
asociadas hasta cierto punto con el nombre; vale decir, ése nos da una pista para
descubrir y entender mejor aspectos condicionados de nuestra conducta, que se
reiteran automáticamente a través del tiempo.Aspectos que distorsionan nuestra
forma auténtica de ser. Porque con el nombre se nos da, directa e indirectamente
un modelo para identificarnos.

Algunos ejemplos: personas que han recibido el nombre de Salvador, han


adoptado a través de su vida una preferencia marcada por el rol de "salvador"
para con los demás y en análisis terapéutico han descubierto que no era mera
coincidencia: sus conductas estaban "programadas" en función del modelo que el
nombre sugería. A veces se han comprobado asociaciones no fortuitas entre el
significado del nombre y la carrera o actividad sugerida. Otras personas que han
recibido el nombre de algún progenitor, han vivido buena parte de su vida
imitándolo o luchando por ser lo opuesto, bien porque hayan recibido elogios o
críticas por tal parecido.

Los nombres tienen su eco. No debemos desestimar la importancia de los lazos


afectivos que tenemos con nuestro nombre y con los elegidos para nuestros hijos.
¿Cómo me gusta que me llamen o cómo me disgusta? ¿Por qué? Si no tenemos
clara la razón. ¿con qué asociamos el nombre que me agrada y con qué el que me
desagrada?. A veces nos puede atraer tener apodos que sin embargo son
perjudiciales a nuestro crecimiento personal.

Algunos como: Nena, Chiquita, Beba o diminutivos del nombre (Pepito, Anita, etc.)
son apodos para personas dependientes o inmaduras, a las cuales, generalmente,
se les ha impedido desarrollar su autonomía. Recapitulando: vale la pena indagar
lo que nos resulte accesible en torno a nuestro nombre y los que elegimos para
nuestros hijos. Las preguntas básicas giran alrededor de los móviles conscientes y
el significado del nombre para quien lo puso; sobre la procedencia del mismo y su
trayectoria histórica; sobre el sentido y aceptación que tiene para quien lo lleva.
Las respuestas nos remitirán a posibles móviles inconscientes que, a partir de ese
momento, podremos asociar con lo descubierto.

Configurarán un perfil de un modelo rector en nuestra vida, que quedó


desdibujado en nuestra mente, pero que sin duda ha incidido sobre nosotros.

Tomado de "Cristo Hoy"


Por María Antonia Bell

¿Hijos o "mascotas"?

Hay un artículo de Vicente Verdú, en “El País” del viernes día 15, que roza una
verdad escasamente reconocida hoy: que la maternidad (o paternidad) corre el
riesgo de banalizarse al quedar convertida en un acto de posesión, en el capricho
de quien “adquiere” un niño como quien comprase una mascota: ¿Un hijo o una
mascota? ¿Una mascota, un hijo o un robot. Todo es celebrar las múltiples
opciones de concepción de la mujer actual: con y sin sexo, con o sin óvulo propio,
con o sin pareja, con o sin edad fértil. Pero, entre tanto, ¿qué dice el niño? 

Eso, qué dice el niño, es lo esencial. Porque “la ventaja de la mascota sobre el
niño es que se adapta con mayor facilidad, se somete con menor resistencia y, en
general, es incomparablemente agradecida”. Un animal doméstico es así aunque
se haga adulto y se caiga de viejo. Por eso no es sujeto de derechos ni de
deberes. Por eso se puede ser titular de su propiedad hasta que se muera. Una
criatura humana es otra cosa: un ser inteligente y libre, con unos derechos
inherentes a esa condición. Ser padre, ser madre, no es una decisión equiparable
a la de irse a vivir a un adosado o cambiar de empleo. 

Hace poco, alguien expresó una idea temible en su aparente inocencia


progresista: “ser madre ha pasado de ser una misión a ser una opción”. Lo de
misión, claro, está dicho en sentido peyorativo. Pero el concepto de opción parece
ligado, en este contexto, a una soberana disposición del que opta sobre el objeto
de su acto libre. La contrapartida de la opción libre, sin embargo, no es la
posesión, o el completo dominio sobre el objeto, en este caso el hijo. La
contrapartida es la responsabilidad. Y aquí es donde entra lo de la misión. Que yo
llamaría, con término más exacto, vocación, pues es lo que requiere la
responsabilidad sobre seres humanos. Vocación sugiere entrega, decisión
irrevocable, frente a la mayor revocabilidad de la simple “opción”. 

Una maternidad concebida como posesión lleva, sí, al tratamiento del niño como
mascota, a la que se acaricia, se mima, se colma de caprichos, pues existe para
su placer y el mío, sin más quebraderos de cabeza. El resultado, en los seres
humanos, se llama malcrianza. O sea, todas esas “opciones” que corretean por
ahí dando tormento a vecinos, profesores y a los propios padres. Aunque sea la
obra, llamémosle más “panfletaria” de Miguel Delibes, debería ser obligatorio leer
“Mi idolatrado hijo Sisí” para todos los que, tarde o temprano, hayan de realizar
una opción. Allí está la clave del asunto, mejor expuesta de lo que yo lo pueda
hacer aquí y ahora.

Jesús Sanz Rioja

¿Sabemos jugar con nuestros hijos?

Jugar con niños entre dos y seis años es un reto al que muchos adultos no saben
enfrentarse. Ya no son los bebés a los que cualquier carantoña les hacía felices, ni
tampoco chavales que ansíen entrar en nuestro mundo de adultos. ¿Cómo
introducirnos en su mundo de fantasía, donde impera una lógica aplastante, pero
tan radicalmente distinta a la nuestra?
La respuesta es tan sencilla como ésta: volviendo a ser niños. Sólo -si hacemos
un esfuerzo de abstracción, y nos ponemos en el lugar de nuestro hijo podremos
entender que ese mundo imaginario, tan sorprendente y creativo, es el más real
para el niño... y que también nosotros estamos llamados a introducirnos en él.

¡Qué rico es!

Durante los primeros meses de vida resulta muy fácil divertir y hacer disfrutar al
bebé con cualquier carantoña o voltereta que surja por nuestra propia iniciativa.
Basta guiñarles para que se sientan objeto de atención, y se sientan felices.
Durante este periodo, lo habitual es que ningún adulto tenga problemas para
entretener durante horas al niño, porque aún puede dirigir su juego. El niño aún no
tiene autonomía para hacer nada, y se deja llevar y traer, fijando su atención
alternativamente en lo que le rodea. Todo le interesa y, por lo tanto, cualquier
demostración de interés o cariño por nuestra parte es bien recibida.

La edad de la razón

Más tarde, a partir de seis u ocho años, cuando ya tiene uso de razón y podemos
tratarle como a un pequeño adulto, también nos resulta relativamente fácil jugar
con él, compitiendo en una partida de damas, solicitando su colaboración para
hacer una tarta o llevándonoslo al fútbol. La razón de este acercamiento, sin
embargo, no radica en el esfuerzo de los padres, sino en la madurez de los hijos,
que comienzan a entrar en el complejo mundo de los adultos y toman ya partido
en sus intereses: los niños hablan de marcas de coches, las niñas de modas, etc.
Son ellos quienes están entrando en la realidad de los adultos y, aunque necesiten
de nuestra ayuda para ello, el esfuerzo es más suyo que nuestro.

Un mundo de fantasía

Sin embargo, entre dos y seis años... no resulta tan sencillo jugar con ellos.
Durante esta etapa de su desarrollo, el niño necesita jugar, como medio de
expresión, aprendizaje y desarrollo. El juego es algo muy serio para él, es la vía
para canalizar sus dudas, sus preocupaciones, su curiosidad... y, por lo tanto,
puede tomar los derroteros más insospechados. Tan pronto le encontraremos
sumido en las cavilaciones de un ladrón "bueno", como haciendo que la muñeca
entre en la casita volando por la ventana... ¿Qué le hará pensar que las cosas son
"así"?
En realidad, su mundo es distinto del de los adultos, porque las posibilidades que
le brinda la imaginación son mucho más creativas e inesperadas que las que
ofrece la realidad de cada día. Pero aún queda un rasgo esencialmente
característico del juego de nuestros hijos: su interés por todo lo que les rodea, que
se refleja en el juego y que les impulsa a construir una realidad más "lógica",
también les impulsa a invitarnos a compartirla con él.

¿Cómo jugar con ellos?

A cualquier adulto que se plantee jugar con un niño de esta edad pueden serle de
utilidad estas cinco ideas básicas: - SENTIRSE PARTICIPANTE. Si se considera
como un mero espectador, no podrá entender el juego y, mucho menos, correr con
un despertador en la mano y gritando "tengo prisa, tengo prisa", para que su hijo-
le persiga junto a Alicia por el País de las Maravillas.

Ponerse a su altura

Lo que supondrá más de una vez tirarnos en el suelo, "comer" sopa de agua con
una cuchara de l0 centímetros... y creernos de veras que somos el lobo o la hija
de la muñeca.

Respetar su tiempo de juego con nosostros

Este debe tener un hueco inamovible en nuestro horario. Aunque se restrinja a la


media hora antes de dormir, hay que convertir ese rato en una aventura intensa
donde no haya sitio para las prisas ni para ninguna otra preocupación que los
lazos de los Barriguitas, o saber cómo llegará el camión de Policía al repecho de
la ventana.

Ayudarles a ejercer su libertad y creatividad

Permitiendo que sean ellos los protagonistas del juego y sin obstruir su habilidad
de pensar. Deben ser ellos quienes dirijan el juego y determinen si el camión de
bomberos va a salvar un gato o a sofocar un incendio, qué se pone la muñeca
para ir de paseo... Otra cosa distinta es que podamos darle ideas, opciones,
resolver dudas, proponer pautas..., pero sin coartar su expresividad y creatividad.

Entrar en su mundo
Y dejarse arrastrar por su lógica infantil, sin perjuicio de poder aportar ideas y
pautas que el niño pueda utilizar. Pero lo importante es que sea el adulto el que se
adapte al juego del niño, y no pretenda que éste salga de él, para acomodarse a la
realidad de los mayores. Aquí habrá que hacer un esfuerzo de abstracción. Sólo
con ella podrá el adulto entender la lógica aplastante que -siempre- contiene el
juego de su hijo.

Papá y mamá

Por otra parte, también debemos tener en cuenta que los padres juegan de forma
distinta a como lo hacen las madres. Así, mientras ellas tienen mayor facilidad
para comer en cazuelitas de 2 cm de diámetro, para ellos es más sencillo tirarse al
suelo a cuatro patas y fingir que es un lobo, o ponerse unas plumas en la cabeza
para hacer "el indio". Sin llegar a esfuerzos que resulten artificiales, ante los
cuales el niño recibiría una impresión negativa, sería bueno que el padre intentara
también introducirse en su mundo de juegos. Durante estos años intermedios, la
presencia de ambos es muy importante para el desarrollo de su hijo. 

No importa que de ocho de la mañana a cinco de la tarde el papá haya estado


ensimismado en las finanzas de su empresa o que la mamá hay tenido que
defender la más importante negociación con un proveedor de la suya. Lo que su
hijo necesita por la tarde, de siete a ocho, es que se conviertan alternativamente
en lobo, en capitán de artillería y en cliente del puesto del mercado. Nada más y
nada menos.

Carmen Bassy

Carta de un hijo a todos los padres del mundo

No me den todo lo que les pido a veces sólo pido para ver hasta cuánto podré
tomar No me griten, los respeto menos cuando me gritan y me enseñan a gritar a
mí también, y yo no quisiera gritar.

No me den siempre órdenes y más órdenes, si a veces me pidieran las cosas yo lo


haría más rápido y con más gusto. Cumplan sus promesas, buenas o malas. Si
me prometen un premio, quiero recibirlo y también si es un castigo.
No me comparen con nadie, (especialmente con mi hermano) si me presentan
como mejor que los demás alguien va a sufrir y peor, seré yo quien sufra.

No cambien de opinión tan a menudo sobre lo que debo hacer, decídanse y


mantengan esa decisión. Déjenme valerme por mí mismo. Si hacen todo por mí
nunca podré aprender. Corríjanme con ternura.

No digan mentiras delante mío, ni me pidan que las diga por ustedes, aunque sea
para sacarlos de un apuro. Está mal. Me hace sentir mal y pierdo la fe en lo que
ustedes dicen. Cuando hago algo malo no me exijan que les diga el "porqué lo
hice" a veces ni yo mismo lo sé. Si alguna vez se equivocan en algo, admítalo, así
se robustece la opinión que tengo de ustedes y me enseñaran a admitir mis
propias equivocaciones. Trátenme con la misma amabilidad y cordialidad con que
veo que tratan a sus amigos, es que por ser familia no significa que no podamos
ser también amigos.

No me pidan que haga una cosa y ustedes no la hacen, yo aprenderé a hacer todo
lo que ustedes hacen aunque no me lo digan pero difícilmente haré lo que dicen y
no hacen.

