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ISBN 978-987-614-364-6
1. Literatura. 2. Técnicas de Escritura.
CDD 808.8
Fundador de la colección: José Nun
Diseño de tapa: Peter Tjebbes
Diseño de interior: Verónica Feinmann
Corrección: Aurora Chiaramonte
Ilustración: Juan Soto
Coordinación: Inés Barba
Producción: Norberto Natale
© Mempo Giarcdineeli, 1992, 2003 y 2012
Agencia Literaria Carmen Balcells ©Capital Intelectual, 2012
1' edición: 2.500 ejemplares
Capital Intelectual S.A.
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SOBRE LA BREVEDAD
Para Edmundo Valadés “el cuento escapa a prefiguraciones teóricas: si
acaso, se sabe que su única inmutable característica es la brevedad”.
Y precisamsnterespecto def cuento breve ■ (también llamado
cuento corto, minificción, microcuento o microficción) el especialista
chileno Juan-Armando Epple distingue cinco condiciones básicas;
"brevedad, singularidad, temática, tensión e intensidad”.
Esas características, por cierto, son aplicables a todos los cuentos,
cualquiera sea su extensión, y no solo a los breves. Quizás por eso Marco
Denevi (ver entrevista más adelante) sostiene con definitivo sentido común
que la única y verdadera forma eficaz de distinguir cuento de novela, y
cuento largo de cuento breve, es contando la cantidad de páginas que tiene
cada texto.
Respecto de este punto es muy interesante esta otra idea de Epple: “El
criterio fundamental para reconocerlos como relatos no es su brevedad, sino
su estatuto ficticio". O sea, es la invención literaria lo que permite
reconocer un cuento. Según él, el microcuento es “un concentrado ejercicio
destinado a poner en tensión nuestras convicciones y hábitos de lectura".
Eso viene, dice, desde la Edad Media, cuando “se empiezan a discernir, en
las expresiones narrativas, formas diferenciales de ficción breve,
especialmente en la literatura didáctica. Además de las expresiones de la
tradición oral y popular como las leyendas, los mitos, las adivinanzas, el
caso o la fábula, en que interesa más el asunto que su formalización
literaria, surgen modos de discurso que se articulan en estatutos genéricos
ya decantados en la tradición cultural, como el ejemplo, la alegoría, el
apólogo o la parábola”. Además, señala que de esa Edad Media vienen las
expresiones precursoras de la literatura tal como la conocemos hoy, así
como las proposiciones estéticas sobre la diferenciación de los géneros.
Y más adelante agrega que “en la línea de relatos breves que
establecen una relación intertextual con la tradición clásica destacan las
reelaboraciones de mitos e historias famosas, y la predilección por la fábula
como modalidad narrativa de renovada eficacia”. Lo que hoy es una
costumbre muy arraigada, casi un tópico contemporáneo que en algunos
casos ha llegado a ser manía académica con pretensiones borgeanas.
Claro que hay fabulistas modernos precisos y preciosos como Arreóla,
Monterroso o Denevi, y hoy añadiría a Elsa Bornemann, Gustavo Roldán y
Ana María Shua, por lo menos, pero en esos casos es el talento, o el
ingenio, lo que da brillo a sus alegorías y parodias, y no la mera
utilización del recurso reelaborador.
Según Epple, la caracterización del cuento breve se sigue buscando "a
partir de una comparación explícita o implícita con la novela, y los rasgos
distintivos que se postulan (la brevedad, la singularidad temática, la tensión
o la intensidad) siguen resultando insuficientes como categorías
distintivas”. Ello, porque las novelas cortas y los cuentos extensos
cuestionan "el criterio tradicional de la extensión como límite entre ambos
géneros. Y con el cuento brevísimo el problema se dificulta aún más, por su
relación con un amplio registro de formas breves de sustrato oral o
libresco".
El criterio de Epple (que él llama “provisional”) para calificar a un
cuento breve no se basa, pues, en la extensión ("el corpus va desde el relato
de una sola línea al de una página”) sino en el estrato del mundo narrado.
“En la existencia de una situación narrativa única formulada en un espacio
imaginario y un decurso temporal, aunque algunos elementos de esta tríada
(acción, espacio, tiempo) estén simplemente sugeridos”. Pone como
ejemplo “El sueño” de Monterroso y explica de esta manera el estrato
narrativo único: “Algo que hace o le ocurre a alguien alguna vez en algún
lugar”. Lo cual, por ser válido para todo tipo de cuento, me parece una
perfecta y sintética definición de este género literario.
SOBRE ENFOQUES 0 INFLUENCIAS
Lo más interesante del camino de un escritor es su crecimiento
literario. Cuando, por razones del azar, se sigue la trayectoria y evolución
de autores a los que no se conoce personalmente, y luego se tiene acceso a
sus últimas producciones, es posible apreciar la curva ascendente con el
placer que produce el reconocimiento de la creación misma, esa epifanía
que los escritores¿iempre queremos presenciar.
El mexicano Julio Torri (exquisito cuentista, lamentablemente
desconocido en la Argentina) decía que hay dos tipos de escritores: los de
imaginación y los de sentimiento. Los primeros suelen ser buenos
artesanos; los segundos, “cuando no tienen genio, son
absolutamente intolerables". Por supuesto, la felicidad literaria se produce
cuando en los cuentos confluyen la imaginación y el sentimiento. Y esto
sería especialmente festejable en un país como el nuestro, donde hay tantos
cuentistas de talento, si no fuera porque también se publica demasiado
cuento mediocre.
En un panorama devastado como en mi opinión era el del cuento
argentino después de tantos años de dictaduras, autoritarismo y censura,
convenía -siempre convi^t^^^ tener el oído especialmente atento a cualquier
voz que pudiera sobresalir de la medianía, la repetición y el cliché. El
paisaje de los años 80 y 90 del siglo pasado estaba distorsionado por culpas
y acusaciones vinculadas a la posición que cada uno/una había asumido
durante la tragedia colectiva que llamamos Dictadura. Sobrados de
complacencias, ninguneos y endiosamientos desmesurados, sometidos a la
reiteración de esquemas cuentísticos y al runrún frívolo del mundillo
literario que se inauguraba en democracia, había sin embargo obras dignas
de atención y algunos creadores de prosas macizas, capaces de mantener un
pie en la realidad y el otro en el terreno de lo fantástico. Abelardo Castillo,
Antonio di Benedetto, Héctor Tizón, Liliana Heker y Ricardo Piglia, por
citar unos pocos, sostenían el prestigio del cuento argentino en base a esa
rara virtud (Torri dixit) del “horror por las explicaciones y amplificaciones”.
Ellos y otros y otras, pudiera decirse, sostuvieron el andamiaje y
estimularon no solo la creación sino también la calidad del cuento que se
escribiría en los años venideros, ya en democracia. E influenciaron, como
antes lo habían hecho Borges y Cortázar, a las nuevas generaciones.
Nada tienen de malo las influencias, puesto que todos provenimos de
ellas. Por lo tanto, bien hará todo joven escritor en seguir a Harold Bloom al
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respecto en su ya citado libro . Y es que todo escritor es, en esencia,
libresco (la sugerencia es de Alfonso Reyes), en el sentido de que siempre
andamos buscando ¡deas y asociaciones en los autores que amamos.
SOBRFtA - WAGWÍACtÓN
Dice Juan Rulfo que todo escritor “es un mentiroso: la literatura es
mentira, pero de esa mentira sale una recreación de la realidad; recrear la
realidad es, pues, uno de los principios fundamentales de la creación.
Considero que hay tres pasos: así como en la sintaxis hay tres puntos de
apoyo: sujeto, verbo y complemento; así también en la imaginación hay tres
pasos: el primero de ellos es crear el personaje, el segundo crear el
ambiente donde ese personaje se va a mover y el tercero es cómo va a
hablar ese personaje, cómo se va a expresar, es decir, darle forma. Estos tres
puntos de apoyo son todo lo que se requiere para contar una historia”.
Dicho sea con todo respeto a su memoria, Rulfo en esto se equivocaba
porque el asunto no es tan sencillo, y él lo sabía muy bien. Pero es evocable
su enseñanza porque pocos autores de la literatura universal fueron tan
conscientes del valor de su imaginario como él, y poquísimos lo manejaron
con tanta intuición y sabiduría.
"Para mí lo primordial es la imaginación -escribió Rulfo-. Dentro de
esos tres puntos de apoyo, está la imaginación circulando: la imaginación es
infinita, no tiene límites, y hay que romper donde se cierra el círculo; hay
una puerta, puede haber una puerta de escape, y por esa puerta hay que
desembocar, hay que irse. Así aparece otra cosa que se llama intuición: la
intuición lo lleva a uno a adivinar algo que no ha sucedido, pero que está
sucediendo en la escritura. Concretando: cuando esto se consigue, entonces
se logra la historia que uno quiere dar a conocer. Creo que eso es, en
principio, la base de todo cuento, de toda historia que se quiere contar.”
Entre nosotros, esa misma idea la sintetizó otra gran cuentista de la
democracia: María Esther de Miguel: "La imaginación permite ver cómo es
la realidad del otro lado”.
SOBRE LA SUTILEZA Y LA ELUSIÓN
Sabemos que la sutileza es un mérito de todo buen cuento. Por eso es
importante que la sutileza se trabaje, se eduque, sobre todo en la literatura
de un país como el nuestro, que está tan inficionado de obviedades,
lugares comunes, santificaciones baratas e irracionalidad. Esto hace que
resulte más valioso el empeño de algunos autores por no explicarlo todo,
aunque sin por ello extraviarse en el mar del cripticismo y lo abstruso. Para
esto, creo, hay que tener un innato sentido de la elusión, que es a la vez la
mejor manera de darle brillo a la alusión. Y manera creadora -dicho sea
para completar el juego de palabras de ilusión.
La verdadera eficacia de la elusión literaria es la que se desvincula del
propósito del autor. La literatura más realista (en el sentido de aludir a-lo-
que-pasa) suele ser la que no se propuso serlo. Toda literatura que se obliga
a imponer discursos, los mata. Toda literatura que no tiene discursos, como
la que no tiene hechos, se esfuma. La mejor literatura es la que no depende
de la voluntad de los escritores, ni se hace con fórmulas o recetas, sino la
que proviene simplemente de sus pasiones. Y es que a la realidad solo se la
sueña, imagina o alude, como aconsejaba Augusto Roa Bastos.
SOBRE LA SENSIBILIDAD
Otro aspecto que conviene subrayar es la sensibilidad, porque todo
buen cuento debe tocar alguna fibra íntima en el lector. Necesariamente. Y
es que un buen cuento no es el que surge de las puras ganas del autor, ni es
el que deviene de un intento catártico. Un buen cuento es el que nace
sencillamente de la inevitabilidad de que ese_cuento exista. Es decir: se lo
escribe porque no se puede dejar de escribirlo. Es
como si el cuento viniera empujando desde adentro del autor,
abriéndose paso a pesar de todas las resistencias hasta explotar en las
páginas que lo contienen.
El destino de un cuento, como si fuera una flecha, es producir un
impacto en el lector. Cuanto más cerca del corazón del lector se clave,
mejor será el cuento. Para lograr ese efecto, el texto debe ser sensible: debe
tener la capacidad de mostrar un mundo, de ser un espejo en el que el lector
vea y se vea. Esto es lo que se llama identificación (el lector piensa que ya
le pasó o le puede pasar lo mismo que narra o describe el cuento) y eso le
creará una empatia, una solidaridad con lo contado que hará que el cuento
se le torne inolvidable. Esta identificación solo se logra apelando a la
sensibilidad del lector, tocada por el texto. Para eso debe llegarse a lo que
podríamos llamar el alma del cuento, que es un alma viva, que emite
sonidos, titila, respira. Esa respiración, en los grandes cuentos, será eterna,
y ese cuento será clásico solo en la medida que las diferentes generaciones
y culturas lo acepten, reinventen y repitan.
