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Pasión

Taurina



Calixto López Hernández


Rosalía Rouco Leal

(2016)

Pasión Taurina

La muerte del Veterinario conmocionó a todos en la granja. El cuerpo del
occiso mostraba una amplia y profunda herida en el vientre, que subía sobre
las costillas atravesando cuanto órgano, hueso o tejido halló a su paso, y se le
notaba el espanto en los ojos abiertos vidriosos, pues la trágica muerte le había
llegado al parecer de repente.

Los trabajadores de la empresa pecuaria se mostraban atónitos, asombrados,
pues desconocían que Higinio Menéndez, conocido como “el Veterinario”,
según su oficio, tuviese enemigos reconocidos en la zona, o al menos capaces
de realizar un hecho de tanta alevosía.

El cuerpo había sido encontrado muy cerca de los corrales, casi clavado a una
cerca de alambres de púas y postes de hormigón, por lo que también en la
espalda tenía heridas de los alambres clavados, lo que hacía indicar que en el
momento de la muerte lo habían presionado fuertemente contra la cerca.

Parecía que la muerte había sido sobre la media noche, como después se
comprobó durante la autopsia. El jeep estatal con el que trabajaba no había
traspasado la puerta de la granja lo que hacía indicar que él había entrado
caminando, lo que se dedujo también de las huellas de las suelas de sus botas
sobre la tierra húmeda del camino de entrada, pues en esos día había llovido y
el terreno estaba muy blando.

Había alrededor otras huellas de zapatos y también de cascos de animales, esto
último común dado que la muerte fue en la zona de los corrales. No había
ningún testigo presencial del hecho pues esa noche el Custodio, como de
costumbre, se había empinado una botella de berberaje alcohólico de pésima
calidad, si se puede hablar de calidad en aquel líquido apodado de mil formas
despectivas, que se fabricaba clandestinamente en los alrededores con alcohol
de uso doméstico desnaturalizado tratado por no se sabe que producto, pero
que al final no se estaba claro si la bebida contenía más hidrocarburos que
alcohol, o viceversa. Lo cierto era que este trabajador, llamado Olegario
Peñate, pero más conocido por “el Lechuzo”, por el trabajo de noche que
realizaba, no había visto ni recordaba nada, porque claro está, se había
quedado rendido, alcoholizado, después de ingerir el líquido infernal
acostumbrado, que día a día minaba más su salud y sus entendederas.

Este hecho, que el empleado nocturno le daba a la bebida con frecuencia y
todas las noches, era conocido por todos, pero sin embargo, la dirección de la
granja se había hecho de la vista gorda en el asunto, porque este era un
trabajador honrado, que no se apropiaba de nada en una época de limitaciones
materiales de todo tipo, en que era difícil mantenerse con las manos limpias, y
menos cuando de la carne de vacuno - el “oro rojo” - se trataba, que alcanzaba
un precio altísimo en el mercado negro, a más de estar prohibida su venta y
comercialización por leyes extraordinariamente severas, que conllevaban
duras penas de prisión para los infractores.

Es necesario decir además, que ¿dónde se iba a conseguir otro trabajador que
al menos cumpliera con su horario laboral en una zona tan intrincada y de tan
difícil acceso, a veintitantos kilómetros de la población más cercana? Por otra
parte, los trabajadores simpatizaban, o eran misericordiosos con aquel pobre
hombre que siempre no fue así, por el contrario, había tenido familia, una vida
estable y una esposa de buen porte y bastante bien parecida, pero que un día lo
abandonó por irse con el Veterinario, que se las daba de Don Juan de
terraplenes, aprovechando el jeep que usufructuaba del Estado y las
dificultades de movilidad en la región, que cuando llovía era de difícil acceso
hasta para los monteros que vivían en zonas aledañas, así como para el resto
de los trabajadores, que era trasladados en una carreta halada por un tractor
viejo y destartalado.

Esto hizo que los investigadores policiales: el Teniente Claudio Benítez y el
Sargento Sergio Plascencia, responsabilizado este último con la cámara
fotográfica y los perros policíacos pastor alemán, movieran la cabeza con
cierto disgusto, pues era común que al igual que en la novelas policíacas
donde el principal sospechoso es el Mayordomo, en aquellos tiempos y lugares
lo era el Custodio, y por lo visto este podrían descartarlo, porque el único
vínculo que podría inculparlo era el que el Veterinario le hubiese birlado la
mujer, cuestión muy seria en lugares donde abundan poco las hembras y
hechos tales hieren sensiblemente el amor propio de los hombres.

Pese a esta situación, los policías no descartaron totalmente al trabajador como
posible sospechoso, pero el físico que mostraba, deteriorado por el alcohol y
mal alimentado, lo hacía ver como muy poco probable de causar una muerte
con tanta violencia. Tampoco las huellas de las viejas zapatillas que usaba
indicaban que él hubiese estado en el lugar o escena del crimen.

Es así que sin los recursos de “CSI Las Vegas, Miami o Nueva York”, los dos
policías tenían que hacerse cargo del caso, aunque es justo decir que tenían a
su favor los “métodos persuasivos” propios del sistema, como instrumentos
más poderosos que el equipamiento más moderno de los cuerpos de policía
occidentales. También no negar la eficiente y acostumbrada colaboración
ciudadana, pero en este caso chocaban con el hecho de que el Veterinario no
era muy bien mirado entre los trabajadores, no por exceso de celo en sus
funciones, sino porque todos comentaban, u ocurría, que estaba involucrado en
negocios sucios y se bañaba pero no salpicaba, lo que era un grave defecto
donde imperaba el viejo dicho: “Tiburón se baña pero salpica”.

Las siguientes sospechas recayeron entonces sobre los matadores furtivos que
frecuentaban la zona y sacrificaban cuanto animal vivo encontraban a su paso,
desde caballos, bueyes, vacas, terneros, puercos, carneros, entre otros, aunque
su principal especialidad era el ganado vacuno, por lo que no era de dudar que
pudiese haber ocurrido un encuentro poco fortuito entre el Veterinario y
aquellos asesinos de animales, pero no se halló rastro alguno de ganado
sacrificado, como arrojó el inventario de las reses.

De todas formas, comenzó el conteo mental por parte de los policías de los
posibles malhechores que frecuentaban aquellos lugares desolados. El primero
y más famoso de todos conocido como “Malachicha” quedó descartado desde
el inicio, porque llevaba tres años a la sombra desde que lo sorprendieron con
las manos en la masa despachando un buey viejo de un campesino que vivía
en una finca aledaña. Por este daño, para ser benévolo, le pidieron y lo
condenaron a 12 años, y no más porque era un bochorno para un matarife de
prestigio, el que lo sorprendieran acabando con la vida de un pobre buey
cansado de halar carretas y de arar tierras, a poco listo para pasar al otro
mundo.

El siguiente en el orden, conocido como “El Carnicero”, un tiempo atrás había
abandonado la zona y se decía que ahora estaba operando por una provincia
lejana y hacía tiempo que no se le veía por el pueblo. Quedaba entonces el
turno de Anselmo Martínez, alias “El Chagra”, que había indicios de que
estuviese operando por la zona, era un hábil y astuto matarife, y se
caracterizaba por realizar el trabajo en equipo: un hombre vigilando y otros
dos dando cuenta del animal.

Sin embargo, Anselmo era un tipo que se cuidaba mucho y generalmente
trabajaba en complicidad con algún empleado, y hasta directivo de empresa, y
nunca se le había podido coger con las manos en la masa, aunque todo el
mundo conocía a lo que se dedicaba.

No obstante, había un aspecto en contra de que “El Chagra” pudiese estar
relacionado con el hecho, y era que este generalmente no operaba en lugares
tan alejados de la ciudad porque temía que pudiesen agarrarlo en el traslado de
la mercancía, además, porque esta granja en cuestión era muy “respetada” y
poco asaltada por los malhechores, y era de dudar que un matarife tan
precavido se las aventurara con un establecimiento con cierta subordinación,
al menos en determinada raza de ganado como el “Cebú”, a un alto jerarca del
gobierno, que lo exportaba al extranjero obteniendo pingües ganancias, de las
que solo una migaja iba a manos de los trabajadores de la granja, como les
hizo saber el Administrador Marcelo Suárez, que llevaba cinco años al frente
del establecimiento y recordaba que solo una vez había ocurrido un hecho de
esta índole, con un torete, y no habían pasado 24 horas sin que los presuntos
autores estuviesen en un calabozo, y de ellos no se había oído hablar nunca
más.

Con otras razas de ganado de cruce sí se habían producido hurtos, pero con
poca frecuencia, y algunos trabajadores consideraban que habían sido en
complicidad con el Veterinario, cosa que se hacía más de sospechar porque no
había ningún motivo de que Higinio Menéndez anduviese a altas horas de la
noche por el lugar donde fue asesinado.

Solo dos reses estaban sueltas esa noche, el todopoderoso y corpulento
semental “Bisonte” nombre dado por su gran fuerza y su apariencia en cuanto
a tamaño y fortaleza con un búfalo, y “Margarita”, una hermosa vaca Holstein
que subyugaba con sus encantos al toro, pero esta no era la época de celo
porque la había gestado un par de meses antes el propio veterinario, además, el
toro aparentemente era muy pacífico, aunque siempre se había notado cierta
atracción hacia la fémina taurina, que lo provocaba con el movimiento
cadencioso de sus ancas traseras, como invitándolo a una danza voluptuosa,
que realmente nunca se había efectuado por la implantación en la finca de los
métodos modernos de inseminación artificial.

