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UNIVERSIDAD TECNOLOGICA DE SANTIAGO (UTESA)

NOMBRE:
NINOSKA BENITEZ ROMERO.

MATRICULA:
1-08-5751

MATERIA:
Derecho Romano II

Por Tutoría

PROFESOR:
Rafael Espinosa

TEMA:
Historia y estudio sobre el Derecho Romano
INDICE

Introducción___________________________________________3
Los delitos, concepto____________________________________4
Clasificación___________________________________________ 5
Hurto, concepto________________________________________6
Elementos constitutivos__________________________________9
Efectos del robo con violencia, concepto, sanciones___________10

Tema II
La violencia a la Ley Aquilia____________________________________11
La injuria, concepto__________________________________________14
Sanciones__________________________________________________12
Extinción de la Injuria________________________________________13

Tema III
Los cuasicontratos, concepto__________________________________15
Efecto del pago de lo indebido_________________________________16
En qué casos existe el Pago indebido____________________________17
Conclusión _________________________________________________18
Bibliografia_________________________________________________19
INTRODUCCION

El propósito del presente trabajo es realizar una presentación sistemática sobre el


régimen de los delitos, los cuasidelitos y los contratos en el Derecho Romano, toda vez
que algunos de los principios que actualmente nos rigen en cuanto a las consecuencias
de los daños injustamente causados provienen de la evolución que tuvo en esta
materia.

Los romanos han considerado el delito como una fuente de obligación civil; pero las
consecuencias no han sido nunca las mismas que en nuestro Derecho moderno. En el
derecho romano antiguo, e incluso en las épocas clásica y posclásica, el delictum no se
consagró en las fuentes de la regulación como una categoría general. Se trataba, más
bien, de eventos particulares y diversos que fueron consagrados por el ius civile
(conjunto de reglas): ellos fueron el hurto, el robo, las lesiones a la personas y el daño
injustamente causado castigado por la ley Aquilia. A su vez, el Ius honorarium,
particularmente el derecho pretorio, estableció otros delitos, de no menor
importancia, dentro de los cuales cabe destacar el dolo (dolus malus), la violencia e
intimidación (metus).

Después de la ley de las XII tablas, las leyes penales y la jurisprudencia consagraron y
desarrollaron poco a poco un sistema más perfeccionado. Sin embargo, bajo el Imperio
se sintió la necesidad de reprimir ciertos delitos privados de una manera más enérgica.
En varios casos se permitió a la parte lesionada ejercitar, a su elección, contra el autor
del delito, bien la acción civil ordinaria, bien una persecución criminal que implicaba
penas especiales.

Cada obligación toma en Derecho Romano una fisonomía particular, según la causa
que la ha producido. Por eso los jurisconsultos no estudian las obligaciones en sí
mismas, según sus caracteres generales, sino que se limitan a describir las diferentes
fuentes de donde nacen.
TEMA I

De las obligaciones nacidas "ex delicto".

GENERALIDADES

El delito es un hecho ilícito, una infracción castigada por la ley. Los romanos han
considerado el delito como una fuente de obligación civil; pero las consecuencias no
han sido nunca las mismas que en nuestro Derecho moderno. Hay que hacer, a este
respecto, una distinción, que parece remontarse a los primeros siglos de Roma, entre
los delicta privata y los delicta pública.

Los delitos privados consistían en hechos ilícitos que causaban un daño a la propiedad
o a la persona de los particulares, pero sin turbar directamente el orden público.

La ley de las XII tablas preveía y castigaba cierto número de estos hechos. Algunas
disposiciones llevan todavía las huellas de un estado social anterior, en que la víctima
del delito se hacía justicia ejercitando su venganza sobre la persona del culpable. La ley
se limita, en efecto, en ciertos casos, a regular esta venganza. El ladrón cogido en el
hecho era vapuleado o azotado y atribuido como esclavo al robado (Gayo, 111, S 189).
Para ciertas injurias pronunciaba la pena del talión (Gayo, 111, 223). Pero muy
frecuentemente atestigua una civilización más avanzada, sustituyendo. A la venganza
privada una pena pecuniaria, que es un verdadero rescate pagado por el culpable.

En resumen: los decenviros sólo intervenían para limitar la venganza de la parte


lesionada y darle una forma menos bárbara, reemplazándola por una multa. Es lo que
explica los caracteres de la represión, tal como estaba entonces organizada: a) A la
parte lesionada sólo pertenece el derecho de perseguir al autor del delito. Su acción va
a dar en una condena pecuniaria cuyo importe es entregado por el demandado; b) La
pena se mide por el resentimiento de la víctima más que por la culpabilidad de la
gente. Así el ladrón es castigado más severamente cuando es cogido en el hecho; c)En
fin, el legislador al fijar la multa debida por el culpable, no se ha preocupado, al menos
en general, de la reparación del perjuicio; es una especie de composición legal con que
tiene que contentarse la víctima.

