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Pruebe el poder de la oración

En una oficina de negocios, muy arriba de las calles de la ciudad, dos


hombres sostenían una conversación muy importante. Uno, seriamente
preocupado por problemas personales y comerciales, se paseaba agitado.
Después se sentó abatido, con la cabeza entre las manos; era el vivo
retrato de la desesperación. Había venido a ver al otro para pedirle
consejo, pues era considerado un hombre de gran comprensión. Juntos
habían examinado el problema desde todos los ángulos, pero,
aparentemente, sin resultado, con lo cual sólo se aumentó el desaliento
del atribulado personaje:
—Me imagino que no hay poder en la tierra que me pueda salvar—
sollozó.
El otro reflexionó un momento, y después habló, un poco tímidamente:
—No lo veo así; creo que te equivocas al decir que no hay poder sobre
la tierra que pueda salvarte. Personalmente he encontrado que todo
problema tiene su solución. Hay un poder que sí puede ayudarte —
agregó muy quedo–. ¿Por qué no pruebas el poder de la oración?
Un tanto sorprendido, el hombre desanimado dijo:
—¡Claro! Creo en la oración; pero tal vez no sepa rezar. Hablas de ello
como algo práctico, que puede resolver un problema comercial; nunca me
había imaginado que sirviera para tal cosa, pero estoy dispuesto a
practicarlo si me dices cómo se hace.
Aplicó las técnicas prácticas de la oración y, a su tiempo, obtuvo la
respuesta. Los asuntos finalmente le salieron muy bien; no quiere esto
decir que no tropezara con dificultades; en realidad, tuvo un momento
difícil, pero, por último, resolvió los problemas. Ahora cree con tanto
entusiasmo en el poder de la oración, que recientemente le escuché decir:
«Todo problema se puede resolver bien si se reza.»
Expertos en salud y en bienestar, con frecuencia emplean las oraciones
en su tratamiento. La incapacidad, la tensión y dificultades similares, se
deben a una falta de armonía interna. Es notable cómo al rezar se restaura
el armonioso funcionamiento del cuerpo y del alma.
Un amigo mío, experto en fisioterapia, le dijo a un hombre muy
nervioso a quien le daba masaje: «Dios opera través de mis dedos
mientras trato de hacer descansar su cuerpo, que es el templo del alma; y
mientras trabajo con lo externo de su ser, deseo que rece para que Dios le
de tranquilidad interna.» Esto era algo para el paciente, pero se hallaba en
estado de receptividad y empezó a revolver algunos pensamientos
apacibles, en su mente, y le maravilló los efectos de relajamiento así
logrados.
Jack Smith, operador de un club de salud, que está patrocinado por
muchos personajes sobresalientes, confía en la terapia de la oración y la
emplea. Él fue, en un tiempo, luchador profesional; después tripuló un
camión, fue también conductor de taxi y finalmente abrió su gimnasio.
Dice que a sus clientes les trata tanto su debilidad física como la
espiritual, porque declara: “No se puede conseguir un hombre físicamente
sano si no está espiritualmente sano.”
Una vez, Walter Huston, el actor, sentado en el escritorio de Smith,
notó un gran letrero en la pared que tenía escritas las siguientes letras:
RFLPCLCSCRP; sorprendido Huston, le preguntó: “¿Qué quiere decir eso?”
Smith se rio y dijo:
—Ellas indican: Rezar Fervorosamente Libera Poderes Con Los Cuales Se
Consiguen Resultados Positivos
Huston se quedó boquiabierto de asombro:
—¡Caray! Nunca esperé oír algo parecido en un club para la Salud.
—Empleo métodos como éste, para despertar la curiosidad de las
personas, a efecto de que me pregunten el significado de las letras, con lo
cual me brinda la oportunidad de explicarles que creo en el rezar
fervoroso para conseguir resultados satisfactorios.
Jack Smith, que ayuda a las personas a mantenerse en buenas
condiciones físicas, cree que rezar es tan importante, si no más
importante, que los ejercicios, los baños de vapor y las fricciones, por ser
una parte vital del proceso de la liberación del poder. Las gentes
consiguen hoy más rezando que antiguamente, porque encuentran que
esto les aumenta su actividad personal. Las oraciones les ayudan a extraer
fuerzas y utilizar potencias de otra manera inaccesibles.
Un famoso psicólogo dijo: «La oración es el poder disponible más
grande del individuo para resolver sus problemas personales. Su poder me
maravilla.»
