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Sábado

Septiembre
28

Supo organizar formas estables de servicio a las personas marginadas


Queridos hermanos y hermanas: En el evangelio de este domingo Jesús narra la parábola del hombre
rico y del pobre Lázaro. El primero vive en el lujo y en el egoísmo, y cuando muere, acaba en el
infierno. El pobre, en cambio, que se alimenta de las sobras de la mesa del rico, a su muerte es
llevado por los ángeles a la morada eterna de Dios y de los santos. «Bienaventurados los pobres —
había proclamado el Señor a sus discípulos— porque vuestro es el reino de Dios». Pero el mensaje
de la parábola va más allá: recuerda que, mientras estamos en este mundo, debemos escuchar al
Señor, que nos habla mediante las sagradas Escrituras, y vivir según su voluntad; si no, después de
la muerte, será demasiado tarde para enmendarse. Por lo tanto, esta parábola nos dice dos cosas: la
primera es que Dios ama a los pobres y les levanta de su humillación; la segunda es que nuestro
destino eterno está condicionado por nuestra actitud; nos corresponde a nosotros seguir el camino
que Dios nos ha mostrado para llegar a la vida, y este camino es el amor, no entendido como
sentimiento, sino como servicio a los demás, en la caridad de Cristo. Por una feliz coincidencia,
anteayer celebramos la memoria litúrgica de san Vicente de Paúl, patrono de las organizaciones
caritativas católicas. En la Francia del 1600, precisamente, conoció de primera mano el fuerte
contraste entre los más ricos y los más pobres. De hecho, como sacerdote, tuvo ocasión de
frecuentar tanto los ambientes aristocráticos como los campos, igual que las barriadas de París.
Impulsado por el amor de Cristo, Vicente de Paúl supo organizar formas estables de servicio a las
personas marginadas, dando vida a las llamadas «Charitées», las «Caridades», o bien grupos de
mujeres que ponían su tiempo y sus bienes a disposición de los más marginados. De estas
voluntarias, algunas eligieron consagrarse totalmente a Dios y a los pobres, y así, junto a santa Luisa
de Marillac, san Vicente fundó las «Hijas de la Caridad», primera congregación femenina que vivió
la consagración «en el mundo», entre la gente, con los enfermos y los necesitados. Queridos amigos,
¡sólo el Amor con la «A» mayúscula da la verdadera felicidad! Lo demuestra también otro testigo,
una joven que fue proclamada beata aquí, en Roma. Hablo de Chiara Badano, una muchacha
italiana, nacida en 1971, a quien una enfermedad llevó a la muerte en poco menos de 19 años, pero
que fue para todos un rayo de luz, como dice su sobrenombre: «Chiara Luce». Su parroquia, la
diócesis de Acqui Terme, y el Movimiento de los Focolares, al que pertenecía, están hoy de fiesta —
y es una fiesta para todos los jóvenes, que pueden encontrar en ella un ejemplo de coherencia
cristiana—. Sus últimas palabras, de plena adhesión a la voluntad de Dios, fueron: «Mamá, adiós. Sé
feliz porque yo lo soy». Alabemos a Dios, pues su amor es más fuerte que el mal y que la muerte; y
demos gracias a la Virgen María, que guía a los jóvenes, también a través de las dificultades y los
sufrimientos, a enamorarse de Jesús y a descubrir la belleza de la vida.
Ángelus, Papa Benedicto XVI, 26 septiembre 2010
322. Toda la vida de la familia es un «pastoreo» misericordioso. Cada uno, con cuidado, pinta y
escribe en la vida del otro: «Vosotros sois nuestra carta, escrita en nuestros corazones [...] no con
tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo». Cada uno es un «pescador de hombres» que, en el nombre
de Jesús, «echa las redes» en los demás, o un labrador que trabaja en esa tierra fresca que son sus
seres amados, estimulando lo mejor de ellos. La fecundidad matrimonial implica promover, porque
«amar a un ser es esperar de él algo indefinible e imprevisible; y es, al mismo tiempo,