Se sabe: hay sensibilidades sofisticadas y las hay vulgares. En nuestro
tiempo es indudable -y desdichado- que la sensibilidad general se ha vuelto
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chabacana y grosera , pero igualmente el autor debe crear su cuento
teniendo en cuenta al lector y -uno esperaría- proponiéndole un texto de
calidad. Para ello debe ser consciente de que alguien, en algún lugar, va a
leer su cuento. Debe querer que así sea. Y preocuparse ante la posibilidad
de que eso no suceda. Como quien arroja una botella al mar con un mensaje
adentro, debe hacerlo con fe . en que alguien lo recibirá. Y ese tener
presente al otro es lo que impedirá que el cuento sea solo autorreferencial,
de intimismo abstruso o inexpugnable cripticísmo. Recordemos a Oliveira,
el personaje de Cortázar, para quien "la explicación es siempre un error bien
vestido”.
Todo esto hace a la cordialidad del cuento: que en esencia es un
diálogo, una conversación amable en la que uno narra y el otro escucha,
respondiendo con su entrega y su atención inclaudicable a la seducción del
narrador. Esto es lo que se llama tener presente al lector, que no equivale a
hacerle concesiones ni guiños, ni a darle explicaciones inútiles. He ahí la
inteligencia del buen cuento, además. Recordemos que para Paul Valéry la
“verdadera unidad" de la obra no se da en uno, en el autor: “Yo he escrito
una partitura, pero no puedo escucharla sino ejecutada por el alma y el
espíritu de los demás.”
Si un arte tiene que ser entendido solo por los entendidos, no es arte,
sino la clave de una logia, piensa Denevi en Rosaura a las diez, en ese
tramo memorable en que el pintor defiende la idea de que al sentido común
hay que defenderlo de esa corrupción de los sentidos que se llama arte
moderno. (Que es una idea discutible, desde ya, porque el arte moderno
siempre es un continuo crecer, es intentar formas nuevas y modificar la
estética conocida. Sin arte moderno todo arte sería clásico y le estaría
vedado expresarnos en cada tiempo. Pero además, y sobre todo, lo clásico
deviene de haber sido, antes, moderno. Hoy Rubens y Mozart son clásicos,
pero en sus siglos fueron modernos. Y es que ser moderno es el destino de
todo artista cabal, y a la vez es el único camino que conduce al clasicismo.)
Como fuere, me parece que esto debería ser profundamente
reflexionado por todo cuentista: ¿Dónde estoy yo, autor de esta invención?
¿Y dónde coloco, o quisiera colocar, al destinatario natural de este
telegrama cifrado que estoy creando y que llamamos cuento? ¿De qué
manera nos vamos a encontrar, mi lector y yo, en este hecho externo a él y a
mí, en esta entidad autónoma que es el cuento?
SOBRE EL LECTOR
Dice ese otro importante teórico que es Mario A. Lancelotti que “una
teoría del genero reclama, por lo demás, una estética del narrador y del
lector (...). El cuento requiere una reducción del campo narrativo análoga al
estrechamiento de conciencia que acompaña a las ideas fijas. En cierto
modo, el cuentista procede como un obseso (...). Desde el punto de vista del
lector, el cuento es acto riguroso de leer: Lectura por excelencia. No leemos
un cuento con los mismos ojos que siguen una novela o mediante un tratado
científico. En la primera, la lectura no es jamás demasiado atenta y es
natural que así sea: nos toma desde ángulos y distancias muy diversos.
Distraído por una trama en la que de algún modo interviene, el lector lee y
no lee a un tiempo. Una novela puede reposar en las manos. Un cuento es
operación estricta del ojo: atención al estado puro. La menor desviación
pone en peligro el
incidente, que es el suceso y el efecto: en rigor, toda la historia. Más
que a conmovemos, el cuento tiende a asombramos y, estilísticamente, el
cuentista es un virtuoso. Su tour de forcé consiste en convertir el
acontecimiento en un lenguaje".
Sobre el lector del cuento breve, Epple sostiene que toda micro-ficción
“dice más de lo que el texto explícita”. Y esto es evidente: se trata entonces
de azuzar la imaginación, de conmover y desatar la capacidad asociativa del
lector. Produciendo risa o llanto, congoja o furia, o cualquier tipo de
emoción empática, lo importante es que el cuento enciende luces en la
inteligencia y en el corazón del lector. Desencadena acontecimientos
internos, y aun podría —aunque no es su misión, desde ya- desatar hechos
concretos, acciones humanas. Suele decirse que lo importante es que el
cuento requiere un lector activo, comprometido con lo que lee; lo cual no
deja de ser una verdad de Perogrullo porque si el lector es pasivo y no se
involucra en el texto, sencillamente lo abandona. Claro que no por eso hay
que colocar todo el esfuerzo en el lector. El autor debe haber sabido
encantarlo, fascinarlo, comprometerlo. Hacerle indispensable la
continuación de la lectura. Hacerlo socio en la empresa del cuento.
En opinión del narrador colombiano-mexicano Marco Tulio Aguilera
Garramuño -en un valioso artículo en la revista PluraF- "cada cuentista
instala su propia lógica y crea sus lectores, sus iniciados, su propio culto
(...). Muchos cuentistas fracasan porque intentan demostrar tesis, ilustrar
una situación, corregir una injusticia, enseñar a vivir a sus cuitados e
ingenuos lectores. El buen lector de cuentos no es un subdotado y en la
lectura no busca lecciones de moral. Es, por el contrario, una persona
sensible que busca divertirse sin embrutecerse”. Lo que no es otra cosa que
el mandato cervantino, que siempre es oportuno recordar: en el prólogo de
Don Quijote, Cervantes se refiere a la doble función de la literatura:
entretener y hacer reflexionar.
El diálogo con el lector es capital en el cuento. Y ese diálogo, como
apuntara Mastrángelo, “no permite la menor distracción del lector. Este
8. N° 176, México, mayo de 1986.
se halla, de pronto, prisionero en una estrecha celda completamente
oscura y tan desmantelada que no puede prestar atención más que a las
mágicas palabras”.
SOBRE LA ESTRUCTURA
La estructura de un relato no es otra cosa que su esqueleto o, si se
quiere, el tramado arquitectónico de columnas y vigas sobre las cuales se
sostendrán la ficción narrada (la historia, el contenido) y la narración misma
(la forma, el estilo).
La cuentista Edelweis Serra sostiene que la estructura del cuento
“resulta de la integración de tres estratos fundamentales correlacionados
entre sí, sin prioridad valorativa del uno sobre el otro, antes bien en íntima
interdependencia y mutua sustentación”. Esos tres estratos son: el de las
objetividades representadas; el de los significados; y el de la palabra. El
primero es el "mundo narrado, sencillamente el hecho que se narra, el
suceso, el acontecimiento con sus episodios e. incidentes. Desde este estrato
se desprende el tema o contenido temático del cuento y, por ende, su
significado, y así entramos en el área del segundo estrato, donde se
configura una imagen y una interpretación de la realidad, del mundo
narrado. Pero el ser del cuento y su manifestación fenomenológica no
quedaría fraguado sin la concurrencia indispensable del estrato de la
palabra, troquelado verbal del objeto narrado en solidaria unidad
estructural. Esta estructura ternaria, como se ve, no es divisible; los estratos
se dan simultáneamente, íntimamente determinados entre sí, uno implica al
otro y los tres, a una, constituyen la naturaleza óntica y fenoménico-estética
del cuento”.
SOBRE LA INTENSipAD Y LA TENSIÓN
Hay otros dos aspectos que no siempre son bien explicados y que
suelen desesperar a los cuentistas noveles: la intensidad y la tensión.
“Lo que llamo intensidad en un cuento, consiste en la eliminación de
todas las ideas o situaciones intermedias, de todos los rellenos o fases de
transición que la novela permite o exige”, escribió Julio Cortázar en su
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multicitado texto Algunos aspectos del cuento . •
Por su parte, el notable escritor de ciencia-ficción que fue J. G.Ballard
(citado por la narradora uruguaya Cristina Peri-Rossi) opina que "el cuento
está más cerca de la pintura. En general, no representa más que una escena.
De este modo se puede obtener la intensidad y la convergencia, fuerte y
brillante, que se encuentra en los cuadros su-perrealistas. Es mucho más
difícil conseguir eso en una novela, porque eso comporta elementos
narrativos. En la novela hay que construir el tiempo. En un relato, en
cambio, se lo puede eliminar y provocar esa extraña sensación, esa clase de
atmósfera”.
Y la misma Peri-Rossi aporta lo suyo: “El escritor de cuentos
contemporáneo no narra solo por el placer de encadenar hechos de una
manera más o menos casual, sino para revelar lo que hay detrás de ellos; lo
significativo no es lo que sucede (y a veces ocurre muy poco, como en los
relatos del magnífico escritor italiano Giorgio Mangane-lli), sino la manera
de sentir, pensar, vivir esos hechos, es decir, su interpretación”. En
comparación con la novela, dice que ésta "en general procede por
acumulación (de puntos de vista, hechos, tiempos, espacios), mientras que
el relato moderno actúa por selección: elige un momento en el tiempo y lo
paraliza para interiorizar en él, para penetrarlo; elige un ángulo de mira y,
por encima de todo, selecciona rigurosamente lo narrado para provocar un
solo efecto... Mientras la novela transcurre en el tiempo (aunque sea un
tiempo corto, como en el Ulises de Joyce), el cuento profundiza en él, o lo
inmoviliza, lo suspende para penetrarlo".
Todo lo cual está contenido en aquella reiteradísima, vieja ¡dea de
Hemingway: "En el cuento el escritor gana por knock-out; en la novela, por
puntos”.
En lo que respecta a las comparaciones con la novela, casi todos los
autores que han reflexionado sobre el género cuento coinciden -palabra
más, palabra menos- en que la función del cuento es agotar, por intensidad,
una situación, mientras que la de la novela es desarrollar varias situaciones,
a veces simultáneamente, las cuales al yuxtaponerse provocan la ilusión del
tiempo sucesivo.
Uno de los teóricos que más reflexionó acerca de la intensidad y la
tensión del cuento, fue el maestro Mastrángelo: "El cuento empieza
moviéndose. Nace caminando y no se detiene hasta el final. Es todo
vitalidad, emoción y movimiento... El cuento, que nació oralmente, sigue
conservando hoy, al cabo de varios milenios, sus dos características
esenciales: su unilineaiidad, es decir, su espina dorsal, única e indivisible; y
su unidad de asunto. Son las dos primeras leyes estructurales que lo apartan
y lo alejan de la novela".
A esa unilinealidad del cuento yo la llamaría unidad de sentido, para
coincidir con Mastrángelo en que unidad de sentido y de asunto son dos
aspectos que a menudo se olvidan, aunque son el camino necesario para
arribar a “otra ley de esta especie del género narrativo, más olvidada aún
por los ensayistas: su unidad funcional, su armonía vital, o como quiera
llamársele. Tal unidad funcional tiene dos fines primordiales: 1) canalizar el
interés o la emoción, entubando la mente del lector (ya que el cuento es un
túnel, un sendero libre de malezas y otros obstáculos); y 2) concentrar ese
interés o emoción al final del suceso narrado, haciéndolo estallar o
desvanecer tan radical y oportunamente (verdadero orgasmo psíquico) que
el cuento lo ultime el mismo lector, sin previa advertencia ni presencia del
cuentista”.
