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Los de Abajo Mariano Azuela MARIANG AZUELA Ba LIBRO doe... http://www. librodot.com Un chico gordinfion, de piel morena y reluciente, se acercé a ver al hombre de la camilla; luego una vieja, y después todos los demas vinieron a hacerle ruedo. Una moza muy amable trajo una jicara de ague azul. Demetrio cogié Ia vasija entre sus manos trémulas y bebié con avidez, — éNoquere mas? Alzé los ojos: la muchacha era de rostro muy vulgar, pero en su voz habia mucha dulzura. Se limpi6 con el dorso del pufio el sudor que perlaba su frente, y volviéndose de un lado, pronuncié ‘con fatiga: — Dios se lo paguel Y comenzé a tirtar con tal fuerza, que sacudia las yerbas y los pies de la camilla. La fiebre lo aletarg6. Eoté haciondo corono y oco oc malo pa la calontura dijo cofié Romigia, una vioja onchomitada, descalza y con una garra de manta al pecho a moco de camisa, Y los invito a que metieran a Demetrio en su jacal. Paneracio, Anastasio Montafés y la Codomiz se echaron a los pies de la camilla como perros fieles, pendientes de la voluntad del jefe. Los demas se dispersaron en busca de comida. Sefia Remigia ofrecié lo que tuvo: chile y tortillas. — Afigurense..., tenia glevos, gallinas y hasta une chiva parida; pero estos malditos federales me limpiaron. Luego, puestas las manos en bocina, se acercé al oido de Anastasio y le dijo: — (Aligdrense..., cargaron hasta con la muchachilla de sefia Nieves!. v La Codomiz, sobresaltado, abrié los ojos y se incorporé. —zMontafiés, oiste?... {Un balazol, Montaiiés... Despierta... Le dio fuertes empeliones, hasta conseguir que se removiera y dejara de roncar. — {Con un... jYa estés moliendol... Te digo que los muertos no se aparecen... —balbucio Anastasio despertando a medias, —iUn paiazo, montanes! — Te duermes, Codomiz, o te meto una trompada, — _ No, Anastasio; te digo que no es pesadilla... Ya no me he vuelto a acordar de los ahorcados. Es de veras un balazo; lo oi clarito. — eDices que un balazo?... A ver, daca mi méuser... Anastasio Montafiés se restregé los ojos, estiré los brazos y las pieras con mucha flojera, y se puso en pie. Salieron del jacal. El cielo estaba cuajado de estrellas y la luna ascendia como una fina hoz. De las ‘casucas salid rumor confuso de mujeres asustadas, y Se oy6 el ruido de armas de los hombres que dormian afuera y despertaban también. — Fst fal {Ma has dastrazada iin piel La voz se oyé clara y distinta en las inmediaciones, = 2Quién vive. El grito resoné de pefia en pefia, por crestones y hondonadas, hasta perderse en la lejania y en el silencio de la noche. — 2Quién vive? —repitio con voz mas fuerte Anestasio, haciendo ya correr el cerrojo de su mauser. — iDemetrio Macias! —respondieron cerca —_iFs Pancracin! —aijo la Codomiz ragaeijada Y ya sin za7obras dejé reposar en tierra Ia cuilata de su fusil Pancracio conducia a un mozalbete cubierto de polvo, desde el fieltro americano hasta los toscos zapatones. Llevaba una mancha de sangre fresca en su pantalon, cerca de un pie. — 2Quién es este curro? —pregunté Anastasio. —_ Yo estoy de centinela, of ruido entre las yerbes y grité: "zQuién vive?" *Carranzo", me respondié este vale... "zCarranzo...? No conozco yo a ese gallo..." Y toma tu Carranzo: le meti un plomazo en. una pata. ‘Sonriendo, Pancracio volvié su cara lampifia en solcitud de aplausos, Entonoos hablé ol docoonooid. = eQuién es aqui el jefe? ‘Anastasio levanté la cabeza con altivez, enfrentancosele. El tono del mozo bajé un tanto. — Pues yo también soy revolucionario. Los federales me cogieron de leva y entré a filas; pero en el combate de anteayer consegui desertarme, y he venido, caminando a pie, en busca de ustedes. — Ah, es federall... —interrumpieron muchos, mirandolo con pasmo. —iAh, es mocho! —dijo Anastasio Montafiés—. z¥ por qué no le me hapa? fe el plomo mejor en la mera —iQuién sabe qué mitote trail jQuesque quere hablar con Demetrio, que tiene que icirle quén sabe ‘cuantol... Pero eso no le hace, pa todo hay tiempo como no arrebaten —respondid Pancracio, preparando su fusil — Pero .qué clase de brutos son ustedes? —profirié el desconocido. Y no pudo decir mas, porque un revés de Anastasio lo volte6 con la cara bafiada en sangre. —ifusilen a ese mochol.. —iHerquentot — —iQuémenio... es federal Exaltados, gritaban, aullaban preparando ya sus i rifles, — iChist. chist.. céllense!... Parece