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CORPORACIÓN UNIVERSITARIA MINUTO DE DIOS - UNIMINUTO SP

FACULTAD DE CIENCIAS HUMANAS Y SOCIALES


DEPARTAMENTO DE FILOSOFÍA

SEMINARIO DEL SÍMBOLO

TEXTO: TRÍAS, Eugenio, La Edad del Espíritu-17-58

Elaboró: Nicol Julieth R. Urrea

Fecha: 28 – 09 - 2020

CATEGORÍAS Hermenéutica textual (Interpretación)


Acontecimiento La comunidad hermenéutica, por su parte, se transforma en cuerpo místico. Se
simbólico produce entonces el acontecimiento simbólico modulado en la clave tonal del
encuentro místico entre la presencia de lo sagrado y el testigo. P. 3

Todo el poso categorial presupuesto ha sido cancelado, anulado, puesto entre


paréntesis con el fin de que, de pronto, se alumbre la verdadera naturaleza y
condición de un acontecimiento simbólico en clave mística. P. 4

El acontecimiento simbólico se registra ahora en esa situación de encuentro místico


que rebasa y trasciende toda la infinita tarea hermenéutica y alegorizante del anterior
eón. Toda la trama de las hipóstasis y de las claves exegéticas, así como la tupida red
de figuras alegóricas, pasa de pronto a un segundo plano. P. 6
Pero en virtud de esa redefinición del lugar en donde se juega el acontecimiento
simbólico, que ahora se establece en clave mística, esa jerarquía emanativa, o esa
«escala» descendente y ascendente, se presenta de forma radicalmente cambiada y
modificada. P. 6

En este sexto eón, en efecto, en razón de haber entronizado la unio mystica como
centro tonal hegemónico del acontecimiento simbólico, puede producirse esa
poderosa emanación de irradiaciones luminosas que compone una sublime y perfecta
jerarquía trabada y cohesionada: una auténtica arquitectura hierática y sublime en la
que todos sus elementos, tanto los soportales como los engarces, constituyen
luminarias incandescentes. P. 11

El acontecimiento simbólico en clave mística exige, entonces, trascender y desbordar


la literalidad del libro y la exterioridad de la ley con el fin de penetrar en su sentido
esotérico y secreto, o sentido místico, cuyas claves de sentido remiten al pléroma de
los doce eones, o Imames celestiales (los doce inmaculados; o los catorce, los imames
más Alí y Fátima). P. 21

En el ámbito occidental el eón místico tarda en iniciar su singladura. Las condiciones


de existencia en que se vive en las ruinas del Imperio Romano Occidental no son
favorables ni propicias para el despegue de esta sexta categoría. El acontecimiento
simbólico retrocede de esa ascensión hacia la unio mystica a formas simbólicas
arcaicas que, sin embargo, parecen siempre barruntar oscuramente esa categoría. P.
26

El acontecimiento simbólico no se revela únicamente en doctrinas filosóficas o


religiosas. Ciertamente éstas pueden darnos pistas importantes; lo mismo los
fenómenos religiosos; tanto más en el caso de creaciones nuevas y originales de gran
relevancia histórica y cultural. P. 28

Lo cierto es que el acontecimiento simbólico, si bien no incide de manera mecánica en


las formas de organización social, puede configurar el imaginario de éstas. P. 29

El acontecimiento simbólico también muestra su relevancia en el terreno del arte. En


el ámbito de la estética (en su sentido etimológico, aisthesis, conocimiento sensible y
creación de formas sensibles) puede también comprobarse su rendimiento. Se
advierte su poderoso influjo, sobre todo, en la arquitectura sagrada; o en la forma de
construcción, disposición y estilo del templo en un eón determinado. P. 33
Mística Frente al «símbolo de la fe», en el cual queda reducido a un esqueleto sin vida el
poderoso trabajo hermenéutico del anterior eón, ahora este corpus dionisíaco
constituye en verdadero sym-bolon el encuentro en clave mística, o la unio mystica. P.
2

