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J.

Mario
El personaje

J. Mario no necesita presentación. Hace cinco años se presentó él mismo en el


atrio de la Catedral de Manizales, con estas palabras: "Me llaman el Brigitte
Bardot de la poesía. Soy uno de los hombres más misteriosos del mundo por lo
poco que se sabe de mí. Mi novia me despertó esta mañana para decirme que
yo me llamaba J. Mario, y que mi patria se llamaba Colombia. A mí me importa
un pito".

J. Mario es uno de los pocos nadaístas que no se niegan los años. Tiene
veinticinco. Es el primogénito de un hogar digno pero pobre, formado por don
Jesús Arbeláez y su mujer. Su padre es de los Arbeláez de Rionegro
(Antioquia), donde todos son zapateros o ministros de hacienda. Pero don
Jesús resultó sastre, vaya uno a saber por qué. Supongo que para salvarse de
ser un ministro.

La mamá de J. Mario es una señora casi joven, bonita, silenciosa y sencilla,


pero desgraciadamente olvidé su nombre. Ella es del Ecuador.

Una vez J. Mario estaba metido en la grande: había perdido sexto de


bachillerato y no se pudo graduar de bachiller en el Colegio Santa Librada. Su
padre quería entonces que buscara empleo o aprendiera sastrería. Para salir
del atolladero, J. Mario me invitó a almorzar a su casa con la condición de que
hiciera los justos y merecidos elogios a su talento, con el fin de aplacar las
furias de la familia, y disuadir a su padre de que lo metiera de sastre. Como
nadie es profeta en su tierra y menos en su casa, ellos creían que J. Mario
estaba descarriado, pero en cambio creían que yo era un gran hombre por la
única razón de que habían visto mi foto en el periódico.

Cuando pasamos al comedor me admiró sinceramente la juventud de la señora


ecuatoriana que en ese entonces debía navegar en las aguas otoñales de los
35, y como soy algo galante tomé la ocasión por los cuernos y le dije: "Señora,
la felicito, estoy asombrado, nunca me imaginé que fuera tan joven para tener
un hijo tan genial como J. Mario".

El efecto de mi flor no se hizo esperar. Con un dejo triste, ecuatoriano, la mamá


de Jota respondió: "Usted no se imagina lo joven que yo era antes de que mi
hijo se metiera en esa carajada que usted inventó".

Y derramó tres lágrimas saladas sobre la sopa y hubo un silencio de reproches


muy amargo.

J. Mario, viéndome tan abatido acudió en mi ayuda y protestó suavemente:


"Mamá, Gonzalo no tiene la culpa de nada, yo me metí al nadaísmo porque no
tenía más dónde meterme, ni por dónde salir".

Luego don Jesús me explicó con ternura dejándolo todo en las manos de Dios,
y justificando a su mujer: "Ella quería que José Mario fuera doctor; está muy
desilusionada de que haya resultado poeta, pero yo le digo que es la voluntad
de Dios, y que esperemos a ver qué sale. Teníamos muchas esperanzas en
este muchacho, pues como es el hijo mayor... y hay cinco después de él".

Las lágrimas de la mamá de J. Mario me habían amargado definitivamente. El


ambiente era funerario y mi amigo lo notó. Para devolverle al almuerzo la
alegría, y a mí la inocencia, J. Mario dijo abrazándome: "No te preocupes,
'profeta', tú tienes las manos limpias... como Judas". Y esto nos hizo reír a
todos, incluso a la mamá de J. Mario.

Lo que soy yo no vuelvo a comer a la casa de J. Mario, ni empastado. Pues


como las desgracias no llegan solas, el hermano que le sigue, Juan Antonio
(Jan Arb), también se volvió nadaísta. Comentando esta nueva tragedia
familiar, Elmo reprochaba en broma: "Lo que son estos Arbeláez no dieron 'la
talla'". Y con una perversa alegría celebramos el ingreso del nuevo desertor.

Como todo sastre que se respete —y además de Rionegro— don Jesús ha


sido un fanático de Vargas Vila, y en los entrepaños de su sastrería tiene junto
a los cortes de paño las obras completas del luciferino escritor. En esos libros,
el joven J. Mario bebió el agua más negra de la sabiduría y de las alcantarillas
del alma. En esas páginas blasfemas hizo sus primeros gateos hacia la
perdición. Por eso el nadaísmo tiene el mérito de haberlo salvado a tiempo de
se libertino, liberal, librepensador, masón, y posiblemente ministro de hacienda.

