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El Matimonio y La Familia en El Plan de Dios
El Matimonio y La Familia en El Plan de Dios
La Iglesia enseña que la familia es uno de los bienes más preciosos de la humanidad.
La familia es un don tan precioso porque forma parte del plan de Dios para que todas las personas
puedan nacer y desarrollarse en una comunidad de amor, ser buenos hijos de Dios en este mundo
y participar en la vida futura del Reino de los Cielos: Dios ha querido que los hombres, formando la
familia, colaboren con Él en esa tarea.
En la Sagrada Escritura -la Biblia-, se narra la creación del primer hombre y de la primera mujer:
Dios los creó a su imagen y semejanza; los hizo varón y mujer, los bendijo y les mandó crecer y
multiplicarse para poblar la tierra (cf. Gen 1,27). Y para que esto fuera posible de un modo
verdaderamente humano, Dios mandó que el hombre y la mujer se unieran para formar la
comunidad de vida y amor que es el matrimonio (cf. Gn 2,19-24).
Cuando las familias se forman según la voluntad de Dos, son fuertes, sanase y felices; hacen
posible la promoción humana y espiritual de sus miembros contribuyendo a la renovación de toda
la sociedad y de la misma Iglesia.
5. ¿Cómo ayuda la Iglesia a los hombres para que conozcan el bien de la familia?
La Iglesia ofrece su ayuda a todos los hombres recordándoles cuál es el designio de Dios sobre la
familia y el matrimonio. A los católicos corresponde de modo especial comprender y dar testimonio
de las enseñanzas de Jesucristo en este. campo.
Sólo con la ayuda de la grada de Dios, viviendo de verdad el Evangelio, es posible realizar
plenamente el proyecto de Dios sobre el matrimonio y la familia.
7. ¿Por qué hay tantas familias rotas, o con dificultades? ¿Por qué a veces parece tan difícil
de cumplir la voluntad de Dios sobre el matrimonio?
Adán y Eva pecaron desobedeciendo a Dios y desde entonces todos los hombres nacen con el
pecado original. Este pecado y los que comete cada persona hacen difícil conocer y cumplir la
voluntad de Dios sobre el matrimonio. Por eso Jesucristo quiso venir al mundo: para redimirnos del
pecado y para que pudiéramos vivir como hijos de Dios en esta vida y alcanzar el Cielo. Hace falta
la luz del Evangelio y la gracia de Cristo para devolverle al hombre, y también al matrimonio y a la
familia, su bondad y belleza originales.
8. ¿Qué consecuencias tiene para toda la sociedad no cumplir el plan de Dios sobre la
familia y el matrimonio?
Cuando la infidelidad, el egoísmo y la irresponsabilidad de los padres respecto a los hijos son las
normas de conducta, toda la sociedad se ve afectada por la corrupción, por la deshonestidad de
costumbres y por la violencia.
Los cambios culturales de las últimas décadas han influido fuertemente en el concepto tradicional
de la familia. Sin embargo, la familia es una institución natural dotada de una extraordinaria
vitalidad, con gran capacidad de reacción y defensa. No todos estos cambios han sido perjudiciales
y por eso el panorama actual sobre la familia puede decirse que está compuesto de aspectos
positivos y negativos.
El sentido cristiano de la vida ha influido para que en nuestra sociedad se promueva cada vez más:
una conciencia más viva de la libertad y responsabilidad personales en el seno de las familias; el
deseo de que las relaciones entre los esposos y de los padres con los hijos sean virtuosas; una
gran preocupación por la dignidad de la mujer; una actitud más atenta a la paternidad y maternidad
responsables; un mayor cuidado a la educación de los hijos; una mayor preocupación de las
familias para relacionarse y ayudarse entre sí.
Son muchos y todos ellos revelan las consecuencias que provoca el rechazo del amor de Dios por
los hombres y mujeres de nuestra época. De modo resumido podemos señalar: una equivocada
concepción de la independencia de los esposos; defectos en la autoridad y en la relación entre
padres e hijos; dificultades para que la familia transmita los valores humanos y cristianos; creciente
número de divorcios y de uniones no matrimoniales; el recurso fácil a la esterilización, al aborto y la
extensión de una mentalidad antinatalista muy difundida entre los matrimonios; condiciones
morales de miseria, inseguridad y materialismo; la emergencia silenciosa de gran número de niños
de la calle fruto de la irresponsabilidad o de la incapacidad educativa de sus padres; gran cantidad
de personas abandonadas por falta de familia estable y solidaria.
12. ¿Qué podemos hacer para que los signos negativos no prevalezcan?
La única solución verdaderamente eficaz es que cada hombre y cada mujer se esfuerce por vivir en
sus familias las enseñanzas del Evangelio, con autenticidad. El sentido cristiano de la vida hará
que siempre prevalezcan los signos positivos sobre los negativos, aunque éstos nunca falten.
Sí, porque Jesucristo nació en una familia ejemplar; Sus padres fueron José y María. Les obedeció
en todo (cf. Lc 2,51) y aprendió de ellos a crecer como verdadero hombre. Así pues, la familia de
Cristo es ejemplo y modelo para toda familia.
Los ejemplos de la Sagrada Familia alcanzan a los hombres de todas las épocas y culturas, porque
el único modo de conseguir la realización personal y la de los seres amados es crear un hogar en
donde la ternura, el respeto, la fidelidad, el trabajo, el servicio desinteresado sean loas normas de
vida.
Cada hombre es responsable de una manera u otra de la sociedad en que vive, y por tanto de la
institución familiar, que es su fundamento. Los casados, deben responder de que
la familia que han formado sea según el designio de Dios; los que permanecen solteros, deben
cuidar de aquella en que nacieron. Los jóvenes y adolescentes tienen una particular
responsabilidad de prepararse para construir establemente su futura familia.
CATECISMO DE LA FAMILIA
Y DEL MATRIMONIO
Padres Fernando Castro y Jaime Molina
Ser Padres
Autoridad
Aprender a equivocarse
Amistad, autoridad y obediencia
Aprender a corregir
Como lograr una autoridad positiva con los hijos
La verdadera autoridad y la disciplina
Cada cual debe cuidar de su propia autoridad
Enseñar con el ejemplo
¿Cuál es la diferencia entre disciplina y castigo?
El ejercicio de la autoridad en los padres
Mandamases o mandamientos
Ayudar a los hijos en sus dificultades es un reto que, muchas veces, se presenta
pesado, infructuoso y casi imposible
Tiene conciencia de su libertad y, bien o mal, sabe que puede usarla, aunque
desconoce su verdadero sentido. Se siente joven y experimenta que puede asir el
mundo con un apretón de manos. Este mundo atrapa su sed infinita de felicidad y
es lo que le causa las peores jugadas.
Quizá, un abismo gigantesco interfiere en las relaciones con los hijos. Los
problemas y las dificultades que atraviesan en sus vidas personales parecen
inasequibles para los padres. Los consejos y la cercanía que éstos quieren
brindar, no llegan hasta la orilla de sus hijos con el impacto esperado.
¿Qué hacer?
La respuesta no es nada sencilla porque los hijos tampoco están en una etapa
fácil. A veces el error de los padres es la desesperación, la impaciencia o la forma
brusca y autoritaria en el actuar (por ejemplo: correrlos de la casa).
Un buen medio es la comunicación entre los padres. Entre los dos se podrán
ayudar mejor a conocer a sus hijos. También ayuda tratar de "meterse en sus
zapatos". Intentar sentir lo que sienten, pensar en las contrariedades que les
acechan o que pueden estar pasando (¡están todavía madurando y necesitan
comprensión!).
Una postura rígida, por ejemplo, puede transformarse en una actitud afable,
amigable, paternal: Una gota de comprensión atrae más a los hijos que un barril
de regaños.
Otra solución estriba en el arte de escuchar a los hijos, interesarse por ellos; salir
de las "burbujas" rutinarias y darles el tiempo y la atención que merecen. Ayuda
mucho preguntarles su opinión, pedirles consejo, hacerles ver que su punto de
vista cuenta mucho. Aunque todavía no lo sean, necesitan ser tratados como
adultos.
Hay momentos que quizá ya se ha intentado mucho y los problemas de los hijos
parecen insuperables. Pensemos, por ejemplo, en aquéllos que están sumergidos
en la droga o el alcohol. Por desgracia, la solución se escurre de las manos como
el agua (¡y eso es lo más duro!).
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Los hijos, ¿propiedad o misión?
Es cierto que los niños nacen dentro de una familia, por lo que resulta natural que
la familia asuma la responsabilidad de esa vida que empieza. Pero el niño tiene un
corazón, un alma, y eso no es propiedad de nadie. La filosofía nos enseña que el
alma, lo más profundo de cada uno, no puede venir de los padres, sino que viene
de Dios. Los padres dan a su hijo el permiso para la vida y asumen la hermosa
tarea de ayudarle, pero no pueden dominarlo como al coche o al perro.
Entonces, ¿cuál es la actitud más correcta ante el hijo que hoy “camina” a gatas
por el pasillo y que pronto empezará a darse coscorrones en la cabeza? ¿Le
dejamos hacer lo que quiera? Este era el sueño de Rousseau con su “creatura”,
Emilio. No hace falta ser un gran psicólogo para comprender que el niño ideal de
Rousseau llegaría a la juventud sólo por obra de un milagro... La realidad es que
los padres están llamados a dar una formación profunda, correcta, clara, a sus
hijos.
Alguno podría pensar que la misión de los padres termina aquí, y que el resto le
toca a la escuela. Sin embargo, el hijo todavía tiene que aprender detalles de
educación que van mucho más allá de las normas de supervivencia o del usar
bien las palabras del propio idioma. Dar las gracias, pedir permiso, saludar a un
maestro, prestarle un juguete al amigo, hacer los deberes en vez de contemplar lo
que pasan por la tele...
La educación moral es uno de los grandes retos de toda la vida familiar. La mayor
alegría que pueden sentir unos padres es ver que sus hijos son, realmente,
buenos ciudadanos. El dolor de cualquier padre es darse cuenta de que su hijo
hace lo que quiere y que empieza a engañar a los maestros, a robar del monedero
de mamá, a golpear a los compañeros o hermanos más pequeños, e, incluso, a
levantar la voz en casa contra sus mismos padres...
San Agustín se quejaba de que sus educadores le regañaban más por un error de
ortografía que por una falta de comportamiento. La queja tiene una triste
actualidad en quienes se preocupan más por el 10 de sus hijos en inglés que por
la pornografía que vean en internet o por las primeras drogas que puedan tomar
con los amigos. Si somos sinceros, es mucho mejor tener un hijo agradecido y
bueno, aunque no sepa alta matemática, en vez de tener un hijo ingeniero que ni
siquiera es capaz de interesarse por lo que les ocurra a sus padres ancianos...
Esa es la misión que reciben los esposos cuando su amor culmina en la llegada
de un hijo. Cumplirla puede ser difícil, pero la alegría de un hijo bueno no se puede
comprar ni con todo el dinero del Banco Mundial...
Acabo de leer que cada año, sólo en Francia, se fugan de sus casas cien mil
adolescentes, y cincuenta mil intentan suicidarse. Los estragos de las drogas
-blandas, duras, naturales o de diseño- son conocidos y lamentados por todos.
Parece como si las conductas adictivas fueran casi el único refugio a la desolación
de muchos jóvenes. La gente mueve la cabeza horrorizada y piensa que casi nada
se puede hacer, que son los signos de los tiempos, un destino inexorable y ciego.
Sin embargo, se pueden hacer muchas cosas. Y una de ellas, muy importante, es
educar mejor los sentimientos. El sentimiento no tiene por qué ser un
sentimentalismo vaporoso, blandengue y azucarado. El sentimiento es una
poderosa realidad humana, que es preciso educar, pues no en vano los
sentimientos son los que con más fuerza habitualmente nos impulsan a actuar.
Es cierto que las disposiciones sentimentales tienen una componente innata, cuyo
alcance resulta difícil de precisar. Pero sabemos también la importancia de la
primera educación infantil, del fuerte influjo de la familia, de la escuela, de la
cultura en que se vive. Las disposiciones sentimentales pueden modelarse
bastante. Hay malos y buenos sentimientos, y los sentimientos favorecen unas
acciones y entorpecen otras, y por tanto favorecen o entorpecen una vida digna,
iluminada por una guía moral, coherente con un proyecto personal que nos
engrandece. La envidia, el egoísmo, la agresividad, la crueldad, la desidia, son
ciertamente carencias de virtud, pero también son carencias de una adecuada
educación de los correspondientes sentimientos, y son carencias que quebrantan
notablemente las posibilidades de una vida feliz.
Hablar de castidad en pleno siglo XXI puede parecer chocante y anacrónico. Tal
vez porque, erróneamente, ese término suele aludir a un conjunto de negaciones
del todo ajenas al amor, hasta acabar por identificarse con la pura y simple
abstención del trato corporal.