El poder de la oración es una manifestación de la energía. Así como
existen técnicas científicas para liberar la energía atómica, también hay
procedimientos científicos para liberar la energía espiritual, por medio del
mecanismo de la oración. Existen demostraciones sorprendentes de la
evidencia de este poder energético. El poder de la oración parece efectivo,
incluso para normalizar el proceso del envejecimiento, eliminando o
limitando las dolencias y achaques. No necesita perder su energía básica o
su poder vital o volverse débil e indiferente, simplemente, por efecto de
los años. No es necesario dejar que el espíritu se doblegue o se vuelva
viejo y sombrío. La oración puede refrescarlo todas las noches y dejarle
como nuevo todas las mañanas. Puede orientarlo en los problemas si al
hacerlo consigue que su subconsciente, asiento de las fuerzas que
determinan que usted actúe correcta o equivocadamente, absorba la
oración. Rezar da poder para mantener sus reacciones correctas y sanas.
Llevar las oraciones al fondo del subconsciente puede rehacernos,
pues permite liberar y mantener el poder fluyendo libremente. Si no ha
experimentado este poder, tal vez necesite aprender nuevas técnicas para
rezar; es bueno estudiar la oración desde un punto de vista útil.
Corrientemente se acentúa el concepto religioso de la oración; sin
embargo, no existe ninguna separación entre ambos. La práctica científica
espiritual elimina el proceso estereotipado igual a como pasa con la
ciencia en general. Si usted ha rezado en cierta forma, incluso si le ha dado
resultados, lo que indudablemente habrá sucedido, quizás podrá orar con
más provecho cambiando su estilo y ensayando nuevas fórmulas de la
oración. Tenga nuevas revelaciones. Practique con nuevas habilidades
para conseguir mayores resultados.
Es importante darse cuenta que al rezar tratamos con el poder más
grandioso del mundo. No use una anticuada lámpara de petróleo para
iluminación. Usted necesita los más modernos sistemas luminosos.
Nuevas y recientes técnicas espirituales se descubren constantemente,
por hombres y mujeres de genio espiritual. Es conveniente experimentar
con el poder de la oración siguiendo esos métodos, que prueban ser
acertados y efectivos. Si esto suena como algo nuevo y marcadamente
científico, tome en cuenta que el secreto de la oración es encontrar el
proceso más eficaz para abrir humildemente su mente a Dios. Cualquier
método por medio del cual usted logre que fluya dentro de usted el poder
de Dios, es legítimo y utilizable.
Un ejemplo del uso científico de la oración es la experiencia de dos
famosos industriales (cuyos nombres son muy conocidos, por eso me
abstengo de mencionarlos) que celebraban una junta sobre asuntos
técnicos y comerciales. Uno se podría imaginar que estos hombres
trataban tales problemas sobre bases estrictamente técnicas, pero
además de esto rezaban para lograrlo. Como no obtuvieron resultados
satisfactorios, llamaron a un predicador rural, viejo amigo de uno de ellos,
siguiendo lo manifestado por la fórmula bíblica de la oración que dice:
«Cuando dos o tres se juntan en mi nombre, yo estoy en medio de ellos»
(Mateo, 18: 20).
También señalaron una fórmula más: «Si dos de ustedes concordaran,
en la tierra, sobre algo que pidieran, lo obtendrían por mi Padre que está
en los cielos» (Mateo, 18: 19).
Habiéndose formado en la práctica científica, pensaron que tratando la
oración como un fenómeno deberían seguir escrupulosamente las
fórmulas señaladas en la Biblia, que tenían como el libro de consulta para
la ciencia espiritual. El método que se sigue en una ciencia es emplear las
fórmulas que señala el libro de texto de esa ciencia. Razonaron que si la
Biblia indica que dos o tres debían juntarse, quizá la razón de que no
hubieran tenido éxito era que necesitaban una tercera persona; por
consiguiente, los tres hombres rezaron, y para prevenirse de cualquier
error en el proceso, trajeron a cuenta varias otras técnicas bíblicas, tales
como las que se desprenden del enunciado: «De acuerdo con tu fe estaré
en ti» (Mateo, 9: 29); «Cualesquiera que sean las cosas que deseéis,
cuando recéis, creed que las recibís y las tendréis» (Marcos, 11 : 24).
Después de varias sesiones de rezo los tres hombres afirmaron que habían
obtenido contestación. Las cosas salieron satisfactoriamente: en
consecuencia, los resultados indicaron que la guía divina se había
alcanzado. Estas personas fueron suficientemente científicas para no
requerir una respuesta precisa de la forma en que operan las leyes
espirituales como no lo pretenden de las leyes naturales, sino que se
conformaron con el hecho de que esas leyes operan al emplearse técnicas
«apropiadas».
«A pesar de que no podemos explicarlo dijeron ellos la verdad fue que
estábamos confundidos con nuestro problema e intentamos rezar de
acuerdo con las fórmulas del Nuevo Testamento y el método actuó
consiguiendo un resultado precioso.» Agregaron: la fe y la armonía son
factores importantes en el proceso de la oración.