Toda la trama de las hipóstasis y de las claves exegéticas, así como la tupida red de
figuras alegóricas, pasa de pronto a un segundo plano. No desaparecen, ciertamente;
pero constituyen ahora el presupuesto y el peldaño necesario para el paso decisivo,
en el cual se produce de hecho y de derecho el acontecimiento simbólico en este eón:
la condición de posibilidad de una paradójica comunicación mística entre el testigo y
la presencia (siendo ésta un vislumbre relativo a una fundamental ausencia). P. 6

Pero en virtud de esa redefinición del lugar en donde se juega el acontecimiento


simbólico, que ahora se establece en clave mística, esa jerarquía emanativa, o esa
«escala» descendente y ascendente, se presenta de forma radicalmente cambiada y
modificada. Comparece precisamente como jerarquía: orden sagrado escalonado que
procede de un foco radiante y fontanal. P. 6

Esos estratos jerarquizados no son ya las proyecciones hipostáticas de las claves


hermenéuticas y exegéticas sino algo muy distinto: la efusión y difusión de una
jerarquía de luces que procede de ese núcleo fontanal con el cual traba contacto el
testigo en su experiencia mística, y en las formas de videncia y comprensión
(paradójicas) que en esa tesitura encuentra. P. 7
De este modo se establecerá el fundamento hierático y sublime que necesita este
eón, tanto en sus exigencias de inteligencia mística como de formas de
representación simbólica (o de arte «en clave mística»). P. 8

De este modo el libro, parte simbolizante manifiesta, es ascendido a través de la


comunidad, mediante la recitación de las azoras, o de las aleyas, hasta la parte mística
que en él se halla simbolizada. P. 14

El testigo humano, confrontado con el ser incondicionalmente necesario, vive la


experiencia de hallarse al filo de la maroma absoluta entre su existencia actualizada
por el decreto creador divino y su cuota de inexistencia; o entre el ser y la nada. La
experiencia mística alcanza su máxima hondura en esta angustiosa experiencia. P. 16

Tal Corán esencial es la hipóstasis de la esencia muhammadiana eterna, clave de la


creación y de la resurrección, síntesis simbólica del alfa creador y del omega
reintegrador. Constituye la forma mística y esotérica que iluminará las mentes y los
espíritus cuando tal proclamación de la «gran resurrección» se produzca. P. 20

Debe, pues, alcanzarse la reintegración mística de una unión simbólica del testigo con
su Creador, y del alfa de la creación con el omega del retorno. Entretanto, se
desarrolla el drama de una existencia entre penumbras, sólo iluminada por las luces
proféticas y sapienciales. P. 21

Con el fin de remediar esos errores busca su inspiración en la tradición filosófica y


sapiencial, o en la autoridad de la transmisión profético-filosófica, desde la cual puede
alcanzarse su deseada síntesis de unión mística e iluminación filosófica. P. 23

Intenta, sobre todo, conjugar la visión mística con la reflexión filosófica, hallando la
síntesis que conjuga ambos modos de conocimiento en las formas simbólicas. A través
del símbolo ambas fuentes gnoseológicas llegan a coincidir. P. 24

En Perifyseon despliega una grandiosa concepción jerarquizada y mística, en la que


importa tanto el despliegue desde la «naturaleza increada y creadora» como el
reintegro de la creación y la creatura en la «naturaleza no creada y no creadora» (o
Dios como causa final). P. 27

Es, de hecho, la idea mística que gobierna, como categoría hegemónica, todo este
eón, ordenando en torno suyo todas las demás categorías. P. 34