Uno de los momentos estelares de la literatura colombiana de este siglo es, sin
duda, el encuentro de J. Mario y yo, en La Tertulia de Cali. Allá fui en 1960 a
dictar tres conferencias y a organizar el desorden de mi generación. Aquella
noche La Tertulia era un infierno de calor y un cielo de libertad. El público
desbordaba y deliraba frenético, escandalizado. Tres curas se salieron cuando
hablé de Dios; el diablo se echaba bendiciones; mi ángel de la guarda echaba
chispas; las colegialas palidecieron; la juventud enloqueció de frenesí. Para
que nadie dudara que éramos los profetas de la nueva oscuridad, y por tanto
geniales, locos y peligrosos, saqué un florero de mi chaqueta y lo estrellé
contra la pared para simbolizar que se iniciaba una nueva era en el arte y en la
vida.

Sentado sobre un cartapacio de cuero de vaca, al pie de mesa, había un


jovencito con cara de serafín y aplaudía mis blasfemias como un demonio.
Apenas lo vi me di cuenta que estaba predestinado, marcado por la estrella
negra de la locura y la ignominia. Parecía hechizado, poseído de un júbilo
infernal. Nunca olvidaré su felicidad siniestra y resplandeciente.

Al día siguiente, a las 5 de la tarde, me esperaban cincuenta jóvenes en La


Tertulia en cumplimiento de una cita que les había dado para integrar la
dirección del nadaísmo caleño. Por supuesto, en la primera fila estaba el
serafín. Nombré una docena de "jefes" provisionales que elegí al azar,
arbitrariamente, guiado más por su extravío aparente que por sus valores
intelectuales. No me equivoqué al elegir al serafín.
Para cerrar la discusión dije dictatorialmente: "En el nadaísmo nadie es jefe, ni
siquiera Gonzaloarango. Cada uno de ustedes es el jefe del nadaísmo, y nadie
lo es. No esperen nada de mí, no se hagan ilusiones, el nadaísmo lo único que
les promete es la locura. El nadaísmo no les propone soluciones, sino dudas;
no les ofrece la felicidad, sino la desesperación. Esta no es una empresa, sino
una aventura en la que todo está perdido, salvo la confusión maravillosa de la
esperanza. Ustedes verán. Si se quieren salvar, es necesario primero que se
pierdan. Esta revolución es en tres etapas: primero vamos a morir, luego a
resucitar, después a vivir. Para empezar, no dejaremos piedra sobre Pedro. Ni
Pedro sobre piedra. Para ser libres lo tiraremos todo por la ventana, y después
nos tiraremos nosotros como protesta al dogma de la gravitación de la tierra.
Nuestro porvenir es la locura. ¿Hasta dónde llegaremos? Eso no importa desde
el punto de vista de la vida, porque no llegar es también el cumplimiento de un
destino. Eso es todo por hoy".

Al cabo de un silencio el serafín pidió la palabra para preguntar:

— Maestro, y cuando usted se vaya de Cali, ¿qué debemos hacer los


nadaístas?

— Eso a mí no me importa. Si yo fuera usted, probablemente le metería un


taco de dinamita al busto de Isaacs, no por judío, sino por María.

Todos reímos, y como ya era tarde nos echaron de La Tertulia. Otro día salí del
bar a tomar el bus de la Flota Magdalena, de regreso a Medellín.

Dos meses después recibo carta del joven J. Mario donde me relataba el triste
destino del nadaísmo caleño. Se quejaba que los otros nueve compañeros
habían desaparecido; que él solo no se atrevía a dinamitar el busto de Efraín y
María; que no había vuelto a misa los domingos; que su novia le había dado
calabazas al saber que era nadaísta; que se había emborrachado con cubalibre
en la zona de tolerancia y que había perdido lo que sabemos; que ya no
escribía "poesía proletaria" y que había dejado definitivamente el comunismo;
que como si fueran pocas calamidades, también había perdido el año, y su
padre lo amenazaba con enseñarle sastrería o meterlo al ejército. Que en
síntesis, el nadaísmo era todo lo que le quedaba en la vida, pero que la vida
era una cochinada y se pensaba suicidar...

