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La identidad es aquello que parte de nuestra existencia. El “ser” nos indica la existencia
de una identidad y una categorización de aquella. De esta manera, esa identidad es la
reunión de todo lo que nos suma y constituye como lo que somos, en él se incluye los
comportamientos y discursos a los que estamos rodeados y expuestos día a día. Ese
proceso de construcción de identidad, conlleva a analizar las estructuras generales en las
que nos desarrollamos y así mismo, en cada individuo que la conforma. Este estudio por
lo que somos y cómo llegamos a construir nuestros comportamientos a partir de las
culturas, o construir las culturas a partir de los comportamientos de los individuos; es lo
que caracteriza el tipo de estudio que guía a las ciencias sociales. Sin embargo, las
ciencias sociales, al momento de caracterizar el tipo de estudio, presentan un problema
que aún no está resuelto y es el problema de la interpretación.
Por otra parte, Garcia (2016) específica que la construcción del término género se
deriva de la historia de las mujeres, la cual se torna en un grupo de preguntas en donde
“se hace visibles a las mujeres como sujetos históricos inmersos en una circunstancia
particular que las conforma, a la vez que ellas actúan sobre la misma” (p.122).
Efectivamente, la ciencia histórica se ha tornado en la vida pública donde la creencia
principal es que el modelo ideal de ser humano es el hombre, de esta manera, se formó
un discurso que difunde el modelo ideal como lo verdadero y universal, donde la vida
pública, conocida en la historia del mundo, solo refleja la parte masculina de la misma.
Por lo tanto, se ha formado una humanidad neutra que ha dejado por fuera de la vida
pública a la mujer, y también de la historia del mundo. Entonces, “el impulso que
adquirió la historia de las mujeres apuntó a una reinterpretación de la historia por medio
de un renovador planteamiento que permitiera incluir la experiencia tanto de los
hombres como de las mujeres” (Garcia, 2016, p.127). A partir de lo anterior, se
construye el género como “herramienta analítica y categoría sociocultural que ayuda a
descubrir las relaciones entre grupos humanos que antes fueron omitidos en la ciencia
histórica” (Garcia, 2016, p.127). Esa relación construida en la historia entre los hombres
y las mujeres es el género que ha sido determinado por lo social y por lo histórico.
De igual forma, Scott (1980) menciona que el término género surge de quienes
centraron los estudios académicos en las mujeres de forma separada, de modo que
permitieron introducir “una noción relacional entre hombres y mujeres que fueron
definidos en términos el uno del otro, donde no se podría conseguir la comprensión de
uno u otro mediante estudios completamente separados”. Así, la inclusión de las
mujeres en la historia implicó la redefinición de las nociones tradicionales, de modo que
abarque las experiencias, costumbres y comportamientos de la parte “femenina”.
Asimismo, Lugones (2008) especifica que el dimorfismo biológico, el heterosexualismo
como el patriarcado son característicos de lo que es llamado el lado visible de la
organización del género, y también que, estos están inscritos como hegemonía del
significado del género (p.78). Por otra parte, Nicholson (1994) dice:
(...) Gender has increasingly be- come used to refer to any social construction
having to do with the male/female distinction, including those constructions that
separate “female" bodies from "male" bodies. This latter usage emerged when
many came to realize that society not only shapes personality and behavior, it
also shapes the ways in which the body appears (p.79).
En este sentido, la formación del término género ha tenido distintas interpretaciones que
tornan en la idea de un modelo patriarcal que ha estado temporalmente cerrado pero
que, a medida que se ha transformado la sociedad, ha abierto el sistema discursivo para
incluir nuevas perspectivas e interpretaciones del género. Bourdieu (2000) expresa que
la dominación masculina se refleja en las costumbres socioculturales de la sociedad y
que, además, se usa un lenguaje que representa cómo se interiorizan las relaciones
hombre-mujer y sus roles en la sociedad, es decir, se les ubica en un espacio específico
donde cumple unas ciertas funciones. Esto ha causado que se naturalice una
construcción social donde la ideología justificadora son los postulados de la visión
masculina y el reflejo de la dominación de la misma. “A través de los cuerpos
socializados, de los habitus y las prácticas rituales se forma la estereotipación y la
repetición indefinida de un solo esquema interpretado” (p.12). Dice Butler (2007) que,
primero están los cuerpos, refiriéndose al sexo, luego le sigue lo que se quiere hacer con
estos cuerpos y finalmente están los roles sociales atribuidos a mujeres y varones; y,
agrega que, el deseo sexual excede los límites de la estructura de significantes
normativos que la sociedad plantea. De esta manera, el discurso se debe replantear para
que no quede en los límites de la estructura, y se pueda tener un significado de lo que ha
cambiado en la sociedad.