Refiriéndola a los casados, y con palabras que recuerdan las antes citadas, la
castidad conyugal sería la virtud que hace posible y facilita que a los quince,
veinte, veinticinco o muchos más años de matrimonio, cada esposo se encuentre
tan enamorado del otro y éste le resulte tan atractivo, en todos los sentidos del
término, como aquel día ya lejano en que los dos quedaron recíprocamente
prendados; o mejor, porque es más cierto, mucho más amable y arrebatador que
entonces, por cuanto el cariño prolongado le ha conducido a descubrir y ahondar
en su riqueza personal y en su hermosura más real y certera.
Acrecentar el cariño
Se entiende entonces que el principal y más definitivo acto de esta virtud consista
en fomentar positivamente, con las mil y una finuras que el ingenio enamorado
descubre, el amor hacia el otro cónyuge.
Por eso, para vivirla en toda su grandeza, es oportuno que cada miembro del
matrimonio dedique expresamente todos los días unos minutos a decidir aquel o
aquellos detalles de cariño y delicadeza con los que dará una alegría al otro y
elevará la calidad y la temperatura del amor mutuo; como también que ponga
todos los medios a su alcance para que esas manifestaciones de afecto decidido
lleguen a cumplirse, teniendo en cuenta que si no se empeña en darles vida es
muy posible que el trabajo y las demás ocupaciones las dejen en simple "buena
intención".
Además, y por poner otro ejemplo, marido y mujer han de esforzarse asimismo
con frecuencia por sorprender a su pareja con algo que ésta no esperaba y que
revela su aprecio e interés por ella. No sólo en los días señalados, en los que esas
manifestaciones "ya se suponen", sino justo en aquellos otros en los que no
existiría ningún motivo para tener una atención especial... ¡excepto el cariño
enamorado de los cónyuges, siempre vivo y siempre creciente! Teniendo en
cuenta, por otro lado, que lo importante es ese fijar la mirada en el otro, dedicarle
tiempo y atención, y no necesariamente el valor material de lo que se ofrenda.
En la misma línea, para vivir la plenitud del amor que aquí estamos considerando,
resulta imprescindible que los cónyuges sepan encontrar ratos para estar,
conversar y descansar a solas, en las mejores condiciones posibles, venciendo la
pereza inercial que a veces pudiera acosarles. Sin hacer de esto un absoluto, sino
a modo de simple sugerencia, una tarde o una noche a la semana dedicada en
exclusiva al matrimonio, además de facilitar enormemente la comunicación,
constituye uno de los mejores medios para que la vida de familia -y, por tanto, el
cariño hacia los hijos- progrese y se consolide, hasta dar frutos sazonados de
calidad personal. Por eso, la solicitud y el mimo a la propia pareja debe
anteponerse a las obligaciones laborales y sociales y, si valiera la contraposición
un tanto paradójica, incluso al cuidado "directo" de los niños... que quedará
potenciado por el amor mutuo de sus padres.
Fomentar la atracción
A la vista de cuanto estamos viendo, resulta fácil comprender que es un acto de
virtud -de la virtud de la castidad, en concreto- hacer cuanto esté en nuestras
manos para aumentar la atracción, también la estrictamente sexual, a y de nuestro
cónyuge.
Como también resulta imprescindible, y estamos ahora ante una cuestión más de
fondo y de conjunto, que ambos esposos sepan presentarse y contemplarse, a lo
largo de toda su vida, por lo menos con el mismo primor y embeleso con que lo
hacían en los mejores momentos de su etapa de novios. Obrar de otra manera,
dejar que el amor se enfríe o se momifique, equivale a poner al cónyuge en el
disparadero, propiciando que busque fuera del hogar el cariño y las atenciones
que todo ser humano necesita la cualquier edad!... y que nunca deben darse por
supuestos.
Tú y solo tú
Si nos atenemos a quienes se hallan unidos en matrimonio, que son los que aquí
estamos contemplando, esa afirmación, tomada en serio, se constituye en criterio
claro y delicadísimo de amor al cónyuge. Para el hombre casado no puede existir
otra mujer, en cuanto mujer, más que la suya. Obviamente, ese varón (y lo mismo,
simétricamente, se podría afirmar de su esposa) se relacionará con personas del
sexo complementario: compañeras de trabajo, secretarias, alumnas, coincidencias
en viajes... Y la educación y el respeto le llevará comportarse con ellas con
delicadeza y deferencia. Pero a ninguna la tratará en cuanto mujer -poniendo en
juego su condición de varón, que ya no le pertenece-, sino exquisitamente en
cuanto persona.
Arreglado o arreglada, dispuesto casi por instinto y con la más limpia de las
intenciones a gustar y caer bien, pueden dar de sí lo mejor que poseen, sin que
exista el contrapeso de los momentos duros y de flaqueza que por fuerza se
comparten en el interior del matrimonio. Además, él o ella suelen ser más jóvenes
y más comprensivos (entre otras cosas, porque no nos conocen a fondo), y se
encuentran pasajeramente adornados con muchas prendas que, de manera un
tanto artificial, engalanan su figura y su personalidad ante nuestra mirada -en esos
momentos no del todo perspicaz-... y que el trato continuado y duradero sin duda
devolvería a sus auténticas dimensiones.
Para redondear esta idea, y para ir terminando lo que de otro modo resultaría
inacabable, añadiré que es bastante difíc
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7 consejos para un matrimonio maduro
4. Séneca afirmó: “Si quieres ser amado, ama”. El verdadero amor busca en el
otro no algo para disfrutar, sino alguien a quien hacer feliz. La felicidad de tu
pareja debe ser tu propia felicidad. No te has casado con un cuerpo, te has casado
con una persona, que será feliz amando y siendo amada. No te casas para ser
feliz. Te casas para hacer feliz a tu pareja.
7. Para perseverar en el amor hasta la muerte, vive las tres “Des”: Dios. Diálogo.
Detalles.
La piedad, esa virtud hermosa que reúne a toda la familia en torno a Dios todos
los domingos, que junta todos los días a padres e hijos junto a un cuadro o una
imagen de la Virgen a quien rezan un poco. La piedad es la que mueve a esa
familia a bendecir los alimentos antes de las comidas.
El amor es una columna sin la cual el edificio del matrimonio se derrumba. El amor
como entrega, sacrificio, donación, capacidad de comprensión y bondad.
La fidelidad no puede faltar como cimiento que sostiene toda la casa matrimonial.
La fidelidad a la palabra dada. La fidelidad al otro cónyuge. Fidelidad a los deberes
del propio estado. Fidelidad en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en
la enfermedad.
Y sacrificio, como cimiento macizo del edificio matrimonial. ¿Qué es el sacrificio?
Es ese saber sufrir, soportar, aguantar todos los contratiempos de la vida. Ese
poner buena cara a lo que nos cuesta o nos desagrada. La vida matrimonial y
cualquier vida humana está llena de sacrificio, porque el sacrificio es ingrediente
del devenir humano. Es el sacrificio el que nos hace madurar y va quitando de
nosotros esas actitudes egoístas y caprichosas.
Si estos son los buenos y sólidos cimientos, ¿cuáles serían los cimientos débiles,
de paja, de barro? Los gustos, los caprichos, el egoísmo, la indiferencia religiosa.
La belleza de una casa depende del buen gusto en las dimensiones, proporciones,
simetría.
La falta de amor afea el matrimonio, desteje el paño familiar, raya las escaleras
que hermosean la casa, quiebra las lámparas colgantes, ensucia las alfombras de
los recibidores y exhala un mal olor en toda la casa. La falta de amor provoca las
discusiones, hace subir el tono, hiere los sentimientos de las personas a quien
más deberíamos amar. La falta de amor distancia los corazones, las almas y los
cuerpos. La falta de amor descuida los detalles y le hace a uno ser grosero. La
falta de amor envejece al matrimonio.
El amor es fuego que calienta esa casa. La primera que lo enciende es la madre,
que es el corazón de la familia y es la primera en levantarse. Ese fuego que el
marido, el papá, debe mantener a lo largo del día, desde su trabajo, llamando por
teléfono a su mujer, trayendo a casa siempre y todos los días, algo de leña para
alimentar ese fuego del amor en el hogar. ¡Que no traiga el cubo de agua de sus
disgustos, para echarlo encima y apagar ese fuego! Ese fuego del que se
alimentan los hijos, les hace crecer sanos, física, psicológica y espiritualmente.
Este fuego hay que colocarlo en el centro del hogar y desde ahí se irradiará a
todos los rincones. Ese fuego se alimenta cada día con la piedad, el rezo en
familia, la devoción mariana.
Que no pase un día sin alimentar y acrecentar ese fuego con la oración en familia.
A veces cuesta encender ese fuego en los hogares, sobre todo, si se dejan todas
las puertas y ventanas abiertas a todos los aires, o se cuela el hielo del invierno y
de la indiferencia. ¡Familias, enciendan el fuego del amor durante su vida,
poniendo cada uno la leña del sacrificio que han ido consiguiendo a base de
esfuerzo y trabajo! ¡Defiendan ese fuego, aunque tengan que quemarse las manos
y el corazón! Sin el fuego del corazón, se destruye el hogar, la familia, los
matrimonios, todo.
¿De qué depende la luminosidad de una casa? De los ventanales. Una casa sin
ventanas al exterior se convierte en una casa lúgubre, oscura y propensa a la
humedad.
No para que dejen meter los malos aires que hoy soplan por ahí: el aire del
egoísmo que quiere limitar los nacimientos por medios ilícitos, artificiales, porque –
según dicen- “familia pequeña, vive mejor”; ¡esto es egoísmo!; el aire del
hedonismo, que busca el placer por el placer mismo; el aire del consumismo, que
prefiere una heladera o un nuevo apartamento, a un nuevo hijo; los aires de la
emancipación y liberación de la mujer, a quien se le obliga trabajar fuera de casa
todo el día “porque así se realiza mejor, profesionalmente”, pero nunca está en
casa para educar a sus hijos, para convivir con sus hijos; los aires de matrimonios
a prueba, mientras tanto, a ver si funciona; los aires divorcistas, separatistas, para
hacerse un nuevo amigo sentimental.
¡Grandes ventanales para que entre el aire renovado del Espíritu que sopla donde
quiere y trae aromas del cielo! ¡Grandes ventanales para que la brisa suave de la
oración matutina y vespertina consuele a toda la familia! ¡Grandes ventanales para
poder ver la Iglesia de nuestra zona y acordarnos de ir a misa en familia y rezar
antes de las comidas, o ante una imagen de la Virgencita! ¡Grandes ventanales
para ver lo mucho que sufren nuestros hermanos, los hombres, y poderles echar
una mano!
¡Grandes ventanales como los de la casa de la Sagrada Familia, que era todo
ventanal donde tanto María, como José y el Niño miraban a todos los hombres y
se compadecían o los ayudaban!
¿De qué depende la limpieza del matrimonio? De los mil detalles de cada día. De
quitar cada día lo que ensucie, ese polvo que cae casi sin percibirlo. De no dejar
acumulada ropa sucia, ni arrinconada la basura. ¡Fuera!
Limpieza en el dormitorio. Nada debe haber ahí que manche la intimidad del
matrimonio. Limpieza de palabras, de gestos, de miradas. ¡Qué conversaciones
tan limpias deberían hablarse ahí! La oración común en el dormitorio va limpiando
a la pareja cada noche y la va fortaleciendo en sus vínculos.
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10 consideraciones para descansar mejor
Por otro lado, resalta la necesidad de cambiar la mentalidad con la que vamos de
vacaciones. "Son el tiempo del año que se necesita para poder estar bien
psicológicamente, disfrutar y ampliar el patrimonio familiar durante los otros 11
meses. Debemos programar las vacaciones pensando en el trabajo posterior. Son
un tiempo de paso, lo estable es el resto".
4. El descanso es una actividad del hombre cansado para reponer fuerzas para
volverse a cansar. El "arte de descansar" consiste en encontrar actividades que
faciliten y no entorpezcan el trabajo posterior. No supondría un descanso aquella
actividad que impida, lesione o entorpezca el trabajo posterior.
10. La vida no se disfruta tanto por el descanso como por el trabajo gustoso
Todos los padres quieren a sus hijos pero ¿se lo demuestran cada día?, ¿les
dicen que ellos son lo más importante que tienen, lo mejor que les ha pasado en la
vida? No es suficiente con atender cada una de sus necesidades: acudir a
consolarle siempre que llore, preocuparse por su sueño, por su alimentación; los
cariños y los mimos también son imprescindibles. Está demostrado; los padres
que no escatiman besos y caricias tienen hijos más felices que se muestran
cariñosos con los demás y son más pacientes con sus compañeros de juegos.
Hacerles ver que nuestro amor es incondicional y que no está supeditado a las
circunstancias, sus acciones o su manera de comportarse será vital también para
el futuro. Sólo quien recibe amor es capaz de transmitirlo. No se van a malcriar
porque reciban muchos mimos. Eso no implica que dejen de respetarse las
normas de convivencia.