Después de la ley de las XII tablas, las leyes penales y la jurisprudencia consagraron y
desarrollaron poco a poco un sistema más perfeccionado. Por una parte, se tuvo en
cuenta, en una medida más lata, la intención criminal en el autor del delito; por otra
parte, la pena fue mejor proporcionada al daño causado. Pero siempre es a la parte
perjudicada a quien queda el derecho de obrar contra el culpable, según las reglas
ordinarias del procedimiento civil.

Sin embargo, bajo el Imperio se sintió la necesidad de reprimir ciertos delitos privados
de una manera más enérgica. En varios casos se permitió a la parte lesionada ejercitar,
a su elección, contra el autor del delito, bien la acción civil ordinaria, bien una
persecución criminal que implicaba penas especiales.

Los delitos públicos eran lo que atacaban directa o indirectamente al orden público, o
a la organización política, o a la seguridad del Estado. Daban lugar a una persecución
criminal, ejercida según las regias propias, delante de una jurisdicci6n especial. El
derecho de intentar esta persecuci6n estaba abierto a todo ciudadano, aunque de
hecho sólo los personajes de cierta importancia osaron asumir el papel de acusador.
Los procesos que tendían a reprimir estos delitos eran llamados crimina o judicial
pública.

Leyes penales fijaban para cada delito público penas más o menos graves. El estudio
de los delitos públicos es extraño al derecho privado. No vamos a tratar más que de los
delitos privados, considerados como creando obligaciones a cargo del culpable y en
provecho de la parte lesionada.

En el Derecho clásico, la obligación nacida del delito tiene por objeto el pago de una
pena pecuniaria, que solo es algunas veces el equivalente del perjuicio causado, pero
que con frecuencia le es superior y enriquece entonces al demandante. Esta obligación
difiere bajo varios aspectos de la que nace de un acto lícito, como un contrato.

A) Se forma siempre re, es decir, por la realización de un hecho material. La intención


no es nunca suficiente para que haya delito (J., pr., de obl. 9uae e: r del., IV, 1); B) Las
únicas personas que no pueden obligarse por delito son las que no son responsables
de sus actos. Son, primero, los locos: no se obligan por sus delitos más que si han
obrado en un momento lucido; luego, los impúberos en infancia, cuya inteligencia no
está aún desarrollada.

En cuanto a los que habían salido de la infancia, pero que no eran aun púberos, se
apreciaba en el hecho el desarrollo de sus facultades. Solo se obligaban aquellos que,
por su razón, se acercaban a la pubertad, pubertat proximi. Los otros, infantiae
proximi, no eran más responsables que los Infantes (Gayo, 111, j 208); C) EL objeto de
una obligación nacida de un delito consiste siempre en La datio de una cantidad de
dinero determinada, y principio por la muerte del deudor; los herederos del culpable
no están obligados. Pero aquellas sobreviven a la capitis deminutio del autor del delito.
Las Instituciones de Gayo y las de Justiniano no citan más que cuatro delitos privados:

1. El Furtum o hurto.

2. El daño causado injustamente y castigado por la ley Aquilia, damnum injuria datum.
3. El robo y el daño acompañados de violencia, bona vi rapta.

4. La injuria, injuria (Gayo, 111, 5 182, 1, pr., de obl. guae ex &l., IV, 1). Pero hay otras
menos importantes. Se pueden citar como ejemplos: el delito de corrupción de
esclavo; la acción servi corrupti implicaba una condena del duplo del daño (I, 23, act.,
IV, 6); el delito consistente en cortar árboles ajenos, sancionado en virtud de la ley de
las XII tablas por la acción de arboribus succisis (Gayo, IV, ll), que encerraba una pena
de 25 ases por árbol, y en virtud del edicto del pretor por la acción más amplia
arborum furtim caesarum, con condena del duplo (L. 7, B., arb. Jwf. caes., XLVII, 7).

DEL FURTUM O HURTO

Noción y elementos del hurto.--El hurto era, en Derecho Romano, el manejo


fraudulento de una cosa contra la voluntad del propietario, con intención de sacar
beneficio de la cosa misma, de su uso o de su posesión. Este delito supone la reunión
de las condiciones siguientes:

1. Es preciso un hecho, contrectatio rei, es decir, el acto de coger una cosa para
apoderarse de ella, y también el hecho de apropiársela, de disponer de ella. Así entran
en el furfum no solamente la sustracción de la cosa ajena, sino también el acto del
depositario que se niega a restituir al propietario el objeto del depósito.

2. Es preciso que al hecho se una la intención fraudulenta, el ajfectus fiwandi, es decir,


la conciencia en el ladrón de obrar en fraude de los derechos de un tercero y coinei.fr
un hurto. No hay, pues, hurto si se quita la cosa ajena creyendo tener derecho.

3. Es preciso que el acto haya sido realizado contra la voluntad del propietario, invito
domino. Aun cuando al apoderarse fraudulentamente de una cosa se ha creído obrar
contra la voluntad del propietario, no hay hurto si en realidad el propietario lo
consiente.

