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NOMBRE:
NINOSKA BENITEZ ROMERO.
MATRICULA:
1-08-5751
MATERIA:
Derecho Romano II
Por Tutoría
PROFESOR:
Rafael Espinosa
TEMA:
Historia y estudio sobre el Derecho Romano
INDICE
Introducción___________________________________________3
Los delitos, concepto____________________________________4
Clasificación___________________________________________ 5
Hurto, concepto________________________________________6
Elementos constitutivos__________________________________9
Efectos del robo con violencia, concepto, sanciones___________10
Tema II
La violencia a la Ley Aquilia____________________________________11
La injuria, concepto__________________________________________14
Sanciones__________________________________________________12
Extinción de la Injuria________________________________________13
Tema III
Los cuasicontratos, concepto__________________________________15
Efecto del pago de lo indebido_________________________________16
En qué casos existe el Pago indebido____________________________17
Conclusión _________________________________________________18
Bibliografia_________________________________________________19
INTRODUCCION
Los romanos han considerado el delito como una fuente de obligación civil; pero las
consecuencias no han sido nunca las mismas que en nuestro Derecho moderno. En el
derecho romano antiguo, e incluso en las épocas clásica y posclásica, el delictum no se
consagró en las fuentes de la regulación como una categoría general. Se trataba, más
bien, de eventos particulares y diversos que fueron consagrados por el ius civile
(conjunto de reglas): ellos fueron el hurto, el robo, las lesiones a la personas y el daño
injustamente causado castigado por la ley Aquilia. A su vez, el Ius honorarium,
particularmente el derecho pretorio, estableció otros delitos, de no menor
importancia, dentro de los cuales cabe destacar el dolo (dolus malus), la violencia e
intimidación (metus).
Después de la ley de las XII tablas, las leyes penales y la jurisprudencia consagraron y
desarrollaron poco a poco un sistema más perfeccionado. Sin embargo, bajo el Imperio
se sintió la necesidad de reprimir ciertos delitos privados de una manera más enérgica.
En varios casos se permitió a la parte lesionada ejercitar, a su elección, contra el autor
del delito, bien la acción civil ordinaria, bien una persecución criminal que implicaba
penas especiales.
Cada obligación toma en Derecho Romano una fisonomía particular, según la causa
que la ha producido. Por eso los jurisconsultos no estudian las obligaciones en sí
mismas, según sus caracteres generales, sino que se limitan a describir las diferentes
fuentes de donde nacen.
TEMA I
GENERALIDADES
El delito es un hecho ilícito, una infracción castigada por la ley. Los romanos han
considerado el delito como una fuente de obligación civil; pero las consecuencias no
han sido nunca las mismas que en nuestro Derecho moderno. Hay que hacer, a este
respecto, una distinción, que parece remontarse a los primeros siglos de Roma, entre
los delicta privata y los delicta pública.
Los delitos privados consistían en hechos ilícitos que causaban un daño a la propiedad
o a la persona de los particulares, pero sin turbar directamente el orden público.
La ley de las XII tablas preveía y castigaba cierto número de estos hechos. Algunas
disposiciones llevan todavía las huellas de un estado social anterior, en que la víctima
del delito se hacía justicia ejercitando su venganza sobre la persona del culpable. La ley
se limita, en efecto, en ciertos casos, a regular esta venganza. El ladrón cogido en el
hecho era vapuleado o azotado y atribuido como esclavo al robado (Gayo, 111, S 189).
Para ciertas injurias pronunciaba la pena del talión (Gayo, 111, 223). Pero muy
frecuentemente atestigua una civilización más avanzada, sustituyendo. A la venganza
privada una pena pecuniaria, que es un verdadero rescate pagado por el culpable.