Constituye, de hecho, el gran acontecimiento simbólico, dentro del ámbito occidental,


modulado en clave mística. Con él la cultura mística propia y específica de este eón
alcanza, quizás, uno de sus frutos más perfectos. P. 35
Símbolo Frente a la mística divorciada de la intelección reflexiva, o frente a la filosofía de los
falásifa aristotélicos, separada de la intuición visionaria, propone una conjugación de
ambas en una «intuición intelectual» que tendría por materia y forma el símbolo. P.
24
Comunidad Al finalizar el quinto eón las claves hermenéuticas acaban convirtiéndose en hipóstasis
sistemáticas, y éstas en símbolos de la fe de una comunidad. La comunidad
hermenéutica se transforma en iglesia. Ésta surge de la comunión en un mismo credo,
que el «símbolo de la fe» proclama. P. 1

En esta sexta categoría la comunidad hermenéutica del testigo asciende hasta


encontrarse con el último estrato de lo simbolizado en el símbolo. Ese encuentro es,
en propiedad, lo que suele llamarse encuentro místico. La comunidad hermenéutica,
por su parte, se transforma en cuerpo místico. P. 3

Tal cuerpo místico constituye el soporte de la comunidad mística en la que habita el


testigo. Acompañado de su comunidad, de su ecclesia, sube por esta escala de Jacob
que le conduce, de ascensión en ascensión, hasta la cumbre del Sinaí místico. P. 9

Todo lo cual compone, en este eón, lo que puede llamarse el cuerpo místico de la
comunidad en la que habita el testigo. Se trata, en realidad, de una comunidad
jerarquizada ontológica (u ontoteológica) que emana, por procesión, de la Luz de
Luces primigenia. P. 10

Hay que volver a beber en el agua pura del manantial que fluye de la más vieja
herencia profética con el fin de recuperar, a través de ese repliegue sobre el origen, el
horizonte mismo de la gran novedad, o de la más bella de las noticias: la que abre una
tarea futura de libertad y salvación para la comunidad mística que entonces pueda
constituirse. P. 12

Hay que restablecer el diálogo interrumpido, y la alianza destrozada, entre ese Dios
Uno y Único y su comunidad de elección. Ésta se define ahora, con todo rigor y
coherencia, según las imperiosas necesidades de este eón (el culminante de todos los
eones, el Año Uno del nuevo calendario, verdadera culminación del tiempo histórico),
como una auténtica comunidad mística. P. 12

El Libro Santo constituye, entonces, el mayor regalo de Dios a la comunidad: lo que


permite a ésta constituirse como verdadera comunidad mística. Ésta requiere para
fundarse la comunión con ese Libro Santo que desciende del cielo, escrito por la mano
de Dios a través del cálamo de su inteligencia y sabiduría, sobre la tablilla, que es el
anima mundi, y en particular el alma del profeta elegido como receptor de la
revelación. P. 13

En el Islam el libro santo no funda una comunidad hermenéutica; no es el libro lugar


de infinita exégesis. En el Islam el libro santo funda la comunidad mística, en el
sentido de que ésta comulga literalmente con la escritura del Corán. El Corán no está
ahí para ser objeto de interpretación o de infinita hermeneusis. El texto del Corán no
debe ser interpretado. Debe ser, en sentido místico, comulgado. P. 13

De este modo el libro, parte simbolizante manifiesta, es ascendido a través de la


comunidad, mediante la recitación de las azoras, o de las aleyas, hasta la parte mística
que en él se halla simbolizada. P. 14
La sh’ía, tanto la doudecimana como la ismailí, puesto que constituye un movimiento
de disidencia, introduce desde su origen una fisura dentro de la coherencia de la
revelación coránica y de la comunidad mística que deriva de ella, así como en el
marco de las jerarquías invisibles y visibles que articula. P. 21

En lugar del horizonte místico parece que la comunidad monacal retrocede a la


conciencia apocalíptica, sin que se disponga de la misión y de la tarea hermenéutica
en la cual esa conciencia había surgido. Ahora esa conciencia se confunde con la
experiencia diaria. P. 26

En lugar de la comunidad mística el testigo reconocerá la presencia de lo sagrado en


el seno de una comunidad espiritual. El séptimo eón es aquel en el cual se produce la
plena y consumada revelación de lo que, de ahora en adelante, se llamará la era o
edad del espíritu. P. 33

