“El viento sopla donde quiere, y oyes su sonido, pero no sabes de dónde viene ni adónde va” (Jn 3,8). La difusión de COVID-19 ha cambiado profundamente nuestra existencia y forma de vida: «nos encontramos asustados y perdidos. Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa». Dicha situación nos interpela, nos desafía y nos pide, con la luz del Espíritu, acciones concretas que permitan seguir fortaleciendo y respondiendo a la experiencia de formación de los futuros pastores de nuestra iglesia particular, teniendo presente que descuidar la formación de estos es un acto de irresponsabilidad muy grande que puede tener futuras consecuencias para los muchachos y para la Iglesia. Si bien es cierto que “en todas partes se han hecho esfuerzos por garantizar una respuesta rápida mediante plataformas digitales para la enseñanza (formación) a distancia, pero su eficacia se ha visto condicionada por una marcada disparidad en las oportunidades educativas y tecnológicas”. Este contexto nos ha demostrado que la formación a distancia “aunque necesaria en este momento extremadamente crítico, ha demostrado cómo el entorno formativo compuesto por personas que se encuentran, interactuando directamente y "en presencia", no sea simplemente un contexto accesorio de la actividad formativa, sino la sustancia misma de esa relación de intercambio y de diálogo (ya sea entre seminaristas o bien entre estos y los formadores), indispensable para la formación de la persona y para una comprensión crítica de la realidad”. Todo esto nos ayuda a entender que “es necesario poner siempre en el centro de la formación la relación con la persona concreta y entre las personas reales que componen la comunidad formativa; una relación que no encuentra suficiente espacio en la interacción mediada por una pantalla o en las conexiones impersonales de la red digital. La persona concreta y real es el alma misma de los procesos formativos formales e informales, así como una fuente inagotable de vida debido a su naturaleza esencialmente relacional y comunitaria, que implica siempre la doble dimensión vertical (abierta a la comunión con Dios) y horizontal (comunión entre los hombres)”. Este momento histórico requiere, para la formación de los futuros pastores, de algo inédito, el dueño de la Mies nos llama a asumir un nuevo dinamismo pastoral y a ser capaces de crear un renovado ardor formativo. Retomar la formación inicial al sacerdocio en el contexto de la nueva normalidad es un desafío para todos los seminarios en nuestro país. Esta compleja situación en la que nos encontramos implica un discernimiento especial para reanudar la vida comunitaria en los seminarios, y nos pide una respuesta generosa, motivada por el amor a Jesucristo y a su Iglesia. Tenemos el reto de mantener los procesos formativos de los futuros pastores y adecuarlos a este contexto histórico. Para esto es necesario tomar en cuenta, tanto la normatividad dada por nuestras autoridades civiles en materia de protocolos de higiene para la prevención de contagios y criterios de restricción dados por el semáforo de riesgo, como los lineamientos y orientaciones ofrecidos por nuestro Obispo. Es en este contexto donde se presenta esta propuesta que ayude al Obispo diocesano, a los formadores y a los seminaristas de la Diócesis de Magangué a retomar, de algún modo, sus actividades formativas. Así se pretende, al menos en este particular momento, propiciar un espacio formativo a la sombra de una comunidad parroquial y de tener en el párroco el más inmediato de sus formadores, en las familias y toda la comunidad cristiana en general, una fuente viva de estímulo y colaboración. Si bien es cierto que el Seminario como estructura física sigue vigente, también lo es que, antes que un lugar o un espacio material, es un ambiente, una atmósfera que posibilita el proceso formativo. Es por eso que se debe aclarar que, aunque sea una experiencia nueva y se desarrolle en la Diócesis de Magangué, no está desvinculada del proceso formativo que se lleva en el Seminario Provincial, sino que busca responder y apoyar al trabajo formativo de dicha institución, dado el momento en el que nos encontramos. Por lo que no podemos considerar este momento especial de la formación como algo marginal, sino un tiempo explícitamente formativo, con una articulación adecuada y una fisionomía propia. Vivir la formación en parroquias parece responder a la oración de Jesús “no te pido que los saques del mundo” (Jn, 17,15), entendiendo ese mundo como un ambiente geográfico y cultural, cargado de luces y de sombras, precisamente porque es necesario que los jóvenes no pierdan el contacto con la realidad diocesana ni se desarraiguen de su contexto social.