Entonces, los roles asignados en la sociedad familiar, política y social han designado al
hombre como activo y a la mujer como pasiva. “Los hombres tienden a extraer
consistencia de los signos de potencia, las mujeres tienden a extraerla del amor, del
hecho de ser únicas para el otro” (Álvarez, 2010, p.16) La asignación del sexo con el
género ha conllevado a encajar tanto a las mujeres como a los hombres en una
estructura de la cual no pueden moverse; feminidad en el hogar junto a la familia,
paciencia, amor y pasividad; por el contrario, la masculinidad se representa en el
trabajo, la fuerza, rigidez y actividad. De esta manera, el género junto a la historia de las
mujeres, hace visibles las representaciones sociales múltiples y variables de los hombres
y de las mujeres. Específicamente, la historia del género se deriva de un determinado
contexto histórico, social, económico y político donde, además de las condiciones
materiales y reales de existencia, se tome la historia subjetiva y las condiciones
personales (Garcia, 2016). Por otra parte, se torna en que el género remite a la operación
social del poder.
Así pues, el género ha tenido diversas transformaciones y usos, que se acopla según las
representaciones del poder del contexto histórico. Lamas (2006) (citado en Garcia,
2016), menciona que el uso de esta categorización sociocultural distingue, desde la
década de los 60 hasta los 90, cuatro funciones del género:
Agrega que, en la actualidad el género engloba múltiples estudios que especifican las
relaciones socioculturales, la diversidad sexual, como organizaciones sociales, la
construcción de identidades subjetivas y, específicamente, las conceptualizaciones de la
semiótica del cuerpo, el sexo y, en especial, de la sexualidad. Ann Oakley (1972)
describe a la construcción social del género como los rasgos, estados y valores
atribuidos a grupos, sociedades o individuos que son cambiantes dentro de las mismas
sociedades, a través del tiempo en las culturas. De esta manera, esa interpretación única,
universal y neutral cambia perspectivas y a medida que se avanza, en las sociedades
toman nuevas interpretaciones que necesitan de un cambio en el discurso que incluya
las nuevas comprensiones de la historia.
En consecuencia, la vida social queda sujeta al género, donde si no se cumple con los
parámetros expuestos en el sistema de significados, se queda en el grupo marginado, y
esto es lo que han sobrellevado los de la comunidad LGTBIQ+, donde además de eso,
son más vulnerables al conflicto armado colombiano. Dicho eso, el género se ha
entendido como una vana diferenciación entre lo que es ser mujer y lo que es ser
hombre y sus roles en la sociedad, y ciertamente ha condicionado el entendimiento de
las relaciones políticas de dominación y subordinación. En ese sentido, el concepto
recibe una cuestión cultural e histórica que se concibe en un determinado tiempo y
espacio. En Aniquilar la diferencia se hace explícito como las dinámicas del conflicto
armado tienen un lugar en el tejido de las relaciones de las personas con identidades de
género no normativas y aclaran: “De esta manera, el conflicto armado se imbricó con
estos arreglos de género, los transformó y a su vez fue transformado por ellos, por lo
tanto, no es posible analizar las consecuencias que la guerra ha dejado para las personas
con orientaciones sexuales” (CNMH, 2015, p.69)
Ahora, en Queremos ser oídas del CIJT, desde las teorías feministas, se refieren al
término género para especificar en la discriminación y exclusión de la mujer en el orden
patriarcal establecido tras la realidad discursiva. De este modo, su significado y rol en la
sociedad se ha limitado y menospreciado en el sentido que en el contexto político no
conocen de sus derechos ni de su existencia en la participación de la vida pública. Pues
en la historiografía se ha tornado la vida de la mujer en torno a la vida doméstica,
excluyéndose de la vida pública. Además, se expone la discriminación en ámbitos
laborales y económicos; así pues, la mujer más allá de la realidad discursiva queda en
los límites y, por lo tanto, excluida de lo que tiene significado. Así pues, todos estos
factores que discriminan a la mujer en el ordenamiento masculino de la sociedad, se
complican más al implicarse en el conflicto armado colombiano. Pues en sí, las mujeres
cuentan cómo los grupos marginados donde su lucha constante es por la igualdad de
derechos en contextos laborales, políticos, económicos y sociales. Entonces, lo que
aporta este fragmento es la perspectiva de la condición de las mujeres, donde presentan
obstáculos en mayor medida en el conflicto armado:
Desde lo material (por ejemplo, la diferencia persistente entre los salarios que
reciben las mujeres y los hombres por el mismo trabajo) a lo simbólico (por
ejemplo, los papeles en la sociedad y en el hogar que se consideran como
‘normales’ o aceptables para hombres y mujeres)” (CIJT, 2014, p.13).
