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Enseñar y aprender Filosofía desde una perspectiva filosófica: aportes para pensar la

relación entre el qué (contenidos) y el cómo (metodologías) se enseña y se aprende


Selección de textos para el curso de Introducción a la Didáctica (2016) Prof. Isabel González Briz

Texto 1 - Fundamentación del Programa de 1ero de Bachillerato de Filosofía y Crítica de los


Saberes. Reformulación 2006, pág. 8. Disponible en www.ces.edu.uy

A partir de las experiencias recogidas durante los últimos años de aplicación del programa vigente y las
evaluaciones realizadas por las Salas docentes de todo el país, se introducen algunas modificaciones y
profundizaciones en el desarrollo del mismo, por lo que se incluyen para cada unidad algunos ejes para la
actividad en el aula: problematización, conceptos fundamentales, instrumentos lógicos, articulación
recursiva y sugerencias para el docente.

El programa se presenta a modo de un cuadro de doble entrada en el que se articulan los ejes temáticos
en relación con el abordaje de los mismos.
La novedad consiste en una forma diferente de organizar el programa y su abordaje, aunque
manteniendo los contenidos sustanciales. Se trata de una formulación programática que procura facilitar
la apropiación por parte del alumno del pensar filosófico. En este sentido, responde al desafío docente de
instrumentar pedagógicamente en forma sistemática y con resultados evaluables, la construcción de
habilidades cognitivas y herramientas lógicas imprescindibles para la consolidación del pensamiento
filosófico en particular y del “buen pensamiento” en general.

Por eso se incluye en el desarrollo del programa: la tematización de los modos propios en que la
disciplina construye y fundamenta sus contenidos, y la enseñanza sistemática de sus modos de
investigación. Esto tiene como objetivo que el alumno piense desde la disciplina y no se limite a
vincularse exclusivamente con los resultados de los procesos de indagación que han atravesado los
filósofos y que el docente traduce pedagógicamente. Se trata de trabajar la disciplina de manera
integral. En este sentido es oportuno distinguir la estructura sustancial de la estructura sintáctica. La
primera abarca las ideas y concepciones fundamentales (que suelen ser las únicas que se incluyen en el
currículo). La segunda contiene los criterios sobre los cuales cada disciplina sostiene sus
descubrimientos, fundamenta sus tesis, organiza su discurso (aspecto que suele ser ignorado en el
currículo o incluido sólo a modo de introducción como relato de la metodología de la disciplina). Sin
embargo ambas estructuras pueden y deben ser enseñadas. Se incorpora así el nivel de
comprensión epistemológica, es decir el aprendizaje comprensivo de cómo se formulan las
explicaciones y las justificaciones, cuáles son las preguntas relevantes, cómo se plantean los problemas
en cada disciplina, cuáles son los caminos para resolverlos, etc. Las buenas propuestas de enseñanza no
consisten en la utilización de métodos ajenos a cada contenido, sino en encontrar para cada contenido el
procedimiento adecuado, que permita recuperar la sintaxis de la disciplina.

