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Los indignados de San Andrés

Nacional
10 Jun 2012 - 9:00 PM
Laura Ardila Arrieta / lardila@elespectador.com

En la isla más grande de nuestro archipiélago oceánico nadie quiere ser de Nicaragua (que
demandó su soberanía en 2001) , pero también hay un grupo de raizales que se siente
herido por el Estado colombiano y anuncia un referendo para consultar a los isleños si
preferirían ser territorio autónomo. Sus razones no son pocas.

Una bandera colombiana es ondeada con fuerza por el viento de la isla antillana, que la ha ido despedazando con el
tiempo, como se ha ido despedazando el patriotismo en el corazón de algunos raizales. / Luis Ángel

Cualquier día, los policías de tránsito de la isla se cansaron de la señora del turbante, a bordo de la camioneta Hyundai
Tucson blanca modelo 2010, que nunca atendía los requerimientos de detenerse a mostrarles los papeles de su carro.
Por meses, ella simplemente disminuía la velocidad, bajaba unos cuantos centímetros su vidrio eléctrico y por ese
espacio les mostraba rápidamente una hoja de tamaño oficio. Ellos terminaron por aprenderse de memoria el
encabezado del documento: Ley 47 de 1993, con los artículos 45 y 57 resaltados en colores. Ella enseguida arrancaba.

Así fue por meses. Hasta que los policías perdieron la paciencia y decidieron hacerle una suerte de encerrona: una
patrulla por detrás, una patrulla por delante y otra patrulla por el lado del conductor. La mujer no tuvo más remedio que
parar del todo la camioneta y bajar completo el consabido vidrio eléctrico:

— Sus papeles, señora, por favor, esperamos que hoy no nos los niegue.

— I don’t speak your language.


— Por favor, señora Corine, sabemos bien que usted sí habla español. Sus papeles.
— I don’t speak your language.

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De nuevo, la mano estirada, desdeñosa, con la Ley 47 de 1993 y sus dos mismos benditos artículos resaltados.

— Colabore, señora.
— I don’t speak your language.
Y así. Hasta que la dejaron mover.

***

Corine Duffis Steel tiene 61 años y por supuesto que sabe hablar español. Y muy bien: de joven vivió con su madre en
Panamá. Se hizo bachiller en Barranquilla y está casada hace casi cuatro décadas con un antioqueño con quien tiene
cuatro hijos y cinco nietos.

Lo que sucede, señores policías de tránsito de la isla, es que Corine nació en San Andrés. Pertenece a la comunidad
nativa del archipiélago. Es una raizal. Su idioma oficial es el inglés y el creole (que es el mismo inglés, pero “mal
hablado”, como explican los mismos isleños), y por eso vive indignada con el hecho de que ustedes desconozcan su
cultura al no hablarle en su lengua. Mejor dicho, con el hecho de que el Estado colombiano la desconozca a ella y a su
gente al enviarles unos funcionarios que no dominan el lenguaje predominante.

Para que a ustedes, señores policías, pero también señores jueces, magistrados, fiscales, procuradores, y a todos los
servidores públicos, les quede claro que no es un mero capricho regionalista, la mujer del turbante carga, cómo no, la
Ley 47 de 1993, con los artículos 45 y 57 resaltados en colores. Una norma sencilla, pero incumplida: los empleados
públicos que ejerzan sus funciones dentro del territorio del Departamento Archipiélago, y tengan relación directa con el
público, deberán hablar castellano e inglés.

Sentada en una silla de plástico dentro del almacén de ropa para hombres que montó en el Centro de la isla con su
esposo, y que por eso se llama ‘Los Dos’, mientras le pintan las uñas, Corine Duffis Steel cuenta que su indignación le ha
dado no sólo para desconocer a la autoridad de tránsito. Ella es la autora de más de una acción de nulidad contra actos
de nombramiento de funcionarios que sólo hablan español. La más reciente es de mayo de este año. En el documento
Corine solicita retirar del cargo a Carlos Wilson Mora Rico, un juez penal del circuito especializado de San Andrés que, al
parecer, tampoco sabe qué traduce “i don’t speak your language”.