Hace muchos años, una persona abrió, en la ciudad de Nueva York, un
negocio. Este primer establecimiento fue, como su dueño lo caracterizaba,
«un pequeño agujero en la pared»; apenas tenía un dependiente. En
pocos años se mudó a un local más grande y después a un amplio
establecimiento; se transformó en un negocio próspero. El método de
este comerciante fue, según él lo describió, «llenar el pequeño hoyo en la
pared con pensamientos y oraciones optimistas». Declaró: “Un trabajo
duro, pensamientos positivos, transacciones justas, un tratamiento
adecuado a la clientela y un tipo de oración apropiada siempre dan
resultados.” Este hombre que tiene una mente creadora y única elaboró
su propia fórmula, sencilla, para sus problemas, venciendo las dificultades,
usando el poder de la oración. Ésta es una fórmula muy especial, pero yo
la he practicado y, personalmente, sé que sirve. La he recomendado a
muchas personas que también han encontrado resultados efectivos en su
aplicación. Es recomendable para usted y la fórmula consiste en esto:
1) RECE, 2) IMAGINE, 3) REALICE.
Por «Rezar» mi amigo quería decir un sistema de oración creativo.
Cuando surge un problema lo discute con Dios de una manera directa y
simple en la oración; además no se dirige a Dios como si fuera un ser
vasto, lejano, fantasmal, sino como a alguien que está junto a él, en la
oficina, en la casa, en la calle, en el automóvil, como un socio siempre a su
lado, como un compañero íntimo. Sigue, seriamente, el mandato bíblico
que dice: «reza sin descanso». Ello lo interpreta como el deber de tratar
todos los días con Dios, en una forma normal y corriente, los asuntos
sobre los cuales tiene que negociar o decidirse. Su presencia, finalmente,
llega a dominarle el pensamiento consciente y por último el pensamiento
inconsciente. Somete a la oración su vida entera; reza cuando camina o
maneja el coche, o al ejecutar cualquiera de las actividades cotidianas.
Llena su vida diaria con la oración, es decir, vive para la oración. A menudo
ni se hinca para ofrendar sus oraciones; pero, por ejemplo, trata a Dios
como si fuera su amigo íntimo: «Señor, ¿qué tengo que hacer para esto?»,
o «Señor, dame una visión clara sobre este asunto.» “Oracioniza” su
mente y “oracionizaba” sus actividades.
El segundo paso en su fórmula de oración creativa es el «Imaginar». El
factor básico en la física es la fuerza; en psicología, el deseo realizable. La
persona que suponga que ha de tener éxitos se encuentra ya en camino
del éxito y las que se inclinan al fracaso tienden al fracaso. Cuando uno u
otro, el fracaso o el éxito, son imaginados vigorosamente, propenden a
realizarse en términos proporcionales a la imagen mental concebida. Para
estar seguro de que algo conveniente sucederá, lo primero que hay que
hacer es rezar, dándolo a la voluntad de Dios; después representarse
mentalmente el hecho, como si estuviera sucediendo, asiéndolo
firmemente a la conciencia, hasta terminar por someter la imagen a la
voluntad divina, que es tanto como decir ponerla en las manos de Dios y
seguir sus instrucciones. Por su parte, si quiere tener éxito en el asunto,
trabaje fuerte e inteligentemente. Acostúmbrese a creer y sostenga
firmemente la representación en sus pensamientos. Hágalo y se quedará
atónito de los caminos extraños por que atraviesa la representación. Al
llegar aquí ha logrado actualizar la imagen. Todo lo que ha «rezado»,
«imaginado», se «actualiza» de acuerdo con el modelo básico de su deseo
realizable, siempre que esté condicionado a invocar el poder de Dios y aún
más si a su realización se entrega usted con plenitud.
He practicado, personalmente, estos tres puntos del método de la
oración y encuentro en él un gran poder; lo he recomendado a otros,
quienes han informado, igualmente, que les ha otorgado un poder
creador en sus experiencias. Por ejemplo, una mujer que descubrió que su
marido se alejaba de ella. Habían tenido un matrimonio feliz, pero ella
principió a ocuparse en compromisos sociales y el marido, cada vez más,
se entregó a su trabajo. Cuando ambos se dieron cuenta, la antigua íntima
unión se había perdido. Un día supo el interés de él en otra mujer, perdió
la cabeza y se volvió histérica. Al consultar a su pastor, éste, hábilmente
enfocó la conversación sobre ella: admitió haber sido un ama de casa
descuidada, incluso egocéntrica, hiriente y latosa; asimismo, que nunca se
había sentido igual a su marido, siempre tuvo una profunda sensación de
inferioridad, creyéndose incapaz de conseguir el mismo nivel social e
intelectual que él. Esto le desarrolló una actitud antagónica,
manifestándose en petulancia y mordacidad. El pastor encontró que la
mujer tenía más talento, capacidad y encanto del que ella declaraba. Le
recomendó que se formara una imagen o retrato de sí misma, siendo
capaz y atractiva. Con gracejo le dijo: «Dios dirige el salón de belleza.» Las
técnicas de la fe pueden embellecer el rostro de una persona y dar
encanto y soltura a sus modales. Le dio instrucciones de cómo rezar y de
cómo «retratarse» espiritualmente; también le recomendó mantuviera
una imagen mental de la restauración de la antigua unión, que se
representara las bondades de su marido y que retratase la armonía
restaurada. Debería mantener esta imagen con fe. Así la preparó para una
victoria personal muy interesante. En aquel entonces el marido le pidió el
divorcio. Ella se había preparado ampliamente para recibir esta petición.