Después de la ley de las XII tablas, las leyes penales y la jurisprudencia consagraron y
desarrollaron poco a poco un sistema más perfeccionado. Por una parte, se tuvo en
cuenta, en una medida más lata, la intención criminal en el autor del delito; por otra
parte, la pena fue mejor proporcionada al daño causado. Pero siempre es a la parte
perjudicada a quien queda el derecho de obrar contra el culpable, según las reglas
ordinarias del procedimiento civil.
Sin embargo, bajo el Imperio se sintió la necesidad de reprimir ciertos delitos privados
de una manera más enérgica. En varios casos se permitió a la parte lesionada ejercitar,
a su elección, contra el autor del delito, bien la acción civil ordinaria, bien una
persecución criminal que implicaba penas especiales.
Los delitos públicos eran lo que atacaban directa o indirectamente al orden público, o
a la organización política, o a la seguridad del Estado. Daban lugar a una persecución
criminal, ejercida según las regias propias, delante de una jurisdicci6n especial. El
derecho de intentar esta persecuci6n estaba abierto a todo ciudadano, aunque de
hecho sólo los personajes de cierta importancia osaron asumir el papel de acusador.
Los procesos que tendían a reprimir estos delitos eran llamados crimina o judicial
pública.
Leyes penales fijaban para cada delito público penas más o menos graves. El estudio
de los delitos públicos es extraño al derecho privado. No vamos a tratar más que de los
delitos privados, considerados como creando obligaciones a cargo del culpable y en
provecho de la parte lesionada.
En el Derecho clásico, la obligación nacida del delito tiene por objeto el pago de una
pena pecuniaria, que solo es algunas veces el equivalente del perjuicio causado, pero
que con frecuencia le es superior y enriquece entonces al demandante. Esta obligación
difiere bajo varios aspectos de la que nace de un acto lícito, como un contrato.
En cuanto a los que habían salido de la infancia, pero que no eran aun púberos, se
apreciaba en el hecho el desarrollo de sus facultades. Solo se obligaban aquellos que,
por su razón, se acercaban a la pubertad, pubertat proximi. Los otros, infantiae
proximi, no eran más responsables que los Infantes (Gayo, 111, j 208); C) EL objeto de
una obligación nacida de un delito consiste siempre en La datio de una cantidad de
dinero determinada, y principio por la muerte del deudor; los herederos del culpable
no están obligados. Pero aquellas sobreviven a la capitis deminutio del autor del delito.
Las Instituciones de Gayo y las de Justiniano no citan más que cuatro delitos privados:
1. El Furtum o hurto.
2. El daño causado injustamente y castigado por la ley Aquilia, damnum injuria datum.
3. El robo y el daño acompañados de violencia, bona vi rapta.
4. La injuria, injuria (Gayo, 111, 5 182, 1, pr., de obl. guae ex &l., IV, 1). Pero hay otras
menos importantes. Se pueden citar como ejemplos: el delito de corrupción de
esclavo; la acción servi corrupti implicaba una condena del duplo del daño (I, 23, act.,
IV, 6); el delito consistente en cortar árboles ajenos, sancionado en virtud de la ley de
las XII tablas por la acción de arboribus succisis (Gayo, IV, ll), que encerraba una pena
de 25 ases por árbol, y en virtud del edicto del pretor por la acción más amplia
arborum furtim caesarum, con condena del duplo (L. 7, B., arb. Jwf. caes., XLVII, 7).
1. Es preciso un hecho, contrectatio rei, es decir, el acto de coger una cosa para
apoderarse de ella, y también el hecho de apropiársela, de disponer de ella. Así entran
en el furfum no solamente la sustracción de la cosa ajena, sino también el acto del
depositario que se niega a restituir al propietario el objeto del depósito.
3. Es preciso que el acto haya sido realizado contra la voluntad del propietario, invito
domino. Aun cuando al apoderarse fraudulentamente de una cosa se ha creído obrar
contra la voluntad del propietario, no hay hurto si en realidad el propietario lo
consiente.
4. En fin, es preciso que el autor del acto tenga intención de sacar provecho, lucri
faciendi gratia. Si ha querido perjudicar a otro, pero sin lucrarse, puede hacerse
culpable de otro delito, pero no hay hurto.