2. Mantén un buen clima familiar.Para los niños, sus padres son el punto de
referencia que les proporciona seguridad y confianza. Aunque sean pequeños,
perciben enseguida un ambiente tenso o violento. Es mejor evitar discusiones en
su presencia, pero cuando sean inevitables, hay que explicarles, en la medida que
puedan comprenderlo, qué es lo que sucede. Si nos callamos, podrían pensar que
ellos tienen la culpa.Si presencian frecuentes disputas entre sus padres, pueden
asumir que la violencia es una fórmula válida para resolver las discrepancias.
6. Acepta a tu hijo tal y como es.Cada crío posee una personalidad propia que
hay que aprender a respetar. A veces los padres se sienten defraudados porque
su hijo no parece mostrar esas cualidades que ellos ansiaban ver reflejadas en él;
entonces se ponen nerviosos y experimentan una cierta sensación de rechazo,
que llega a ser muy frustrante para todos. Pero el niño debe ser aceptado y
querido tal y como es, sin tratar de cambiar sus aptitudes.No hay que crear
demasiadas expectativas con respecto a los hijos ni hacer planes de futuro.
Nuestros deseos no tienen por qué coincidir con sus preferencias.
8. Los castigos no le sirven para nada.Los niños suelen recordar muy bien los
castigos, pero olvidan qué hicieron para "merecerlos". Aunque estas pequeñas
penalizaciones estén adecuadas a su edad, si se convierten en técnica educativa
habitual, nuestros hijos pueden volverse increíblemente imaginativos. Disfrazarán
sus actos negativos y tratarán de ocultarlos. Podemos ofrecerles una conducta
aceptable con otras alternativas.
La primera razón, sostiene, es que "tener otro hijo, permite unirse a Dios en la
creación de un alma inmortal". "Los padres tienen la oportunidad increíble de
asistir a Dios en la creación de un alma inmortal y como lo dijera el Cardenal
Mindszenty, ni los ángeles recibieron tal gracia", explica Mosher.
La segunda razón es que "un nuevo hijo trae alegría a la vida". "No hay gozo
similar al de recibir a un hijo. Uno se maravilla ante la perfección de ese pequeño
ser y de la facilidad con la que uno lo ama. Uno queda encantado con cada
pequeño aspecto de su apariencia. El color del cabello, la forma de la nariz, su
sonrisa".
Como tercera razón, indica que "un nuevo hijo permite crecer en santidad y virtud".
"Para los que están casados y tienen familias, los niños son los medios primarios
que Dios usa para ayudarlos a crecer en santidad y virtud. Los niños enseñan a
sus padres la paciencia, perseverancia, la caridad y la humildad. Dan la
oportunidad de practicar la misericordia corporal y espiritual. LLegan al mundo
desnudos y los vestimos, hambrientos y los alimentamos, sedientos y les damos
de beber".
La cuarta razón es que "tener un hijo ayuda a terminar el aborto". "Los niños son
cada vez menos, debido a la contracepción, la esterilización y el aborto, por eso
segmentos completos de la sociedad se vuelven menos familiares al sentido del
gozo y la epseranza que sólo los bebés y los niños pueden brindar. En este clima,
la anticoncepción y el aborto se alimenta a sí mismo, aumentando el egoísmo".
La quinta razón de Mosher es que tener otro hijo da un hermano a los hijos que ya
tiene la pareja, y así pueden aprender a compartir. "Los demás hijos aprenden a
poner las necesidades de los demás por encima de las propias. La unión entre los
hermanos es para toda la vida y más fuerte que la establecida entre los mejores
amigos".
La sexta razón es que los hijos permiten que cuando uno llega a la ancianidad no
esté solo. "La gente que tiene hijos no tiene que buscar a extraños para que
cuiden de ella cuando es anciana. Los hijos también se convierten en padres de
los nietos y los nietos traen gozo, alegría y risas", sostiene Mosher.
Mosher señala como séptima razon que "los hijos son el recurso más grande".
"Los humanos son bendecidos con los regalos del intelecto y la libertad. La
ingenuidad humana descbre soluciones creativas a los problemas que
enfrentamos. Las personas sin hijos deben recordar que el hijo de otros es el
médico que les salva la vida, el bombero que ayuda, o el ingeniero del tren".
La octava razón es que "un hijo ayuda a la economía". "La familias con hijos
inyectan la economía, comprando casas y autos y pagando por su educación. Sin
jóvenes que ingresen a la fuerza laboral, el sistema de seguridad social falla. Sin
niños que asistan al colegio, los maestros no tienen empleo. Muchas industrias,
desde restaurantes hasta tiendas de juguetes, descansan en negocios de y para
niños. Ultimadamente, toda la economía lo hace".
La novena razón es que tener un hijo más ayuda a enfrentar la despoblación
global. "Los que han viajado de costa a costa en Estados Unidos y han visto los
vastos espacios vacíos, saben que América no está superpoblada. De hecho, toda
la población del mundo puede vivir en Texas, en casas adecuadas a cada familia
con patios traseros".
"Nuestro problema a largo plazo no es que tendremos muchos niños, sino pocos.
Tener un hijo ayuda a contrarrestar la implosión poblacional adveniente", sostiene
Mosher.
Finalmente, indica como décima razón que "tener un hijo ayuda a poblar el cielo".
"El niño que se tiene con generosidad, se acepta de Dios y regresará a Él,
después de una vida de amor, servicio y obediencia en la tierra para pasar la
eternidad con Dios en el cielo".
La bondad en la conducta
Hemos comprobado que la bondad está en las cosas; que no es una invención de
la mente o fruto del capricho de la voluntad. Sobre lo que es bueno o malo no
caben opiniones, a no ser por ignorancia de la realidad. Precisamente
concluíamos que existe un criterio objetivo: es bueno lo que acerca a Dios; es
malo lo contrario.
Porque Dios es nuestro último fin, es decir, donde, en último extremo, se halla
nuestra perfección. De modo que en la medida en que podemos saber qué es lo
que acerca a Dios, podemos también saber qué es lo bueno.
Ahora bien, una cosa es la bondad de "las cosas", y otra la bondad de los actos
humanos que inciden sobre las cosas o permanecen en el interior de nosotros
mismos. Esta última es la que nos ha de ocupar en este artículo; y es del mayor
interés, porque con nuestras acciones es como nos labramos la perfección
personal o la ruina. La cuestión es: ¿cuándo son buenos los actos humanos?
¿qué condiciones se requieren para poder calificar de moralmente buenos a
nuestros actos? ¿de qué depende su bondad? ¿cuándo nos acercan o separan
del último fin, que es Dios?
Esta es la primera pregunta necesaria; pero no sólo el objeto -lo que hacemos- es
fuente de moralidad. No basta la consideración del objeto para saber si un acto
humano es moralmente bueno o malo. Es más -enseña Juan Pablo II-"la moral -lo
que es moral- es cosa esencialmente íntima, interior", reside en la conciencia y en
la voluntad, que es donde, con sus actitudes y elecciones se expresa el "hombre
interior" .
Importancia de la interioridad
El Papa advierte que "lo moral" de nuestras obras tiene, como es obvio, una
dimensión exterior, digamos visible, apreciable desde fuera (pasear, comprar,
comer, trabajar), que está en relación con las normas objetivas de la conducta
humana (no robar, no atentar contra la vida propia o ajena, etc.). Sin embargo,
este hecho -la existencia de esta dimensión exterior- en nada modifica el hecho
precedente, a saber, que la moral es un asunto de conciencia y que sus
exigencias incumben a la interioridad del hombre.
"Cristo enseñaba moral. El Evangelio y los demás textos del Nuevo Testamento lo
demuestran sin lugar a dudas". Sabemos que el Decálogo, o sea, los Diez
Mandamientos de la ley moral natural -indicados expresamente por Dios a
Moisés-, fue confirmado por el Evangelio.
Y recuerda Juan Pablo II que, al enseñar la moral, Cristo tenía en cuenta estas
dos dimensiones: la exterior, o sea, visible, social e, incluso, "pública" y la interior.
Pero, conforme a la naturaleza misma de la moral, de "lo que es moral", el Señor
concedia importancia primordial a la dimensión interior, a la rectitud de la
conciencia humana y de la voluntad, es decir, a lo que en términos bíblicos, se
llama "corazón".
Es lógico pues que se afirme que de las dos dimensiones de la moralidad de los
actos humanos, la que posee importancia primordial sea la interior: la dimensión
"hacia adentro" del hombre. Además, "existen normas - dice Juan Pablo II - que
atañen de un modo directo a actos exclusivamente interiores.
Cristo lo subraya con más fuerza todavía. Sus palabras pronunciadas en el monte
de las Bienaventuranzas, cuando llama 'adúltero de corazón' al que mira a una
mujer deseándola, fueron para mí - dice el Papa - punto de partida de largas
reflexiones sobre el carácter específico de la moral evangélica en esta materia" .
Que la dimensión interior del acto humano tenga primordial importancia no quiere
decir que la exterior - "lo que se hace" - no afecte a la persona y no tenga
relevancia moral. La tiene, y mucha. "La ética católica no es sólo un conjunto de
normas, mandamientos y reglas de conducta" . No es sólo eso, pero es también
eso. Cristo tenía en cuenta las dos dimensiones del acto humano; que son
justamente dos dimensiones de un acto que es uno, aunque complejo.
Por tanto, una simple "moral de intenciones" o "de actitudes" que no valorase el
objeto, las obras en las que se plasman las actitudes e intenciones, seria una
moral mutilada y, por tanto, falsa, como un folio rasgado por cualquiera de sus
lados ya no es un folio. El folio tiene dos dimensiones, largo y ancho; si lo rompo
por cualquiera de las dos deja de ser lo que era. Un plato o manjar exquisito, con
ingredientes de primera calidad, pero aderezado con unos gramitos de arsénico,
todo él resulta mortal de necesidad, aunque se haya elaborado con la "buena
intención" de alimentar al cliente.
Cualquier cosa mala, por muy buena que sea la intención con que se haga, no
deja de causar el mal; y el acto humano que la realiza - compuesto de lo subjetivo
y lo objetivo - resulta enteramente malo y daña siempre a la persona.
Son aquellas actividades que nacen de nuestra libertad: actos de los que cada uno
de nosotros es autor en sentido propio y verdadero. Son, en una palabra, los actos
libres (...) La bondad es una cualidad de nuestra actuación libre. Es decir, de esa
actuación cuyo principio y causa es la persona; de lo cual, por tanto, es
responsable" .
No significa esto que por el hecho de ser libre el acto humano sea moralmente
bueno, sino que la libertad es una de las condiciones varias de la bondad moral.
Una condición también importante, porque "mediante su actuación libre, la
persona humana se expresa a sf misma y al mismo tiempo se realiza a sí misma"
es decir, va realizando en sí misma un incremento de bondad, si la conducta es
moralmente buena; si fuera mala, el sentido de la libertad se vería frustrado.
Pues bien, "a la luz de esta profunda relación entre la persona y su actuación libre
podemos comprender en qué consiste la bondad de nuestros actos, es decir,
cuáles son esas obras buenas que Dios de antemano preparó para que en ellas
anduviésemos" (...). Cuando el acto realizado libremente es conforme al ser de la
persona, es bueno".
"La persona está dotada de una verdad propia, de un orden intrínseco propio, de
una constitución propia. Cuando sus obras concuerdan con ese orden, con la
constitución propia de persona humana creada por Dios, son obras buenas, que
Dios preparó de antemano para que en ellas anduviésemos.
El último libro de Piero Ferruci, "Nuestros maestros los niños" ya ha sido traducido
a 11 idiomas. Allí él dice: "Ha hecho falta tiempo, pero al final me he dado cuenta:
la relación con mis hijos pasa a través de la relación con mi mujer. No puedo tener
con ellos una buena relación si mi relación con
ella no es buena".
"A veces he olvidado esta realidad. He tenido demasiada confianza. Sabiendo que
nuestra relación va bien, la he dejado allí". Abandonada la relación a su propia
suerte, pronto aparecen los disgustos, las recriminaciones.
Nadie duda que para ser buenos padres se necesita una gran dosis de amor,
paciencia, ecuanimidad, comprensión, disciplina, flexibilidad, para mencionar sólo
unos cuantos. Pero quizás lo que más necesitamos para formar hijos dotados de
las virtudes y capacidades que les permitan llegar a ser unos buenos seres
humanos es ser padres valientes, es decir tener la fortaleza necesaria para hacer
lo que más les conviene a los hijos, por duro que sea.
Lo que necesitan los hijos no son padres condescendientes y que vivan dedicados
a darles todo. Sino padres valerosos, capaces de cuestionarse y tener la fortaleza
para comprometerse tan seria y profundamente en la formación de sus hijos que
hagan lo que sea preciso para formarlos como personas correctas por difícil o
doloroso que pueda resultarles
Muchos de los problemas de los hijos hoy en día son el resultado de confundir el
ser buenos padres, es decir valientes, con ser padres condescendientes. Los
padres condescendientes trabajan muy duro con el fin de ofrecerle todo a sus
hijos; pero lo que necesitan ellos son padres valientes que trabajen duro en ellos
mismos para darles lo mejor de sí; los padres condescendientes se miden por lo
mucho que gastan en sus hijos, mientras que los padres valientes se miden por lo
que gana su familia con su trabajo; los padres condescendientes hacen lo posible
por resolverles todos los problemas a sus hijos mientras que los padres valientes
los dejan enfrentarlos, permitiéndoles aprender de ellos; los padres
condescendientes tratan de evitarles sufrimientos a los hijos, mientras que los
padres valientes procuran dotarlos de las herramientas necesarias para
superarlos; los padres condescendientes se miden por los beneficios económicos
que su éxito profesional le ofrece a su familia, mientras que los padres valientes lo
que tienen en cuenta es qué precio están pagando sus hijos por su éxito
profesional.