que Demetrio habla —dijo Anastasio, sosegéndolos, En efecto, Demetrio quiso informarse de lo que ocurria € hizo que le llevaran al prisionero, — Una infamia, mi jefe, mire usted..., mire usted! —pronuncié Luis Cervantes, mostrando las manchas de sangre en su pantalén y su boca y su nariz abotagadas, — Por eso, pues, 2quién jos de un... es usté? —interrog6 Demetrio. — Me llamo Luis Cervantes, soy estudiante de medicina y periodista. Por haber dicho algo en favor de los revolucionarios, me persiquieron, me atraparon y fui a dar a un cuartel La relacién que de su aventura siguid detallando en tono declamatorio caus6 gran hilaridad a Pancracio y al Manteca — Yo he procurado hacerme entender, convencerlos de que soy un verdadero correligionario... — Corre... qué? —inquirié Demetrio, tendiendo una oreja. — Correligionario, mi jefe..., es decir, que persigo los mismos ideales y defiendo la misma causa que ustedes defienden. Demetrio sonrié: — Pos cual causa defendemos nosotros?. Luis Cervantes, desconcertado, no encontré qué contestar. — IMM qué cara ponel... zPa qué son tantos brincos?... ¢Lo tronamos ya, Demeterio? —pregunt6 Pancracio, ansioso. Demetrio llevd su mano al mechén de pelo que le cubria una oreja, se rascé largo rato, meditabundo; luego, no encontrando la solucién, dijo: — Sélganse... que ya me esté doliendo otra vez... Anastasio, apaga la mecha. Encierren a ése en el corral y me lo cuidan Pancracio y Manteca. Mariana veremos. vw Luis Cervantes no aprendia alin a discemir la forma precisa de los objetos a la vaga tonalidad de las noches estrelladas, y buscando el mejor sitio pera descansar, dio con sus huesos quebrantados sobre un montén de estiércol himedo, al pie de la masa difusa de un huizache. Mas por agotamiento ‘que por resignacién, se tendié can largo era y card los ojos resueltamente, dispuesto a dormir hasta ‘que Sus feroces vigilantes le despertaran o el sol de la mafiana le quemara las orejas. Algo como un vvago calor a su lado, luego un respirar rudo y fatigoso, le hicieron estremecerse; abrié los brazos en tomo, y su mano trémula dio con los pelos rigidos de un cerdo, que, incomodado seguramente por la vecindad, gruiié, Indtiles fueron ya todos sus esfuerzos para atraer 2! suefio; no por el dolor del miembro lesionado, ni Por el de sus canes magulladas, sino por la instan‘anea y precisa representacién de su fracaso. Si; él no habia sabido apreciar a su debido tiempo la distancia que hay de manejar el escalpelo, fulminar latrofacciosos desde las columnas de un ciario provinciano, a venir a buscarlos con el fusil en las manos a sus propias quaridas. Sospech6 su equivocacién, ya dado de alta como subteniente de caballeria, al rendir la primera jornada. Brutal jernada de catorce leguas, que lo dejaba con las caderas y las rodillas de una pieza, cual si todos sus huesos se hubieran soldado en uno. Acabélo de ‘comprender ocho dias despues, al primer encuento con los rebeldes. Juraria, Ja mano puesta sobre tun Santo Cristo, que cuando los soldados se echaron los mauseres a la cara, alguien con estentorea ‘voz habia clamado a sus espaldas: ";Sélvese el que pueda!” Ello tan claro asi, que su mismo brioso y noble corel, avezado a los combates, habia vuelto grupas y de estampida no habia querido detenerse sino a distancia donde ni cl rumor de las balas 9¢ cscuchaba. Y cra cabalmente a la pucota del sol, cuando la montafia comenzaba a poblarse de sombras vagarosas e inquietantes, cuando las, tinieblas ascendian a toda prisa de la hondonada. Qué cosa mas logica podria oourrirsele si no la de buscar abrigo entre las rocas, darles reposo al cuerpo y al espirituy procurarse el sueiio? Pero la l6gica del soldado es la légica de! absurdo. Asi, por ejemplo, a la mafiana siguiente su coronel lo despierta a broncos puntapies y le saca de su escondite con la cara gruesa a mojicones. Mas todavia: quello determina la hilaridad de los ofiales, a tal punto que, llorando de risa, imploran a una voz el perdén para el fugitivo. Yel coronel, en vez de fusiario, le larga un recio puntapié en las posaderas y le envia a la impedimenta como ayudante de cocina. La injuria gravisima habria de dar sus frutos venenosos. Luis Cervantes cambia de chaqueta desde luego, aunque s6lo in mente por el instante. Los dolores y las miserias de los desheredados alcanzan ‘a conmoverlo; su causa es la causa sublime del pueblo subyugado que