En general el ladrón quiere apropiarse de la cosa robada. Pero es posible que no
piense atribuirse más que el uso o la posesión. Se dice que hay uso de hurto, furtum
usus, cuando una persona que detiene la cosa ajena hace de ella un uso ilícito; tal es el
caso del depositario que usa fraudulentamente de la cosa depositada.
Del objeto del Hurto.-Pueden ser objeto de un hurto los muebles corporales
susceptibles de propiedad privada. No podría haber delito de hurto: a) Ni para los
inmuebles. La cuestión habla sido controvertida, y los sabinianos eran de parecer
contrario; pero su opinión no ha prevalecido; b) Ni para las cosas no susceptibles de
propiedad privada, como las cosas divini juris, las cosas públicas. Su protección estaba
asegurada por otros medios. Leyes especiales hacían de su violación delito público y
pronunciaban contra las culpables penas muy severas. Lo mismo sucedía con el rapto y
el secuestro de personas libres; c) Ni para las cosas incorporales, que repugnan por su
naturaleza misma a la idea del hurto.
De las consecuencias del Hurto. El efecto directo del hurto es crear a cargo del ladrón
una obligación nacida del delito, y que tiene por objeto, en el derecho clásico, el pago
de una multa más o menos grande. Esta sancionada por una acción penal, la acción
furti.
La víctima del hurto tiene también otras acciones para obtener la restitución de la cosa
robada o de su valor, rei persequendae causa. Aunque dadas con ocasión del hurto, no
nacen del delito, sino del hecho de que el propietario ha sido despojado de una cosa
que le pertenece.
Después de esta reforma, el hurto no crea ya a cargo del ladrón más que la obligación
de pagar una multa. La acción furti, que sanciona esta obligación, es civil y del duplo,
en caso de hurto no manifiesto: pretoriana y del cuádruplo, cuando el robo es
manifiesto. Por lo demás, se acabó, después de controversia, por admitir la opinión de
los jurisconsultos, que consideraban el hurto como manifiesto, no sólo cuando el
ladrón era cogido en el hecho, sino también cuando era sorprendido, a6n cargado con
la cosa robada, antes de llegar al lugar donde quería llevarla. La acción furti era
siempre perpetua, y arrastraba para el culpable la nota de infamia.
Nos queda por indicar cómo se calculaba la condena, contra quien y por quien podía
ser ejercitada esta acción.
2. La acción furti se da: a) Contra el autor del delito. Si hay varios ladrones, cada uno
está obligado por el toda, y la multa es debida tantas veces como culpables hay; b)
Contra cada uno de los cómplices. El cómplice es el que ha participado en el delito ope
et consilio: quien ha prestado al ladrón una asistencia material, opa, con la voluntad,
consilium, de cooperar al hurto. Solo es posible en la acción furti nec manifesti.
A veces la acción furti no era dada contra el ladrón. El jefe de familia no podía
ejercitarla contra los hijos puestos bajo su potestad, no siendo que se tratara de un
lujo de familia que tuviera peculio castrense, ni contra sus esclavos, ni contra sus
libertos y sus clientes. Era igualmente negada entre cónyuges; pero, en caso de
divorcio, el culpable podía ser perseguido en restitución mediante una acción especial,
la acción rerum amotarum. Cuando las consecuencias del hurto eran atenuadas en
razón de la calidad de los culpables, el delito no existía menos; la cosa robada no podía
ser usucapida, y los cómplices quedaban sujetos a la acción furti.
1. La rei vindicatio es la sanción del derecho de propiedad. .El propietario puede, pues,
reivindicar la cosa robada contra todo detentador, ya sea el ladrón o su heredero, o
aun un tercero adquirente de buena fe, que no podría, en efecto, oponerle la
usucapión de una cosa robada.