Esa tarde los dos gendarmes abandonaron la granja, previo el trabajo del
médico forense, aunque quedó una soga cercando y protegiendo la zona de la
“escena del crimen”. Sin ninguna certeza ni pista que seguir, los policías solo
hicieron lo de costumbre, tratar de tomar preso al que se acercara más a la
categoría de principal sospechoso, esto es, a Anselmo Martínez, “El Chagra”
que se volvió aun más sospechoso, por cuanto no estaba en su casa y los
vecinos dijeron que había salido muy de mañana, casi de madrugada con un
maletín en la mano, con prisa y sin despedirse.

No hubo que cursar muchas órdenes de busca y captura pues un empleado de
ferrocarriles informó que el sospechoso había tomado el tren de media mañana
con destino a la capital de una provincia intermedia del país, donde
efectivamente lo capturaron no más bajar del tren. Acto seguido lo
devolvieron esposado y con dos policías de custodio, en el mismo tren de
regreso, por lo que en menos de cuarenta y ocho horas ya estaba en la
conocida celda de “persuasión” y de verdad que fue persuadido y declaró lo
que le preguntaban, lo que no, y mucho más, pero no lo que esperaban oír los
policías.

Sí, él y dos compinches más habían quedado con el Veterinario de verse esa
noche en la granja para hurtar una novilla aprovechando el típico estado de
embriaguez del Custodio, pero cuando llegaron al lugar se encontraron el
cuerpo ensangrentado de este último, lo que los asustó y huyeron
precipitadamente, pues lo suyo son los animales y no las personas. Los
compinches, en situación igual que la del “Chagra”, bajo rejas, dieron la
misma versión pese a todos los “métodos persuasivos” aplicados en los
interrogatorios, por lo que prácticamente la puerta de solución del problema
quedaba cerrada

No obstante a lo anterior, quedaba para los policías el aliciente de que de no
encontrar más sospechosos, los detenidos podrían ser inculpados, porque de
todas formas ya el hecho de tratar de hurtar ganado era castigado con una
sanción casi tan severa como el de homicidio, por lo cual podrían llegar a
algún arreglo con los detenidos a cambio de una pequeña rebaja de la pena, o
algunas mínimas mejoras en las condiciones de reclusión, porque de todas
formas iban a ir a parar a la cárcel.

Al margen de todo, los policías siguieron investigando el caso en el cual se le
abrían y cerraban más pistas, porque al final, el Veterinario tenía muchos
enemigos, incluyendo el propio Administrador de la granja por desacuerdos en
el sacrificio de algún ganado, que el técnico se negó a dar su autorización, si
no le daban una parte sustancial del producto.

La granja tenía muchos compromisos, no solo con los trabajadores, sino con
“amistades” y las propias autoridades locales, por lo que de vez en cuando una
vaca poco productiva, una novilla o un torete, sufría algún accidente y se caía
por “un barranco”, en una finca donde no había barrancos, o se ahogaba en el
estanque donde estaba tomando agua, porque no había ríos cercanos, o moría
por estrés, pero era algo necesario para la subsistencia del establecimiento en
una sociedad de ayúdame para ayudarte y dame para darte y también del
“millón de amigos” como dice la canción.

Poco más de un mes sin que aparecieran nuevos indicios, el jefe del puesto de
policía dio por cerrado el caso, porque por una parte necesitaba que los
gendarmes se ocupasen de otros sucesos igual o más de importantes y más que
todo, porque de la capital le habían informado que estaba bueno ya de policías
merodeando por la granja, ya que en esos días venía un importante ganadero
extranjero a negociar la compra de unas Cebú, y se vería muy mal ver a los
sabuesos por el lugar.

El caso quedó más o menos cerrado, con el “Chagra” y sus compinches listos
a declarar lo que le indicaran, porque más jodidos de lo que estaban no iban a
estar, y se mostraban dispuestos a “colaborar” de forma completamente
incondicional.

Así, las cosas siguieron como estaban, con nuevo veterinario tan corrupto
como el anterior, nuevos Mata Vacas clandestinos, el mismo Custodio con el
mismo ron de mala muerte, y así pasaron tres años, hasta que un día, como era
de esperar, el pobre e infortunado vigilante de la Granja enfermó gravemente y
todo parecía ser de muerte, en cuyo trance pidió que el Teniente, perdón, el
ahora Capitán Claudio Benítez, fuera a visitarlo con urgencia, pues tenía que
confesarle un importante secreto que no quería llevarse a la tumba. El oficial
aunque no de muy buena gana, pero interesado en el asunto, fue a visitar al
enfermo que encontró en un estado de salud lamentable y un aspecto
lastimoso. Le costaba mucho trabajo hablar y lo hacía con dificultad. Pese a
eso este fue su relato.

“Teniente (aunque ahora era Capitán), le voy a confesar quienes fueron los
verdaderos autores de la muerte de Higinio, porque no fue uno solo, sino
cuatro, dos personas y dos animales. El primero: el propio Veterinario por todo
el daño que hizo, destruyó mi hogar, mi familia y mi vida, por lo que lo culpo
de todo el sufrimiento que me ha causado y de esta agónica muerte que me
llega antes de tiempo”.

“El móvil del asesinato fue la vaca Margarita, tan linda, tan sensual que tenía
al toro Bisonte loco por ella, y que no pudo soportar el ver como la violaban
metiéndole la mano por su sexo durante la inseminación, e inoculándole el
semen congelado en nitrógeno de no se que animal, que ni ella ni el semental
conocían”.

“Bisonte, amarrado, maullaba de dolor al ver aquello que lo privaba de poder
disfrutar del amor de aquella hermosa vaca Holstein envuelta en carnes, que
adoraba con locura, por lo que desde entonces, como montero viejo, leí en el
relampagueo de sus ojos sus intensiones de venganza, por esto yo, el otro
involucrado en el hecho, fui el autor intelectual del crimen al dejar
intencionadamente abierta la portería, pues sabía que esa noche vendría
Higinio a cometer sus fechorías, de manera que al llegar este yo ya estaba
ebrio, dormitando y aparentemente ajeno a lo que ocurría. El Veterinario al
llegar y ver los animales sueltos se acercó para averiguar que es lo que ocurría,
no fuese a ser que algo pudiese interferir en sus planes, y allí mismo el enorme
toro lo envistió brutalmente y lo llevó reculando hacia la cerca donde le clavo
el cuerno de abajo hacia arriba del estómago, como si fuera el opercut de un
boxeador”.

“No busque más culpables esos fueron, ya el Veterinario se llevó su merecido,
yo disfruté de mi venganza y debo pagar por mis culpas, y a los animales no
los pueden castigar: Margarita, violada vilmente y Bisonte con su honor de
toro hecho trizas, lavaron su honra con aquella muerte”

“Puede que usted no crea esta historia, pero los animales sienten y padecen
emociones muchas veces semejantes a las de los humanos, y en el amor son
muy parecidas, por lo que con el fin del Veterinario el toro logró su venganza,
por lo que alerte al nuevo técnico porque a él le puede ocurrir lo mismo”.

Esas fueron las últimas palabras del pobre moribundo antes de abandonar el
reino de los vivos.

El Capitán quedó pensativo, en principio era muy difícil de creer la
declaración del Custodio, pero cerca de la muerte los seres humanos no
acostumbran a mentir, además, de ser cierto, le quedaba la preocupación y el
posible remordimiento de que de no hacer nada habría hombres inocentes a
punto de ser condenados por un crimen que no habían cometido, lo que estaba
totalmente censurado por el código de ética de su oficio, y de su labor, que con
un expediente tan limpio había realizado durante tantos años. Pero sabía, por
experiencia, que de todas formas serían declarados culpables de homicidio,
pues era más fácil para la justicia entender la condena con los anteriores
indicios conque contaba, fuesen ciertos o no, que la “inverosímil” declaración
sin testigos del moribundo.

Visto el hecho, el oficial se encontraba ante una encrucijada moral, pero de ser
cierta la versión del Custodio tenía una tarea aun más urgente que realizar, por
lo que a su salida del Hospital, donde lo esperaba el Teniente, antes Sargento
Sergio Plascencia, le dijo:

── Vamos, tenemos que ir urgente para la granja, hay que evitar otro
asesinato, te cuento por el camino.

El vehículo policial voló por los intransitables terraplenes y llegó justo en el
momento que un enorme toro Cebú: Bisonte maullaba de ira, cólera y dolor,
mientras el veterinario manoseaba el sexo y se disponía a inseminar a la
hermosa vaca Holstein Margarita, que mugía también al verse en aquella triste
situación.

──Vamos, suspenda esto de inmediato, liberen a la vaca y al toro pues su vida
está en peligro, ──ordenó imperativo el Capitán al veterinario.

──Que peligro ni que ocho cuartos, esto es una labor de rutina y son
necesarios unos nuevos cruces que nos han solicitado de las altas esferas del
gobierno, ¿usted está loco o qué?, ─respondió molesto el veterinario.

──Lo suspende usted o lo hago yo, ──ordenó de nuevo el oficial con énfasis
y alzando la voz, como para que el técnico supiera que tenía que cumplir su
orden sí, o sí.

──Pero usted está consciente de lo que hace y de la responsabilidad que esto
implica, pues de inmediato informaré a los niveles superiores del gobierno.
─Volvió a replicar el veterinario.

──Soy consciente y asumo toda la responsabilidad, por lo que acabe de acatar
mi orden. ─Le dijo por último el Capitán con modo imperativo, como para
acabar con la discusión.