4. En fin, es preciso que el autor del acto tenga intención de sacar provecho, lucri
faciendi gratia. Si ha querido perjudicar a otro, pero sin lucrarse, puede hacerse
culpable de otro delito, pero no hay hurto.
En general el ladrón quiere apropiarse de la cosa robada. Pero es posible que no
piense atribuirse más que el uso o la posesión. Se dice que hay uso de hurto, furtum
usus, cuando una persona que detiene la cosa ajena hace de ella un uso ilícito; tal es el
caso del depositario que usa fraudulentamente de la cosa depositada.

Del objeto del Hurto.-Pueden ser objeto de un hurto los muebles corporales
susceptibles de propiedad privada. No podría haber delito de hurto: a) Ni para los
inmuebles. La cuestión habla sido controvertida, y los sabinianos eran de parecer
contrario; pero su opinión no ha prevalecido; b) Ni para las cosas no susceptibles de
propiedad privada, como las cosas divini juris, las cosas públicas. Su protección estaba
asegurada por otros medios. Leyes especiales hacían de su violación delito público y
pronunciaban contra las culpables penas muy severas. Lo mismo sucedía con el rapto y
el secuestro de personas libres; c) Ni para las cosas incorporales, que repugnan por su
naturaleza misma a la idea del hurto.

De las consecuencias del Hurto. El efecto directo del hurto es crear a cargo del ladrón
una obligación nacida del delito, y que tiene por objeto, en el derecho clásico, el pago
de una multa más o menos grande. Esta sancionada por una acción penal, la acción
furti.

La víctima del hurto tiene también otras acciones para obtener la restitución de la cosa
robada o de su valor, rei persequendae causa. Aunque dadas con ocasión del hurto, no
nacen del delito, sino del hecho de que el propietario ha sido despojado de una cosa
que le pertenece.

Después de esta reforma, el hurto no crea ya a cargo del ladrón más que la obligación
de pagar una multa. La acción furti, que sanciona esta obligación, es civil y del duplo,
en caso de hurto no manifiesto: pretoriana y del cuádruplo, cuando el robo es
manifiesto. Por lo demás, se acabó, después de controversia, por admitir la opinión de
los jurisconsultos, que consideraban el hurto como manifiesto, no sólo cuando el
ladrón era cogido en el hecho, sino también cuando era sorprendido, a6n cargado con
la cosa robada, antes de llegar al lugar donde quería llevarla. La acción furti era
siempre perpetua, y arrastraba para el culpable la nota de infamia.

Nos queda por indicar cómo se calculaba la condena, contra quien y por quien podía
ser ejercitada esta acción.

1. La cantidad que debe ser duplicada o cuadruplicada, para formar el importe de la


condena, representa el interés que tenía el demandante en no ser robado. Este interés
no puede ser inferior a la estimación del objeto robado en el momento del hurto. Pero
puede ser superior, pues al valor intrínseco de la cosa se unen a menudo otros
elementos; así, cuando es un esclavo instituido heredero quien ha hurtado, hay que
tener en cuenta el valor de la sucesión. Por otra parte, si la cosa hurtada adquiere una
plus valía, hay que estimar el interés del demandante según el valor más alto que haya
alcanzado después del hurto.

2. La acción furti se da: a) Contra el autor del delito. Si hay varios ladrones, cada uno
está obligado por el toda, y la multa es debida tantas veces como culpables hay; b)
Contra cada uno de los cómplices. El cómplice es el que ha participado en el delito ope
et consilio: quien ha prestado al ladrón una asistencia material, opa, con la voluntad,
consilium, de cooperar al hurto. Solo es posible en la acción furti nec manifesti.

A veces la acción furti no era dada contra el ladrón. El jefe de familia no podía
ejercitarla contra los hijos puestos bajo su potestad, no siendo que se tratara de un
lujo de familia que tuviera peculio castrense, ni contra sus esclavos, ni contra sus
libertos y sus clientes. Era igualmente negada entre cónyuges; pero, en caso de
divorcio, el culpable podía ser perseguido en restitución mediante una acción especial,
la acción rerum amotarum. Cuando las consecuencias del hurto eran atenuadas en
razón de la calidad de los culpables, el delito no existía menos; la cosa robada no podía
ser usucapida, y los cómplices quedaban sujetos a la acción furti.

3. Todo el que tuviera un interés legítimo en que el hurto no se cometiera se hace


acreedor del ladrón, par consecuencia del delito, y puede ejercitar contra él la acción
furti. Resulta de este principio que la acción es dada primero al propietario de la cosa
robada, que es el primer interesado. Pero puede pertenecer a otras personas que sólo
tenían la posesión o aun la detención de la cosa hurtada. Tales son: a) El poseedor de
buena fe, el que la usufructuaba y el que In usaba. Tienen la acción forti
concurrentemente con el propietario; cada uno de ellos obtiene el duplo o el
cuádruplo del daño que le ha causado el hurto; b) Los que detenían la cosa hurtada en
virtud de un contrato que les imponía su custodia y que los obliga a restituirla; por
ejemplo, el arrendatario, el comodatario, pero no el depositario, que solo es
responsable de su dolo. A estos detentadores, y no al propietario, pertenece la acción
furti cuando son solventes y pueden indemnizarle; pero, si son insolventes, la acción es
dada al propietario.