‘La justificada preocupación por los contenidos, marca definitoria de las propuestas curriculares, lleva en
muchos casos a olvidar que la forma es también contenido y que las vías o modos propuestos para la
circulación o construcción del conocimiento permiten ciertos desarrollos y no otros. . . Esto implica
reconocer al docente como sujeto que asume la tarea de elaborar una propuesta de enseñanza en la cual la
construcción metodológica deviene fruto de un acto creativo de articulación entre la lógica disciplinar y
las posibilidades de apropiación de ésta por parte de los sujetos, en los contextos particulares que
constituyen los ámbitos donde ambas lógicas se entrecruzan’. (G. Edelstein, 1996)”
Texto 2 - Litwin, E: El campo de la didáctica: la búsqueda de una nueva agenda en “Corrientes didácticas
contemporáneas” de Camilloni A y otros. Editorial Paidós. Bs. As. 1999 (pp. 91-115)
Las referencias al contenido en la didáctica
Al analizar tanto la buena enseñanza como la enseñanza comprensiva estamos haciendo referencia a los contenidos de los
campos disciplinarios. Interesa reconocer que los currículos escolares seleccionan históricamente conceptos, ideas, principios,
relaciones dentro de los diferentes campos. Esta selección es arbitraria y valida determinados conocimientos en un momento
particular. Es posible que científicos e investigadores, en el caso de ponerse a pensar qué conocimientos seleccionarían con el
objeto de ser enseñados, nos remitieran a otros diferentes de los propuestos por los profesionales que los confeccionan. El
problema reside en que muchos de esos investigadores no se han enfrentado nunca con el problema de enseñar los resultados
de sus trabajos, dado que sus comunicaciones se dirigen en general a la comunidad académica de su campo de producción y,
por lo tanto, no tienen que preocuparse de los problemas de comprensividad. La problemática que implican los recortes
particulares que se generan nos permite diferenciar, por un lado, la disciplina y, por el otro, los inventarios organizados para la
enseñanza, que dividieron las disciplinas en asignaturas que consisten en organizaciones arbitrarias con un fuerte poder
clasificatorio. Recuperar la disciplina implica recuperar sus problemas, sus principios, sus relaciones con otras y entre sus
constructos. Recuperar la disciplina implica reconocer por qué un problema es propio de su campo y cómo se investiga en ella.
Para hacerlo se requiere conocer cuáles son los temas que se investigan en el campo, cuáles son los límites que están en
discusión, sus problemas centrales, el modo de pensamiento que le es propio.
Recuperada la disciplina, debiéramos diferenciar su estructura sustancial de la estructura sintáctica, entendiendo que la
sustancial abarca las ideas o concepciones fundamentales – que suelen ser las constituyentes del currículo-, mientras que la
sintáctica –que suele ser ignorada o reducida al método propio de la disciplina en cuestión- es la que, enmarcada en cada
campo disciplinar, constituye la expresión de los criterios con que cada disciplina sostiene aquello que es un descubrimiento,
una comprobación o la calidad de sus datos. La diferenciación de estructuras de las disciplinas y el reconocimiento de la
importancia de la enseñanza de ambas estructuras nos permitirá construir puentes entre ellas, reconocer sus fuerzas y
limitaciones y enseñar sus modos de construcción. Revalorizaría la enseñanza del modo de pensamiento de la disciplina.

La disciplina y la protodisciplina
Las diferenciaciones mencionadas nos permitirán distinguir, además, los conocimientos disciplinarios de los
protodisciplinarios, esto es, aquellos que son previos a la enseñanza de las disciplinas, formas parcializadas que permiten en la
edad infantil su comprensión, su tratamiento y, por tanto, su transposición por los medios de comunicación. La protodisciplina
no es el lugar de la banalización, la superficialidad y el conocimiento erróneo. Consiste en la superación de las concepciones
intuitivas y constituye una manera particular de iniciar los tratamientos disciplinarios. Se enseña protodisciplina en la escuela
primaria, y son tratamientos protodisciplinares las propuestas de divulgación científica hechas por los mismos científicos
cuando pretenden encontrar formas que permitan la comprensión de determinados temas para públicos heterogéneos sin
poner en juego las estructuras sintácticas de las disciplinas.
También desde esta perspectiva, el problema consiste en reconocer que son investigadores y comunidades científicas los que
van validando los problemas y los conceptos, y en estos últimos tienen carácter provisional de las construcciones científicas.
Un estudio profundo de la enseñanza de las disciplinas en la escuela básica y la enseñanza media nos permite distinguir
diferencias entre ellas que la enseñanza no percibe. Por ejemplo: que la economía es una disciplina teórica, que la
investigación de mercado, aplicada, que la jurisprudencia implica un conocimiento práctico, al igual que la ética, la política o la
educación. La escuela trata a todas como disciplinas teóricas con capacidad de generar abstracciones, sin reconocer, que lo que
enseña, muchas veces, es protodisciplina. (Gardner y Mansilla, 1994)
Si reconocemos que los estudiantes difieren en la manera como acceden al conocimiento en términos de intereses y estilos,
nos debemos preocupar por generar puertas de entrada diferentes para que inicien el proceso de conocimiento. Howard
Gardner señala que podemos pensar en el conocimiento de un tema como en el de una habitación a la que se puede acceder
desde diferentes puertas. Sus investigaciones sugieren que cualquier materia rica, cualquier concepto importante para ser
enseñado puede encontrar por lo menos cinco formas de entrada diferentes: narrativa, lógico-cuantitativa, fundacional,
estética y experiencial. Esto implicaría aproximarse a los conceptos desde la historia del concepto en cuestión invocando
consideraciones numéricas o procesos de razonamiento deductivo, examinando facetas filosóficas y epistemológicas del
concepto, poniendo énfasis en aspectos sensoriales y apreciaciones personales o relacionando directamente con aspectos
prácticos y de aplicación. Esta clasificación no impide reconocer que muchas veces las puertas de entrada se superpongan o se
ensanchen según nuestros estilos y comprensiones. Los estudiantes varían, según Gardner, en el sentido de qué puerta eligen,
según les resulte más apropiada para entrar, y qué ruta es más cómoda para seguir una vez que ganaron el acceso a la
habitación. Un docente habilidoso es una persona que puede abrir un número importante de diferentes entradas al mismo
concepto. Dado que cada individuo tiene también un área de fortaleza, es conveniente reconocerla en el docente y en los
alumnos, no para actuar en consecuencia sino para reconocer riquezas de enfoques, entender incomprensiones y tratar de
construir puentes entre estilos y posibilidades. (pp. 98-101)
Texto 3 - Edelstein, G: Un capítulo pendiente: el método en el debate didáctico contemporáneo en
“Corrientes didácticas contemporáneas” de Camilloni A y otros. Editorial Paidós. Bs. As. 1999 (pp. 75-89)

