á secar al sol, y, pásmense nuestros bondadosos lectores, esas
garrochas, no obstante tener cosa de cuatro varas de largo y ser muchas de ellas de encino, no valen más de tres centavos el ejemplar* TJn hombre apenas carga doce garrochas, de modo que sólo utiliza treinta y seis centavos, sin contar el valor de la madera. Si las garrochas no tienen gran demanda en el mercado, se dedican al corte y al acarreo áélpie-.en-.jtmlo, que son unas va- ras delgadas de dos varas de largo, lo más derechas posible, que sirven para hacer cercados y que venden á razón de siete cen- tavos la docena. Por más robusto que sea un hombre, apenas puede cargar seis docenas, utilizando cuarenta y dos centavos, comprendido el corte, el acarreo y el valor de las varas puestas en el terreno de donde se extraen. Además del pie-_en_junto, traen á- la Ciudad, siempre al lomo, sendas cargas de leña delgada que venden á razón de diez pa- los por un centavo. En esto faena entran también las mujeres y los muchachos y muchachas de doce años en adelante, pero de todas maneras se comprenderá que es muy poco lo que en ese género de trabajo puede ganar una familia, aunque esté com- puesta del padre, de la madre y de dos hijos en disposición de trabajar. y En la época de milpas recias, es decir, cuando ya pueden ser despuntadas, acarrean el zacate á esta población para forraje de los caballos, pero sin ganar también gran cosa, porque por más caro que esté el artículo, un tercio de cinco arrobas no puede pasar de treinta y un centavos. Estas pobres gentes cargan todo á las espaldas, sostenido por dos mecapales, uno que se apoya en la frente y otro en el pecho, y como cargan desde la más temprana edad, puede advertirse que el roce del mecapal de la frente les va tirando poco á poco el cabello de la parte anterior de la cabeza, encaneciéndoles prematuramente. Existe en sus terrenos una especie de cánula ó mimbre de la que construyen canastas, unas chatas para los panaderos, y las otras hondas para guardar semillas ó granos las que venden con estimación. Y no paran en eso las manifestaciones de su actividad, con tal de proporcionarse el sustento. Cuando todas las puertas pa- 389 recen cerrarse á sus explotaciones, ran á las barranca* del Pix- qniae á buscar uña especie de yerva que tiene el sabor del ci- lantro y qm> se llama nacaxhuío y la traen á vender á nuestros mercados, conduciendo en canastos diversas especies de pará- sitas, que bajan de los árboles corpulentos y añosos, con peligro de su vida, y que las familias de X^íap;i les compran á precios ínfirnos, para adornar los corredores de sus casas. Entre estas parásitas merecen especial mención los tecuanes (fieras), porque la ñor tiene la formadle una cabeza de toro, las canelitas, los vianuelitos y otras más, todas ellas de aroma exquisito y-em- briagante. Acarrean tan bien gránalas de China, chayóte, calabazas, canastos de xaxtuia (especie de frijol gordo), legumbres silves- tres, hongos de milpa (cornezuelo de maiz), cayuyos, especie de uva de cascara gruesa, guajes (leguminosa de árbol, de olor nauseabundo), chalahuücs pequeños (leguminosas también de árbol, dulces y parecidas á los jinieuiles), tierra de monte para las macetas, tierra colorada, que van á buscara! camino del Ba- rro, heléchos, begonáeeas, planta vivapar,* cércalos,pitos (ñor del equimite, leguminosa también de árbol), cascara de xicala- liuate para las tenerías^ y huevos, gallinas, guajolotes y cuanto más encuentran digno de venderse, por más que sepan que tie- nen que darlo sumamente barato. Son gentes que no paran ni descansan, y trepan y baja i por los desfiladeros de sus montañas en busca de algo que pueda representar siquiera el valor de un centavo. Las dificultades con que luchan para ganarse la. vida es cau- sa de que le tengan gran amor al dinero y que no se resuelvan á gastarlo sino con mucha economía, y después de cerciorarse de su buen empleo, á excepción de los centavos fyüe' desperdi- cian en aguardiente, y aun en esto son económicos, comprando lo al por mayor, es decir, por medias botellas ó por botellas en- teras, que se hacen servir en un vaso grande, y que va pasando de mano en mano hasta que toma toda la concurrencia, inclusas las mujeres, con la única diferencia de que éstas vuelven las es- paldas á los circunstantes á la hora de sorber su trago. «tamas compran la más mínima cosa sin regatear, y recorren muchas casas antes de tomaría y desatar el bolsillo, con esta 290 particularidad^ que si por una mercancía se les pide intencio- nal mente la ¿Lécima parte de su valor, siempre ofrecen un cen- tavo menos, y si se les pide un centavo, entonces solicitan que se la regalen. Cuando entregan su pié-en-junto, su leña ó cualquier otro ob- jeto, no se contentan con recibir nada más el precio concertarlo, y demandan un centavo más, una tortilla ó un pan, é insisten hasta lograr que se los den. Por supuesto que esta solicitud la hacen con voz respetuosa y suplicante, y si no consiguen su ob jeto, se retiran sin mostrar enojo ó despecho. No pueden comer carne sino cada ocho dias, los lunes gene- raímente, y dada su pobreza, se fijan en la más "barata, siendo por lo regular el libro del toro que, como saben nuestros lecto- res, es uno de losf estómagos de los cuatro que tienen los ru- miantes, especie.de bolsa de paredes exteriores gruesas, dividi- do en un sin número de tabiques delgados, que encierran los alimentos del animal en vía de ser completamente digeridos, y que aquellas pobres gentes comen cocido en una salsa picante y aguada, preparada con chile seco, sin quitar la película de pep- sina que cubre los tales tabiques por sus dos caras, do modo que el caldo sale de un color indefinido y con un olor que, grato á sus narices, acaso no lo será para los olfatos menos escrupu- losos. Para terminar la pintura del indio de Tlalnelhuayóeam, agre- garemos que es fiel obediente déla ley y tiene gran respeto á la§ autoridades, á quienes supone con poder omnímodo, como los guardianes del reino, nombre con que designan al país de sus antepasados. En materia de religión no muestran ser fervientes partidarios de las prácticas religiosas propias del catolicismo, pero no por eso dejan do seguirlas con mansitud, y de ceñirse á los deberes que. aquéllas los imponen, dentro de sus facultades intelectua- les que^ aunque capaces de toda comprensión, permanecen como aletargadas y quietas. Al estudiar ai indio de Tlalnelhuayóoam, fijándose en todas sus virtudes á la vez que en todos sus defectos, se viene en co- nocimieuto de la razón que tuvo dona Isabel la Católica, decla- rando en Din njomento solemne, al referirse á las razas conquis-