clama justicia, sdlo justicia. Intima con el humilde soldado y, jqué mast, una acémila muerta de fatiga en una tormentosa jornada le hace derramar lagrimas de compasién. Luis Cervantes, pues, se hizo acreedor a la confianza de la ropa. Hubo soldados que le hicieron confidencias temerarias. Uno, muy serio, y que se distinguia por su temperancia y retraimiento, le dijo: "Yo soy carpintero; tenia mi madre, una viejita clavada en su silla por el reumatismo desde hacia diez afios. A medianoche me sacaron de mi casa tres gendarmes; amaneci en el cuartel y anocheci a doce lequas de mi pueblo... Hace un mes pasé por alli con la tropa... iMi madre estaba ya debajo de la tierral... No tenia mas consuelo en esta vida... Ahora no le hago falta a nadie. Pero, por mi Dios que esta en los cielos, estos cartuchos que aqui me cargan no han de ser para los enemigos... Y si se me hace el milagro (mi Madre Santisima de Guadalupe me lo ha de conceder), si me le junto a Villa..., juro por la sagrada alma de mi madre que me la han de pagar estos federales”. tro, joven, muy inteligente, pero charlatdn hasta por los codos, dipsémano y fumador de marihuana, lo llamé aparte y, mirdndolo a la cara fijamente con cus ojos vagos y vidriosos, le coplé al oldo: "Compadre..., aquéllos..., los de alla del otro lado..., zcomprendes?..., aquéllos cabalgan lo mas granado de las caballerizas del Norte y del interior, las guamiciones de sus caballos pesan de pura plata... Nosotros, ipstl.., en sardinas buenas para alzar cubos de noria.... .comprendes, compadre? Aquéllos reciben relucientes pesos fuertes; nosotros, billetes de celuloide de la fabrica del asesino. Dije..." Y asi todos, hasta un sargento segundo contd ingenuamente: "Yo soy voluntario, pero me he tirado una plancha. Lo que en tiempos de paz no se hace en toda una vida de trabajar como una mula, hoy ‘se puede hacer en unos cuantos meses de correr la sierra con un fusil a la espalda. Pero no con éstos “mano’..., no con éstos...” Y Luis Cervantes, que compartia ya con la tropa aquel odio solapado, implacable y mortal a las, clases, oficiales y a todos los superiores, sintié que de sus ojos caia hasta la ultima telarafia y vio ‘taro el resultado final de la lucha. —iMas he aqui que hay, al llegar apenas con sus correligionarios, en vez de recibirle con los brazos abiertos lo encapillan en una zahuirdal Fue ue dia: los gallos canlaron en los jacales, las gallinas lepadas en las ramas del huizache det ‘corral se removieron, abrian las alas y esponjaban las plumas y en un solo salto se ponian en el suelo. Contempié a sus centinelas tirados en el estiércol y roncando. En su imaginacién revivieron las fisonomias de los dos hombres de la vispera. Uno, Pancracio, agtierado, pecoso, su cara lampifia, su barba saltona, la frente roma y oblicua, untadas las orejas al craneo y todo de un aspecto bestial. Yel ‘otro, 6! Manteca, una piltrafa humana: ojos esconddos, mirada torva, cabellos muy lacios cayéndole a la nuca, sobre la frente y las orejas; sus labios de esorofuloso entreabiertos eternamente. Y sintio una vez mas que su carne se achinaba. vil Adormilado atin, Demetrio pased la mano sobre los crespos mechones que cubrian su frente humeda, apartados hacia una oreja, y abrio los ojos. Distinta oy6 la voz femenina y melodiosa que en suefios habia escuchado ya, y se volvié a la puerta. Era de dia: los rayos del sol dardeaban entre los gopotes del jacal. La misma moza que la vispera le habia ofrecido un apastito de agua deliciosamente fria (sus suefios de toda la noche), ahora, igual de dulce y carifiosa, entraba con una olla de leche desparramandose de espuma. —Es de cabra, pero esté regiiena... Andele, nomas aprébela, Agradecido, sonrié Demetrio, se incorporé y, tomando la vasija de barro, comenz6 a dar pequefios ssorbos, sin quitar los ojos de la muchacha. Ella, inquieta, bajé los suyos. —eComo te llamas? — Camila —WMe cuadra el nombre, pero més la tonadita, Camila se cubrié de rubor, y como él intentara asiria por un puto, asustada, tom6 la vasija vacia y se ‘escapo mas que de prisa. — _ No, compadre Demetrio —observé gravemente Anastasio Montafiés—; hay que amansarlas primero... jHul", pa las lepras que me han dejado en el cuerpo las mujeresl... Yo tengo mucha ‘experencia en eso... — __ Mesiento bien, compadre —dijo Demetrio haciéndose el sordo—; parece que me dieron frios; ‘sudé mucho y amaneci muy