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IDENTIDADES

Dossier 2, Año 6
Abril 2016
pp. 45-58
ISSN 2250-5369

Justicia, sujeto moral y populismo1

Sebastián Barros2

Resumen
Las teorías políticas de la justicia parten de principios universalistas. Postulan como principio
normativo la inclusión de todos los miembros del demos como voz legítima al interior de la
comunidad. Esto implica dos reclamos normativos, uno en relación a la protección de la pluralidad de
posiciones que esa universalidad implica; el otro respecto a las condiciones que los sujetos a ser
incluidos deben cumplir, debe presumirse que ellos son sujetos morales. En este trabajo argumentaré
que las experiencias populistas tienen una relación conflictiva con ambos presupuestos. Por un lado,
frente a la idea de un pueblo pensado en términos de intrínseca pluralidad, los populismos se
caracterizan por una tensión irresoluble entre lo que Laclau llamó plebs y populus; por el otro, los
populismos disputan precisamente la idea de una inclusión universal, demandando la incorporación
de sujetos y grupos presentados como excluidos. En este texto entonces se pondrán en discusión las
tensiones que se generan entre estas teorías y los principios que definen la especificidad del
populismo latinoamericano.
Palabras claves
pueblo – pluralidad – universalidad

Abstract
Contemporary theories of justice rest upon universal principles. One of their normative principles
states the inclusion of all the members of the demos as legitimate voices within the community. This
implies two normative claims; one related to the protection of the plurality that this principle includes;
the other, linked to the conditions that the included subjects must have, i.e., they must be considered
moral subjects. In this article, I will argue that populist experiences in Latin America have a conflictive
relation to the above mentioned normative claims. On the one hand, faced with an idea of the people
characterized by an intrinsic plurality, populism is marked by an unsolved tension between what
Laclau described as plebs and populous. On the other hand, populist discourses precisely deny the
universal inclusion of all members of the community, demanding the radical inclusion of subjects and
groups which are described as unjustly excluded.
Key Words
people – plurality - universality

1 El presente trabajo fue originalmente presentado en la Mesa Populismo e Identidades Políticas em


América Latina, en el marco del VIII Congreso Latinoamericano de Ciencia Política, organizado por la
Asociación Latinoamericana de Ciencia Política (ALACIP) y la Pontificia Universidad Católica del
Perú, Lima, 22 al 24 de julio de 2015.
2 IESyPPat/UNPSJB/CONICET, Argentina. Contacto: barros.sebastian@gmail.com
BARROS JUSTICIA, SUJETO MORAL Y POPULISMO

Introducción

Las teorías políticas de la justicia parten de principios universalistas. Esto


implica dos presupuestos normativos, uno que entiende que todas las personas que
habitan la comunidad deben ser percibidas como sujetos morales; el otro, que se
deriva del anterior, presupone que la comunidad es homogénea en su pluralidad.
Las experiencias populistas, que resultan de la articulación de identificaciones
populares, tienen una relación conflictiva con ambos presupuestos. Por un lado, los
discursos populistas ponen en duda que en una situación histórica particular todas
las personas cuenten como sujetos morales; por el otro, frente a la idea de
homogeneidad del sujeto de la soberanía, los populismos introducen una idea de
pluralidad y apuntan a una tensión irresoluble entre lo que Laclau llamó plebs y
populus; o Agamben, pueblo y Pueblo. En este artículo entonces se pondrán en
discusión las tensiones que se generan alrededor de estos presupuestos y los
populismos latinoamericanos.
Antes de comenzar quisiera mencionar que la discusión que pretendo dar no
se refiere a la disputa entre teorías normativas y teorías empíricas, o una discusión
sobre los excesos o déficits normativos de ciertas teorías (Critchley, 2008). Tampoco
me interesa discutir la coherencia interna de los argumentos morales presentados. Lo
que quisiera argumentar es que puede haber un problema en el énfasis que se coloca
en el rol que cumplirían las ideas morales en el ámbito de las relaciones políticas y
“la aplicación de aquéllas a éstas” (Berlín, 1988: 190). Me interesa entrever qué sucede
cuando esas teorías normativas guían las formas de análisis sobre el modo en que “se
justifican los acuerdos políticos existentes” (Glaser, 1995: 22). Más específicamente,
en este texto me interesa destacar la manera en que una idea de sujeto en tanto
persona moral guía los análisis sobre la definición de la membresía en una
comunidad política particular.
En esta propuesta no haré un descripción general de la teoría rawlsiana, sino
que atenderé a los puntos que creo son importantes para ponerlos frente a una
noción de populismo definida en tanto forma específica de representación de la vida
comunitaria. Luego repasaré la noción de justicia en tanto cuerpo unido a la idea, en
tanto transformación subjetiva de una víctima tal como la expone Alain Badiou
(2007). Por último, mencionaré una serie de desafíos que las identificaciones
populares presentan a la tarea de pensar normativamente una teoría de la justicia
como equidad.