Ya no será posible aquí en la tierra consumar la unio mystica en el seno de una


comunidad que viva ya en el hic et nunc en comunión con la suprema Luz de Luces, o
con el Señor de la Resurrección. P. 36

Tal comunión, a partir del séptimo eón, deberá realizarse en forma espiritual, en el
marco de una comunidad unida con la presencia a través del soplo del espíritu. P. 36

Dios Sea eso (= x) ser o Dios, lo cierto es que sólo parece ser posible captarlo en su pureza
y verdad mística como radical y absoluta negación de todos y cada uno de nuestros
conceptos mentales, los que establecen precisamente la trama categorial simbólica.
P. 4

Eso no es, pues, nada que pueda ser significado ni nombrado, nada que pueda resistir
comunidad de género o especie con los «nombres» que nuestro lógos logra
determinar, ni siquiera con las claves exegéticas o las tipologías alegóricas que
desvelan el sentido esotérico y secreto de esos nombres (nombres del ser, nombres
de Dios). P. 4
Ya el gnóstico Basílides había aventurado la idea audaz de que Dios era quizás un no
ser, una nada. Decir que la creación debía concebirse como creatio ex nihilo
significaba, entonces, que había sido creada (es decir, revelada y emanada) desde esa
nada que era la esencia misma de Dios. P. 5

También el gnosticismo valentiniano concebía a Dios en forma negativa, como un


abismo (bythos), algo por tanto «sin fundamento» (un proârjë, lo previo a todo
«principio»). Tal abismo era concebido, en la forma expositiva característica de esta
gnosis (una forma narrativa, es decir, «mítica»), como trabando consorcio con su
pareja «femenina», que era Sigë, silencio (negación «positiva» de palabra y
comunicación). Silencio, en este sentido, retenía al abismo, en el sentido de que le
impedía su expansión comunicativa. P. 5

El Dios hace ofrenda de sí, como bondad efusiva y don supremo, y el testigo se sale de
su propia realidad, y de sus facultades de intelección y comprensión, acudiendo a ese
encuentro radical en el cual se consuma dicha unión. P. 7

Esta grandiosa y sublime jerarquía infinita circula de Dios a la materia, o de la Luz de


Luces hasta la tiniebla inferior, o de la jerarquía arcangélica a su reflejo en el cielo (con
sus órbitas y cuerpos luminosos). Ese «orden sagrado» resuena y se simboliza en las
jerarquías terrestres: en la ecclesia, y también en el poder imperial (investido de
legitimidad eclesiástica). P. 9

Y entre Dios y esa comunidad aparece entonces el fundador de ésta, aquel hombre de
carne y huesos que le concede la ley que precisa para su propia convivencia y
organización: la que permite unificar un consorcio tribal en una verdadera comunión
mística. P. 12

Entre Dios y el pueblo de Dios, el testigo: profeta verdadero, verus propheta, cuyo
nombre es Muhammad.201 A él le incumbe promover la religión universal del
presente eón, la última quizás de todas las religiones reveladas, la que en cierto modo
realiza la esencia y el concepto mismo de lo que por religio puede entenderse. P. 12

Y entre Dios y el profeta, el Libro Santo, que desciende del cielo, escrito por Dios en
lengua árabe. Muhammad es el transmisor de la revelación divina. La sabiduría de
Dios es el verdadero cálamo que escribe el texto sobre la tablilla. P. 13

A Dios se le concede, en lugar del humo del sacrificio, o del aroma de la víctima, la voz
entonada que actualiza la caligrafía del libro santo que Él mismo entregó a su
comunidad. P. 14

Entre estas aleyas destaca la sublime aleya de la luz: «Dios es la luz de los cielos y la
tierra. Su luz es como una hornacina en la que hay una lámpara. La lámpara está
dentro de un cristal. El cristal es como si fuera un astro resplandeciente. Se enciende
de un árbol bendito, un olivo que ni es del este ni del oeste, cuyo aceite casi alumbra
aunque el fuego no lo ha tocado. Luz sobre luz. Dios guía su luz hacia quien él quiere,
Dios expone parábolas a los hombres, y Él es el Conocedor de todas las cosas». P.15