Pero para lo que se necesita más valentía aún es para no inventarnos toda suerte
de justificaciones que nos permitan decirle a los hijos "sí" cuando en el fondo del
alma sabemos que debemos decirles "no"; para no creernos nuestras propias
mentiras y convencernos que todo lo hacemos por su bien, cuando realmente lo
hacemos por el nuestro. Es urgente procurar que el poder que como padres
tenemos sobre los hijos no lo utilicemos para remediar las carencias que les
dejamos por nuestras debilidades y perpetuarlas en nombre de una "bondad" mal
interpretada.
La FAM (Fundación Argentina del Mañana) entrevistó al Dr. Carlos Abel Ray, ex
Jefe del Departamento de Pediatría del Hospital de Clínicas de la Facultad de
Medicina (Buenos Aires), ex Profesor Titular de Pediatría de la Universidad de
Buenos Aires, y actualmente protitular de Medicina Legal de la Universidad
Católica Argentina. Es padre de 6 hijos y abuelo de 21 nietos. En amena charla,
este especialista en educación y salud explica cómo los padres pueden lograr un
mejor y más extenso diálogo con los hijos sin menguar su legítima autoridad.
También nos da un panorama de lo dañinos que son los mensajes de algunos
programas televisivos.
El mismo que está contenido en mi libro "Para Padres", que escribí hace varios
años, inspirado en mi experiencia de médico pediatra y padre de familia. La obra
ha tenido varias ediciones, ha sido muy leído y se sigue leyendo todavía hoy
porque su mensaje continúa actual.
A los hijos hay que darles muchísimo amor, mucho tiempo, educarlos con
autoridad y darles muy buen ejemplo.
¿Y de qué hablar?
Tantos padres y tantos chicos piensan que todo es relativo que "a mí no me hace
mal ver esto o ver lo otro". Y oír las palabrotas, entretenerse con la desintegración
de los grupos familiares, son cosas que hacen daño a los grandes y a los chicos.
Sí, por supuesto. Los que defienden el erotismo en la TV califican a los que
estamos en contra como fundamentalistas, obscurantistas, malintencionados y
buscadores de malos pensamientos; e insisten en que es natural lo que ellos
muestran. Pero no es natural. Lo natural es que el sexo quede reservado a la
intimidad. Hasta dentro del matrimonio se busca un clima de intimidad, de respeto,
de profundidad de sentimientos. No se puede olvidar que de los diez
Mandamientos de la Ley de Dios, tres se refieren a Dios y siete a los fieles. Y si no
consideramos el cuarto honrar al padre y a la madre, que no tiene límite: cuanto
más honremos, mejor y nos quedamos con los otros seis, el 33% de ellos están
referidos a la pureza de las almas. Lo que hoy se dice que es tabú y que no
interesa, ocupa el 33% de los seis mandamientos negativos. ¿Cómo puede haber
gente que diga que eso es secundario, que no tiene importancia? Es atroz.
¿Podar o abonar?
El título les pone ya sobre la pista... ¿Tendrá algo que ver con la tarea de sembrar
y desmalezar?. Sí, por cierto; dados los comentarios acerca de lo actual y urgente
que es esta labor, no quisiera dejar de reflexionar acerca de otras dos que no lo
son menos.
A la insustituible siembra y al ya aludido desmalezado, hay que agregar la poda y
el abono.
LA PODA...tiene que ver con la sabia labor de poner límites. Sabia por que no se
trata de dar tijeretazos a diestra y siniestra, sino de poner límites que cumplan con
algunas condiciones.
Limites claros y precisos: esto es, que guarden relación con una conducta
determinada: no vaya a ser que usemos la técnica del "llover sobre mojado" y
mezclemos situaciones; así por ejemplo al fijar los límites de un permiso, "nos
pasamos de largo", reprochándole, el largo de su pelo... para finalizar con el
broche de oro: "porque en esta casa estoy aburrido(a) que siempre hagan lo que
quieren..."
Límites oportunos, lo que tiene que ver con la capacidad de anticipación: vamos a
salir de paseo, el hermano menor es muy inquieto: no sólo haremos
recomendaciones a él, sino que advertiremos a los hermanos mayores qué
esperamos de ellos.
Límites razonables y flexibles, porque lo que era adecuado para una determinada
edad o situación, puede que ya no lo sea, recordando que no por mayor rigidez un
edificio de altura mantiene su estabilidad, (sino que lo diga quién ha "sufrido" un
temblor en el 10º piso).
EL ABONAR tiene que ver con la capacidad de amar y aceptar "por que sí". Eso
pasa por el saber escuchar (habiendo dejado de lado las tijeras de podar y en
actitud de acoger); por el compartir intimidad (penas y alegrías, logros y fracasos);
por el darse por aludido de lo que pasa cotidianamente a nuestro alrededor.
Recordemos nuestra actitud ante el niño que da sus primeros pasos y cómo lo
alentamos y celebramos... sigamos siendo capaces de celebrar los pasos de
nuestros hijos, aun cuando sea por caminos ya recorridos y obvios.
Recordemos entonces, y no sólo como papás, que "para podar debemos haber
aprendido también a abonar", so riesgo de perder lo sembrado y aun
desmalezado.
Padres buenos hay muchos, buenos padres hay pocos. No creo que haya cosa
más difícil que ser un buen padre. En cambio no es difícil ser un padre bueno. Un
corazón blando basta para ser un padre bueno; en cambio la voluntad más fuerte
y la cabeza más clara son todavía poco para ser un buen padre.
El padre bueno quiere sin pensar, el buen padre piensa para querer. El buen
padre dice que sí cuando es sí, y no cuando es no; el padre bueno sólo sabe decir
que sí. El padre bueno hace del niño un pequeño dios que acaba en un pequeño
demonio. El buen padre no hace ídolos; vive la presencia del único Dios.
El buen padre echa a volar la fantasía de su hijo dejándole crear un aeroplano con
dos maderas viejas. El padre bueno amanteca la voluntad de su hijo ahorrándole
esfuerzos y responsabilidades.
El buen padre templa el carácter del hijo llevándolo por el camino del deber y del
trabajo. Y así, el padre bueno llega a la vejez decepcionado y tardíamente
arrepentido, mientras el buen padre crece en años respetado, querido, y a la larga,
comprendido.
No es malo que el niño tenga confianza en sí. Vale más, en definitiva que lo tenga
en exceso que con escasez. El "yo soy más" es mejor estimulante que el "yo no
sirvo para nada" o "yo no conseguiré nada".
Mucho más sana es la sugestión, inversa, que consiste en repetir con obstinación
un niño atacado de tal o cual defecto que tiene en verdad algunas manifestaciones
del mismo, pero que está en camino de curarse.
Nada desanima tanto como la indiferencia: "Después de todo, no has hecho más
que tu deber". "Puesto que nada te digo, es que está bien". El niño necesita algo
más. ¡Es tan feliz cuando ve que le miman y aprueban aquellos quienes estima y
ama!
Hay casos en que está permitido utilizar el amor propio; por ejemplo: "Intenta
hacer tal esfuerzo; es difícil, pero creo que tú si podrás conseguirlo."
Debemos evitar hacer elogios que conduzcan al niño a creerse mejor que los
demás. Lo mejor es demostrarle los progresos que ha hecho sobre sí mismo,
dándole a entender que puede hacer más todavía.
Si el niño sufre un fracaso no se le debe tratar con rigor, puesto que ha hecho por
su parte un esfuerzo laudable.
Anita, de cuatro años, y Bernardo, de cinco años y medio, regresan de paseo. Las
zapatillas de la hermanita han quedado en la habitación del primer piso. Bernardo
se ofrece galante para ir a buscarlas. Corre por la escalera y baja triunfalmente
llevando un par de zapatillas que no eran las de Anita. En lugar de regañar a
Bernardo y decirle: "¡Qué bruto eres: podrías fijarte; siempre lo haces igual!", es
preferible decirle: "has sido muy amable queriendo traer las zapatillas de tu
hermanita. El par que has traído se parecen; es muy fácil confundirlas. Vas a ser
del todo bueno..." El niño comprenderá enseguida y volverá a subir con alegría,
con lo cual se duplicará el valor de su gesto fraternal.
Tomado de "El arte de educar a los niños de hoy". Décima edición. Sociedad de
Educación Atenas. Madrid.
"Mi hijo no confía en mí. Le he dicho que el padre es el mejor amigo, que me diga
lo que le pasa, que no tenga miedo, pero ... no sé qué hacer. No tengo influencia
sobre él. Ud. no sabe cuanto me duele. ¡El padre es el mejor amigo! ¡Pura teoría!".
Mucha gente cree que va a conseguir entablar el diálogo con su hijo cuando éste
llegue a la pubertad sin haberlo iniciado anteriormente; y, lo que es mas grave,
cuando han interpuesto ente ellos y su hijo un muro difícil de derribar: los malos
hábitos educativos de los. padres como las malas costumbres permitidas a los
hijos, no son fáciles de superar.
La amistad solo se da entre pares.
Muchos padres adoptan con sus hijos la actitud de un "policía", y esto provoca que
sus hijos lo vean como "el enemigo". Para esos hijos, los padres sólo existen para
vigilarlos, controlarlos, amonestarlos y castigarlos. Por supuesto que - aunque
negativa- ésa también es una función paterna, pero no es la única ni la más
importante. Lo "padres policías" se dirigen a sus hijos con frases como éstas:
"Cómo te portaste en el colegio? Por qué no entregaste el boletín? Debes tener
malas notas! Qué notas! Aprende de tu hermano! No te comas las uñas! Qué
manera de hablar es esa! Adónde fuiste? Por qué llegaste tarde? Mañana no
sales!
Las únicas palabras que esos padres tienen con sus hijos son frases secas,
cortantes y en cierto modo agresivas: es comprensible que el hijo 'huya" de su
padre y lo mire con resentimiento. No dejará de amarlo, y lo manifestará en la
primera ocasión que se le presente, pero no le hará confidencias; salvo que así
vea la forma de evitar un castigo o para pedido, en caso extremo, la solución a un
problema que lo ahoga.
Si los padres quieren que sus hijos sean sus amigos, deben hablar con ellos. Sus
conversaciones deben ser diálogos y no sermones o conferencias, y deben girar
alrededor de las inquietudes de sus hijos: juegos, diversiones, estudios, trabajos,
aspiraciones y problemas. No deben esperar que sus hijos inicien el dialogo.
Esa tarde fue de fiesta. Mamá y papá dijeron su nombre y la beba, por primera
vez, volvió la cabeza y sonrió como diciendo "soy yo".
Un día, el niño descubre su nombre. Esa palabra que irá adhiriéndose firmemente
a su identidad. Es difícil precisar el momento exacto. También es difícil señalar
cuándo una nueva criatura deja de ser para todos la beba, el nene, el chiquito... y
todos la empiezan a llamar por su nombre. Pero... ¿qué hay detrás de un nombre?
Entre los móviles conscientes figuran todos los porqués que podemos dar para
explicar las elecciones "Porque estaba de moda, porque fue un personaje de una
obra que nos impacto, o simplemente porque nos gustó." Los móviles
inconscientes se esconden en el: "No sé el por qué". Yacen tras los móviles
conscientes, e incluso, junto a nombres predeterminados por la tradición
sociocultural.
Muchas veces han puesto a una persona un segundo nombre, además del
heredado, que se ha elegido con mayor libertad y puede pasar a tener más
vigencia. Detrás de un nombre, sobrenombre o apodo, puede haber mucho más
de lo que a primera vista puede captarse. ¿Quiénes eligen el nombre? Quizás los
padres, los abuelos, tíos y amistades, siempre y cuando el nombre no esté ya
preelegido por tradición.
Suele haber un deseo o móvil inconsciente, que sólo aparece al analizar con
cuidado las influencias que más han repercutido en nuestra forma de ser,
asociadas hasta cierto punto con el nombre; vale decir, ése nos da una pista para
descubrir y entender mejor aspectos condicionados de nuestra conducta, que se
reiteran automáticamente a través del tiempo.Aspectos que distorsionan nuestra
forma auténtica de ser. Porque con el nombre se nos da, directa e indirectamente
un modelo para identificarnos.
Algunos como: Nena, Chiquita, Beba o diminutivos del nombre (Pepito, Anita, etc.)
son apodos para personas dependientes o inmaduras, a las cuales, generalmente,
se les ha impedido desarrollar su autonomía. Recapitulando: vale la pena indagar
lo que nos resulte accesible en torno a nuestro nombre y los que elegimos para
nuestros hijos. Las preguntas básicas giran alrededor de los móviles conscientes y
el significado del nombre para quien lo puso; sobre la procedencia del mismo y su
trayectoria histórica; sobre el sentido y aceptación que tiene para quien lo lleva.