──Pues haga lo que quiera y aténgase a las consecuencias, informaré de
inmediato a la Capital, pues esta granja para estas cosas no es de
subordinación local ──respondió el Veterinario recogiendo sus enseres y
alejándose del lugar, de mala gana y pésimo humor, no entendiendo
comprensible lo que ocurría.

Entonces los dos policías liberaron a Margarita que fue a refugiarse al lugar
donde estaba Bisonte amarrado, luego lo liberaron también a él y ambos
animales se internaron en el potrero, aunque de vez en cuando miraban hacia
atrás, como con ojos de agradecimiento hacia los dos policías.

Como es de imaginar, la cosa no quedó ahí, el veterinario se quejó a los altos
niveles del gobierno, que censuraron fuertemente la actuación policial, por lo
que el Capitán sufrió graves represalias.

El “Chagra” y sus compinches fueron condenados por ambos delitos: intento
de robo y asesinato, pese a los vehementes testimonios del Capitán Claudio
Benítez relacionados con la versión de los hechos, tal como se la había
contado el Custodio moribundo, Olegario Peñate, ya en el mundo de los
muertos, que hizo pensar a los magistrados y a los niveles superiores policiales
que el oficial estaba completamente loco, y que en estas condiciones no podía
continuar ejerciendo su labor profesional, por lo que fue separado del cuerpo y
licenciado temprana e inmediatamente.

El joven oficial veía con esto interrumpida su brillante carrera y cayó en un
lamentable estado de enajenación altamente depresivo.

Dos años después de los hechos, en un descuido del veterinario, este fue
corneado limpia y salvajemente por el toro Bisonte, de forma similar a como
lo había sido el anterior, pocos días después de inseminar a la vaca Holstein
Margarita, sufriendo una muerte trágica semejante.

Las altas esferas del gobierno lamentaron el hecho, aunque no le dieron la
razón al ex Capitán Claudio Benítez, liberado de servicio y ahora convertido
en el nuevo Custodio de la granja, y sumido en el alcohol al igual que el
anterior. Estas llegaron a la conclusión que lo ocurrido fue en simple accidente
casual, y que veterinarios había muchos por ahí, pero un semental tan valioso
como Bisonte había pocos, y era un interés de Estado que este conservara su
vida y siguiera produciendo semen para fertilizar más vacas como Margarita,
que contoneaba su trasero y la cola de un lado para otro, poniendo al
descubierto su abultado sexo de forma sensual y provocativa por delante del
enorme ejemplar de Cebú, como si lo invitara con esto a una danza erótica
taurina de unión carnal entre ambos animales, desafiando las normas de las
técnicas modernas de inseminación artificial.


Toros y vacas de sublime estirpe



Toros y vacas de sublime estirpe



Cuando al terrateniente y hacendado ganadero Venancio Malazaña Cruzata se
le metía algo en la cabeza esto lo llevaba hasta las últimas consecuencias,
independientemente de las dificultades que se le atravesaran en su camino y el
precio que hubiese que pagar, aunque para esto tuviese que acudir, como en
este caso, a las mismísimas autoridades aduaneras del puerto de la Habana, y
también al Consulado de los Países Bajos (Holanda), en dicha ciudad. Y todo
ello para adquirir una fémina bobina Holstein legítima, sana, robusta y de
buen cuerpo y estirpe o familia, al menos en varias generaciones, tales como
hacían los nobles de algunos países europeos para adquirir esposa, aunque
generalmente en Dinamarca y Alemania. Baste recordar a Catalina la Grande y
la menos afortunada Allexandra Fiodorovna Romanova (María Sofía Federica
Dagmar de Schleswig-Holstein-Sonderburg-Glücksburg). También la reina
Victoria de Inglaterra se había casado con un príncipe alemán: Alberto de
Sajonia (Franz Albrecht August Karl Emanuel von Sachsen-Coburg und
Gotha), más conocido como el príncipe Alberto, por lo que atendiendo a todas
estas consideraciones, resultaban razonables las intenciones del famoso
ganadero, y la vaca sajona en cuestión, seguramente sería muy bien venida en
las verdes sabanas cubanas del Camagüey

Pero como Dinamarca, como nación, era menos conocida que Holanda y de
allí también decían que eran las vacas Holstein, fue a través del Consulado de
este último país que se gestionó el envío a través del puerto de Rótterdam de
una hermosa, saludable, apetitosa y esbelta vaca de esa especie, para que
después de cruzar el Océano Atlántico, el hacendado Cruzata, que es como era
más conocido nuestro personaje ganadero, realizara los cruces pertinentes con
las mejores especies de toros que uno se pudiese imaginar.

Dentro de la fértil imaginación de Malazaña Cruzata no se encontraban los
humildes toros criollos, menores en tamaño que los del continente y
generalmente cargados de pulgas y garrapatas. Estos no parecían muy
espectaculares, dado que la hierba de guinea y hasta las hojas y retoños frescos
del espinoso marabú, no rendían los contenidos proteicos de las pacas de heno
del ganado de raza, pero sí los hermosos, robustos y pesados toros rojizos de
Santa Gertrudis y los negros: menores en tamaño, pero extremadamente
violentos, belicosos y de cuernos protuberantes, largos y punzantes machos de
Lidia andaluces. Porque era de suponer que con un cruce de este tipo se
pudiese esperar cualquier cosa, como una robusta bestia mitad Lidia y mitad
Holstein, que seguramente pondría en grandes aprietos a los toreros, por la
unión del temperamento andaluz y el carácter flemático de los holandeses.

La idea de la selección del ganado Santa Gertrudis, como raza de cruce, le
había venido a Cruzata por ser esta de Texas y todo lo que olía a Tejano en la
Cuba de entonces era muy bien acogido: como los rodeos, las prendas de
vestir tales como pantalones vaqueros, camisas a cuadros, pañuelos al cuello,
sombreros de ala ancha y botas. Y qué decir, además, de las películas del
oeste, que ponían y reponían en el cine del pueblo todos los domingos y nadie
se cansaba de verlas y hasta de repetirlas. Pero en parte, la idea del ganadero
era buena, porque este ganado era imponente y su tonalidad rojiza le añadía
una hermosura adicional, y sobre todo la corpulencia y su peso que rosaba la
tonelada en los machos, y en las hembras los 700 kg.

En cuanto a la Holstein, si alguien no conoce las cualidades de este portento
de especie o máquina quasi perpetua de producción de leche, les
informaremos que es la raza de vacas de mayor alzada: cerca de 1,5m, y sobre
todo productora de leche blanca y nutritiva, con un peso promedio de más de
600 Kg. y una hermosa pelambre veteada donde se aprecian y alternan
manchas negras sobre una piel banca, o al revés: blancas sobre una piel negra
como se quiera decir, que al final da lo mismo. También se le dice pinto
blanco negro. Aunque no carece de cuernos, generalmente se le quitan, lo que
podría formar parte del maquillaje del animal, y en sentido práctico para
facilitar la manipulación y el ordeño.

Hay que sumar a todos los atributos anteriores que la Holstein posee una ubre
(senos o tetas, como se prefiera decir), de considerable capacidad y
elegantemente colocada en su cuerpo, también que a partir de los tres años
rinde partos anuales con un período de embarazo de 280 días
aproximadamente. La temperatura normal de estas vacas es relativamente
alta, alrededor de 38 grados Celcios.

Pero el asunto de la temperatura, y no la corporal, era uno de los principales
problemas a afrontar por el hacendado Cruzata, dado que en el habitad de
estas hermosas vacas la temperatura media es muy baja, por lo que en el
Caribe y cuando aflora el fuerte sol del verano bajo un intenso calor sofocante,
le resultaría muy difícil desenvolverse bajo estas condiciones, y tampoco la
imaginamos sudorosa bajo un toro Santa Gertrudis, o de Lidia, de manera
indistinta, en el apareamiento brutal entre estos animales.

Por tales motivos, nuestro imaginativo terrateniente ganadero había adquirido
una potente planta eléctrica de diesel, y unos modernos equipos de aire
acondicionado, todo un lujo para la época, pues salvo el amplio establo de la
vaca no habría otro recinto en la finca con estas condiciones de climatización,
ni siquiera para el toro Santa Gertrudis norteamericano que se pensaba
adquirir, y hasta la propia habitación del hacendado que a lo sumo contaba con
un simple ventilador de aspas en el techo

El hacendado Cruzata se imaginaba que los cruces de Santa Gertrudis y
Holstein, debían producir animales buenos productores de leche y más
resistentes que los últimos a los climas cálidos, sin alterar la producción
elevada de carne de los machos híbridos, aunque su principal valor vendría
dado por las cualidades exóticas del cruce obtenido.

Conociendo ya los atributos de la novia holandesa, sería necesario destacar
también las cualidades de los pretendientes, que como vale suponer, debían
estar a la altura de los de esta distinguida doncella taurina.

Los toros Santa Gertrudis son muy corpulentos y alcanzan un elevado peso,
cercano a una tonelada a los cuatro años de nacidos, son más mansos que los
conocidos Cebús, de cabeza ancha, fuerte y cuernos cortos, piel de tonalidad
rojiza, ojos color crema oscura al igual que los cascos, cuello corto, musculoso
y giba y papada menos desarrollada que en el mencionado Cebú, ubicada
delante de la cruz, al revés que en los anteriores. Cuentan además, con un
tronco ancho, largo y profundo, costillas arqueadas y anchas, así como
extremidades de longitud media con pezuñas fuertes.