Las teorías políticas de la justicia y la idea de sujeto moral

Para John Rawls3, la justicia es la primera virtud de las instituciones sociales y


es en ese carácter que fundamenta la inviolabilidad de las personas (Rawls, 1971: 3).
En una sociedad justa las libertades de ciudadanos iguales son tomadas como algo

3 No me detendré en explicar la relevancia de la teoría de la justicia para la teoría política


contemporánea, ni sus principios básicos. Pueden verse Gargarella (1999) y Lizárraga (2011).

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dado ya que los derechos asegurados por la justicia no pueden quedar sujetos a la
particularidad de una negociación política o al cálculo de intereses sociales.
La primacía de la justicia supone que existe la posibilidad de conflicto entre
los distintos y contrapuestos intereses presentes en una determinada sociedad.
Considerando esa pluralidad de intereses es que Rawls propone especular sobre el
rol que jugarían ciertos principios de justicia en la elección entre la multiplicidad de
arreglos sociales posibles y la resolución justa de esos conflictos. Dichos principios
proveerían “una manera de asignar derechos y deberes en las instituciones básicas de
la sociedad” y definirían la distribución equitativa de los beneficios y las cargas de la
cooperación social (Rawls, 1971: 4). El resultado de la interacción guiada por estos
principios debería ser la suscripción a un acuerdo normativo sobre la parte que le
toca a cada cual en esa distribución.
Rawls sostiene que quienes portan distintas concepciones de la justicia
“pueden acordar que las instituciones son justas cuando no se hacen distinciones
arbitrarias entre personas cuando se asignan derechos y deberes básicos” (Rawls,
1971: 5). El punto reside entonces en estructurar el funcionamiento de esas
instituciones básicas de la sociedad que son “el sujeto de la justicia”, es decir, son
aquello sobre lo cual puede predicarse la justicia. Para Rawls, esto significa analizar
la manera en que las principales instituciones sociales distribuyen derechos y deberes
fundamentales y determinan la división de las ventajas de la cooperación social sin
hacer distinciones arbitrarias (Rawls, 1971: 7).
Estas instituciones definen derechos y deberes, y, como consecuencia,
influencian las perspectivas de vida. Las personas nacidas en posiciones diferentes
tienen expectativas diferentes, determinadas tanto por las circunstancias económicas
y sociales como por el sistema político. La justicia social depende entonces, además
de las oportunidades económicas y las condiciones sociales, de la forma en que esos
derechos y deberes fundamentales son asignados (Rawls, 1971: 7).
Un orden justo estará entonces vinculado a una estructura básica de la
sociedad que implica una distribución de derechos y deberes, y que define a la
comunidad política en tanto forma ventajosa de cooperación. Los principios de
justicia que guiarán estas instituciones son aquellos que justificarían distinciones no
arbitrarias en esta distribución, aceptadas por “personas libres y racionales a quienes
les interesa perseguir sus intereses” en una posición inicial de igualdad en cuanto a
sus libertades. Las personas incluidas en dicha posición se caracterizarían por ser
sujetos libres y racionales que pueden revisar su propia concepción de la vida buena
y cambiarla.4 De esto trata precisamente la noción de persona moral.
En Rawls, la persona moral es aquella que posee dos poderes caracterizados
como capacidades. Una es la capacidad de tener un sentido de su bien expresado en
un plan racional de vida y, la otra, es la capacidad de adquirir y tener un sentido de
la justicia, y actuar según él (Rawls, 1971: 560). La personalidad moral hace de un
individuo un sujeto de derecho, mientras que la ausencia de estas capacidades, por

4 Rawls piensa que el sujeto puede elegir y puede no aceptar ese sistema de las formas que a priori
determinan lo que es capaz de experimentar. De este presupuesto parte la crítica comunitarista a su
liberalismo político. Puede verse Stephen Mulhall y Adam Swift (1992).

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nacimiento o accidente, es considerada un defecto o una privación.5 La personalidad