Cuando les cuente un problema mío, aunque les parezca muy pequeño, no me
digan "no tenemos tiempo ahora para esas pavadas" traten de comprenderme,
necesito que me ayuden, necesito de ustedes.

Para mí es muy necesario que me quieran y me lo digan, casi lo que más me


gusta es escucharlos decir: "te queremos"

Abrázame, necesito sentirlos muy cerca mío. Que ustedes no se olviden que yo
soy, ni más ni menos que un hijo.

Por Marita Abraham

La madre que trabaja fuera de casa


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1. La mujer "plena": Las películas y la publicidad en la TV nos muestran a la "mujer


realizada o plena": trabaja en forma eficiente fuera de casa, en el hogar atiende a
su marido y cuida a sus hijos. En "sus ratos libres" practica algún deporte para
mantenerse delgada y va a la peluquería pues tiene una cena a la noche.

Generalmente la realidad no es tan así. En el trabajo debe luchar en forma


desigual en un mundo masculinizado. Al salir del trabajo hay que hacer las
compras del super: el dulce que falta en el desayuno, el regalito para el
cumpleaños del amiguito del nene, la crema de afeitar para el marido... Al llegar a
la casa muchas veces hay que corregir lo que hizo la empleada. -Los exámenes
de los chicos que ya llegan otra vez!, y como el padre le dijo que atienda un poco
más esa parte, hay que revisar los deberes y tomarles la lección.

También preparar los uniformes para mañana, con ese barro que no sale,
ponerlos en el secarropas, pues con la lluvia no se secan. "¿Qué hay para
cenar?", preguntan mientras miran la tele. Claro que al final llega la hora de
acostarse y descansar... si es que no viene el chico con: "Mamá, para mañana
tengo que llevar un cuaderno de 50 hojas... forrado".

Después de todo eso surgen los dolores en el cuello y la espalda, algunos tics
nerviosos, dificultades para conciliar el sueño. Claro que siempre está la voz sabia
del que aconseja: "Lo que pasa es que te preocupas demasiado por las cosas,
trata de relajarte".

2. Un costo muy alto: Sin temor a equivocarnos podemos decir que el "precio" de
salir a trabajar es elevado. La mujer sigue con la responsabilidad de atender la
casa y la familia.

A nadie se le ocurre hoy plantearse el hecho de si es conveniente o no que la


mujer trabaje.

Algunas lo hacen por necesidad, otras por desarrollar sus intereses personales o
profesionales.

Pero mientras van adquiriendo nuevos roles, éstos se suman a los anteriores.

Para ser una madre es primordial entregar amor al niño en una actitud tranquila y
satisfecha. Si al quedarse en casa lo hace con resentimientos y frustración, que
atribuye concretamente a los "sacrificios" que debe hacer por el hijo, la compañía
que entrega, estar hecha sin alegría y no ser fuente de seguridad afectiva.
3. Ventajas y desventajas: Entre las ventajas está la ampliación del mundo cultural
por los mayores contactos que tiene, el aumento de la seguridad e independencia
económicas.

Desventajas: destacan la ausencia prolongada de la casa y sobrecarga del trabajo


doméstico. El riesgo mayor es que el cansancio y las tensiones la pongan de mal
humor, se irrite fácilmente, y esté poco dispuesta a compartir su tiempo libre con
sus hijos.

Si esto sucede ser conveniente plantearse, quizás no el trabajo, pero si la forma


de asumirlo, y estudiar la posibilidad de que el trabajo de la casa sea compartido.

4. ¿Qué necesitan los niños?: Los niños necesitan una madre atenta y preocupada
de sus intereses para sentirse felices y valorados. El corto tiempo que se dispone
para los hijos debe ser compensado por la "calidad" de él. Pero es bueno no
hacerse trampas: un mínimo de tiempo con ellos es esencial.

Quizás es bueno realizar en forma entretenida algunas cosas juntos, como las
compras, pegar botones. En este compartir, los niños pueden aprender a hacer las
cosas en forma autónoma.

Si el perfeccionismo no es una virtud, sino un defecto, en las madres que trabajan


fuera de casa es especialmente aconsejable "erradicar" la obsesión por un orden o
limpieza perfectos. Si no se logra, tal vez toda su energía se agote en el orden, y
pierda la capacidad de recibir, sentir y expresar ternura.

Es posible que las mujeres que culpan al trabajo por ser incapaces de expresar
amor y por no poder dedicarse a los niños, aunque estuvieran en casa, de nada
les serviría.

Una mamá que quiere a sus hijos encontrará tiempo y forma para entregarles
ternura y afecto.

Tomado de Fichas de reflexión - Colegio Mater Dei.

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"Papá, yo quiero ser como tu"
Mi hijo nació hace pocos días,llegó a este mundo de una manera normal.

Pero yo tenía que viajar, tenía tantos compromisos... Mi hijo aprendió a comer
cuando menos lo esperaba. Comenzó a hablar cuando yo no estaba.

¡Cómo crece mi hijo de rápido! ¡Cómo pasa el tiempo!

Mi hijo, a medida que crecía, me decía:

"Papá , algún día seré como tú". ¿Cuándo regresas a casa, Papá ?"

"No lo se, hijo. Pero cuando regrese jugaremos juntos... ya lo verás." Mi hijo
cumplió diez años hace pocos días, y me dijo: "Gracias por la pelota, papá.
¿quieres jugar conmigo?"

"Hoy no, Hijo... Tengo mucho que hacer". "Está bien, Papá. Será otro día",y se fue
sonriendo; siempre en sus labios las palabras "yo quiero ser como tú".

Mi hijo regresó de la universidad el otro día,todo un hombre. "Hijo estoy orgulloso


de ti, siéntate y hablemos un poco". "Hoy no, Papá. Tengo compromisos. Por
favor, préstame el automóvil para visitar algunos amigos".

Ya me jubilé y mi hijo vive en otro lugar. Hoy lo llamé: "¡Hola, Hijo! Quiero verte".
"Me encantaría, padre, pero es que no tengo tiempo. Tú sabes, mi trabajo, los
niños... Pero gracias por llamar, fue hermoso oír tu voz".

Al colgar el teléfono me di cuenta que mi hijo era como yo.

La mejor escuela para padres: la familia

Los padres deben enseñar y los hijos aprender, esto que se proclama como una
verdad absoluta, suele ser muy poco cierta en la realidad ya que es, al menos, una
visión muy parcializada de ella.

Con frecuencia hemos abordado desde nuestras páginas -¿o debería decir desde
nuestros bytes?- diversos temas sobre nuestras obligaciones como padres, de la
educación de nuestros hijos, lo que debemos enseñarles, etc. Recuerdo que e una
oportunidad publicamos un par de notas sobre los derechos de los padres, o lo
que los padres tienen derecho a exigir de sus hijos, pero muy poco hemos hablado
de lo que nosotros aprendemos o deberíamos aprender de nuestros hijos.
A poco de ponernos a reflexionar profunda y sinceramente sobre este tema,
caeremos en la cuenta de que, a diferencia de lo que se cree habitualmente,
nuestros niños nos enseñan más a nosotros que nosotros a ellos. Esto no deja de
llamar mi atención ya que nosotros, los padres, casi siempre preocupados y
ocupados de nuestros hijos, tenemos la intensión explícita de educar a nuestros
hijos y, al menos en apariencia, nuestros hijos contribuyen a la educación de sus
padres sin proponérselo de manera alguna. Es que ellos son naturalmente
educadores de sus padres, no están tan influidos por los criterios artificiales que
se nos suelen imponer a los padres por los medios de comunicación, los planes
oficiales de educación, la opinión de profesionales de la educación con sus nuevas
teorías pedagógicas, y todos estos medios de información que nos transmiten, a
los padres mas que a los hijos, una idea de educación familiar viciada de
artificialidad.

Como no quisiera ser uno mas de estos que se dedican a difundir una educación
artificial, de plástico, muy ligth, y demasiado soft, espero que sepan disculpar que
lo que digo a continuación sea desde una óptica muy particular y personal, aunque
en lugar de personal debería decir familiar, ya que lo que escribo a continuación
no le ha sucedido solo a mi persona sino a nuestra familia.

Lo que nuestros hijos nos han enseñado

Mi esposa Viviana y yo nos casamos hace poco menos de 10 años, pretendiendo


que habíamos conformado una familia, pero esta no comenzó a concretarse hasta
que, un año después, nació Juan Manuel que contra todo lo previsto no pudo
nacer por parto normal ya que tenía 4 circulares de cordón. Desde ese momento
Juan Manuel nos enseñó a aceptar que no siempre las cosas salen como uno lo
planea o desea. Nosotros habíamos planeado estar juntos en el momento del
parto, pero los médicos no quisieron que yo estuviese presente ya que se trataba
de una cesárea.

A los dos años de este feliz nacimiento, Dios nos dio a Mercedes que hoy tiene
seis años y gracias a un buen médico pudo nacer por parto normal, en contra de
todas las opiniones que indicaban que si el primero había nacido por cesárea
todos los demás también debían nacer de la misma manera. Entonces nuestra
niña nos enseñó a que debemos creer y esperar aun cuando todo parece indicar
que las cosas no van a salir como las deseamos, nos enseñó que debemos tener
una visión optimista de la vida.
Se imaginarán los lectores que, si mi memoria nos ayudase, podríamos sacar una
enseñanza de cada uno de los actos de nuestros cuatro hijos, pero como no
quiero agobiarlos con asuntos personales voy a hacer un resumen.

En los peores momentos, cuando uno de ellos se pescó una enfermedad que puso
en riesgo su vida, hemos contado con su sonrisa que se ha convertido en un
apoyo para soportar las dificultades. Cuando falleció el abuelito, ellos no lloraban
porque tenían una seguridad envidiable sobre la felicidad que tendría su abuelo al
estar gozando de una vida mejor que esta. Nos enseñaron entonces que el dolor
es parte natural de la vida y que debe ser asumido para engrandecernos.

Por el hecho de ser cuatro niños Viviana y yo hemos debido compartir muchas
tareas, tanto en el trabajo externo que nos provee el sustento, como en el trabajo
dentro de la casa que nos organiza la vida familiar. Los chicos también, en la
medida de sus posibilidades, colaboran con él trabajo familiar: los más grandes,
antes de comer, lavan las manos de Facundo que todavía no ha cumplido dos
años; son ellos los que le enseñan a José Ignacio, de cuatro años, a higienizar sus
dientes antes de dormir y a tender la cama al levantarse. Nuestros hijos han
mejorado notablemente nuestra capacidad de trabajar en equipo.

Cuando llegamos a casa, cansados por tanta labor y agotados por la lucha
cotidiana, sus voces y sus sonrisas nos enseñan que hay que saber dejar los
problemas del trabajo fuera de la casa, y cuando no se puede hay que
compartirlos para hacerlos más soportables.

También ellos tienen sus aspectos negativos, sus picardías, sus malos
comportamientos, que exigen de nosotros el máximo de nuestra paciencia para
aguantar sus asuntos, la responsabilidad con los otros cuando rompen la ventana
del vecino con una pelota, y la perseverancia necesaria para lograr fraguar en
ellos los buenos hábitos. Por lo tanto ellos nos entrenan en virtudes tales como la
paciencia, la responsabilidad y la perseverancia.

Ellos no soportan las injusticias, aunque si entienden que no todos tienen los
mismos derechos (ya que no tienen las mismas necesidades y obligaciones), de
manera que los más grandes saben que deben bañarse por si mismos mientras
que el más pequeño requiere de nuestra atención para tales menesteres, y saben
además que ninguno de ellos por pequeño que sea tiene la exclusividad sobre los
aquellos bombones que mamá había guardado para compartirlos en otro
momento. Ellos nos exigen justicia, y la distinguen del igualitarismo raso. También
nos enseñan de estas cosas que muchos hombres de gobierno parecen
desconocer.

Podríamos escribir muchas páginas mas sobre este asunto, pero creemos que el
asunto está comprendido y esta nota estaba destinada a ser mas corta de lo que
es. Solo queda para el final decir que ellos nos piden que seamos un ejemplo para
su realización, como dijo una vez una lectora de EVPP: "los niños no escuchan lo
que les decimos, pero si nos ven".

Lic. Eduardo R. Cattaneo

Importancia del tiempo

Imagínate que existe un banco, que cada mañana acredita en tu cuenta, la suma
de 86,400.

No arrastra tu saldo día a día. Cada noche borra cualquier cantidad de tu saldo
que no usaste durante el día. ¿Que harías? ¡Retirar hasta el último centavo, por
supuesto!

Cada uno de nosotros, tiene ese banco. Su nombre es tiempo. Cada mañana, este
banco te acredita 86,400 segundos. Cada noche, este banco borra, y da como
perdido, cualquier cantidad de ese crédito que no has invertido en un buen
propósito.