El árbol bendito, el olivo, puede entenderse como la forma simbólica, o parabólica, de


ese decreto, del kun (en árabe), es decir del ¡Sea, exista!, palabra existenciadora a
través de la cual Dios materializa en forma de decreto su voluntad. Así interpreta el
símbolo Ibn Arabí en su obra El árbol del universo. P.15

Dios es la Luz trascendente, pero es también la Luz que está encima de toda la
jerarquía de las luces: Luz sobre luz. P. 15

Dios es el dador de existencia. Es, pues, causa eficiente de toda existencia posible. En
consecuencia en Él la existencia no constituye una contingencia afectada por la
posibilidad. En él la existencia fluye de una necesidad incondicional. Por el contrario,
en la serie jerárquica emanada de Él, o creada por Él, la existencia debe ser activada
por el decreto creador para traspasar de la posibilidad al acto. P. 16
Dios es Bondad suma: capacidad ilimitada de donación, Don efusivo y difusivo. Su
esencia consiste en darse, o en conceder a otro el más preciado de sus dones, el
mayor de todos los bienes, la existencia. P. 17

Como Dios, ser por sí, sino que es o existe por razón del decreto creador
(existenciador) de Dios. P. 17

Ibn Síná determina a Dios como el Ser incondicionalmente necesario; su esencia, su


quididad, exige y postula la existencia. En Él esencia y existencia se hallan unidas por
férrea necesidad. Es, pues, el Ser que existe por Sí mismo, o en el que la causa y razón
de su existencia está en Él mismo, en su propia naturaleza y esencia. P. 17

La primera emanación, o primera Inteligencia, da testimonio del reconocimiento de su


naturaleza creada. Sabe que un límite la distancia del Dios Uno y Único. Tal límite
constituye el velo que cela la total y absoluta intelección de ese sustrato escondido
(místico) de la esencia inconmensurable de Dios. P. 18

Pero Dios en su misericordia ofrece al hombre el camino gnóstico de salvación en


virtud del cual puede ir, paulatinamente, adelantando posiciones, o avanzando de su
posición rezagada. Recupera así el tiempo perdido que la vacilación de Ànthrópos le
ocasionó. P. 19

En Perifyseon despliega una grandiosa concepción jerarquizada y mística, en la que


importa tanto el despliegue desde la «naturaleza increada y creadora» como el
reintegro de la creación y la creatura en la «naturaleza no creada y no creadora» (o
Dios como causa final). P. 27

Tales atributos divinos componen el Verbo de Dios, eternamente engendrado desde


el Padre. Bonitas, Veritas, Essentia, Vita, Sapientia, Ratio constituyen los nombres de
Dios a través de los cuales se gesta ab aeterno su Verbo creador. Tales atributos se
confieren, aminorando en intensidad, a la «naturaleza creada y no creadora». Ésta es
la materia prima de la sabiduría divina, o es la propia sofía de Dios en sus razones
seminales. P. 27

Relevación Pasa con rapidez sobre el tema trinitario y cristológico; siendo artículos de fe, no
incide sobre esos temas su reflexión; otra es la revelación que propone. Y en esa
revelación el modelo hipostático trinitario, o el concepto del lógos divino, apenas si
tienen relevancia: son artículos de fe que se dan ya por supuestos. Son misterios. P. 2

Lo que en el curso del quinto eón importa es sobre todo ese entramado de hipóstasis,
ya que son éstas las que proporcionan las claves hermenéuticas que conceden sentido
a la revelación literal. P. 5

Este eón vence la crisis en que se derrumbó el anterior eón mediante esa poderosa
revelación, que en el corpus dionisíaco adquiere su perfecta formulación. Habrá que
avanzar en el despliegue de esta nueva revelación, la que pertenece de hecho y de
derecho al eón místico (la revelación de esa jerarquía de luces que compone el cuerpo
místico), para descubrir la necesaria cesura dia-bálica propia y específica de este eón.
P. 10