proporcionarle de alguna manera el medio de responder a esta espera». Esto es un culto a Dios,
porque es él quien sembró muchas cosas buenas en los demás esperando que las hagamos crecer.
323. Es una honda experiencia espiritual contemplar a cada ser querido con los ojos de Dios y
reconocer a Cristo en él. Esto reclama una disponibilidad gratuita que permita valorar su dignidad.
Se puede estar plenamente presente ante el otro si uno se entrega «porque sí», olvidando todo lo que
hay alrededor. El ser amado merece toda la atención. Jesús era un modelo porque, cuando alguien se
acercaba a conversar con él, detenía su mirada, miraba con amor. Nadie se sentía desatendido en su
presencia, ya que sus palabras y gestos eran expresión de esta pregunta: «¿Qué quieres que haga por
ti?». Eso se vive en medio de la vida cotidiana de la familia. Allí recordamos que esa persona que
vive con nosotros lo merece todo, ya que posee una dignidad infinita por ser objeto del amor
inmenso del Padre. Así brota la ternura, capaz de «suscitar en el otro el gozo de sentirse amado. Se
expresa, en particular, al dirigirse con atención exquisita a los límites del otro, especialmente cuando
se presentan de manera evidente».
324. Bajo el impulso del Espíritu, el núcleo familiar no sólo acoge la vida generándola en su propio
seno, sino que se abre, sale de sí para derramar su bien en otros, para cuidarlos y buscar su felicidad.
Esta apertura se expresa particularmente en la hospitalidad, alentada por la Palabra de Dios de un
modo sugestivo: «no olvidéis la hospitalidad: por ella algunos, sin saberlo, hospedaron a ángeles».
Cuando la familia acoge y sale hacia los demás, especialmente hacia los pobres y abandonados, es
«símbolo, testimonio y participación de la maternidad de
la Iglesia». El amor social, reflejo de la Trinidad, es en realidad lo que unifica el sentido espiritual
de la familia y su misión fuera de sí, porque hace presente el kerygma
con todas sus exigencias comunitarias. La familia vive su espiritualidad propia siendo al mismo
tiempo una iglesia doméstica y una célula vital para transformar el mundo.
***
325. Las palabras del Maestro y las de san Pablo sobre el matrimonio, están insertas —no
casualmente— en la dimensión última y definitiva de nuestra existencia, que necesitamos recuperar.
De ese modo, los matrimonios podrán reconocer el sentido del camino que están recorriendo.
Porque, como recordamos varias veces en esta Exhortación, ninguna familia es una realidad celestial
y confeccionada de una vez para siempre, sino que requiere una progresiva maduración de su
capacidad de amar. Hay un llamado constante que viene de la comunión
plena de la Trinidad, de la unión preciosa entre Cristo y su Iglesia, de esa comunidad tan bella que
es la familia de Nazaret y de la fraternidad sin manchas que existe entre los santos del cielo. Pero
además, contemplar la plenitud que todavía no alcanzamos, nos permite relativizar el recorrido
histórico que estamos haciendo como familias, para dejar de exigir a las relaciones interpersonales
una perfección, una pureza de intenciones y una coherencia que sólo podremos encontrar en el
Reino definitivo. También nos impide juzgar con dureza a quienes viven en condiciones de mucha
fragilidad. Todos estamos llamados a mantener viva la tensión hacia un más allá de nosotros mismos
y de nuestros límites, y cada familia debe vivir en ese estímulo constante. Caminemos familias,
sigamos
caminando. Lo que se nos promete es siempre más. No desesperemos por nuestros límites, pero
tampoco renunciemos a buscar la plenitud de amor y de comunión
que se nos ha prometido. Viene de pag 180 - Capítulo IX - Espiritualidad Matrimonial y Familiar
- Continúa en pag 212 La alegría del amor
Amoris Laetitia “¿Qué quieres que haga por ti?” Eso se vive en medio de la vida cotidiana de la
familia