moral es la capacidad que permite que las personas formen parte cooperativa de la
vida en sociedad.
Para que las personas morales puedan participar de la vida comunitaria de
forma libre y racional se necesita una instancia en la cual puedan poner en juego esas
capacidades que les permiten revisar su idea de la vida buena. Para ello, Rawls
propone especular hipotéticamente sobre una situación original que se asocia a un
momento de decisión sobre los principios de justicia. Decisión que se sostiene en un
posicionamiento que ignora toda particularidad y que permitiría llegar a un acuerdo
normativo sobre la distribución de los beneficios y las cargas de la cooperación. En el
diseño rawlsiano, las capacidades que resumíamos en la idea de “persona moral” son
las que autorizan, garantizan y legitiman la inclusión de los individuos en la posición
original. En ella se definen los principios de justicia que asignarán derechos y
deberes fundamentales. O, para ponerlo de otra manera, pero también parafraseando
a Rawls, se asignarán desigualdades que son para beneficio de todos.6 Se debe igual
justicia a quienes tienen la capacidad de tomar parte de y actuar de acuerdo a la
situación original.
Permítasenos desviarnos de la argumentación teórica para identificar algunas
cuestiones relevantes que pueden ayudar a problematizar la noción de sujeto moral.
Retomaremos el análisis de un período de la historia argentina en el que los derechos
políticos estaban restringidos a aquellas personas que habitaban en las provincias,
excluyendo a quienes lo hacían en los llamados territorios nacionales. Estos
territorios nacionales estaban legislados por la ley 1532 que no otorgaba a sus
habitantes el derecho a elegir sus propias autoridades, sino que las mismas eran
nombradas directamente por el Poder Ejecutivo Nacional. Dicha ley, que databa de
1884, creaba los Territorios Nacionales en los espacios que no pertenecían ni eran
reclamados por ninguna de las trece provincias originales que dieron lugar a la
institucionalización de la república. En ese momento se organizaron los territorios
nacionales de Chubut, Santa Cruz, Río Negro, Neuquén, La Pampa, Chaco, Misiones,
Formosa y Tierra del Fuego. El hecho de no ser provincias significaba que sus
gobernadores eran delegados del gobierno federal y se nombraban por tres años con
acuerdo del Senado. No tenían recursos económicos propios y la administración de
justicia también dependía del poder central. En el caso de los municipios, la ley
preveía un concejo electivo en cada centro urbano de más de 1000 habitantes. Esta
creación generalmente se postergaba. La ley establecía además que cuando el
territorio tuviera más de 30.000 habitantes podría crear una legislatura y cuando
superara los 60.000 pasaría a convertirse en provincia. Quienes habitaban en los
territorios nacionales no podían ejercer derechos políticos en el lugar donde vivían,
pero podían votar si se empadronaban en otra provincia y viajaban a esos lugares
cuando había elecciones. Esto era obviamente muy difícil dadas las distancias y la

5 Para revisar un argumento similar y una interesante revisión de las consecuencias de este aspecto de
la teoría rawlsiana para la noción de diferencia en la filosofía de la educación, puede verse Bárcena
(2015).
6 Para Rawls la injusticia consiste en las desigualdades que no benefician a todos (Rawls, 1971: 62-69).

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precariedad de los medios de transporte de la época. En estos territorios entonces no


había un goce pleno de los derechos políticos.
En el año 1913 se realizó la Primera Conferencia de los Gobernadores de
Territorios Nacionales y la inauguró el Ministro del Interior, Indalecio Gómez. Allí
encontramos la siguiente afirmación: “Los territorios han crecido en población y
riquezas, pero ninguno de ellos presenta los caracteres de un embrión de provincia,
por faltarles, aún a los más adelantados, la capacidad para el gobierno propio.”
(Primera Conferencia de los Gobernadores de Territorios Nacionales, 1913: 20).7
Paulatinamente y de acuerdo a los criterios demográficos enumerados, personas e
instituciones irían evolucionando hacia formas políticas autónomas. Sin embargo, a
pesar de que estos criterios demográficos aparecían como criterios mensurables y
objetivos de la “evolución” de cada territorio nacional, las conclusiones a las que se
arribaba para no provincializarlos estaban siempre relacionadas con criterios como la
personalidad moral. Así, discutiendo las facultades de los jueces de paz y los
comisarios, el gobernador del Territorio Nacional de Chubut, Ruiz Guiñazú,
explicaba que dichas consideraciones se aplicaban “a personas a quienes no se les
puede exigir una absoluta moralidad, en razón del medio en que viven, alejados
muchas veces, de todo centro civilizado” (Primera Conferencia de los Gobernadores
de Territorios Nacionales, 1913: 41). Para el discurso dominante en esa época, la
lejanía del centro, mensurable y objetiva, implicaba la incapacidad moral de las
personas que habitaban los territorios nacionales. Dada esa incapacidad era que no
merecían, ni podían exigir una normatividad como la que tenían otros espacios
institucionales del país. No se les debía igual justicia porque no tenían la capacidad
de tomar parte y actuar de acuerdo a una situación original que requería
personalidad moral.
Como los territorios nacionales estaban habitados por personas no preparadas
para la vida política a lo máximo que podían aspirar era, como lo decía Ruiz
Guiñazú, a encontrar en el poder federal un diligente tratamiento de los problemas
que garantizaban “la normalidad de la vida”. La inmadurez de estos espacios y sus
habitantes suponía soluciones simples, acorde con el objeto que trataban:

Yo creo, Sr. Presidente, que no es necesario dictar legislaciones


perfectas para aquellas regiones, sino establecer prácticas
expeditivas, que aseguren la normalidad de la vida. Ya
vendrán, como decía el Sr. Ministro, los tiempos en que con
mayor cultura, civilización, riqueza y ponderación los
territorios podrán incorporarse a la vida institucional del país.
(Primera Conferencia de los Gobernadores de Territorios
Nacionales, 1913: 42).