De la restitución de la cosa Hurtada:.-Para hacer regresar a su patrimonio la cosa


robada o su valor, la victima del hurto tiene tres acciones: la rei vindicatio, la acción ad
exhibendum y la condictio furtiva. Estas acciones no son dadas más que al propietario
de la cosa, y como tienden al mismo fin, debe escoger y no puede ejercitar más que
una. Sin embargo, si ha obrado ad exhibendum y obtenido la exhibición de la cosa
hurtada, puede después reivindicarla. En todos los casos tiene siempre, además, la
acción furti, cuyo objeto es diferente.

1. La rei vindicatio es la sanción del derecho de propiedad. .El propietario puede, pues,
reivindicar la cosa robada contra todo detentador, ya sea el ladrón o su heredero, o
aun un tercero adquirente de buena fe, que no podría, en efecto, oponerle la
usucapión de una cosa robada.

Desde Adriano, puede ejercitar la rei vindicatio aun contra el que ya no posee, porque
ha cesado de poseer por dolo haciendo pasar la cosa a un tercero. Pero si la cosa ha
perecido, no puede ya ser reivindicada.

La acción ad exhibendum es personal. Se da contra todo poseedor de la cosa robada y


contra toda persona que ha dejado de poseer por dolo, bien entregando la cosa a un
tercero, bien destruyéndola. El demandado está obligado a exhibir la cosa, y, si no
puede, pagar su estimación. Esta acción ofrece, en suma, a la víctima del hurto las
ventajas siguientes: a) Ejercitada contra un poseedor que exhibe la cosa, prepara y
facilita la rei vindioatio; b) Antes de Adriano, el propietario que no tiene la rei
vindicatio, contra quien ha cesado, por dolo, de poseer, puede obrar ad exhibendum;
c) Desde esta época, reemplaza aún la re vindicatio, cuando el poseedor ha destruido
cosa por dolo. Pero no es dada cuando la cosa robada ha perecido por caso fortuito.

En fin, la victima del hurto puede ejercitar una conditio sine causa, sujeta a reglas
propias, y que toma el nombre de conditio furtiva. La atribución de una conditio a un
propietario constituye una anomalía. En efecto, por esta acción el demandante
sostiene que la propiedad de la cosa robada debe serle transferida de nuevo; pero no
ha cesado nunca de pertenecerle. Hay, pues, contradicción en dar la condictia a una
persona todavía propietaria y que tiene la rei indicatia. Pero La jurisprudencia admite
esta excepción a los principios, odio furum, para que la víctima del hurto tuviera una
arma más contra el ladrón, que no es digno de ningún miramiento. La conditio furtiva
solo es dada contra el ladrón y sus herederos. En este límite ofrece ventajas
particulares: a: Puede ser ejercitada aun si la cosa ha perecido fortuitamente, pues el
ladrón siempre está en demora; b) Se da contra el ladrón o sus herederos, aun cuando
sin dolo no posean; mientras que no están obligados en semejante caso ni por la rei
vindicatio, ni por la acción ad exhibendum. En fin aplica una condena fijada según el
precio más alto que la cosa haya tenido después del hurto.

Del daño causado injustamente

Cuando una persona causa sin derecho un perjuicio a otra atacando su propiedad, la
equidad quiere que haya reparación en provecho de la víctima. En nuestro Derecho, el
artículo 1,388 del Código civil consagra este principio de una manera general. Los
romanos sólo llegaron a él progresivamente. Disposiciones especiales se dictaron
primero para los daños más frecuentes y más graves. Después, el pretor por ex-
tensiones sucesivas, ha ensanchado el Derecho civil y permitido la reparación del
perjuicio causado fuera de las condiciones fijadas por la ley. Algunos hechos de daño
ilícito hablan sido previstos por la ley de las XII tablas. Pero, bajo la República, un
plebiscito cuya fecha es incierta la ley aquilia vino a reglamentar esta materia de una
manera más completa, sin aplicarse, sin embargo, a toda clase de daño, y sirvió de
punto de partida a las extensiones de la jurisprudencia. Esta ley contenía tres
capítulos, en los que era tratado y reprimido como delita, el daño causado en
determinadas condiciones. Solo hablaremos aquí del primero y del tercero, que
formaban un conjunto de disposiciones homogéneas. En cuanto al segundo, que
preveía un daño de naturaleza muy diferente, hemos ya hablado a propósito del
adstipulator.

DEL ROBO Y DEL DAÑO CON VIOLENCIA

Hacia la Época de las guerras civiles, los hurtos y los actos de destrucción conietidos
por las bandas armadas se hablan hecho muy irecuentes, y los culpables, rara vez
cogidos en el hecho, no incurrían más que en la acción furti nec manifesti al duplo, o la
acción de la ley Aquilia. Para asegurar una represión más enérgica, el pretor Peregrino
M. Lúculo creó, en 678, la acción vi bonorum raptorum, que fue dada en caso de hurto
y daño agravados de violencia. Creada primero para los delitos cometidos por bandas
con o sin armas (hominibus coactis), fue extendida al robo y al daño con violencia,
aunque proviniera de una sola persona. Este delito, calificado a veces de rapina (L. 23,
D., & reg. jur., L. 17), contenía los mismos elementos que el furtum o el damnum
injuria datum, con la circunstancia agravante de la violencia, y la víctima podía
contentarse con las acciones nacidas del hurto o de la ley Aquilia.