Con calma le contestó, sencillamente, que estaba dispuesta si así lo
deseaba él, pero que esperara noventa días, antes de tomar la
determinación, pretextando que el divorcio era una cosa tan decisiva. «Si
al final de los noventa días aún crees que necesitas el divorcio, yo
cooperaré contigo», le dijo tranquilamente, Él le dirigió una mirada de
asombro, pues esperaba una explosión. Noche tras noche salía él, y noche
tras noche ella lo esperaba, imaginándoselo sentado en su vieja silla; claro
que no estaba en la silla, pero dibujaba su imagen, como en otros días,
sentado, leyendo confortablemente. Se representaba sus viejas
costumbres, dando vueltas en torno a la casa, pintando y arreglando
cosas; incluso se lo imaginó secando los platos como cuando eran recién
casados. Se representaba la escena de los dos jugando al golf, o dando su
acostumbrado paseo. Mantuvo esa imagen con fe sostenida, y una noche,
verdaderamente, lo encontró sentado en su vieja silla. Miró dos veces,
para asegurarse de que era realidad, y no la imaginación de su fantasía; a
lo mejor, la representación es una realidad, pero, de todos modos, el
hombre real estaba allí. Ocasionalmente se iba de la casa, pero cada vez
permanecía más noches en su silla; luego principió a leerle al igual que
antes. Después, en la soleada tarde de un sábado, le preguntó:
—¿Qué te parece si jugamos al golf?
Los días transcurrieron placenteramente, hasta que ella se dio cuenta
de que el nonagésimo día había llegado. Esa misma tarde, tranquilamente,
anunció:
—Guillermo, éste es el nonagésimo día.
—¿Qué quieres decir? — preguntó asombrado—. ¿El día nonagésimo?
—¿No recuerdas? Habíamos acordado esperar noventa días para arreglar
ese asunto del divorcio, y hoy se cumple la fecha.
La miró por un momento, se escondió tras su periódico y, volviendo
una página, dijo:
—No seas tonta; no puedo estar sin ti. ¿De dónde has sacado la idea de
que te iba a dejar?
La fórmula probó ser un mecanismo poderoso. Aquella mujer rezó,
imaginó, y el resultado buscado se realizó. El poder de la oración resolvió
su problema y el de él también.
He conocido muchas personas que han tenido éxito aplicando esta
técnica, no sólo en los asuntos personales, sino en cuestiones de negocios
también. Cuando se la emplea, sincera e inteligentemente, se obtienen
resultados tan excelentes que debe ser conceptuada como un
extraordinario y eficaz método de la oración. La gente que lo siga, y
quienes lo usan hoy, alcanzarán resultados asombrosos. En un banquete
dado con motivo de una convención de industriales me hallé sentado a la
mesa de los oradores cerca de un individuo que, a pesar de ser algo tosco,
era muy agradable; probablemente, se sentía un poco cohibido por su
proximidad a un pastor, lo que, indiscutiblemente, no constituía su
compañía habitual. Durante la cena empleó un sinnúmero de palabras
teológicas, no coordinadas en la forma teológica. Después, a cada intento
se disculpaba y me permití indicarle que, con anterioridad, conocía todas
esas frases. Dijo que de muchacho habla sido ayudante en una iglesia,
pero “que lo había dejado”. Me hablo de una vieja historia, que he
escuchado toda mi vida y que todavía hay gente que la tiene como algo
completamente nuevo, a saber: «Cuando fui muchacho mi padre me hacía
ir a la doctrina y a la iglesia e hizo que me atracara de religión; por eso, en
cuanto abandone la casa, dejé de dedicarme a ello y desde entonces rara
vez voy a la iglesia.»
Luego observó: «Tal vez empiece a ir a la iglesia ahora que me estoy
haciendo viejo.» Yo comenté que sería afortunado si encontraba asiento
en ella. Esto le sorprendió, pues, para él, «ya nadie iba a la iglesia». Le
conté que cada semana hay más gente en la iglesia que en cualquier otra
institución del país. Esto le admiró mucho. Él era jefe de un negocio
mediano, y principio a referirme cuánto dinero había ganado su firma en
el último año. Le contesté que yo conocía unas cuantas iglesias cuyas
ganancias excedían a eso. Esto fue un golpe directo al plexo solar y vi
crecer por lo menos su respeto a la iglesia. Le hablé de los miles de libros
religiosos que se venden superando cualquier otra publicación. «Puede ser
que ustedes, la gente de iglesia, le hayan dado al clavo en eso», observó
campechanamente.