2017 - Id y Enseñad - 212


Jesús, María y José
en vosotros contemplamos
el esplendor del verdadero amor,
a vosotros, confiados, nos dirigimos.
Santa Familia de Nazaret,
haz también de nuestras familias
lugar de comunión y cenáculo de oración,
auténticas escuelas del Evangelio
y pequeñas iglesias domésticas.
Santa Familia de Nazaret,
que nunca más haya en las familias episodios
de violencia, de cerrazón y división;
que quien haya sido herido o escandalizado
sea pronto consolado y curado.
Santa Familia de Nazaret,
haz tomar conciencia a todos
del carácter sagrado e inviolable de la familia,
de su belleza en el proyecto de Dios.
Jesús, María y José,
escuchad, acoged nuestra súplica.
Amén.
Dado en Roma, junto a San Pedro, en el Jubileo extraordinario de la Misericordia, el 19 de marzo,
Solemnidad de San José, del año 2016, cuarto de mi Pontificado.
Franciscus
Viene de pag 196 - Capítulo IX - Espiritualidad Matrimonial y Familiar
La alegría del amor
Amoris Laetitia
Oración a la Sagrada Familia
20

Sábado
Agosto

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2017 - Id y Enseñad - 164
Formación ética de los hijos
263. Aunque los padres necesitan de la escuela para
asegurar una instrucción básica de sus hijos, nunca pueden
delegar completamente su formación moral. El desarrollo
afectivo y ético de una persona requiere de una experiencia
fundamental: creer que los propios padres son dignos de
confianza. Esto constituye una responsabilidad educativa:
generar confianza en los hijos con el afecto y el testimonio,
inspirar en ellos un amoroso respeto. Cuando un hijo
ya no siente que es valioso para sus padres, aunque sea
imperfecto, o no percibe que ellos tienen una preocupación
sincera por él, eso crea heridas profundas que originan
muchas dificultades en su maduración. Esa ausencia, ese
abandono afectivo, provoca un dolor más íntimo que una
eventual corrección que reciba por una mala acción.
264. La tarea de los padres incluye una educación
de la voluntad y un desarrollo de hábitos buenos e
inclinaciones afectivas a favor del bien. Esto implica
que se presenten como deseables comportamientos a
aprender e inclinaciones a desarrollar. Pero siempre se
trata de un proceso que va de lo imperfecto a lo más
pleno. El deseo de adaptarse a la sociedad, o el hábito
de renunciar a una satisfacción inmediata para adaptarse
a una norma y asegurarse una buena convivencia, es ya
en sí mismo un valor inicial que crea disposiciones para
trascender luego hacia valores más altos. La formación
moral debería realizarse siempre con métodos activos y
con un diálogo educativo que incorpore la sensibilidad y
el lenguaje propio de los hijos. Además, esta formación
debe realizarse de modo inductivo, de tal manera que el
hijo pueda llegar a descubrir por sí mismo la importancia
de determinados valores, principios y normas, en lugar de
imponérselos como verdades irrefutables.
265. Para obrar bien no basta «juzgar adecuadamente»
o saber con claridad qué se debe hacer —aunque esto
sea prioritario—. Muchas veces somos incoherentes con
nuestras propias convicciones, aun cuando sean sólidas.
Por más que la conciencia nos dicte determinado juicio
moral, en ocasiones tienen más poder otras cosas que nos
atraen, si no hemos logrado que el bien captado por la
mente se arraigue en nosotros como profunda inclinación
afectiva, como un gusto por el bien que pese más que
otros atractivos, y que nos lleve a percibir que eso que
captamos como bueno lo es también «para nosotros» aquí
y ahora. Una formación ética eficaz implica mostrarle a la
persona hasta qué punto le conviene a ella misma obrar
bien. Hoy suele ser ineficaz pedir algo que exige esfuerzo
y renuncias, sin mostrar claramente el bien que se puede
alcanzar con eso.
266. Es necesario desarrollar hábitos. También las
costumbres adquiridas desde niños tienen una función
positiva, ayudando a que los grandes valores interiorizados
se traduzcan en comportamientos externos sanos y
estables. Alguien puede tener sentimientos sociables y
una buena disposición hacia los demás, pero si durante
mucho tiempo no se ha habituado por la insistencia de
los mayores a decir «por favor», «permiso», «gracias»,
su buena disposición interior no se traducirá fácilmente
en estas expresiones. El fortalecimiento de la voluntad
y la repetición de determinadas acciones construyen la
conducta moral, y sin la repetición consciente, libre y
valorada de determinados comportamientos buenos no
se termina de educar dicha conducta. Las motivaciones,
o el atractivo que sentimos hacia determinado valor, no
se convierten en una virtud sin esos actos adecuadamente
motivados.
Viene de pag 148 - Capítulo VII - Fortalecer la Educación de los Hijos - Continúa en pag 196
La alegría del amor