Desde Adriano, puede ejercitar la rei vindicatio aun contra el que ya no posee, porque
ha cesado de poseer por dolo haciendo pasar la cosa a un tercero. Pero si la cosa ha
perecido, no puede ya ser reivindicada.
En fin, la victima del hurto puede ejercitar una conditio sine causa, sujeta a reglas
propias, y que toma el nombre de conditio furtiva. La atribución de una conditio a un
propietario constituye una anomalía. En efecto, por esta acción el demandante
sostiene que la propiedad de la cosa robada debe serle transferida de nuevo; pero no
ha cesado nunca de pertenecerle. Hay, pues, contradicción en dar la condictia a una
persona todavía propietaria y que tiene la rei indicatia. Pero La jurisprudencia admite
esta excepción a los principios, odio furum, para que la víctima del hurto tuviera una
arma más contra el ladrón, que no es digno de ningún miramiento. La conditio furtiva
solo es dada contra el ladrón y sus herederos. En este límite ofrece ventajas
particulares: a: Puede ser ejercitada aun si la cosa ha perecido fortuitamente, pues el
ladrón siempre está en demora; b) Se da contra el ladrón o sus herederos, aun cuando
sin dolo no posean; mientras que no están obligados en semejante caso ni por la rei
vindicatio, ni por la acción ad exhibendum. En fin aplica una condena fijada según el
precio más alto que la cosa haya tenido después del hurto.
Cuando una persona causa sin derecho un perjuicio a otra atacando su propiedad, la
equidad quiere que haya reparación en provecho de la víctima. En nuestro Derecho, el
artículo 1,388 del Código civil consagra este principio de una manera general. Los
romanos sólo llegaron a él progresivamente. Disposiciones especiales se dictaron
primero para los daños más frecuentes y más graves. Después, el pretor por ex-
tensiones sucesivas, ha ensanchado el Derecho civil y permitido la reparación del
perjuicio causado fuera de las condiciones fijadas por la ley. Algunos hechos de daño
ilícito hablan sido previstos por la ley de las XII tablas. Pero, bajo la República, un
plebiscito cuya fecha es incierta la ley aquilia vino a reglamentar esta materia de una
manera más completa, sin aplicarse, sin embargo, a toda clase de daño, y sirvió de
punto de partida a las extensiones de la jurisprudencia. Esta ley contenía tres
capítulos, en los que era tratado y reprimido como delita, el daño causado en
determinadas condiciones. Solo hablaremos aquí del primero y del tercero, que
formaban un conjunto de disposiciones homogéneas. En cuanto al segundo, que
preveía un daño de naturaleza muy diferente, hemos ya hablado a propósito del
adstipulator.
Hacia la Época de las guerras civiles, los hurtos y los actos de destrucción conietidos
por las bandas armadas se hablan hecho muy irecuentes, y los culpables, rara vez
cogidos en el hecho, no incurrían más que en la acción furti nec manifesti al duplo, o la
acción de la ley Aquilia. Para asegurar una represión más enérgica, el pretor Peregrino
M. Lúculo creó, en 678, la acción vi bonorum raptorum, que fue dada en caso de hurto
y daño agravados de violencia. Creada primero para los delitos cometidos por bandas
con o sin armas (hominibus coactis), fue extendida al robo y al daño con violencia,
aunque proviniera de una sola persona. Este delito, calificado a veces de rapina (L. 23,
D., & reg. jur., L. 17), contenía los mismos elementos que el furtum o el damnum
injuria datum, con la circunstancia agravante de la violencia, y la víctima podía
contentarse con las acciones nacidas del hurto o de la ley Aquilia.
La acción vi bunurun raptorum, ejercitada durante un año útil a partir del delito,
arrastraba contra el culpable una condena al cuádruplo, bien que el culpable hubiera
sido o no cogido en el hecho. Pero esta condena comprendía la reparación del
perjuicio por una unidad y no era penal más que por las otras tres. El valor del
cuádruplo era la estimación exacta de la cosa y no el interés del demandante (L. 2, 5
13, D., eod.). Al cabo del año, la acción solo era dada por el simple, rei persecuendae
causa, y se hacía entonces poco a poco inútil, siendo tan ventajosa la condictio furtiva.