En ese momento otra persona se acercó a nuestra mesa y me refirió
entusiásticamente que «algo maravilloso» le había sucedido. Contó que se
había sentido algo deprimido, pues algunas cosas no le salían bien por lo
que decidió ausentarse cosa de una semana, y en esas vacaciones leyó
uno de mis libros1 donde se dan a conocer las técnicas prácticas de la fe.
Esto le proporcionó la primera satisfacción y sosiego que ha sentido. Lo
animó a confiarse en sus propias capacidades y principió a creer que la
respuesta a sus problemas eran las prácticas religiosas.
—Es así —dijo— como principié a practicar los principios espirituales
presentados en su libro. Creí y afirmé que, con la ayuda de Dios, los
objetivos que me esforzaba en conseguir se podían obtener. Se apodera
de mí un sentimiento de seguridad y desde entonces nada me inquieta.
Estuve completamente cierto que todo marchaba bien. Principié a dormir
mejor y a sentirme mejor. Mi nueva comprensión y la práctica de técnicas
espirituales fueron la clave.
Cuando se alejó, mi compañero de mesa, que estuvo escuchando, dijo:
—Nunca había oído una cosa semejante. Ese sujeto habló de la religión
como cosa útil y eficaz; jamás me la habían presentado así. Incluso dio la
impresión de que la religión era casi una ciencia, que uno la puede usar,
para mejorar su salud o realizar mejor su trabajo; nunca pensé de la
religión en tal sentido. —Después agregó—: ¿Pero sabe qué fue lo que me
llamó la atención? La expresión que tenía ese sujeto.
Lo curioso fue que cuando mi compañero de mesa hacía esa
observación, una expresión semejante se retrataba en su rostro. Por
primera vez tenía la idea de que la fe religiosa no es sólo una devoción

1
A Guide to Confident Living, Prentice-Hall. Inc., 1948
agobiante, sino un proceso científico para lograr una vida de éxitos, y
había observado por vez primera una experiencia personal del
funcionamiento práctico de la oración. Personalmente creo que rezar es
enviar hacia afuera vibraciones de una persona a otra y a Dios. Todo el
universo está en vibración. Hay vibraciones en las moléculas de una mesa.
El aire está lleno de vibraciones. Las reacciones entre los seres humanos
se hacen, siempre, por medio de vibraciones. Cuando usted dice una
oración por otra persona, emplea la fuerza espiritual inherente al
universo; traslada, por sí mismo, a la otra persona, una sensación de
amor, ayuda, apoyo —una compasiva, poderosa comprensión— y con este
proceso provoca vibraciones en el universo, a través de las cuales Dios
envía los buenos objetivos por los cuales se reza. Experimente con estos
principios y conocerá sus asombrosos resultados.
Por ejemplo, tengo el hábito, que a menudo uso, de rezar por las
personas que se atraviesan en mi camino. Recuerdo que viajaba en un
tren a través de Virginia Occidental, cuando se me atravesó un
pensamiento extraño: vi a un hombre parado en el andén de una estación,
el tren pasó y él desapareció de mi vista. Se me ocurrió que lo había visto
por la primera y última vez. Su vida y la mía se rozaron por una escasa
fracción de segundo. Él siguió su camino y yo el mío, pero me quedé
pensando cómo se desenvolvería su vida. Entonces recé por ese hombre
enviándole una oración ferviente, para que su vida se colmara de
bendiciones. Después recé por otras personas que vi al pasar el tren. Recé
por uno que araba el campo, le pedí al Señor que le ayudara y le diera una
buena cosecha. Vi a una madre tendiendo ropa, y la hilera de prendas
recién lavadas me decía que era dueña de una numerosa familia; un
vislumbre de su cara y la forma como tomaba la ropa de los niños
indicaban que era una madre feliz. Recé para que su familia fuera feliz, a
fin de que su esposo no dejara nunca de ser fiel y ella también, para que la
religión los acompañara y para que sus hijos crecieran fuertes y honrados.