refrescado. Lo que me esta fregando todavia es la maldita herida. Lame a Venancio para que me cure. — _£¥ qué hacemos, pues, con el curro que agarré anoche? —pregunt6 Pancracio, —iCabal, hombrel... Nome habia vuelto a acordatl. Demetrio, como siempre, pens6 y vacild mucho antes de tomar una decisién, —A ver, Codomiz, ven aca. Mira, pregunta por une capilla que hay como a tres leguas de aqui. Anda yy rébale la sotana al cura. — Pero qué va a hacer, compadre? —pregunté Anastasio pasmado. —_Sieste curro viene a asesinarme, es muy faci sacarle la verdad. Yo le digo que lo voy a fusilar. La Codomiz se viste de padre y lo confiesa. Si tiene pecado, lo trueno: si no, lo dejo libre. — [Hum, cuanto requisital Yo lo quemaba y ya—exclamé Pancracia despectivo Por la noche regresé la Codomiz con la sotana del cura, Demetrio hizo que le llevaran el prisionero, Luis Cervantes, sin dormir ni comer en dos dias, entraba con el rostro demacrado y ojeroso, los labios descoloridos y secos. Hablé con lentitud y torpeza. —Hagan de mi lo que quieran... Seguramente que me equivoqué con ustedes... Hubo un profongado silencio. Después: —Crei que ustedes aceptarian con gusto al que viene a ofrecerles ayuda, pobre ayuda la mia, pero que sélo a ustedes mismos beneficia... Yo qué me gano con que la revolucién triunfe o no? Poco a poco iba animéndose, y la languidez de su mirada desaparecia por instantes. —La revolucién beneficia al pobre, al ignorante, el que toda su vida ha sido esciavo, a los infelices ‘que ni siquiera saben que si lo son es porque e! rico convierte en oro las lagrimas, el Sudor y Ta sangre de los pobres. —iBan!..., gy eso es como a modo de qué?... {Cuando ni a mi me cuadran los sermones! — interrumpié Pancracio, — Yo he querido pelear por la causa santa de los desventurados... Pero ustedes no me centienden..., ustedes me rechazan... |Hagan conmigo, pues, lo que gusten! — Por lo pronto noms te pongo esta reata en el gaznate... {Mi qué rechonchito y qué blanco lo tienes! —Si, ya sé a lo que viene usted —repuso Demettio con desabrimiento, rascandose la cabeza—. Lo voy a fusilar, zeh?, Luego, volviéndose a Anastasio: — _Liévenselo..., y si quiere confesarse, tréiganle un padre. Anastasio, impasible como siempre, tom6 con suavidad el brazo de Cervantes. —Vengase pa acd, curr. ‘Cuando después de algunos minutos vino la Codomiz ensotanado, todos rieron a echar las tripas. —__ Hum, este curro es repicolargo! —exclamé—. Hasta se me figura que se rid de mi cuando ‘comencé a hacerle preguntas. —Pero gno canté nada? — No dijo mas que lo de anoche. — Me late que no viene a eso que usté teme, compadre —not6 Anastasio. — Bueno, pues denle de comer y ténganlo a una vista. vill Luis Cervantes, otro dia, apenas pudo levantarse. Arrastrando el miembro lesionado vagé de casa en ‘casa buscando un poco de alcohol, agua hervida y pedazos de ropa usada. Camila, con su amabllidad incansable, se lo proporcioné todo. Luego que comenz6 a lavarse, ella se sent6 a su lado, a ver curar la herida, con curiosidad de serrana, —iOiga, zy quién lo insirié a curar?... 2Y pa qué jrvid la agua?... ZY los trapos, pa qué los coci6?. (Mire, mire, cudnta curiosidé pa todol... zYeso que se eché en las manos?... jPior!... .Aguardiente de veras?... jAnde, pos si yo creiba que el aguardiente nomas pal célico era glienol..jAh!... .De moo es que usié iba a’ser dotor?...Ja, ja, jal... [Cosa de morirse uno de risal... .Y por qué no le regiielve mejor agua fria?... jMi' qué cuentos!... ;Quesque animales en la agua sin jervir!.. |Fuchil.. Pos ‘cuando niyo miro nadal Camila siguié interrogandole, y con tanta familiaridad, que de buenas a primeras comenz6 a tutearlo. Retraido a su propio pensamiento, Luis Cervantes no la escuchaba mas. "ZEn dénde estan esos hombres admirablemente armados y montados, que reciben sus haberes en puros pesos duros de los que Villa esta acuflando en Chihuahua? iBah! Una veintena de encuerados ¥ piojosos, habiendo quien cabalgara en una yegua decrépita, matadura de la cruz a la cola. gSeria verdad lo que la prensa del gobierno y él mismo habian asegurado, que los llamados revolucionarios no eran sino bandidos agrupados ahora con un magnifico pretexto para saciar su sed de oro y de sangre? ¢Seria, pues, todo mentira lo que de ellos contaban los simpatizadores de la revolucién? Pero si IOS periddicos gritaban todavia en todos los tonos triunfos y mas triunfos