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Kuingo
Kuingo
KUINGO
Efectivamente, allí fuimos y entre las varias jaulas había una bastante
grande donde los simios saltaban, al parecer alegres y
despreocupados, y aceptaban frutas y otras golosinas que los chicos
indebidamente les obsequiaban, salvo uno que se encontraba detrás,
acurrucado en una esquina, al parecer ajeno a lo que ocurría y
ensimismado en sus pensamientos. Esto no paso desapercibido para
una de mis alumnas caracterizada por sus grandes valores
sentimentales y entonces me preguntó sobre qué le ocurría a aquel
mono, pues parecía estar muy triste. Yo al acercarme por poco lanzo
un grito de sorpresa y alegría, pues en la cabeza del simio pude
observar tres manchas blancas y dos más en la cola, pero eso no fue
todo, al exclamar Kuingo despertó de su letargo, corrió hacia mí y dio
mil muestras de alegría. Saltaba, chillaba y trataba de sacar las manos
y salir de la jaula, lo cual le resultaba imposible. No obstante, cambió
de actitud, devoró cuantas golosinas le hice llegar gracias a mis
alumnos, a los que dije su nombre y todos comenzaron a corearlo.
Entre tantos sufrimientos este resultó un día muy especial para él.
Las autoridades del zoológico cada vez estaban más nerviosas, tan
pronto llegaba a éste comenzaban los cuchicheos entre ellos, al final
tuvieron que restituir a Kuingo a su jaula y fue entonces que cayó una
avalancha de curiosos y de personas que querían ver a éste y la
especial relación que existía entre nosotros.