“En realidad, coincidiendo con A. Díaz Barriga podríamos decir que: ‘(…) no hay alternativa metodológica que
pueda omitir el tratamiento de la especificidad del contenido. Sólo desde el contenido y una posición
interrogativa ante él es posible superar la postura instrumentalista en relación al método.’
(…) Por esto señalábamos también que el método ‘está condicionado en gran medida por la naturaleza de los
fenómenos y las leyes que los rigen, lo que hace que cada campo de la ciencia o de la práctica elabore sus métodos
particulares. Es decir que el método está determinado por el contenido mismo de la realidad indagada.
Dependerá entonces de las formas particulares de desarrollo que asume esa realidad concreta a investigar. Los
métodos no son simples operaciones externas, procedimientos formales que se agregan mecánicamente y desde
afuera a aquello que es objeto de indagación’ (Edelstein y Rodríguez, 1974)
Nada más alejado del planteo de la Tecnología Educativa, que en el campo didáctico ocasiona una suerte de
mitificación del método. Se llega a imaginar que los cambios en el enseñar pasan por lo metodológico sin un
cuestionamiento de los contenidos, lo que genera una falacia, al decir de E. Remedi, ‘pensar que es posible
continuidad en los contenidos y ruptura en lo metodológico’ (Remedi, 1985)
Ahora bien, como no hay alternativa metodológica que pueda obviar el tratamiento del contenido, es evidente que
hay otra cuestión de ineludible consideración: la problemática del sujeto que aprende. El reconocimiento de estas
dos variables, como determinantes en toda definición metodológica, clarificaría la imposibilidad de un modelo
único, generalizable, permitiendo además acuñar en relación a lo metodológico una nueva categoría en relación a
la didáctica: la de ‘construcción metodológica’ que es la que hoy adopto tentativamente como base en la
consideración de este tema. (Furlán, 1989)

¿Por qué plantear lo metodológico como construcción?


Se podrían destacar algunas cuestiones que fundamentan este supuesto:
Coincidiendo con A. Díaz Barriga, el método implica ‘una articulación entre el contenido como producción objetiva
(lo epistemológico objetivo) y el conocimiento como problema de aprendizaje (lo epistemológico subjetivo)’
Definir lo metodológico implica el acercamiento a un objeto que se rige por una lógica particular en su
construcción. A ello hay que responder en primera instancia. Penetrar en esa lógica para luego, en un segundo
momento, atender el problema de cómo abordar el objeto, en su lógica particular a partir de las peculiaridades del
sujeto que aprende. Esto es plantearse las vías que permitan ‘deconstruir ciertas estructuras producidas para ser
apropiadas, construidas o reconstruidas por el sujeto de aprendizaje’ (Díaz Barriga, 1985)
La construcción metodológica, así significada, no es absoluta sino relativa. Se conforma a partir de la estructura
conceptual (sintáctica y semántica) de la disciplina y la estructura cognitiva de los sujetos en situación de
apropiarse de ella. Construcción, por lo tanto, de carácter singular, que se genera en relación con un objeto de
estudio particular y con sujetos particulares. Como expresión de su carácter singular cobra relevancia, asimismo,
reconocer que la construcción metodológica se conforma en el marco de situaciones o ámbitos también
particulares. Es decir, se construye casuísticamente en relación con el contexto (áulico, institucional, social y
cultural).
(…) Dialécticamente se podría invertir el planteo de E. Remedi sobre esta relación, señalando que no habría
ruptura en los contenidos sobre la base de la continuidad en lo metodológico.
A modo de síntesis, interesa enfatizar que hoy no es dable pensar en opciones metodológicas válidas para
diferentes campos de conocimiento ni en la homogeneidad en el interior de cada uno de ellos. Reconocer estas
peculiaridades significa asumir una postura frente al problema que adquiere su concreción en la construcción
metodológica.
Implica reconocer al docente como sujeto que asume la tarea de elaborar una propuesta de enseñanza en la cual la
construcción metodológica deviene fruto de un acto singularmente creativo de articulación entre la lógica
disciplinar, las posibilidades de apropiación de ésta por parte de los sujetos y las situaciones y los contextos
particulares que constituyen los ámbitos donde ambas lógicas se entrecruzan.
Texto 3: Cerletti, A: Enseñanza filosófica: notas para la construcción de un campo problemático. En
Revista Educação e Filosofia, Uberlândia, v. 22, n. 44, p. 43-54. 2008