La acción vi bunurun raptorum, ejercitada durante un año útil a partir del delito,
arrastraba contra el culpable una condena al cuádruplo, bien que el culpable hubiera
sido o no cogido en el hecho. Pero esta condena comprendía la reparación del
perjuicio por una unidad y no era penal más que por las otras tres. El valor del
cuádruplo era la estimación exacta de la cosa y no el interés del demandante (L. 2, 5
13, D., eod.). Al cabo del año, la acción solo era dada por el simple, rei persecuendae
causa, y se hacía entonces poco a poco inútil, siendo tan ventajosa la condictio furtiva.
TEMA II

Del delito previsto por la LEY AQUILIA.-

El primer capítulo de la ley Aquilia decide que el que ha matado al esclavo ajeno, o un
animal vivo en rebaño, pecus, y perteneciente a otro, debe pagar el valor más elevado
que haya alcanzado el esclavo o el animal el año que ha precedido al delito. El tercer
capítulo se refiere a cualquier otro daño causado a otro por lesión o destrucción de un
bien suyo. El que ha hecho una herida, no mortal, a un esclavo o a un animal vivo en
rebaño, o que ha matado o herido cualquier otro animal, o en fin, que ha roto,
quemado, destruido o dañado de una manera cualquiera una cosa inanimada, está
obligado a pagar el valor más elevado que el esclavo, el animal o la cosa hayan tenido
en los treinta últimos días antes del delito (Gayo, 111, 5 3 217 y 218. 1, 3 13, ht.). Los
hechos así precisados no constituían, por otra parte, el delito castigado por la ley
Aquilia más que si presentaban caracteres bien definidos´.

Elementos del delito.-a) Es preciso que el daño consista en la destrucción o


degradación material de una cosa corporal, Corpus loesum, y que sea causado corpore,
es decir, por el cuerpo, el contacto mismo del autor del delito. Así cae bajo la
aplicación de la ley el que mata el esclavo ajeno golpeándole, y no el que le encierra y
le deja morir de hambre (Gayo, 111, 5 219); b) Es preciso que el daño haya sido
causado sin derecho, injuria (1:. Es lo que sucede, no solo cuando el autor del daño ha
obrado por dolo, sino también cuando ha simplemente cometido una falta, aunque
fuera ligera; basta que se haya apartado de la línea de conducta que debe seguir un
hombre honrado y prudente. Este delito puede, pues, ser cometido sin intención de
dañar. Por otra parte, no podría haber damnum injuria datum cuando el autor del
daño no ha hecho más que usar de un derecho que le pertenece; por ejemplo, del
derecho de legítima defensa, matando, para salvar su propia vida, al esclavo que le ha
atacado (1, § 2, ht.). Apenas se necesita agregar que el daño que resulta de un caso
fortuito, o por fuerza mayor, no cae tampoco bajo La ley Aquilia; c) En fin, es preciso
que el daño provenga de un hecho del hombre. Pues si un deudor está obligado para
con su acreedor a un cierto grado de diligencia y es responsable de sus omisiones, es
muy distinto con las personas que no están ligadas por ninguna obligación: en
derecho, si no en moral, ninguno está obligado a obrar en interés de los demás y la
inacción no podría comprometer su responsabilidad. Para que haya delito es, pues
preciso un acto un hecho, por el que se está inmiscuido en los negocios ajenos.

De las consecuencias del delito y de la acción “legis Aquiliae” El autor de un daño que
reúna los caracteres exigidos por la ley Aquilia está obligado ex delicto en virtud de la
ley Aquilia. La obligación nacida en provecho de la parte lesionada, tiene por objeto el
pago de una cantidad de dinero igual al valor más elevado que el objeto del daño baya
alcanzado en el año que ha precedido al delito, si cae bajo la aplicación del primer
capítulo (L. 2, pr., D., ad leg. Aquil., IX, Z), y solamente en los treinta últimos días
anteriores al delito, si está previsto por el capitulo 111 (L. 27, 5 5, D.! eod.). Según el
texto mismo de la ley, sólo se tenga en cuenta el valor intrínseco de la cosa
perjudicada. Pero los jurisconsultos agregaron, por interpretación, todo el perjuicio
causado al propietario; así es como, en caso de asesinato de un esclavo instituido
heredero, se debió tomar en consideración no sólo el valor propio del esclavo, sino
también el de la sucesión (1, 5 10, ht.).

Esta obligación es sancionada por una acción especial llamada legis Aquiliae, o damni
injuriae. Si el demandado, interrogado ante el magistrado, confesaba ser el autor del
daño, el juez no tenía más que fijar la condena en los límites indicados anteriormente.
Pero cuando el demandado negaba ser el culpable, el juez, después de la verificación
de los hechos, debía condenarle al duplo.

