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A Guide to Confident Living, Prentice-Hall. Inc., 1948
agobiante, sino un proceso científico para lograr una vida de éxitos, y
había observado por vez primera una experiencia personal del
funcionamiento práctico de la oración. Personalmente creo que rezar es
enviar hacia afuera vibraciones de una persona a otra y a Dios. Todo el
universo está en vibración. Hay vibraciones en las moléculas de una mesa.
El aire está lleno de vibraciones. Las reacciones entre los seres humanos
se hacen, siempre, por medio de vibraciones. Cuando usted dice una
oración por otra persona, emplea la fuerza espiritual inherente al
universo; traslada, por sí mismo, a la otra persona, una sensación de
amor, ayuda, apoyo —una compasiva, poderosa comprensión— y con este
proceso provoca vibraciones en el universo, a través de las cuales Dios
envía los buenos objetivos por los cuales se reza. Experimente con estos
principios y conocerá sus asombrosos resultados.
Por ejemplo, tengo el hábito, que a menudo uso, de rezar por las
personas que se atraviesan en mi camino. Recuerdo que viajaba en un
tren a través de Virginia Occidental, cuando se me atravesó un
pensamiento extraño: vi a un hombre parado en el andén de una estación,
el tren pasó y él desapareció de mi vista. Se me ocurrió que lo había visto
por la primera y última vez. Su vida y la mía se rozaron por una escasa
fracción de segundo. Él siguió su camino y yo el mío, pero me quedé
pensando cómo se desenvolvería su vida. Entonces recé por ese hombre
enviándole una oración ferviente, para que su vida se colmara de
bendiciones. Después recé por otras personas que vi al pasar el tren. Recé
por uno que araba el campo, le pedí al Señor que le ayudara y le diera una
buena cosecha. Vi a una madre tendiendo ropa, y la hilera de prendas
recién lavadas me decía que era dueña de una numerosa familia; un
vislumbre de su cara y la forma como tomaba la ropa de los niños
indicaban que era una madre feliz. Recé para que su familia fuera feliz, a
fin de que su esposo no dejara nunca de ser fiel y ella también, para que la
religión los acompañara y para que sus hijos crecieran fuertes y honrados.
En una estación vi a un hombre medio dormido, recostado en la pared;
recé para que se despertara, lograra reanimarse y llegara a ser algo. Nos
detuvimos en una estación, y allí me topé con un chicuelo adorable; sus
pantalones tenían una pierna más larga que la otra, tenía la camisa abierta
al cuello, llevando un sweater demasiado grande, el cabello alborotado, la
cara sucia: estaba chupando con mucho ahínco una melcocha. Recé por él,
y mientras el tren partió me miró y me envió una sonrisa maravillosa,
comprendí que mi oración lo había alcanzado y ésta dimanaba hacia él y a
la inversa. Nunca más volveré a ver aquel muchacho ni hay
probabilidades, pero nuestras vidas se tocaron. Era un día nublado y de
pronto salió el sol; me imaginé que había una luz en su corazón que le
iluminaba la cara; lo sabía, porque mi corazón rebosaba felicidad; estaba
seguro de ello, porque el poder de Dios se movía en circuito a través del
mío y del niño y volvía a Dios; nos encontrábamos bajo el hechizo del
poder de la oración.
Una de las funciones más importantes de la oración es la de ser
estimulante de ideas creadoras. Dentro de la mente están todos los
recursos necesarios para una vida de éxito. Las ideas están presentes en la
conciencia, pero si se liberan y se les da campo, con empleo adecuado,
pueden conducir a actuar con éxito, en cualquier proyecto o empresa.