Este banco no arrastra saldos, ni permite sobregiros. Cada día te abre una nueva
cuenta. Cada noche elimina los saldos del día. Si no usas tus depósitos del día, la
perdida es tuya. No se puede dar marcha atrás. No existen los giros a cuenta del
deposito de mañana. Debes vivir en el presente con los depósitos de hoy.

Consigue lo máximo en el día. Para entender el valor de un año, pregúntale a


algún estudiante que perdió el año de estudios. Para entender el valor de un mes,
pregúntale a una madre que alumbró a un bebe prematuro. Para entender el valor
de una semana, pregúntale al editor de un semanario. Para entender el valor de
una hora, pregúntale a los amantes que esperan a encontrarse. Para entender el
valor de un minuto, pregúntale a una persona que perdió el tren. Para entender el
valor de un segundo, pregúntale a una persona que con las justas evito un
accidente. Para entender el valor de una milésima de segundo, pregúntale a la
persona que gano una medalla de plata en las olimpiadas.

Atesora cada momento que vivas. y atesóralo mas si lo compartiste con alguien
especial, lo suficientemente especial como para dedicarle tu tiempo y recuerda
que el tiempo no espera por nadie. Ayer es historia. Mañana es misterio. Hoy es
una dádiva. ¡Por eso es que se le llama el presente!

Los padres de hoy son demasiado demócratas

El autoritarismo es tan pernicioso como la ausencia de autoridad: hay


situaciones en las que los padres deben saber decir: ¡No! Y que ese ¡no! sea
innegociable, firme, dogma. Los padres deben tener la autoridad de imponer
que algo no está bien. Y no ceder en esas cosas importantes. Eso hace al
padre relevante a los ojos del hijo. Los padres se pasan hoy de demócratas...

Conocí a Andrea Fiorenza hace un par de años, y me deslumbró su sutileza en el


trato de los conflictos de la psique humana. Se ha especializado, encima, en el
enmarañado cosmos de la familia, en los problemas de los hijos. Los resuelve de
modo que parece mágico, pero no lo es: aplica los principios de la terapia breve
estratégica. Es breve porque resuelve los problemas en un corto plazo de tiempo,
en pocas sesiones; es estratégica porque los aborda promoviendo cambios
colaterales, aparentemente lejanos al problema central... Pero un pequeño cambio
desencadena otros.

-De los hijos, ¿qué es lo que más preocupa hoy a los padres?
-Su rendimiento escolar y sus compañías.

-Lo mismo que siempre ha preocupado, ¿no?


-No: antes los padres no estaban tan pendientes de sus hijos. ¡Ahora están
volcados en ellos!

-¿Qué ha causado tal cambio?


-Un cambio radical de organización social: antes era más jerárquica, piramidal, y
por eso había mayor distancia emocional entre padres e hijos. En la generación
anterior a la suya y a la mía, los hijos se dirigían a los padres de usted. Pero hoy la
organización social es menos jerárquica, es más horizontal, democrática. Hay
mayor proximidad emocional y, por eso, menor solidez de los papeles de
padre y de hijo. La confusión de papeles causa disfunciones: el padre actúa casi
como amigo del hijo, los hijos actúan casi como padres de sus padres. Los hijos
aconsejan a sus padres cómo vestirse, y los padres obedecen. O los hijos deciden
las vacaciones estivales de toda la familia.

-Porque hay diálogo: bien, ¿no?


-Si sólo hay diálogo... no basta para que todo funcione bien. Falta autoridad. Si
todo es relativo y dialogable, el hijo pierde puntos sólidos de referencia, queda sin
guía, y eso le genera ansiedad. Es inevitable. La autoridad es necesaria.

-¿No exagera?
-No. El autoritarismo es tan pernicioso como la ausencia de autoridad: hay
situaciones en las que los padres deben saber decir: ¡No! Y que ese ¡no! sea
innegociable, firme, dogma. Los padres deben tener la autoridad de imponer que
algo no está bien. Y no ceder en esas cosas importantes. Eso hace al padre
relevante a los ojos del hijo. Los padres se pasan hoy de demócratas. Tanta
democracia familiar crea disfunciones conductuales. Yo imparto mil horas de
terapia al año desde ya hace veinte. Y cada día veo más problemas derivados
de padres demasiado volcados en sus hijos... y todo porque quieren que
sean perfectos. Veo casos de padres que piden cambios de horario laboral en su
empresa para estar en casa y hacer los deberes escolares con sus hijos. ¡Eso no
es ayudarles! Hacen los deberes con sus hijos. O sea, los hacen ellos, los padres.
Cuando vienen esos padres a mi consulta, les pregunto:¿Qué, cómo te ha ido
este mes? ¿Te han aprobado o te han suspendido? ¿A qué universidad irás con
tu hijo? El problema es que los padres no aceptan la idea de que su hijo pueda ir
mal en la escuela. E intervienen ellos. Y, al intervenir, desincentivan a su niño: el
chaval se acomoda a eso, no desarrolla su capacidad de iniciativa, de reacción
ante las dificultades, de capacidad de esfuerzo... ¡Un desastre!

-Tengo hijos pequeños. ¿Cómo debo actuar para no acabar así?


-Sin sustituir al niño. Si lo hace, sólo conseguirá anularle. El principio general en el
trato con sus hijos debería ser este: Obsérvalo sin intervenir, ten paciencia,
dale tiempo, espera a que él solito halle las soluciones a los problemas. Pero
sin decirle: Sé responsable. Eso es antinatural. Sólo déle tiempo para que sea él
quien, llegado el caso, le pida ayuda. Si actúas antes, usurpas su ánimo, su
voluntad. La buena intención de los padres suele perjudicar a los hijos.
Quieren fomentar su autoestima, y se obsesionan demasiado: a ver, todos
tenemos mayor grado de autoestima en unos aspectos y menor en otros, ¿no?
¡Pues tranquilos!

-Sus terapias deben ser muy solicitadas en escuelas.


-Si en clase un profesor pregunta: ¿Quién sabe en qué año se descubrió
América?, unos levantarán la mano y otros no. Creo que es mejor
decirles:Escribid todos en un papelito el año del descubrimiento de
América. Cuando lo han hecho, el profesor dice 1492: el que lo ha puesto bien,
confirmará que lo sabía, y el que lo puso mal, constatará su error, y lo recordará.

-Eso en clase. Pero, ¿y en casa?


-Dígale al niño: Te concedo media hora para los deberes, o para estudiar, ¡y
sólo media hora! De 19 a 19,30 horas, por ejemplo. Con despertador: cuando se
cumpla el tiempo, se acabó. Fin. Los límites dan valor a lo que sucede dentro
de ellos.

-¿Ha tratado algún caso real así? ¿con éxito?


-Cierto chico tenía dificultades de atención. Dedicaba dos horas cada tarde al
estudio, con muy pocos frutos. Le ordené: ¡Sólo media hora de estudio, con
aviso de un despertador! Luego, nada de estudiar: eres libre. Rendía más en
esa media hora que antes en dos horas. Poco después, me rogaba que le
ampliase un poco el plazo de tiempo.

-Cuénteme algún caso que haya atendido recientemente.


-El de un niño de nueve años que tartamudeaba: su padre lo llevaba a los mejores
especialistas de toda Italia... y el niño empeoraba. Dictaminé que dejasen de
llevarlo a especialistas y de someterlo a ejercicios. Porque la atención de los
padres, el sentirse tan observado por ellos, lo bloqueaba más y más. ¡No le
digáis nada sobre eso!, les ordené. Y ahí empezó la mejoría del niño. Hay una
historia que ilustra este caso: un ciempiés caminaba sin problemas hasta que una
oruga le dijo: ¡Es increíble cómo caminas tan bien sin tropezarte, con tantos
pies! El ciempiés comenzó a prestar atención a sus pies y a querer controlarlos ¡y
tropezó! Eso le pasaba a ese niño. Lo que fue sólo un pequeño problema al
principio se trató mal... y acabó convirtiéndose en tartamudez. Si intentas
controlar el lenguaje, se bloquea... Luego establecí sólo 15 minutos al día de
ejercicios controlados. El resto del tiempo, nada.

-Lo malo de los hijos es que no obedecen...


-Porque se les ordena mal. Hay que tener claros los objetivos. Los padres son
muy confusos en sus objetivos: quieren que sus hijos se porten bien y estén
contentos. ¡Qué objetivos tan difusos! Le aconsejo tres objetivos claros, capitales.
Uno: que el niño cumpla sus obligaciones (asearse, ir a la escuela...); dos:
que respete a los padres (no insultarlos ni ofenderlos), y tres: que colabore en la
comunidad familiar (a servir la mesa, a hacer camas... Que se sienta parte del
grupo, con sus derechos y obligaciones). Basta con tener claro esto. Los padres
quieren que los hijos hagan a gusto todo, incluso cosas que disgustan, y eso es
imposible. A nadie le gusta hacer ciertas cosas. ¡Pero hay que
hacerlas! Atravesar dificultades estimula al niño, lo ayuda a crecer
bien. ¡Ojalá su hijo tenga alguna dificultad cada día! Y, si no, póngale usted una
diariamente.

-Usted titula su libro: Niños y adolescentes difíciles. ¿Qué es ser difícil?


-Explico que es una etiqueta que se les pone: no existen niños o adolescentes
difíciles, malos, enfermos... Sólo disfunciones relacionales. Al querer curar o
controlar al niño difícil, el problema inicial empeora. Y disfunciones leves se
convierten en poco tiempo en problemas complicados.

-¿Qué hacer cuando surge ese problema sencillo?


-Yo localizo en qué punto se ha bloqueado la relación familiar, e introduzco ahí
un pequeño cambio de comportamiento. Este pequeño cambio relacional
desencadenará una cadena de cambios que hará que el conflicto se disuelva
solo.

-Un ejemplo.
-Luca era un niño que cada mañana lloraba al ir al colegio, con las consiguientes
escenas de separación dramática ante la puerta de la escuela. La madre, ya por la
noche, le preguntaba por sus miedos, le daba ánimos. El padre, por la mañana, en
el coche, intentaba ya tranquilizarlo, le prestaba mucha atención... Les ordené
esto: Debéis empezar a actuar como si vuestro niño no llorase ya por las
mañanas, como si todo fuese bien. Y les dije que, por la mañana, en casa, le
dijesen al niño: Querido Luca, para ti quejarte es muy importante, y por eso te
pedimos que lo hagas ahora, durante 15 minutos. Estaremos aquí callados,
escuchándote. Por favor, empieza a quejarte. El niño respondió que no tenía
ganas de quejarse, que quería jugar, y al llegar al colegio se fue corriendo él solo
escaleras arriba. Sólo introduje un pequeño cambio relacional padres-hijo. Cuando
luego pregunté a los padres:¿Qué deberiáis hacer ahora para estropear este
logro? lo tuvieron muy claro:Volver a prestarle a Luca todas las atenciones y a
tranquilizarlo como antes, a comportarnos con él como si fuese a tener miedo de
separarse de nosotros. Lo entendieron. Caso resuelto.

Algunas ideas sobre la permisividad de los padres


Por Diego Ibáñez Langlois

La frivolidad es permisiva y temeraria. Por eso considera timoratos a los padres


prudentes y responsables.

Como no tiene nada que perder, no tiene nada que defender. Sólo quien valora
algo y lo tiene en mucho, no lo expone a riesgos innecesarios. La permisividad
carece de valores. La indecisión o la comodidad de los padres acaba en
permisividad. Los valores no son transables por las costumbres o modas del
momento. No se someten al abuso de las mayorías, reales o aparentes. Lo que la
mayoría hace o dice hacer no puede elevarse a la categoría de valor, aunque pese
en el ambiente.

No es nada novedoso comprobar que la mayoría camina por un plano inclinado


hacia la facilidad. ¡Tantos cuidados para que los hijos pequeños no jueguen con
fuego, en tanto que a los hijos adolescentes se les deja entrar en la hoguera como
si nada!. ¿Por qué se teme tanto disgustar al hijo adolescente, cuando justamente
es la permisividad lo que los hace temibles?

La permisividad es al comodidad del momento, pero trae consigo muchas


incomodidades posteriores. Hay padres que mantienen una ignorancia culpable de
lo que hacen sus hijos adolescentes fuera de casa. El frívolo es la caricatura del
adulto, ya que no pasa de ser un adolescente que no maduró y al que le quedan
grandes las responsabilidades, afrontándolas con caprichosa inmadurez.

La frivolidad no tolera el paso de los años, porque se identifica con los falsos
valores de la juventud. Al ver que está se le escapa, intenta sujetarla aferrándose
a las modas de los jóvenes. El adolescente que anda en malos pasos rehuye la
vida de la familia, y sólo se siente a gusto con sus cómplices. Es triste comprobar
que hay padres que se preocupan más del precio de las acciones, que de las
acciones morales de su hijo. ¡Que lastima! Tanto éxito en la vida profesional a
costa de que la propia familia sea un fracaso. "¡Haz lo que quieras! Me da lo
mismo".

