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Desde ya señalo que no escribo estas líneas con espíritu polémico. Creo que las
actitudes de esta índole son raras veces constructivas. Y si ahora vuelvo sobre el
tema es, simplemente, porque considero que todavía pueden aportarse algunos
elementos de juicio desconocidos u olvidados, que han de contribuir a esclarecer
la ideología fundadora de nuestra nacionalidad. El doctor Marfany sostiene, en
contra de mis afirmaciones ya citadas, que:
“La palabra soberanía, clave de la inferencia del citado autor, tiene otra
ubicación en el plano intelectual y espiritual de los hombres de Mayo... Que en
ninguno de los documentos de la Revolución aparezca la teoría escolástica del
origen divino de la autoridad política, no explica que la negaran. Sin embargo, lo
más probable es que Castelli se fundara en ellas...”. (3)
“La tesis política expuesta por Castelli, fue adecuada al plano de las ideas
aceptadas, sin asomo de herejía”. (4)
Este grupo revolucionario, por consiguiente, no podía atenerse a las fórmulas del
siglo XVI. Si las ideas contemporáneas y las soluciones derivadas de ellas
comenzaron a ser difundidas inmediatamente después de organizado el primer
gobierno patrio, sería ilógico, y contrario a la natural continuidad que tienen las
acciones humanas, creer que su modo de pensar cambió radicalmente entre el 22
y el 25 de mayo.
“El Poder Soberano vuelve a cada uno de los Pueblos antes reunidos bajo un solo
Jefe”.
Sigo creyendo, por lo tanto como lo dije en mi anterior artículo sobre este tema
los antecedentes de la doctrina revolucionaria deben buscarse “en una
combinación de todas las influencias que podían gravitar entonces sobre el
pensamiento rioplatense, con una acentuada inclinación modernista”, fundada en
el sistema jurídico racionalista. Los documentos conocidos acerca de ese
pensamiento no permiten, hasta ahora, extraer de ellos conclusiones más
categóricas, pero si se los compara con las doctrinas que hemos citado a lo largo
de estas páginas, no puede dejar de advertirse una semejanza característica que
no es obra de la casualidad.
Tales influencias tampoco eran exclusivas del grupo revolucionario sino que
integraban un conjunto de doctrinas comunes a todos los grupos de cultura
superior en la sociedad. Por eso podemos ver que el Obispo de Buenos Aires
atribuía la soberanía a la Junta Central; que el oidor Ansotegui tenía en su
biblioteca los libros de Bodin, Locke, Grocio, Pufendorf, Wolf, etc.; y que Villota
no discutió la idea de que la soberanía retorna al pueblo faltando el monarca,
limitándose a decir que ese pueblo era el de toda la Nación.
Notas
1) Revista del Instituto de Historia del Derecho, nº 11, 47, Buenos Aires.
2) Id., 65-66.
4) Id.
[Nota de cátedra: Sólo se han trascripto las notas que remiten a la polémica. Para
el resto remitimos al original].
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