La intensidad y la tensión tienen que ver con una de las peculiaridades
del género: cierta pureza de elementos que no requieren otras expresiones
narrativas. “Pureza de elementos, en el sentido de todo aquello
imprescindible a los fines que se propuso el autor”, escribe Mastrángelo. Y
es que “en el abismal y maravilloso laboratorio de su cerebro, y en
misteriosa combinación del consciente con el inconsciente, el cuentista va
recordando e inventando, seleccionando y recibiendo en su mente solo lo
que él necesita. A la inversa del relator, que generalmente se ajusta a la
realidad, el cuentista ajusta la
realidad a él, cuando le puede ser útil. Por esto un cuento nada tiene
que ver con la realidad propiamente dicha (aunque nos impresione más que
un hecho que está acaeciendo ante nuestros propios ojos) y en cambio la
mayoría de los relatos y muchos capítulos de novelas no son más que
recuerdos o vivencias, y su autor un simple cronista con más o menos
ingenio”.
De modo que la intensidad y la tensión se constituyen con base en la
unidireccionalidad inquebrantable de todo cuento. En la eliminación de lo
que Cortázar llamó “ideas o situaciones intermedias, rellenos o fases de
transición”. Y esa unidireccionalidad no es otra cosa que el famoso knock-
out hemingwayano. Solo así "el cuento perfecto es concluido
simultáneamente por el lector y el autor -subraya Mastrángelo-. Si acontece
lo contrario es porque algo fracasa. Eso último suele ocurrir cuando el autor
apresura el final, adelantándose al ritmo del lector y del cuento mismo. Y,
con mucha más frecuencia, cuando la dilata con alguna advertencia,
explicación o rebuscando un corte definitivo. Porque en el cuento marchan
unidos el que narra y el que lee, a un ritmo cada vez más acelerado, y hacia
una meta a la que deben llegar al mismo tiempo". En cambio, "el lector de
una novela puede ser arrastrado o tironeado por el autor. Este puede darse el
lujo de adelantarse al leyente, de sumergirse o elevarse de tal modo que el
lector lo pierda de vista por un instante. El lector, por su parte, puede darse
el gusto o sufrir el accidente de distraerse y perder el hilo por un momento
que puede significar todo un capítulo. No por eso dejará de leer la novela y
no por eso dejará de agradarle o interesarle. Esta marcha paralela entre
creador y destinatario puede ser -y a menudo es- irregular, arrítmica,
intermitente, ajustándose solo en las partes culminantes".
Todo lo contrario sucede en el cuento, en el cual el “ajuste entre el
escritor y su lector ha de iniciarse en la primera línea y finalizar en la
última. Ahora bien: cuando no se produce este sincronismo (especialmente
en las líneas finales) ¿dónde está la falla: en el lector o en el autor?
Generalmente el que yerra es el cuentista. Además, él debe servir al lector y
no a la inversa. Y este sincronismo ha de ser exacto en el instante último,
pero a la vez existir durante todo el desarrollo del suceso. Mas es necesaria
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otra condición para que eso sea posible, y es el estilo” . Y no solo eso:
podríamos agregar, con el teórico mexicano Alberto Paredes, que “así como
la unidad extrema define con buena precisión al cuento, otra constante es la
atmósfera -lograda, por muy irreal y subjetiva que parezca, mediante una
organización efectiva de sus elementos- de revelación privilegiada que
produce el cuento y dentro de la cual sucede su pequeño universo literario".
SOBRE LA CONCEPCIÓN DEL MUNDO
“La capacidad de simbolización me parece un nivel más complejo de
nuestra actividad intelectual -establece Cristina Peri-Rossi—. No narro para
entretener, para ordenar una trama, sino para descubrir, para conocer, para
elaborar una hipótesis del mundo, de modo que lo narrado se supedita a la
intención, a la visión del mundo. Es que, parodiando a Rimbaud, el escritor
es un visionario, o no es.”
De hecho, todo cuento contiene una concepción del mundo, una idea
del universo. Y esto es así sencillamente porque todo cuentista la tiene, lo
quiera o no, lo acepte o no. El escritor tiene siempre una posición ante la
vida, y su obra expresa su manera de pensar. Esa concepción
inevitablemente estará contenida en todo lo que escriba. De ahí que, cuanto
mejor y más cultivada sea esa concepción, cuanto más rica, sensible, culta,
generosa, amplia y abierta, más ricos serán los contenidos de sus cuentos.
De ahí la importancia de la lectura. Y de ahí que en mis talleres, cuando los
dictaba, hace años, la lectura de cuentos clásicos y contemporáneos, semana
a semana, era obligatoria.
La razón fundamental para ello es que solo mediante la lectura de la
mejor literatura universal podremos elaborar, de manera lenta y maciza, una
hipótesis del mundo.
Siempre he pensado que no se puede ser buen escritor, ni cabe
pretender serlo, si no se es, primero, un muy competente lector.
SOBRE EL CUENTO SIN ARGUMENTO
Dice el crítico Arturo Molina García que “en nuestros días se puede
observar cómo muchos relatos breves, considerados como cuentos, no
encajan exactamente en las coordenadas trazadas. Se trata de cuentos con
finales abruptos que producen una sensación de fragilidad, como de algo
inconcluso, pero, al mismo tiempo, llenos de las posibilidades sugerentes de
lo que, a propósito, se deja abierto. Más aun: en nuestra época observamos
con cierta frecuencia la falta de argumento, ingrediente imprescindible del
cuento clásico. Se le ha dado el nombre de cuento-situación (narración-
situación frente a narración-argumento)”. Y opina luego que esto
"demuestra una vez más que el cuento, como cualquier otro género literario,
no es algo monolítico y apriorísticamen-te determinado, que evo^ciona,
dependiendo del estilo y de la sensibilidad hacia, formas nuevas”.
Wayne C. Booths, catedrático de la Universidad de Chicago, en La
retórica de la ficción (citado por Alberto Paredes en su estupendo estudio
10
Las voces del relato ) tiene un párrafo muy ilustrativo respecto de la
llamada literatura sin argumento: "Teóricamente uno puede proyectar una
novela en la que no se haga ningún intento de progresión hacia cualquier
conclusión o iluminación final. Tal obra pudiera simplemente comunicar un
sentido penetrante de que no es posible ninguna creencia, de que todo es
caos, de que nadie ve en su camino claramente, de que estamos
comprometidos "en un viaje hasta el fin de la noche”. En una obra de esta
clase, no solamente el narrador y el lector marcharían juntos por entre las
cuestiones no contestadas a medida que surgiesen, sino que
presumiblemente también el autor implícito marcharía con ellos: nadie sería
más juicioso por haber leído el libro. El autor de tal obra debe dejar la
acción sin resolver: cualquier resorción implicaría un modelo de valores en
relación con los cuales una situación sería más aproximadamente final que
otra. Tan solo un sentido irresuelto de continuación insensata haría justicia a
un tal nihilismo completo”.
A este respecto, el lector puede remitirse también a la entrevista con
Juan José Saer, incluida en la segunda parte de este libro.
SOBRE LA IRONÍA
Puesto que este es un aspecto sobre el cual uno podría extenderse casi
interminablemente, citaré solo una idea de Cristina Peri-Rossi que me
parece una adecuada síntesis: "Hay recursos que empleo a menudo: la
ruptura del plano del discurso narrativo con la incorporación de otro nivel,
generalmente irónico. La ironía es un gran instrumento: crea distancia, y
solo en la distancia somos lúcidos, perversos, ambivalentes e inteligentes. Y
uso la palabra ‘perversos’ en el sentido de que la paradoja pone en tela de
juicio la normalidad, la naturaleza, la espontaneidad”.
Claro está que no siempre las ironías se comprenden. No solo no se
comparten, atención: muchas veces ni siquiera se comprenden. Porque
requieren cualidades que no abundan en los mercados del intelecto, como
inteligencia, sensibilidad, sentido del humor, agudeza y tanto más.
Ha de ser por eso que, como dice Harold Bloom, y para citarlo
nuevamente: "Siempre nos topamos con épocas de estupidez”.
Una fría mañana del último invierno, cuando el julio porteño de 1989 se
recalentaba con hiperinflación, transición presidencial y una incierta locura
colectiva, apareció en nuestra redacción la figura menuda -de impecable
traje oscuro, camisa impolutamente blanca y corbata al tonto- de Enrique
Anderson Imbert. Portando con asombroso aire juvenil casi ochenta años
que parecen veinte menos; se cumplía así un reencuentro esperado.
Hace algunos años, en un coqueto restaurante de Boston, en la Nueva
Inglaterra norteamericana, habíamos charlado sobre literatura y política, esas
dos pasiones argentinas que no reconocen límites generacionales. Desde
entonces, íntimamente, estaba pendiente esta conversación.
De visita en Buenos Aires (EAI vive en los Estados Unidos desde hace
unos cuarenta años pero vuelve a la Argentina todos los años a
pasar'una tamporaga), wanseamos -an sn-flepartaimento de lacatte
Gascón. Unos días después llegó a Puro Cuento con su aparente fragilidad y
su sorprendente vigor (impresionan la firmeza de su voz, la energía que pone
en todos sus movimientos, la pasión con que habla de literatura).
Compartiendo un sobrio té negro primero, y un puchero con todas las de la
ley más tarde, se explayó ante el grabador con soltura, brillantez y
contundencia.
Descendiente de escocés e irlandesa por el lado paterno, y de francés y
español por el materno (“de italiano no tengo nada, desgraciadamente,
porque es la cultura que estimo más"), nació en Córdoba en 1910 pero vivió
en La Plata desde los ocho años. Allí hizo la primaria y el Nacional. Luego
estudió en la Universidad de Buenos Aires, "pero soy platense -dice- en el
sentido de que allí encontré a mis grandes maestros: Alejandro Korn, Pedro
Henríquez Ureña, Rafael Alberto Arrieta y, sobre todo, Ezequiel Martínez
Estrada, para quien escribí mis primeros cuentos porque él tenía un curso de
composición en el que yo empecé a escribir. De Henríquez Ureña fui el
discípulo favorito desde el año 1925, en que llegó a La Plata, hasta su muerte
en 1946; yo lo acompañe siempre y creo que me dediqué a la literatura por
él...".
En 1928 se instaló en Buenos Aires e inició su carrera literaria. Fue
redactor de La Vanguardia, órgano del Partido Socialista. En 1940 fue
profesor en la Universidad de Cuyo, en Mendoza. Desde 1941 lo fue en la de
Tucumán. Vivió la mayor parte de su vida en los Estados Unidos, donde fue
primero profesor en la Universidad de Michigan (Ann Arbor) durante más
de veinte años; desde 1965 es catedrático en la prestigiosa Universidad de
Harvard, en Massachusetts.
Su obra es impresionante: es autor de una Historia de la Literatura
Hispanoamericana en dos volúmenes que a lo largo de sucesivas reediciones
y traducciones es fuente de consulta prácticamente en todas las
universidades del mundo. También es autor de una historia cronológica del
cuento titulada Los primeros cuentos del mundo (1977) y de una
imprescindible Teoría y técnica del cuento (1979), sin dudas el más
completo y profundo tratado sobre el cuento escrito en lengua castellana
(publicado en la Argentina por Ediciones Marymar, es, sin
— wnuwga, muy dfBr'fflfgnramar an
nwmBK'Maffi«,'iW'i>üMfcaiaE una docena de obras de crítica y ensayo, y
otra docena de libros de ficción: novelas y cuentos. De estos últimos,
algunos de sus títulos son: El grimorio, El gato de Cheshire, La botella de
Klein y la más reciente serie de narraciones completas, tituladas En el telar
del tiempo.