Las respuestas nos remitirán a posibles móviles inconscientes que, a partir de ese
momento, podremos asociar con lo descubierto.
¿Hijos o "mascotas"?
Hay un artículo de Vicente Verdú, en “El País” del viernes día 15, que roza una
verdad escasamente reconocida hoy: que la maternidad (o paternidad) corre el
riesgo de banalizarse al quedar convertida en un acto de posesión, en el capricho
de quien “adquiere” un niño como quien comprase una mascota: ¿Un hijo o una
mascota? ¿Una mascota, un hijo o un robot. Todo es celebrar las múltiples
opciones de concepción de la mujer actual: con y sin sexo, con o sin óvulo propio,
con o sin pareja, con o sin edad fértil. Pero, entre tanto, ¿qué dice el niño?
Eso, qué dice el niño, es lo esencial. Porque “la ventaja de la mascota sobre el
niño es que se adapta con mayor facilidad, se somete con menor resistencia y, en
general, es incomparablemente agradecida”. Un animal doméstico es así aunque
se haga adulto y se caiga de viejo. Por eso no es sujeto de derechos ni de
deberes. Por eso se puede ser titular de su propiedad hasta que se muera. Una
criatura humana es otra cosa: un ser inteligente y libre, con unos derechos
inherentes a esa condición. Ser padre, ser madre, no es una decisión equiparable
a la de irse a vivir a un adosado o cambiar de empleo.
Una maternidad concebida como posesión lleva, sí, al tratamiento del niño como
mascota, a la que se acaricia, se mima, se colma de caprichos, pues existe para
su placer y el mío, sin más quebraderos de cabeza. El resultado, en los seres
humanos, se llama malcrianza. O sea, todas esas “opciones” que corretean por
ahí dando tormento a vecinos, profesores y a los propios padres. Aunque sea la
obra, llamémosle más “panfletaria” de Miguel Delibes, debería ser obligatorio leer
“Mi idolatrado hijo Sisí” para todos los que, tarde o temprano, hayan de realizar
una opción. Allí está la clave del asunto, mejor expuesta de lo que yo lo pueda
hacer aquí y ahora.
Jugar con niños entre dos y seis años es un reto al que muchos adultos no saben
enfrentarse. Ya no son los bebés a los que cualquier carantoña les hacía felices, ni
tampoco chavales que ansíen entrar en nuestro mundo de adultos. ¿Cómo
introducirnos en su mundo de fantasía, donde impera una lógica aplastante, pero
tan radicalmente distinta a la nuestra?
La respuesta es tan sencilla como ésta: volviendo a ser niños. Sólo -si hacemos
un esfuerzo de abstracción, y nos ponemos en el lugar de nuestro hijo podremos
entender que ese mundo imaginario, tan sorprendente y creativo, es el más real
para el niño... y que también nosotros estamos llamados a introducirnos en él.
Durante los primeros meses de vida resulta muy fácil divertir y hacer disfrutar al
bebé con cualquier carantoña o voltereta que surja por nuestra propia iniciativa.
Basta guiñarles para que se sientan objeto de atención, y se sientan felices.
Durante este periodo, lo habitual es que ningún adulto tenga problemas para
entretener durante horas al niño, porque aún puede dirigir su juego. El niño aún no
tiene autonomía para hacer nada, y se deja llevar y traer, fijando su atención
alternativamente en lo que le rodea. Todo le interesa y, por lo tanto, cualquier
demostración de interés o cariño por nuestra parte es bien recibida.
La edad de la razón
Más tarde, a partir de seis u ocho años, cuando ya tiene uso de razón y podemos
tratarle como a un pequeño adulto, también nos resulta relativamente fácil jugar
con él, compitiendo en una partida de damas, solicitando su colaboración para
hacer una tarta o llevándonoslo al fútbol. La razón de este acercamiento, sin
embargo, no radica en el esfuerzo de los padres, sino en la madurez de los hijos,
que comienzan a entrar en el complejo mundo de los adultos y toman ya partido
en sus intereses: los niños hablan de marcas de coches, las niñas de modas, etc.
Son ellos quienes están entrando en la realidad de los adultos y, aunque necesiten
de nuestra ayuda para ello, el esfuerzo es más suyo que nuestro.
Un mundo de fantasía
Sin embargo, entre dos y seis años... no resulta tan sencillo jugar con ellos.
Durante esta etapa de su desarrollo, el niño necesita jugar, como medio de
expresión, aprendizaje y desarrollo. El juego es algo muy serio para él, es la vía
para canalizar sus dudas, sus preocupaciones, su curiosidad... y, por lo tanto,
puede tomar los derroteros más insospechados. Tan pronto le encontraremos
sumido en las cavilaciones de un ladrón "bueno", como haciendo que la muñeca
entre en la casita volando por la ventana... ¿Qué le hará pensar que las cosas son
"así"?
En realidad, su mundo es distinto del de los adultos, porque las posibilidades que
le brinda la imaginación son mucho más creativas e inesperadas que las que
ofrece la realidad de cada día. Pero aún queda un rasgo esencialmente
característico del juego de nuestros hijos: su interés por todo lo que les rodea, que
se refleja en el juego y que les impulsa a construir una realidad más "lógica",
también les impulsa a invitarnos a compartirla con él.
A cualquier adulto que se plantee jugar con un niño de esta edad pueden serle de
utilidad estas cinco ideas básicas: - SENTIRSE PARTICIPANTE. Si se considera
como un mero espectador, no podrá entender el juego y, mucho menos, correr con
un despertador en la mano y gritando "tengo prisa, tengo prisa", para que su hijo-
le persiga junto a Alicia por el País de las Maravillas.
Ponerse a su altura
Lo que supondrá más de una vez tirarnos en el suelo, "comer" sopa de agua con
una cuchara de l0 centímetros... y creernos de veras que somos el lobo o la hija
de la muñeca.
Permitiendo que sean ellos los protagonistas del juego y sin obstruir su habilidad
de pensar. Deben ser ellos quienes dirijan el juego y determinen si el camión de
bomberos va a salvar un gato o a sofocar un incendio, qué se pone la muñeca
para ir de paseo... Otra cosa distinta es que podamos darle ideas, opciones,
resolver dudas, proponer pautas..., pero sin coartar su expresividad y creatividad.
Entrar en su mundo
Y dejarse arrastrar por su lógica infantil, sin perjuicio de poder aportar ideas y
pautas que el niño pueda utilizar. Pero lo importante es que sea el adulto el que se
adapte al juego del niño, y no pretenda que éste salga de él, para acomodarse a la
realidad de los mayores. Aquí habrá que hacer un esfuerzo de abstracción. Sólo
con ella podrá el adulto entender la lógica aplastante que -siempre- contiene el
juego de su hijo.
Papá y mamá
Por otra parte, también debemos tener en cuenta que los padres juegan de forma
distinta a como lo hacen las madres. Así, mientras ellas tienen mayor facilidad
para comer en cazuelitas de 2 cm de diámetro, para ellos es más sencillo tirarse al
suelo a cuatro patas y fingir que es un lobo, o ponerse unas plumas en la cabeza
para hacer "el indio". Sin llegar a esfuerzos que resulten artificiales, ante los
cuales el niño recibiría una impresión negativa, sería bueno que el padre intentara
también introducirse en su mundo de juegos. Durante estos años intermedios, la
presencia de ambos es muy importante para el desarrollo de su hijo.
Carmen Bassy
No me den todo lo que les pido a veces sólo pido para ver hasta cuánto podré
tomar No me griten, los respeto menos cuando me gritan y me enseñan a gritar a
mí también, y yo no quisiera gritar.
No digan mentiras delante mío, ni me pidan que las diga por ustedes, aunque sea
para sacarlos de un apuro. Está mal. Me hace sentir mal y pierdo la fe en lo que
ustedes dicen. Cuando hago algo malo no me exijan que les diga el "porqué lo
hice" a veces ni yo mismo lo sé. Si alguna vez se equivocan en algo, admítalo, así
se robustece la opinión que tengo de ustedes y me enseñaran a admitir mis
propias equivocaciones. Trátenme con la misma amabilidad y cordialidad con que
veo que tratan a sus amigos, es que por ser familia no significa que no podamos
ser también amigos.
No me pidan que haga una cosa y ustedes no la hacen, yo aprenderé a hacer todo
lo que ustedes hacen aunque no me lo digan pero difícilmente haré lo que dicen y
no hacen.
Cuando les cuente un problema mío, aunque les parezca muy pequeño, no me
digan "no tenemos tiempo ahora para esas pavadas" traten de comprenderme,
necesito que me ayuden, necesito de ustedes.
Abrázame, necesito sentirlos muy cerca mío. Que ustedes no se olviden que yo
soy, ni más ni menos que un hijo.
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También preparar los uniformes para mañana, con ese barro que no sale,
ponerlos en el secarropas, pues con la lluvia no se secan. "¿Qué hay para
cenar?", preguntan mientras miran la tele. Claro que al final llega la hora de
acostarse y descansar... si es que no viene el chico con: "Mamá, para mañana
tengo que llevar un cuaderno de 50 hojas... forrado".
Después de todo eso surgen los dolores en el cuello y la espalda, algunos tics
nerviosos, dificultades para conciliar el sueño. Claro que siempre está la voz sabia
del que aconseja: "Lo que pasa es que te preocupas demasiado por las cosas,
trata de relajarte".
2. Un costo muy alto: Sin temor a equivocarnos podemos decir que el "precio" de
salir a trabajar es elevado. La mujer sigue con la responsabilidad de atender la
casa y la familia.
Algunas lo hacen por necesidad, otras por desarrollar sus intereses personales o
profesionales.
Pero mientras van adquiriendo nuevos roles, éstos se suman a los anteriores.
Para ser una madre es primordial entregar amor al niño en una actitud tranquila y
satisfecha. Si al quedarse en casa lo hace con resentimientos y frustración, que
atribuye concretamente a los "sacrificios" que debe hacer por el hijo, la compañía
que entrega, estar hecha sin alegría y no ser fuente de seguridad afectiva.
3. Ventajas y desventajas: Entre las ventajas está la ampliación del mundo cultural
por los mayores contactos que tiene, el aumento de la seguridad e independencia
económicas.
4. ¿Qué necesitan los niños?: Los niños necesitan una madre atenta y preocupada
de sus intereses para sentirse felices y valorados. El corto tiempo que se dispone
para los hijos debe ser compensado por la "calidad" de él. Pero es bueno no
hacerse trampas: un mínimo de tiempo con ellos es esencial.
Quizás es bueno realizar en forma entretenida algunas cosas juntos, como las
compras, pegar botones. En este compartir, los niños pueden aprender a hacer las
cosas en forma autónoma.
Es posible que las mujeres que culpan al trabajo por ser incapaces de expresar
amor y por no poder dedicarse a los niños, aunque estuvieran en casa, de nada
les serviría.
Una mamá que quiere a sus hijos encontrará tiempo y forma para entregarles
ternura y afecto.
25
"Papá, yo quiero ser como tu"
Mi hijo nació hace pocos días,llegó a este mundo de una manera normal.
Pero yo tenía que viajar, tenía tantos compromisos... Mi hijo aprendió a comer
cuando menos lo esperaba. Comenzó a hablar cuando yo no estaba.
"Papá , algún día seré como tú". ¿Cuándo regresas a casa, Papá ?"
"No lo se, hijo. Pero cuando regrese jugaremos juntos... ya lo verás." Mi hijo
cumplió diez años hace pocos días, y me dijo: "Gracias por la pelota, papá.
¿quieres jugar conmigo?"
"Hoy no, Hijo... Tengo mucho que hacer". "Está bien, Papá. Será otro día",y se fue
sonriendo; siempre en sus labios las palabras "yo quiero ser como tú".
Ya me jubilé y mi hijo vive en otro lugar. Hoy lo llamé: "¡Hola, Hijo! Quiero verte".
"Me encantaría, padre, pero es que no tengo tiempo. Tú sabes, mi trabajo, los
niños... Pero gracias por llamar, fue hermoso oír tu voz".
Los padres deben enseñar y los hijos aprender, esto que se proclama como una
verdad absoluta, suele ser muy poco cierta en la realidad ya que es, al menos, una
visión muy parcializada de ella.
Con frecuencia hemos abordado desde nuestras páginas -¿o debería decir desde
nuestros bytes?- diversos temas sobre nuestras obligaciones como padres, de la
educación de nuestros hijos, lo que debemos enseñarles, etc. Recuerdo que e una
oportunidad publicamos un par de notas sobre los derechos de los padres, o lo
que los padres tienen derecho a exigir de sus hijos, pero muy poco hemos hablado
de lo que nosotros aprendemos o deberíamos aprender de nuestros hijos.