Está claro que con los anteriores atributos para la raza Santa Gertrudis,
cualquier vaca por muy Holstein que fuera debería quedar prendada de tan
espectacular animal, que además no presentaría los problemas climáticos de la
raza europea, y se adaptaba perfectamente a las condiciones cálidas del
Caribe.

Sí el macho Santa Gertrudis era un pretendiente a respetar, que decir de los
rebeldes y agresivos toros de Lidia, de cuya especie era el otro ejemplar que
quería adquirir el hacendado Cruzata.

Pues bien, pasaremos a una mera descripción de esta especie taurina con
modalidades de vida muy diferentes a las anteriores:

El toro de Lidia (Bos primigenius taurus), debe su nombre, o apodo, a estar
por su bravura destinado a las lidias, peleas, luego de una selección de cientos
de años por los ganaderos hispanos. Es también conocido como toro bravo,
raza ibérica (tronco ibérico) y es muy agresivo y temperamental, con cuernos
grandes y punzantes hacia delante y un potente aparato locomotor. Es un
animal gregario que obtiene seguridad en la manada. Se mantiene junto a la
madre los primeros ocho o nueve meses y alcanzan la madurez sexual a los
16.

En este tipo de especie bobina, las características de animales en cautiverio o
domésticos, se han desarrollado menos que en las demás. En ellos se ha
potenciado más sus características salvajes, que las de producir carne o leche,
tener cuernos cortos, etc. haciéndolos más propensos al ataque, a la acometida
salvaje y brutal.

Estos belicosos animales se asemejan a los antiguos y extinguidos toros
europeos uros con un tamaño medio de 120-130 cm, un peso sobre la media
tonelada, cabeza corta con pelo abundante, cuernos en gancho protuberantes.
Ojos pequeños y escudriñadores. Cuello corto y potente de escasa papada.
Grupa corta y vientre recogido, cola larga, delgada y con borlón, así como
patas finas y fuertes.

De acuerdo con lo destacado anteriormente, el previsor sentido de Cruzata le
hacía percibir el cruce alterno con los dos animales monumentales, de manera
que una sola hembra pudiese originar crías con ambas especies, aunque para lo
cual no había contado con el gusto y las preferencias estéticas y sentimentales
de la vaca novia.

En particular, el hacendado ocultaba también una idea un tanto malévola: ver
como se las arreglaba un torero enfrentado a un LH1 como podría ser el cruce
de un violento y pendenciero toro de Lidia con una Holstein caviladora y
flemática, que produjera un animal más grande y temperamental capaz de no
dejarse engañar con las buenas, o males artes taurinas del diestro.

Pero había un elemento que no había tenido en cuenta el terrateniente, que era
el sentido emocional de los mamíferos, porque generalmente los humanos, al
pensar en los animales los despojamos de todo elemento sentimental, y en
definitiva lo que estaba creando el ganadero era un peligroso triángulo
amoroso entre especies de tres países y dos continentes, con modalidades y
costumbres de vida muy diferentes.

En esto último es necesario que nos detengamos a reflexionar, pues
históricamente, en la vida real e incluso en la imaginaria, los triángulos
amorosos generalmente han devenido en tragedia, como bien lo conocen los
cronistas y escritores de novelas rosa, y hasta los clásicos dedicados a los
grandes dramas, por lo que era de esperar que este tipo de situación deviniera
en algo trágico entre animales irracionales; pero no nos adelantemos a los
acontecimientos.

De momento, en el puerto de Rótterdam se había embarcado una hermosa
vaca Holstein apodada nada más llegar a las sabanas camagüeyanas con el
nombre de Marquesa, dado el extraordinario cuidado y las muchas atenciones
dadas a esta Mevrouw (señora) holandesa,

Al mismo tiempo recorría cientos de kilómetros por ferrocarril, a través de las
secas praderas texanas del oeste norteamericano, hasta el puerto de San
Francisco, en California, un hermoso ejemplar de Santa Gertrudis de nombre
Marshall, en alusión a los sheriffs y representantes del orden y la ley del viejo
oeste. Este una vez embarcado en un buque mercante destinado al traslado de
azúcar entre Cuba y los Estados Unidos, cruzó el Canal de Panamá y en pocos
días desembarcó en el puerto de la Habana, en perfecto estado de salud y un
poco más gordo de tanta azúcar que comió en las bodegas donde fue alojado,
al parecer no muy bien limpiadas de esta mercancía.

En el caso del toro de Lidia, un ejemplar andaluz de la famosa casta Vista
Alegre hizo su entrada, casi al mismo tiempo, a la bahía de la Habana,
procedente del puerto de Algeciras y compartiendo habitad con aceites, vinos,
chorizos y aceitunas españolas, a muchas de las cuales engulló luego que se
rompiera uno de los barriles donde venía por un temporal en el Atlántico, que
sometió el carguero a un fuerte vaivén donde se mareó no solo el toro, sino
toda la tripulación y hasta el mismísimo capitán. Este ejemplar taurino ya tenía
nombre desde tierra andaluza, el de Azabache, que se le respetó a su llegada a
un país donde todo cambia nada más las personas llegar, incluyendo estas, y
porque no los animales.

En el traslado de los valiosos ejemplares hasta su inmensa finca en el
Camagüey, Cruzata acudió a sus relaciones e influencias con el Gobierno, y
más que todo con la policía, para que en el trayecto fueran escoltados por
coches patrulla y motoristas, sobre todo en los pueblos, no fuese a ser que los
irrespetuosos ciudadanos le dieran a comer un mango, un mamey, u otra fruta
que se le atorara en la garganta, o yerbas y alimentos tropicales no
acostumbrados a digerir, o hasta algún que otro bandolero se diera un festín
con un costillar de aquellos exuberantes toros, para apaciguar el apetito
insaciable y voraz de las personas de un barrio pobre, en un descuido de los
transportistas.

Nada más llegar, cada uno de los animales ocupó su lugar de alojamiento: la
Holstein en un corral con maderas bien cepilladas y pulidas que abocaba en un
establo climatizado con colchones de paja para que durmiera y descansara
cómoda, y si era menester comiera de ellos, por si le daba hambre por la
noche.

En un corral contiguo al de la Holstein colocaron al Marshall Santa Gertrudis,
que se adaptó perfectamente a las nuevas condiciones. No así fue el caso de
Azabache: el toro de Lidia, que nada más llegar la emprendió violentamente
contra la cerca y contra todo lo que se imaginaba que estaba cerca, por lo que
fue necesario alejar los mirones de las barandas del corral y en días siguientes
ampliar sus dimensiones, porque para aquel bélico animal otrora en relativa
libertad, aquello le resultaba corto y pequeño.

A esto último, sin embargo, no le prestó mucha atención el ganadero Cruzata,
cuya preocupación principal estaba en que lo hubiesen podido engañar y no
mandarle un animal bravo y mandón, sino un advenedizo segundón del
potrero, porque en los negocios nada se sabe y mucho menos en los de ganado,
y él conocía muy bien de esto, porque a la hora de vender ganado procuraba
que estos hubiesen bebido más agua que un camello, porque esta también
entraba en el peso; y que mejor que vender agua ligeramente salobre como si
fuera carne de primera.

Pasadas un par de semanas todo se mantuvo en paz y armonía, si bien
Azabache miraba con ojos desafiantes al Marshall cada vez que la marquesa
flirteaba con este, pues que decir que la holandesa nos había salido muy sata
y salpicona y lo mismo se acercaba a la cerca de un toro que a la del otro,
siempre en ademán provocativo, pero a juzgar por el tiempo que dedicaba a
ambos sus sonrisas de hembra provocativa y maúllense, parecía que se
inclinaba más por el gigante rojo, que por el mediano negro. Esto es, por el
norteamericano Santa Gertrudis que por el andaluz Azabache, por lo que los
peones bromeaban en el sentido que esto se debía a que los dólares americanos
estaban mucho más valorizados que las pesetas españolas, luego de una
dramática guerra civil en este último país.

De todas formas, bien con uno o con otro, tarde o temprano la vaca caería en
celo y ocurriría el famoso, estruendoso, sofocante y bestial encuentro de razas
con resultados impredecibles y difíciles de pronosticar.

Está demás decir, que Venancio Malazaña Cruzata dio una gran fiesta de
bienvenida en honor a los bovinos extranjeros, que mostró a todos sus amigos
e incluso, enemigos, algunos venidos desde zonas lejanas de la Isla como: las
Tunas, Bayamo, Sancti Spíritus y la Habana, para admirar y envidiar aquellos
soberbios ejemplares, y que más está decir que acudieron las autoridades
políticas, militares, eclesiásticas, comerciantes y todo lo que se diese a
apreciar entre las clase vivas de la zona, y también el que quisiese tomar y
comer en abundancia, dadas las bondades hospitalarias de que hacía gala,
cuando quería, nuestro afamado ganadero.

Hay que destacar en honor al anfitrión, que se sirvieron variados tipos de
manjares criollos, incluyendo el típico congris con carne de cerdo azada,
tiernas yucas criollas de piel rojiza salcochadas y aderezadas con mojo criollo,
ensalada de tomates y lechuga de la hortaliza del chino del pueblo, y
apetitosos tamales elaborados con maíz tierno y jugoso donados con
sinceridad y esplendidez por un viejo y pobre carbonero de nombre Gervasio,
que toda la vida había vivido en la finca y había dejado la vida allí durante
decenas de años, en batalla constante, diaria y feroz con el marabú.