Pobre serafín. Para darle coraje le escribí una nota a la sastrería de su padre,
que decía más o menos así:

"Querido J. Mario: como te dije, el nadaísmo es un honor que mata. Pero si te


dejas matar es porque aún no eres nadaísta. Aguanta un poco. Cuando hayas
perdido la fe en todo, en ti mismo, en tu fuerza, en la poesía, en la esperanza,
incluso en el nadaísmo, y si después de eso sigues vivo, entonces sí, suicídate.
El diablo y yo te estaremos esperando en el bar del infierno para saludar en ti al
mejor gigolo de la poesía colombiana. Adiós, J. Mario, nos veremos en la
gloria."
J. Mario odia el matrimonio, pero ama a su mujer "en cuyo cuerpo olvido mi
cuerpo". La frase que más admira en el mundo es una de Lautremont que dice:
"La poesía es el encuentro de un paraguas y una máquina de coser". Con el
correr de los años J. Mario se ha convertido en uno de los grandes poetas de
su patria, y en líder indiscutible de su generación. Ahora es considerado en la
sastrería de su padre como el orgullo de la familia. Cuando se iba a ir de su
casa, don Jesús le regaló un frac sobre medidas para que dictara sus recitales,
y hasta le dio la bendición. J. Mario, hecho una dolorosa le dijo muy conmovido:
"No te preocupes, papá. Colombia ha perdido un sastre, pero ha ganado un
poeta".

El reportaje

Poeta J. Mario: defínase

Me llamo J. Mario, con eso me basta, con eso me soy. No necesito más
apelativos como no necesito más ojos, ni más piernas. Soy el mejor poeta de
un país en el que no pedí nacer, pero en el que no por eso me doy a dejar
matar. Soy nadaísta, y eso aplasta toda definición. Antes fui camaján de
barriada, campeón de billares, discípulo de Vargas Vila, ídolo de lolitas y
proxenetas.

¿Cuál es la mayor ambición de su vida?

Orinar desde la punta de la Torre Eiffel. ¿La de mi otro yo? Llegar a ser
presidente de Colombia merced a una caudalosa votación nadaísta. ¿La de mi
ángel de la guarda? Ser el teólogo del ateísmo.

¿Cuál es su mayor fracaso?

Fracasar es haber llegado, es la otra cara del triunfo. Yo soy un cohete en


ascenso.

¿Cuál es su mejor cualidad?

Ser el mejor, a secas. Las cualidades son para aspirantes a empleos.

¿Y su peor defecto?

La falta de soberbia, que me condujo a hacer parte del movimiento nadaísta, en


el que la mayoría de los integrantes no me llegan al tobillo.

J. Mario, si existiera la reencarnación, ¿qué le gustaría volver a ser?

Las piernas de Brigitte Bardot.

¿Qué ha significado el amor en su vida y en su poesía?


Un lechito lleno de flores.

¿Qué piensa de los celos?

El mismo lechito, pero lleno de clavos.

¿Llegaría al extremo de cometer por amor "un crimen pasional"?

Por amor no se cometen crímenes pasionales, sino crímenes amorales. Y


además, yo no vivo en el "401".

¿Por qué le gustaría vivir en el siglo XXI?

A mí: para servirle el desayuno en la cama a mi robot. A mi otro yo: para ir a


conocer la otra cara de la luna. A mi ángel de la guarda: para tocar el saxofón
de la bomba final.

¿Sacrificaría su vida por lo que llama su "razón de vivir"?

Usted está convencido de que le voy a decir que no, que mi "razón de vivir" es
estar vivo. Pero se equivoca, pues mi razón de vivir es estar muerto. Ahora
pregúnteme, si se atreve: ¿sacrificaría su muerte por lo que llama "su razón de
vivir"? Pues bien, la respuesta es la misma.

J. Mario, ¿a quién le concedería usted la Cruz de Boyacá?

A todas las personas que admiro ya se la han puesto.

¿A qué personalidad del mundo le habría gustado conocer?

A Midas, para quien todo lo que brillaba era de oro. A Helena de Troya, ya que
no he podido conocer a París. A Tarzán, el hombre más mono del mundo. Al
Judío Errante, para entrenarlo en el arte del auto-stop. A Zeus, a Zaratustra, y a
Tristán Tzara.

Si usted fuera al infierno y el diablo le concediera una gracia, ¿qué le pediría?

