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Demolición de Marco Aurelio

Por: F. Javier Herrero | 25 de septiembre de 2014

                                Estatua ecuestre de Marco Aurelio en el Campidoglio, Roma / Leemage, Getty

A juicio de sus contemporáneos, Marco Aurelio fue el emperador perfecto, aquel cuyo
reinado fue la época más feliz del mundo antiguo, último de la serie de los llamados
‘emperadores buenos’ del siglo II d. C. Las fuentes históricas de aquel tiempo nos han
legado la figura de un emperador que siempre obró con rectitud, sabiduría y humanidad,
guiado por su pasión por la filosofía estoica. Y si prefiriésemos evocar a nuestro
personaje con herramientas actuales, los cinéfilos podrían revisar las memorables
interpretaciones que de él hicieron Alec Guiness en La caída del Imperio Romano y
Richard Harris en Gladiator, que nos dejaron una positiva y bienintencionada imagen
de Marco. Pero si analizamos la documentación de la época, y de Marco Aurelio queda
muchísima, con las gafas de la crítica, el resultado puede ser demoledor. Esa es la tarea
que se propuso el profesor Augusto Fraschetti, profesor de Historia romana en la
Università di Roma La Sapienza y la Universidad de La Sorbona, con Marco Aurelio, la
miseria de la filosofía (2007), que ha sido publicado este año en español por Marcial
Pons gracias a la traducción de Javier Arce.

Es necesario aclarar que se trata de una obra póstuma que Fraschetti estaba terminando
cuando falleció en 2007, pero que se decidió publicar como homenaje al autor. Por ello
se echa en falta una última corrección que eliminase repeticiones, reducción de textos
citados in extenso, etc,. No obstante, la profusión de notas, citas y textos de fuentes
diversas juegan a favor de la obra. En cuanto al enfoque, el autor opina que quizás se le
puede reprochar “el haber intentado reconstruir en todos sus aspectos las diferentes
fases de un reinado de forma quizás no demasiado benévola en relación con su
protagonista”. Si por benevolencia entendemos simpatía y buena voluntad hacia las
personas, en este ensayo el lector tendrá complicado encontrar algo de ella hacia Marco
Aurelio.
Desde el reinado de Nerva se inicia lo que se denominó el “imperio adoptivo”, que se
basaba teóricamente en la elección del “mejor” por parte del Augusto para sucederle en
el trono de Roma. Los investigadores -alemanes sobre todo- que creyeron que este fue
el método sucesorio del siglo II, recurrían a unos ‘principios de adopción’ descritos por
Tácito y Plinio. Marco Aurelio designó a su hijo Cómodo sucesor del Imperio con lo
que ese ideal político, que se suponía que era el óptimo, tocaba a su fin según Fraschetti,
pero hay que añadir que ninguno de los emperadores adoptivos anteriores tuvieron
descendencia masculina directa y no sabemos qué habría pasado si Adriano hubiese
tenido un hijo natural. El profesor italiano sabía que la elección del “mejor” no pasaba
el examen de la realidad y analiza el papel que jugaban las mujeres de la domus
Augusta, en quienes el mismo Marco Aurelio veía la “dote imperial” ya que transmitían
el vínculo que radicaba en la gens Aelia. Se acerca en ese análisis al que ya llevó a cabo
Alicia M. Canto, profesora de la UAM y miembro de la Real Academia de la Historia,
sobre la dinastía Ulpio-Aelia, que incluye desde los italicenses Trajano y Adriano hasta
Cómodo (98-192 d.C.), una verdadera dinastía hispana enraizada en la Bética con
fuertes lazos de consanguinidad y comunes objetivos políticos, como lo demuestra el
origen de los padres de Marco Annio Vero, nuestro Marco Aurelio, que nacieron en la
colonia cesariana de Ucubi, la actual Espejo cordobesa.   

Al ser proclamado emperador, Marco pide al Senado que sean aplicadas las
disposiciones sucesorias de Adriano y que su hermano adoptivo Lucio Vero le
acompañe en el coprincipado con lo que Roma dispondría de dos Augustos con poderes
idénticos a todos los efectos, la misma auctoritas y la misma potestas. Lo que según la
historiografía tradicional fue una armoniosa relación fraternal, según Fraschetti no fue
tal y la política de guerra lo demostraría. El Imperio Parto desafió a Marco desde
Oriente al poco de ser proclamado emperador, tratando de controlar el estado tapón
armenio. Lucio Vero tomó las riendas de la expedición romana que respondería a
Vologeses III de Partia, ya que Marco carecía de  conocimientos militares. Al contrario
de lo que afirma la Historia Augusta -una compilación de biografías imperiales de la
época-que describe a Lucio como un depravado e inmoral, Fraschetti opina que este
cumplió impecablemente con los objetivos y no cuestiona la expedición, pero una vez
controlada Armenia, ¿era necesario desde el punto de vista del gasto militar llegar hasta
Ctesifonte, la misma capital parta, y destruir Seleucia, ciudad que se rindió sin batallar?

