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Pasión Taurina
Pasión Taurina
Taurina
(2016)
Pasión Taurina
La muerte del Veterinario conmocionó a todos en la granja. El cuerpo del
occiso mostraba una amplia y profunda herida en el vientre, que subía sobre
las costillas atravesando cuanto órgano, hueso o tejido halló a su paso, y se le
notaba el espanto en los ojos abiertos vidriosos, pues la trágica muerte le había
llegado al parecer de repente.
Los trabajadores de la empresa pecuaria se mostraban atónitos, asombrados,
pues desconocían que Higinio Menéndez, conocido como “el Veterinario”,
según su oficio, tuviese enemigos reconocidos en la zona, o al menos capaces
de realizar un hecho de tanta alevosía.
El cuerpo había sido encontrado muy cerca de los corrales, casi clavado a una
cerca de alambres de púas y postes de hormigón, por lo que también en la
espalda tenía heridas de los alambres clavados, lo que hacía indicar que en el
momento de la muerte lo habían presionado fuertemente contra la cerca.
Parecía que la muerte había sido sobre la media noche, como después se
comprobó durante la autopsia. El jeep estatal con el que trabajaba no había
traspasado la puerta de la granja lo que hacía indicar que él había entrado
caminando, lo que se dedujo también de las huellas de las suelas de sus botas
sobre la tierra húmeda del camino de entrada, pues en esos día había llovido y
el terreno estaba muy blando.
Había alrededor otras huellas de zapatos y también de cascos de animales, esto
último común dado que la muerte fue en la zona de los corrales. No había
ningún testigo presencial del hecho pues esa noche el Custodio, como de
costumbre, se había empinado una botella de berberaje alcohólico de pésima
calidad, si se puede hablar de calidad en aquel líquido apodado de mil formas
despectivas, que se fabricaba clandestinamente en los alrededores con alcohol
de uso doméstico desnaturalizado tratado por no se sabe que producto, pero
que al final no se estaba claro si la bebida contenía más hidrocarburos que
alcohol, o viceversa. Lo cierto era que este trabajador, llamado Olegario
Peñate, pero más conocido por “el Lechuzo”, por el trabajo de noche que
realizaba, no había visto ni recordaba nada, porque claro está, se había
quedado rendido, alcoholizado, después de ingerir el líquido infernal
acostumbrado, que día a día minaba más su salud y sus entendederas.
Este hecho, que el empleado nocturno le daba a la bebida con frecuencia y
todas las noches, era conocido por todos, pero sin embargo, la dirección de la
granja se había hecho de la vista gorda en el asunto, porque este era un
trabajador honrado, que no se apropiaba de nada en una época de limitaciones
materiales de todo tipo, en que era difícil mantenerse con las manos limpias, y
menos cuando de la carne de vacuno - el “oro rojo” - se trataba, que alcanzaba
un precio altísimo en el mercado negro, a más de estar prohibida su venta y
comercialización por leyes extraordinariamente severas, que conllevaban
duras penas de prisión para los infractores.
Es necesario decir además, que ¿dónde se iba a conseguir otro trabajador que
al menos cumpliera con su horario laboral en una zona tan intrincada y de tan
difícil acceso, a veintitantos kilómetros de la población más cercana? Por otra
parte, los trabajadores simpatizaban, o eran misericordiosos con aquel pobre
hombre que siempre no fue así, por el contrario, había tenido familia, una vida
estable y una esposa de buen porte y bastante bien parecida, pero que un día lo
abandonó por irse con el Veterinario, que se las daba de Don Juan de
terraplenes, aprovechando el jeep que usufructuaba del Estado y las
dificultades de movilidad en la región, que cuando llovía era de difícil acceso
hasta para los monteros que vivían en zonas aledañas, así como para el resto
de los trabajadores, que era trasladados en una carreta halada por un tractor
viejo y destartalado.
Esto hizo que los investigadores policiales: el Teniente Claudio Benítez y el
Sargento Sergio Plascencia, responsabilizado este último con la cámara
fotográfica y los perros policíacos pastor alemán, movieran la cabeza con
cierto disgusto, pues era común que al igual que en la novelas policíacas
donde el principal sospechoso es el Mayordomo, en aquellos tiempos y lugares
lo era el Custodio, y por lo visto este podrían descartarlo, porque el único
vínculo que podría inculparlo era el que el Veterinario le hubiese birlado la
mujer, cuestión muy seria en lugares donde abundan poco las hembras y
hechos tales hieren sensiblemente el amor propio de los hombres.