Bien por lo de la lucha contra la peligrosa plaga invasora venida de allende los
mares en anteriores épocas, o por eso de que siempre había vivido en la finca,
y más que todo, porque no se metía en nada ni con nadie, había seguido
viviendo allí, pese a que Venancio Malazaña Cruzata no le gustara la
presencia, o cercanía de gente mísera y pobre. Decía que daba mala suerte, y
porque para miseria la que el había vivido desde niño hasta alzarse con su
enorme fortuna: mediante suertes del destino y malabares, intrigas, actos
oportunistas, o cuanta actividad pudiese incrementar su riqueza,
independientemente de donde procediese y si era por medios legales o
ilegales.

Pese a esa ligera animadversión hacia las clase humildes, aunque él procedía
de una de ellas, el hacendado Cruzata permitía, o le daba un poco de lastima
aquel carbonero casi copia fiel de sus ancestros cercanos o lejanos. Además, la
presencia del viejo Gervasio en sus tierras se traducía en muchos más
beneficios: como el de de evitar la proliferación de esa despiadada plaga traída
de lejanas tierras, que era la planta del poco menos que invencible marabú,
cuando no tenía un rival de la talla de nuestro campeón campesino del carbón.

Gervasio una vez que cortaba y limpiaba el marabú realizaba siembras
ocasionales de arroz, maíz, melones, calabazas y otros productos agrícolas de
ciclo corto, de los que siempre dejaba una parte en la finca, además de que el
hacendado, en sus fiestas campestres, cuando se pasaba de tragos dejaba de
ingerir carne y no degustaba otra cosa que una sopa caliente con algúna gallina
criolla del campesino, de manera que nada más llegar a la finca, por suerte
cada dos o tres meses, el capataz se acercaba al mísero bohío del carbonero a
ranchar una de sus bien criadas aves de corral portadoras de los nutrientes
necesarios para brindar un caldo suculento, humeante y nutritivo que engullía
con placer el jerarca de los llanos.

En esta ocasión, también se le requisó al campesino un par de jóvenes
lechones, que este tenía destinado para vender en el pueblo y comprarse una
muda de ropa de trabajo, un par de botas toscas y un nuevo machete, pues el
Collins que tenía había adelgazado por tanta lima y golpe contra la dura
madera del marabú. Aunque en esta ocasión, a decir verdad, y como el
hacendado estaba tan contento, el capataz le dejó caer diez pesos, toda una
fortuna para el campesino, por el maíz, los dos lechones y tres gallinas, por si
el hacendado le daba por estar más tiempo en la hacienda, como en efecto
ocurrió.

Además de todo lo anterior, se le permitió al carbonero, que luego de quitarse
el tizne negro permanente de su cuerpo, mediante un buen baño en una de las
pocetas del río, y restregarse con estropajos vegetales empapados en jabón
amarillo de lavar, pudiese asistir, eso sí para la parte de los empleados, como
espectador y hasta como comensal, luego que hubiesen comido los invitados
en el extraordinario banquete que se daría en la gran hacienda, celebrando la
llegada de los sublimes, extraordinarios, corpulentos, fantásticos, divinos,
hermosos y exuberantes animales de cría extranjeros, que se exhibirían
solemnemente en los corrales del famoso ganadero Venancio Malazaña
Cruzata. También se le prohibió que su mascota, el toro criollo, o para ser más
exacto: el pedazo de toro “Totí”, escaso de dientes por falta de pastos
nutritivos en la época de sequía en que nació y con la pata quebrada del parto
al nacer, que lo hacía cojear y le impedía correr, lo acompañara al magno y
grandioso evento.

Parecería ridícula esta última limitación, pero para los que conocían al
carbonero, no estaba demás la recomendación, pues este se había encariñado
con aquel maltrecho animal de tal manera, que dicen que lo acompañaba hasta
para hacer sus necesidades, pues está demás decir, que el pobre campesino
carecía de los más elementales lugares y medios de aseo. También dormía
dentro de su rancho para lo que tuvo que ampliar la puerta de entrada y pagar
en el invierno con el aire frío que podía entrar, o las ráfagas de lluvia
inclinadas cuando llovía y el viento estaba en dirección a la enorme puerta.

Estaba claro, además, que si el evento estaba relacionado con los mejores
ejemplares taurinos del planeta, cómo iba a ser posible que los visitantes
observaran aquel mísero ejemplar criollo “sin terminar” y que de hecho se
mantenía en la hacienda por lo que habíamos señalado en relación con los
múltiples servicios que prestaba el carbonero en la finca y a que este era como
un apéndice de la misma y había vivido allí desde mucho antes que Malazaña
Cruzata posara sus narices por aquellas sabanas, y por el prestigio que tenía
aquella pobre alma como hombre honrado, servicial y hospitalario.

La relación del carbonero con el toro criollo “Totí”, nombre que deriva de lo
negro de su pelambre semejante en color al plumaje del pájaro de igual
nombre (Dives atraviolacea), abundante en los campos cubanos de la época y
cabeza turca de todas las aves devoradoras de arroz por aquel famoso dicho:
“todos los pájaros comen arroz, pero la culpa la carga el Totí, estaba dada
porque el campesino desde su infancia también había albergado sueños, como
todos los niños de las vastas llanuras centrales del Camagüey, en relación con
tener un buen potro, con su buena montura de cuero marrón pulido y brillante
por el betún, su lazo suave y resistente de algodón, espuelas y bridas de plata y
como no: algunas cabezas de ganado.

Pero todo lo anterior había quedado en sueños: ni caballo, ni monturas, ni
espuelas de plata, entre tanta pobreza que rondaba los campos, donde a duras
penas se alcanzaba para comer. Sin embargo, una mañana la suerte había
tocado su puerta, cuando un amigo empleado de la finca vino presto a avisarle
que el parto de una de las mejores vacas criollas del ganadero Cruzata había
tenido problemas, y al cruzarse las patas del ternero al salir, y esto había
provocado la muerte de la madre, por lo que y el ganadero había ordenado el
sacrificio del ternero.

Al Gervasio oír la noticia le brillaron los ojos de alegría y corrió tan veloz
como el caballo del montero, sin escuchar las palabras de este que lo invitaba
a que se subiera sobre la grupa del animal.

Justo a tiempo llegó el humilde campesino cuando ya el capataz, hombre de
pocas palabras, pero de rápida acción, estaba a punto de disparar con su
pesado revolver 45 sobre la cabeza del pequeño ternero, que solo hacía por
maullar y lagrimear por sus ojos vidriosos como si fuese el llanto de un niño.

Pese a lo duro de carácter del capataz, y gracias a la intervención de algunos
peones de su confianza, este aplazó momentáneamente la ejecución,
convencido que el ganadero no se dejaría convencer y mantendría la cruel
sanción. Sin embargo, la suerte, la fortuna estaba ese día de parte del humilde
carbonero, y el hacendado se encontraba de muy buen humor por la venta de
un nutrido rebaño de ganado enviado por tren a la capital con precios muy
ventajosos, dado que se hablaba de guerra por Europa y el Pacífico, por lo que
los carniceros de la capital querían tener reservas de carne en corrales por si el
evento bélico se prolongaba. Finalizaba el invierno de 1941 y los japoneses
habían atacado la base norteamericana de Pearl Harbor lo que traía como
consecuencia la intervención de los americanos en la guerra y de los países
satélites o amigos de América Latina, aunque a decir verdad, en esta ocasión
la razón estaba de parte de los yanquis.

Así las cosas, el ganadero que se frotaba las manos, no estaba para que sus
hombres perdieran tiempo por un mísero ternero y que era preferible que
fueran finca por finca por todos los alrededores y si era necesario hasta fuera
del municipio y la provincia, para que negociaran la compra de cuanto animal
viviente con tarros encontrarán, esperando obtener pingües ganancias, pues en
eso de andar rápido Cruzata no tenía precio y este podría ser el mejor negocio
de su vida, como en efecto ocurrió.

De manera, que sin pensarlo mucho, el ganadero oyó y accedió a los ruegos
del carbonero, con la única condición que dejara de hablar y se marchara
presto y veloz con el pedazo de ternero, porque el tiempo era oro en aquellos
momentos.

Trabajo le costó al capataz separar al carbonero de los pies del hacendado, que
se sorprendió que por hacer un mísero bien se recibiera tantas muestras de
agradecimiento.

Cargado en los hombros, sin aceptar ayuda de los peones, el carbonero
condujo al pequeño animal hasta su humilde bohío y volvió rápido, cansado,
sudoroso, pero lleno de alegría a buscar un güiro de leche para el ternero
huérfano.

¿Qué cómo cuidó y crió al ternero el carbonero? son cosas que nadie sabe,
pues los hombres estaban en aquella época muy ocupados e inmersos en las
tareas ganaderas y pocos pasaban por su humilde choza, pero sí veían al
campesino, solicito, día tras día en busca de la leche que a escondidas del
ganadero le solían dar a aquella pobre y entusiasta alma.

Lo cierto es que unos meses después se sorprendieron de verlo arribar
acompañado de un pequeño añojo negro, con dificultades para andar.
Realmente no representaba una gran belleza de animal, pero con ello se
empezaba a cumplir el sueño y las añoranzas de niño de aquel pobre y aislado
campesino de la sabana.

Pese a que los pastos escaseaban, el carbonero se las ingeniaba para conseguir
jugosas ramas tiernas, incluso de marabú limpias de espinas, y suculentas
hierbas acuáticas para lo que andaba varios kilómetros a pie hasta una laguna,
y entraba en sus aguas pantanosas y fangosas en busca del suculento manjar.
Se las ingenio también para que no le faltaran las frutas de estación, y hasta
viandas y bejucos de boniato, verdolagas y cuanto alimento consideraba el
campesino podría servir para saciar el continuo apetito del rumiante. De
manera que este creció fuerte y saludable, y quienes no supiesen de su
nacimiento accidentado y lo viesen ahora tumbado sobre la yerba, llegarían a
pensar que era un hermoso ejemplar de torete criollo.