Esto refleja la normatividad del término donde los individuos son condicionados y se
ajustan a unos roles y funciones con los cuales cumplir en la sociedad. Asimismo, se
evidencia e identifica que dichos obstáculos hacen parte de las concepciones históricas
de la sociedad colombiana. Es decir, los roles de género se han constituido a raíz de una
serie de construcciones sociales que se ven inmersos de un conflicto armado y una
sociedad patriarcal, donde efectivamente las mujeres no reconocen su capacidad de
acción política y participación, y en consecuencia, desconocen sus derechos.
En cuanto a las similitudes, ambos casos pretenden hacer eco y visibilizar la gran
problemática que se evidencia en la construcción social de los roles en la sociedad
colombiana. Es decir, pretenden develar el rol que deben y pueden cumplir las mujeres
y las personas no heteronormativas. Así la concepción de género en ambos textos se
haya direccionado de distintas maneras, la finalidad de ellos es otorgarles un lugar a las
personas se han visto marginadas por construcciones sociales como el patriarcado, la
religión y las dinámicas de los actores armados. Ambos textos resaltan como
condiciones principales el hecho de que sean víctimas y que tengan una especificidad en
cuanto al género, ya sea mujeres o parte de la comunidad LGTBI. Además, hacen
referencia a ellas como una parte importante de la sociedad reconociendo que la carga
histórica que trae cada víctima influye en las relaciones que entabla con su entorno y la
manera en la que el sistema social las percibe.
Aun así, el concepto de género hasta el día de hoy está en constante cambio y Colombia
siendo un país conservador y fuertemente arraigado a una cultura patriarcal tiene
muchos retos en cuanto a la inclusión, la protección y reparación de víctimas y al
reconocimiento de identidades que extralimitan el sistema social tradicional. Es decir, se
deben cambiar los imaginarios y representaciones sociales negativas sobre quienes se
alejan de las normas de género. Así pues, partiendo de la base de que el género engloba
ciertas implicaciones sociales, culturales y políticas, podríamos afirmar sin duda que el
conflicto armado y demás actores tienen una marca imborrable en la historia de dichos
imaginarios sobre el género en Colombia.
Para concluir, en primer lugar, se puede decir que: desde ambas perspectivas se permite
complementar y construir el género desde las diversas interpretaciones y problemáticas
presentes; el postestructuralismo, desde la realidad discursiva de la visión masculina
dominante a lo largo de la historia, la cual construye una estructura de significantes que
estuvo temporalmente cerrada y que, a partir de la inclusión de la historiografía de las
mujeres y del estudio de esa perspectiva, se permitió construir en primer instancia, el
término género; ya la teoría crítica, complementa las interpretaciones binarias del
género, con la identidad de género y la construcción de aquella, donde, más allá de las
estructuras y las condiciones materiales, se entabló y especificó en las experiencias
personales y subjetividades, dejando a un lado la exclusión y en consecuencia, los
grupos marginados, que causa el discurso dominante masculino que implemente el
positivismo en las CS. En segundo lugar, tras el estudio de los casos, se puede concluir
que el conflicto armado en Colombia ha sido condicionante en las dinámicas de género
ya sea por parte de la mujer o por parte de la comunidad LGTBIQ+. Se puede decir que
los testimonios presentados en ambos estudios hacen hincapié en el conflicto armado
como potencializador de las discriminaciones de las comunidades. Pero es evidente que
no solo el conflicto tiene parte en esto, las interpretaciones desde la religión y la cultura
también han afectado y marcado los roles de estas personas en la sociedad.
Referencias
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Universidad de Buenos aires: Rey desnudo, revista de libros Nº4.
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Garcia, A. (2016). De la historia de las mujeres a la historia del género. Coatepec (31),
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Lugones, M. (2008). Coloniality and Gender. The Palgrave handbook of gender and
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