E.A.I. es hoy, posiblemente, el crítico literario argentino más
reconocido internacionalmente. Es también, casi con seguridad, el más
importante teórico del cuento en lengua castellana que hay en el mundo.
Además, cuentos suyos figuran en las mejores antologías de cuentistas
argentinos que se han hecho (fuera de la Argentina, naturalmente).
GIARDINELLI: ¿Cuándo se fue y por qué?
ANDERSON IMBERT: Bueno, a ver... Se intervino la Universidad de
Tucu-mán en el año 45; entonces yo me fui en el 46.
-¿Por persecución o por desencanto?
-Fue persecución. La universidad fue intervenida por un fanático, un
loco fascista que nos hacía la vida imposible encarcelando intelectuales.
-¿Quién era? Recordémoslo...
-Creo que se llamaba Olmedo. Era un insignificante, un mediocre. No
era ni siquiera un teórico de la derecha. Solo un pobre tipo que
probablemente obedecía órdenes. Pero hizo que de Tucumán nos fuéramos
casi todos: Risieri Frondizi, Aníbal Sánchez Reulet, Marcos Morínigo...
-Deduzco que de ahí viene ese antiperonismo que se nota en muchos
de sus cuentos. ¿Por qué no regresó después del 55?
-Sí que regresé. Cuando cayó Perón yo volví y me presenté a concurso
y gané tres cátedras: dos en la Universidad de Buenos Aires y una en La
Plata. Pero la universidad argentina estaba tan politizada que era imposible
enseñar. Los profesores teníamos mucha inestabilidad porque los estudiantes
reclamaban que fuéramos sometidos a concurso cada cinco años. Me di
cuenta de que habiendo tanta politización, en ese momento la'universidad
podía estar por la democracia, pero en cinco años más podían volver a estar
con una dictadura. Entonces, me volví a Michigan.
usted como cuentista?
-Yo siempre fui cuentista. La verdad es que mi profesión como profesor
es marginal. Es central en un sentido: me da dinero para vivir. Pero es
marginal porque no responde a mi vocación.
-Hablemos de ella, entonces. ¿Cómo empezó su vinculación con el
cuento?
-Como le dije, yo empecé escribiendo para Martínez Estrada. En 1926.
Y ese mismo año publiqué mi primer cuento, alentado por él. Luego, al
venirme a Buenos Aires en el año 28, empecé a publicar cuentos en el diario
La Nación casi de inmediato. Le llevé un texto al director del suplemento,
Enrique Méndez Calzada, y me lo publicó enseguida. Era un cuentito que se
llamaba "Mi novia, mi amigo y yo". ¡Imagínese, yo tenía solo dieciocho
años!
-¿Y su primer libro?
-Fue una novela, curiosamente: Vigilia, que publiqué en La Vían-
guardia y con la que saqué un premio municipal. Pero yo seguía escribiendo
cuentos, y en 1940 apareció El mentir de las estrellas, mi primer libro de
cuentos, publicado por Daniel Devoto en una edición de lujo, artesanal, una
belleza.
-¿Usted qué era, qué se sentía, entonces? ¿Escritor, docente,
crítico?
-Escritor, escritor. Para mí la cátedra fue una sorpresa. Lo que pasó fue
que Henríquez Ureña me quería mucho y me insistía para que me dedicara a
la enseñanza. Además, yo estudiaba con Amado Alonso en el Instituto de
Filología, y Alonso también me empujaba hacia la crítica literaria. Así que
me alejé un poco del cuento, porque tenía mucho que estudiar. Me metí en
serio con la teoría literaria y escribí mi Historia de la Literatura
Hispanoamericana, que como usted comprende me llevó muchísimo
tiempo... Es por eso que mi segundo libro de cuentos se publicó solo años
después, en el 46, cuando yo todavía estaba en Tucumán; se llamó Las
pruebas del caos. Y el tercero, El grimorio, se publicó recién en 1961.
-En casi todos sus libros aparecen cuentos breves y brevísimos que
usted suele llamar “cuasi cuentos”. Esto me recuerda otras extrañas
denominaciones. He conocido escritores que los llamaron “protocuen-
tos” o “pre-textos”; Valadés los llama “minicuentos”; para mí son
“semi-
cuBiitus1*, yen Pstadus Unidas hay mucha» designaciones, entre
ella» l» original four minute fiction (ficción de cuatro minutos). ¿Qué
significan para usted estos textos? ¿Son ejercicios? ¿Son un género
menor, una frustración del género?
-No, no sé [ríe], Pagés Larraya me decía, burlón: "Che, qué generoso
sos. No te costaría nada ampliar esos esquemas narrativos y tendrías
entonces cuentos largos, que son más reconocidos que los breves”. Pero la
verdad es que como yo no creo que haya diferencias entre la forma y el
fondo, sino que son una unidad, creo que los minicuentos nacen así y no se
pueden ampliar, como tampoco un cuento largo se podría encoger. El
escritor lo que produce son unidades narrativas. Por otra parte, no soy yo el
primero que frecuenta este género. De niño, yo leía los poemas en prosa de
Baudelaire.
-Que son más poesía que prosa, cabe decir.
-Sí, y precisamente por eso los cito. Porque lo que yo he tratado de
evitar es la moraleja, la intención moral, política o ideológica. Porque en el
género del cuento corto, fíjese, siempre ha habido una intención proselitis-ta:
ahí tiene usted la forma de fábula, por ejemplo.
-Bueno, eso corresponde al origen del cuento. Usted mismo dice en
Los primeros cuentos del mundo que el cuento en sus orígenes tenía una
intención no literaria. Podríamos decir que la iiteraturización del cuento
fue posterior, ¿verdad?
-Claro. A veces eran solo mitos. Y esos mitos eran realmente intentos
serios para explicar el origen del mundo. O de los fenómenos naturales. Así
que es claro que el origen del cuento fue un origen mítico, y muy serio.
-Volviendo al cuento breve, siempre tengo la impresión de que en la
Argentina no hay una tradición del cuento breve, como sí la hay en
México, en los Estados Unidos y en otros países. Usted es uno de los
pocos cultores argentinos del cuento breve y brevísimo. Disculpe mi
ignorancia, pero ¿es también uno de los precursores?
-En la Argentina, sí.
-¿Y de fónde"e vmo esta vocación?
-De la lectura de los maestros del cuento breve. Uno de ellos fue Jules
Renard. En el siglo XIX escribió libros con cuentitos de veinte
naba leerlo. Por supuesto: ¿quién me hizo conocer a Renard?: Martínez
Estrada. Ahora me da un poco de rabia porque nadie se acuerda de Renard.
Por eso me dio tanto gusto que ustedes en el último número (PC 17) lo
publicaran. Y otro cuentista que también me gustaba por sus breves, y que
también me lo dio a leer don Ezequ¡el, fue el catalán Eugenio D'Ors.
-¿Estos antecedentes tan recientes indicarían que es un género
nuevo, propio del siglo XX?
-Es que ni siquiera era un género; eran caprichos. Los autores jugaban
con el cuento breve y brevísimo. Ahí están los cuentitos de don Ramón
Gómez de la Serna. En los años de mi formación, él era famoso
por esos divertimentos.
-Bueno, aquí también podríamos citar a Macedonio Fernández, ¿no
cree?
-No, no lo creo. Tan mal escritor Macedonio Fernández. Dejémoslo de
lado en esta conversación, porque para mí no pertenece a la literatura;
pertenece al manicomio... [Se ríe.] Mejor hablemos de otras influencias:
como el libro Gog, de Giovanni Pappini, que es un libro extraordinario, lleno
de cuentos breves.
-Pero entonces estaríamos en presencia de un género realmente
nuevo, nacido en el siglo XIX, ya que no le podemos encontrar
antecedentes más atrás...
-A ver, déjeme pensar... Sí, sí, creo que no hay hacia atrás otros cultores
del cuento breve. De todos modos, habría que señalar que en el origen de las
formas narrativas hay de todo: el cuento, la leyenda, la fábula, la parábola...
Ahí tiene, ¿ve?: antiguamente había colecciones de parábolas, que de hecho
eran cuentos breves.
-¿Y en la vieja historia del cuento? En el Panchatantra de la India,
por ejemplo, ¿no hay cuentos breves?
-Claro que los hay.
-¿Pero concebidos como cuentos breves, autónomos, imaginados
como tales?
-Bueno, no, en realidad son largas narraciones en las que aparecen
cuentos breves. Si a lo que usted se refiere es a minicuentos concebidos
como tales, creo que entonces no, no hay. Lo que sí hay
enta hl&tui ¡a de la literatura sen cuentes que se van dioiondo, y (fo
lio que se escriben y reescriben versiones. Pero no es lo que usted dice. " Si
hablamos del cuento breve concebido como tal, creo que no hay muchos
antecedentes.
-Aunque usted habla de estar lejos de toda intención moral o
ideológica, sin embargo en su obra hay muchísima intención.
-Sí, es cierto... Lo que pasó es que yo tengo una concepción del mundo.
Esa concepción es muy coherente y se hace presente en toda expresión
estética. En realidad, mis críticas no parten de un partido, de una iglesia, de
una ideología o de un sistema de dogmas o de convicciones. Parten de la
actitud de un contemplador escéptico frente al mundo. Mi sentido del humor
es en parte una respuesta a las incongruencias que voy viendo en la realidad
de todos los días. Es verdad que hay a veces críticas, y mucha ironía, pero lo
que digo que en mis cuentos no hay es proselitismo. A eso me refería.
Porque yo quiero criticar sin pretender convencer a nadie. En el famoso
conflicto entre la literatura comprometida y la literatura gratuita, yo siempre
participé de la gratuita, y aun en los momentos en que era redactor de La
Vanguardia.
-¿Usted era miembro del Partido?
-Claro que sí, y sigo siendo socialista. Pero ahora sin partido. Yo soy un
socialista de Bernard Shaw, de WeUs, de la Sociedad Fabiana de Inglaterra,
que no era marxista y creía que la función del socialismo era la educación
popular.
-Volviendo a la literatura, ¿qué sintió usted en estos últimos
cuarenta años, durante los cuales su nombre adquiría relieve como
crítico, académico laureado e historiador de la literatura, pero a la vez
era olvidado como escritor? Porque déjeme decirle que es muy poca la
gente que piensa en Anderson Imbert como cuentista...
-Es verdad. Y qué le voy a decir: yo creo que es una injusticia. Lo que
ocurre es que para mí la cátedra y la crítica son modos de ganarme la vida;
yo no puedo ganármela como cuentista. Mi profesión es ser profesor y
parece que he sido un buen profesor. He sido crítico y parece que no he sido
un mal crítico. Pero yo me siento cuentista, y siento la injusticia que se ha
cometido conmigo. Yo comparo mis cuentos con loo do Too'mojé*»'
éuéwtletao aiigentinoe,-y con • toda sinceridad le digo que creo que mi
prosa no desmerece ante ninguno.
-¿Usted tuvo relación con Borges, Mallea, Cortázar?
-No. Cortázar no, desgraciadamente no. Yo hubiera querido ser su
amigo; porque era un hombre inteligentísimo, a quien yo quise y respeté
siempre. Pero nunca pudimos encontrarnos. Yo escribí sobre su obra, y él se
refirió muy generosamente a mis cuentos. Quiere decir que de lejos nos
mandábamos saludos. Pero nunca nos vimos... En cuanto a Borges, he sido
todo lo amigo que se podía ser de Borges. De Mallea sí fui muy amigo. Y
también lo fui de Filloy, a quien sé que usted quiere tanto. Un hombre
brillante, excepcional...