Amoris Laetitia

Buenos lectores. Se deben preparar y hacer la


prueba antes de la misa
En este sentido, hablamos de la Liturgia de la Palabra
como de la «mesa» que el Señor dispone para alimentar
nuestra vida espiritual. Es una mesa abundante la de
la Liturgia, que se basa en gran medida en los tesoros
de la Biblia, tanto del Antiguo como del Nuevo
Testamento, porque en ellos la Iglesia anuncia el único
e idéntico misterio de Cristo. Pensamos en las riquezas
de las lecturas bíblicas ofrecidas por los tres ciclos
dominicales que, a la luz de los Evangelios Sinópticos,
nos acompañan a lo largo del año litúrgico: una
gran riqueza. Deseo recordar también la importancia
del Salmo responsorial, cuya función es favorecer la
meditación de lo que se ha escuchado en la lectura que
lo precede. Está bien que el Salmo sea resaltado con el
canto, al menos en la antífona.
La proclamación litúrgica de las mismas lecturas, con
los cantos tomados de la sagrada Escritura, expresa
y favorece la comunión eclesial, acompañando el
camino de todos y cada uno. Se entiende por tanto por
qué algunas elecciones subjetivas, como la omisión
de lecturas o su sustitución con textos no bíblicos,
sean prohibidas. He escuchado que alguno, si hay una
noticia, lee el periódico, porque es la noticia de día.
¡No! ¡La Palabra de Dios es la Palabra de Dios! El
periódico lo podemos leer después. Pero ahí se lee la
Palabra de Dios. Es el Señor que nos habla. Sustituir
esa Palabra con otras cosas empobrece y compromete
el diálogo entre Dios y su pueblo en oración. Al
contrario, [se pide] la dignidad del ambón y el uso del
Leccionario, la disponibilidad de buenos lectores y
salmistas. ¡Pero es necesario buscar buenos lectores!,
los que sepan leer, no los que leen [trabucando las
palabras] y no se entiende nada. Y así. Buenos lectores.
Se deben preparar y hacer la prueba antes de la
misa para leer bien. Y esto crea un clima de silencio
receptivo.
Sabemos que la palabra del Señor es una ayuda
indispensable para no perdernos, como reconoce el
salmista que, dirigido al Señor, confiesa: «Para mis pies
antorcha es tu palabra, luz para mi sendero». ¿Cómo
podremos afrontar nuestra peregrinación terrena, con
sus cansancios y sus pruebas, sin ser regularmente
nutridos e iluminados por la Palabra de Dios que resuena
en la liturgia? Ciertamente no basta con escuchar con
los oídos, sin acoger en el corazón la semilla de la
divina Palabra, permitiéndole dar fruto. Recordemos la
parábola del sembrador y de los diferentes resultados
según los distintos tipos de terreno. La acción del
Espíritu, que hace eficaz la respuesta, necesita de
corazones que se dejen trabajar y cultivar, de forma que
lo escuchado en misa pase en la vida cotidiana, según
la advertencia del apóstol Santiago: «Poned por obra la
Palabra y no os contentéis solo con oírla, engañándoos a
vosotros mismos». La Palabra de Dios hace un camino
dentro de nosotros. La escuchamos con las oídos y
pasa al corazón; no permanece en los oídos, debe ir al
corazón; y del corazón pasa a las manos, a las buenas
obras. Este es el recorrido que hace la Palabra de Dios:
de los oídos al corazón y a las manos. Aprendamos
estas cosas. ¡Gracias!
Hasta aquí la catequesis del 31 de enero de 2018
Padre, es que las misas son aburridas

La eucaristía es un suceso maravilloso en el cual Jesucristo, nuestra vida, se hace presente.