Cuando el Nuevo Testamento dice: «El reino de Dios está contigo» (Lucas,
17: 21), nos está indicando que Dios, nuestro Creador, ha puesto en
nuestra mente y personalidad todos los poderes y capacidades
potenciales, que necesitamos, para una vida constructiva. Nuestra tarea
es extraer y desarrollar esos poderes. Por ejemplo, conozco a una persona
que es miembro de un negocio donde él es el jefe de un directorio de
cuatro. Regularmente estos hombres celebran lo que llaman «la sesión de
ideas». Su objeto es extraer todas las ideas creadoras que se agazapan en
la mente de cualquiera de los cuatro. Para estas sesiones usan un cuarto
sin teléfonos, interfonos u otros equipos de oficina; la doble ventana está
totalmente aislada, con lo cual los ruidos de la calle, en su mayor parte, se
eliminan. Antes de iniciar las sesiones el grupo emplea diez minutos en
rezar y meditar. Conciben a Dios como trabajando creadoramente en sus
mentes. Cada uno, silenciosamente, a su propia manera, reza afirmando
que Dios está a punto de librar a su mente ideas apropiadas que hacen
falta en el negocio. A continuación de este período de quietud todos
comienzan a verter las ideas que les han llegado a la mente. Hacen
apuntes de las ideas, escribiéndolas en tarjetas que se ponen sobre la
mesa. A ninguno se le permite criticar alguna idea en este momento
especial, pues la discusión puede detener el fluir de los pensamientos
creativos. Las tarjetas se guardan y cada una es valorada en una sesión
posterior; pero esa es la sesión cumbre de la idea, estimulada por el poder
de la oración. Cuando esta práctica se inició, un alto porcentaje de las
ideas sugeridas no tenía valor considerable, pero a medida que las
sesiones continuaron el porcentaje de ideas buenas aumentó; ahora
muchas de las mejores recomendaciones que han demostrado,
posteriormente, su efectividad práctica, corresponden a “la sesión de
ideas”.
Como me explicaba uno de los directores:
—Nos hemos hallado con revelaciones que no sólo se comprueban en la
hoja de balance, sino también hemos ganado un nuevo sentimiento de
confianza; más aún, existe un sentimiento de compañerismo entre los
cuatro, y esto se ha extendido a otros miembros de la compañía.
¿Dónde está el anticuado comerciante que dijo que la religión es una
teoría, que no tiene lugar en los negocios? Actualmente, cualquier
afortunado y competente comerciante deberá emplear los últimos y bien
probados métodos, para la producción, distribución y administración.
Muchos coinciden en que uno de los de más grande eficiencia es el
método del poder de la oración. La gente despierta encuentra en todas
partes que, al probar el poder de la oración, se sienten mejor, trabajan
mejor, están mejor, duermen mejor, son mejores.
Mi amigo Grove Patterson, editor de “Blade”, de Toledo, es un hombre
de notable vigor. Dice que su energía viene, en gran parte, de su método
de rezar; por ejemplo, le gusta quedarse dormido mientras reza porque
cree que su subconsciente está más sosegado, en ese momento. Es en el
subconsciente donde nuestra vida se gobierna en su mayor parte. Si se
deja caer una oración, en el momento de su máxima tranquilidad, ejercerá
un poderoso efecto. El señor Patterson sonreía mientras decía:
—Antes me preocupaba por dormirme mientras rezaba; hoy lo intento
deliberadamente.
Muchos métodos notables de oración han venido a mi conocimiento,
pero uno de los más efectivos es el aconsejado por Frank Laubach, en su
excelente libro “La oración, el más poderoso poder del mundo”. Lo
conceptúo uno de los libros más prácticos para rezar, pues subraya
técnicas nuevas y prácticas de la oración que sirven eficazmente. El Dr.
Laubach cree que el poder real lo genera la oración. Uno de sus métodos
es caminar por las calles y “dispararles” oraciones a la gente. Llama a este
tipo de oración “oraciones relámpago”. Bombardea a los transeúntes; a
menudo éstos se revuelven y al verlo se sonríen. Sienten la emanación del
poder como energía eléctrica.
En los autobuses “dispara” oraciones a los pasajeros. Una vez estaba
sentado detrás de un hombre que parecía muy deprimido, al cual desde
que entró en el autobús le notó el ceño fruncido. Empezó a enviarle
oraciones de buena voluntad y fe, concibiendo que esas oraciones lo iban
a envolver y a metérsele dentro de la mente. De pronto el hombre
comenzó a acariciarse la parte posterior de la cabeza y cuando se bajó del
autobús el ceño había desaparecido, siendo substituido por una sonrisa. El
doctor Laubach cree que con frecuencia ha cambiado completamente la
atmósfera de un carro o de un autobús repleto de gente, con el
procedimiento de “difundir amor y oraciones en todas direcciones”.