(…) El abordaje de la cuestión “enseñar filosofía” implica visualizar la particular relación que existe entre aquello que se
enseña, cómo se lo hace y el contexto donde se lleva a cabo. (...) Parecería obvio que si se trata de enseñar “filosofía”
correspondería poder determinar qué es lo que se va a enseñar bajo ese nombre. Pero, como se sabe, la pregunta “¿qué es
filosofía?” constituye un tema propio y fundamental de la filosofía misma, y no admite una respuesta única ni mucho menos. Es
más, cada filosofía (o cada filósofo) responde esa pregunta, explícita o implícitamente, desde su horizonte teórico, lo que
muchas veces complica el diálogo con otras respuestas ofrecidas a la misma pregunta desde referencias diferentes. El hecho de
que pretender enseñar filosofía nos conduzca, como paso previo, a tener que ensayar una posible respuesta al interrogante
sobre qué es filosofía, y que este intento suponga ya introducirse en la filosofía, muestra que el sustento de toda enseñanza de
la filosofía es básicamente filosófico y no meramente didáctico o pedagógico. Las interrogaciones “¿qué es enseñar filosofía?” y
“¿qué es filosofía?” mantienen entonces una relación directa que enlaza aspectos esenciales del filosofar. Ahora bien, las
exigencias programáticas de la enseñanza institucionalizada de la filosofía hacen que, en el desarrollo de los cursos, la
reflexión filosófica inicial sobre el significado o el sentido de la filosofía suela ser abreviada en extremo o pospuesta casi
indefinidamente, en favor de introducirse sin más en los contenidos “específicos” de la filosofía. Esta necesidad hace que la
caracterización de la filosofía sea más o menos implícita, supuestamente reconocible en lo que se enseña como filosofía. Esta
misma razón, acota también la reflexión detenida sobre el enseñar filosofía, quedando generalmente muy simplificada la
justificación de cómo llevar adelante esa tarea. Pero, en virtud de esto, ¿qué se enseña?, y ¿cómo se enseña? (que es la
actividad que de todos modos se llevará a cabo). La usual no explicitación de la relación entre el “qué” y el “cómo” conduce a
adoptar generalmente posiciones acríticas – o a veces ingenuas –- en cuanto a la enseñanza. Habría una suerte de “sentido
común” constituido alrededor de la enseñanza de la filosofía que tiene un supuesto pedagógico trivial, frecuente en la
transmisión de cualquier conocimiento: hay alguien que “sabe” algo y alguien que no; de alguna forma el que sabe “traspasa”
(básicamente, le “explica”) al que no sabe ciertos “contenidos” de su saber y luego corrobora que ese pasaje haya sido
efectivizado, es decir, constata que el que no sabía haya “aprendido”. Y así, por etapas graduales y sucesivas, se pasa del no
saber al saber, con la ayuda de un maestro o un profesor. 1 El “qué” se enseña se cubre entonces con contenidos programáticos
usuales y el “cómo” queda librado al buen sentido pedagógico del profesor, que será más o menos fundamentado de acuerdo a
la formación docente que haya recibido y/o a las diversas experiencias que haya recogido en su trabajo de enseñante y, muy
en especial, a las que haya ido acumulando en su etapa de estudiante.2
En principio, no suele ser observada ninguna relación esencial entre aquello que es enseñado y la forma de hacerlo. El “cómo”
se visualiza por lo general separado de aquello que se enseña, y la enseñanza quedaría suficientemente garantizada por el
dominio de los conocimientos disciplinares específicos del profesor. Se supondría también que sería factible enseñar
prácticamente cualquier área temática, o el pensamiento de distintos filósofos, de formas similares. Se podría “explicar”, por
caso, de una manera semejante (metodológicamente hablando) las filosofías de Platón, Descartes, Hume, Marx, Nietzsche,
Wittgenstein o Popper, ya que lo significativo desde el punto de vista filosófico estaría en el contenido enseñado y no en la
forma en que se lo presentaría. Y esto, independientemente de lo que los mismos filósofos enseñados consideraban que era la
filosofía y el filosofar – o el método filosófico que asumieran, en el caso de los sistemáticos –. Se presupondría que todos son
contenidos filosóficos y, en tanto tales, habría maneras comunes de enseñarlos. Valga la aclaración de que cuando nos
referimos a maneras comunes de enseñar no afirmamos que no haya actividades, estrategias o métodos diferentes para
enseñar filosofía. De hecho, pueden reconocerse diversas formas de encarar la enseñanza de la filosofía 3 (algunas de las cuales
están inspiradas o bien directamente importadas de la “Didáctica General”, campo específico de las Ciencias de la Educación).
Nos referimos más bien a que ciertas estrategias didácticas (exposiciones, actividades grupales a partir de problemas, lectura y
cometario de textos, estudios dirigidos, etc.) son empleadas como herramientas universales para enseñar “filosofía” en
general, como de hecho pueden ser empleados para enseñar otras disciplinas. No habría una relación intrínseca entre la