"Me das lo mismo" Es cierto. No siempre se dice así, textualmente, en ese tono,
pero eso es lo que se quiere decir. Quitarse los hijos de encima es una expresión
terrible, pero cuántos padres practican este deporte temerario, por indolencia, por
comodidad, por desinterés, o simplemente por falta de valores o por valores
equivocados.
Tomado de "Sentido común y educación en la familia"

La paternidad humana

El ser humano, a semejanza de su Creador , es depositario de un bien grandísimo


que debe explotar al máximo en la medida de sus posibilidades, este bien es la
PATERNIDAD.

De la misma forma que para un profesional lo mejor que le puede pasar es el


ejercicio de su profesión (para un médico ayudar a conservar la vida a la mayor
cantidad de personas posibles, para un carpintero hacer todas las hechuras de
madera a su alcance) para una persona llamada al "matrimonio" y a transformar
ese "matrimonio" en "familia", lo mejor que le puede pasar es concretar ese
objetivo siendo padre. Es más, serlo todas las veces que le sea posible; sabiendo
que al igual que en las simples profesiones el ejercicio de la vocación humana a la
paternidad está condicionada por una cantidad de factores (de salud,
económicos ,etc.).

En una sociedad que parece seguir el viejo dicho de: " plantar un árbol, escribir un
libro y tener un hijo" como formula para realizarse, ve la paternidad como un
hecho que solo sirve para decir que en la vida uno ha hecho de todo. Es más , se
ve a los hijos como una carga demasiado pesada a la que los padres son dignos
de compadecer, o cuantas veces hemos escuchado que a quien se ha salido del
libreto de uno o a los sumo dos hijos se le ha dicho ¿¿¿que ...cuantos???,
¡¡¡ pobre que trabajo !!! .Sin embargo estas mismas persona son las que después
confiesan que les gustaría haber tenido más hijos pero que justamente para no
entrar en la frase anterior no lo hicieron. (claro que nunca pensaron así de su
profesión que le insumía 12 horas diarias, dolores de cabeza, estrés, amarguras,
trasnochadas, etc. pero bueno, eso era por dinero, para "vivir" pero ese mismo
"trabajo" hacerlo ¿por una persona...?).

La sociedad nos a amputado la paternidad después de el primer par de hijos con


el anticoncepcionismo y el consumismo, y ha llevado a que el reducido número de
hijos no de lugar al ejercicio de la "paternidad adoptiva" dejando lugar solo a la
biológica y relegando la adopción a un segundo plano, solo para aquel que no
pude hacerlo biológicamente.

De esta forma se ha llegado a considerarla como algo alternativo, cuando no


queda más remedio, algo de "segunda". Cuando en realidad debería entrar en la
cabeza de toda persona llamada a la paternidad como una forma amplia de
ejercer la paternidad y como una posibilidad que anhelaría concretar si se tuviera
posibilidad. Antiguamente, en las familias, entre los hijos que se tenían siempre
había lugar para los "hijos de crianza" ,niños que se agregaban a la familia ante
alguna circunstancia.

Una pareja que considerara toda la paternidad y no solo la biológica imitaría a


"Tata Dios" en su calidad de "Padre adoptivo" y le sería mucho más fácil asumir
una posible infertilidad y los llevaría incluso a no desear esperar hasta último
momento para adoptar. Es mas, tampoco le verían sentido a recurso
extraordinarios (como fertilización in vitro, donaciones de esperma, etc.) ya que no
verían frustración en tener que ejercer su paternidad a través de la adopción
solamente.

Si se le encontrara el verdadero valor a las cosas veríamos que un TV, un auto


,una video, un bien o simplemente una vida sin "trabajo" valen lo que un hijo. Si
esto sucediera, todos "invertirían" en hijos y no en confort o "tiempo para mi".

Pero esto solo se suele apreciar cuando la persona está ya avanzada en edad y el
auto, la video ,el "tiempo para mi" se han puesto viejos, se han ido, y desearía la
llegada de los hijos con los nietos para llenar las solas horas de la vejez o la
necesidad de ayuda ante la enfermedad, etc. y a los que los bienes adquiridos no
pueden suplantar ,¿no?.

Enviado por un lector Héctor Luis Magoia

Que significa ser padre hoy

El 'buen padre', imagen ampliamente difundida por las sociedades de consumo, es


la de 'proveedor': aquél que satisface todas las necesidades materiales del hogar.
Para "que no les falte nada a los hijos" trabaja jornadas dobles y aún los fines de
semana. El padre no logra satisfacer las necesidades presentes, cuando ya le han
sido creadas otras. Así se desgasta febrilmente, sin darse un respiro para disfrutar
lo importante: la experiencia única de ver crecer a los hijos.

Los padres que han logrado vencer las tradiciones atávicas de ser meros
proveedores, comparten el gozo en la crianza de los hijos y hablan de "una nueva
dimensión en la convivencia familiar".
A pesar de los iracundos reproches de quienes pretenden perpetuar el tabú
inmemorial de que cuando el padre se involucra emocionalmente con el hijo se
torna 'suave como una segunda madre', y que si participa en el cuidado y atención
del hijo se convierte en simple 'mandilón', cada día son más los padres presentes
en el quirófano en el momento del nacimiento de sus hijos, en los cursos
prenatales y de posparto para capacitarse en el cuidado del bebé.

Se necesitan dos para engendrar un hijo. También se necesitan dos para su


desarrollo. La intuición femenina permite a la madre establecer una comunicación
vital con el hijo desde el momento mismo de su nacimiento. Interpreta las señales
de temor en el infante y con mimos lo tranquiliza y conduce suavemente.

La voz del padre es de importancia suma: da seguridad, confianza en el porvenir,


establece los límites de la conducta infantil, y cierra el círculo del amor que debe
rodear al niño. El padre proporciona un elemento único y esencial en la crianza del
hijo y su influencia es poderosa en la salud emocional. La madre le dice: "con
cuidado", y el padre le dice "uno más", al estimular al pequeño a subir otro peldaño
para que llegue a la cima. Juntos, tomados de la mano, padre y madre guían al
retoño en el camino de la vida.

El padre de hoy se abre a las necesidades más sutiles del hijo: las emocionales y
las psíquicas. Trasciende la preocupación de sí mismo y sus ocupaciones, y logra
ver al hijo en sus propios términos. Propicia el ambiente que le permita el
desarrollo de su potencial en un marco de libertad responsable, no de dominación.

No se detiene en la periferia, sino que conoce al hijo de cerca. Lo guía sin


agresividad, con firmeza motivada y razonada, por el camino de los valores que
desea heredarle. El padre de hoy se ha dado permiso para ver con ojos de amor al
retoño de sus entrañas. Advierte en el hijo, más allá de las limitaciones presentes,
el cúmulo de posibilidades que está por realizar. Y a su lado goza cada peldaño de
su desarrollo.

Progenitores de metal

Por Arturo Prado Siriany

A menudo, las personas, animales, etc., forman vínculos estrechos con sus
padres, especialmente al poco tiempo de nacidos.
Este vínculo es garantía para que la madre pueda alimentar y criar a los suyos; sin
embargo, no siempre el apego es hacia la verdadera madre.En las aves, por
ejemplo, en cuanto nacen, seguirán cualquier objeto que se desplace. Esta
conducta temprana de seguir a otra cosa, tiene consecuencias futuras dramáticas.

La naturaleza del objeto que se sigue, ayuda a determinar las preferencias


posteriores en lo que se refiere a amigos y consortes. Por ejemplo, cuando los
pavos son criados desde un principio por seres humanos, con frecuencia prefieren
cortejar a personas y no a otros pavos.Este rasgo innato de seguir y reflejar un
apego social, se denomina imprinting o impronta. En un comienzo, se pensó que
este fenómeno obedecía a que estos apegos a modelos paternos, tenían su raíz
en la satisfacción de necesidades tales como darles comida, calor y un ambiente
adecuado, y por lo tanto, dichos apegos estarían asociados con resultados finales
agradables.

Sin embargo, en experimentos realizados con monos huérfanos de madre, se les


asignaron "madres sustitutas" hechas con alambre unas, y otras de tela. Ambas
tenían una mamadera incorporada, por lo que eran fisiológicamente equivalentes.
Los informes obtenidos respecto al comportamiento de los "hijos" monos, revela
que los monos bebés, pasaban más tiempo subiéndose y acurrucándose a sus
madres cubiertas de tela, que a su madre de alambre.

Esto parece indicar, que el contacto corporal y la bienestar inmediato, es mucho


más importante que la alimentación, para unir al recién nacido a su madre. En los
humanos, el contacto físico inmediatamente después del nacimiento, suele influir
en esta relación en forma sustancial.En un experimento realizado entre dos grupos
de recién nacidos, unos recibieron el cuidado normal hospitalario posterior al parto
por parte de sus madres: una miradita un poco después del nacimiento, una visita
breve entre las 6 y 12 horas más adelante, y sesiones de alimentación de 20 a 30
minutos, cada cuatro horas, todos los días.

El grupo de otras madres, pudieron interactuar durante una hora, poco después
del parto, y durante varias horas diariamente, a partir de entonces. Se ha
observado que este tipo de madres, se muestran mas afectuosas y se interesan
más por el bienestar de sus hijos.Posteriormente, con los años, hacen más
preguntas a sus hijos y dan menos ordenes.

Dicho en pocas palabras, un acercamiento durante los primeros días, suele


asegurar una mejor atención y protección desde el principio y durante todo el largo
período de cuidado infantil.El niño por su parte, identifica y prefiere el olor de su
propia madre y no el de otra, y para los 20 o 30 días, lo hace también con su voz.

Todo esto, parece indicar, que el contacto inmediato después del parto, reduce la
probabilidad de problemas posteriores de los padres, incluyendo el abandono,
descuido y abusos, que tanto sufre nuestra comunidad, en la cual se centra tanto
la atención en los menores que la padecen y no muchas veces, en los
progenitores de meta.

Autoridad

 Aprender a equivocarse
 Amistad, autoridad y obediencia
 Aprender a corregir
 Como lograr una autoridad positiva con los hijos
 La verdadera autoridad y la disciplina
 Cada cual debe cuidar de su propia autoridad
 Enseñar con el ejemplo
 ¿Cuál es la diferencia entre disciplina y castigo?
 El ejercicio de la autoridad en los padres
 Mandamases o mandamientos

Aprender a equivocarse

Una de las virtudes-defecto más cuestionables: el perfeccionismo. Virtud, porque


evidentemente, lo es el tender a hacer todas las cosas perfectas. Y es un defecto
porque no suele contar con la realidad: que lo perfecto no existe en este mundo,
que los fracasos son parte de toda la vida, que todo el que se mueve se equivoca
alguna vez.

He conocido en mi vida muchos perfeccionistas. Son, desde luego, gente


estupenda. Creen en el trabajo bien hecho, se entregan apasionadamente a hacer
bien las cosas e incluso llegan a hacer magníficamente la mayor parte de las
tareas que emprenden.

Pero son también gente un poco neurótica. Viven tensos. Se vuelven cruelmente
exigentes con quienes no son como ellos. Y sufren espectacularmente cuando
llega la realidad con la rebaja y ven que muchas de sus obras -a pesar de todo su
interés- se quedan a mitad de camino.

LO PRIMERO PARA ENSEÑAR A LOS NIÑOS.


Por eso me parece que una de las primeras cosas que deberían enseñarnos de
niños es a equivocarnos. El error, el fallo, es parte inevitable de la condición
humana. Hagamos lo que hagamos habrá siempre un coeficiente de error en
nuestras obras. No se puede ser sublime a todas horas. El genio más genial pone
un borrón y hasta el buen Homero dormita de vez en cuando.

Así es como, según decía Maxwel Brand. "todo niño debería crecer con convicción
de que no es una tragedia ni una catástrofe cometer un error". Por eso en las
persona siempre me ha interesado más el saber cómo se reponen de los fallos
que el número de fallos que cometen.

Ya que el arte más difícil no es el de no caerse nunca, sino el de saber levantarse


y seguir el camino emprendido.

Temo por eso la educación perfeccionista. Los niños educados para arcángeles se
pegan luego unos topetazos que les dejan hundidos por largo tiempo. Y un no
pequeño porcentaje de amargados de este mundo surge del clan de los educados
para la perfección.

Los pedagogos dicen que por eso es preferible permitir a un niño que rompa
alguna vez un plato y enseñarle luego a recoger los pedazos, porque "es mejor un
plato roto que un niño roto".

Es cierto. No existen hombres que nunca hayan roto un plato. No ha nacido el


genio que nunca fracase en algo. Lo que sí existe es gente que sabe sacar
fuerzas de sus errores y otra gente que de sus errores sólo casa amargura y
pesimismo. Y sería estupendo educar a los jóvenes en la idea de que no hay una
vida sin problemas, pero lo que hay en todo hombre es capacidad para superarlos.