7La conferencia de gobernadores de territorios nacionales se desarrolló entre marzo y abril de 1913 en
Buenos Aires y sus actas fueron publicadas como Primera Conferencia de los Gobernadores de Territorios
Nacionales, Buenos Aires, Talleres Gráficos de la Penitenciaría Nacional, 1913. La cita de Indalecio
Gómez, Ministro del Interior de Sáenz Peña, es del acto inaugural y aparece en la p. 20 de dicha
publicación.

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En este desvío histórico encontramos una estructura básica de la sociedad, es


decir, instituciones básicas que asignan derechos y deberes. En este caso, las
instituciones básicas suponían ciertos espacios (los territorios nacionales) cuyos
habitantes (circunstancialmente) no estaban capacitados moralmente (sin cultura,
civilización ni riqueza suficientes) para el autogobierno. Esos espacios suponían
habitantes incapaces en tanto personas morales, quienes debían ser entonces
beneficiadas por las instituciones básicas de la sociedad con una legislación que
asegurara la normalidad de la vida.
Ahora bien, si evaluamos normativamente esta fuente hoy, podríamos
sostener que tomar a las personas que habitaban estos espacios como incapacitados
moralmente para el autogobierno estaba mal. Pero, al mismo tiempo, esta crítica
demostraría también que la noción de persona moral respaldada por la portación de
ciertas capacidades puede ser puesta en duda ya que es parte de una definición
política. Hoy podríamos decir que la consideración de los territorios nacionales como
espacios vacíos a ser completados por la civilización era una percepción política y no
una descripción natural de lo que significaba vivir en esos espacios.
Ese mismo gesto que nos permite criticar normativamente una situación
histórica particular nos permite dudar también de la serie de distinciones que
legitiman a quienes son presentadas como personas capaces moralmente de
participar de la estructuración básica de la comunidad. En otras palabras, nos
permite dudar sobre la definición de quiénes son capaces moralmente de participar
de la posición original. La respuesta rawlsiana es que la teoría de la justicia “tiene las
marcas características de una teoría de los derechos naturales” (Rawls, 1971: 596,
n.30). Es decir, debemos asumir que quienes integran una comunidad política son
razonablemente personas morales, o que potencialmente lo son, salvo como ya
señalamos, por incapacidad o accidente.8
El problema es que el análisis de estas fuentes nos muestra que el argumento
rawlsiano implica un contenido (la noción de personalidad moral naturalizada) que
se presupone normativamente pero al que se recurre de hecho al momento del análisis.9
La pregunta que podemos hacernos es ¿cuál es la razón para afirmar que las
instituciones básicas de la sociedad definen las perspectivas de vida y las
expectativas de las personas, pero no definen las capacidades necesarias para que
ellas sean consideradas como personas morales? ¿Por qué las capacidades se asumen
como potencialmente presentes en todas las personas y no se discuten políticamente
en la posición original? No discutir esto es importante porque luego no permite
entender con precisión el carácter que adquirirán ciertas demandas e identificaciones
políticas como las que se producen en las formas de representación populistas.10
En el esquema rawlsiano, poder llegar a construir instituciones básicas justas
requiere de capacidades individuales que no son parte de las discusiones originarias

8 La personalidad moral es definida por Rawls como una potencialidad que generalmente se realiza a
su debido tiempo, pero es remitida al proceso de maduración de infantes no a posibles
transformaciones políticas en la consideración de personas adultas. (Rawls, 1971: 505).
9 Enrique Dussel llama a esto “falacia del formalismo” (Dussel, 2014: 62).
10 Para la distinción entre procesos de identificación política y forma de representación puede verse

Aboy Carlés, G.; Barros, S. y Melo, J. (2013).