-¿Y ellos, cómo lo veían a usted: como a un colega o como a un
profesor que venía de Harvard?
-Para Mallea yo era escritor. Me publicaba cuentos, leyó todos mis
trabajos, me escribió cartas. Me respetaba como cuentista. Con Borges la
cosa fue distinta, porque hubo algo que él nunca me perdonó: cuando en el
año 30 la revista Megáfono, de Sigfrido Radaelli, le hizo un homenaje, me
pidieron una opinión y yo mandé un brulote. Eran mis años de fervor social,
y yo le hice duros reproches a Borges -que aún no escribía cuentos, era
ensayista;-: dije que era un escritor que estaba bordando sobre la
Enciclopedia Británica y que no pensaba con ideas sino que pensaba con
citas: "Fulano dice esto; Zutano dice aquello". Nunca me lo perdonó.
-¿Hablaron de esto alguna otra vez?
-No, no, después de eso nos reunimos muchas veces, en la casa de
Henríquez Ureña y en otros lugares, y el episodio quedó como algo
implícito. Sé que en un tiempo hubo cierta tirantez, pero después los dos
cambiamos...Yo lo admiré mucho, y puedo decir que a Borges se lo conoció
en los Estados Unidos gracias a mí. Cuando llegué allá me pidieron una
antología del cuento hispanoamericano. La hice e incluí un cuento de él: “La
muerte y la brújula”. Pero el editor quiso sacarlo porque dijo que no lo
comprendía, que no entendía ese desenlace con Zenón, y Aquiles, y la
tortuga. Yo me planté: “Si no publican ese cuento de Borges, no hay
antología".
-¿Y por qué cree que a usted no se lo reconoce como escritor?
se... Algunos ensayos se ' han eserito seffremí óbra> ÚftiffígffWK te
hay uno muy largo y muy bueno de María Rosa Lojo.
-¿Tiene la sensación de que esta sociedad ha sido carnívora con sus
intelectuales?
-¡Por supuesto! Es una característica argentina. No crea que es
universal; es totalmente argentina. Ayer conversaba con un amigo sobre lo
diferente que es la vida literaria argentina de la que yo conozco en otros
países. Por ejemplo, en Inglaterra hubo siempre amistad aun entre escritores
que eran enemigos ideológicos. Ahí tiene el caso de Chesterton, que escribió
un libro sobre Bernard Shaw. Tenían dos concepciones del mundo
completamente antagónicas; se pasaron la vida haciendo chistes el uno sobre
el otro; y sin embargo tuvieron una actitud celebrante. El libro de Chesterton
sobre Bernard Shaw es uno de los mejores que se han escrito. En Estados
Unidos también hay mucha lucha, pero hay reconocimiento. Esto debería ser
como un arte de esgrima: se comienza por saludar al adversario... En cambio
aquí hay algo que indica enseguida que se trata de una sociedad enferma: el
resentimiento, Yo no veo resentimiento en los Estados Unidos ni en otras
sociedades literarias. No sé si será porque hay mucho dinero.
-Quizás lo que sucede es que hay más posibilidades, y entonces la
lucha es vigorosa pero no es feroz. Aquí hay muy pocos espacios, y por
eso muchos se desesperan por ocuparlos a patadas, zancadillas, golpes
bajos y ninguneo.
-Sí, claro. Pero la base de todo está en el resentimiento. Hay personas
que dicen que no es el resentimiento argentino sino que es una herencia de
España porque España es el país de la envidia. Es lo que decía Unamuno. En
parte porque el español, como el argentino, da tanta importancia a su
dignidad personal que la dignidad ajena no le preocupa tanto.
-Pero eso es relativo. Yo viví nueve años en México, que es un país
mucho más hispano que Argentina, y allá no aparece de manera tan
salvaje ese resentimiento. Hay luchador el poder cultural pero no es tan
sucia.
-Puede ser que aquí se combinen dos características, entonces: una es el
resentimiento; y la otra es la capacidad de olvido que tiene este país. Es algo
asombroso. Cuando yo veo -y he hablado con algu-
nos ohloos, úttimarñén^e^'que |¿s estudiantes de Frfosoffa y tetras
no saben quién fue Francisco Romero... Y solo algunos poquitos conocen a
Henríquez Ureña... Ni a Martínez Estrada se lo conoce bien, hoy en día... Es
tremendo. Cuando yo digo que Martínez Estrada es el mejor poeta de su
generación, me ha sucedido que me pregunten: "¿Quién? ¿Martínez qué...?”.
-¿Por qué razón usted mismo no dice “soy escritor” sino que dice
“soy cuentista”?
-Porque aun en mis novelas la técnica que utilizo siempre es la del
cuentista. Mis textos siempre tienen un principio, un medio y un fin. Están
muy bien estructurados, de modo que parten de un problema y llegan a una
conclusión. La mía es una concepción clásica. El cuento mío no es la opera
aperta de Umberto Eco. Mi cuento no le deja al lector más posibilidades que
las que yo quiero darle. No dejo que el lector interprete caprichosamente.
-^¿Cuál sería el cuento moderno, como opuesto a ese cuento
clásico? ¿El cuento cortazariano?
-No, no, los cuentos de Cortázar están muy bien armados. Son clásicos.
Lo que pasa es que Cortázar ha engañado mucho con sus teorías literarias.
Pero si usted se fija bien, él no las practicaba. Las teorías de Morelli en
Rayuela, por ejemplo, él jamás las practicó. Los cuentos de Cortázar están
muy bien estructurados. Los periodistas no se daban cuenta de que él usaba
palabras engañosas; decía por ejemplo: “Cuando yo empiezo a escribir un
cuento no sé adonde voy”... Y no era cierto, él sabía perfectamente adonde
iba. Construía muy bien sus cuentos, pero los construía con la técnica de la
deconstrucción.
-¿Y como definiría usted al cuento moderno? Hay teóricos que
hablan del cuento sin argumento, de la narración protoargumental.
-Bueno, yo creo que en parte son ejercicios de verborragia. Son
monólogos más o menos interiores, análisis internos de un personaje, pero
hay mucha confusión en todo esto: hay una prosa muy mala, y yo veo que no
se maneja bien la sintaxis. Veo una decadencia en los cuentos que leo
últimamente. Veo que se escriben sin mucho cuidado. Una de las cosas que
me gustan de su revista es el llamado constante al trabajo. Y me gusta
porque lo que yo observo es que muchas revistas
pareciera'¿úé'aprecian mas la actitud de uspuiilaneidad, que suele
ser" una de las formas del descuido. Mi gran maestro teórico fue Benedetto
Croce, de manera que para mí la literatura no se escribe con sentimientos,
sino con sentimientos contemplados, configurados, de modo que la
inteligencia tome posesión de los propios sentimientos.
-Creo que lo que usted dice se aplica bien al cuento clásico (el que
tiene gancho, nudo y desenlace). Pero el cuento moderno suele decirse
que es diferente, acaso más combinatorio. ¿A usted qué le parece?
-Bueno, en primer lugar le voy a confesar que no me gusta mucho la
palabra moderno, porque hace creer que la historia del arte fuera una historia
fundada en los esquemas del progreso. Y yo no creo que haya un progreso
en la literatura. De manera que no creo que haya un cuento moderno, en el
sentido de esa vieja y falsa querella del siglo XVI: o antiguos o modernos.
Creo que los que importan son los momentos de realización, los momentos
estelares en la historia del cuento. Esos pueden darse, qué sé yo, en el siglo
XVIII: un cuento magnífico de Voltaire, por ejemplo. Pero un cuento de
ahora, por estar escrito dos siglos después, no implica que es mejor que
aquél. Así que rechazo la idea de lo moderno, y también esa nueva locura de
la posmodernidad. Los esquemas míos son los de la excelencia.
-Bueno, pero qué deja para lo experimental. ¿No le parece que
quizás esa concepción es en extremo rigurosa?
-Sí, yo admito que es posible que haya variantes. Una acción narrada
puede ser armada de manera clásica, con principio, medio y fin, pero
también es posible que no tenga un esquema tan evidente. A mí me gusta
mucho el cuento con final sorpresivo, pero también admito el cuento
ingenioso que tiene un doble desenlace. O el cuento que no tiene desenlace y
deja que el lector participe. Cortázar fue un maestro en ese tipo de cuento en
que la intención del escritor es buscar la cooperación del lector.
-En Los primeros cuentos del mundo usted dice: “Por el momento,
no voy a definir el cpento”. Mi pregunta ahora es: ¿lo definió después?
Y en tal caso, ¿cuál es la definición?
-Ah, sí, claro que sí, y me costó muchísimo. Llegué a hacerlo después
de pensar mucho y la incluí en Teoría y técnica del cuento. Dice
así; "EF
r una narractán breve en prnsa que, .por mu
cho que se apoye en un suceder real, revela siempre la imaginación de
un narrador individual. La acción -cuyos agentes son hombres, animales
humanizados o cosas inanimadas- consta de una serie de acontecimientos
entretejidos en una trama donde las tensiones y distensiones graduadas para
mantener en suspenso el ánimo del lector, terminan por resolverse en un
desenlace estéticamente satisfactorio”.
-Usted hace un momento mencionaba cuentos extraordinarios.
¿Cuáles serían, para usted, los cinco o seis grandes cuentos que uno no
debería perderse de leer?
-Bueno, hace mucho me preguntaron cuál era el mejor cuento que yo
había leído en mi vida, y respondí -sin haberlo pensado, espontáneamente-
uno que ahora también recuerdo: Enoch Soams, de Max Beerbohm
[Inglaterra, 1872-1956], quien era amigo de Oscar Wilde.
-¿Podría decir por qué es memorable para usted?
-Porque toca uno de los más tremendos problemas de un escritor, y que
es algo que yo he sentido mucho: el tema del fracaso del escritor. El cuento
es el siguiente: se trata de un poeta que escribe y publica todo el tiempo,
pero al que nadie reconoce; entonces, un día dice: “Ay, yo vendería mi alma
al diablo si así pudiera saber que en el siglo que viene me van a
reconocer...”.
-El tema del Doctor Fausto.
-Sí, pero con la diferencia que Fausto pedía ayuda al diablo, mientras
que Soams lo que le pide es información. Él lo que quiere es saber si en el
siglo XX será reconocido. El diablo acepta el pacto, naturalmente, y el poeta
viaja entonces al siglo siguiente. Se dirige a la Biblioteca del Museo
Británico, muy nervioso y busca afanosamente el fichero para ver qué es lo
que se dice de él. Y lo que se dice es: “Enoch Soams, personaje de un cuento
de Max Beerbohm”.
-Una maravilla.
-¡Claro! Es el cuento dentro del cuento, en un cuento de fines del siglo
XIX, y con el tema angustioso del fracaso del escritor. Con tema fantástico y
con una prosa impecable. Y también tiene el ingreso del autor en el cuento,
porque Beerbohm aparece al final como personaje. Es un cuento muy
complejo, extraordinario.
-“■«""l atiara rtljp MrtH.rm.Hni rrnrtm-nr-rtnrn ..................
-Uno buscaría algún clásico, ¿no? Hay uno de Maupassant, "La joya”,
que está en todas las buenas antologías. Yo admiro mucho ese cuento, el de
la mujer que pide prestada la joya a una amiga, la pierde y se pasa toda la
vida tratando de juntar el dinero para reintegrarla, y al final la amiga le dice
que era una joya falsa. También incluiría a Borges, por supuesto. Elegiría
“Tlón, Uqbar, Orbis Tertius”, que para mí es el cuento más difícil de él: ahí
está el semillero de toda la cuentística de Borges: la idea de la invención de
un planeta. Como él era un idealista y creía que el mundo estaba englobado
en la conciencia, yo creo que esa concepción idealista de la literatura aparece
con todas sus fórmulas establecidas en “Tlón...”.