No vale, realmente, la pena llorar por un plato roto. Se compra otro y ya está. Lo
grave es cuando por un afán de perfección imposible se rompe un corazón.
Porque de esto no hay repuesto en los mercados.

Tomado de "Cristo Hoy"


José Luis M. Descalzo

Amistad, autoridad y obediencia


La amistad entre padres e hijos se puede armonizar perfectamente con la
autoridad que requiere la educación.

Es preciso crear un clima de gran confianza y de libertad, aun a riesgo de que


alguna vez sean engañados. Más vale que luego ellos mismos se avergüencen de
haber abusado de esa confianza y se corrijan.

En cambio, cuando falta un mínimo de libertad, la familia se puede convertir en


una auténtica escuela de la simulación.

Tienen que entender que, nos guste o no, todos obedecemos. En cualquier
colectivo, las relaciones humanas implican vínculos y dependencias, y eso es
inevitable. No pueden engañarse con ensueños de rebeldía infantil.

Obedecer es a veces incómodo, es verdad. Pero tienen que descubrir que no


siempre lo más cómodo es lo mejor. Deben darse cuenta de que el mejor camino
para ser libre es lograr ser dueños de uno mismo. Han de comprender que sólo
una persona bien curtida en la obediencia juvenil será libre en la edad adulta.

Pero, de todas formas, quizás les cuesta mucho obedecer porque no sabes
mandar sin imperar. Hay detalles que facilitan la obediencia:

1. Exígete en los mismos puntos en que aconsejas, mandas o corriges: es muy


cómodo, si no, recordar que tienen que ser humildes, pacientes y ordenados, sin ir
tú por delante con el ejemplo.

2. Manda con afán de servir, sin dar la sensación de que lo haces por comodidad
personal. Que vean que te molestas tú primero: muchas veces así ellos
entenderán, sin necesidad de que nadie se lo diga, que deben hacer lo mismo.

3. No exhibas demasiado la autoridad. No des lugar al temor o a la prevención.

4. Procura saber lo que hiere a cada uno, para evitarlo delicadamente si es


preciso. Sé comprensivo y sé muy humano. Aprende a disculpar. No te
escandalices tontamente (supone casi siempre falta de conocimiento propio).

5. Habla con llaneza y sin apasionamiento, sin exagerar, procurando ser objetivo.
Aprende a discernir lo normal de lo preocupante o grave.
6. Habla con claridad, a la cara. No seas blando, ni tampoco cortante: mantén una
exigencia acolchada.

7. Sé positivo al juzgar y por en primer término las buenas cualidades, antes de


ver los defectos, y sin exagerarlos.

8. No quieras fiscalizarlo todo. No quieras uniformarlo todo. Ama la diversidad en


la familia. Inculca amor a la libertad, y ama el pluralismo como un bien.

9. Respeta la intimidad de tus hijos, sus cosas, su armario, su mesa de estudio, su


correspondencia; y enséñales a respetar a los demás y su intimidad.

10. No dejes que se prolonguen demasiado las situaciones de excesiva exigencia.


Para ello, debes estar atento a la salud y al descanso para que nadie llegue al
agotamiento psíquico o físico.

Debes extremar los cuidados a los más necesitados (no todos los hijos son
iguales) para evitar que tomen cuerpo las crisis de crecimiento o de madurez.

Tomado de "Educar el Carácter"


Por Alfonso Aguiló

Aprender a corregir

Es natural que los jóvenes y los mayores vean las cosas de distinto modo. Lo que
sería extraño es que un adolescente y una persona madura pensaran de idéntica
manera.

La educación no es empeñarse en que nuestros hijos sean como Einstein, o como


ese genio de las finanzas, o como aquella princesa que sale en las revistas.
Tampoco es el destino de los chicos llegar a ser lo que nosotros fuimos incapaces
de alcanzar, ni hacer esa espléndida carrera que tanto nos gusta... a nosotros. No.
Son ellos mismos.

Una labor de artesanía

Tener un proyecto educativo no significa meter a los hijos en un molde a presión.


La verdadera labor del educador es mucho más creativa: es como descubrir una
fina escultura dentro de un bloque de mármol, quitando lo que sobra, limando
asperezas y mejorando detalles.
Se trata de ir ayudándoles a quitar sus defectos para desvelar la riqueza de su
forma de ser y de entender las cosas.

Hay que buscar par los hijos ideales de equilibrio, de nobleza, de responsabilidad.
No de supremacía en todo, porque eso acaba por crear absurdos estados de
angustia. Lo que importa es fijarse unos retos que le hagan ser él mismo, pero
cada día un poco mejor; que le hagan conocer las satisfacción de fijarse unas
metas y cumplirlas.

La tarea de educar en la libertad es tan delicada y difícil como importante, porque


hay padres que, por afanes de libertad mal entendida, no educan; y otros que, por
afanes pedagógicos desmedidos, no respetan la libertad. Y no sabría decir qué
extremo es más negativo.

Las cuatro reglas

Educar no es una tarea fácil. El adolescente tiende por naturaleza a enjuiciarlo


todo, posee una considerable visión crítica de lo que le rodea. Eso no tiene por
qué ser forzosamente malo. Por el contrario, puede ser muy bueno. Pero habría
que establecer unas reglas del juego para que la crítica en la familia sea positiva.

Primera: Para que alguien tenga derecho a corregir tiene primero que ser persona
que esté capacitada para reconocer lo bueno de los demás y que sea capaz
también de decirlo: que no corrija quien no sepa elogiar de vez en cuando.

Porque si un padre no reconoce nunca lo que su hijo o su mujer hacen bien, ¿con
qué derecho podrá luego corregirles cuando fallen? En este sentido no debemos
olvidar que, el que nada positivo encuentra en los demás tiene que replantear su
vida desde los cimientos: algo en él no va bien, tiene una ceguera que le inhabilita
para corregir.

Con mucho cariño

Segunda: Ha de corregirse por cariño: tiene que ser la crítica del amigo, no la del
enemigo. Y para eso tiene que ser serena y ponderada, sin precipitaciones y sin
apasionamiento: tiene que ser cuidadosa, con el mismo primor con que se cura
una herida, sin ironías ni sarcasmos, con esperanza de verdadera mejoría.
Tercera: Tampoco debe darse la corrección sin antes hacer examen sobre la
propia culpabilidad en lo que se va a corregir. Cuando algo marcha mal en la
familia, casi nunca nadie puede decir que está libre de toda culpa.

Además, cuando uno se siente corresponsable de un error, corrige de forma


distinta. Porque corrige desde dentro, comenzando por la confesión de la propia
culpa. De este modo, el corregido entenderá mucho mejor porque empezamos por
compartir su error con el nuestro, y no lo verá como una agresión desde fuera sino
como una ayuda desde dentro.

La crítica destructiva es tan fácil como difícil es la constructiva.

Resulta muy eficaz que en la familia haya fluidez en la corrección, que se puedan
decir unos a otros las cosas con normalidad. Que los agravios o los enfados no se
queden dentro de los corazones, porque ahí se pudren.

Poco a poco

Cuarta: Regla múltiple sobre la forma de llevar a cabo la corrección. Ésta ha de


ser cara a cara, pues no hay nada más sucio que la murmuración o la denuncia
anónima del que tira la piedra y esconde la mano; a la persona interesada y en
privado; y siempre sin comparar con otras personas: nada de "aprende de tu
primo, que saca tan buenas notas, o del vecino de arriba que es tan educado..."

Con mucha prudencia antes de juzgar las intenciones y no hablar de lo que no se


ha comprobado bien, pues corregir sobre rumores, suposiciones o sospechas,
supone hacer méritos para ser injusto.

La corrección deber ser específica y concreta, no generalizadora ; sabiendo


centrarse en el tema, sin exageraciones, sin superlativos, sin abusar de palabras
como siempre, nunca... Conviene hablar de una o dos cosas cada vez, porque si
acumulásemos una lista parecería una enmienda a la totalidad más que otra cosa;
y sin reiterarlas demasiado: hay que darles tiempo para mejorar. Además, la
excesiva machaconería se vuelve también contraproducente.

El mejor momento

Por último, hay que saber elegir el momento para corregir o aconsejar, que ha de
ser cuanto antes, pero siempre esperando a estar los dos tranquilos para hablar y
tranquilos para escuchar: si uno está aún nervioso o afectado por un enfado, quizá
sea mejor esperar un poco más, porque de los contrario probablemente se
estropeen más las cosas en vez de arreglarse. Corregir sí, pero siempre
poniéndose antes en un lugar, haciéndose cargo de sus circunstancias,
procurando, como dice el refrán, calzar un mes sus zapatos antes de juzgar.

Actuando así, se corrige de modo distinto. Incluso veremos que muchas veces es
mejor callarnos: hay quien dijo que si pudiéramos leer la historia secreta de
nuestros enemigos, hallaríamos en sus vidas penas y sufrimientos suficientes
como para desarmar nuestra hostilidad.

Un buen ambiente familiar

La amistad entre padres e hijos se puede armonizar perfectamente con la


autoridad que requiere la educación.

Es preciso crear un clima de gran confianza y de libertad, aun a riesgo de que


alguna vez sean engañados. Más vale que luego ellos se avergüencen de haber
abusado de esa confianza y se corrijan.

En cambio, cuando falta un mínimo de libertad, la familia se puede convertir en


una auténtica escuela de la simulación.

A los adolescentes les cuesta mucho obedecer pero tienen que entender que,
guste o no, todos obedecemos. En cualquier colectivo, las relaciones humanas
implican vínculos y dependencias, y eso es inevitable. No pueden engañarse con
ensueños de rebeldía infantil.

En definitiva, obedecer es a veces incómodo, es verdad. Pero tienen que descubrir


que no siempre lo más cómodo es lo mejor. Deben darse cuenta de que el mejor
camino para ser libre es lograr ser dueños de uno mismo. Han de comprender que
sólo una persona bien curtida en la obediencia juvenil será libre en la edad adulta.

Para pensar

o Procura fijarte más en los valores positivos de los demás. Y al observar sus
defectos, o lo que te parece a ti que son defectos, piensa si no los hay -esos
mimos- también en tu vida.

o No debes olvidar que -no se sabe en virtud de qué misteriosa tendencia- todos
solemos proyectar en los demás nuestros propios defectos.
o No pierdas la paciencia. Cuando pienses cosas como "le he dicho a esta criatura
por lo menos cuarenta veces que... y no hay manera", no dejes de preguntarte si
quizá también tú te has propuesto cuarenta veces muchas cosas que luego no has
logrado hacer.

o Esto no quiere decir que no debamos exigir y corregir porque nosotros no


seamos perfectos. Pero cuando alguien es consciente de sus propios defectos, la
tarea de educar se percibe casi como una tarea de compañerismo: se celebra el
triunfo del otro y se sabe disculpar y disimular la derrota, porque se confía en que
le llegarán también tiempos de victoria.

o Sé prudente antes de juzgar o corregir: recuerda aquello de que el bien debe ser
supuesto, el mal debe ser probado; y eso otro de oír la otra campana, y saber
quién es el campanero...

o Para que la corrección sea eficaz, es preciso lograr previamente un clima de


confianza. A veces somos rígidos y distantes porque estamos inseguros, porque
no nos lanzamos a educar es la confianza, y no debe olvidarse que la confianza es
un gran valor en la educación.

... y actuar

Plantea en una tertulia familiar cómo podríais lograr una mayor fluidez en la
corrección, de manera que os podáis decir unos a otros con cierta normalidad las
cosas que os molestan. No dejes de explicar que los agravios o los enfados no
deben quedarse dentro del corazón, porque ahí se pudren; y que es preciso saber
perdonar y dar un voto de confianza a todos: el verdadero perdón es siempre
generoso en conceder oportunidades de enmendarse.

Tomado de "Hacer Familia"


Por Alfonso Aguiló

Como lograr una autoridad positiva con los hijos

Tener autoridad, que no autoritarismo, es básico para la educación de nuestro hijo.


Debemos marcar límites y objetivos claros que permitan diferenciar qué está bien
y qué está mal, pero uno de los errores más frecuentes de padres y madres es
excederse en la tolerancia. Y entonces empiezan los problemas. Hay que llegar a
un equilibrio, ¿cómo conseguirlo para tener autoridad?

En una de las primeras charlas que dí a un grupo de padres de un parvulario, una


madre levantó la mano y me preguntó:

- ¿Qué hago si mi hijo está encima de la mesa y no quiere bajar?

- Dígale que baje, -le dije yo.

- Ya se lo digo, pero no me hace caso y no baja -respondió la madre con voz de


derrotada.

- ¿Cuántos años tiene el niño? - le pregunté.

- Tres años - afirmó ella.