TEMA II
El primer capítulo de la ley Aquilia decide que el que ha matado al esclavo ajeno, o un
animal vivo en rebaño, pecus, y perteneciente a otro, debe pagar el valor más elevado
que haya alcanzado el esclavo o el animal el año que ha precedido al delito. El tercer
capítulo se refiere a cualquier otro daño causado a otro por lesión o destrucción de un
bien suyo. El que ha hecho una herida, no mortal, a un esclavo o a un animal vivo en
rebaño, o que ha matado o herido cualquier otro animal, o en fin, que ha roto,
quemado, destruido o dañado de una manera cualquiera una cosa inanimada, está
obligado a pagar el valor más elevado que el esclavo, el animal o la cosa hayan tenido
en los treinta últimos días antes del delito (Gayo, 111, 5 3 217 y 218. 1, 3 13, ht.). Los
hechos así precisados no constituían, por otra parte, el delito castigado por la ley
Aquilia más que si presentaban caracteres bien definidos´.
De las consecuencias del delito y de la acción “legis Aquiliae” El autor de un daño que
reúna los caracteres exigidos por la ley Aquilia está obligado ex delicto en virtud de la
ley Aquilia. La obligación nacida en provecho de la parte lesionada, tiene por objeto el
pago de una cantidad de dinero igual al valor más elevado que el objeto del daño baya
alcanzado en el año que ha precedido al delito, si cae bajo la aplicación del primer
capítulo (L. 2, pr., D., ad leg. Aquil., IX, Z), y solamente en los treinta últimos días
anteriores al delito, si está previsto por el capitulo 111 (L. 27, 5 5, D.! eod.). Según el
texto mismo de la ley, sólo se tenga en cuenta el valor intrínseco de la cosa
perjudicada. Pero los jurisconsultos agregaron, por interpretación, todo el perjuicio
causado al propietario; así es como, en caso de asesinato de un esclavo instituido
heredero, se debió tomar en consideración no sólo el valor propio del esclavo, sino
también el de la sucesión (1, 5 10, ht.).
Esta obligación es sancionada por una acción especial llamada legis Aquiliae, o damni
injuriae. Si el demandado, interrogado ante el magistrado, confesaba ser el autor del
daño, el juez no tenía más que fijar la condena en los límites indicados anteriormente.
Pero cuando el demandado negaba ser el culpable, el juez, después de la verificación
de los hechos, debía condenarle al duplo.
La acción legis Aquiliae no pertenecía más que al propietario. Era dada contra el autor
del delito y contra sus cómplices: cada uno de ellos debía pagar el importe integro de
la reparación, y el pago hecho por uno no libraba a los demás; pero no era concedida
contra los herederos del culpable más que por el provecho que habían sacado del
delito.
En fin, la acción legis Aquiliae no podía ser ejercitada, como la acción furti, en las
relaciones de los peregrinos con los ciudadanos, más que bajo el procedimiento
formulario, mediante una ficción introducida en la fórmula: se suponía al peregrino
con derecho de ciudad.
De la extensión de la ley Aquilia.-La acción de la ley Aquilia no era dada mis que al
propietario de la cosa destruida o deteriorada. Además, las disposiciones de la ley sólo
se aplicaban al daño consistente en una lesión material, corpus laesum, y causado por
el contacto mismo del autor del delito, corpore. Resultaba de ahí que, en muchos
casos en que el daño era causado sin derecho, la parte lesionada no podía obtener
ninguna reparación. Bajo la influencia del pretor, la jurisprudencia extendió a hipótesis
análogas el principio planteado por la ley, y acabó por generalizarle.