La acción legis Aquiliae no pertenecía más que al propietario. Era dada contra el autor
del delito y contra sus cómplices: cada uno de ellos debía pagar el importe integro de
la reparación, y el pago hecho por uno no libraba a los demás; pero no era concedida
contra los herederos del culpable más que por el provecho que habían sacado del
delito.

En fin, la acción legis Aquiliae no podía ser ejercitada, como la acción furti, en las
relaciones de los peregrinos con los ciudadanos, más que bajo el procedimiento
formulario, mediante una ficción introducida en la fórmula: se suponía al peregrino
con derecho de ciudad.

De la extensión de la ley Aquilia.-La acción de la ley Aquilia no era dada mis que al
propietario de la cosa destruida o deteriorada. Además, las disposiciones de la ley sólo
se aplicaban al daño consistente en una lesión material, corpus laesum, y causado por
el contacto mismo del autor del delito, corpore. Resultaba de ahí que, en muchos
casos en que el daño era causado sin derecho, la parte lesionada no podía obtener
ninguna reparación. Bajo la influencia del pretor, la jurisprudencia extendió a hipótesis
análogas el principio planteado por la ley, y acabó por generalizarle.

La Ley de Aquilia se extendió desde el punto de vista de las personas que podían
ejercitar la acción. Se dio la acción, utilitatis causa, a personas que, sin ser propietarias
del objeto perjudicado, están interesadas en su conservación: porque tienen un
derecho real, como el usufructuario y el usuario; o porque tienen una situación
análoga a la del propietario, como el poseedor de buena fe. Esta acción útil implicaba
la misma condena que la acción directa.

El principio de la reparación fue también ampliado a hipótesis en que el daño carecía


de una de las condiciones exigidas por la ley, es decir, no había sido causado corpore,
pero donde presentaba, sin embargo, este carácter esencial de consistir en una lesión
material, corpus laesum: así, una persona encierra el esclavo ajeno y le deja morir de
hambre; o bien espanta un animal que se arroja al agua y se ahoga. La acción de la ley
Aquilia fue dada ahí también por extensión, a titulo de acción Útil, y arrastró una
condena calculada como la de la acción directa.

En fin, podía suceder que el daño no fuera causado corpore y que no consistiera
tampoco en la destrucción o deterioro de un objeto material, que no hubiera corpus
laesum. Así, un amo ha encadenado a su esclavo, un tercero Le suelta y favorece su
fuga. En semejante caso, el pretor no podía dar la acción de la ley Aquilia, aun utilitatis
causa, pues el daño estaba completamente fuera de los términos de la ley. Concedía a
la parte lesionada una acción in factum, que no Le hacía obtener más que la reparación
exacta del perjuicio.

De la INJURIA

La palabra injuria, tomada en sentido lato, significa todo acto contrario a derecho (V.
n.O 456, b). Pero en una acepción más restringida, designa el ataque a la persona,
mientras que el damnum injuria dafum, reprimido por la ley Aquilia, es un daño
causado injustamente a la cosa ajena. Los caracteres y efectos del delito de injuria han
variado según las épocas. Fijados primeros por la ley de las XII tabla, se han modificado
poco a poco bajo la influencia de la costumbre y del pretor.

Caracteres de la injuria.-Según la ley de las XII tablas, la injuria no comprendía mas


que los ataques a la persona física, golpes, heridas más o menos graves, pero sin
distinguir si habla intención culpable o simple imprudencia. En Derecho clásico, la
noción de la injuria se ha restringido, porque se exige la intención de dañar para que
haya delito. Pero se ha ampliado desde el punto de vista de los hechos que constituyen
la injuria; el ataque a la personalidad puede manifestarse bajo las formas más diversas:
golpes o heridas, difamación escrita o verbal, violación de domicilio, ultrajes al pudor,
y, en general, todo acto de naturaleza que comprometa el honor y la reputación ajena.

Consecuencias del delito de injurias.-A) La ley de las XII tablas establecía la pena del
talión para la injuria más grave: la pérdida de un miembro, a menos de una
composición pecuniaria entre las partes, lo que, de hecho sucedía siempre.
Pronunciaba para la fractura de un hueso una multa de 300 ases o de 150 ases, según
que la víctima era un hombre libre o un esclavo; y una multa de 25 ases para todas las
demás injurias, es decir, las vías de hechos leves, los golpes sin heridas.
Estas penas cayeron en desuso. El pretor sustituyó una reparación pecuniaria en
relación con la gravedad de la injuria, y obtenida mediante la acción injuiarum, que
implicaba la nota de infamia. Esta reparación era valuada por el demandante, en caso
de injuria ordinaria, y el juez podía mantener o disminuir en la condena la cantidad así
fijada.