En una estación vi a un hombre medio dormido, recostado en la pared;
recé para que se despertara, lograra reanimarse y llegara a ser algo. Nos
detuvimos en una estación, y allí me topé con un chicuelo adorable; sus
pantalones tenían una pierna más larga que la otra, tenía la camisa abierta
al cuello, llevando un sweater demasiado grande, el cabello alborotado, la
cara sucia: estaba chupando con mucho ahínco una melcocha. Recé por él,
y mientras el tren partió me miró y me envió una sonrisa maravillosa,
comprendí que mi oración lo había alcanzado y ésta dimanaba hacia él y a
la inversa. Nunca más volveré a ver aquel muchacho ni hay
probabilidades, pero nuestras vidas se tocaron. Era un día nublado y de
pronto salió el sol; me imaginé que había una luz en su corazón que le
iluminaba la cara; lo sabía, porque mi corazón rebosaba felicidad; estaba
seguro de ello, porque el poder de Dios se movía en circuito a través del
mío y del niño y volvía a Dios; nos encontrábamos bajo el hechizo del
poder de la oración.
Una de las funciones más importantes de la oración es la de ser
estimulante de ideas creadoras. Dentro de la mente están todos los
recursos necesarios para una vida de éxito. Las ideas están presentes en la
conciencia, pero si se liberan y se les da campo, con empleo adecuado,
pueden conducir a actuar con éxito, en cualquier proyecto o empresa.
Cuando el Nuevo Testamento dice: «El reino de Dios está contigo» (Lucas,
17: 21), nos está indicando que Dios, nuestro Creador, ha puesto en
nuestra mente y personalidad todos los poderes y capacidades
potenciales, que necesitamos, para una vida constructiva. Nuestra tarea
es extraer y desarrollar esos poderes. Por ejemplo, conozco a una persona
que es miembro de un negocio donde él es el jefe de un directorio de
cuatro. Regularmente estos hombres celebran lo que llaman «la sesión de
ideas». Su objeto es extraer todas las ideas creadoras que se agazapan en
la mente de cualquiera de los cuatro. Para estas sesiones usan un cuarto
sin teléfonos, interfonos u otros equipos de oficina; la doble ventana está
totalmente aislada, con lo cual los ruidos de la calle, en su mayor parte, se
eliminan. Antes de iniciar las sesiones el grupo emplea diez minutos en
rezar y meditar. Conciben a Dios como trabajando creadoramente en sus
mentes. Cada uno, silenciosamente, a su propia manera, reza afirmando
que Dios está a punto de librar a su mente ideas apropiadas que hacen
falta en el negocio. A continuación de este período de quietud todos
comienzan a verter las ideas que les han llegado a la mente. Hacen
apuntes de las ideas, escribiéndolas en tarjetas que se ponen sobre la
mesa. A ninguno se le permite criticar alguna idea en este momento
especial, pues la discusión puede detener el fluir de los pensamientos
creativos. Las tarjetas se guardan y cada una es valorada en una sesión
posterior; pero esa es la sesión cumbre de la idea, estimulada por el poder
de la oración. Cuando esta práctica se inició, un alto porcentaje de las
ideas sugeridas no tenía valor considerable, pero a medida que las
sesiones continuaron el porcentaje de ideas buenas aumentó; ahora
muchas de las mejores recomendaciones que han demostrado,
posteriormente, su efectividad práctica, corresponden a “la sesión de
ideas”.
Como me explicaba uno de los directores:
—Nos hemos hallado con revelaciones que no sólo se comprueban en la
hoja de balance, sino también hemos ganado un nuevo sentimiento de
confianza; más aún, existe un sentimiento de compañerismo entre los
cuatro, y esto se ha extendido a otros miembros de la compañía.
¿Dónde está el anticuado comerciante que dijo que la religión es una
teoría, que no tiene lugar en los negocios? Actualmente, cualquier
afortunado y competente comerciante deberá emplear los últimos y bien
probados métodos, para la producción, distribución y administración.
Muchos coinciden en que uno de los de más grande eficiencia es el
método del poder de la oración. La gente despierta encuentra en todas
partes que, al probar el poder de la oración, se sienten mejor, trabajan
mejor, están mejor, duermen mejor, son mejores.
Mi amigo Grove Patterson, editor de “Blade”, de Toledo, es un hombre
de notable vigor. Dice que su energía viene, en gran parte, de su método
de rezar; por ejemplo, le gusta quedarse dormido mientras reza porque
cree que su subconsciente está más sosegado, en ese momento. Es en el
subconsciente donde nuestra vida se gobierna en su mayor parte. Si se
deja caer una oración, en el momento de su máxima tranquilidad, ejercerá
un poderoso efecto. El señor Patterson sonreía mientras decía:
—Antes me preocupaba por dormirme mientras rezaba; hoy lo intento
deliberadamente.
Muchos métodos notables de oración han venido a mi conocimiento,
pero uno de los más efectivos es el aconsejado por Frank Laubach, en su
excelente libro “La oración, el más poderoso poder del mundo”. Lo
conceptúo uno de los libros más prácticos para rezar, pues subraya
técnicas nuevas y prácticas de la oración que sirven eficazmente. El Dr.