La Ley de Aquilia se extendió desde el punto de vista de las personas que podían
ejercitar la acción. Se dio la acción, utilitatis causa, a personas que, sin ser propietarias
del objeto perjudicado, están interesadas en su conservación: porque tienen un
derecho real, como el usufructuario y el usuario; o porque tienen una situación
análoga a la del propietario, como el poseedor de buena fe. Esta acción útil implicaba
la misma condena que la acción directa.
En fin, podía suceder que el daño no fuera causado corpore y que no consistiera
tampoco en la destrucción o deterioro de un objeto material, que no hubiera corpus
laesum. Así, un amo ha encadenado a su esclavo, un tercero Le suelta y favorece su
fuga. En semejante caso, el pretor no podía dar la acción de la ley Aquilia, aun utilitatis
causa, pues el daño estaba completamente fuera de los términos de la ley. Concedía a
la parte lesionada una acción in factum, que no Le hacía obtener más que la reparación
exacta del perjuicio.
De la INJURIA
La palabra injuria, tomada en sentido lato, significa todo acto contrario a derecho (V.
n.O 456, b). Pero en una acepción más restringida, designa el ataque a la persona,
mientras que el damnum injuria dafum, reprimido por la ley Aquilia, es un daño
causado injustamente a la cosa ajena. Los caracteres y efectos del delito de injuria han
variado según las épocas. Fijados primeros por la ley de las XII tabla, se han modificado
poco a poco bajo la influencia de la costumbre y del pretor.
Consecuencias del delito de injurias.-A) La ley de las XII tablas establecía la pena del
talión para la injuria más grave: la pérdida de un miembro, a menos de una
composición pecuniaria entre las partes, lo que, de hecho sucedía siempre.
Pronunciaba para la fractura de un hueso una multa de 300 ases o de 150 ases, según
que la víctima era un hombre libre o un esclavo; y una multa de 25 ases para todas las
demás injurias, es decir, las vías de hechos leves, los golpes sin heridas.
Estas penas cayeron en desuso. El pretor sustituyó una reparación pecuniaria en
relación con la gravedad de la injuria, y obtenida mediante la acción injuiarum, que
implicaba la nota de infamia. Esta reparación era valuada por el demandante, en caso
de injuria ordinaria, y el juez podía mantener o disminuir en la condena la cantidad así
fijada.
Pero, para las injurias graves, hacia la estimación el magistrado mismo, y de hecho el
juez: nunca se apartaba de ello. Bajo la dictadura de Sila, una Iey Cornelia permitió a la
victima de la injuria escoger entre la acción injuriarium y una persecución criminal,
pero sólo en caso de golpes o violación de domicilio. Esta disposición fue luego
ampliada a todas las injurias. B) La acción injuriarium es dada a la persona injuriada.
Pero la injuria hecha a una persona alieni juris recae sobre el jefe de familia, que puede
entonces ejercer una doble acción: una en su nombre, otra en nombre de la persona
que ha sido víctima de la injuria. Lo mismo se concede al marido por el insulto hecho a
su mujer.