Cada revelación religiosa correspondió a alguno de los eones simbólicos del


«engarce» de sucesivas manifestaciones proféticas que en Muhammad obtienen su
rúbrica y su sello definitivo. Y el libro santo, Alcorán, subsume en su seno generoso
esas revelaciones. P. 13

El tema propio y específico de la clave mística que estamos recorriendo, que tiene su
revelación en la jerarquía de luces escalonadas, ascendentes o emanadas, todas ellas
derivadas de la fuente divina de toda vida y existencia. P. 15
En este sentido envía Dios la revelación profética, a través de la cual se da a la
comunidad humana, en cada época, una ley cuyo cumplimiento permite avanzar en
dirección hacia la eternidad. P. 19
La intuición visionaria del místico se enriquece con la reflexión filosófica, pero ésta
halla su polo de orientación si parte de una previa revelación que se le haya dado a la
intuición mística. P. 24

Esta lúcida y genial conciencia metodológica de Sohrawardí presagia ya el siguiente


mundo categorial, en el cual importa sobre todo esa conjugación symbálica entre
intuición y reflexión, o entre revelación y «razón». P. 24

El séptimo eón es aquel en el cual se produce la plena y consumada revelación de lo


que, de ahora en adelante, se llamará la era o edad del espíritu. P. 33
Presencia Se produce entonces el acontecimiento simbólico modulado en la clave tonal del
encuentro místico entre la presencia de lo sagrado y el testigo. P. 3

Toda esa jerarquía está, de hecho, polarizada por el centro de interés y de experiencia
de este eón: el encuentro místico entre el testigo y la presencia-ausencia de la
incógnita (= x). p. 6

Pero esa ley exotérica de la profecía debe ser iluminada e inspirada por la presencia
de un Imam, que en cada época concede las claves hermenéuticas para adentrarse en
el sustrato sapiencial de dicha ley, o para desvelar su fondo esotérico. P. 19

Espíritu A mitad de camino entre la arcaica conciencia apocalíptica y la novísima sensibilidad


respecto al advenimiento del espíritu (que celebra su primacía en el séptimo y último
eón), Escoto Erígena constituye una figura sorprendente, casi imposible, a tenor por el
contexto cultural, filosófico y simbólico en el que vivió. Sus gérmenes reflexivos
tardarán en dar verdadero fruto. P. 28

El séptimo eón es aquel en el cual se produce la plena y consumada revelación de lo


que, de ahora en adelante, se llamará la era o edad del espíritu. P. 33
Tal comunión, a partir del séptimo eón, deberá realizarse en forma espiritual, en el
marco de una comunidad unida con la presencia a través del soplo del espíritu. P. 36
Sagrado Ese encuentro supone la elevación del testigo hasta más allá del último límite del
mundo, una vez ha proseguido su ascensión hermenéutica y exegética; y supone
asimismo el levantamiento del último velo que mantiene oculto el misterio de lo
sagrado. P. 3

El núcleo (= x) de lo sagrado, en su propia forma presencial, constituye una luz


intensísima que puede acaso concebirse como el máximo de oscuridad y de tiniebla.
P. 3

La incógnita (= x) de lo sagrado y lo santo, evidenciado al fin como lo más sublime y


encumbrado de todo lo que imaginar y pensar se puede, o mejor aún, como la
asíntota que siempre y necesariamente rebasa ese pensamiento acerca del máximo
de perfección, sublimidad y grandeza pensables e imaginables, va negando una a una
todas las categorías escalonadas que hasta aquí han comparecido. P. 5

En última instancia sujeto y objeto, o el testigo, y su comunidad, y la presencia-


ausencia de lo sagrado son desbordados y trascendidos en esa situación de encuentro
en la cual se realiza la unio mystica, en la cual, como en el éxtasis de la cópula, cada
uno de los términos «relativos» sale de sí, al encuentro con el otro. P. 7