Cuando las legiones vuelven a Roma con Lucio en 165 d. C. no vienen solas. Vuelven
victoriosas pero traen la peste. La enfermedad se extendió por todo Occidente y en su
peor fase se cobró en Roma 50.000 muertes diarias con unas consecuencias que
persistieron durante largo tiempo. Con este panorama, el limes septentrional del Imperio
se derrumba por la presión que ejercen marcomanos y cuados, y Marco Aurelio ya no
sabrá lo que es una paz definitiva en el Danubio y el Rin hasta su muerte. 300 años
después, el territorio itálico vuelve a ser invadido y Aquileia –situada en el Véneto- es
sometida a asedio. Marco se vio obligado a gestionar reclutamientos militares masivos
para contener a los bárbaros, con el gasto económico añadido que impuso a una
sociedad asolada por la peste, pero en opinión de Fraschetti, el problema principal era la
estrategia a seguir con los enemigos del norte. Lucio Vero quería mantener la política de
contención y diplomacia que caracterizó los reinados de Adriano y Antonino Pío, con
bastante éxito, mientras que Marco estaba a favor de “una política imperialista” que
llevase las fronteras de Roma hasta el Elba, creando las nuevas provincias romanas de
Marcomania y Sarmacia, lo cual era de todo punto insostenible. Según Fraschetti, el
empecinamiento de Marco en estas guerras, constante juego del gato y el ratón sin visos
de victoria, pasará una factura que le costará demasiado cara a Roma.

Esa factura económica se componía de varios elementos: la falta de mano de obra en el


campo y las ciudades, el aumento de la presión fiscal a causa de las guerras nórdicas, la
decisión de devaluar el denario debida a las exangües reservas de plata y la espiral
inflacionista generalizada. La situación era tan difícil que Marco decidió incluso
subastar las propiedades imperiales para financiar las levas militares. Todo esto lleva
a Fraschetti a afirmar que “el comienzo de la decadencia  del Imperio romano se debe
hacer recaer          Áureo con la imagen de Marco Aurelio / Dagli Orti, Getty       sobre el emperador-
filósofo

Marco Aurelio. Él (…) no deja de aparecer como un completo ignorante de las leyes
que regulan una economía de mercado y la marcha de los precios”. Pero el “buen”
Marco, como irónicamente suele enfatizar el autor, fue capaz de dar alguna de cal, como
ocurrió en el caso de los esclavos. Legisló favoreciendo la manumisión de éstos y
protegiendo la nueva situación de los libertos. Su visión estoica de la esclavitud era
paradójicamente cercana a la de los cristianos, que protagonizaron el episodio más
controvertido del reinado de Marco Aurelio. El historiador italiano es taxativo en este
asunto cuando afirma que Marco Aurelio los consideraba “adversarios a combatir sin
piedad y sin tregua” y actuó como “un perseguidor feroz”.

En contraste con la gran tolerancia de la que habían dado prueba tanto Adriano como
Antonino Pío, entraron en vigor los 'nuevos decretos' cuya principal novedad era la
puesta en marcha de la búsqueda de oficio de esos cristianos por parte de las autoridades
provinciales. La historiografía moderna ha intentado pasar de puntillas por este asunto y
buscar explicaciones que al final no resultan convincentes. Las legiones de reciente
creación fueron completadas con todos los recursos posibles: esclavos, bandidos o
gladiadores. La escasez de estos últimos en los espectáculos públicos por el elevado
precio que por ellos exigían los lanistae, unida al ambiente de persecución, provocó
sucesos como el de los mártires de Lyon, cuya matanza sustituyó la celebración de
unos costosos juegos de gladiadores. A este respecto, Anthony Birley en Marco
Aurelio, la biografía definitiva (Ed. Gredos), descarga toda la responsabilidad en las
autoridades provinciales del consejo de las Galias, pero no parece creíble que éstas
actuasen en sentido contrario a las órdenes del Augusto.
 

                   Marco Aurelio celebra un sacrificio en el templo de Jupiter en el Capitolio  / Dagli Orti, Getty

Resulta paradójico que fuesen un antiguo esclavo y el soberano del Imperio las dos
últimas grandes figuras del estoicismo. El frigio Epicteto ejerció sobre el emperador
una enorme influencia en su pensamiento, la cual impregnará las Meditaciones, el
cuaderno de anotaciones personales de Marco en el que Carlo Carena, oportunamente
traído por Fraschetti, encuentra su interés no como “ejemplo de un ensayo divinamente
sereno, sino al contrario, [como] el afán de una búsqueda nunca concluida, la prueba
decepcionante de un esfuerzo teórico alejado de la complejidad de la realidad”. Marco
Aurelio gustaba de repetir la afirmación de Platón: “Felices los pueblos en los que los
filósofos son reyes o en los que los reyes practican la filosofía”. En qué medida pudo o
quiso Marco Aurelio que el estoicismo fuese el timón de su política es la pregunta más
significativa que podemos hacernos sobre su imperio. G. R. Stanton subraya "con
énfasis la que podría definirse [como] una ‘escisión’ profunda entre el Marco Aurelio
emperador y el Marco Aurelio filósofo”. Fraschetti sostiene que esto sólo tiene una
causa: la conducta hipócrita de Marco, la hipocresía que se impuso a la filosofía del
emperador.               

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