Pese a esta situación, los policías no descartaron totalmente al trabajador como
posible sospechoso, pero el físico que mostraba, deteriorado por el alcohol y
mal alimentado, lo hacía ver como muy poco probable de causar una muerte
con tanta violencia. Tampoco las huellas de las viejas zapatillas que usaba
indicaban que él hubiese estado en el lugar o escena del crimen.
Es así que sin los recursos de “CSI Las Vegas, Miami o Nueva York”, los dos
policías tenían que hacerse cargo del caso, aunque es justo decir que tenían a
su favor los “métodos persuasivos” propios del sistema, como instrumentos
más poderosos que el equipamiento más moderno de los cuerpos de policía
occidentales. También no negar la eficiente y acostumbrada colaboración
ciudadana, pero en este caso chocaban con el hecho de que el Veterinario no
era muy bien mirado entre los trabajadores, no por exceso de celo en sus
funciones, sino porque todos comentaban, u ocurría, que estaba involucrado en
negocios sucios y se bañaba pero no salpicaba, lo que era un grave defecto
donde imperaba el viejo dicho: “Tiburón se baña pero salpica”.
Las siguientes sospechas recayeron entonces sobre los matadores furtivos que
frecuentaban la zona y sacrificaban cuanto animal vivo encontraban a su paso,
desde caballos, bueyes, vacas, terneros, puercos, carneros, entre otros, aunque
su principal especialidad era el ganado vacuno, por lo que no era de dudar que
pudiese haber ocurrido un encuentro poco fortuito entre el Veterinario y
aquellos asesinos de animales, pero no se halló rastro alguno de ganado
sacrificado, como arrojó el inventario de las reses.
De todas formas, comenzó el conteo mental por parte de los policías de los
posibles malhechores que frecuentaban aquellos lugares desolados. El primero
y más famoso de todos conocido como “Malachicha” quedó descartado desde
el inicio, porque llevaba tres años a la sombra desde que lo sorprendieron con
las manos en la masa despachando un buey viejo de un campesino que vivía
en una finca aledaña. Por este daño, para ser benévolo, le pidieron y lo
condenaron a 12 años, y no más porque era un bochorno para un matarife de
prestigio, el que lo sorprendieran acabando con la vida de un pobre buey
cansado de halar carretas y de arar tierras, a poco listo para pasar al otro
mundo.
El siguiente en el orden, conocido como “El Carnicero”, un tiempo atrás había
abandonado la zona y se decía que ahora estaba operando por una provincia
lejana y hacía tiempo que no se le veía por el pueblo. Quedaba entonces el
turno de Anselmo Martínez, alias “El Chagra”, que había indicios de que
estuviese operando por la zona, era un hábil y astuto matarife, y se
caracterizaba por realizar el trabajo en equipo: un hombre vigilando y otros
dos dando cuenta del animal.
Sin embargo, Anselmo era un tipo que se cuidaba mucho y generalmente
trabajaba en complicidad con algún empleado, y hasta directivo de empresa, y
nunca se le había podido coger con las manos en la masa, aunque todo el
mundo conocía a lo que se dedicaba.
No obstante, había un aspecto en contra de que “El Chagra” pudiese estar
relacionado con el hecho, y era que este generalmente no operaba en lugares
tan alejados de la ciudad porque temía que pudiesen agarrarlo en el traslado de
la mercancía, además, porque esta granja en cuestión era muy “respetada” y
poco asaltada por los malhechores, y era de dudar que un matarife tan
precavido se las aventurara con un establecimiento con cierta subordinación,
al menos en determinada raza de ganado como el “Cebú”, a un alto jerarca del
gobierno, que lo exportaba al extranjero obteniendo pingües ganancias, de las
que solo una migaja iba a manos de los trabajadores de la granja, como les
hizo saber el Administrador Marcelo Suárez, que llevaba cinco años al frente
del establecimiento y recordaba que solo una vez había ocurrido un hecho de
esta índole, con un torete, y no habían pasado 24 horas sin que los presuntos
autores estuviesen en un calabozo, y de ellos no se había oído hablar nunca
más.
Con otras razas de ganado de cruce sí se habían producido hurtos, pero con
poca frecuencia, y algunos trabajadores consideraban que habían sido en
complicidad con el Veterinario, cosa que se hacía más de sospechar porque no
había ningún motivo de que Higinio Menéndez anduviese a altas horas de la
noche por el lugar donde fue asesinado.