A poco de ponernos a reflexionar profunda y sinceramente sobre este tema,
caeremos en la cuenta de que, a diferencia de lo que se cree habitualmente,
nuestros niños nos enseñan más a nosotros que nosotros a ellos. Esto no deja de
llamar mi atención ya que nosotros, los padres, casi siempre preocupados y
ocupados de nuestros hijos, tenemos la intensión explícita de educar a nuestros
hijos y, al menos en apariencia, nuestros hijos contribuyen a la educación de sus
padres sin proponérselo de manera alguna. Es que ellos son naturalmente
educadores de sus padres, no están tan influidos por los criterios artificiales que
se nos suelen imponer a los padres por los medios de comunicación, los planes
oficiales de educación, la opinión de profesionales de la educación con sus nuevas
teorías pedagógicas, y todos estos medios de información que nos transmiten, a
los padres mas que a los hijos, una idea de educación familiar viciada de
artificialidad.
Como no quisiera ser uno mas de estos que se dedican a difundir una educación
artificial, de plástico, muy ligth, y demasiado soft, espero que sepan disculpar que
lo que digo a continuación sea desde una óptica muy particular y personal, aunque
en lugar de personal debería decir familiar, ya que lo que escribo a continuación
no le ha sucedido solo a mi persona sino a nuestra familia.
A los dos años de este feliz nacimiento, Dios nos dio a Mercedes que hoy tiene
seis años y gracias a un buen médico pudo nacer por parto normal, en contra de
todas las opiniones que indicaban que si el primero había nacido por cesárea
todos los demás también debían nacer de la misma manera. Entonces nuestra
niña nos enseñó a que debemos creer y esperar aun cuando todo parece indicar
que las cosas no van a salir como las deseamos, nos enseñó que debemos tener
una visión optimista de la vida.
Se imaginarán los lectores que, si mi memoria nos ayudase, podríamos sacar una
enseñanza de cada uno de los actos de nuestros cuatro hijos, pero como no
quiero agobiarlos con asuntos personales voy a hacer un resumen.
En los peores momentos, cuando uno de ellos se pescó una enfermedad que puso
en riesgo su vida, hemos contado con su sonrisa que se ha convertido en un
apoyo para soportar las dificultades. Cuando falleció el abuelito, ellos no lloraban
porque tenían una seguridad envidiable sobre la felicidad que tendría su abuelo al
estar gozando de una vida mejor que esta. Nos enseñaron entonces que el dolor
es parte natural de la vida y que debe ser asumido para engrandecernos.
Por el hecho de ser cuatro niños Viviana y yo hemos debido compartir muchas
tareas, tanto en el trabajo externo que nos provee el sustento, como en el trabajo
dentro de la casa que nos organiza la vida familiar. Los chicos también, en la
medida de sus posibilidades, colaboran con él trabajo familiar: los más grandes,
antes de comer, lavan las manos de Facundo que todavía no ha cumplido dos
años; son ellos los que le enseñan a José Ignacio, de cuatro años, a higienizar sus
dientes antes de dormir y a tender la cama al levantarse. Nuestros hijos han
mejorado notablemente nuestra capacidad de trabajar en equipo.
Cuando llegamos a casa, cansados por tanta labor y agotados por la lucha
cotidiana, sus voces y sus sonrisas nos enseñan que hay que saber dejar los
problemas del trabajo fuera de la casa, y cuando no se puede hay que
compartirlos para hacerlos más soportables.
También ellos tienen sus aspectos negativos, sus picardías, sus malos
comportamientos, que exigen de nosotros el máximo de nuestra paciencia para
aguantar sus asuntos, la responsabilidad con los otros cuando rompen la ventana
del vecino con una pelota, y la perseverancia necesaria para lograr fraguar en
ellos los buenos hábitos. Por lo tanto ellos nos entrenan en virtudes tales como la
paciencia, la responsabilidad y la perseverancia.
Ellos no soportan las injusticias, aunque si entienden que no todos tienen los
mismos derechos (ya que no tienen las mismas necesidades y obligaciones), de
manera que los más grandes saben que deben bañarse por si mismos mientras
que el más pequeño requiere de nuestra atención para tales menesteres, y saben
además que ninguno de ellos por pequeño que sea tiene la exclusividad sobre los
aquellos bombones que mamá había guardado para compartirlos en otro
momento. Ellos nos exigen justicia, y la distinguen del igualitarismo raso. También
nos enseñan de estas cosas que muchos hombres de gobierno parecen
desconocer.
Podríamos escribir muchas páginas mas sobre este asunto, pero creemos que el
asunto está comprendido y esta nota estaba destinada a ser mas corta de lo que
es. Solo queda para el final decir que ellos nos piden que seamos un ejemplo para
su realización, como dijo una vez una lectora de EVPP: "los niños no escuchan lo
que les decimos, pero si nos ven".
Imagínate que existe un banco, que cada mañana acredita en tu cuenta, la suma
de 86,400.
No arrastra tu saldo día a día. Cada noche borra cualquier cantidad de tu saldo
que no usaste durante el día. ¿Que harías? ¡Retirar hasta el último centavo, por
supuesto!
Cada uno de nosotros, tiene ese banco. Su nombre es tiempo. Cada mañana, este
banco te acredita 86,400 segundos. Cada noche, este banco borra, y da como
perdido, cualquier cantidad de ese crédito que no has invertido en un buen
propósito.
Este banco no arrastra saldos, ni permite sobregiros. Cada día te abre una nueva
cuenta. Cada noche elimina los saldos del día. Si no usas tus depósitos del día, la
perdida es tuya. No se puede dar marcha atrás. No existen los giros a cuenta del
deposito de mañana. Debes vivir en el presente con los depósitos de hoy.
Atesora cada momento que vivas. y atesóralo mas si lo compartiste con alguien
especial, lo suficientemente especial como para dedicarle tu tiempo y recuerda
que el tiempo no espera por nadie. Ayer es historia. Mañana es misterio. Hoy es
una dádiva. ¡Por eso es que se le llama el presente!
-De los hijos, ¿qué es lo que más preocupa hoy a los padres?
-Su rendimiento escolar y sus compañías.
-¿No exagera?
-No. El autoritarismo es tan pernicioso como la ausencia de autoridad: hay
situaciones en las que los padres deben saber decir: ¡No! Y que ese ¡no! sea
innegociable, firme, dogma. Los padres deben tener la autoridad de imponer que
algo no está bien. Y no ceder en esas cosas importantes. Eso hace al padre
relevante a los ojos del hijo. Los padres se pasan hoy de demócratas. Tanta
democracia familiar crea disfunciones conductuales. Yo imparto mil horas de
terapia al año desde ya hace veinte. Y cada día veo más problemas derivados
de padres demasiado volcados en sus hijos... y todo porque quieren que
sean perfectos. Veo casos de padres que piden cambios de horario laboral en su
empresa para estar en casa y hacer los deberes escolares con sus hijos. ¡Eso no
es ayudarles! Hacen los deberes con sus hijos. O sea, los hacen ellos, los padres.
Cuando vienen esos padres a mi consulta, les pregunto:¿Qué, cómo te ha ido
este mes? ¿Te han aprobado o te han suspendido? ¿A qué universidad irás con
tu hijo? El problema es que los padres no aceptan la idea de que su hijo pueda ir
mal en la escuela. E intervienen ellos. Y, al intervenir, desincentivan a su niño: el
chaval se acomoda a eso, no desarrolla su capacidad de iniciativa, de reacción
ante las dificultades, de capacidad de esfuerzo... ¡Un desastre!
-Un ejemplo.
-Luca era un niño que cada mañana lloraba al ir al colegio, con las consiguientes
escenas de separación dramática ante la puerta de la escuela. La madre, ya por la
noche, le preguntaba por sus miedos, le daba ánimos. El padre, por la mañana, en
el coche, intentaba ya tranquilizarlo, le prestaba mucha atención... Les ordené
esto: Debéis empezar a actuar como si vuestro niño no llorase ya por las
mañanas, como si todo fuese bien. Y les dije que, por la mañana, en casa, le
dijesen al niño: Querido Luca, para ti quejarte es muy importante, y por eso te
pedimos que lo hagas ahora, durante 15 minutos. Estaremos aquí callados,
escuchándote. Por favor, empieza a quejarte. El niño respondió que no tenía
ganas de quejarse, que quería jugar, y al llegar al colegio se fue corriendo él solo
escaleras arriba. Sólo introduje un pequeño cambio relacional padres-hijo. Cuando
luego pregunté a los padres:¿Qué deberiáis hacer ahora para estropear este
logro? lo tuvieron muy claro:Volver a prestarle a Luca todas las atenciones y a
tranquilizarlo como antes, a comportarnos con él como si fuese a tener miedo de
separarse de nosotros. Lo entendieron. Caso resuelto.
Como no tiene nada que perder, no tiene nada que defender. Sólo quien valora
algo y lo tiene en mucho, no lo expone a riesgos innecesarios. La permisividad
carece de valores. La indecisión o la comodidad de los padres acaba en
permisividad. Los valores no son transables por las costumbres o modas del
momento. No se someten al abuso de las mayorías, reales o aparentes. Lo que la
mayoría hace o dice hacer no puede elevarse a la categoría de valor, aunque pese
en el ambiente.
La frivolidad no tolera el paso de los años, porque se identifica con los falsos
valores de la juventud. Al ver que está se le escapa, intenta sujetarla aferrándose
a las modas de los jóvenes. El adolescente que anda en malos pasos rehuye la
vida de la familia, y sólo se siente a gusto con sus cómplices. Es triste comprobar
que hay padres que se preocupan más del precio de las acciones, que de las
acciones morales de su hijo. ¡Que lastima! Tanto éxito en la vida profesional a
costa de que la propia familia sea un fracaso. "¡Haz lo que quieras! Me da lo
mismo".
"Me das lo mismo" Es cierto. No siempre se dice así, textualmente, en ese tono,
pero eso es lo que se quiere decir. Quitarse los hijos de encima es una expresión
terrible, pero cuántos padres practican este deporte temerario, por indolencia, por
comodidad, por desinterés, o simplemente por falta de valores o por valores
equivocados.
Tomado de "Sentido común y educación en la familia"
La paternidad humana
En una sociedad que parece seguir el viejo dicho de: " plantar un árbol, escribir un
libro y tener un hijo" como formula para realizarse, ve la paternidad como un
hecho que solo sirve para decir que en la vida uno ha hecho de todo. Es más , se
ve a los hijos como una carga demasiado pesada a la que los padres son dignos
de compadecer, o cuantas veces hemos escuchado que a quien se ha salido del
libreto de uno o a los sumo dos hijos se le ha dicho ¿¿¿que ...cuantos???,
¡¡¡ pobre que trabajo !!! .Sin embargo estas mismas persona son las que después
confiesan que les gustaría haber tenido más hijos pero que justamente para no
entrar en la frase anterior no lo hicieron. (claro que nunca pensaron así de su
profesión que le insumía 12 horas diarias, dolores de cabeza, estrés, amarguras,
trasnochadas, etc. pero bueno, eso era por dinero, para "vivir" pero ese mismo
"trabajo" hacerlo ¿por una persona...?).
Pero esto solo se suele apreciar cuando la persona está ya avanzada en edad y el
auto, la video ,el "tiempo para mi" se han puesto viejos, se han ido, y desearía la
llegada de los hijos con los nietos para llenar las solas horas de la vejez o la
necesidad de ayuda ante la enfermedad, etc. y a los que los bienes adquiridos no
pueden suplantar ,¿no?.
Los padres que han logrado vencer las tradiciones atávicas de ser meros
proveedores, comparten el gozo en la crianza de los hijos y hablan de "una nueva
dimensión en la convivencia familiar".
A pesar de los iracundos reproches de quienes pretenden perpetuar el tabú
inmemorial de que cuando el padre se involucra emocionalmente con el hijo se
torna 'suave como una segunda madre', y que si participa en el cuidado y atención
del hijo se convierte en simple 'mandilón', cada día son más los padres presentes
en el quirófano en el momento del nacimiento de sus hijos, en los cursos
prenatales y de posparto para capacitarse en el cuidado del bebé.
El padre de hoy se abre a las necesidades más sutiles del hijo: las emocionales y
las psíquicas. Trasciende la preocupación de sí mismo y sus ocupaciones, y logra
ver al hijo en sus propios términos. Propicia el ambiente que le permita el
desarrollo de su potencial en un marco de libertad responsable, no de dominación.
Progenitores de metal
A menudo, las personas, animales, etc., forman vínculos estrechos con sus
padres, especialmente al poco tiempo de nacidos.
Este vínculo es garantía para que la madre pueda alimentar y criar a los suyos; sin
embargo, no siempre el apego es hacia la verdadera madre.En las aves, por
ejemplo, en cuanto nacen, seguirán cualquier objeto que se desplace. Esta
conducta temprana de seguir a otra cosa, tiene consecuencias futuras dramáticas.
El grupo de otras madres, pudieron interactuar durante una hora, poco después
del parto, y durante varias horas diariamente, a partir de entonces. Se ha
observado que este tipo de madres, se muestran mas afectuosas y se interesan
más por el bienestar de sus hijos.Posteriormente, con los años, hacen más
preguntas a sus hijos y dan menos ordenes.