Corine hoy viste turbante, collar, pantalón y sandalias blancos. Y una camisa rosada estampada que usa por fuera y le da
un aire de matrona de pueblo que siempre está a punto de dar un consejo. Aparenta menos edad de la que tiene.

Nunca deja de sonreír para explicar que su indignación con el Estado colombiano va mucho más allá del tema del inglés.
“Colombia nos ha humillado por años. No tienen perdón”.

Corine no está sola en esto.

Detrás de Corine, o, más bien, al lado de Corine, está AMEN SD (Archipielago Movement for Etnic Native Self
Determination, que traduce: Movimiento Archipiélago por la Autonomía Étnica Nativa). Una sociedad que nació en 1999
y en 2007 declaró la “independencia” de San Andrés. Lo hizo en medio de una marcha por las calles de la isla con el
aplauso de unas siete mil personas. Ese día quemaron la bandera de Colombia e izaron la de la nación raizal. También
cantaron un himno for Saint Andrew, Old Providence and Saint Kathleen llamado ‘Challenge for freedom’.

‘El desafío de la libertad’ fue compuesto ese año por el capitán de navío Manuel Suárez Corpus. Los arreglos son de un
músico llamado Luis O’neil. Es el canto de los raizales que sueñan con tiempos mejores. En una isla para los isleños y con
menos pañas (así le llaman a los continentales que sólo hablan español).

Seremos libres como en tiempos pasados.


Nos liberaremos de la opresión finalmente.
Ahora, nos pararemos unidos para siempre.
Por el bienestar de toda esta tierra.
Traduce la primera estrofa.
Y es en serio que quieren lograrlo.
AMEN SD asegura contar con 7.800 miembros inscritos y cerca de 15 mil colaboradores. Entre sus líderes está buena
parte de la intelectualidad de la isla: abogados, docentes, pastores religiosos de todas las orillas. Ellos anuncian tener
organizado un referendo para preguntar a los raizales si aprueban o no la autonomía. Y advierten que si logran un sí

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mayoritario radicarán una resolución de independencia ante la Organización de Naciones Unidas (ONU). La consulta se
haría en 2015.

Corine, ya con sus uñas de blanco inmaculado secas, en el barrio La Loma, la parte más alta de la isla, hace la
presentación:

Dulph Mitchell, 78 años, profesor jubilado. Carlos Antonio Pussey Brown, 54 años, evangelista. Enrique Pussey Bent, 71
años, educador y pastor activo. Oakley Forbes, 65 años, maestro. Lepard Stephenson, 45 años, promotor social. Corine
Duffis Steel estudió contabilidad hotelera. Ellos son los fundadores de AMEN SD y el encuentro ocurre en la primera
iglesia bautista que se levantó en San Andrés.

¿Colombia los defiende frente a las pretensiones de Nicaragua, que quiere quedarse con el archipiélago, y ustedes se
convierten en separatistas?

Imagino cómo enseguida cientos de posibles respuestas se van agrupando en las cabezas de estos hombres como si las
fueran a hacer estallar. Sus razones, esto lo sabré después, son tantas y tan complejas, que más tarde me sentiré
apenada por la pregunta.

Carraspean.

Dicen que la primera herida que sintieron los raizales con su Estado emergió en 1928, el año en el que Colombia y
Nicaragua firmaron el Tratado Esguerra-Bárcenas, que partió la historia del archipiélago en dos, literalmente. Todo
porque la costa de la Mosquitia quedó en manos de Nicaragua, cuando había sido poblada por isleños cuyas familias, sin
mayor explicación, terminaron de un día para otro perteneciendo a países distintos.

El inventario de argumentos separatistas continúa contando que San Andrés es una de las islas más densas del mundo
(65 mil habitantes para 27 kilómetros cuadrados), por lo que hoy tiene amenazados sus recursos y que esta
superpoblación se la deben los isleños al Estado colombiano.

Resulta que la isla, al igual que el resto de las que conforman el archipiélago, fue declarada intendencia el 26 de octubre
de 1912 por el Congreso. Fue a través de una ley (la Ley 52 de 1912), que en su artículo 14 autoriza al gobierno a nada
menos que a conceder pasajes gratis en los buques de la Nación a las familias de cuatro o más personas que quieran ir a
domiciliarse al archipiélago.