Solo dos reses estaban sueltas esa noche, el todopoderoso y corpulento
semental “Bisonte” nombre dado por su gran fuerza y su apariencia en cuanto
a tamaño y fortaleza con un búfalo, y “Margarita”, una hermosa vaca Holstein
que subyugaba con sus encantos al toro, pero esta no era la época de celo
porque la había gestado un par de meses antes el propio veterinario, además, el
toro aparentemente era muy pacífico, aunque siempre se había notado cierta
atracción hacia la fémina taurina, que lo provocaba con el movimiento
cadencioso de sus ancas traseras, como invitándolo a una danza voluptuosa,
que realmente nunca se había efectuado por la implantación en la finca de los
métodos modernos de inseminación artificial.
Esa tarde los dos gendarmes abandonaron la granja, previo el trabajo del
médico forense, aunque quedó una soga cercando y protegiendo la zona de la
“escena del crimen”. Sin ninguna certeza ni pista que seguir, los policías solo
hicieron lo de costumbre, tratar de tomar preso al que se acercara más a la
categoría de principal sospechoso, esto es, a Anselmo Martínez, “El Chagra”
que se volvió aun más sospechoso, por cuanto no estaba en su casa y los
vecinos dijeron que había salido muy de mañana, casi de madrugada con un
maletín en la mano, con prisa y sin despedirse.
No hubo que cursar muchas órdenes de busca y captura pues un empleado de
ferrocarriles informó que el sospechoso había tomado el tren de media mañana
con destino a la capital de una provincia intermedia del país, donde
efectivamente lo capturaron no más bajar del tren. Acto seguido lo
devolvieron esposado y con dos policías de custodio, en el mismo tren de
regreso, por lo que en menos de cuarenta y ocho horas ya estaba en la
conocida celda de “persuasión” y de verdad que fue persuadido y declaró lo
que le preguntaban, lo que no, y mucho más, pero no lo que esperaban oír los
policías.
Sí, él y dos compinches más habían quedado con el Veterinario de verse esa
noche en la granja para hurtar una novilla aprovechando el típico estado de
embriaguez del Custodio, pero cuando llegaron al lugar se encontraron el
cuerpo ensangrentado de este último, lo que los asustó y huyeron
precipitadamente, pues lo suyo son los animales y no las personas. Los
compinches, en situación igual que la del “Chagra”, bajo rejas, dieron la
misma versión pese a todos los “métodos persuasivos” aplicados en los
interrogatorios, por lo que prácticamente la puerta de solución del problema
quedaba cerrada
No obstante a lo anterior, quedaba para los policías el aliciente de que de no
encontrar más sospechosos, los detenidos podrían ser inculpados, porque de
todas formas ya el hecho de tratar de hurtar ganado era castigado con una
sanción casi tan severa como el de homicidio, por lo cual podrían llegar a
algún arreglo con los detenidos a cambio de una pequeña rebaja de la pena, o
algunas mínimas mejoras en las condiciones de reclusión, porque de todas
formas iban a ir a parar a la cárcel.
Al margen de todo, los policías siguieron investigando el caso en el cual se le
abrían y cerraban más pistas, porque al final, el Veterinario tenía muchos
enemigos, incluyendo el propio Administrador de la granja por desacuerdos en
el sacrificio de algún ganado, que el técnico se negó a dar su autorización, si
no le daban una parte sustancial del producto.
La granja tenía muchos compromisos, no solo con los trabajadores, sino con
“amistades” y las propias autoridades locales, por lo que de vez en cuando una
vaca poco productiva, una novilla o un torete, sufría algún accidente y se caía
por “un barranco”, en una finca donde no había barrancos, o se ahogaba en el
estanque donde estaba tomando agua, porque no había ríos cercanos, o moría
por estrés, pero era algo necesario para la subsistencia del establecimiento en
una sociedad de ayúdame para ayudarte y dame para darte y también del
“millón de amigos” como dice la canción.
Poco más de un mes sin que aparecieran nuevos indicios, el jefe del puesto de
policía dio por cerrado el caso, porque por una parte necesitaba que los
gendarmes se ocupasen de otros sucesos igual o más de importantes y más que
todo, porque de la capital le habían informado que estaba bueno ya de policías
merodeando por la granja, ya que en esos días venía un importante ganadero
extranjero a negociar la compra de unas Cebú, y se vería muy mal ver a los
sabuesos por el lugar.