Pero, para las injurias graves, hacia la estimación el magistrado mismo, y de hecho el
juez: nunca se apartaba de ello. Bajo la dictadura de Sila, una Iey Cornelia permitió a la
victima de la injuria escoger entre la acción injuriarium y una persecución criminal,
pero sólo en caso de golpes o violación de domicilio. Esta disposición fue luego
ampliada a todas las injurias. B) La acción injuriarium es dada a la persona injuriada.
Pero la injuria hecha a una persona alieni juris recae sobre el jefe de familia, que puede
entonces ejercer una doble acción: una en su nombre, otra en nombre de la persona
que ha sido víctima de la injuria. Lo mismo se concede al marido por el insulto hecho a
su mujer.

La acción se ejercita contra el culpable y sus cómplices. Pero es intransmisible. Se


extingue por la muerte del ofensor y por la del ofendido. Se extingue también por el
perdón de la injuria sin manifestar ningún resentimiento.
CUASICONTRATOS. TEMA III

Fuentes y desenvolvimiento de las obligaciones.-De las cuatro fuentes de obligaciones


admitidas en la época clásica del Derecho Romano, las principales y mis antiguas son
los delitos y los contratos.

Siendo la obligación una restricción a la libertad del deudor, se comprende que no


puede hallarse uno en este estado de dependencia más que en razón de causas bien
determinadas. Ahora bien; hay dos de ellas que reclaman naturalmente la sanción del
legislador. Primeramente, el daño injustamente causado: toda mala acción, todo acto
contrario al derecho, y que lleva perjuicio a los demás, debe obligar a su autor a una
reparación; después, la voluntad libremente manifestada: cuando una persona ha
tornado un compromiso con relación a otra que lo acepta, está obligada y debe
cumplir lo que ha prometido.

El Derecho Romano ha reconocido estas dos grandes causas de obligaciones, pero no


de una manera absoluta, y solamente bajo ciertas condiciones: si el hecho ilícito
constituye un delito; si la voluntad se ha manifestado en un contralo (Gayo, 111, 8 88).

Las obligaciones así consagradas han sido, por otra parte, poco numerosas en su
origen. Entre los primeros romanos, agricultores y guerreros, extraños al comercio y a
la Industria, las necesidades eran muy limitadas; el préstamo de dinero, el cambio,
bajo sus diferentes formas, bastaba a satisfacerlas. El castigo de los actos ilícitos, que
llevaba consigo una pena pecuniaria, era una fuente de obligaciones mucho más
abundante. Pero cuando Roma ha entrado en relaciones con otros pueblos, la riqueza
privada se ha acrecentado, y cuando una civilización más adelantada ha hecho nacer
necesidades nuevas, el círculo de las transacciones se ha ensanchado. El Derecho ha
debido sancionar. En un gran número de casos, el convenio de las partes, al mismo
tiempo que lo somete a formas determinadas para garantizar la sinceridad. Al mismo
tiempo, unas leyes extendían y completaban la lista de los delitos, cuya represión era
preciso asegurar. Así se desarrollaron los contratos y los delitos

Esta clasificación de las fuentes de obligaciones llegó a ser insuficiente a medida que el
Derecho Romano se perfecciona. Los jurisconsultos, tratando de determinar las causas
de las obligaciones sancionadas por el Derecho reconocen que se puede estar obligado
sin que haya habido contrato ni delito. Gayo en una de sus obras los Aurei, de la cual
no tenemos más que fragmentos en el Digesto, estudia esa; otras causas de
obligaciones que no son ni contrato; ni delitos, pero que se les parecen, que son como
sus imágenes diversas, variae causarum figurae. Un análisis más preciso le permite, por
otra parte, separarlas en dos categorías distintas, según que uno está obligado como a
consecuencia de un contrato quasi ex contractu, o como a consecuencia de un delito,
quasi ex maleficio. Así, un heredero acepta una sucesión: está obligado a pagar los
legados. Sin embargo, no hay contrato; pero ha habido por su parte un acto de
voluntad lícito que se aproxima al contrato y no al delito: su obligación nace quasi ex
contractu. Una persona lleva a cabo un acto ilícito que no entra en la categoría de los
que el Derecho Romano califica de delitos: su obligación nace quasi ex delicto. Gayo
reconoce, pues, implícitamente cuatro fuentes de obligaciones civiles, y esta división
está más claramente formulada en las Instituciones de Justiniano.

Cada obligación toma en Derecho Romano una fisonomía particular, según la causa
que la ha producido. Por eso los jurisconsultos no estudian las obligaciones en sí
mismas, según sus caracteres generales, sino que se limitan a describir las diferentes
fuentes de donde nacen.

El cuasicontrato, como relación obligatoria, es análogo al contrato. En efecto, si por


una parte se distingue del contrato por razón de la falta de un consentimiento
verdadero y propio, expreso o tácito, por otra se le parece porque de ordinario se
funda en un consentimiento presunto, es decir, que, con motivo de ciertos hechos
realizados por las partes, se presume que hubieran consentido en la conclusión de
determinado contrato.

Todo cuasicontrato se forma a imagen de un contrato y se sujeta a la teoría de éste,


que le sirve de tipo, salvo las modificaciones requeridas por la misma naturaleza de
las cosas.