Laubach cree que el poder real lo genera la oración. Uno de sus métodos
es caminar por las calles y “dispararles” oraciones a la gente. Llama a este
tipo de oración “oraciones relámpago”. Bombardea a los transeúntes; a
menudo éstos se revuelven y al verlo se sonríen. Sienten la emanación del
poder como energía eléctrica.
En los autobuses “dispara” oraciones a los pasajeros. Una vez estaba
sentado detrás de un hombre que parecía muy deprimido, al cual desde
que entró en el autobús le notó el ceño fruncido. Empezó a enviarle
oraciones de buena voluntad y fe, concibiendo que esas oraciones lo iban
a envolver y a metérsele dentro de la mente. De pronto el hombre
comenzó a acariciarse la parte posterior de la cabeza y cuando se bajó del
autobús el ceño había desaparecido, siendo substituido por una sonrisa. El
doctor Laubach cree que con frecuencia ha cambiado completamente la
atmósfera de un carro o de un autobús repleto de gente, con el
procedimiento de “difundir amor y oraciones en todas direcciones”.
En un coche salón Pullman, un hombre, medio embriagado, se
comportaba vulgar y zafio, hablando de una manera ultrajante y
haciéndose, totalmente, insoportable. Comprendí que les disgustaba a
todos en el coche. A una distancia de medio carro decidí poner en práctica
el método Laubach. Comencé a rezarle, entre tanto visualizaba lo mejor
de él y le enviaba pensamientos de buena voluntad. De pronto, sin
ninguna razón aparente, se volvió hacia mí, me envió su más desarmadora
sonrisa y alzó la mano en ademán de saludo. Su actitud cambió y se quedó
tranquilo. Tengo la razón para creer que las oraciones mentales lo
alcanzaron Y actuaron, efectivamente, sobre él. Es mi costumbre, antes de
pronunciar un discurso, rezar por los presentes y enviarles pensamientos
de amor y bienestar. Algunas veces escojo una o dos de las personas del
auditorio que parecen estar deprimidas o dispuestas en contra y les envío,
específicamente, mis pensamientos de buena voluntad y mis oraciones.
Recientemente, invitado a la cena anual de la Cámara de Comercio, en
una ciudad del Sudoeste, advertí, en el auditorio, a un hombre que parecía
ponerme mala cara; podía ser que su actitud no tuviera nada que ver
conmigo, pero de todos modos tenía la apariencia de estar mal dispuesto.
Antes de comenzar mi plática recé por él y «disparé» una serie de
oraciones y pensamientos de buena voluntad; mientras hablé continué
haciéndolo. Cuando la reunión se terminó, mientras saludaba a los que me
rodeaban, me agarraron la mano con un fuerte apretón; me encontré con
la cara de aquel hombre.
Con una amplia sonrisa dijo:
—Francamente, no me agradaba usted cuando principió la sesión. No me
gustan los pastores y no veía la razón de que usted, uno de ellos, fuera el
orador de la cena de la Cámara de Comercio. Estaba deseando que su
discurso no fuera bueno; sin embargo, a medida que hablaba algo me
sobrecogía; me sentí como una persona nueva; tuve una extraña
sensación de paz; y ¡caray!, usted me simpatiza.
No fue mi discurso el que causó tal efecto; fue la emanación del poder
de la oración. En nuestro cerebro tenemos alrededor de dos mil millones
de pequeñas baterías de almacenamiento. El cerebro humano puede
enviar poder por los pensamientos y por la oración. El poder magnético
del cuerpo humano ha sido ya comprobado. Tenemos miles de pequeñas
estaciones transmisoras, y cuando son estimuladas por la oración, es
posible desarrollar un poder enorme, que fluye a través de una persona y
se comunica entre los seres humanos. Podemos producir poder por medio
de la oración que actúa en ambas direcciones, como estación transmisora
y receptora.
Había un hombre, un alcohólico, a quien traté. Llevaba seis meses de
estar «seco» (como dice la Liga Antialcoholica); hacía un viaje de negocios,
y un martes, por la tarde como a eso de las cuatro, tuve la impresión de
que se encontraba en apuros. Este hombre atraía mis pensamientos. Sentí
como si algo me arrastrara, así que abandoné todo, y principié a rezar por
él; recé cerca de media hora, después la sensación pareció ceder y dejé de
rezar. Algunos días más tarde me telefoneó:
—Permanecí en Boston toda la semana y quiero que sepa que sigo
«seco»; pero tuve al principio de la semana un momento difícil...
—¿Fue el martes, como a eso de las cuatro de la tarde? —¡Caray! Sí,
¿cómo lo supo? ¿Quién se lo dijo?
—Nadie me lo dijo; es decir, ningún ser humano me lo dijo.
Le describí mis sensaciones del martes referente a él; cómo a la hora
indicada había rezado por él durante media hora.