de la federacion, un pagador recién llegado de Guadalajara habia dejato escapar la especie de que los parientes y favo- ritos de Huerta abandonaban la capital rumbo a los puertos, por mas que éste seguia atilla que aula “Haré la paz cueste lo que cueste’. Por tanto, revclucionarios, bandidos 0 como quisiera lamérseles, ‘ollos iban a derrocar al gobiemo; oi matiana lor pertonecia; habia que estar, pues, con ellos, sélo con ellos.” —No, lo que es ahora no me he equivocado —se ajo para si, casi en voz alta, — _ 4Qué estas diciendo? —pregunté Camila—; pos si yo creiba ya que los ratones te habian ‘comido la lengua. Luis Cervantes plegé las cejas y miré con aire hestil aquella especie de mono enchomitado, de tez broncinea, dientes de marfil, pies anchos y chatos. —cOye, curro, y td has de saber contar cuentos? Luis hizo un gesto de aspereza y se alej6 sin contestaria, Ella, embelesada, le sigui6 con los ojos hasta que su silueta desapareci6 por la vereda del arroyo. Tan abstraida asi, que se estremecié vivamente a la voz de su vecina, la tuerta Maria Antonia, que, fisgoneando desde su jacal, le grité: —iEpa, til... dale los polvos de amor... A ver si ansina cal — —iPiort.. sa serd usté — _ {Siyo quijieral... Pero, ifuchel, les tengo asco a los curros... —Seiia Remigia, empresteme unos blanquillos, mi gallina amanecio echada. Alli tengo unos sifiores que queren almorzar. Por el cambio de Ia viva luz del sol a la penumbra del jacalucho, més turbia todavia por la densa humareda que se alzaba del fogén, los ojos de la vecina 6e eneancharon. Pero al cabo de breves ‘segundos comenzé a percibir distintamente el contorno de los objetos y la camilla del herido en un Tincén, tocando por su cabecera el cobertizo tiznado y brilloso. Se acurrucé en cuclilas al lado de sefié Remigia y echando miradas furtivas adonde reposaba Demetrio, pregunto en voz baja: — eCémo va el hombre?... zAliviado?... {Qué glieno!...jMire, y tan muchacho!... Pero en toavia esté retedescolorido... jAh!... De moo es que no le cierra el balazo?... Oiga, sefia Remigia, no ‘quere que le hagamos alguna lucha? Sefié Remigia, desnuda arriba de la cintura, tiende sus brazos tendinosos y enjutos sobre la mano del metate y pasa y repasa su nixtamal, —Pos quien sabe si no les cuadre —responde sin Iterrumpit fa tuda turea y cas! sofocada—; ellos train su dotor y por eso... —_ Sefié Remigia —entra otra vecina doblando su flaco espinazo para franquear la puerta—, 4no tiene unas hojtas de laurel que me dé pa hacerle un cocimiento a Maria Antonia... Amanecié con el célico. Y como, a la verdad, s6lo lleva pretexto para curiosear y chismorreer, vuelve los ojos hacia el rincén donde esta el enfermo y con un guifio inquiere por su salud, Sefid Ret ia baja los ojos para indicar que Demettio esta durmiendo. — Ande, pos si aqui esta usté también, sefia Pachita..., no la habia visto. — Gitenos dias le dé Dios, fia Fortunata... zComo amanecieron? —Pos Maria Antonia con su "superior"... y, como siempre, con el célico. En cuclillas, ponese cuadril a cuadril con sefia Pachita, No tengo hojas de laurel, mi alma —responde sefié Remigia suspendiendo un instante la molienda; aparta de su rostro goteante algunos cabellos que caen sobre sus ojos y hunde luego las dos manos en un apaste, sacando un gran pufiado de maiz cocido que chorrea una agua amarillenta y turbia—. ‘Yo no tengo; pero vaya con sefié Dolores: a ella nce faltan nunca yerbitas, —Na Dolores dende anoche se jue pa la cofra de su cuidado a la muchachilla de tia Matias. A sigin razén vinieron por ella pa que juera a sacar — [Ande, sefié Pachita, no me lo digal Las tres viejas forman animado corro y, hablando en voz muy baja, se ponen a chismorrear con vivisima animacion. — _Cierto como haber Dios en los cielos! —_ An, pos si yo jui la primera que lo dije: "Marcelina esté gorda y esta gorda’! Pero naiden me lo queria creer. — Pos pobre criatura... iY pior si va resultando con que es de su tio Nazariol... —iDios la favorezcal No, qué tio Nazario ni qué ojo de hachal... Mal ajo pa los federales condenados!. — [Bah, pos aisté otra enfelizada mast. El barullo de las comadres acabo por despenar a Cerrietrio, Asilenciéronse un momento, y a poco dijo sefié Pachita, sacando del seno un palomo tierno que abria 1 pico casi sofocado ya: —_ Pos la mera verda, yo le traiba al sifior estas sustancias..., pero siglin razén esta en manos de