En un coche salón Pullman, un hombre, medio embriagado, se
comportaba vulgar y zafio, hablando de una manera ultrajante y
haciéndose, totalmente, insoportable. Comprendí que les disgustaba a
todos en el coche. A una distancia de medio carro decidí poner en práctica
el método Laubach. Comencé a rezarle, entre tanto visualizaba lo mejor
de él y le enviaba pensamientos de buena voluntad. De pronto, sin
ninguna razón aparente, se volvió hacia mí, me envió su más desarmadora
sonrisa y alzó la mano en ademán de saludo. Su actitud cambió y se quedó
tranquilo. Tengo la razón para creer que las oraciones mentales lo
alcanzaron Y actuaron, efectivamente, sobre él. Es mi costumbre, antes de
pronunciar un discurso, rezar por los presentes y enviarles pensamientos
de amor y bienestar. Algunas veces escojo una o dos de las personas del
auditorio que parecen estar deprimidas o dispuestas en contra y les envío,
específicamente, mis pensamientos de buena voluntad y mis oraciones.
Recientemente, invitado a la cena anual de la Cámara de Comercio, en
una ciudad del Sudoeste, advertí, en el auditorio, a un hombre que parecía
ponerme mala cara; podía ser que su actitud no tuviera nada que ver
conmigo, pero de todos modos tenía la apariencia de estar mal dispuesto.
Antes de comenzar mi plática recé por él y «disparé» una serie de
oraciones y pensamientos de buena voluntad; mientras hablé continué
haciéndolo. Cuando la reunión se terminó, mientras saludaba a los que me
rodeaban, me agarraron la mano con un fuerte apretón; me encontré con
la cara de aquel hombre.
Con una amplia sonrisa dijo:
—Francamente, no me agradaba usted cuando principió la sesión. No me
gustan los pastores y no veía la razón de que usted, uno de ellos, fuera el
orador de la cena de la Cámara de Comercio. Estaba deseando que su
discurso no fuera bueno; sin embargo, a medida que hablaba algo me
sobrecogía; me sentí como una persona nueva; tuve una extraña
sensación de paz; y ¡caray!, usted me simpatiza.
No fue mi discurso el que causó tal efecto; fue la emanación del poder
de la oración. En nuestro cerebro tenemos alrededor de dos mil millones
de pequeñas baterías de almacenamiento. El cerebro humano puede
enviar poder por los pensamientos y por la oración. El poder magnético
del cuerpo humano ha sido ya comprobado. Tenemos miles de pequeñas
estaciones transmisoras, y cuando son estimuladas por la oración, es
posible desarrollar un poder enorme, que fluye a través de una persona y
se comunica entre los seres humanos. Podemos producir poder por medio
de la oración que actúa en ambas direcciones, como estación transmisora
y receptora.
Había un hombre, un alcohólico, a quien traté. Llevaba seis meses de
estar «seco» (como dice la Liga Antialcoholica); hacía un viaje de negocios,
y un martes, por la tarde como a eso de las cuatro, tuve la impresión de
que se encontraba en apuros. Este hombre atraía mis pensamientos. Sentí
como si algo me arrastrara, así que abandoné todo, y principié a rezar por
él; recé cerca de media hora, después la sensación pareció ceder y dejé de
rezar. Algunos días más tarde me telefoneó:
—Permanecí en Boston toda la semana y quiero que sepa que sigo
«seco»; pero tuve al principio de la semana un momento difícil...
—¿Fue el martes, como a eso de las cuatro de la tarde? —¡Caray! Sí,
¿cómo lo supo? ¿Quién se lo dijo?
—Nadie me lo dijo; es decir, ningún ser humano me lo dijo.
Le describí mis sensaciones del martes referente a él; cómo a la hora
indicada había rezado por él durante media hora.
Se quedó pasmado y explicó:
—Andaba por el hotel y me detuve frente al bar; tuve una lucha terrible
conmigo; pensé en usted, porque necesitaba ayuda imperiosamente en
aquel mal momento, y principié a rezar.
Esas oraciones, que salieron de él, me alcanzaron, y por eso comencé a
rezar; ambos, al juntamos en la oración, completamos el circuito y
llegamos a Dios, y el hombre obtuvo la respuesta, en forma de fortaleza
para resistir la crisis. ¿Y qué fue lo que hizo? Se encaminó a una farmacia,
compró una caja de caramelos y se los comió todos de una vez: esto le
sacó del apuro y declaró: «Oración y caramelos.»