Situaciones semejantes a ésta se presentan frecuentemente cuando tengo la


ocasión de comunicar con un grupo de padres. Generalmente suele ser la madre
quien pone la mesa aunque estén los dos. El padre simplemente asiente, bien con
un silencio cómplice, bien afirmando con la cabeza, porque el problema es de los
dos, evidentemente.

¿Qué ha pasado para que en tan pocos meses una pareja de personas adultas,
triunfadoras en el campo profesional y social, hayan dilapidado el capital de
autoridad que tenían cuando nació el niño?

Actuaciones paternas y maternas, a veces llenas de buena voluntad, minan la


propia autoridad y hacen que los niños primero y los adolescentes después no
tengan un desarrollo equilibrado y feliz con la consiguiente angustia para los
padres. El padre o la madre que primero reconoce no saber qué hacer ante las
conductas disruptivas de su pequeño y que, después, siente que ha perdido a su
hijo adolescente, no puede disfrutar de una buena calidad de vida, por muy bien
que vaya económica, laboral y socialmente, porque ha fracasado en el "negocio"
más importante: la educación de sus hijos.

¿Cuáles son los errores más frecuentes que padres y madres cometemos
cuando interaccionamos con nuestros hijos?

Antes de que siga leyendo, quiero advertirle que, posiblemente, usted, como todos
-yo también- en alguna ocasión ha cometido cada uno de los errores que se
apuntan a continuación. No se preocupe por ello. No es un desastre. Es lo normal
en cualquier persona que intenta educar TODOS LOS DIAS. Tiene su parte
positiva. Quiere decir que intenta educar, lo cual ya es mucho. 

En educación lo que deja huella en el niño no es lo que se hace alguna vez, sino
lo que se hace continuamente. Lo importante es que, tras un periodo de reflexión,
los padres consideren, en cada caso, las actuaciones que pueden ser más
negativas para la educación de sus hijos, y traten de ponerles remedio. 
Estos son los principales errores que, con más frecuencia, debilitan y disminuyen
la autoridad de los padres:

- La permisividad. Es imposible educar sin intervenir. El niño, cuando nace, no


tiene conciencia de que es bueno ni de lo que es malo. No sabe si se puede rayar
en las paredes o no. Los adultos somos los que hemos de decirle lo que está bien
o lo que está mal. El dejar que se ponga de pie encima del sofá porque es
pequeño, por miedo a frustrarlo o por comodidad es el principio de una mala
educación. Un hijo que hace "fechorías" y su padre no le corrige, piensa que es
porque su padre ni lo estima ni lo valora. Los niños necesitan referentes y límites
para crecer seguros y felices.

- Ceder después de decir no. Una vez que usted se ha decidido a actuar, la
primera regla de oro a respetar es la del no. El no es innegociable. Nunca se
puede negociar el no, y perdone que insista, pero es el error más frecuente y que
más daño hace a los niños. Cuando usted vaya a decir no a su hijo, piénselo bien,
porque no hay marcha atrás. Si usted le ha dicho a su hijo que hoy no verá la
televisión, porque ayer estuvo más tiempo del que debía y no hizo los deberes, su
hijo no puede ver la televisión aunque le pida de rodillas y por favor, con cara
suplicante, llena de pena, otra oportunidad. Hay niños tan entrenados en esta
parodia que podrían enseñar mucho a las estrellas del cine y del teatro.

En cambio, el sí, sí se puede negociar. Si usted piensa que el niño puede ver la
televisión esa tarde, negocie con él qué programa y cuanto rato.

- El autoritarismo. Es el otro extremo del mismo palo que la permisividad. Es


intentar que el niño/a haga todo lo que el padre quiera anulándole su personalidad.
El autoritarismo sólo persigue la obediencia por la obediencia. Su objetivo no es
una persona equilibrada y con capacidad de autodominio, sino hacer una persona
sumisa, esclavo sin iniciativa, que haga todo lo que dice el adulto. Es tan negativo
para la educación como la permisividad.

- Falta de coherencia. Ya hemos dicho que los niños han de tener referentes y
límites estables. Las reacciones del padre/madre han de ser siempre dentro de
una misma línea ante los mismos hechos. Nuestro estado de ánimo ha de influir lo
menos posible en la importancia que se da a los hechos. Si hoy está mal rayar la
pared, mañana, también.

Igualmente es fundamental la coherencia entre el padre y la madre. Si el padre le


dice a su hijo que se ha de comer con los cubiertos, la madre le ha de apoyar, y
veceversa. No debe caer en la trampa de : "Dejalo que coma como quiera, lo
importante es que coma".

- Gritar. Perder los estribos. A veces es difícil no perderlos. De hecho todo


educador sincero reconoce haberlos perdido alguna vez en mayor o menor
medida. Perder los estribos supone un abuso de la fuerza que conlleva una
humillación y un deterioro de la autoestima para el niño. Además, a todo se
acostumbra uno. El niño también a los gritos a los que cada vez hace menos caso:
Perro labrador, poco morderor. Al final, para que el niño hiciera caso, habría que
gritar tanto que ninguna garganta humana está concebida para alcanzar la
potencia de grito necesaria para que el niño reaccionase.

Gritar conlleva un peligro inherente. Cuando los gritos no dan resultado, la ira del
adulto puede pasar fácilmente al insulto, la humillación e incluso los malos tratos
psíquicos y físicos, lo cual es muy grave.

Nunca debemos llegar a este extremo. Si los padres se sienten desbordados,


deben pedir ayuda: tutores, psicólogos, escuelas de padres...

- No cumplir las promesas ni las amenazas. El niño aprende muy pronto que
cuanto más promete o amenaza un padre/madre menos cumple lo que dicen.
Cada promesa o amenaza no cumplida es un girón de autoridad que se queda por
el camino. Las promesas y amenazas deben ser realistas, es decir fáciles de
aplicar. Un día sin tele o sin salir, es posible. Un mes es imposible.

- No negociar. No negociar nunca implica rigidez e inflexibilidad. Supone


autoritarismo y abuso de poder, y por lo tanto incomunicación. Un camino ideal
para que en la adolescencia se rompan las relaciones entre los padres y los hijos.
- No escuchar. Dodson dice en su libro El arte de ser padres, que una buena
madre -hoy también podemos decir padre- es la que escucha a su hijo aunque
esté hablando por teléfono. Muchos padres se quejan de que sus hijos no los
escuchan. Y el problema es que ellos no han escuchado nunca a sus hijos. Los
han juzgado, evaluado y les han dicho lo que habían de hacer, pero escuchar ...
nunca.

- Exigir éxitos inmediatos. Con frecuencia, los padres tienen poca paciencia con
sus hijos. Querrían que fueran los mejores... ¡ya!. Con los hijos olvidan que nadie
ha nacido enseñado. Y todo requiere un período de aprendizaje con sus
correspondientes errores. Esto que admiten en los demás no pueden soportarlo
cuando se trata de sus hijos, en los que sólo ven las cosas negativas y que,
lógicamente, "para que el niño aprenda" se las repiten una y otra vez.

Sin embargo, una vez que sabemos lo que hemos de evitar, algunos consejos y
"trucos" sencillos pueden aligerar este problema, ofrecer un desarrollo equilibrado
a los hijos y proporcionar paz a las personas y al hogar. Estos consejos sólo
requieren, por un lado, el convencimiento -muy importante- de que son efectivos y,
por otro, llevarlas a la práctica de manera constante y coherente.

Algunas de estas técnicas ya han sido comentadas al hablar de los errores, y ya


no insistiré en ellas. Me limitaré a enunciar brevemente, actuaciones concretas y
positivas que ayudan a tener prestigio y autoridad positiva ante los hijos:

- Tener unos objetivos claros de lo que pretendemos cuando educamos. Es la


primera condición sin la cual podemos dar muchos palos de ciego. Estos objetivos
han de ser pocos, formulados y compartidos por la pareja, de tal manera que los
dos se sienten comprometidos con el fin que persiguen. Requieren tiempo de
comentario, incluso, a veces, papel y lápiz para precisarlos y no olvidarlos.
Además deben revisarse si sospechamos que los hemos olvidado o ya se han
quedado desfasados por la edad del niño o las circunstancias familiares.

- Enseñar con claridad cosas concretas. Al niño no le vale decir "sé bueno",
"pórtate bien" o "come bien". Estas instruccuiones generales no le dicen nada. Lo
que sí le vale es darle con cariño instrucciones concretas de cómo se coge el
tenedor y el cuchillo, por ejemplo.

- Dar tiempo de aprendizaje. Una vez hemos dado las instrucciones concretas y
claras, las primeras veces que las pone en práctica, necesita atención y apoyo
mediante ayudas verbales y físicas, si es necesario. Son cosas nuevas para él y
requiere un tiempo y una práctica guiada.

- Valorar siempre sus intentos y sus esfuerzos por mejorar, resaltando lo que hace
bien y pasando por alto lo que hace mal. Pensemos que lo que le sale mal no es
por fastidiarnos, sino porque está en proceso de aprendizaje. Al niño, como al
adulto, le encanta tener éxito y que se lo reconozcan.

- Dar ejemplo para tener fuerza moral y prestigio. Sin coherencia entre las
palabras y los hechos, jamás conseguiremos nada de los hijos. Antes, al contrario,
les confundiremos y les defraudaremos. Un padre no puede pedir a su hijo que
haga la cama si él no la hace nunca.

- Confiar en nuestro hijo. La confianza es una de las palabras clave. La autoridad


positiva supone que el niño tenga confianza en los padres. Es muy difícil que esto
ocurra si el padre no da ejemplo de confianza en el hijo.

- Actuar y huir de los discursos. Una vez que el niño tiene claro cual ha de ser su
actuación, es contraproducente invertir el tiempo en discursos para convencerlo.
Los sermones tienen un valor de efectividad igual a 0. Una vez que el niño ya sabe
qué ha de hacer, y no lo hace, actúe consecuentemente y aumentará su autoridad.

- Reconocer los errores propios. Nadie es perfecto, los padres tampoco. El


reconocimiento de un error por parte de los padres da seguridad y tranquilidad al
niño/a y le anima a tomar decisiones aunque se pueda equivocar, porque los
errores no son fracasos, sino equivocaciones que nos dicen lo que debemos
evitar. Los errores enseñan cuando hay espíritu de superación en la familia.

Todas estas recomendaciones pueden ser muy válidas para tener autoridad
positiva o totalmente ineficaces e incluso negativas. Todo depende de dos
factores, que si son importantes en cualquier actuación humana, en la relación con
los hijos son absolutamente imprescindibles: amor y sentido común.

Educar es estimar, decía Alexander Galí. El amor hace que las técnicas no
conviertan la relación en algo frío, rígido e inflexible y, por lo tanto, superficial y sin
valor a largo plazo. El amor supone tomar decisiones que a veces son dolorosas,
a corto plazo, para los padres y para los hijos, pero que después son valoradas de
tal manera que dejan un buen sabor de boca y un bienestar interior en los hijos y
en los padres.
El sentido común es lo que hace que se aplique la técnica adecuada en el
momento preciso y con la intensidad apropiada, en función del niño, del adulto y
de la situación en concreto. El sentido común nos dice que no debemos matar
moscas a cañonasos ni leones con tirachinas. Un adulto debe tener sentido común
para saber si tiene delante a una mosca o a un león. Si en algún momento tiene
dudas, debe buscar ayuda para tener las ideas claras antes de actuar.

Pablo Pascual Sorribas


Maestro, licenciado en Historia y logopeda

La verdadera autoridad y la disciplina

Hemos pasado de la educación autoritaria y casi militar a otra de signo


diametralmente opuesto, absolutamente permisiva, que deja al educando a su
libre albedrío, quien califica de traumatizantes y obsoletas palabras como
obediencia y disciplina, cuando son precisamente estas actitudes las que
«preparan para la libertad de la personalidad», como dice F.W. Foerster.

Sin obediencia, sin disciplina y sin autoridad, no habrá jamás verdadera


educación. ¿Por qué? Porque, por la obediencia, el niño tiene la seguridad de
realizar las buenas acciones que le inculcan sus padres y educadores, cuando
todavía no ha logrado descubrir por sí mismo lo que es bueno, lo que le conviene.
Por la disciplina aprende a formar buenos hábitos y actitudes, valores sólidos que
le proporcionarán confianza en sí mismo y le convertirán en joven esforzado,
responsable y dueño de sí, haciendo suya la frase de W.E. Henley: «Yo soy el
dueño de mi destino, soy el capitán de mi alma.»

Por la autoridad, fundada en razones y en la coherencia entre lo que hace y lo que


dice quien la ejerce, el niño se siente confiado, fuerte y seguro, al disponer de un
punto de referencia válido y fiable para guiar sus propias acciones hacia el bien y
aprender a valerse por sí mismo.

El lector ya conoce diversas maneras eficaces de aplicar y de inculcar a sus hijos


la disciplina desde la ciencia psicológica, como enseñanza, como conjunto de
estrategias capaces de despertar, alentar y motivar acciones y conductas
positivas.