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de las que esas mismas instituciones emergen. Las capacidades que sostienen la idea
de persona moral no forman parte de las discusiones en la posición original. En otras
palabras, las capacidades que Rawls identifica como necesarias para participar de la
estructuración de la vida comunitaria, no son objeto ni sujeto de la justicia sino que
son naturalizadas y excluidas de las discusiones políticas.
En definitiva, la teoría de la justicia es una teoría que está pensada para
gobernar normativamente la estructura básica de la sociedad que incluye a quienes
son consideradas personas morales y a quienes no lo son. En ese papel, ella legitima
tanto el autogobierno de las personas consideradas capaces, como el gobierno de
aquellas consideradas incapaces. El problema es que la incapacidad es políticamente
definida porque es el producto del gobierno de esa estructura básica (como
podíamos inferir luego de leer las citas de Indalecio Melo y Ruiz Guinazú). Un poco
provocativamente podemos decir que la teoría de la justicia, definiendo principios de
justicia para la estructura básica de la sociedad, da forma a la vida comunitaria de
quienes son incluidas en tanto personas morales y son parte de la posición original, y
también da forma a la vida de quienes no lo son. La teoría de la justicia en última
instancia sirve para legitimar la estructura básica de la sociedad que supone el
gobierno (en el sentido foucaultiano del término) de algunas personas sobre otras, de
aquellas consideradas capaces sobre las incapaces.
Estas últimas personas con menor “cultura, civilización, riqueza y
ponderación” aparecen como un suplemento en el momento originario del acuerdo.
La teoría de la justicia, con su falta de interrogación sobre la politicidad de la
definición de las capacidades para ser parte de la posición original, oblitera la
presencia de esa suplementariedad que le da sentido. La teoría de la justicia, la
posición original y los principios de justicia no pueden existir sin esos suplementos a
los que están finalmente dirigidas. Esos suplementos, sin posibilidad de ser
considerados en tanto poseedores de las capacidades necesarias para la personalidad
moral, deben acatar esos principios de justicia que les son impuestos. Ellos están ahí,
son “puntos dentro del círculo” -metáfora que Rawls (1971: 508) utiliza para definir
las bases de la igualdad-, pero al mismo tiempo no están ahí. No están presentes ni
ausentes, suplementan. Están porque son cuerpos, pero no están porque son cuerpos
que no son considerados portadores de personalidad moral. A su vez, esa
suplementariedad que no puede ser nombrada como tal y a la que le buscamos
eufemismos como “potencialidad de la personalidad moral”, “personas abrumadas
por el contexto de necesidad”, “clientes”, “idiotas”, etc., procura una presencia
ausente y así “la mantiene a distancia y la domina” (Derrida, 1986: 198). En el caso de
Rawls, esa suplementariedad de la incapacidad de portar personalidad moral acosa a
la teoría de la justicia como un espectro, presente al mismo tiempo que ausente.

Justicia y procesos de subjetivación

Cierta forma de percepción de una incapacidad también está presente en los


argumentos de Alain Badiou cuando explica que la injusticia es mucho más fácil de
definir que la justicia. Para él, puede haber testimonios o testigos de la injusticia,
puede haber una víctima que opere como la evidencia de la que podría derivarse una

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definición de justicia que sería simplemente la negación de la injusticia (Badiou, 2007:


20). Pero la definición sobre a quién consideramos víctima es una definición política.
Si la víctima se designa a sí misma, la justicia o injusticia dependerá de que creamos
en su veracidad y la injusticia se nos presentará a través de una queja o de una
protesta. Si la víctima “se nos revela por el espectáculo del sufrimiento”, la justicia
será sólo la cuestión del cuerpo sufriente y no de su capacidad (Badiou, 2007: 21). El
tema de los cuerpos vuelve así a aparecer al momento de pensar la justicia. En el caso
de las víctimas de la injusticia sólo pensadas como cuerpos sufrientes, nos
encontramos con cuerpos sobre los que no nos preguntamos si están despojados de
toda capacidad de personalidad moral o no; como bien lo señaló Rousseau, son
cuerpos sufrientes que despiertan piedad pero no un sentimiento de lo justo, porque
el espectáculo de un cuerpo sufriente equivale a una reducción a la animalidad. Para
fundar la idea de justicia es necesario contar con algo más que el cuerpo, “es
necesario que la víctima sea testimonio de algo más que de sí misma” (Badiou, 2007:
22).
¿Qué es ese algo más? Un “cuerpo que porte la idea”, algo que, a pesar de
todas las diferencias que podamos encontrar, se sostiene en la misma lógica que lo
hacía la idea rawlsiana de capacidad moral. Dice Badiou que “hacer justicia con el
cuerpo es siempre considerarlo como algo diferente, como otra cosa que un cuerpo,
como un cuerpo ligado a algo más que sí mismo” (Badiou, 2007: 23). Por lo tanto, la
víctima no puede ser el “único soporte de la idea de justicia”, el espectáculo del
cuerpo de la víctima reduce “el cuerpo a un cuerpo”. Esto es lo que Badiou llama
esclavitud moderna. La justicia, por el contrario, será poner los cuerpos junto a las
ideas, demostrar capacidades. Esa es la tarea de una política que se pueda decir justa,
en la cual el cuerpo no sea separado de la idea y la víctima no sea reducida al
sufrimiento.11 Una política justa será el trabajo sobre las consecuencias de estas dos
afirmaciones.
La justicia será entonces una transformación de la situación subjetiva. “La
justicia es eso: pasar de la condición de víctima a la condición de alguien que está de
pie” (Badiou, 2007: 25). Esta posibilidad de transformación es la que Rawls no
tematiza.12 Dado que no problematiza la politicidad de la definición de las
capacidades para ser parte, oblitera la tematización sobre las transformaciones
posibles en esas individualidades que están dentro del círculo, pero no son
consideradas personas morales y reclaman serlo. Para Badiou, la justicia se encarna
en un cuerpo que pasa de ser reconocido como incapaz a ser reconocido como capaz,
en términos rawlsianos que pasa de no ser reconocido como persona moral a ser
reconocido como tal.
Nos interesaría entonces comenzar aquí a vincular estos argumentos con los
estudios sobre el populismo latinoamericano. Si las ciencias sociales han tratado al
concepto de populismo de una forma peyorativa13, es claro que el desdén despectivo