El caso quedó más o menos cerrado, con el “Chagra” y sus compinches listos
a declarar lo que le indicaran, porque más jodidos de lo que estaban no iban a
estar, y se mostraban dispuestos a “colaborar” de forma completamente
incondicional.
Así, las cosas siguieron como estaban, con nuevo veterinario tan corrupto
como el anterior, nuevos Mata Vacas clandestinos, el mismo Custodio con el
mismo ron de mala muerte, y así pasaron tres años, hasta que un día, como era
de esperar, el pobre e infortunado vigilante de la Granja enfermó gravemente y
todo parecía ser de muerte, en cuyo trance pidió que el Teniente, perdón, el
ahora Capitán Claudio Benítez, fuera a visitarlo con urgencia, pues tenía que
confesarle un importante secreto que no quería llevarse a la tumba. El oficial
aunque no de muy buena gana, pero interesado en el asunto, fue a visitar al
enfermo que encontró en un estado de salud lamentable y un aspecto
lastimoso. Le costaba mucho trabajo hablar y lo hacía con dificultad. Pese a
eso este fue su relato.
“Teniente (aunque ahora era Capitán), le voy a confesar quienes fueron los
verdaderos autores de la muerte de Higinio, porque no fue uno solo, sino
cuatro, dos personas y dos animales. El primero: el propio Veterinario por todo
el daño que hizo, destruyó mi hogar, mi familia y mi vida, por lo que lo culpo
de todo el sufrimiento que me ha causado y de esta agónica muerte que me
llega antes de tiempo”.
“El móvil del asesinato fue la vaca Margarita, tan linda, tan sensual que tenía
al toro Bisonte loco por ella, y que no pudo soportar el ver como la violaban
metiéndole la mano por su sexo durante la inseminación, e inoculándole el
semen congelado en nitrógeno de no se que animal, que ni ella ni el semental
conocían”.
“Bisonte, amarrado, maullaba de dolor al ver aquello que lo privaba de poder
disfrutar del amor de aquella hermosa vaca Holstein envuelta en carnes, que
adoraba con locura, por lo que desde entonces, como montero viejo, leí en el
relampagueo de sus ojos sus intensiones de venganza, por esto yo, el otro
involucrado en el hecho, fui el autor intelectual del crimen al dejar
intencionadamente abierta la portería, pues sabía que esa noche vendría
Higinio a cometer sus fechorías, de manera que al llegar este yo ya estaba
ebrio, dormitando y aparentemente ajeno a lo que ocurría. El Veterinario al
llegar y ver los animales sueltos se acercó para averiguar que es lo que ocurría,
no fuese a ser que algo pudiese interferir en sus planes, y allí mismo el enorme
toro lo envistió brutalmente y lo llevó reculando hacia la cerca donde le clavo
el cuerno de abajo hacia arriba del estómago, como si fuera el opercut de un
boxeador”.
“No busque más culpables esos fueron, ya el Veterinario se llevó su merecido,
yo disfruté de mi venganza y debo pagar por mis culpas, y a los animales no
los pueden castigar: Margarita, violada vilmente y Bisonte con su honor de
toro hecho trizas, lavaron su honra con aquella muerte”
“Puede que usted no crea esta historia, pero los animales sienten y padecen
emociones muchas veces semejantes a las de los humanos, y en el amor son
muy parecidas, por lo que con el fin del Veterinario el toro logró su venganza,
por lo que alerte al nuevo técnico porque a él le puede ocurrir lo mismo”.
Esas fueron las últimas palabras del pobre moribundo antes de abandonar el
reino de los vivos.
El Capitán quedó pensativo, en principio era muy difícil de creer la
declaración del Custodio, pero cerca de la muerte los seres humanos no
acostumbran a mentir, además, de ser cierto, le quedaba la preocupación y el
posible remordimiento de que de no hacer nada habría hombres inocentes a
punto de ser condenados por un crimen que no habían cometido, lo que estaba
totalmente censurado por el código de ética de su oficio, y de su labor, que con
un expediente tan limpio había realizado durante tantos años. Pero sabía, por
experiencia, que de todas formas serían declarados culpables de homicidio,
pues era más fácil para la justicia entender la condena con los anteriores
indicios conque contaba, fuesen ciertos o no, que la “inverosímil” declaración
sin testigos del moribundo.
