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Rossemberg Patiño Flórez

29 de julio de 2020

Reflexión escrita no. 2 - La Biblia y la misión: la formación de una hermenéutica

misional

Analice cómo los 'indicativos' e 'imperativos' de la Escritura han formado y siguen

formando su vida y servicio. El resultado escrito debe manifestar una combinación de (a)

introspección espiritual, (b) testimonio y (c) reflexión bíblica.

Una de las cosas que más disfruté del curso de Escritos que tomé en el 2018 fue notar

por primera vez que los Salmos, cuando invitan (con un imperativo) a alabar al Señor, dan

casi siempre (por no decir siempre) una razón específica para hacerlo. Por ejemplo, en

Salmos 136 encontramos 26 veces la expresión ‫ְעֹול֣ם ַחסְּדֽ ֹו‬


ָ ‫ּכי ל‬.
֖ ִ Esta expresión resume el

paseo histórico que cada versículo, a partir del v. 4, expone sobre las obras del Señor. De

modo que la alabanza al Señor no nace de un artificio sin fundamento. Más bien es la

respuesta necesaria ante un Dios que hace maravillas por su misericordia eterna y así se

convierte en digno de alabanza.

Esto concuerda con lo escrito por Wright en el capítulo que estudiamos. Los

indicativos siempre anteceden a los imperativos y proveen el contexto (la realidad) sobre el

cual se fundamenta la orden. Por razón de los indicativos (el grueso de la Escritura) es que

tienen sentido los imperativos que Dios ha dado para su pueblo –en el Antiguo

Testamento– y para su iglesia –en el Nuevo Testamento–. Sin ese contexto (realidad)

podríamos caer en el foso de la rebelión. Sin embargo, gracias al gran contenido narrativo

de la Escritura, podemos disfrutar de la libertad que produce la obediencia a Dios porque su

misericordia es por la eternidad.


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Yo crecí en un contexto evangélico donde desde muy temprano, con mi papá y mis

hermanos, hacíamos cultos en casa e invitábamos a nuestros vecinos. Desde muy pequeño

me convencí de que era necesario predicar el evangelio de Cristo. En los barrios en que viví

tenía la oportunidad de reunir más niños de mi edad y hacer cultos donde yo hacía intentos

de predicaciones. En esa época era algo natural para mí reunirme con mis amigos e

invitarlos a leer las Escrituras. Sin embargo, al crecer y recibir discipulados me

impregnaron la idea de que ganar almas era el objetivo supremo de la vida del creyente y

que los que no lo hacían serían objeto de burla en el cielo y no recibirían corona ni

galardón. Curiosamente, esta idea en lugar de darme ánimo para seguir predicando produjo

un fuerte desaliento.

Cuando me convertí en líder de iglesia el sufrimiento se incrementó. El equipo pastoral

media el resultado de su liderazgo por la cantidad de personas que estos habían “ganado”.

Se hacían preguntas como, “¿Cuántas almas ganó el hermano Rossemberg este año?”. En

ocasiones la respuesta fue cero y eso me hacía sentir indigno del Señor.

Luego, cuando fui comisionado por esos líderes para abrir una iglesia para

adolescentes y jóvenes, la experiencia no fue mejor. El resultado esta vez no lo midieron

por la cantidad de personas (habría sido felicitado), lo midieron por la actitud de los

asistentes. Estos adolescentes oraban a su manera y con su vocabulario, adoraban a Dios

con estilos particulares de música y hablaban de la Escritura con pasión y un poco de

irreverencia. Pero no vestían como cristianos, no ofrendaban como cristianos, no hablaban

como cristianos y no se comportaban como cristianos (de acuerdo al criterio con que estos

líderes entendían el cristianismo). La decisión fue cerrar esa obra porque yo estaba

perdiendo el tiempo y no estaba enseñando el evangelio.


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La última experiencia negativa fue similar a la anterior. Esta vez trabajaba en Medellín

con iglesias en casa. Había grupos de adultos, jóvenes, adolescentes y niños. El proyecto de

iglesia me sedujo. Se pensó en un centro de desarrollo familiar que combinara la formación

cristiana con herramientas de superación personal. De esta manera se ayudaría a una

comunidad victima del conflicto y a merced de la prostitución, la delincuencia y las drogas.

Pero luego de un cambio administrativo el liderazgo pidió números y dinero. Al no cumplir

el tope los lideres tomaron la decisión de moverme a otra zona. En los otros lugares di lo

mejor de mí, pero no pasó nada.

Quizás si mis líderes y yo hubiésemos tenido a nuestra disposición un panorama más

claro de la misión –alejada de la idea de ganar almas como método para el sostenimiento

económico de las iglesias– la historia fuera diferente. A pesar de la frustración que estos

eventos causaron, en medio de ellos aprendí a trabajar de la mano con el Señor y a confiar

en su providencia para con todos aquellos a los que serví.

Durante todo el tiempo que he relatado aquí puedo decir que tuve una evolución

constante, que aún sigue, hacia retornar al sentimiento de mi infancia. Cuando niño no

servía a Dios porque me tocara, era un impulso natural. Pero cuando me relacioné con

líderes que buscaban textos como Mat 28:19; Pro 11:30b (en la versión Reina Valera del

60y claramente descontextualizado); Jn 4:34-36; Hch 1:8; Isa 6:8; Rom 10:14-17, entre

otros, para justificar la obligación de hacer obra misionera, el impulso que sentía cuando

niño cambió por la necesidad de obedecer a un Dios que daba órdenes. Perdí la libertad.

Pero puedo decir que desde el 2015, cuando inició mi aventura en el Seminario, Dios

empezó a devolverme la libertad.


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Recuerdo que uno de los pensamientos que llegó a mi cabeza cuando me invitaron a

estudiar en el Seminario y servir en la iglesia en Medellín fue, “tengo suficiente experiencia

y los sorprenderé a todos”. Sin embargo, mi primera oración, cuando al inicio de mi

segundo semestre académico inicié labores misioneras en Medellín fue, “perdóname Señor,

yo no sé cómo voy a lograr hacer lo que me piden y te necesito a mi lado”. Este

reconocimiento fue volver a descubrir la libertad del Señor porque la obra suya no descansa

sobre mis débiles hombros, sino sobre los brazos fuertes de Dios. Mi servicio actualmente

descansa en la comprensión (no tan clara aún, pero en proceso de consolidarla) de que la

obra que Dios quiere que haga aquí y ahora está basada en la naturaleza misma de Dios que

desde el inicio de la creación ha estado en misión

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