11 De algún modo, hay también para Badiou dos principios de justicia: la inseparabilidad de cuerpo e
idea y la igualdad de todos como cuerpo ligado a la idea, la igualdad como principio.
12 Lo cual no significa ni que Rawls, ni quienes lo leen y estudian, la nieguen.
13 Ver: Laclau (2005).

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no se dirigió tanto hacia el concepto como herramienta en sí (al que se le critica el


estiramiento conceptual y/o para el que se sugiere, como mucho, su abandono); ni
tampoco se dirigió a los liderazgos populistas, a quienes siempre se les reconocía
cierta inteligencia, astucia, o capacidad carismática –más allá de la evaluación
normativa que de ellas se realizara posteriormente.
El tinte peyorativo con que se trata al populismo en última instancia apunta a
la incapacidad de los individuos y grupos que adhieren a esos liderazgos y
movimientos. Incapacidad que a grandes rasgos se sostiene en la presunción de la
imposibilidad de esos sectores de mantener alguna forma de racionalidad en el largo
plazo. Esos grupos son retratados de manera tal que no se les reconoce capacidad
para distinguir que las formas de representación política populista los transforma en
sujetos heterónomos. Ya sea por su limitada cultura, o por un abrumador contexto de
necesidades, no se les reconoce capacidad para el auto-gobierno. Los análisis
culminan generalmente en una escena en la que esta incapacidad de los sectores
populares es condición de posibilidad de la manipulación y la demagogia,
fenómenos opuestos a la consolidación de una democracia pluralista estable.
Podríamos poner esto en términos rawlsianos, dada la incapacidad de tener un
sentido del bien expresado en un plan racional de vida y de adquirir un sentido de la
justicia y actuar según él, los sectores populares en los populismos dislocan la
comunidad política como forma ventajosa de cooperación.
Lo que queremos resaltar aquí es que el populismo está marcado por la
emergencia de identificaciones populares que son esos cuerpos que están ahí porque
son cuerpos, pero que al mismo tiempo no lo están porque no son cuerpos
considerados portadores de personalidad moral, reclaman para sí ser un cuerpo
ligado a una capacidad. Reclaman para sí una capacidad de personalidad moral que
el sistema vigente de distribución de ventajas y desventajas no les considera.14
El populismo ha sido pensado de múltiples formas, como modelo de
desarrollo patológico para el capitalismo, como régimen institucional anómalo para
la democracia liberal, como forma de articular identidades que lesiona la autonomía
de los sectores populares, etc. El problema de estas lecturas es que quizás sólo
analizan al populismo mirando hacia las instituciones, el Estado, los liderazgos, los
partidos, etc. Pero cuando se mira hacia esas identificaciones populares se
encuentran otras cuestiones que presentan otros desafíos para pensar una teoría de la
justicia. Cuando desviamos la mirada encontramos que el populismo es una forma
de representar el momento del conflicto y los trazos que va dejando sobre quiénes
son las personas consideradas capaces para participar de las mediaciones que
estructuran la vida comunitaria.
La fuente que sigue es de un archivo privado de una mujer que fue delegada
censista del Partido Peronista Femenino en el Gran Buenos Aires durante el primer
gobierno de Perón y es parte de un discurso pronunciado en ocasión de un acto pro-
reelección del presidente en agosto de 1951.15

14Aquí queda claro el matiz rancièriano de mi posición teórica, puede verse Rancière (1996).
15Estela Maffia, Sub-Delegada Censista Part. L. de Zamora, Pcia. Bs. As. Partido Peronista Femenino,
Temperley, Lomas de Zamora. Archivo privado.

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Cuando volvemos los ojos a ese pasado reciente, lo que más nos
asombra es la pasividad con que presenciábamos la explotación
de bienes y personas, que realizaban unos pocos señores
privilegiados, por la gracia de ellos mismos. (...) esa era la
realidad que observamos todos desde que abrimos los ojos al
mundo y era también la que estaba grabada en el recuerdo de
nuestros mayores, quienes por lo tanto no estaban en
condiciones de inculcarnos nada distinto a ese cuadro que
presenciamos. Fue necesario que se alzara una voz saliente y
clara contra tamaña injusticia, para que despertáramos a la
realidad. (…)