médico... — Esono le hace, sefié Pachita...; es cosa que va por juera... —Sifior, dispense la parvedd...; aqui le traigo este presente —dijo la vejarruca acercandose a Demetrio—. Pa las morragias de sangre no hay como estas sustancias.. Demetrio aprobé vivamente. Ya le habian puesto en el estémago unas piezas de pan mojado en aguardiente, y aunque cuando se las despegaron le vaporiz6 mucho el ombligo, sentia que ain le quedaba mucho calor encerrado. — Ande, usté que sabe bien, sefié Remigia exclamaron las vecinas. De un otate desensarto sefié Remigia una larga y encorvada cuchilla que servia para apear tunas; tomé el pichén en una sola mano y, volviéndolo por el vientre, con habilidad de cirujano lo partio por la mitad de un soto tajo, —iEn el nombre de Jestis, Maria y José! —dijo sefié Remigia echando una bendicién. Luego, con rapidez, aplic6 calientes y chorreando los dos pedazos del palomo sobre el abdomen de Demetrio. Ya verd cima va a sentir mucho consuelo. ‘Obedeciendo las instrucciones de sefia Remigia, Demetrio se inmoviliz6 encogiéndose sobre un costado. Entonces sefia Fortunala conté su cuita. Ella te tenia muy buena voluntad a los sefiores de la revolucién. Hacia tres meses que los federales le robaron su tinica hija, y eso la tenia inconsolable y fuera de si AAI principio de la relacion, la Codomiz y Anastasio Montafiés, atejonados al pie de la camilla, levantaban la cabeza y, entreabierta la boca, escuchaban el relato; pero en tantas minucias se metid sefid Fortunata, que a la mitad la Codorniz se aburrié y salié a rascarse al sol, y cuando terminaba ‘solemnemente: "Espero de Dios y Maria Santisima que ustedes no han de dejar vivo a uno de estos federales del infierno", Demetrio, vuelta la cara a la pared, sinfiendo mucho consuelo con las sustancias en el est6mago, repasaba un Itinerario para internarse en Durango, y Anastasio Montafiés roncaba como un trombén. x —2Por qué no llama al curro pa que lo cure, compadre Demetrio? —dijo Anastasio Montafiés al jefe, que a diario sufria grandes calosfrios y calenturas—. Si viera, él se cura solo y anda ya tan aliviado que ni cojea siquiera. Pero Venancio, que tenia dispuestos los botes de manteca y las planchuelas de hilas mugrientas, protest6: —_ Sialguien le pone mano, yo no respondo de les resultas. —_ Oye, compa, jpero qué dotor ni qué naa eres tu... Voy que ya hasta se te olvid6 por qué viniste a dar aqui? —dijo la Codomiz. = SI, ya ime acuerdo, Couuiiiz, Ue que andes Com nusulius poryue te Fobase UN Felo) y uns arillos de brilantes —repuso muy exaltado Venancio. La Codomiz lanz6 una carcajada, — iSiquieral... Pior que td corriste de tu pueblo porque envenenaste a tu novia. — iMientes!.. — Sile diste cantaridas pa. Las oritas de nratesta de Venancin se ahagaron entre las earcajadas estrapitasas de Ins clemAs Demetrio, avinagrado el semblante, les hizo callar; luego comenz6 a quejarse, y dijo: —A ver, traigan, pues, al estudiante. Vino Luis Cervantes, descubrié la pierna, examind detenidamente la herida y meneé la cabeza. La ligadura de manta se hundia en un surco de piel; la piemna, abotagada, parecia reventar. A cada movimiento, Demetrio ahogaba un gemido. Luis Cervantes corté la ligadura, lavé abundantemente la herida, cubrié el musio con grandes lienzos himedos y lo vendo. Demetrio pudo dormir toda la tarde y toda la noche. Otro dia desperté muy contento, —Tiene la mano muy liviana el curro —alijo. Venancio, pronto, observé: —_ Est bueno; pero hay que saber que los curros son como la humedad, por dondequiera se filtran. Por los curros se ha perdido el fruto de las revolucianes. Y como Demetrio creia a ojo cerrado en la ciencia del barbero, otro dia, a la hora que Luis Cervantes lo fue a curar, le dijo: —Oiga. héalo bien pa que cuando me deje bueno y sano se largue ya a su casa o adonde le dé su gana. Luis Cervantes, discreto, no respondié una palabra. Pas6 una semana, quince dias; los federales no daban sofales de vida. Por otra parte, ol fjol y of maiz abundaban en ios ranchos inmediatos; la gente tal odio tenia a los federales, que de buen grado proporcionaban auxilio a los rebeldes. Los de Demetrio, pues, esperaron sin impaciencia el completo restablecimiento de su jefe, Durante muchos dias, Luis Cervantes continué mustio y silencioso. iQue se me hace que usté esta enamorado, curro! —le dijo Demetrio, bromista, un d la curacién y comenzando a encarifiarse