1 Jacques Rancière se ha encargado de desnaturalizar esta concepción de la enseñanza, mostrando los supuestos que ella presenta y explicitando sus
derivaciones pedagógicas, filosóficas y políticas. Véase RANCIÈRE, 1987. Cf. asimismo CERLETTI, 2003. Paulo Freire ha puesto de manifiesto una
cuestión similar, desde otro punto de vista, en su célebre caracterización de la “concepción bancaria de la educación” (FREIRE, 1996).
2 Se ha constatado la enorme influencia que tiene en la formación de un profesor su pasado como estudiante, y que, en relación, la formación específica del

profesorado constituye una empresa de “bajo impacto” (TERHART, 1987). Esta suerte de “sentido común” pedagógico que se va gradualmente
adquiriendo no es inocente ni neutral. Se va generando a partir de la superposición de tradiciones escolares, diferentes concepciones de la educación,
fragmentos de teorías didácticas, etc., que son internalizados eclécticamente a lo largo de la práctica institucional rutinaria.
3 Véase por ejemplo las “modalidades de la enseñanza de la filosofía” planteadas por Guillermo Obiols: problemática, histórica, doctrinal o basada en
textos (OBIOLS, 1989); los “modelos” propuestos por Eduardo Rabossi, Cristina González y Nora Stigol: dogmático, ecléctico o crítico (RABOSSI et al.,
1986); las clasificaciones metodológicas del conocido libro de Augusto Salazar Bondy, Didáctica de la Filosofía: exposición, interrogación, lectura y
comentarios de texto, análisis lingüístico, estudio dirigido, y más específicamente, método socrático o dialogado, método fenomenológico, etc. (SALAZAR
BONDY, 1967).
concepción de la filosofía o el filosofar (del filósofo enseñando o del profesor enseñante) y cómo se lo enseña. 4 (…) Estimamos
que más allá de que se explicite o no, lo que se considere que es filosofía debería tener consecuencias en la forma de enseñar.
No es lo mismo suponer que la filosofía consiste fundamentalmente en el despliegue de su historia que considerar que se trata
de una práctica radical desnaturalizadora y transformadora del presente. Tampoco es lo mismo estimar su actividad como una
cuidadosa exégesis bibliográfica de las grandes obras, que un libre ejercicio del pensamiento sobre cualquier cuestión; o una
ayuda para el buen vivir, que una crítica de la realidad que más bien complica la existencia; etc. Obviamente podría pensarse
también en cualquier combinación de estas caracterizaciones, pero la clave es que lo que se considera que es básicamente la
filosofía debería manifestarse de alguna forma en su enseñanza, si se deseara ser coherente entre lo que se dice y lo que se
hace.
El planteo realizado nos lleva a un punto crucial: ¿se infiere de él que habría que enseñar, por caso, “cartesianamente” a
Descartes, “nietzscheanamente” a Nietzsche o “deleuzianamente” a Deleuze? No necesariamente, aunque por cierto esta
posibilidad sería factible de ensayar. Lo que se sugiere es que la tarea de enseñar necesita establecer las condiciones mínimas
para que ella pueda al menos intentarse. Y consideramos que una de ellas es establecer la concepción de filosofía que se
pondrá en juego a lo largo de las clases. Por cierto, esto significa ir más allá de ofrecer meramente una definición formal de la
filosofía – como suele ser habitual en el inicio de muchos cursos --–, ya que luego podría seguirse inconsecuentemente con una
enseñanza desligada del contexto o los fundamentos de esa definición, como también suele ser usual en muchos cursos. Se
trata más bien de especificar la apuesta filosófica del curso, es decir aquello a partir de lo cual se construirá el vínculo entre
profesores y estudiantes en nombre de la filosofía y el filosofar.
En cualquier situación de enseñanza de filosofía, lo que emerge en primer lugar es la relación que establece o ha establecido