-Está usted haciendo una verdadera antología... ¿Qué otros
incluiría?
-Sí, ¿no? Y... habría que incluir también al cuentista norteamericano
más magnífico pero más desconsiderado: O. Henry. Fue la clase de autor que
no tiene un cuento memorable, sino que todos sus cuentos lo son.
-Nosotros publicamos una joya de él en el número ocho: “Una
tragedia en Harlem”.
-En idioma inglés yo creo que no hay quien lo supere. Estoy pensando
en escribir un ensayo para tratar de rehabilitar a este hombre. En los Estados
Unidos no solo está olvidado, sino que lo desprecian. Se habla de las
técnicas de O. Henry como un ejemplo de lo que no debe hacerse en el
cuento. Creen que era solo un fabricante de juguetes, pero era un talento en
mecanismos del cuento. Fue un experimentador cabal. Algunas de las
novedades del cuento de hoy, lo que se llama el metacuento, el cuento-
objeto, los estudios en intertextualidad, el cuento que se basa en otro cuento,
en fin, todos estos experimentos estaban ya dados en O. Henry. Además
tenía ternura, una concepción del mundo muy irónica y escéptica, y tiene
descripciones incomparables de la vida norteamericana. Yo no sé por qué lo
desdeñan.
-Quizás porque no lo han leído. Suele suceder. Cuando voy a los
Estados Unidos les digo a mis alumnos que no saben lo que se pierden.
Los norteamericanos no saben la literatura que tienen. Oro que tienen
olvidado es Brett Harte.
- «¡fflarnt Y Amhrota Blarca. Otro grao cuentista, quesufrió- la des
gracia de que Edgar Poe echara sombra sobre él.
-¿Con quién terminaría esta breve antología?
-Con Chesterton, desde luego. Una vez, en México, di una conferencia
sobre él y Octavio Paz después me dijo: “Chesterton es una invención de los
argentinos”. Yo le respondí que no, que en todo caso era una invención de
los mexicanos, porque el primer traductor de Chesterton al castellano fue
Alfonso Reyes... Lo cierto es que para mí, como para Borges, uno de los
momentos más felices que puede tener un lector es leyendo a Chesterton, un
grande y muy parejo cuentista.
-Es curioso que no haya mencionado a ningún ruso.
-Bueno, pongamos a Chéjov. Cuando yo empecé con Martínez Estrada,
la gran influencia que teníamos era Chéjov.
-No solo cuando usted empezó. En mi época también. Y ahora- y
siempre. Todo el que se inicia en el cuento debe pasar una temporada en
Chéjov- que viene a ser el Maupassant ruso- ¿verdad? Déjeme decirle
que no ha mencionado a ningún latinoamericano.
-¿Cómo que no? Mencioné a Borges. Y.. Bueno, quizás debería
mencionar también a Horacio Quiroga. Pero con algunas reservas... porque
he visto que no trabajaba mucho en el estilo. ¡Vamos, no escribía bien!
-Eso también se dice de Roberto Arlt, pero Arlt sí escribía bien. Era
críptico, pero un gran escritor.
-No, a mí nunca me gustó. No, no, ni aun ahora. Yo leí bien "El
jorobadito" y todos los cuentos de Arlt, pero no encuentro ninguno que yo
incluiría en una antología. Para nada. Lo que sí creo es que Arlt tocó una
fibra argentina muy importante, y fue mal interpretado. Se lo ha creído un
populista, siendo que nunca lo fue. Al contrario, en Los siete locos se ve que
es un crítico implacable.
-Como usted sabe, en esta revista evitamos toda preceptiva
esquemática sobre el cuento. Pero a usted es inevitable pedirle una,
¿3uál sería la preceptiva elemental que usted diría para nuestros
lectores?
-Bueno. Lo primero es que yo creo que el escritor tiene que buscar una
expresión sincera, desde un punto de vista original. Pero para saber qué es lo
original, tiene que leer mucho cuento. Porque si no puede
oeuiiii lu que en Texas le eeufrié a ur ootiudiontc mfo, Ranilla' quo
muchacho escribió un cuento con el tema del muerto vivo, que e tema
tradicional. En Quiroga hay un cuento así: ha habido un accidente y de
pronto hay un personaje que se mueve, y se asombra de que la gente no lo
ve, y es que está muerto. Bueno, es un tema tradicional, ¿no? Yo tengo un
cuento con este tema, usted mismo también lo tiene. Medio mundo lo tiene.
Bueno, pero este chico no sabía que era un tema clásico y creía que él lo
había descubierto... Entonces, lo primero que hay que hacer es leer mucho
cuento. Hay que conocer a los clásicos y conocer muy bien la historia de los
temas.
-Que son los temas de la historia misma de la literatura, ¿no? Ya
está todo escrito, pero a la vez, está todo por escribirse.
-No sé si usted sabe que desde hace muchísimos años, siglos, la crítica
viene intentando reducir las situaciones posibles a un número limitado.
Vladimir Propp las sintetizó en 31. Y un norteamericano, John Gallishaw,
que tiene mucho andado en teoría del cuento, las redujo a dos: el cuento en
que un personaje se decide o no se decide; y el cuento en que habiéndose
decidido, fracasa o triunfa. De modo que lo que yo quisiera decirle a sus
lectores-o mejor, a los que empiezan a escribir y le mandan textos a su taller
abier^t^to- es que lo primero que deben saber es que no podrán evitar jamás
la coincidencia con cuentos tradicionales. Nunca podrán evitarlo, y siempre
tendrán que caer en Chéjov, en Maupassant, en Poe... Entonces: más vale
conocerlos bien para poder buscar una apertura. Que es lo que han hecho
siempre los grandes escritores: leer y conocer muy bien los temas, que son
inevitablemente los mismos porque el hombre es siempre el mismo y no
puede sino repetirse. Y como lo que también debe hacer el cuentista es
buscar un tratamiento nuevo, eso se hace, me parece a mí, mediante la
autocon-templación. Yo creo en la espontaneidad; no creo que la literatura
sea la proyección inmediata de una experiencia; creo que siempre el escritor
tiene que desdoblarse, contemplarse a sí mismo; elegir de entre todas sus
experiencias solo aquella que es más propicia para un tratamiento artístico.
Y sobre todo, trabajar mucho en la prosa, que tiene que ser excelente; porque
un cuentista que se estime no puede escribir solo para los vecinos del barrio;
tiene que tratar de escribir también para
la poittriaatfi qcarMUffalftC'las grandw ilucionoo do» oocritof. Sin
ella no escribiríamos. Pero para triunfar en el futuro es necesario que la
sintaxis sea la normal, pues si yo empiezo a romper la sintaxis como hacen
los experimentadores, entonces la oscuridad siempre aparece. Yo podría
nombrarle a algunos cuentistas argentinos que ya son ilegibles. Recuerdo un
señor que se llamaba Néstor Sánchez hace unos años... ¿Quién lee a Néstor
Sánchez? Es ilegible. Esta literatura caótica, incoherente, amorfa, solo puede
gustar a las personas que se especializan en el experimento.
-Pero entonces, ¿usted se opone a los experimentos?
-No, hombre, yo creo que los cuentos de Borges son experimentales;
los de Cortázar son experimentales; yo mismo creo que he escrito cuentos
experimentales. Lo que digo es que también son lúcidos. Lo que yo quiero es
que el experimento sea lúcido.
-¿Pero quién define la lucidez?
-La lucidez consiste en que el escritor sepa lo que quiere decir. Que
haya una lógica interna advertible.
-¿Piensa en Joyce, por ejemplo?
-No, pienso en alguien que para mí es preferible a Joyce y me parece
más importante: Lewis Carroll. Para mí, Alicia en el país de las maravillas y
Al otro lado del espejo son libros más revolucionarios que el Ulises de
Joyce. Carroll era el creador de la lógica, y así los momentos más absurdos
de esas obras tienen un fundamento lógico. A eso me refiero: a una especie
de toma de posesión de la propia concepción del mundo. Henríquez Ureña
una vez me dijo esto: "Un escritor que a los veinticinco años no sepa cuáles
son los problemas fundamentales de la filosofía, nunca podrá ser un gran
escritor”. Y es que un escritor debe saber que hay un problema que es el
problema del ser, y que hay otro que es el problema del conocimiento; y que
hay otro que es el problema del valor. Es decir: aquel que no se haya
planteado siquiera los problemas filosóficos no puede ser un buen cuentista,
aunque pueda observar el alma de esa pobre mujer que está sufriendo en la
vereda de enfrente. El cuento no se hace solamente con experiencias
anecdóticas.
-Quizás lo que pasa es que el experimento siempre va de la mano
del esnobismo. Un afán de trascendencia que vuelve loca a cierta gente,
¿no?
Yo le preguntaría ahora si este es un fenómeno actual ' 0 S '
también hattfrr ~ esnobismo en los años 30, por ejemplo. ¿Había?
-Sí, claro. Pero el esnobismo... es una virtud, me parece, ¿no? Yo creo
que hay que defender ciertas palabras que tienen una mala prensa. Una es
esnobismo, otra es pedantería. Es bueno ser pedante, y es bueno ser esnob.
Porque esnob es una persona que no puede crear valores, pero sabe cuáles
son. Esnob viene del latín sine nobili-tatis: no tiene nobleza, pero sabe qué
es la nobleza. En Oxford, a los estudiantes que venían de las clases bajas, en
la puerta del dormitorio le ponían el cartelito "sine nobiiitatis” cuya
abreviatura era “snob”, que en inglés se pronuncia esnob. Entonces, en
literatura el esnob es aquel que no podría escribir un cuento como John
Updike, pero se ha enterado de que en este momento Updike es el cuentista
norteamericano más famoso, y entonces habla con toda familiaridad de
Updike. Eso es esnobismo. Pero quiere decir que el tipo está reconociendo la
calidad de Updike. Por eso yo digo que es mucho mejor ser esnob que ser un
resentido. Porque el resentido es el que niega, el que rebaja... Y es ignorante,
además. Yo diría que el argentino en general es esnob. O fue esnob.
-Usted hoy hablaba de los diferentes temas. ¿Cuántos hay para
usted?
-Uno solo. Para mí, el único tema de todos los cuentos supone un
personaje que está frente a una dificultad y tiene que resolverla. Un cuento
tiene que tener una acción; sin acción no hay cuento. Ahora, esta acción me
parece a mí que es trascendente en el sentido en que va lanzada hacia un
horizonte de posibilidades. Entonces, así lanzada, elige y al elegir tiene que
consumarse o fracasar, claro. Están los cuentos del fracaso y están los
cuentos en que la voluntad queda realizada.
-0 sea, la misma idea de Gallishaw.
-Casi la misma. Porque él dice que hay dos -decidirse o no decidirse;
triunfar o fracasar-, mientras yo creo que uno de esos términos es superfluo y
que todo se reduce a uno solo: una voluntad que choca con un obstáculo y
tiene que superarlo. De modo que un cuento, para mí, es un problema y una
solución. Si alguien me pidiera una definición del cuento en un mínimo de
palabras, yo respondería eso: un problema y una solución.
-Pero eso se acerca mucho a la ciencia matomáto.. se me ocurre.
¿No le parece que es muy grande el riesgo de reducir la literatura a la
aritmética, por ejemplo?
-Sí, es un riesgo cierto. Pero es que estamos hablando de preceptiva, de
técnica.