Se quedó pasmado y explicó:
—Andaba por el hotel y me detuve frente al bar; tuve una lucha terrible
conmigo; pensé en usted, porque necesitaba ayuda imperiosamente en
aquel mal momento, y principié a rezar.
Esas oraciones, que salieron de él, me alcanzaron, y por eso comencé a
rezar; ambos, al juntamos en la oración, completamos el circuito y
llegamos a Dios, y el hombre obtuvo la respuesta, en forma de fortaleza
para resistir la crisis. ¿Y qué fue lo que hizo? Se encaminó a una farmacia,
compró una caja de caramelos y se los comió todos de una vez: esto le
sacó del apuro y declaró: «Oración y caramelos.»
Una joven casada admitió que se sentía llena de odios, celos y envidias
hacia sus vecinas y amigas; incluso era muy aprensiva con respecto a sus
hijos, ya bien porque temiera que se fueran a enfermar, o a tener un
accidente, o a fracasar en la escuela. Su vida era una mezcla dolorosa de
insatisfacción, temor, odio e infelicidad. Le pregunté si acostumbraba
rezar. Dijo: “Sólo cuando estoy tan abrumada que me siento desesperada;
pero debo admitir que la Oración no significa nada para mí, de ahí que no
rece con mucha frecuencia.”
Le advertí que la práctica de una verdadera oración podía cambiar su
vida y le di algunas instrucciones, para que enviara pensamientos de
amor, en vez de pensamientos de odio, y pensamientos de seguridad, en
vez de pensamientos de temor; que cuando los niños volvieran de la
escuela rezara e hiciera de sus oraciones una afirmación de las bondades
protectoras de Dios. Titubeante al principio, se volvió una de las más
entusiastas defensoras y practicantes de la oración que yo haya conocido.
Lee con avidez libros y folletos y practica toda técnica efectiva del poder
de la oración. Este procedimiento cambió su vida, como lo ilustra la
siguiente carta que me escribió recientemente: «Noto que mi esposo y yo
hemos hecho grandes progresos en las últimas semanas. Mi mayor
progreso data de la noche en que usted me dijo: "Cada día es un buen día
si usted reza", Empecé llevando a la práctica la idea de afirmar que sería
un buen día, desde el minuto en que despertara, por la mañana, y puedo
decir, positivamente, que no he tenido desde entonces un día malo o
intranquilo. Lo más sorprendente es que mis días ahora no se han vuelto
más apacibles o más libres de esas insignificantes molestias que siempre
he tenido, pero, precisamente, no parecen poder descomponerme ya.
Todas las noches principio mis oraciones, enumerando las cosas por las
cuales estoy agradecida, pequeñas cosas que pasan durante el día, que
aumentan la felicidad de mis días. Sé que este hábito ha acostumbrado a
mi mente a retener las cosas agradables y olvidar las desagradables. El
hecho de que por seis semanas no haya tenido un solo día malo y haya
resistido a desalentarme por nada, es, para mí, sencillamente
maravilloso.»
Descubrió un poder sorprendente ensayando el poder de la oración;
usted puede hacer lo mismo. A continuación, doy diez reglas para
conseguir magníficos resultados con la oración:
1. Apártese unos cuantos minutos cada día. No diga nada,
simplemente trate de pensar en Dios. Esto hará su mente
espiritualmente receptiva.
2. Después rece en voz alta, usando palabras corrientes. Dígale a Dios
todo lo que le acontezca. No piense que es necesario usar frases
piadosas formularias. Háblele a Dios con sus propias palabras. Él le
entenderá.
3. Rece, cuando vaya a su trabajo, en el tranvía, en el autobús, en el
escritorio. Utilice oraciones buenas cerrando los ojos para apartarse
del mundo y concentrarse, por un momento, en la presencia de
Dios. Cuanto más lo haga, cada día, más se sentirá en la presencia
de Dios.
4. No siempre pida cuando rece; en su hogar afirme que las
bendiciones de Dios son concedidas, y emplee la mayor parte de su
tiempo en darle las gracias.
5. Rece con la creencia de que las oraciones sinceras pueden alcanzar
y envolver a sus seres queridos con el amor y la protección de Dios.
6. No emplee nunca pensamientos negativos en la oración; solamente
los pensamientos positivos dan resultado.
7. Siempre exprese buena voluntad para aceptar la voluntad de Dios.
Pida lo que desee, pero acepte lo que Dios le da; esto puede ser
mejor que lo que usted pide.
8. Practique la actitud de poner todo en las manos de Dios. Pida tener
la capacidad para hacer lo mejor, y dejar los resultados
confiadamente a Dios.
9. Rece por la gente que le desagrada o que lo ha maltratado. El
resentimiento es el obstáculo número uno para el poder espiritual.
10. Haga una lista de personas por quienes rezar. Cuanto más rece por
otras gentes, especialmente por los no relacionados con usted, más
volverán sobre usted los resultados benéficos de la oración.

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