Queda claro, por tanto, que la disciplina no debe entenderse en ningún caso como
una forma de castigar o de recuperar el control del educando, sino como la
oportunidad de aprendizaje, tanto para los padres como para los hijos, ya que la
disciplina no se aplica para que el padre o educador ejerza un control, sino para
que sea el hijo, el educando, quien se autocontrole (autodisciplina).

El fin que persigue la disciplina es hacer personas responsables, capaces de


superar las dificultades, de ser tenaces y persistentes hasta el final, y aprender a
sacar consecuencias naturales y lógicas por sí mismas. Pero para lograr todo
esto, los padres debemos permitir que nuestros hijos experimenten el resultado de
sus acciones y saquen sus propias consecuencias.

Veamos un sencillo ejemplo. Su hijo es descuidado y olvidadizo; por eso siempre


se deja el bocadillo olvidado cuando va al colegio. Si usted le recuerda cada día
que no olvide el bocadillo y hasta se ocupa de metérselo en la cartera, contribuye
a que se convierta en una persona olvidadiza e irresponsable.

Deje que su hijo experimente la sensación de hambre durante el recreo y vea con
ojos de deseo cómo sus compañeros devorar sabrosos bocatas, mientras él pasa
un poco de hambre. Estas consecuencias negativas del hambre le enseñarán a
cuidarse de sí mismo, a responsabilizarse. No hay disciplina mientras no hay
autocontrol y dominio de sí.

Nos queda, para terminar este tema, hablar de disciplina como acción coordinada
y responsable y verdadero fundamento de la riqueza material y espiritual, de la
cultura, de la autoestima, de la felicidad, de la realización personal y de la
sabiduría.

¿La disciplina tiene que ver con la sabiduría? ¡Totalmente! Todos los sabios
coinciden en los dos puntos básicos de disciplina mental:

a) La reflexión personal o aprendizaje de la propia experiencia, de lo que va


enseñando la vida.

b) Aprender de los demás, aprovechar lo descubierto por otros y encontrar


relaciones y nuevas conexiones.

La persona disciplinada, entrenada para la eficacia, revisa y reflexiona sobre su


pasado, recoge la experiencia acumulada por otros durante siglos y la invierte en
el futuro, Aprender de los demás, estudiar su vida y sus obras, es otra fuente de
sabiduría. El sabio lee, escucha, observa y no cesa de saciar su curiosidad
tratando de encontrar nuevos caminos.
La disciplina es la llave maestra, la base sobre la que se asienta la eficacia. La
falta de disciplina, por el contrario, la falta de método, de rigor, de tesón y de
persistencia en el esfuerzo, conducen inevitablemente al fracaso, a la decepción,
al descontento de sí mismo.

¿Y si, a pesar de todo, llegara el fracaso? La persona disciplinada siempre lo


sabría aprovechar como valiosa fuente de información para asegurarse el éxito en
nuevos intentos. Como bien dice Feather, «al parecer, el éxito es una cuestión de
perseverar cuando los demás ya han renunciado».

A continuación enumero aquello que precisamos para conseguir esa buena


disciplina como camino obligado para la autorrealización y la felicidad del hombre.

1. Encuentre un verdadero motivo, algo realmente importante, por lo que merezca


la pena luchar y póngalo por escrito, defínalo con toda claridad. ¿De verdad es
eso lo que más le interesa conseguir en esta vida? Pues, ¡adelante!

2. Determine con exactitud qué cosas le apartan de ese objetivo. Haga una lista de
todas ellas y establezca una estrategia adecuada para ir eliminando todos los
obstáculos, uno por uno.

3. Determine con la misma exactitud cuáles son las nuevas acciones positivas que
ha de realizar para alcanzar su objetivo. Establezca prioridades y trate de calibrar
el esfuerzo que será necesario para acometer cada nueva acción.

4. Haga una previsión de posibles contratiempos, dificultades y tentaciones de


abandono, cuando los buenos propósitos tengan que pasar por pruebas difíciles, y
especifique ya las estrategias especiales que tendrá que emplear para mantener
la disciplina.

5. Visualice el éxito, aquello que desea obtener, y deséelo con todas sus fuerzas,
véalo ya en sus manos. Que la fuerza de su pensamiento sea contundente,
arrolladora, incansable.

Por: Bernabé Tierno

Cada cual debe cuidar de su propia autoridad

Por Eusebio Ferrer


La autoridad también debe ejercerse en el momento preciso; no vale el escudarse
en el vulgar y dañino "se lo diré a papá cuando venga" o "eso no lo haríais a
vuestra madre". Cada cual debe sacar las "castañas del fuego" y responsabilizarse
del momento concreto. Es otra cosa, cuando se requiera la intervención del otro
cónyuge, porque la gravedad o seriedad del caso lo requiera, pero siempre
después de haber dejado a buen recaudo la propia autoridad.

La autoridad es un arma imprescindible para llevar los hijos a buen puerto

Nunca dejemos en el aire un "mañana hablaremos". Al día siguiente hay que


hablar, aunque la noche nos haya aclarado las ideas y veamos que aquello era
una tontería. Acaso lo preferible sea reconocerlo así, y enseñarles cómo se vive la
humildad de reconocer unos hechos. Lo perjudicial sería dejar el asunto como
difuso, como olvidado, aunque en la mente de todos quede pendiente de resolver.
La memoria de los hijos es una de las máquinas más perfectas que se conocen.

Nuestra autoridad no mengua por cumplir los mil detalles, por insignificantes que
sean o por poco elegantes que creamos, del funcionamiento del hogar, lo que sí
debemos cuidar, porque la autoridad va pareja con el prestigio, es no cometer
equivocaciones aunque sea a mil leguas de nuestros hijos. El emborracharnos en
Cuenca, si vivimos en Varsovia, es un golpe directo a nuestra autoridad, porque
difícilmente podremos mirar a la cara al hijo que simplemente llega un cuarto de
hora tarde. Sin embargo, este sentido de culpabilidad propia no es sano y hay que
olvidarse de él.

Es cierto que no somos perfectos, pero debemos actuar como si lo fuésemos, de


ahí la necesidad que tenemos de esforzarnos en portarnos como deseamos que
se comporten los hijos. Esta fortaleza la necesitamos para enfrentarnos con
valentía frente a los mil problemas que nos surgirán.

En cualquier de los casos no somos unos seres de distinta naturaleza y si por


cualquier causa nos echaran en cara una debilidad, debemos tener el suficiente
temple para defendernos y para ofrecerles una panorámica de su forma de ser,
para que también mejoren. La educación ya hemos dicho anteriormente que
nunca acaba, ni para los hijos ni para los padres.

El gran vicio de la autoridad es la tiranía, el emborracharse de poder y mandar sin


tener en cuenta la necesidad o el beneficio que puede reportar lo mandado, a no
ser que sea un beneficio para el que manda. Éste es el padre que no deja salir a
los hijos de casa, porque sabe que debería ir con ellos y prefiere quedarse junto a
la estufa; es la madre que ordena al niño quedarse sentadito mirando la televisión,
porque le da pereza que ande por la casa, porque la deja perdida. Es el padre que
sin consultarle matricula a su hijo en Ingeniería, porque así seguirá la tradición
familiar iniciada en el XVIII, o la madre que maquina que la hija se prometa con
Fernandito, el hijo de los Regúlez, el sueño de toda su vida.

Las órdenes que se dan deben tener siempre un sentido de servicio a los demás,
de beneficio para quien la lleve a cabo. Exigir que se llegue a una hora concreta,
sirve para que al cumplir lo ordenado, se contribuya al buen funcionamiento del
hogar y a respetar el trabajo de quien tuvo que guisar. El no consentir ciertas
ironías o burlas, no es más que ayudar a vivir un ambiente mejor al no tratar de
herir a nadie. Exigir respuestas respetuosas, es ayudar a dialogar y aceptar la
opinión de los demás y que respeten la propia.

La otra cara del vicio de la autoridad es la renuncia.. El pesimismo de decir que no


hay nada que hacer, que los hijos son demasiado jóvenes o viejos para que
podamos actuar, que los tiempos son excesivamente duros, que... y aceptamos
los hechos con una resignación propia de un estoico. Pasamos de simples
ejecutores a espectadores.

Si la malicia de la tiranía no es preciso resaltarla, porque cae por su propio peso,


la de la renuncia a jugar el papel que nos ha sido encomendado a veces es peor,
aunque cueste más reconocerlo.

Tomado de "Exigir para educar"

Enseñar con el ejemplo

"¡Los niños a dormir que la película tiene dos rombos!", y los hijos, obedientes,
envolvían su docilidad entre las sábanas, mientras los padres permanecían, como
los rombos, pegados al televisor.

De esta manera se mantenía inmaculada la pureza del mundo infantil a fuerza de


alejarla todo lo posible de la pornografía. Aunque sólo fuera en blanco y negro,
podía atravesar la delicada piel de los niños, pero no la curtida epidermis de los
mayores. ¿Qué está ocurriendo? ¿Estábamos reinventando los dos mundos
platónicos: uno ideal - el de los niños - que lo cuidábamos entre algodones para
que no se contaminara y otro pesadamente real - el de los adultos - que lo
manteníamos como a las medicinas lejos del alcance de los niños? ¿Estábamos,
tal vez, ante una moderna esquizofrenia platónica?

"Hay que preservar a nuestros hijos de tanto bombardeo televisivo de violencia y


sexo", decimos ahora, aunque sabemos que es demasiado tarde. Ya no estamos
a tiempo de prevenir, sino de hacer curas de urgencia; ya no es momento de
enseñar a nadar, sino de lanzar salvavidas desesperadamente; ya no es hora de
reparar el fuselaje, sino de tirar de la anilla del paracaídas. Nos apresuramos a
tapar con nuestras manos los ojos de la inocencia, nos preocupamos de
codificarles el mal, nos cuidamos de cerrarles a cal y canto la puerta de nuestro
mundo (lleno de nuestras propias contradicciones), pero el mundo irreal que
hemos creado para guardar su inocencia se desvanece por el ojo de la cerradura.
¿Qué está ocurriendo? ¿Acaso se pueden limpiar los cristales con agua sucia o
apagar las llamas con fuego?

Denunciamos la violencia en los dibujos animados, pero no en las películas para


mayores; nos escandaliza la pornografía televisiva antes de las once, pero no la
de madrugada; condenamos los malos ejemplos en la programación infantil, pero
no en la de los niños en un lugar esterilizado, en una fortaleza amurallada por
nuestras mentiras, en un mundo platónico idílico y perfecto. Mientras tanto les
esperamos aquí abajo a que se hagan adultos de golpe, les explicamos que los
niños no vienen de París y les damos la bienvenida destronando las prohibiciones
por ridículas y pueriles.

Y si nos preguntan por qué ellos no pueden ver tal cosa, les respondemos que
porque son pequeños. Así les mostramos que ser adulto justifica cualquier
comportamiento, les enseñamos falsos argumentos éticos y les iniciamos en
nuestra esquizofrenia platónica. Pero quizá esos "locos bajitos ", como los llamaba
Gila, sean el reflejo de lo que nos gustaría exigirnos a nosotros mismos si la
resignación no se hubiera apoderado de nuestras vidas desde que dejamos de ser
niños.

Tomado de "Hacer Familia"


Por Carlos Goñi

¿Cuál es la diferencia entre disciplina y castigo?

La disciplina le enseña al niño(a) como actuar, debe tener sentido para él/ella y
tiene que ver con algo que el niño(a) hizo equivocadamente. La disciplina ayuda al
niño(a) a sentirse bien consigo mismo, a corregir sus errores y le ayuda a tomar
responsabilidad de sus acciones.

El castigo por el contrario, únicamente le dice al niño(a) lo que él/ ella hizo mal,
pero no le dice lo que debería hacer en cambio; por lo que el castigo muchas
veces no tiene sentido para el niño(a) y usualmente no tiene que ver con lo que el
niño(a) hizo mal.

Aquí tiene algunos ejemplos de situaciones que se dan en la vida diaria, y


ejemplos de castigo y disciplina que pueden ser aplicados a estos casos:

Ejemplo No.1: Su niño(a) de 3 años tira los crayones al piso.

Castigo: Dígale que es un niño(a) que no sabe comportarse y péguele en las


manos.

Disciplina: Dígale que recoja los crayones. Explíquele que los crayones se podrían
quebrar o que podrian manchar el piso. Pónga los crayones fuera del alcance de
su niño(a) por uno o dos días.

Ejemplo No. 2: Su niño(a) de 2 años vacía el cesto (bote) de basura.

Castigo: Déle un par de nalgadas y envíelo a su cuarto.

Disciplina: Dígale que él/ella no puede jugar con el cesto de la basura y permítale
jugar con algo que él/ella pueda llenar y vaciar.