-Entonces digámoslo expresamente: saber todo esto no garantiza
escribir un buen cuento.
-Desde luego que no.
22
EL CUENTO ME ABRE EL APE^I'^O
Nacido en Sáenz Peña, provincia de Buenos Aires, en 1922, Marco
Denevi es hoy una de las figuras más interesantes de la narrativa argentina, y
también una de las más inasibles. Un tanto hosco cuando se lo conoce
superficialmente (que es como casi siempre se conoce a los escritores),
nervioso y tímido, rehúye los contactos con el periodismo y, cuando se lo
propone, sabe marcar enormes distancias con sus interlocutores. Del mismo
modo que su trato es suave, delicado y generoso cuando advierte que una
charla desafía su inteligencia. Regordete, achaparrado, ya canoso pero con
un andar y una actividad constante que le dan un aspecto mucho más juvenil
que el que delatarían sus sesenta y cuatro años, Denevi impresiona por sus
diversas obsesiones. Por ejemplo, fuma larguísimos cigarrillos rubios, de los
que inexorablemente aspira solo dos chupadas; luego los deja, casi enteros.
Y así consume seis o siete paquetes diarios. “Todo un presupuesto -dice-pero
me engaño convenciéndome de que fumo menos y solo la parte menos
dañina”. Otra cosa llamativa; sus dedos cortos siempre se están entrelazando,
como si necesitaran masajearse el uno al otro.
Viva en undepartamento de planta baja en el barrio de Belgrano,
desde 1980 (antes, toda su vida, en la misma casa familiar de Sáenz Peña).
Está rodeado de plantas que reciben el sol por el patio del edificio, y de
libros en sólidas bibliotecas en casi todas las paredes. También hay cuadros,
dos enormes dibujos, uno de hace unos veinte años y otro reciente, que
semejan otros dos Denevis que contemplan al entrevistador, o al visitante.
Vive, ciertamente, como lo que parece: un hombre solitario, no solemne pero
sí serio, pro-fundamente preocupado por su intimidad, la lectura, la escritura
(trabaja diariamente, con una pulcritud obsesiva que lo lleva a romper
infinitas cuartillas) y por la situación política. "Descubrí que el periodismo
político es apasionante”, confiesa.
Menor de siete hermanos, escribió su primer libro a los treinta y tres
años, siendo funcionario de la Caja Nacional de Ahorro Postal (hoy de
Ahorro y Seguro) y por motivaciones insólitas que explica en esta entrevista.
Y se considera a sí mismo, con una modestia implacable, algo así como un
escritor por casualidad. Cuesta creerle, claro está, porque su obra es sólida,
precisa, fuerte, sonora, erudita, personalísima.
Aunque es verdad que lo que muchos jóvenes llaman "suerte” ayudó a
su innato talento: en 1954 su primera novela, Rosaura a las diez, ganó el
Premio Kraft (importantísimo galardón de su época, "30.000 nacionales que
eran una fortuna", rememora) e inmediatamente fue llevada al cine, película
que hoy es un clásico de la filmografía argentina.
Su primer cuento, "El nacimiento de Dulcinea", fue publicado por el
diario La Nación en 1956, y su segunda obra, Ceremonia secreta (en
realidad un cuento largo, una nouvelle) obtuvo el Premio Internacional de
Cuentos de la revista norteamericana Life en 1960, una envidiable cantidad
de dólares y resonancia mundial cuando fue filmada en Hollywood por el
director Joseph Losey. No es pequeño detalle recordar aquel jurado: Octavio
Paz (México), Arturo Uslar Pietri (Venezuela), Emir Rodríguez Monegal
(Uruguay), Hernán Díaz Arrieta (Chile) y Federico de Onís (Puerto Rico),
quienes eligieron la obra de Denevi entre la friolera de 3.149 cuentos de todo
el continente.
Posteriormente, su obra abarcó varios géneros: cuento, novela, teatro,
ensayo. En 1966, Falsificaciones, y en 1973, Hierba del Cielo, termi-
.....riároñ áce^tolldarlo-Corao un cuentista de - recepción, Fntrp
sus diBék séis obras, además, cabe mencionar Un pequeño café (1966),
Parque de diversiones (1970), El emperador de la China (1970), Salón de
lectura (1974), Manuel de historia (1985) y su más reciente, asombrosa
Enciclopedia secreta de una familia argentina.
pués me Invitaron
congreso en±a
creadores de todo el mundo. Y este cuento, “Tía Lila", gustó mucho
cuando lo leí, y gracias a eso me lo pidieron para traducirlo y salió en Le
Monde. Mi hijo Ricardo me dijo: "¿Viste que sabías escribir?”.
-Algo así como la recuperación por la escritura.
-Por eso a este cuento lo quiero tanto. Me dio muchas satisfacciones;
se ha traducido a muchas lenguas, está muy publicado. Aunque en
Argentina, no, fíjate. Ojalá lo publiques vos.
-Y a partir de ahí, se te ablandó la mano. ¿Tuviste alguna recaída?
-No, volví a ser escritor. Y como a los dos meses reescribí El vuelo del
tigre. En pocos días, también. Y se mandó a Argentina y se publicó parece
que con bastante éxito, porque yo estaba ya escribiendo Libro de navios y
borrascas y me dijeron que la querían pronto.
-¿Y en ese entonces volviste al país?
-Sí, faltaban pocos meses para la caída de la dictadura. Fui con un
equipo de la televisión española y se filmó allá una película con toda mi
peripecia. Y cuando se pasó aquí, por la televisión, había preguntas del
público y me preguntaron si yo volvería definitivamente a la Argentina. Yo
dije que era muy difícil, porque como bien dice Benedetti así como hay
exilio hay también un desexilio, que es tremendo y vos lo sabes muy bien,
Mempo; de modo que yo dije que era difícil. Entonces me pasaron la voz
que se había grabado esa mañana, del presidente Alfonsín diciendo que
“por favor vuelvan, que los necesitamos, que los esperamos con los brazos
abiertos...”. Fue muy emocionante. Tanto que dos años después, en una
visita a España que hizo Alfonsín yo fui a la embajada y le pedí que me
dejara tocarlo. Me preguntó por qué. Y le dije que yo nunca había tocado un
presidente, y menos civil, y eso que nací el 6 de octubre de 1930, un mes
después del primer golpe de Estado y por eso mi mamá solía decirme que
casi nací del susto, un mes antes.
-¿Y seguiste escribiendo cuentos?
-Bueno, primero estuve muy dedicado a estas dos novelas, y además
seguía trabajando en la fábrica. Por el 83, 84, empecé a trabajar en un
diario, Liberaciórr, que al cabo de un tiempo se fundió y me quedé sin
trabajo. Entonces un día mi hijo me sugirió escribir algo para el Premio
“Juan Rulfo” de París, ya que estábamos sin dinero y era un buen pre-
rata
IHMIILjiií*
y me gané el premio. De zapallazo, digo yo, porque se habían presentado
como 2.500 negros. Y bueno, con eso compramos los muebles y
terminamos de pagar la casa.
-Pero yo me refiero a escribir cuentos como una actividad
constante. ¿Podés sostenerla aun con crisis económica o en medio de la
escritura de novelas?
-Bueno, no sé si te pasa a vos, pero a mi las novelas me desconcentran
con respecto a los cuentos, por un tiempo. Yo escri bí muchos cuentos, sí,
pero la verdad es que desde “Tía Lila” me metí mucho con las novelas. A
El vuelo... y Navios... le siguió mi última novela, Tres golpes de timbal,
todavía inédita y que prácticamente acabo de terminar. Los otros días
escribí un cuento para niños, por un desafío familiar: un sobrino que tiene
ocho años y que desde Argentina me pidió que le mandara un cuento. Me
asombré de poder hacerlo, y me hace pensar que quizás necesito que me
provoquen. Pero lo que sí me sorprende es que he empezado a reescribir
algunos viejos cuentos. Ya he reescrito "La lombriz", que antes estaba en
tercera persona y ahora lo pasé a primera, conmigo mismo de personaje y
ha cambiado totalmente. También reescribí “Los mil días”.
-¿Y por qué hacerlo, eh?
-A mí me fascina esa tarea; es como superar viejas inexperiencias
veinte años después. Y voy a reescribir todos los que merezcan ese trabajo,
los que considere que se pueden salvar, remendar. “La lombriz" a mí
siempre me gustó, pero era un cuento desperdiciado por inexperiencia. Pero
claro; con lo que uno ha aprendido en veinte años ya es menos tonto que
antes. Y ahora me ha salido mejor, creo que ha ganado muchísimo. El
problema es para los pobres traductores.
-Es curioso este fenómeno de un autor que se dedica a reescribir su
obra, incluso estando ya publicada. No es común. ¿Qué significa eso,
Daniel, acaso un deseo perfeccionista de tu propia trayectoria? ¿O es
ocupar el tiempo porque estás medio vacío de nuevas ideas?
-Un poco por deseo perfeccionista. Y otro poco por algo que una vez
me dijo Ricardo Piglia, hace muchos años, y tenía razón: “Qué desprolijo
que sos, Daniel, ¿por qué no revisás más tus cosas?”. Yo nunca las revisaba.
Y ahora sí, con la computadora con que estoy trabajando, las reviso.
Mis manrtos, la ventart, nunea habían sido revisados v por eso vo
decía au» eran mejores en inglés o en otras lenguas, por mérito de los
traductores.
-Hablando de los géneros, Daniel, ¿vos te sentís más cuentista, o
novelista, o simplemente narrador?
-Ahora me siento más narrador. Pero sigo sintiendo un cariño muy
profundo por el cuento como género. Lo que pasa es que es más difícil
escribir cuento que novela. En una novela uno descubre la veta y empieza a
trabajarla. El cuento te lleva él y te obliga. Es como una relación amorosa
súbita, violenta e impostergable. Es una cita a la que uno no puede faltar.
Tenés que hacer el amor con ese cuento de una manera perentoria, mientras
en la novela uno puede demorarse.
-La novela es una seducción lenta.
-Claro. Pero no hay nada más hermoso que cuando te cuaja un cuento.
-¿Cómo es tu relación con ellos?
-A muchos los quiero, y los que considero que me salieron mejor son
los que quiero reescribir. Otros no, no los tocaré... Mis libros son medio
desparejos, esa es la verdad. Pero hay algunos cuentos que me han dado
muchas satisfacciones. "Tía Lila”, sin duda. También el "Relato del halcón
verde...” que tuve que escribirlo cuatro veces, porque no me salía. Me dio
mucho trabajo. Y otros como la "Cantata para el hijo de Graciiiano”, que es
un cuento viejo, creo que está redondo, que no lo tocaré. No sé, Mempo, me
doy cuenta de que de golpe tengo buenos cuentos en mis libros, y hay otros
que no, que son francamente malos. Ahora pienso, como dicen aquí en
España, adecentarlos a todos y juntarlos en un libro, hacer una especie de
antología personal.
-¿Y tenés obra nueva, cuentos inéditos, recientes?
—Sí, tengo un libro inédito. Se iba a llamar Anclado en Madrid porque
parecía que el exilio era el tema, pero luego lo llamé Tía Lila y ahora creo
que lo voy a titular Relato del halcón verde y la flauta maravillosa. Algunos
de esos cuentos ya se han publicado en otras lenguas, y ahí incluyo uno que
se llama “Al otro lado del mar”, que solo se publicó en idioma polaco, y
que quiero mucho: es la historia de un indio que traen los conquistadores
españoles a España y él cree que viene al paraíso de la crueldad. Y también
incluye lo que creo que es mi mejor texto, que es un cuento largo, o una
novela breve, de 64 páginas, basado en una frase de Macedonio Fernández,
y todavía estoy dudando si no lo publico solo, como nouvelle.