Pero no es solo la elevación material de nuestro pueblo lo que


hemos conquistado: hay algo más grande aun y más valioso,
que de una vez para siempre hemos logrado: la dignificación del
ser humano, el respeto y la consideración a todos nos
corresponde por el solo hecho de ser personas, la igualdad en
cuanto a valores morales, que hasta ayer nomás parecía
insostenible, la realidad muestra notorias diferencias de índole
intelectual, económica y aun físicas: pero por encima de esa
diferencia de detalles, nos iguala a todos la misma dignidad
humana. (…)

Las mujeres argentinas, hasta ayer relegadas en su condición de


ciudadanos, conculcados sus derechos cívicos, y postergados sus
anhelos de liberación; porque somos dueñas de la libre
determinación de nuestros actos, y porque la mujer de la Nueva
Argentina ya no es mercancía de placer de los sádicos y
lugurientos, porque nos sacó del anonimato en que los
reaccionarios nos mantuvieron, para solaz de los bajos apetitos
concupiscentes, nuestra hermana mayor, que, abnegadamente
se desvela por nosotras y nos sostiene prodigándonos su ayuda
y su ternura (…)

Si leemos esta fuente literalmente, no se encuentra en ella un sujeto que porte


una idea de su bien y de lo justo, ni tampoco se percibe un cuerpo ligado a una idea.
Un examen literal nos enfrenta a ejemplos del paternalismo y la demagogia de Perón
y Evita, conceptos que junto al de clientelismo ponen el dedo en la llaga de la
personalidad moral: aquellas personas que viven en una relación clientelar y son
objeto del paternalismo y la demagogia no son capaces de tener una idea de su vida
buena y un sentido de la justicia. Ambas cosas –vida buena y sentido de la justicia–
son desviadamente inculcadas por un liderazgo que se aprovecha de esa
incapacidad.

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Pero si pudiéramos leer esos discursos desde otra perspectiva16, puede


encontrarse un sujeto que ahora se asume capaz de ver de manera distinta una
realidad que no veía; que se sorprende por las nuevas condiciones de la comunidad
que habita. Un sujeto que operaba como un suplemento de esa realidad que ahora se
le muestra como otra. Es interesante destacar también que no se trata solamente del
asombro por la elevación material que se coliga al peronismo, sino que aparece la
idea de dignificación y la jerarquización que supone ser tratado como humano. Hay
un contenido liberal muy fuerte en estas apreciaciones que está asociado a la idea de
ser tenida en cuenta y a la recolección de tener o poder disfrutar de algún grado de
“normalidad de la vida”.17 Por otro lado, las nociones de sorpresa y asombro están
vinculadas a la idea de abrir los ojos para ver la misma realidad pero de una manera
diferente que superaba las expectativas incluso del sindicalismo militante, como
describe Torre en su texto sobre el 17 de octubre de 1945.18
Pero este sujeto que reclama ciertos contenidos liberales no da como resultado
una práctica política orientada de forma liberal, no mantiene una forma liberal de
representación de la comunidad en que participa. Esos contenidos liberales no tienen
como corolario la emergencia de un discurso particular que asume de forma
consciente, contingente y circunstancial la representación del conjunto de la
comunidad, como podía ser el resultado de la participación en la posición original
esperado por Rawls. Lo que vemos en el planteo de esta fuente es una identificación
que se presenta como víctima de un orden previo excluyente. Una identificación
popular que reclama el derecho a ocupar la posición articuladora misma y no se
presenta a sí misma como una posición más entre otras. Es un sujeto que impreca en
nombre del daño sufrido, que asume la plenitud de la Nueva Argentina, que era una
Argentina peronista. Esta no es una posición más que reclama un lugar en esa vida
comunitaria y que, una vez obtenido ese lugar, vuelve a reposar en una comunidad
que le da la bienvenida. Es una posición que, sobre la base de ese nuevo
reconocimiento, niega a esos ahora iguales “sádicos y lugurientos” que la trataron
arbitrariamente. Reclama para sí la representación de la plenitud comunitaria. Los
contenidos liberales quedan así relegados por su forma de articulación no-liberal.
Puede decirse entonces que esta fuente, como otras similares que emergen en
el trabajo de archivo sobre el peronismo, demuestra que estas identificaciones
presentan un reto para las teorías normativas en política. En el caso de la teoría de la
justicia se asume que los sujetos son siempre-ya portadores potenciales de la
personalidad moral, en tanto propone asumir que naturalmente tienen la capacidad
de calcular un bien y tener una idea de justicia. Sin embargo, como esperamos haber
mostrado, esa capacidad se define políticamente y está vinculada a una distribución
de lugares sociales que marcan fronteras internas a lo social.

16 Para ejemplos puede verse Groppo (2004 y 2009).


17 La idea de que los populismos son genéticamente anti-liberales debería cuestionarse. Los discursos
populistas tienen contenidos liberales, pero lo que los distingue es la forma de articulación que le
imprimen a esos contenidos y no los contenidos propiamente dichos. Más adelante me detengo en esta
discusión.
18 Ver Torre (1995).