Nuestro ejemplar criollo también salvó la vida gracias a los cuidados, el celo y
la férrea defensa de Gervasio, ya que en una ocasión estuvieron a punto de
obligarlo a venderlo dada las crecientes demandas de carne por la guerra
mundial. Pero nada más intentarlo, se encontraron al campesino con semblante
grave, serio y feroz: Collins en mano, y por si acaso consideraron que era
mejor limitar el pedido, que no ser alcanzado por el afilado y largo machete,
porque si de algo estaban seguros los ganaderos del lugar, era de que aquel
carbonero, pese a su aspecto miserable, tenía un brazo potente y poderoso, y
por donde quería cortar lo hacía: de un solo tajo.

De manera, que los monteros de la finca y del entorno nunca se habían
encontrado con tanta compenetración entre un ser humano y un animal, como
la que existía entre aquellos dos seres: compañeros en la felicidad y la
desgracia.

Volviendo al hacendado y sus taurinos extranjeros: después de terminar la
guerra y con suficiente plata, a Cruzata se le había ocurrido la brillante idea de
los cruces, pues la demanda de carne de vacuno disminuía de forma
vertiginosa y algo había que hacer para mantener su puesto privilegiado en el
sector competitivo de la ganadería. Antes había abierto una cadena de
carnicerías en el pueblo y adquirido acciones en una recién abierta fábrica de
embutidos, pero anhelaba lograr un lugar destacado en la historia de la
ganadería cubana, por encima o al mismo nivel de los opulentos habaneros y
espirituanos que dominaban las ferias ganaderas de Rancho Boyeros y Sancti
Spíritus, mostrando descomunales ejemplares de Cebú de pura sangre, con los
cuales no podía competir su ganado, en la mayor parte criollo, que era con el
que más contaba y frecuentemente era menospreciado.

Nada más llegar los toros de raza a sus corrales y observar el andar
cadencioso, sensual y provocativo de la Marquesa, con sus grandes ojos de
hembra taurina europea, sus enormes senos y ese coleteo detrás de su sexo que
invitaba al amor; en ambos toros latió su corazón más que nunca y corrieron
hacia los límites de la cerca que dividían su corral con el de la hermosa vaca
holandesa.

Y de la misma manera que hacen algunas mujeres cuando son cortejadas: la
Marquesa europea, hizo como si le guiñara un ojo a ambos animales y unas
veces se acercaba al lindero de uno y después al del otro, de manera que los
miembros de los toros no podían contenerse dentro de sus cueros.

Pero al notar que la vaca no se decidía por el uno o el otro, a pesar que ambos
le gustaban, estos decidieron que aquello tenía que decidirse por las armas, y
si bien el Santa Gertrudis duplicaba en tamaño al toro de Lidia y amenazaba
con aplastarlo, Azabache contestaba al Marshall yanqui mostrándole sus
largos cuernos afilados, por lo que el fatal enfrentamiento tarde o temprano
podría ocurrir, lo que motivó que el experimentado capataz ordenara reforzar
las tablas de los corrales y organizara turnos de guardia permanentes para
evitar aquella guerra o enfrentamiento taurino, que podría ser similar al
conflicto hispanocubanoamericano de finales del siglo XIX, con la diferencia
que el españolito andaluz en esta ocasión estaba muy bien armado, entrenado
y dispuesto a luchar, para evitar una vergonzosa derrota como la sufrida por
los antepasados de sus dueños en las batallas navales de Filipinas y Santiago
de Cuba, respectivamente.

Atendiendo a las razones anteriores, los empleados de la finca monteros se
vieron obligados, después de reforzar los maderos de los cercados, a montar
férrea vigilancia, por lo que pusieron un peón de guardia permanente en los
corrales para evitar aquel violento enfrentamiento, que hubiese echado por
tierra los sueños y planes del ganadero camagüeyano, causándole un fuerte
golpe sentimental y económico. De manera, que a semejanza de un polvorín
del ejército, a partir de aquel momento un peón desarmado se haría cargo
mediante una larga vara de madera de evitar el acercamiento de los toros a la
cerca de su rival.

Así las cosas, Venancio Malazaña Cruzata logró reunir en su fiesta de
exhibición a lo mejorcito de los ganaderos del país, casi todos vistiendo traje
hacendado, sombrero de paño o jipijapa, botas texanas, o zapatos de dos
tonos, fumando excelentes puros Montecristi o de calidad semejante y puede
que superior, bajo poblados bigotes y pico y garganta fácil para lo mismo darle
al coñac, al ron, o al aguardiente, así como estómagos flexibles para tragar,
comer o digerir carne de puerco azada, yuca, congrís y hasta un costillar de
añojo criollo que le dio por azar, al estilo argentino, el terrateniente
camagüeyano.

Una decena de huecos tuvieron que cavar los peones en la tierra para albergar
los diez puercos de diferente tamaño, envarados casi en estilo de crucifixión,
que pagaron con sus vidas tamaña fiesta de exhibición. Todos los huecos en
forma de tumbas, aunque menos profundas, con carbón de marabú de nuestro
amigo el carbonero ardiendo en su interior, para que no echara humo, quemara
bien, con fuerte calor, dada su elevada capacidad calorífica y si aparecía llama,
que fuera azulada como la buena y completa combustión.

De haber estado en aquella fiesta españoles productores de jamón serrano, de
seguro hubiesen comenzado la cría de cerdos criollos negros como la noche,
unos lisos sin pelo a los que llamaban chinos y otros con pelambres como la
del mismísimo toro de Lidia Azabache, y todos de patas negras y bien
alimentados con el magnífico y nutritivo palmiche criollo, fruta de las
hermosas palmas reales cubanas, bajo cuya sombra aquellos parientes de los
jabalíes habían descansado y comido sin percatarse del cuento del burro de
que: comer sin trabajar no lleva a buen lugar.

Pues sí, todos los lechones sacrificados y la mayoría de los que campeaban por
los montes cubanos, eran de color negro, incluyendo los dos de Gervasio el
carbonero, aunque estos últimos se habían alimentado, además, con maíz y
salcocho; pero en definitiva todos estaban a la altura de aquel pintoresco
acontecimiento vivido en las profundidades de las llanuras del Camagüey,
bajo el arrullo del palmar, como dice la canción, y en la que el hacendado de
los llanos se graduaba como el mejor ganadero del país, y si no exagero, al
menos alguien para respetar y tener en cuenta en las afamadas ferias criollas.

El ganadero no había descuidado nada y salvo el champaña y las sidras que se
dejaron para las mujeres, por nadie aventurarse a que lo tildaran de flojo,
aquellos ricos pero rudos hombres “cubaboys”, para no decirles cowboys, le
dieron demasiado fuerte a los cognacs españoles de moda en la isla: Pedro
Domeck, Terry Malla Dorada, Osborne, Tres Cepas, Centenario y Felipe II,
que había encargado por cajas el hacendado al bodeguero Bonifacio
Estupiñán, el más serio y honrado de los comerciantes gallegos de la región,
incapaz de adulterar una bebida, como se decía, ni el agua siquiera, que
cuando la brindaba era fresca, límpida y transparente extraída de un pozo
criollo que tenía en el patio, detrás de la bodega.

Cervezas no faltó de ninguna marca de las fabricadas y embotelladas en el
país, muy buenas por cierto y sin nada que envidiarles a las norteamericanas,
alemanas, belgas, holandesas y checas: Tropical, Polar, Hatuey, Cristal y hasta
la negra Cabeza de Lobo, por si alguno quería darle a una cerveza fuerte y más
fuerte dolor de cabeza al siguiente día.

Y que decir de los rones cubanos, los mejores del mundo: Bacardi,
Paticruzao, y hasta el Matusalén de hoy alegre y mañana bien, y otros locales,
no menos dignos que los anteriores, para si alguien le daba por el
regionalismo, así como el aguardiente Arechavala, de la lejana fábrica de
Cárdenas en Matanzas, aunque este y otros rones y bebidas de menor calidad
o renombre, era para la otra parte de la fiesta, separada por más de doscientos
metros: la de los peones y campesinos invitados, que fueron capaces, con
muchos menos recursos, de igualar y superar con alegría la de los grandes
caciques, pues pudieron hablar abiertamente y sin tapujos de sus alegrías y
tristezas, estas mucho más que las anteriores y ahogar, y olvidar sus penas
entre las cuerdas de guitarras y laúd, los güiros y hasta el toque de tambor de
algún negro colao en la fiesta, o entrado por las porterías traseras sin
consultarlo siquiera con el hacendado ganadero.

Y sí la fiesta de los caciques fue buena, la de los necesitados fue mucho mejor
y más alegre, al extremo que alguna que otra joven y señora, aburrida de tanto
oír hablar de toros y vacas, se fue para la otra parte y degustó el zapateo y el
son montuno con algún guajiro de buen porte, que bajo el efecto del alcohol
no dudó en sacar a bailar a las distinguidas mujeres, y hasta en algún momento
acercar su cuerpo más de lo debido y tocar algo más bajo de la cintura, hasta
que el capataz que todo lo supervisaba, se dio cuenta del asunto e intervino
con mucho tacto con la señora y mirada severa para el humilde trabajador.