Principales cuasicontratos en el Derecho de la antigua Roma


Los principales cuasicontratos son: la gestión de negocios, el pago de lo indebido,
la communio incidens, la aceptación de herencia, y la administración de la tutela y de
la curatela.

Pago de lo indebido
El pago de lo indebido es un cuasicontrato, en virtud del cual, el que recibe una cosa
que no se le debía, y le fue pagada por error, contrae la obligación de restituirla.

La acción mediante la cual puede repetirse lo indebido se llama condictio indebiti;


corresponde al que hizo el pago y a sus herederos, contra el que recibió el pago
indebido y los suyos, y tiene por objeto la restitución de lo pagado indebidamente y
por error excusable, pero sólo hasta la cantidad en que se haya enriquecido el
demandado, en el caso de hallarse en buena fe. La obligación de la prueba en
la condictio indebiti fue regulada de un modo particular por Justiniano, especialmente
respecto del pupilo y de la mujer.

Communio incidens
Existe la communio incidens cuando, sin contrato de sociedad, una cosa es común a
varias personas.
Cuando una herencia o una cosa singular son comunes a varias personas, cada
coheredero o condómino tiene el derecho de pedir la disolución de la comunión, y en
esto se distingue precisamente de la sociedad, con la cual le son comunes las demás
reglas. A este objeto competen al comunista las llamadas acciones divisorias, que son
la actio familiae erciscundae, la actio communi dividundo y la actio finium
regundorum. Mediante estas acciones, además de la disolución, se obtiene el
cumplimiento de las obligaciones que de ella derivan.

La gestión debe haber sido emprendida en circunstancias tales que sea realmente útil
su desempeño de la manera que se ha ejecutado.

El que desempeña asuntos propios en la creencia racional de desempeñar asuntos


ajenos, no crea ningún vínculo obligatorio, y el que cree desempeñar asuntos
exclusivamente ajenos, pero, en realidad, parte propios, parte ajenos, da lugar
solamente a una negotiorum gestio parcial, de la que nacen obligaciones sólo en la
parte concerniente a los asuntos de otro. Acerca de la cuestión relativa a si el que
administra negocios ajenos, creyéndoles propios, tiene la actio negotiorum gestorum
contraria. Acerca la actio negotiorum gestorum directa, en tal caso competente
al dominus negotii,

La gestión desempeñada con el ánimo de ejercitar un acto de liberalidad o piedad a


favor del dominus rei gestae, no da vida a una actio negotiorum gestorum contraria.

Para que el pago no sea debido y tenga, por tanto, lugar su repetición, es necesario
que no exista ni siquiera obligación natural, y aun la simple existencia de un deber de
delicadeza sería suficiente para rechazar la demanda como indecorosa e injusta. El
pago anticipado de una deuda no da lugar a repetición de lo pagado, pero sí el de una
deuda pendiente de condición. Igualmente procede la acción cuando se ha pagado a
una persona distinta del verdadero acreedor o de su legítimo representante, o cuando
ha pagado uno que no es el verdadero deudor, o cuando la prestación se realizó
cumpliendo una obligación totalmente distinta de la verdadera.

El que a sabiendas paga lo que no debe, no puede repetirlo. No procede la condictio


indebiti cuando la supuesta deuda es de aquellas que, negadas, importan condena en
el duplo, y cuando el pago se realizó ex causa iudicati, o sea en cumplimiento de una
sentencia.

Semejante comunidad puede nacer de diferentes causas; el caso más importante es el


de los coherederos. Para disolver la comunión pueden los comuneros proceder
también amistosamente, y la división convencional entre ellos establecida produce los
mismos efectos que las demás relaciones contractuales.
CONCLUSION
En relación a los autores, pude notar que no ha habido grandes diferencia entre ellos y
que han tenido como un punto de partida a las institutas de Gayo y las institutas de
Justiniano.

Los romanos han venido a crear una terminología que tiene la ventaja de agotar la
materia y presenta alguna importancia práctica. Ellos se guiaban por los principios de
las obligaciones naturales y sancionaba cosas particulares sin reglas generales.
Mientras el ius gentium se hacía más eficaz el ius civile perdía su vigor.

El romano que no tenía un lazo obligatorio, relación entre dos personas, no podía
invocar a los tribunales romanos, porque el acreedor carecía de acción al no poder
ejercer su derecho, por lo tanto la obligación natural tampoco tenía valor alguno.

En Derecho clásico, la noción de la injuria se ha restringido, porque se exige la


intención de dañar para que haya delito. Pero se ha ampliado desde el punto de vista
de los hechos que constituyen la injuria; el ataque a la personalidad puede
manifestarse bajo las formas más diversas: golpes o heridas, difamación escrita o
verbal, violación de domicilio, ultrajes al pudor, y, en general, todo acto de naturaleza
que comprometa el honor y la reputación ajena.
BIBLIOGRAFIA

Fuente:
Tratado elemental de Derecho Romano Petit
Instituciones de Derecho romano | Libro tercero, De las obligaciones | Felipe Serafini,
páginas 234 - 239.

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