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BARROS JUSTICIA, SUJETO MORAL Y POPULISMO

Como dijimos hace un momento, el argumento aquí presentado es que el


populismo, en tanto forma de estructuración de la vida comunitaria, se sostiene
precisamente en el momento del conflicto y los trazos que éste va dejando sobre quiénes
son considerados capaces para participar de las mediaciones que estructuran la vida
comunitaria. El punto de partida para pensar el populismo no debe perder de vista
que este carácter de las identificaciones populares le imprime una particularidad.
Una serie de desarrollos teóricos contemporáneos19 resalta que la categoría de
pueblo, a la que está obviamente vinculada la noción de lo popular, está marcada por
una ambigüedad. Pueblo es, por un lado, la categoría que define a todas las personas
que pertenecen al demos, es decir, a todas quienes pueden ser consideradas miembros
plenos de esa unidad que toma decisiones legítimas respecto a la vida comunitaria.
Pero, por el otro lado, pueblo es también la categoría que define a una parte de ese
todo que, si bien se encuentra en esa comunidad, no es miembro pleno de ella.
Pueblo también hace referencia a las partes no-privilegiadas y a quienes de alguna
manera son excluidas de la plenitud del demos. Paradójicamente entonces, todos los
miembros del pueblo son y no son al mismo tiempo miembros del pueblo.
La política opera sobre esa paradoja, negociando las tensiones que esto genera.
Una de las instancias en que esas tensiones se ponen en juego de forma ostensible es
en la emergencia de identificaciones populares.20 En la negociación constante al
interior del pueblo, en tanto todo y en tanto parte, es que pueden emerger conflictos
que cuestionan quiénes pueden participar legítimamente de aquello que tiene de
común la comunidad. Esas disputas ponen en escena un conflicto sobre la
posibilidad de que algunas demandas pasen a ser parte de discusiones que hasta ese
momento no les competían, es decir, la posibilidad de que se extiendan o restrinjan
los límites que definen la distribución de los lugares sociales en la vida comunitaria.21
Este conflicto no es una disputa entre intereses o distribución de las ventajas y
desventajas de la cooperación social, sino que es un conflicto lógicamente anterior a
dicha posibilidad. Es un conflicto que opera sobre los límites –internos y externos– de
la vida comunitaria que definen quiénes pueden y deben, y quiénes no pueden ni
deben ser parte del conflicto mismo. En palabras de Rawls, un conflicto que define
quiénes serán las personas morales que tienen la capacidad potencial o efectiva de
identificar un bien y un sentido de la justicia.

Conclusiones

Los desafíos teóricos que plantean estas identificaciones populares y su


articulación populista a las teorías normativas de la política, más específicamente a la
teoría de la justicia de Rawls, serían entonces los siguientes:
El primer desafío es a lo que Rawls denomina la estructura básica de la
sociedad. Para él, éstas son las instituciones que asignan derechos y deberes,

19 Pueden verse Laclau (2005); Rancière (1996); Agamben (2000).


20 Para la noción de identificación puede verse Stavrakakis (2008).
21 Para un ejemplo de análisis de estas transformaciones en la distribución de lugares sociales puede

verse Barros (2010).

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BARROS JUSTICIA, SUJETO MORAL Y POPULISMO

estructurando así una distribución equitativa de lugares sociales. Las identificaciones


populares y el populismo vienen precisamente a poner en duda la equidad de esa
distribución. Lo que se desprende de las fuentes es la figura de un sujeto que se
desplaza del lugar legítimo que la estructura básica le asigna, dislocando su carácter
justo.
El segundo aspecto en el que se plantean desafíos a estas perspectivas está
relacionado con la forma de pensar la posibilidad del cambio social o político. Desde
la perspectiva rawlsiana, la única transformación posible en esa estructura básica es
en una asignación menos arbitraria de derechos y deberes. Las identificaciones
populares y el populismo hacen precisamente eso: transforman lo que era un orden
justo en algo injusto. Lo que era percibido como una desigualdad en beneficio de
todos, lo transforman en una desigualdad arbitraria. Sin embargo, como
proponíamos en el punto anterior, el resultado de estas transformaciones no es un
sujeto articulado de forma liberal.
En tercer lugar, se desafía a la idea de igualdad que resulta de una teoría de la
justicia que “tiene las marcas características de una teoría de los derechos naturales”.
Las identificaciones populares, verifican la igualdad y la demuestran. En ese proceso,
la desnaturalizan. Politizan la capacidad de personalidad moral que las teorías
normativas naturalizan y demuestran que ella es un atributo político.
Por último, el populismo y las identificaciones populares desafían la noción de
sujeto en las teorías normativas de la justicia. Ante nociones de sujeto que asumen
que éste puede sostener una idea de la vida buena, más allá de ciertas
determinaciones comunitarias, el populismo y las identificaciones populares
muestran que el sujeto se constituye políticamente. En otras palabras, ambas
cuestiones están vinculadas a procesos de subjetivación.

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Fuentes

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