Está en la página 1de 2

(LO SUBRAYADO VA EN CURSIVAS.

GRACIAS)
Desmelenada por la vía
Timbrazos a medianoche
Milagros Socorro

El periodismo debe ser uno de los pocos oficios que cuanto más se practican
menos se dominan. Lo normal es que después de una década -o más- ejerciendo
una determinada función, el profesional, el artesano, cualquier especialista, haya
consolidado sus destrezas y afinado sus herramientas hasta el punto de moverse
en su campo como un señor en su hacienda. No es el caso de los reporteros. O,
mejor, no es el caso de esta reportera. Iniciada en el oficio cuando no contaba
todavía veinte años, hoy, que he rebasado los treinta con largueza, enfrento las
mismas dificultades que harían sudar a un novato. Y esto con tal frecuencia que
he llegado a la conclusión de que voy patrás.
Hace unos días recibí el encargo de realizar una entrevista con el actor Carlos
Mata. La editora del Suplemento El Otro Cuerpo -que publica el Ateneo de
Caracas encartado en este diario- me solicitó una conversación con Mata donde
éste reflexionara sobre la manera en que los venezolanos somos percibidos en el
exterior, las imágenes que proyectamos y los estereotipos que con mayor fijeza
se han conformado en torno a la nacionalidad fuera de nuestras fronteras. Se
trataba, a todas luces, de un diálogo que exigiría mucha concentración por parte
del actor de telenovelas más famoso del mundo, cuyo testimonio en torno al
asunto acordado podría ser más que valioso. Basta mencionar que el capítulo
final de Cristal, seriado de Delia Fiallo que protagonizara el citado valenciano, es
el espectáculo audiovisual que ha congregado más espectadores en todo el
planeta (más, incluso, que Lo que el viento se llevó). No era cosa, pues, de hablar
durante veinte minutos sitiados por el asedio de los inevitables fanáticos de Mata.
Lo llamé a su casa en Bogotá para concertar la cita. La llamada fue respondida
por una voz gallinácea que me informó que el señor Mata no llegaría hasta la
noche. A eso de las ocho repetí el intento y el ave de corral insistió en la negativa.
Para hacer el cuento corto consignaré aquí que en las horas siguientes disqué el
número en varias ocasiones que me permitieron aquilatar la rareza de la voz. Tan
curioso era el graznido que llegué a pensar que se trataba del propio Mata
fingiendo la voz para disuadir a los fastidiosos. No me dejé amilanar y a la
medianoche mi terquedad se vio recompensada. Ahí estaba la suave modulación
que convirtió a España en nuestra colonia de ultramar.
Exhausto tras una jornada que debió ser agobiante puesto que era la última
que Mata se pasaba en Colombia antes de abandonar definitivamente ese país,
concluida la grabación de la telenovela cuyo elenco encabeza, el actor me atendió
con toda amabilidad. La entrevista tendría lugar el día tal en tal lugar. Ya la tenía.
Sólo me faltaba obtener el compromiso de que la conversación se produciría en
un lugar tranquilo y por espacio de más de una hora... “para garantizar que el
contenido sea satisfactorio para ambos, usted sabe, no esa frivolidad que resulta
de las entrevistas apuradas”, rematé. A mi comentario siguió un silencio gélido
que Mata cortó diciendo: “ciertamente, la frivolidad no es mi característica más
resaltante”.
Dios mío. Cómo he podido. Lo molesto de madrugada. Le exijo dos horas de su
tiempo invalorable. Y encima lo insulto. Es que no aprendo. Comencé a balbucear
explicaciones. Para qué. Fue peor. La comunicación estaba cruzada por toda
clase de interferencias. El hombre estaba agotado. Yo, cada vez más torpe.
Bonita manera de entablar un contacto que, aunque preliminar, forma parte de un
trabajo llamado a desembocar en una entrevista seria, compleja, elocuente.
Colgaré el teléfono e inmediatamente me colgaré yo. Seré idiota.
Escribo esto unos días antes de la cita prometida. De manera que no sé si me
encontraré un entrevistado lleno de rencor. Hay que decir también que antes de
despedirme le “aclaré” que yo necesitaba mucho tiempo de charla para conjurar
“mi propia frivolidad”. Es decir: aproveché hasta el último instante para hundirme
más.
Y me fui a la cama con la dolorosa sensación de que mi amado -este oficio
detestable- se hace cada día más fugitivo.
X X X

También podría gustarte