Un nadaísta no tiene nada qué pedirle al diablo, ni siquiera en el infierno. Así


como Dios también tiene su infierno, que es su amor a los hombres, para el
diablo el infierno es su nadaísmo. Esto lo desarrollaré más ampliamente en la
revista El Ojo Pop, que bajo mi dirección y la de Elmo Valencia, muy pronto
mirará a Colombia.

¿De qué pintor colombiano le gustaría un cuadro con dedicatoria?

Prefiero no responder a esta pregunta de tipo plástico, para no contribuir a la


estúpida guerra de intrigas que libran entre sí los pintores de nuestro país. Pero
si alguno se decide, mi dirección es: apartado aéreo 5094, de Cali. Prometo
absoluta reserva.

¿Iría a una guerra contra el comunismo para defender la cultura occidental?

Primero: el comunismo es un fenómeno típico de la "cultura occidental".


Segundo: a la "cultura occidental" que se la lleve el diablo. Tercero: no voy a
hacerme pegar un tiro de mi querido amigo Mao Tse Tung por defender
estupideces como "cogito ergo sum". A la hora de la guerra, cogito luego salgo
corriendo...

J. Mario, ¿con cuál de estos artistas le gustaría estar en una fiesta en


Juanchito: con Brigitte Bardot, Sartre, Marta Traba, Chaplin, Mónica Viti, Henry
Miller, Raquel Jodorowsky, Elmo Valencia, Francoise Sagan o Casius Clay?

Con todos, menos con Elmo que esta noche me está bebiendo en La  Curva
del Beso (Bar-besuqueo).

Cite la frase que más ha influido en su vida.

"Tome Coca-cola". Esta frase ha sustituido en nuestra época el "conócete a ti


mismo" de Sócrates. Pero como la gente no le encuentra esa belleza "pop" que
desborda, cito una frase que me gusta mucho, de Goebbels, el nazi: "Cuando
oigo hablar de cultura, saco mi pistola". Pero me gusta más la de Cassius Clay,
el púgil: "Yo soy el más lindo... Yo soy el más fuerte... Yo soy el rey".

J. Mario, ¿qué valor tiene para usted la soledad?

Depende de con quién esté.

¿Qué considera lo peor del siglo XX?

Que no se dé cuenta que nosotros los nadaístas estamos en él. Nosotros,


profetas de explosivas camisas a punto de hacer reventar el convencional
sentido de los valores, de los sistemas de pensamiento, de las propias
palabras... Que no se acabe de dar cuenta que tras el cielo que predicaba hay
un cielo de cieno, de mugre... Que no se dé cuenta que el conocimiento ha sido
carbonizado en la silla eléctrica... Que sus sistemas de dominio político Este-
Oeste son patrañas organizadas... Que aún haya ley... que aún haya libros...
que haya barreras para la misteriosísima mente clara, dulce manzana
paradisiaca infinitamente serena del hombre.

Si se pudiera leer en el otro mundo, ¿qué libro se llevaría?

Ultimas investigaciones llevadas a cabo por el equipo de la Revista Planeta,


dan como resultado que puede haber uno entre medio millón de "otros
mundos" en el que se puede leer. Lo que sí han descartado completamente es
la posibilidad de transporte a ese otro mundo, de cualquier clase de material de
lectura. Pero si esta pregunta es reductible al absurdo, le diré que me llevaría
un ejemplar de la Revista Planeta donde aparece un estudio titulado: "El otro
mundo al alcance de todos".

Ya que usted es uno de los grandes valores del nadaísmo me gustaría


preguntarle qué valor tiene para usted el nadaísmo.

Y ya que usted es el fundador del nadaísmo, mi querido profeta, me gustaría


informarle que el nadaísmo nació contra los valores. Al nadaísmo no hay que
reconocerle nada. El está allí, como un faro en la noche del cosmos. Ni alto ni
bajo. Resplandeciente y misterioso. Sin preguntar ni decir nada. Burlándose de
todo, hasta de sus propios nadaístas. Más poderoso que las explosiones.
Sembrando el pánico. Y mirándolo todo con esa estúpida sonrisa de Buda.

Bueno, J. Mario, como la vida es corta, y el nadaísmo es largo, esto lo


dejaremos para discutir en la próxima reencarnación. Y a propósito: ¿con quién
le gustaría encontrarse en el cielo?

Con Dios, ¡para pedirle cuentas!

Cromos No. 2542. Bogotá, junio 20 de 1966. pp. 22 - 23, 25.

Fuente:

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