con él . después de Poco a poco fue tomando interés por sus comodidades. Le pregunté si los soldados le daban su racién de carne y leche. Luis Cervantes tuvo que decir que se alimentaba s6lo con lo que las buenas Viejas del rancho querian darle y que la gente le seguia mirando como a un desconocido 0 a un intruso, —Todos son buenos muchachos, curro —repuso Demetrio—; todo est en saberles el modo. Desde mafiana no le faltaré nada, Ya vera. En efecto, esa misma tarde las cosas comenzaron a cambiar. Tirados en el pedregal, mirando las. Nubes crepusculares como gigantesoos cuajarones de sangre, escuchaban algunos de los hombres de Macias la relacién que hacia Venancio de amenos episodios de El judio errante. Muchos, arrullados por la melifiua voz del barbero comenzaron a roncar, pero Luis Cervantes, muy atento, luego que acabé su platica con extrafios comentarios anticlericales, le dijo enfatico: — jAdmirable! jTiene usted un bellisimo talent — No lo tengo malo —repuso Venancio convencido—; pero mis padres murieron y yo no pude hacer carrera, —_ Es lo de menos. Al triunfo de nuestra causa, usted obtendré faciimente un titulo. Dos o tres semars Ue ConCuttit 2 lus Hospitales, uid buera fecomendacion Ue nuesuv jefe Macias... y usted, ene tal facilidad, que todo seria un juego! Desde esa noche, Venancio se distinguid de los demas dejando de llamarle curro. Luisito por aqui y Luisito por alli x Oye. curro, yo queria icite una ensa_ —dija Camila una mafiana, a la hora que | iis Cervantes tha or agua hervida al jacal para curar su pie. La muchacha andaba inquieta de dias atras, y sus melindres y reticencias habian acabado por fastidiar al mozo, que, suspendiendo de pronto su tarea, se puso en pie y, mirandola cara a cara, le respondio: — Bueno... {Qué cosa quieres decitme? Camila sintié entonces la lengua hecha un trapo y nada pudo pronuneiar; su rostro se encendié como un madrofio, alz6 los hombros y encogié la cabeza hasta tocarse el desnudo pecho. Después, sin moverse y fijando, con obstinacién de idiota, sus ojos en la herida, pronuncié con debilisima voz: —Mira qué bonito viene encamando yal... Parece dotén de rosa de Castilla. Luis Cervantes plegé el cefio con enojo manifiesto y se puso de nuevo a curarse sin hacer més caso de ella Cuando terminé, Camila habia desaparecido. Durante tres dias no resulté la muchacha en parte alguna. Sefié Agapita, su madre, era la que acudia Alllamado de Luis Cervantes y era la que le hervia el agua y los lienzos. Fl buen cuidado tuva de no preguntar mas. Pero a los tres dias ahi estaba d2 nuevo Camila con mas rodeos y melindres que antes, Luis Cervantes, distraido, con su indiferencia envalenton6 a Camila, que hablo al fin: —Oye, curro... Yo queria icirte una cosa... Oye, curro; yo quiero que me repases La Adelita... pa... 2A ‘que no me adivinas pa qué?... Pos pa cantarla mucho, mucho, cuando ustedes se vayan, cuando ya no estés ti aqui. cuando andes ya tan lejos, lejos... que ni mas te acuerdes de mi. Sus palabras hacian en Luis Cervantes el efecto de una punta de acero resbalando por las paredes de una redoma Ella no lo advertia, y prosiguié tan ingenua como antes: i —jAnda, curro, ni te cuentol... Si vieras qué malo es el viejo que los manda a ustedes... Al tienes nomas lo que me sucedié con él... Ya sabes que no quere el tal Demetrio que naiden le haga la ‘comida mas que mi mamé y que naiden se la lleve mas que yo... Geno; pos Potro dia entré con el champurrao. v qué te parece que hizo el vielo € porra? Pos que me pepena de la mano v me la agarra juerte, fuerte; luego comienza a pellizoarme las corvas... jAh, pero qué pliogue tan giieno le he ochaol... "Epa, piorl... jEstéso quietol... ;Pior, viejo malcriadol... jSuélteme..., suélteme, viejo sinverglenzal" Y que me doy el reculén y me le zafo, y que ai voy pa juera a toa carera... {Qué te parece nomas, curro? Jamas habia visto reir con tanto regocijo Camila a Luis Cervantes. — Pero zde veras es cierto todo lo que me estas contando? Profundamente desconcertada, Camila no podia responderle. El volvi6 a reir estrepitosamente y a repetir su pregunta. Y ella, sintiendo la inquietud y la zozobra mas grandes, le respondié con voz ‘quebrantada — Si, escierto... ¥ eso es lo que yo te queria icir.. -Qué no te ha dao coraje por eso, curro? Une ve 0 Con! embelesy el tescu y raulusy rustio de Luis Cervantes, aquellos ‘ojos glaucos de tiema