Las obligaciones así consagradas han sido, por otra parte, poco numerosas en su
origen. Entre los primeros romanos, agricultores y guerreros, extraños al comercio y a
la Industria, las necesidades eran muy limitadas; el préstamo de dinero, el cambio,
bajo sus diferentes formas, bastaba a satisfacerlas. El castigo de los actos ilícitos, que
llevaba consigo una pena pecuniaria, era una fuente de obligaciones mucho más
abundante. Pero cuando Roma ha entrado en relaciones con otros pueblos, la riqueza
privada se ha acrecentado, y cuando una civilización más adelantada ha hecho nacer
necesidades nuevas, el círculo de las transacciones se ha ensanchado. El Derecho ha
debido sancionar. En un gran número de casos, el convenio de las partes, al mismo
tiempo que lo somete a formas determinadas para garantizar la sinceridad. Al mismo
tiempo, unas leyes extendían y completaban la lista de los delitos, cuya represión era
preciso asegurar. Así se desarrollaron los contratos y los delitos
Esta clasificación de las fuentes de obligaciones llegó a ser insuficiente a medida que el
Derecho Romano se perfecciona. Los jurisconsultos, tratando de determinar las causas
de las obligaciones sancionadas por el Derecho reconocen que se puede estar obligado
sin que haya habido contrato ni delito. Gayo en una de sus obras los Aurei, de la cual
no tenemos más que fragmentos en el Digesto, estudia esa; otras causas de
obligaciones que no son ni contrato; ni delitos, pero que se les parecen, que son como
sus imágenes diversas, variae causarum figurae. Un análisis más preciso le permite, por
otra parte, separarlas en dos categorías distintas, según que uno está obligado como a
consecuencia de un contrato quasi ex contractu, o como a consecuencia de un delito,
quasi ex maleficio. Así, un heredero acepta una sucesión: está obligado a pagar los
legados. Sin embargo, no hay contrato; pero ha habido por su parte un acto de
voluntad lícito que se aproxima al contrato y no al delito: su obligación nace quasi ex
contractu. Una persona lleva a cabo un acto ilícito que no entra en la categoría de los
que el Derecho Romano califica de delitos: su obligación nace quasi ex delicto. Gayo
reconoce, pues, implícitamente cuatro fuentes de obligaciones civiles, y esta división
está más claramente formulada en las Instituciones de Justiniano.
Cada obligación toma en Derecho Romano una fisonomía particular, según la causa
que la ha producido. Por eso los jurisconsultos no estudian las obligaciones en sí
mismas, según sus caracteres generales, sino que se limitan a describir las diferentes
fuentes de donde nacen.
Pago de lo indebido
El pago de lo indebido es un cuasicontrato, en virtud del cual, el que recibe una cosa
que no se le debía, y le fue pagada por error, contrae la obligación de restituirla.
Communio incidens
Existe la communio incidens cuando, sin contrato de sociedad, una cosa es común a
varias personas.
Cuando una herencia o una cosa singular son comunes a varias personas, cada
coheredero o condómino tiene el derecho de pedir la disolución de la comunión, y en
esto se distingue precisamente de la sociedad, con la cual le son comunes las demás
reglas. A este objeto competen al comunista las llamadas acciones divisorias, que son
la actio familiae erciscundae, la actio communi dividundo y la actio finium
regundorum. Mediante estas acciones, además de la disolución, se obtiene el
cumplimiento de las obligaciones que de ella derivan.
La gestión debe haber sido emprendida en circunstancias tales que sea realmente útil
su desempeño de la manera que se ha ejecutado.
Para que el pago no sea debido y tenga, por tanto, lugar su repetición, es necesario
que no exista ni siquiera obligación natural, y aun la simple existencia de un deber de
delicadeza sería suficiente para rechazar la demanda como indecorosa e injusta. El
pago anticipado de una deuda no da lugar a repetición de lo pagado, pero sí el de una
deuda pendiente de condición. Igualmente procede la acción cuando se ha pagado a
una persona distinta del verdadero acreedor o de su legítimo representante, o cuando
ha pagado uno que no es el verdadero deudor, o cuando la prestación se realizó
cumpliendo una obligación totalmente distinta de la verdadera.
Los romanos han venido a crear una terminología que tiene la ventaja de agotar la
materia y presenta alguna importancia práctica. Ellos se guiaban por los principios de
las obligaciones naturales y sancionaba cosas particulares sin reglas generales.
Mientras el ius gentium se hacía más eficaz el ius civile perdía su vigor.
El romano que no tenía un lazo obligatorio, relación entre dos personas, no podía
invocar a los tribunales romanos, porque el acreedor carecía de acción al no poder
ejercer su derecho, por lo tanto la obligación natural tampoco tenía valor alguno.
Fuente:
Tratado elemental de Derecho Romano Petit
Instituciones de Derecho romano | Libro tercero, De las obligaciones | Felipe Serafini,
páginas 234 - 239.