Una joven casada admitió que se sentía llena de odios, celos y envidias
hacia sus vecinas y amigas; incluso era muy aprensiva con respecto a sus
hijos, ya bien porque temiera que se fueran a enfermar, o a tener un
accidente, o a fracasar en la escuela. Su vida era una mezcla dolorosa de
insatisfacción, temor, odio e infelicidad. Le pregunté si acostumbraba
rezar. Dijo: “Sólo cuando estoy tan abrumada que me siento desesperada;
pero debo admitir que la Oración no significa nada para mí, de ahí que no
rece con mucha frecuencia.”
Le advertí que la práctica de una verdadera oración podía cambiar su
vida y le di algunas instrucciones, para que enviara pensamientos de
amor, en vez de pensamientos de odio, y pensamientos de seguridad, en
vez de pensamientos de temor; que cuando los niños volvieran de la
escuela rezara e hiciera de sus oraciones una afirmación de las bondades
protectoras de Dios. Titubeante al principio, se volvió una de las más
entusiastas defensoras y practicantes de la oración que yo haya conocido.
Lee con avidez libros y folletos y practica toda técnica efectiva del poder
de la oración. Este procedimiento cambió su vida, como lo ilustra la
siguiente carta que me escribió recientemente: «Noto que mi esposo y yo
hemos hecho grandes progresos en las últimas semanas. Mi mayor
progreso data de la noche en que usted me dijo: "Cada día es un buen día
si usted reza", Empecé llevando a la práctica la idea de afirmar que sería
un buen día, desde el minuto en que despertara, por la mañana, y puedo
decir, positivamente, que no he tenido desde entonces un día malo o
intranquilo. Lo más sorprendente es que mis días ahora no se han vuelto
más apacibles o más libres de esas insignificantes molestias que siempre
he tenido, pero, precisamente, no parecen poder descomponerme ya.
Todas las noches principio mis oraciones, enumerando las cosas por las
cuales estoy agradecida, pequeñas cosas que pasan durante el día, que
aumentan la felicidad de mis días. Sé que este hábito ha acostumbrado a
mi mente a retener las cosas agradables y olvidar las desagradables. El
hecho de que por seis semanas no haya tenido un solo día malo y haya
resistido a desalentarme por nada, es, para mí, sencillamente
maravilloso.»
Descubrió un poder sorprendente ensayando el poder de la oración;
usted puede hacer lo mismo. A continuación, doy diez reglas para
conseguir magníficos resultados con la oración:
1. Apártese unos cuantos minutos cada día. No diga nada,
simplemente trate de pensar en Dios. Esto hará su mente
espiritualmente receptiva.
2. Después rece en voz alta, usando palabras corrientes. Dígale a Dios
todo lo que le acontezca. No piense que es necesario usar frases
piadosas formularias. Háblele a Dios con sus propias palabras. Él le
entenderá.
3. Rece, cuando vaya a su trabajo, en el tranvía, en el autobús, en el
escritorio. Utilice oraciones buenas cerrando los ojos para apartarse
del mundo y concentrarse, por un momento, en la presencia de
Dios. Cuanto más lo haga, cada día, más se sentirá en la presencia
de Dios.
4. No siempre pida cuando rece; en su hogar afirme que las
bendiciones de Dios son concedidas, y emplee la mayor parte de su
tiempo en darle las gracias.
5. Rece con la creencia de que las oraciones sinceras pueden alcanzar
y envolver a sus seres queridos con el amor y la protección de Dios.
6. No emplee nunca pensamientos negativos en la oración; solamente
los pensamientos positivos dan resultado.
7. Siempre exprese buena voluntad para aceptar la voluntad de Dios.
Pida lo que desee, pero acepte lo que Dios le da; esto puede ser
mejor que lo que usted pide.
8. Practique la actitud de poner todo en las manos de Dios. Pida tener
la capacidad para hacer lo mejor, y dejar los resultados
confiadamente a Dios.
9. Rece por la gente que le desagrada o que lo ha maltratado. El
resentimiento es el obstáculo número uno para el poder espiritual.
10. Haga una lista de personas por quienes rezar. Cuanto más rece por
otras gentes, especialmente por los no relacionados con usted, más
volverán sobre usted los resultados benéficos de la oración.