El hacendado Venancio Malazaña Cruzata no escatimó en gastos en esta
ocasión y no se parecía en nada a aquel hombre regateador y tacaño en
cualquier actividad donde estuviese en juego sus cuartos, y en verdad en esta
ocasión el dinero le sobraba, después de vender tanta carne para el ejercito,
principalmente para el yanqui, pues la participación del país caribeño en la II
Guerra Mundial fue en mucha menor medida, eso sí, el Presidente de turno
osadamente declaró la guerra a Japón y Alemania poco después de los
americanos en el propio mes de diciembre de 1941.

Continuando con la fiesta, en aquella majestuosa reunión se palabrearon
muchos negocios y algunos quedaron pendientes para su realización en los
meses siguientes, así como numerosos pedidos para los ejemplares que
resultaran de esos cruces, a precio de oro, desde todos los rincones de la isla,
hasta de la lejana Pinar del Río, aunque se pensase equívocamente que
aquellos lugareños se ocupaban solo del tabaco. Sin embargo, el destino le
tenía reservada una gran sorpresa al famoso hacendado Venancio Malazaña
Cruzata, y era la que menos este se imaginaba.

En esta fiesta y cerca de su amigo, “padre” y preceptor: el toro criollo “Totí”,
vio desde lejos por primera vez a la exótica, hermosa, apetitosa y exuberante
Marquesa, venida de allende los mares, de la tierra de los molinos de viento y
de los tulipanes, que está más baja que el nivel del mar, donde se cultivan ricos
y abundantes pastos con tanta humedad, y donde hubo un desdichado pintor
que se cortó una oreja y esto hubiese echo sin dilación el maltrecho toro
criollo: por una sonrisa de aquella hermosa vaca llegada de la lejana Europa.

De más está decir, que nuestro torito criollo quedó perdidamente enamorado
de aquella hermosa vaca Holstein y que de ahí en adelante no hubo día que no
se acercara hasta donde las cercas de alambre de púas le permitieran, para
lanzar mugidos de amor y desconsuelo por una relación, al parecer imposible.

Los lamentos del toro, su falta de apetito, su desgano y su desinterés para todo,
no pasaron desapercibidos para nuestro pobre carbonero que miraba
desconsolado como sufría su “hijo”, amigo y único compañero. Pero él no
podía hacer nada, además de no entender los amores de vacas y toros, y
porque dudaba que hasta en igualdad de posibilidades, la vaca holandesa
Marquesa fijara sus grandes ojos en su maltrecho y desclasado torito criollo,
teniendo en frente a tan monumentales y distinguidos pretendientes de sangre
azul.

Transcurrieron los meses y después del entusiasmo triunfal inicial, el ganadero
Venancio Malazaña Cruzata no veía el momento en que la Marquesa entrara
en celo, pese a que acudió a cuanta hierba afrodisíaca encontrara en su finca y
en las aledañas, también a los veterinarios y a la brujería de los santeros
locales, pero en definitiva: la vaca continuaba flirteando o sateando según el
símil popular, pero eso de estar lista para recibir un toro: nada, al extremo que
este pensó que los holandeses lo habían engañado y le habían vendido una
vaca travestís o lesbiana.

Pero como la economía retrocedía después de lo de la guerra, tuvo que dedicar
mucho más tiempo a sus negocios, por lo que se vio obligado a irse para la
ciudad, dejarse de cosquilleos taurinos, y dejar la cosa, a como decía un
conocido galeno: al Dr. Díaz (al tiempo), como en efecto ocurrió, cuando
menos lo esperaba, pero no como lo tenía proyectado.

Y eso fue cuando los carnavales del pueblo, casi coincidentes con los famosos
“San Juan” Camagüeyanos, cuando en una noche en que todos los peones
abandonaron la finca y se dirigieron al pueblo, el escolta permanente del corral
consideró que estaba bueno ya de pasar mala noche y sereno, y como tenía
medio palabrea a una hermosa guajira de un bohío cercano, se dijo: si no voy
me la levanta cualquier guajiro espabilao, así que me voy pal pueblo, hoy es
mi día, voy a alegrar toda el alma mía, como dice la canción montuna, en
sentidos no iguales pero algo similares.

Mala o buena decisión la del campesino. Buena porque fue aceptado por la
dulce y bella guajira, mala porque ese día entró en celo la Marquesa y no había
fuerza capaz de frenar el embiste de aquellos toros, que nada más la vaca rozar
con su sexo las tablas de ambos corrales la tomaron con estos, derribaron las
cercas y ya frente a la vaca de sus sueños comprendieron que sería de uno
solo, la del vencedor, y por primera vez en los potreros cubanos, y no se sí en
otra parte habrá ocurrido: un toro Santa Gertrudis de una tonelada de peso,
pero falto de cuernos, se enfrentó a uno de Lidia, genuino ejemplar de Vista
Hermosa, en un duelo quasi mortal, en que los afilados tarros del toro español
se enfrentaron al descomunal tamaño y peso del toro americano.

El fatal desenlace se notó al siguiente día: corrales derribados, los toros
destrozados, el Marshall Santa Gertrudis aguijoneado por varias partes del
cuerpo, y el Azabache Andaluz con varias costillas rotas y una parta quebrada,
porque al verse el yanqui ampliamente superado en la lid, se dejó caer sobre
Azabache como única forma de salir de aquel infierno de cornadas, pero al
final quedaron ambos: inmovilizados y hechos unos guiñapos taurinos.

La vaca holandesa, la famosa e intocable Holstein de sangre azul: la
Marquesa, se le encontró vagando por el prado, tranquila, alegre,
despreocupada, comiendo margaritas silvestres y yerbas aromáticas, como si
hubiese salido de un sueño, a pesar de tener su sexo dañado, o usado según se
quiera entender, pero no se supo por quien hasta muchos meses después, y su
cola tendida y su lomo arqueado, síntoma de apareamiento reciente.

Los monteros se fueron desgajando por la finca a partir de la media noche,
pero sin percatarse de nada, y cuando comenzó el ordeño al alborear ese día
por efecto de la fiesta, de inicio no se dieron aun cuenta de lo ocurrido, hasta
que con el sol ya en el horizonte, observaron temerosamente con sus ojos el
fantástico y descomunal drama acaecido la noche anterior. De inmediato
trataron de curar con sus escasos medios a su alcance a los dos formidables
contendientes, que a pesar de no poderse mover, querían seguir combatiendo.
Luego buscar a la perdida Marquesa que parecía más perdida que nunca, pero
indolente o ajena a lo ocurrido, comiendo cuanta margarita o flor parecida
encontraba en la sabana, con su cola arqueada y su sexo inflamado, casi al
descubierto.

La cólera del capataz alcanzó niveles estratosféricos y hubo que aguantarlo
porque quería darle con el machete al peón enamoradizo que descuidó su
trabajo por una guajira en noche de carnaval, por lo que este último, antes que
lo expulsaran de la finca y le infringiesen cualquier tipo de castillo: apiló y
empacó sus cosas en un saco de yute, montó en su caballo criollo y tomó las
de Villadiego y nunca se supo más de él; salvo en una ocasión en que un
guajiro viejo de los alrededores lo estaba buscando, también con machete en
mano, porque se había llevado a su hija y nadie sabía para donde. Luego se
supo que lo habían visto por las Tunas, pero por el Camagüey no regresó
nunca más, o nadie lo volvió a ver.

En cuanto al capataz, estuvo a punto de perder su puesto ganado con muchos
años de serio trabajo y si no fue así, es porque en una de sus alegaciones le
dijo a Cruzata que al fin la vaca había entrado en contacto con un toro, lo cual
resultó en una brillante defensa, porque era lo que anhelaba el ganadero: ver a
la Holstein preñada, y ¡que preñez!

Efectivamente, en poco tiempo el vientre de la Holstein comenzó a crecer
hasta alcanzar enormes proporciones, y bajo muchos cuidados y atenciones: en
el día 283 posterior a aquellos acontecimientos, al inicio de la primavera y en
su alojamiento climatizado, sobre un colchón de paja, sucedió el parto en
presencia de todos, incluso del hacendado que abandonó con premura sus
asuntos en la ciudad y se personó para no perder un instante del parto,
atendido por los mejores veterinarios de la ciudad, así como por dos
comadronas de la región, porque aunque no iba a nacer una persona, este
animal era mucho más importante, al menos para el ganadero, y ellas eran
muy experimentadas en nacimientos, aunque de niños.

Realmente el acontecimiento era muy importante y sobretodo la incertidumbre
del color del ternero: Rojo seguramente del toro americano, o negro del
español. Por eso cuando lo que asomó era más oscuro que una noche sin luna,
todos coincidieron en que el padre era Azabache: el toro andaluz, y para los
que siempre se oponían al imperialismo norteamericano, aquello era una
muestra de patriotismo, porque en sus sentimientos se acercaban más a los
ibéricos que a los de los yanquis, aunque no está claro porque motivos.

Mientras tanto, Marshall y Azabache se habían recuperado, en lo taurinamente
posible, de aquel enfrentamiento de trenes ocurrido 283 días atrás, pero habían
quedado en un estado muy parecido al de Totí, por lo que el hacendado
ganadero, dado al presumir, no pudo hacer uso de este hobby por cuanto los
que podrían venir a ver al nuevo vástago híbrido, indagarían también por los
sementales extranjeros y esto último hubiese sido fatal. E hizo muy bien,
porque aun la mayor sorpresa estaba por venir, pero esto ocurrió tiempo
después.