Todo esto, parece indicar, que el contacto inmediato después del parto, reduce la
probabilidad de problemas posteriores de los padres, incluyendo el abandono,
descuido y abusos, que tanto sufre nuestra comunidad, en la cual se centra tanto
la atención en los menores que la padecen y no muchas veces, en los
progenitores de meta.
Autoridad
Aprender a equivocarse
Amistad, autoridad y obediencia
Aprender a corregir
Como lograr una autoridad positiva con los hijos
La verdadera autoridad y la disciplina
Cada cual debe cuidar de su propia autoridad
Enseñar con el ejemplo
¿Cuál es la diferencia entre disciplina y castigo?
El ejercicio de la autoridad en los padres
Mandamases o mandamientos
Aprender a equivocarse
Pero son también gente un poco neurótica. Viven tensos. Se vuelven cruelmente
exigentes con quienes no son como ellos. Y sufren espectacularmente cuando
llega la realidad con la rebaja y ven que muchas de sus obras -a pesar de todo su
interés- se quedan a mitad de camino.
Así es como, según decía Maxwel Brand. "todo niño debería crecer con convicción
de que no es una tragedia ni una catástrofe cometer un error". Por eso en las
persona siempre me ha interesado más el saber cómo se reponen de los fallos
que el número de fallos que cometen.
Temo por eso la educación perfeccionista. Los niños educados para arcángeles se
pegan luego unos topetazos que les dejan hundidos por largo tiempo. Y un no
pequeño porcentaje de amargados de este mundo surge del clan de los educados
para la perfección.
Los pedagogos dicen que por eso es preferible permitir a un niño que rompa
alguna vez un plato y enseñarle luego a recoger los pedazos, porque "es mejor un
plato roto que un niño roto".
No vale, realmente, la pena llorar por un plato roto. Se compra otro y ya está. Lo
grave es cuando por un afán de perfección imposible se rompe un corazón.
Porque de esto no hay repuesto en los mercados.
Tienen que entender que, nos guste o no, todos obedecemos. En cualquier
colectivo, las relaciones humanas implican vínculos y dependencias, y eso es
inevitable. No pueden engañarse con ensueños de rebeldía infantil.
Pero, de todas formas, quizás les cuesta mucho obedecer porque no sabes
mandar sin imperar. Hay detalles que facilitan la obediencia:
2. Manda con afán de servir, sin dar la sensación de que lo haces por comodidad
personal. Que vean que te molestas tú primero: muchas veces así ellos
entenderán, sin necesidad de que nadie se lo diga, que deben hacer lo mismo.
5. Habla con llaneza y sin apasionamiento, sin exagerar, procurando ser objetivo.
Aprende a discernir lo normal de lo preocupante o grave.
6. Habla con claridad, a la cara. No seas blando, ni tampoco cortante: mantén una
exigencia acolchada.
Debes extremar los cuidados a los más necesitados (no todos los hijos son
iguales) para evitar que tomen cuerpo las crisis de crecimiento o de madurez.
Aprender a corregir
Es natural que los jóvenes y los mayores vean las cosas de distinto modo. Lo que
sería extraño es que un adolescente y una persona madura pensaran de idéntica
manera.
Hay que buscar par los hijos ideales de equilibrio, de nobleza, de responsabilidad.
No de supremacía en todo, porque eso acaba por crear absurdos estados de
angustia. Lo que importa es fijarse unos retos que le hagan ser él mismo, pero
cada día un poco mejor; que le hagan conocer las satisfacción de fijarse unas
metas y cumplirlas.
Primera: Para que alguien tenga derecho a corregir tiene primero que ser persona
que esté capacitada para reconocer lo bueno de los demás y que sea capaz
también de decirlo: que no corrija quien no sepa elogiar de vez en cuando.
Porque si un padre no reconoce nunca lo que su hijo o su mujer hacen bien, ¿con
qué derecho podrá luego corregirles cuando fallen? En este sentido no debemos
olvidar que, el que nada positivo encuentra en los demás tiene que replantear su
vida desde los cimientos: algo en él no va bien, tiene una ceguera que le inhabilita
para corregir.
Segunda: Ha de corregirse por cariño: tiene que ser la crítica del amigo, no la del
enemigo. Y para eso tiene que ser serena y ponderada, sin precipitaciones y sin
apasionamiento: tiene que ser cuidadosa, con el mismo primor con que se cura
una herida, sin ironías ni sarcasmos, con esperanza de verdadera mejoría.
Tercera: Tampoco debe darse la corrección sin antes hacer examen sobre la
propia culpabilidad en lo que se va a corregir. Cuando algo marcha mal en la
familia, casi nunca nadie puede decir que está libre de toda culpa.
Resulta muy eficaz que en la familia haya fluidez en la corrección, que se puedan
decir unos a otros las cosas con normalidad. Que los agravios o los enfados no se
queden dentro de los corazones, porque ahí se pudren.
Poco a poco
El mejor momento
Por último, hay que saber elegir el momento para corregir o aconsejar, que ha de
ser cuanto antes, pero siempre esperando a estar los dos tranquilos para hablar y
tranquilos para escuchar: si uno está aún nervioso o afectado por un enfado, quizá
sea mejor esperar un poco más, porque de los contrario probablemente se
estropeen más las cosas en vez de arreglarse. Corregir sí, pero siempre
poniéndose antes en un lugar, haciéndose cargo de sus circunstancias,
procurando, como dice el refrán, calzar un mes sus zapatos antes de juzgar.
Actuando así, se corrige de modo distinto. Incluso veremos que muchas veces es
mejor callarnos: hay quien dijo que si pudiéramos leer la historia secreta de
nuestros enemigos, hallaríamos en sus vidas penas y sufrimientos suficientes
como para desarmar nuestra hostilidad.
A los adolescentes les cuesta mucho obedecer pero tienen que entender que,
guste o no, todos obedecemos. En cualquier colectivo, las relaciones humanas
implican vínculos y dependencias, y eso es inevitable. No pueden engañarse con
ensueños de rebeldía infantil.
Para pensar
o Procura fijarte más en los valores positivos de los demás. Y al observar sus
defectos, o lo que te parece a ti que son defectos, piensa si no los hay -esos
mimos- también en tu vida.
o No debes olvidar que -no se sabe en virtud de qué misteriosa tendencia- todos
solemos proyectar en los demás nuestros propios defectos.
o No pierdas la paciencia. Cuando pienses cosas como "le he dicho a esta criatura
por lo menos cuarenta veces que... y no hay manera", no dejes de preguntarte si
quizá también tú te has propuesto cuarenta veces muchas cosas que luego no has
logrado hacer.
o Sé prudente antes de juzgar o corregir: recuerda aquello de que el bien debe ser
supuesto, el mal debe ser probado; y eso otro de oír la otra campana, y saber
quién es el campanero...
... y actuar
Plantea en una tertulia familiar cómo podríais lograr una mayor fluidez en la
corrección, de manera que os podáis decir unos a otros con cierta normalidad las
cosas que os molestan. No dejes de explicar que los agravios o los enfados no
deben quedarse dentro del corazón, porque ahí se pudren; y que es preciso saber
perdonar y dar un voto de confianza a todos: el verdadero perdón es siempre
generoso en conceder oportunidades de enmendarse.
¿Qué ha pasado para que en tan pocos meses una pareja de personas adultas,
triunfadoras en el campo profesional y social, hayan dilapidado el capital de
autoridad que tenían cuando nació el niño?
¿Cuáles son los errores más frecuentes que padres y madres cometemos
cuando interaccionamos con nuestros hijos?
Antes de que siga leyendo, quiero advertirle que, posiblemente, usted, como todos
-yo también- en alguna ocasión ha cometido cada uno de los errores que se
apuntan a continuación. No se preocupe por ello. No es un desastre. Es lo normal
en cualquier persona que intenta educar TODOS LOS DIAS. Tiene su parte
positiva. Quiere decir que intenta educar, lo cual ya es mucho.
En educación lo que deja huella en el niño no es lo que se hace alguna vez, sino
lo que se hace continuamente. Lo importante es que, tras un periodo de reflexión,
los padres consideren, en cada caso, las actuaciones que pueden ser más
negativas para la educación de sus hijos, y traten de ponerles remedio.
Estos son los principales errores que, con más frecuencia, debilitan y disminuyen
la autoridad de los padres:
- Ceder después de decir no. Una vez que usted se ha decidido a actuar, la
primera regla de oro a respetar es la del no. El no es innegociable. Nunca se
puede negociar el no, y perdone que insista, pero es el error más frecuente y que
más daño hace a los niños. Cuando usted vaya a decir no a su hijo, piénselo bien,
porque no hay marcha atrás. Si usted le ha dicho a su hijo que hoy no verá la
televisión, porque ayer estuvo más tiempo del que debía y no hizo los deberes, su
hijo no puede ver la televisión aunque le pida de rodillas y por favor, con cara
suplicante, llena de pena, otra oportunidad. Hay niños tan entrenados en esta
parodia que podrían enseñar mucho a las estrellas del cine y del teatro.
En cambio, el sí, sí se puede negociar. Si usted piensa que el niño puede ver la
televisión esa tarde, negocie con él qué programa y cuanto rato.
- Falta de coherencia. Ya hemos dicho que los niños han de tener referentes y
límites estables. Las reacciones del padre/madre han de ser siempre dentro de
una misma línea ante los mismos hechos. Nuestro estado de ánimo ha de influir lo
menos posible en la importancia que se da a los hechos. Si hoy está mal rayar la
pared, mañana, también.
Gritar conlleva un peligro inherente. Cuando los gritos no dan resultado, la ira del
adulto puede pasar fácilmente al insulto, la humillación e incluso los malos tratos
psíquicos y físicos, lo cual es muy grave.
- No cumplir las promesas ni las amenazas. El niño aprende muy pronto que
cuanto más promete o amenaza un padre/madre menos cumple lo que dicen.
Cada promesa o amenaza no cumplida es un girón de autoridad que se queda por
el camino. Las promesas y amenazas deben ser realistas, es decir fáciles de
aplicar. Un día sin tele o sin salir, es posible. Un mes es imposible.
- Exigir éxitos inmediatos. Con frecuencia, los padres tienen poca paciencia con
sus hijos. Querrían que fueran los mejores... ¡ya!. Con los hijos olvidan que nadie
ha nacido enseñado. Y todo requiere un período de aprendizaje con sus
correspondientes errores. Esto que admiten en los demás no pueden soportarlo
cuando se trata de sus hijos, en los que sólo ven las cosas negativas y que,
lógicamente, "para que el niño aprenda" se las repiten una y otra vez.
Sin embargo, una vez que sabemos lo que hemos de evitar, algunos consejos y
"trucos" sencillos pueden aligerar este problema, ofrecer un desarrollo equilibrado
a los hijos y proporcionar paz a las personas y al hogar. Estos consejos sólo
requieren, por un lado, el convencimiento -muy importante- de que son efectivos y,
por otro, llevarlas a la práctica de manera constante y coherente.
- Enseñar con claridad cosas concretas. Al niño no le vale decir "sé bueno",
"pórtate bien" o "come bien". Estas instruccuiones generales no le dicen nada. Lo
que sí le vale es darle con cariño instrucciones concretas de cómo se coge el
tenedor y el cuchillo, por ejemplo.
- Dar tiempo de aprendizaje. Una vez hemos dado las instrucciones concretas y
claras, las primeras veces que las pone en práctica, necesita atención y apoyo
mediante ayudas verbales y físicas, si es necesario. Son cosas nuevas para él y
requiere un tiempo y una práctica guiada.
- Valorar siempre sus intentos y sus esfuerzos por mejorar, resaltando lo que hace
bien y pasando por alto lo que hace mal. Pensemos que lo que le sale mal no es
por fastidiarnos, sino porque está en proceso de aprendizaje. Al niño, como al
adulto, le encanta tener éxito y que se lo reconozcan.
- Dar ejemplo para tener fuerza moral y prestigio. Sin coherencia entre las
palabras y los hechos, jamás conseguiremos nada de los hijos. Antes, al contrario,
les confundiremos y les defraudaremos. Un padre no puede pedir a su hijo que
haga la cama si él no la hace nunca.
- Actuar y huir de los discursos. Una vez que el niño tiene claro cual ha de ser su
actuación, es contraproducente invertir el tiempo en discursos para convencerlo.
Los sermones tienen un valor de efectividad igual a 0. Una vez que el niño ya sabe
qué ha de hacer, y no lo hace, actúe consecuentemente y aumentará su autoridad.
Todas estas recomendaciones pueden ser muy válidas para tener autoridad
positiva o totalmente ineficaces e incluso negativas. Todo depende de dos
factores, que si son importantes en cualquier actuación humana, en la relación con
los hijos son absolutamente imprescindibles: amor y sentido común.
Educar es estimar, decía Alexander Galí. El amor hace que las técnicas no
conviertan la relación en algo frío, rígido e inflexible y, por lo tanto, superficial y sin
valor a largo plazo. El amor supone tomar decisiones que a veces son dolorosas,
a corto plazo, para los padres y para los hijos, pero que después son valoradas de
tal manera que dejan un buen sabor de boca y un bienestar interior en los hijos y
en los padres.