expresién, sus carrillos frescos y rosados como los de un mufieco de porcelana, la tersura de una piel blanca y delicada que asomaba abajo del cuello, y més arriba de las mangas de una tosca camiseta de lana, el rubio tierno de sus cabellos, rizados ligeramente. — Pero zqué diablos ests esperando, pues, boba? Si el jefe te quiere, zt qué mas pretendes?. Camila sintio que de su pecho algo se levantaba, algo que llegaba hasta su garganta y en su garganta se anudaba. Apreté fuertemente sus pérpados para exprimir sus ojos rasos; luego limpio con el dorso de su mano la humedad de los carlos y, como hacia tres dias, con la ligereza del cervatillo, escapé. xl La herlda de Demetrio habia clcatrizado ya. Comenzaban a discuti los proyectos para acercarse al Norte, donde se decia que los revolucionarios hebian triunfado en toda linea de los federales. Un ‘acontecimiento vino a precipitar las cosas. Una vez Luis Cervantes, sentado en un picacho de la sierra, al fresco de la tarde, la mirada perdida @ Io lejos, sofiando, mataba el fastidio. Al pie del angosto crestén, alagartados entre los jarales y a orillas del rio, Pancracio y el Manteca jugaban bara- ja. Anastasio Montafiés, que veia el juego con indiferencia, volvié de pronto su rostro de negra barba y dulces ojos hacia Luis Cervantes y le dijo: — Por qué esta triste, curro? {Qué piensa tanto? Venga, arrimese a piaticar. Luis Cervantes no se movid; pero Anastasio fue a sentarse amistosamente a su lado. — _ Austé le falta la bulla de su tierra. Bien se echa de ver que es de zapato pintado y mofito en la camisa... Mire, curro: ai donde me ve aqui, todo mugriento y desgarrado, no soy lo que parezco... 2A ‘que no me lo cree?... Yo no tengo necesidad; soy duefio de diez yuntas de bueyes... ;De verasi... Ai que lo diga mi compadre Demetrio... Tengo mis diez fanegas de siembra... ZA que no me lo cree?. Mire, curro; a mime cuaura mucho hacer repelar a los federales, y por eso me tienen malar volurtad La ultima vez, hace ocho meses ya (los mismos que tengo de andar aqui), le meti un navajazo a un ‘eapitancito faceto (Dios me guarde), aqui, merito del ombiigo... Pero, de veras, yo no tengo ne- cesidad... Ando aqui por eso... y por darle la mano a mi compadre Demetri. — iMoza de mi vida! —grité ef Manteca entusiasmado con un albur. Sobre la sota de espadas puso una moneda de veinte centavos de plata. — _1Cémo cree que a mi nadita que me cuadra el juego, curr... zQuiere usté apostar?... jéndele, mire; esta viborita de cuero suena todavial —dijo Anastasio sacudiende el cinturén y haciendo oir ‘choque de los pesos duros, En éstas corrié Pancracio la baraja, vino la sota y se armé un altercado. Jcara, gritos, luego injurias, Paneracio enfrentaba su rostro de piedra ante el del Manteca, que lo veia con ojos de culebra. ‘convulso como un epiléptico. De un momento a otro llegaban a las manos. A falta de insolencias suficientemente incisivas, acudian a nombrar padres y madres en el bordado mas rico de indecencias. Peru nada vuuitid, lucyu que se ayulaiunt lus inpullus, susperidss el jucyy, 96 euliatut tranquilamente un brazo a la espalda y paso a paso se alejaron en busca de un trago de aguardiente. —Tampoco a mi me gusta pelear con la lengua. Eso es feo, zverdad, curro?... De veras, mire, a mi nadien me ha mentao a mi familia... Me gusta darme mi lugar. Por eso me vera que nunca ando chacoteando... Oiga, curro —prosiguié Anastasio, cambiando el acento de su voz, poniéndose una mano sobre la frente y de pie—, zqué polvareda se levanta alla, detrds de aquel cerrito? ;Carambal A poco son los mochost.. ;Y uno tan desprevendol... Vengase, curro; vamos a darles parte a los muchachos. Fue motivo de gran regocijo: — iVamos a toparlos! —dijo Pancracio el primero, —Si, vamos a toparlos. {Qué pueden traer que no leven. Pero el enemigo se redujo a un hatajo de burros y dos arrieras. — _Parenlos. Son arribefios y han de traer algunas novedades —dijo Demetrio. Y las tuvieron de sensacién. Los federales tenian fortificados los cerros de El Grillo y La Bufa de Zavalecas. Deciase que era el llimo reduclo de Huerla, y (odo el mundo auguraba la caida de la plaza... Las familias salian con precipitacién rumbo al sur; los trenes iban colmados de gente; faltaban ‘carruajes y carretones, y por los caminos reales, muchos, sobrecogidos de pénico, marchaban a pie y

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