Visto el hecho, el oficial se encontraba ante una encrucijada moral, pero de ser
cierta la versión del Custodio tenía una tarea aun más urgente que realizar, por
lo que a su salida del Hospital, donde lo esperaba el Teniente, antes Sargento
Sergio Plascencia, le dijo:
── Vamos, tenemos que ir urgente para la granja, hay que evitar otro
asesinato, te cuento por el camino.
El vehículo policial voló por los intransitables terraplenes y llegó justo en el
momento que un enorme toro Cebú: Bisonte maullaba de ira, cólera y dolor,
mientras el veterinario manoseaba el sexo y se disponía a inseminar a la
hermosa vaca Holstein Margarita, que mugía también al verse en aquella triste
situación.
──Vamos, suspenda esto de inmediato, liberen a la vaca y al toro pues su vida
está en peligro, ──ordenó imperativo el Capitán al veterinario.
──Que peligro ni que ocho cuartos, esto es una labor de rutina y son
necesarios unos nuevos cruces que nos han solicitado de las altas esferas del
gobierno, ¿usted está loco o qué?, ─respondió molesto el veterinario.
──Lo suspende usted o lo hago yo, ──ordenó de nuevo el oficial con énfasis
y alzando la voz, como para que el técnico supiera que tenía que cumplir su
orden sí, o sí.
──Pero usted está consciente de lo que hace y de la responsabilidad que esto
implica, pues de inmediato informaré a los niveles superiores del gobierno.
─Volvió a replicar el veterinario.
──Soy consciente y asumo toda la responsabilidad, por lo que acabe de acatar
mi orden. ─Le dijo por último el Capitán con modo imperativo, como para
acabar con la discusión.
──Pues haga lo que quiera y aténgase a las consecuencias, informaré de
inmediato a la Capital, pues esta granja para estas cosas no es de
subordinación local ──respondió el Veterinario recogiendo sus enseres y
alejándose del lugar, de mala gana y pésimo humor, no entendiendo
comprensible lo que ocurría.
Entonces los dos policías liberaron a Margarita que fue a refugiarse al lugar
donde estaba Bisonte amarrado, luego lo liberaron también a él y ambos
animales se internaron en el potrero, aunque de vez en cuando miraban hacia
atrás, como con ojos de agradecimiento hacia los dos policías.
Como es de imaginar, la cosa no quedó ahí, el veterinario se quejó a los altos
niveles del gobierno, que censuraron fuertemente la actuación policial, por lo
que el Capitán sufrió graves represalias.
El “Chagra” y sus compinches fueron condenados por ambos delitos: intento
de robo y asesinato, pese a los vehementes testimonios del Capitán Claudio
Benítez relacionados con la versión de los hechos, tal como se la había
contado el Custodio moribundo, Olegario Peñate, ya en el mundo de los
muertos, que hizo pensar a los magistrados y a los niveles superiores policiales
que el oficial estaba completamente loco, y que en estas condiciones no podía
continuar ejerciendo su labor profesional, por lo que fue separado del cuerpo y
licenciado temprana e inmediatamente.
El joven oficial veía con esto interrumpida su brillante carrera y cayó en un
lamentable estado de enajenación altamente depresivo.
Dos años después de los hechos, en un descuido del veterinario, este fue
corneado limpia y salvajemente por el toro Bisonte, de forma similar a como
lo había sido el anterior, pocos días después de inseminar a la vaca Holstein
Margarita, sufriendo una muerte trágica semejante.
Las altas esferas del gobierno lamentaron el hecho, aunque no le dieron la
razón al ex Capitán Claudio Benítez, liberado de servicio y ahora convertido
en el nuevo Custodio de la granja, y sumido en el alcohol al igual que el
anterior. Estas llegaron a la conclusión que lo ocurrido fue en simple accidente
casual, y que veterinarios había muchos por ahí, pero un semental tan valioso
como Bisonte había pocos, y era un interés de Estado que este conservara su
vida y siguiera produciendo semen para fertilizar más vacas como Margarita,
que contoneaba su trasero y la cola de un lado para otro, poniendo al
descubierto su abultado sexo de forma sensual y provocativa por delante del
enorme ejemplar de Cebú, como si lo invitara con esto a una danza erótica
taurina de unión carnal entre ambos animales, desafiando las normas de las
técnicas modernas de inseminación artificial.