Los efectos de la norma apenas vinieron a tratar de ser menguados en 1991 con el decreto que creó la Oficina de Control
de Circulación y Residencia y prohibió a los continentales quedarse a vivir libremente en las islas.

Es decir, hablamos de 79 años de migración sistemática que terminó en la ocupación por parte de continentales de
prácticamente todo el norte de San Andrés, la más grande isla del archipiélago.

Esa parte norte de la isla, por cierto, es la única que cuenta con el servicio de alcantarillado, porque en los poblados de
La Loma y San Luis, en donde viven los raizales, no tienen ese privilegio. En ningún punto hay gas.

Acaso el secreto mejor guardado de este lugar, que le da a Colombia 350 mil kilómetros cuadrados de mar, pero está
más cerca de Nicaragua que de la costa colombiana, sea cuántos raizales comparten su tierra ancestral con
continentales. Extraoficialmente dicen que raizales apenas son el 30%.

Para el caso de la salud eso no importa. En San Andrés ni los raizales ni los continentales tienen derecho a enfermarse. El
único hospital público con el que cuentan se llama ‘Amor de Patria’ y tiene el nivel II de atención. Es decir, nada de
tratamientos complejos ni mucho menos operaciones exigentes como una neuronal o del corazón.

Como si fuera poco, cuando inauguraron el hospital hace cuatro años, la gobernación cerró los centros de salud, que en
algo ayudaban a descongestionar las urgencias, y hoy la realidad es que tres médicos de consulta externa tienen que
malatender a cinco mil usuarios diarios.

Una de esos doctores se llama Sissy Mitchell y vive en la única casa de la isla que fue levantada dentro del mar. Por eso
todo el mundo la conoce. Desde allí, ella contó que no cuentan con insumos básicos como algodón, gasas o inyecciones
y que las vacunas son como cometas que pasan por sus manos cada miles y miles de años.

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Los enfermos graves tienen que viajar en aviones ambulancia rumbo a Barranquilla o Cartagena para ser tratados. El
problema es que esos traslados tienen que ser antes aprobados por las empresas prestadoras de salud. Por eso, el
departamento es campeón nacional en acciones de tutela. Eso dice la doctora Sissy.

También lo dice el defensor del Pueblo, Fidel Antonio Corpus Suárez, quien asegura que el mal servicio de salud es la
principal queja que recibe su oficina. En ese escalafón triste de quejas siguen las tarifas desproporcionadas en el cobro
de los servicios públicos y, claro, el no cumplimiento de los funcionarios públicos de leyes especiales como saber inglés.

Capítulo aparte merece el asunto del narcotráfico. Por las calles se habla de la presencia de bandas como ‘Los
Urabeños’, ‘Los Paisas’, ‘Los Rastrojos’. El representante a la Cámara por San Andrés, Jack Housni, denuncia que usan a
los chicos pescadores para transportar mercancía hacia alta mar.

Ni la doctora Sissy ni el defensor del Pueblo ni mucho menos el representante pertenecen a AMEN SD y, sin embargo,
también critican el olvido histórico al que Colombia ha sometido a la tierra oceánica que hoy defiende en el pleito
jurídico que entabló Nicaragua.

“El problema es que pelean por nosotros como si pelearan por rocas deshabitadas, sin tenernos en cuenta”, reclama
Corine, “y resulta que nosotros existimos: tenemos tierra, himno y bandera propios, y podríamos vivir de nuestros
recursos naturales. Eso es lo que se necesita para ser país”.

César Pizarro, director barranquillero de The Archipielago Press, el principal periódico de San Andrés, tiene para la
indignación una explicación más sencilla y menos apasionada: “Pienso que la propuesta de separación de Colombia sería
una empresa sin futuro. Imagínate tu a esta islita sobreviviendo en medio del océano. Lo que sí creo es que hay un
descontento general”.

El descontento general de un barco de 27 kilómetros cuadrados que flota en medio del inolvidable mar de los siete
colores, con más personas y problemas de los que puede aguantar.

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