En lo que respecta a los empleados de la finca, y el propio Gervasio, se les
dejó contemplar al reciente ejemplar salido del parto de la Marquesa, y como
siempre este vino acompañado de su mascota taurina, el Totí, que nada más
ver a la vaca con el ternero, su corazón se le quería salir del pecho, como en
otras ocasiones en que a escondidas y con la complicidad de su preceptor
humano, se había acercado lo más posible para ver aquella vaca de ensueño.

Pero también como en otras ocasiones, esta no le hizo el menor caso, aunque
claro, ahora mucho menos con su reciente parto. Tampoco en los últimos
meses le hacía mucho caso a los toros extranjeros, aunque puede que se haya
sido a que estaba encinta, según suponían los monteros.

Así pasaron los días y los meses y el ternero macho comenzó a crecer, y
también a crecerle una pequeña al principio, pero cada vez mayor
protuberancia, que sin ser exactamente igual al las gibas del ganado Cebú,
daba cuenta que no se correspondía con las características de su aparente padre
de Lidia. No parecía nada agresivo y tenía un apetito voraz que dejaba a la
maternal Marquesa sin una gota de leche, y cuando le pudo dar al pasto, comía
este y todo tipo de hierba, independientemente que fuera espinosa, amarga o
desabrida. En cuanto al tamaño, estaba claro que no solo por el color si no por
su corpulencia, se podía descartar al semental americano como padre de la
criatura.

De ternero el pequeño animal pasó a torete y entonces todos comprendieron
que por su giba aquel no tenía que ver nada con los toros de Lidia y todo
parecía indicar que la Marquesa se había corrido con un toro criollo, máxime
cuando la vieron libre, distraída y soñolienta por los potreros el día del
incidente de los toros.

Mientras tanto, se mantenía un secreto hermético en los empleados de la
hacienda y seguro estamos que si hubiese casas de beneficencia para toros, el
ganadero Malazaña no lo hubiese dudado ni un instante para depositar al añojo
en una casa de aquellas.

Pero como a todo uno se acostumbra, se vio que aquel toro era más corpulento
que los criollos, aunque menos que los Cebú, era prácticamente inmune a las
enfermedades y a las plagas y no había que tenerlo en un local climatizado,
por lo que lo dejaron correr por los potreros como uno más de la finca.

Mientras tanto, la Marquesa hacía caso omiso de las lisonjas y piropos
taurinos que le lanzaban junto a guiños de ojo y lamentos tristes de amor y
añoranza, los ahora cojos y maltrechos Marshall y Azabache, sin que ella le
prestase la menor atención, salvo menear la cola y poner al descubierto su
majestuoso sexo como para decirle: miren lo que se están perdiendo.

Aunque la vaca Holstein se mantenía bajo cierta vigilancia, ya en su papel de
madre “adultera”, de vez en cuando se le dejaba andar por los potreros y un
día de aquellos un peón olvidó encerrarla al caer la noche, o no quiso
empaparse, dado que caía un fuerte aguacero, por lo que a la mañana siguiente
se la encontraron como el día posterior de la disputa taurina: con signos de
haber echo el amor y de nuevo no se supo con quien, por lo que se repitió la
historia del susodicho, o susodicha ternera negra en esta ocasión y con un
desarrollo posterior de la giba.

Aquello llenó la copa del hacendado Cruzata que decidió someter a cruce los
famosos sementales con cuanto cuadrúpedo taurino vagara por los potreros, de
manera que aquellos verdes pastizales se llenaron de diferentes tipos de
animales de tamaño y características desiguales, algunos cercanos al Santa
Gertrudis, grandes musculosos y de abundante carne, otros fieros y belicosos
como el toro Azabache y otros con manchas negras y blancas como la hembra
de la Holstein: fuerte, saludable, de buen comer y productora de más leche que
dos criollas juntas, sin necesidad de climatización artificial.

Esta diversidad de animales hizo aun más famoso al ganadero Cruzata, pues
ahora los compradores tenían todo un abanico de elección, y hasta un ejemplar
macho de dos cruces seguidos de Azabache, mucho mayor que este en
tamaño: resultó tan peligroso, belicoso y bravío, que en las poco frecuentes
corridas de toros que hubo en la región, los aspirantes a toreros criollos, u
otros que se decían que habían toreado en Madrid, Sevilla y Pamplona, no
muy superiores a los anteriores, no querían enfrentarse al híbrido de Malazaña,
que aparentemente atacaba a gran velocidad como una locomotora, se paraba
de repente casi frente a la capa, viraba hacia la derecha o la izquierda, según el
caso, y embestía al torero con sus cuernos medio jorobados, y más de uno por
poco pierde la vida ante el ingenioso toro de cruce.

Como en aquellos tiempos no se llevaba un registro exacto de los cruces y
recruces, se perdió el hilo conductor del proceso, porque además, al hacendado
Cruzata lo único que le interesaba era obtener plata de sus negocios y
recuperar con creces el dinero invertido en los ejemplares de raza traídos de
Holanda, España y Texas.

Al finalizar la década de los 50 del siglo XX, el hacendado en cuestión, ya
muy mayor, enfermó de gota por tanto que le daba a los bistec y las chuletas,
por lo que no se mostraba en condiciones de atender el negocio ganadero; y
aunque tenía una hija de carácter fuerte, o amachada como decían en los
campos, no quería que esta se dedicara al negocio ganadero, ni anduviese por
ahí correteando y cabalgando con olor a animal con los peones y monteros
detrás de las reses, por lo que decidió vender la hacienda. Pero la decisión
llegó demasiado tarde, dado los profundos cambios políticos acaecidos en el
país; y el nuevo gobierno le confiscó toito lo que tenía, por lo que a este con su
familia no le quedó más remedio que irse pal norte (Estados Unidos) a esperar
que aquello cambiara, pero esto no ocurrió.

Un día se enteraron en la zona que había fallecido por allá, por la Florida, de
muerte natural, por la gota, o por un infarto, aunque años antes, sin los
excelentes cuidados a los que los tenían acostumbrados, ya lo habían hecho la
Marquesa, El Marshall y Azabache, por lo que la historia se fue quedando
poco a poco enterrada en el olvido.

¿Pero quién fue realmente el primer novio, marido y violador de la Marquesa?
Eso lo supe unos veinte años después, cuando en una de mis visitas a la
familia y después de preguntarle a mi hermano mayor: hombre, serio y
discreto al respecto y que conocía mucho, tal vez más que nadie, de campo y
de la zona, este me condujo hasta una presa a poco más de tres leguas del
pueblo, que cubría todo el territorio de la otrora extensa hacienda de Venancio
Malazaña Cruzata, salvo una pequeña arboleda, no más de nueve o diez
árboles que se habían salvado por casualidad de los embates de las aguas,
aunque inundados por la hierba de guinea, la zarza y el marabú.

A duras penas, con un machete, logramos abrirnos paso hasta un pequeño
promontorio que sobresalía unos centímetros del suelo, cerca de un nido de
bibijaguas, las famosas depredadoras vegetales familia de las hormigas, donde
noté como de la tierra salía algo que a poco desenterró mi hermano con su
machete de la tierra húmeda. Era la tumba de Gervasio, el carbonero, señalada
como única cruz, po los cuernos de Totí, y esta es la historia o epílogo final de
aquel drama, tragicomedia o hecho serio y real:

La tarde del enfrentamiento del Marchall y Azabache, y con La Marquesa en
pleno celo, los fenoromas expulsados por la vaca llegaron hasta el olfato de
Totí, que no pudo aguantarse y desoyendo los consejos del carbonero partió a
la velocidad que pudo con la pata coja, y al llegar a los corrales se encontró el
violento espectáculo, mientras la Holstein se frotaba su sexo con la cerca de
tablas del corral. Ni corto ni perezoso se acercó a ella y olfateó con su hocico a
aquel objeto de deseo hasta entonces prohibido, produciéndose una liberación
de estrógeno del folículo maduro en los ovarios de la vaca antes de la
ovulación, con secreciones lubricantes del tracto digestivo, lo que supuso a la
vaca un estado de éxtasis, al igual que en el toro criollo, que con sus mugidos
mostraba su impotencia al estar tan cerca de la fruta deseada, del tesoro
muchas veces añorado, por lo que no pudo más el carbonero, ustedes saben
como son los padres, y para el Totí el campesino lo era.

No había nadie en la finca, ni un alma siquiera a dos leguas a la redonda, y
sacrificándolo todo por el cariño paternal y la felicidad de su hijo, Gervasio,
sin pensárselo un instante, descorrió la tabla que hacia de cerrojo de la puerta
del corral y rápidamente la vaca salió libre hacia su humilde toro criollo, ahora
amado y antes despechado, y se dieron las caricias que se dan los animales en
esos momentos de extremo goce, y como si todo formara parte de un plan
predeterminado por el destino, el torito criollo, tembloroso y asustado,
condujo a la preciosa doncella taurina hasta la desembocadura de un arroyo
seco, a la entrada del río. Y allí ambos se entregaron al amor violento de los
animales taurinos, lleno de pasión, de mugidos y de quejidos, sudorosos, con
su olor fuerte y típico; y una vez consumado el acto, ambos regresaron
lentamente hasta el potrero, y con mucho trabajo, el campesino logró separarlo
y encaminarlo hasta su bohío: una vez que dos razas de una misma especie,
nacidas en lugares diferentes y muy alejados, y con historias disímiles,
hubiesen unido sus destinos en aquel acto majestuoso y repleto de gozo, que
repitieron fortuitamente otras veces, cuando las condiciones lo permitieron,
bajo el ojo atento, avizor y callado del humilde y pobre carbonero.

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