El sentido común es lo que hace que se aplique la técnica adecuada en el
momento preciso y con la intensidad apropiada, en función del niño, del adulto y
de la situación en concreto. El sentido común nos dice que no debemos matar
moscas a cañonasos ni leones con tirachinas. Un adulto debe tener sentido común
para saber si tiene delante a una mosca o a un león. Si en algún momento tiene
dudas, debe buscar ayuda para tener las ideas claras antes de actuar.
Queda claro, por tanto, que la disciplina no debe entenderse en ningún caso como
una forma de castigar o de recuperar el control del educando, sino como la
oportunidad de aprendizaje, tanto para los padres como para los hijos, ya que la
disciplina no se aplica para que el padre o educador ejerza un control, sino para
que sea el hijo, el educando, quien se autocontrole (autodisciplina).
Deje que su hijo experimente la sensación de hambre durante el recreo y vea con
ojos de deseo cómo sus compañeros devorar sabrosos bocatas, mientras él pasa
un poco de hambre. Estas consecuencias negativas del hambre le enseñarán a
cuidarse de sí mismo, a responsabilizarse. No hay disciplina mientras no hay
autocontrol y dominio de sí.
Nos queda, para terminar este tema, hablar de disciplina como acción coordinada
y responsable y verdadero fundamento de la riqueza material y espiritual, de la
cultura, de la autoestima, de la felicidad, de la realización personal y de la
sabiduría.
¿La disciplina tiene que ver con la sabiduría? ¡Totalmente! Todos los sabios
coinciden en los dos puntos básicos de disciplina mental:
2. Determine con exactitud qué cosas le apartan de ese objetivo. Haga una lista de
todas ellas y establezca una estrategia adecuada para ir eliminando todos los
obstáculos, uno por uno.
3. Determine con la misma exactitud cuáles son las nuevas acciones positivas que
ha de realizar para alcanzar su objetivo. Establezca prioridades y trate de calibrar
el esfuerzo que será necesario para acometer cada nueva acción.
5. Visualice el éxito, aquello que desea obtener, y deséelo con todas sus fuerzas,
véalo ya en sus manos. Que la fuerza de su pensamiento sea contundente,
arrolladora, incansable.
Nuestra autoridad no mengua por cumplir los mil detalles, por insignificantes que
sean o por poco elegantes que creamos, del funcionamiento del hogar, lo que sí
debemos cuidar, porque la autoridad va pareja con el prestigio, es no cometer
equivocaciones aunque sea a mil leguas de nuestros hijos. El emborracharnos en
Cuenca, si vivimos en Varsovia, es un golpe directo a nuestra autoridad, porque
difícilmente podremos mirar a la cara al hijo que simplemente llega un cuarto de
hora tarde. Sin embargo, este sentido de culpabilidad propia no es sano y hay que
olvidarse de él.
Las órdenes que se dan deben tener siempre un sentido de servicio a los demás,
de beneficio para quien la lleve a cabo. Exigir que se llegue a una hora concreta,
sirve para que al cumplir lo ordenado, se contribuya al buen funcionamiento del
hogar y a respetar el trabajo de quien tuvo que guisar. El no consentir ciertas
ironías o burlas, no es más que ayudar a vivir un ambiente mejor al no tratar de
herir a nadie. Exigir respuestas respetuosas, es ayudar a dialogar y aceptar la
opinión de los demás y que respeten la propia.
"¡Los niños a dormir que la película tiene dos rombos!", y los hijos, obedientes,
envolvían su docilidad entre las sábanas, mientras los padres permanecían, como
los rombos, pegados al televisor.
Y si nos preguntan por qué ellos no pueden ver tal cosa, les respondemos que
porque son pequeños. Así les mostramos que ser adulto justifica cualquier
comportamiento, les enseñamos falsos argumentos éticos y les iniciamos en
nuestra esquizofrenia platónica. Pero quizá esos "locos bajitos ", como los llamaba
Gila, sean el reflejo de lo que nos gustaría exigirnos a nosotros mismos si la
resignación no se hubiera apoderado de nuestras vidas desde que dejamos de ser
niños.
La disciplina le enseña al niño(a) como actuar, debe tener sentido para él/ella y
tiene que ver con algo que el niño(a) hizo equivocadamente. La disciplina ayuda al
niño(a) a sentirse bien consigo mismo, a corregir sus errores y le ayuda a tomar
responsabilidad de sus acciones.
El castigo por el contrario, únicamente le dice al niño(a) lo que él/ ella hizo mal,
pero no le dice lo que debería hacer en cambio; por lo que el castigo muchas
veces no tiene sentido para el niño(a) y usualmente no tiene que ver con lo que el
niño(a) hizo mal.
Disciplina: Dígale que recoja los crayones. Explíquele que los crayones se podrían
quebrar o que podrian manchar el piso. Pónga los crayones fuera del alcance de
su niño(a) por uno o dos días.
Disciplina: Dígale que él/ella no puede jugar con el cesto de la basura y permítale
jugar con algo que él/ella pueda llenar y vaciar.
Un niño(a) no puede ser malcriado durante los primeros seis meses de edad. Los
bebés que son sostenidos en brazos cuando lloran aprenden a sentirse seguros y
usualmente lloran menos conforme crecen y tan pronto como ellos pueden hablar,
ellos usan palabras para expresar sus necesidades.
Los niño(a)s que gatean (caminan con las rodillas) usualmente juegan o quiebran
objetos que encuentran a su paso. No olvide proteger su casa a prueba de
niño(a)s.
Distraiga a su niño(a), cuando él/ella hace algo que no le agrada a usted. Use
palabras como "Detente/Para" ó "No toques" para evitar que toquen aquellos
objetos que usted no quiere que se destruyan y sobre todo dígale a su niño(a) las
reglas a seguir. Al mismo tiempo, déle a su niño(a) la oportunidad de explorar y
experimentar nuevas cosas en forma segura en al menos una de las habitaciones
de la casa.
Los niño(a)s que empiezan a caminar podrán alcanzar casi todos los objetos en la
casa, porque ellos están aprendiendo a subirse por todos lados. Recuerde
proteger su casa a prueba de niño(a)s, use la distracción como disciplina, dígale
las reglas de juego y empiece a usar períodos cortos de disciplina, tales como
sentando a su niño(a) en un lugar aislado para disciplinarlo(a).
Los niño(a)s hablan más y más cada día, por lo que es mucho más fácil
explicarles las cosas y escuchar lo que ellos tengan que decir.
Use pequeñas recompensas cuando sea posible. Aplauda cuando ellos hacen
algo bien, éles más y más abrazos y elógielos constantemente, pero también
disciplínelos cuando sea necesario.
La palabra autoridad se deriva del verbo latino "augere", que quiere decir ayudar a
crecer. Para un educador es importante distinguir entre:
"ser autoridad"
"tener poder"
"tener autoridad"
En efecto, cuando nace nuestro hijo todos los padres disponemos del mismo
capital de autoridad. En cambio, vemos a diario que, cuando un niño tiene sólo
tres años, ya hay padres que han sido capaces de aumentar su autoridad y padres
que han perdido gran parte del capital con que partieron. Para seguir teniendo
autoridad es preciso ganarla día a día con decisiones:
correctas, justas y útiles.
Por otro lado, el ser autoridad conlleva no sólo tener poder para mandar a otros,
sino también una capacidad coercitiva. Es aquello de que quien manda, manda,
aunque mande mal. Cuanta más autoridad tenemos como padres, menos hemos
de ejercer el poder. Y al contrario, en la medida que nuestra autoridad disminuye,
debemos imponer medidas coercitivas: castigos, gritos, enfados, etc. que cada día
han de ser mayores para que tengan efecto, deteriorando así la buena relación
entre nosotros y nuestros hijos y, en consecuencia, la calidad de vida familiar.
Tenemos que partir de la base que la relación entre padres e hijos en edad de
educar no es una relación de igualdad, sino jerarquizada. Un padre es un adulto al
que se le supone una sabiduría que nuestro hijo no tiene. Los niños, hasta la
adolescencia, tienen una gran capacidad para aprender datos y conocimientos,
pero no tienen sentido común para afrontar muchas situaciones de la vida diaria.
Hemos de ser nosotros, los padres, quienes pongamos los límites a su libertad
individual para protegerlo físicamente, ya que puede, por ejemplo, cruzar la calle
impulsivamente sin reparar en los coches que lo pueden herir o matar.
Igualmente debe ser un adulto quien le obligue en ocasiones a realizar una tarea
que en principio no le apetece pero que a largo plazo supondrá un gran bien para
él. Es el caso de muchos niños que tienen en un primer momento aversión a la
natación, pero tras obligarles con firmeza y cariño aprenden a nadar y esta
actividad acaba siendo una de las que más satisfacciones les produce.
Somos los padres quienes hemos de tomar decisiones por él para evitar males
mayores que afectan además a otras personas, como compañeros y profesores.
Fernando Savater dice "el padre que no quiere figurar sino como el mejor amigo
de sus hijos, algo parecido a un arrugado compañero de juegos, sirve para poco; y
la madre, cuya única vanidad profesional es que la tomen por hermana
ligeramente mayor que su hija, tampoco sirve para mucho más".
Por último, muchos de nosotros, cuando llegamos a esta situación, nos sentimos
impotentes, pedimos ayuda al Estado y a la escuela, y no sólo queremos que
actúen por nosotros, sino que además exigimos resultados cuando a lo largo de
los años no hemos sabido o querido vivir como un adulto con todas sus
consecuencias.
El primer requisito para tener autoridad es, como ya hemos dicho, ejercerla día a
día. Como cualquier actividad, si no se practica se pierde. Los padres hemos de
tomar decisiones diarias que ayuden a nuestro hijo a respetar los límites naturales,
que le ayuden a madurar como persona. La permisividad y el "dejar hacer" son
enemigos de la autoridad que ayuda a crecer.
En tercer lugar, para tener autoridad es preciso tener prestigio. Una persona tiene
prestigio cuando se le reconoce una habilidad o cualidad determinada. Un estudio
de la Universidad de Navarra comprobó que el prestigio de los padres ante los
hijos no depende ni del dinero que ganan, ni del coche que tienen, ni de la práctica
de un deporte, ni tan siquiera del cargo que ocupan, sino que depende de tres
factores fundamentales:
Del modo de ser de la persona: generosa, serena, optimista, humilde, generosa, ...
1. Del modo de tratar a los demás: Tanto a la familia como a los amigos y
compañeros, o a la sociedad en general.
http://www.solohijos.com
Pablo Pascual Sorribas Maestro, licenciado en Historia y logopeda.
Mandamases o mandamientos
Ejercer la autoridad paterna parece en los tiempos actuales una utopía autoritaria
prohibida para los amantes de la libertad. Las estadísticas de una crisis difícil de
remontar. Los padres todavía cuentan con autoridad y saben hacerse obedecer en
uno de cada tres hogares, aunque a veces sea a regañadientes, según opinan los
mas de mil adolescentes consultados.
En otra tercera parte de hogares no existe esta autoridad, por un doble motivo:
bien porque el padre se ha acomodado a las circunstancias y prefiere transigir en
vez de exigir; o bien porqué un padre autoritario ha roto el hilo de comunicación
con sus hijos e hijas.
Por último, algo más de una tercera parte de los adolescentes parece confundir la
autoridad con el autoritarismo, hasta tal extremo ha llegado la crisis de Autoridad. ,
es que el simple enunciado de la palabra despierta animadversión. Ante la simple
enunciación de la pregunta "¿Quién crees que manda en tu casa?", este último
grupo de chicos y chicas de 14 a 18 años, reaccionan como si el simple ejercicio
de la autoridad fuese algo en sí mismo negativo, como si la autoridad estuviese
mal vista. "Mi casa no es un cuartel y no manda nadie". "Somos personas libres";
"no hay alguien que mande, todos mandamos algo", son algunas de las
expresiones más corrientes entre este grupo para demostrar que en su casa no
existe una autoridad bien definida.
Hogares anárquicos
El porcentaje de chicos y chicas que, con distintas expresiones, viene a decir que
"en mi casa mandamos todos", o que "en mi casa no manda nadie", que viene a
ser lo mismo, es del 28,3% entre los chicos y del 26,3% entre las chicas. Es
significativo este porcentaje porque la posibilidad de hogares donde no hubiera
autoridad no figuraba entre las proposiciones de la encuesta, que se referían a la
opción de que mandara el padre, que mandara la madre o que mandaran ambos
conjuntamente. Por tanto, las expresiones de rechazo de la autoridad, de las
respuestas de los adolescentes se desprende un desprestigio de la autoridad, una
confusión entre la autoridad y autoritarismo, que chicos y chicas expresan de
muchas maneras: "todos queremos mandar, pero casi nadie lo consigue", "hay un
sistema democrático, mandamos todos", Mandamos todos, casi siempre", "un
intercambio de opiniones hace funcionar nuestra casa"... son algunas de las frases
indicativas de que la autoridad no atraviesa el mejor momento.
A favor de la corriente
Hogares equilibrados
Padres comprensivos