Participar en la misa «es vivir otra vez la pasión y la muerte redentora del Señor. Es una teofanía: el
Señor se hace presente en el altar para ser ofrecido al Padre por la salvación del mundo». El Señor
está ahí con nosotros, presente. Muchas veces nosotros vamos ahí, miramos las cosas, hablamos
entre nosotros mientras el sacerdote celebra la eucaristía... y no celebramos cerca de Él. ¡Pero es el
Señor! Si hoy viniera aquí el presidente de la República o alguna persona muy importante del
mundo, seguro que todos estaríamos cerca de él, querríamos saludarlo. Pero pienso: cuando tú vas a
misa, ¡ahí está el Señor! Y tú estas distraído. ¡Es el Señor! Debemos pensar en esto. «Padre, es que
las misas son aburridas” —«pero ¿qué dices, el Señor es aburrido?» —«No, no, la misa no, los
sacerdotes» —«Ah, que se conviertan los sacerdotes, ¡pero es el Señor quien está allí!». ¿Entendido?
No lo olvidéis. «Participar en la misa es vivir otra vez la pasión y la muerte redentora del Señor.
Intentemos ahora plantearnos algunas preguntas sencillas. Por ejemplo, ¿por qué se hace la señal de
la cruz y el acto penitencial al principio de la misa? Y aquí quisiera hacer un paréntesis. ¿Vosotros
habéis visto cómo se hacen los niños la señal de la cruz? Tú no sabes qué hacen, si la señal de la
cruz o un dibujo. Hacen así [hace un gesto confuso]. Es necesario enseñar a los niños a hacer bien la
señal de la cruz. Así empieza la misa, así empieza la vida, así empieza la jornada. Esto quiere decir
que nosotros somos redimidos con la cruz del Señor. Mirad a los niños y enseñadles a hacer bien la
señal de la cruz. Y estas lecturas, en la misa, ¿por qué están ahí? ¿Por qué se leen el domingo tres
lecturas y los otros días dos? ¿Por qué están ahí, qué significa la lectura de la misa? ¿Por qué se leen
y qué tiene que ver? O ¿por qué en un determinado momento el sacerdote que preside la celebración
dice: «levantemos el corazón»? No dice: «¡Levantemos nuestro móviles para hacer una fotografía!».
¡No, es algo feo! Y os digo que a mí me da mucha pena cuando celebro aquí en la plaza o en la
basílica y veo muchos teléfonos levantados, no solo de los fieles, también de algunos sacerdotes y
también obispos. ¡Pero por favor! La misa no es un espectáculo: es ir a encontrar la pasión y la
resurrección del Señor. Por esto el sacerdote dice: «levantemos el corazón». ¿Qué quiere decir esto?
Recordadlo: nada de teléfonos. Es muy importante volver a los fundamentos, redescubrir lo que es
esencial, a través de aquello que se toca y se ve en la celebración de los sacramentos. La pregunta
del apóstol santo Tomas, de poder ver y tocar las heridas de los clavos en el cuerpo de Jesús, es el
deseo de poder de alguna manera «tocar» a Dios para creerle. Lo que santo Tomás pide al Señor es
lo que todos nosotros necesitamos: verlo, tocarlo para poder reconocer. Los sacramentos satisfacen
esta exigencia humana. Los sacramentos y la celebración eucarística de forma particular, son los
signos del amor de Dios, los caminos privilegiados para encontrarnos con Él. Así, a través de estas
catequesis que hoy empezamos, quisiera redescubrir junto a vosotros la belleza que se esconde en la
celebración eucarística, y que, una vez desvelada, da pleno sentido a la vida de cada uno. Que la
Virgen nos acompañen en este nuevo tramo de camino. Gracias. Hasta aquí la Audiencia del 8 de
noviembre 2017…
Viene de la pág. 44 Serie de Audiencias del Papa Francisco sobre el significado de la Santa Misa

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