¿Qué tipo de disciplina es adecuado para la edad de mi niño(a)?

Los niño(a)s pequeños o bebés no necesitan disciplina. Ellos no se comportan mal


de manera intencional, porque cuando ellos lloran no lo hacen para enojarlo o
controlarlo a usted, sino porque ellos necesitan algo, quizá tengan hambre, sueño,
dolor, o simplemente necesitan estar en sus brazos.

Un niño(a) no puede ser malcriado durante los primeros seis meses de edad. Los
bebés que son sostenidos en brazos cuando lloran aprenden a sentirse seguros y
usualmente lloran menos conforme crecen y tan pronto como ellos pueden hablar,
ellos usan palabras para expresar sus necesidades.
Los niño(a)s que gatean (caminan con las rodillas) usualmente juegan o quiebran
objetos que encuentran a su paso. No olvide proteger su casa a prueba de
niño(a)s.

Distraiga a su niño(a), cuando él/ella hace algo que no le agrada a usted. Use
palabras como "Detente/Para" ó "No toques" para evitar que toquen aquellos
objetos que usted no quiere que se destruyan y sobre todo dígale a su niño(a) las
reglas a seguir. Al mismo tiempo, déle a su niño(a) la oportunidad de explorar y
experimentar nuevas cosas en forma segura en al menos una de las habitaciones
de la casa.

Los niño(a)s que empiezan a caminar podrán alcanzar casi todos los objetos en la
casa, porque ellos están aprendiendo a subirse por todos lados. Recuerde
proteger su casa a prueba de niño(a)s, use la distracción como disciplina, dígale
las reglas de juego y empiece a usar períodos cortos de disciplina, tales como
sentando a su niño(a) en un lugar aislado para disciplinarlo(a).

Los niño(a)s hablan más y más cada día, por lo que es mucho más fácil
explicarles las cosas y escuchar lo que ellos tengan que decir.

Use pequeñas recompensas cuando sea posible. Aplauda cuando ellos hacen
algo bien, éles más y más abrazos y elógielos constantemente, pero también
disciplínelos cuando sea necesario.

Adaptado al Español por German Cutz, Especialista en Programas de Extensión


en Español. Extensión de la Universidad de Illinois.

El ejercicio de la autoridad en los padres

¿Qué ocurre cuando no tenemos autoridad en la familia? Que nuestro hijo se


apodera de ella. Los educadores saben que una autoridad bien entendida obtiene
el respeto del niño y es la piedra angular para desarrollar personas equilibradas y
felices. de eso se trata, de ayudar a crecer. ¿Cómo conseguir autoridad? Es
importante tomar decisiones correctas y útiles para el niño día a día.

La palabra autoridad se deriva del verbo latino "augere", que quiere decir ayudar a
crecer. Para un educador es importante distinguir entre:

"ser autoridad"
"tener poder"

"tener autoridad"

Una persona es autoridad por el cargo que ocupa. El director en la empresa, el


alcalde en la ciudad, el profesor en la clase o el padre-madre en la familia son, por
principio, la autoridad. Como consecuencia de ser autoridad tienen, a priori, un
capital de prestigio y de reconocimiento que les permite tener autoridad.

En efecto, cuando nace nuestro hijo todos los padres disponemos del mismo
capital de autoridad. En cambio, vemos a diario que, cuando un niño tiene sólo
tres años, ya hay padres que han sido capaces de aumentar su autoridad y padres
que han perdido gran parte del capital con que partieron. Para seguir teniendo
autoridad es preciso ganarla día a día con decisiones:
correctas, justas y útiles.

Por otro lado, el ser autoridad conlleva no sólo tener poder para mandar a otros,
sino también una capacidad coercitiva. Es aquello de que quien manda, manda,
aunque mande mal. Cuanta más autoridad tenemos como padres, menos hemos
de ejercer el poder. Y al contrario, en la medida que nuestra autoridad disminuye,
debemos imponer medidas coercitivas: castigos, gritos, enfados, etc. que cada día
han de ser mayores para que tengan efecto, deteriorando así la buena relación
entre nosotros y nuestros hijos y, en consecuencia, la calidad de vida familiar.

¿Qué pasa cuando no tenemos autoridad en la familia?

Tenemos que partir de la base que la relación entre padres e hijos en edad de
educar no es una relación de igualdad, sino jerarquizada. Un padre es un adulto al
que se le supone una sabiduría que nuestro hijo no tiene. Los niños, hasta la
adolescencia, tienen una gran capacidad para aprender datos y conocimientos,
pero no tienen sentido común para afrontar muchas situaciones de la vida diaria.
Hemos de ser nosotros, los padres, quienes pongamos los límites a su libertad
individual para protegerlo físicamente, ya que puede, por ejemplo, cruzar la calle
impulsivamente sin reparar en los coches que lo pueden herir o matar.

Igualmente debe ser un adulto quien le obligue en ocasiones a realizar una tarea
que en principio no le apetece pero que a largo plazo supondrá un gran bien para
él. Es el caso de muchos niños que tienen en un primer momento aversión a la
natación, pero tras obligarles con firmeza y cariño aprenden a nadar y esta
actividad acaba siendo una de las que más satisfacciones les produce.
Somos los padres quienes hemos de tomar decisiones por él para evitar males
mayores que afectan además a otras personas, como compañeros y profesores.
Fernando Savater dice "el padre que no quiere figurar sino como el mejor amigo
de sus hijos, algo parecido a un arrugado compañero de juegos, sirve para poco; y
la madre, cuya única vanidad profesional es que la tomen por hermana
ligeramente mayor que su hija, tampoco sirve para mucho más".

Cuando no tenemos autoridad, nuestro hijo se convierte en autoridad, llegando a


disponer y a usar la correspondiente cuota de poder inherente a ella. Nadie desea
un jefe que no tenga ni sabiduría, ni sentido común, ni ningún sentido de la medida
para ejercer su poder, porque estaremos soportando y sufriendo un tirano, un
dictador, que es en lo que se convierte nuestro hijo cuando se da esta
circunstancia.

En segundo lugar, si nuestro hijo no encuentra "autoridad" en casa porque la


hemos perdido, la busca fuera de ella. Busca líderes individuales que no siempre
son positivos para él o se refugia en el grupo al que sigue y sirve de modo
gregario (gregario quiere decir en rebaño) ciegamente, sin hacer caso a los
esfuerzos de las personas que lo quieren bien.

Por último, muchos de nosotros, cuando llegamos a esta situación, nos sentimos
impotentes, pedimos ayuda al Estado y a la escuela, y no sólo queremos que
actúen por nosotros, sino que además exigimos resultados cuando a lo largo de
los años no hemos sabido o querido vivir como un adulto con todas sus
consecuencias.

¿Cómo tener autoridad?

El primer requisito para tener autoridad es, como ya hemos dicho, ejercerla día a
día. Como cualquier actividad, si no se practica se pierde. Los padres hemos de
tomar decisiones diarias que ayuden a nuestro hijo a respetar los límites naturales,
que le ayuden a madurar como persona. La permisividad y el "dejar hacer" son
enemigos de la autoridad que ayuda a crecer.

En segundo lugar es necesario huir del autoritarismo, consistente en el ejercicio


del poder de modo injusto, inútil y cuando no se debe.

En tercer lugar, para tener autoridad es preciso tener prestigio. Una persona tiene
prestigio cuando se le reconoce una habilidad o cualidad determinada. Un estudio
de la Universidad de Navarra comprobó que el prestigio de los padres ante los
hijos no depende ni del dinero que ganan, ni del coche que tienen, ni de la práctica
de un deporte, ni tan siquiera del cargo que ocupan, sino que depende de tres
factores fundamentales:

Del modo de ser de la persona: generosa, serena, optimista, humilde, generosa, ...

Del modo de trabajar: el hijo exige de sus padres un trabajo de calidad y un


comportamiento honrado en su actividad laboral.

1. Del modo de tratar a los demás: Tanto a la familia como a los amigos y
compañeros, o a la sociedad en general.

2. Por último, no hay autoridad sin respeto fundamentado en la integridad, la


sinceridad y la empatía con el prójimo, nunca en el miedo y en la imposición.

http://www.solohijos.com
Pablo Pascual Sorribas Maestro, licenciado en Historia y logopeda.

Mandamases o mandamientos

Por Jesús Carnicero

Ejercer la autoridad paterna parece en los tiempos actuales una utopía autoritaria
prohibida para los amantes de la libertad. Las estadísticas de una crisis difícil de
remontar. Los padres todavía cuentan con autoridad y saben hacerse obedecer en
uno de cada tres hogares, aunque a veces sea a regañadientes, según opinan los
mas de mil adolescentes consultados.

En otra tercera parte de hogares no existe esta autoridad, por un doble motivo:
bien porque el padre se ha acomodado a las circunstancias y prefiere transigir en
vez de exigir; o bien porqué un padre autoritario ha roto el hilo de comunicación
con sus hijos e hijas.

Por último, algo más de una tercera parte de los adolescentes parece confundir la
autoridad con el autoritarismo, hasta tal extremo ha llegado la crisis de Autoridad. ,
es que el simple enunciado de la palabra despierta animadversión. Ante la simple
enunciación de la pregunta "¿Quién crees que manda en tu casa?", este último
grupo de chicos y chicas de 14 a 18 años, reaccionan como si el simple ejercicio
de la autoridad fuese algo en sí mismo negativo, como si la autoridad estuviese
mal vista. "Mi casa no es un cuartel y no manda nadie". "Somos personas libres";
"no hay alguien que mande, todos mandamos algo", son algunas de las
expresiones más corrientes entre este grupo para demostrar que en su casa no
existe una autoridad bien definida.

Hogares anárquicos

El porcentaje de chicos y chicas que, con distintas expresiones, viene a decir que
"en mi casa mandamos todos", o que "en mi casa no manda nadie", que viene a
ser lo mismo, es del 28,3% entre los chicos y del 26,3% entre las chicas. Es
significativo este porcentaje porque la posibilidad de hogares donde no hubiera
autoridad no figuraba entre las proposiciones de la encuesta, que se referían a la
opción de que mandara el padre, que mandara la madre o que mandaran ambos
conjuntamente. Por tanto, las expresiones de rechazo de la autoridad, de las
respuestas de los adolescentes se desprende un desprestigio de la autoridad, una
confusión entre la autoridad y autoritarismo, que chicos y chicas expresan de
muchas maneras: "todos queremos mandar, pero casi nadie lo consigue", "hay un
sistema democrático, mandamos todos", Mandamos todos, casi siempre", "un
intercambio de opiniones hace funcionar nuestra casa"... son algunas de las frases
indicativas de que la autoridad no atraviesa el mejor momento.

A favor de la corriente

Pero al margen de las causas que han llevado al desprestigio de la autoridad, se


deduce de las contestaciones de los chicos y chicas que muchos padres (al
menos, uno de cada tres) parecen haber desertado de ejercer la autoridad y ha
adoptado una actitud acomodaticia que evita el conflicto o el tener que ir contra la
corriente de modas y costumbres. Ejemplos de esa actitud acomodaticia hay
varios, pero uno solo puede bastarnos: la mayor parte de los adolescentes que
suelen salir el fin de semana de "movida" admite que dejan preocupados a sus
padres, pero sólo un 5% (28 chicos y 24 chicas sobre un total de 1016) señalaban
hallarse sometidos a uno hora fija de regreso la noche del viernes o sábado, que
oscilaba entre las 9:30 y las 11:30 horas ¡Hijos al poder! Chicos y chicas son
conscientes de que tienen mucho poder, aunque muy poquitos afirman mandar
ellos en casa. Se trata de un poder fáctico, y ellos sí que son conscientes. Había
que exceptuar a esos hogares en los que el padre o la madre manda
autoritariamente o tiránicamente ("los hijos no tenemos ni vos ni voto", "manda mi
padre, pero mi madre lo contradice bastante").
En cuanto a la elección entre el padre y la madre, en general los chicos son más
proclives a creer que es el padre quien manda en casa.

Hogares equilibrados

Pero, en conjunto, el mayor porcentaje de los adolescentes creen que el padre y la


madre mandan conjuntamente. Se trata de hogares en donde el padre, junto con
la madre, ejerce una autoridad natural, y, lo que es más importante, una autoridad
que los hijos no discuten, en la que no se excluye el diálogo, sino que, antes bien,
se fomente y se vive de un modo más intenso.

Padres comprensivos

En otra de las preguntas realizadas a los adolescentes se les planteaba qué


cualidades apreciaban más en el padre. Chicos y chicas, aunque especialmente
ellas, no dejaban lugar a dudas: la cualidad que más apreciaban en el padre era la
comprensión. Esto nos muestra bien a las claras el desprestigio de la autoridad,
probablemente confundida con arbitrariedad y malos modos. Queda más claro
esto cuando comprobamos que la cualidad menos valorada en el padre es
precisamente la exigencia.

Tomado de Cristo Hoy

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