con la filosofía quien asume la función de enseñar. Si nos remitimos a la conocida etimología de la palabra filo- sofía, lo que ella
indica es, como bien se sabe, una relación con el saber, en particular, un vínculo de amor en cuanto aspiración o deseo de
saber. Es decir, que lo que aparecería en primera instancia no es el recorte de un “contenido” sino la actividad de pretender
alcanzar el saber, o, en términos tradicionalmente platónicos, la verdad.5 Esta actividad es el filosofar, por lo que la tarea de
enseñar – y aprender – filosofía no podría estar desligada nunca del hacer filosofía. Filosofía y filosofar se encuentran unidas,
entonces, en el mismo movimiento, tanto de la práctica filosófica como de la enseñanza de la filosofía. Por lo tanto, enseñar
filosofía y enseñar a filosofar conforman una misma tarea de despliegue filosófico, en la que profesores y alumnos conforman
un espacio común de pensamiento. Es en este sentido en el que afirmamos que toda enseñanza de la filosofía es una enseñanza
filosófica.
En virtud de lo señalado el profesor deberá ser, en alguna medida, filósofo, ya que mostrará y se mostrará en una actividad
donde expresará su filosofar. No quiere decir esto que, en caso que la tenga, deba necesariamente enseñar su propia filosofía,
sino que desde una posición filosófica –- la suya o alguna adoptada didácticamente para favorecer el aprendizaje –filosofará
junto a sus alumnos. En última instancia, toda enseñanza filosófica consiste esencialmente en una forma de intervención
filosófica, ya sea sobre textos filosóficos, sobre problemáticas filosóficas tradicionales o incluso sobre temáticas no habituales
de la filosofía, enfocadas desde una perspectiva filosófica.
Por cierto, se podrá abordar, y de manera consecuente, enseñar, a Nietzsche desde la filosofía de Deleuze, a Hegel desde Marx,
o a Kant desde la filosofía analítica, o del modo que el docente considere pertinente, de acuerdo con sus conocimientos y
capacidad. Esto deja en claro que no se puede enseñar filosofía “desde ningún lado”, en una aparente asepsia o neutralidad
filosófica. Siempre se asume y se parte, explícita o implícitamente, de ciertos contextos o condiciones, que conviene tener en
claro, porque es esto lo que en última instancia – y fundamentalmente – se aprenderá. La enseñanza de la filosofía reconoce,
entonces, ciertas condiciones que la puedan hacer posible, y esas condiciones están soportadas, en primer lugar, en decisiones
filosóficas. Se diseñarán luego –- es deseable que de manera coherente con ellas --– las estrategias didácticas que se consideren
más convenientes. Como hay diversas formas de entender la filosofía como práctica, también hay distintas formas de
enseñarla. No hay un conjunto de técnicas didácticas aplicables a cualquier situación de enseñanza, que garanticen el éxito de
una clase. Se puede ser un buen profesor o una buena profesora de filosofía de muchas maneras. Lo significativo de su
enseñanza será que es él o ella quien ha evaluado y decidido el “cómo” enseñar, a partir de una concepción determinada de la
filosofía y el filosofar.

4 Una cuestión interesante que de esto se deriva, pero que aquí no abordaremos detalladamente, es evaluar si existe una relación intrínseca entre métodos
o filosóficos y métodos o procedimientos pedagógicos (y si, por caso, éstos podrían subsumirse en aquéllos).
5 En sentido estricto, el dominio de un “contenido” (de un saber) filosófico y su “explicación” a otro clausuraría el filosofar, ya que supondría que el

movimiento del amor o del deseo se ha detenido o consumado en un objeto (en este caso, en un conocimiento específico de la filosofía). Cf. LYOTARD,
1989.

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