Ese «orden sagrado» resuena y se simboliza en las jerarquías terrestres: en la ecclesia,


y también en el poder imperial (investido de legitimidad eclesiástica). P. 10

La totalidad de rangos sociales (eclesiásticos, civiles, productivos) configura un


auténtico «orden sagrado», un cuerpo místico, que las jerarquías celestes avalan y
legitiman. Tal cuerpo místico compone una única unidad jerarquizada y grandiosa,
toda ella ungida e investida del aura de lo sagrado. P. 30

En lugar de la comunidad mística el testigo reconocerá la presencia de lo sagrado en


el seno de una comunidad espiritual. P. 33

Era preciso que la grandiosa jerarquía de luces que componía el «orden sagrado» de
los mundos invisibles evocada en esos textos, tuviera su forma visible o resonara
simbólicamente en un templo que fuese digno de ellas. P. 34

Ligero, casi sin muros, sólo soportado por gráciles nervaturas, reforzadas por los
arbotantes, el templo debía ser el templo de la luz intervenida y filtrada, o de la
cascada de la Luz de Luces que configuraba el orden sagrado de los mundos invisibles.
P. 35

De la imponente jerarquía de luces que configura el «cuerpo místico» de la


comunidad propia de este eón se transitará hacia una comunidad espiritual en la que,
en genuino descenso en relación a las alturas hieráticas y sublimes del encuentro
místico, se igualen y nivelen finalmente en rango el testigo y la presencia de lo
sagrado. P. 37
Filosofía Frente a la mística divorciada de la intelección reflexiva, o frente a la filosofía de los
falásifa aristotélicos, separada de la intuición visionaria, propone una conjugación de
ambas en una «intuición intelectual» que tendría por materia y forma el símbolo. P.
24

La filosofía concede a esta intuición imaginativa y visionaria, de naturaleza mística, su


iluminación reflexiva. Ambas se conjugan con el fin de desplegar toda la grandiosa
jerarquía de luces que revela y reflexiona Sohrawardí a través de su magnífico texto.
P. 25
Sombra Resulta coherente con el eón místico, en el cual se revela, desde la unio mystica del
testigo con la Luz de luces, toda esa cascada emanativa de luces descendentes o
ascendentes, que la cesura diabálica comparezca como generación de sombra y de
tiniebla. P. 21

Tal sombra, consecuencia de la vacilación y del retroceso de Ànthrópos, hace


referencia a una catástrofe dia-bálica que el gran acontecimiento simbólico, en
registro místico, debe sortear. P. 22

Pero en la teosofía filosófica de Sohrawardí, seguidor de Ibn Síná en algunos puntos


importantes de su reflexión, ha nacido y ha crecido una poderosa sombra que hace
frente al poder supremo de la jerarquía de las luces. P. 23

Pero frente a esta riqueza infinita se mantiene, como forma de eterna resistencia a
este orden inteligente, la sustancia nictófora, portadora de noche y tiniebla, mancha
de oscuridad, opacidad y sombra que introduce el lado tenebroso de todo lo corporal.
P. 25

Las luces, de hecho, no combinan con las sombras, pero permiten que éstas sean
soportes de figuras icónicas de corporalidad ligera y sutil sobre las cuales las
inteligencias arcangélicas y las almas de los mundos inician una peculiar teúrgia. P. 25

Pero el sustrato de sombra determina el destino originario del hombre exiliado en


esta tierra, o en su «destierro occidental», hundido en la materia crasa y densa, en
medio de la opacidad y la tiniebla. P. 26

De pronto se instala una mancha de oscuridad y sombra en ese orden sin fisuras. De
repente se cuestiona esa organización que parecía transfigurar, ya aquí en la tierra, el
conjunto de la vida peregrina en una grandiosa ascensión mística hacia la unión con
las jerarquías del cielo. P. 30

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