-¿Por qué decís que es tu mejor texto?
-Porque es el que escribí con más fuerza, es un texto adulto, maduro.
Es la historia de un argentino que está bebiendo coñac en Madrid, una
noche de lluvia, y abre una maleta donde en forma de una especie de
muñecos están los primeros recuerdos de su vida, de cuando él entró en la
vida. Al final, borracho, pretende triturar a los muñecos tirándolos al
camión triturador de la basura, pero los muñecos le dicen entonces que él, el
que narra, es un recuerdo de ellos, así que mejor tenga mucho cuidado.
-El tema del doble, un tema muy borgeano.
-Y de Macedonio, claro. Y entonces los muñecos dicen que "nos
vamos a quedar. Porque estamos en la atmósfera. El tiempo dará muchas
vueltas; de aquí no se sale nunca”. Y sigue lloviendo en Madrid.
-¿Y ahora que estás más preocupado por cuidar tus textos, los
revisás, los reescribís?
-Sí, claro, ya lo aprendí. “En la atmosfera "es de hace cuatro años y
está muy trabajado. He empezado a tomarme en serio la literatura.
-¿Hay alguna exigencia de tipo literario? ¿Sentirte más expuesto?
-Bueno, pienso que lo que he dado hasta ahora no es todo lo que yo
puedo dar. Además, tengo necesidad de escribir, como tiene necesidad de
comer el que tiene hambre. Y sí, me exijo más porque quiero ser mejor
escritor. Yo con la literatura tengo una relación amistosa desde la escuela
primaria, no es algo extraño ni lejano, sino que yo estoy dentro de ella.
Somos amigos de la infancia y tenemos suficiente confianza; mis primeras
cosas las escribí en la escuela primaria. La diferencia, cuando digo
tomármela en serio, significa que ahora todas mis energías se las dedico a la
literatura, mientras que antes las repartía en otros oficios, en el periodismo,
y en la música, no te olvides. Yo toqué diez años, o quince, la viola en el
cuarteto de La Rioja. Ahora la abandoné totalmente, lo que siempre fue una
opción difícil para mí porque me gusta ser músico.
-Eso se nota en el hecho de que toda tu obra tiene mucha
sonoridad, y no solo en los títulos: trino, flauta, timbal...
-Sí, y particularmente en esta última novela, mi personaje juega mucho
con las palabras. Hay un tratamiento, no musical, pero sí sonoro. Es muy
importante cómo suenan las palabras.
Es muy rubia y sus ojos azules tienen una mirada transparente y llena
de curiosidad. Es una mirada franca, sensible, diáfana, de persona que
jamás caretea y que sabe muy bien todo lo que no le gusta. Certeza que el
entrevistador ratifica en cuanto se sienta con un café ante sí y da comienzo
la charla, mesa de por medio, observados por dos gatos que
permanentemente se subirán a la mesa, hurgarán entre papeles o dormitarán
sobre los sillones, cual verdaderos amos de ese moderno y ordenado
departamento de la calle Bulnes, en el porteño Barrio Norte capitalino. Tan
porteño como la manera de hablar de Elsa Bornemann, esta mujer que se
define “infatigable ama de casa y maestra vocacional”, y que habla como
esas muchachas de los años setenta que iban a manifestaciones y creían que
era posible cambiar el mundo hasta que aparecieron los lobos feroces que
engendraron, después, a los pragmáticos de hoy.
En cuanto uno entra, se siente atrapado por la cordialidad y la buena
onda que destila esta mujer, que todavía no llega a los cuarenta
afios. -pero es madre de dos hijos -ya graindeis-y-tiene una
inmensa sabiduría, un sólido sentido común y una franqueza poco
frecuentes.
Sus respuestas son amplias, completamente femeninas (si por tal se
entienden el irse por las ramas, el humor sutil y la ironía) y además
tiene la costumbre de dibujar con los dedos en el aire -o sobre la
mesa, mientras dice lo que dice- como si necesitara acentuar sus
expresiones. Durante la charla (celebrada en noviembre de 1991)
gesticula constantemente, fuma un cigarrillo tras otro, confiesa ser
muy supersticiosa y no deja tema sin responder.
Hija de “un relojero alemán especializado en campanas, carrillo-nes y
relojes de torre", Bornemann es, como casi todo el mundo sabe, uno de los
más importantes escritores de literatura paro niños de este país. Maestra
Normal Nacional y profesora de inglés, de alemán y de
Letras (egresada de la UBA), ha sido premiada y reconocida
internacionalmente. Su obra es tan original como numerosa, y de sus más
de veinte títulos pueden citarse Un elefante ocupa mucho espacio,
Cuadernos de un delfín, Cuentos a salto de canguro, El libro de los chicos
enamorados, Bilembambudín o el último mago, La edad del pavo, Los
desmaraviIladores y Socorro (Doce cuentos para caerse de miedo).
safares
abraiBsrgBlBegm
ños. Ah, y una última: recordar que un cuento que los chicos aman
suele
ser igualmente apreciado por los adultos, aunque pocos lo reconozcan.
-¿Cómo y por qué se te ocurrió escribir cuentos de terror para chicos?
-Bueno, porque me pasaba lo mismo que con los cuentos de amor
y de ciencia-ficción: me encantaba leerlos y deseaba escribirlos desde
que era chiquita. El detonante para que lo hiciera fue, sin embargo, el
pedido reiterado de muchos chicos, desde hace varios años.
-¿ Y escribís algo para adultos?
-Sí, pero sinceramente no siento que valga la pena ceder los dere
chos de su publicación. Eso implicaría dedicarles a los mayores tanta
vida como la que ahora dispongo con mi trabajo para el público infantil.
Los adultos no terminan de agradarme, la verdad. Además, tengo
la certeza de que hay ya abundancia mundial de excelentes escritores
para “la gente grande”. En cambio los chicos son los grandes olvida
dos, igual que los animales y las plantas y todo ser que no vote.
-Sé que te llaman constantemente de muchas escuelas y que
siempre vas. ¿Por qué lo haces?
-Porque me gusta, porque me parece un buen servicio y también
porque lo preciso. Además entre los adultos, Mempo, particularmente en los
países de habla hispana, y en los latinos en general, la literatura infantil es
como que no existe para la crítica.
-¿Qué lugar dirías que ocupa la literatura para niños dentro de la
literatura argentina en general?
-Todavía hay mucha desvalorización, ¿no? De esta literatura y, en
consecuencia, de los autores que abordamos esta especialidad...
-¿Hay una subestimación histórica del género, verdad?
-Sí, claro que la hay. Y tiene que ver con una subestimación de la in
fancia. Es como una amnesia. Yo cuando era. chica observaba a los
altos,
y me decía que un día iba a ser grande pero no quería, no me gustaba.
Contra lo que habitualmente se piensa -que los chicos quieren crecer-yo no
quería salir de los doce o trece años. Porque la mayoría de los adultos que
encentraba, a mí no me gustaban. La adolescencia para mí fue terrible, muy
dolorosa. Y bueno, los adultos en general no me gustan, y ahora menos.
Pienso que con la literatura para chicos hay una desvalo-
iizm.fa 4elá irfaieta'fc'que pasa ' es que iiu se los
conslderalritertociJ-tores válidos. Se los desvaloriza. "No piensan”, dicen
los adultos. Igual pasa con los animales... ¿Te gusta la vida o no te gusta la
vida? El hombre está destruyendo las tres cosas que tienen que ver
primariamente con la reproducción de la vida, y con el equilibrio: los niños,
los animales y las plantas. Mariposas no existen más... Están envenenando
todo.
-¿Y por qué se piensa en esta literatura como en un subgénero?
-Bueno, la responsabilidad de esto es variada. En los últimos años los
productores -autores, editores- pensaron que esto era muy buen negocio y
desde entonces a cualquiera que escribe dos o tres cosas ya se las publican.
No hay criterio... Y cuando no pasa por el criterio, pasa por la escuela.
Entonces ponen a unas asesoras que tienen que ver con la pedagogía, pero
que no leen nada de literatura infantil. Y no leen, no leen, yo me doy cuenta
de que no leen.
-Perdóname que insista pero no me queda claro por qué razón se
menosprecia este género. Aunque nadie lo dice, se lo considera un
juego, una cosa menor. ¿Por qué?
-Bueno, si los que piensan eso son escritores, yo desconfiaría de si son
realmente escritores o si lo hacen por otras causas que puedo respetar pero
no compartir. Porque sería ignorar, me parece, que cuando eran chicos
sintieron alguna emoción estética, un golpe en el corazón, una emoción,
algo, con una lectura literaria. Pero parece que, como se han olvidado,
piensan que ningún chico es serio. Es falta de sensibilidad, sencillamente.
Si un niño fue insensible a la escritura, a la pintura o a la música, de adulto
va a ser más insensible todavía. Esos son los que menosprecian este género.
-¿Qué autores del género te parecen paradigmáticos?
-¿De nuestro país? [Piensa unos segundos.] Yo diría que María Elena
Walsh, Javier Villafañe y María Granata. Los vi siempre como paralelos a la
escuela. Y del extranjero mencionaría a muchos, algunos de los cuales creo
que no están traducidos. Por ejemplo los personajes Max & Moritz, de
Wilhelm Busch, que es un cuentista del norte de Alemania de hace
cincuenta años y fue un genio que se anticipó a Disney.
-¿Y qué te pasa con algunos clásicos del género, como Cario
Collodi, los hermanos Grimm, Andersen... ?
---4? pregunta debeiía ser qué me pasaba antea... Y bueno
alggiñgr^H cuentos me gustaban mucho. Por ejemplo, de Andersen, La
reina de las nieves me parece lo mejor aunque acá no fue lo que más se
conoció. Es un cuento extraordinario: tiene elementos que uno después va a
encontrar en la vida, es una gran metáfora. En cambio Pinocho nunca me
gustó. A mí de chica me preguntaban cuáles eran mis personajes favoritos y
yo decía que eran Peter Pan y Alicia, pero Pinocho... Esa historia está muy
bien por la idea de que un muñeco cobre vida; engancha por ahí. Y además
pienso que Collodi tenía la mejor intención. Pero nunca me gustó esa cosa
de la mentira y de que le crece la nariz...
-¿Y vos, como autora de cuentos para chicos, te sentís reconocida
por tus pares, por los grandes?
-Por pares que no son autores de literatura infantil, sí. [Se hace un
silencio y se ríe sola.] Las otras son “paras", no pares...
-¿Por qué “paras”, porque son mujeres las que no te reconocen?
-[Riéndose mucho.] Y bueno, digamos que son mujeres de otra
generación, pero qué le vamos a hacer... Creo que yo tendría que haber
empezado a publicar ahora; entonces no pasaría esto, o si no, tendría que
escribir y publicar menos.
-0 sea que te tienen envidia porque empezaste muy joven y te fue
muy bien.
-Y claro. Y lo terrible es que no me morí a los veintidós años. Pero bue
no, ¿qué querían? Ay, la estructura de esta sociedad... [Y se ríe más y
más.]
-Para terminar: ¿te parece interesante el movimiento de literatura
para niños en la Argentina?
-Sí. Y si comparamos nuestra producción con la de los demás países de
habla castellana -e incluso con la español- considero que la nuestra es
bastante superior en calidad.
-¿Hay alguna pregunta que esperabas y que no te hice?
-Sí, estaba segura de que me ibas a preguntar qué me parece el
doctorado honoris causa que le dieron al Presidente en Israel, y mi opinión
sobre las últimas declaraciones de Maradona...
-Bueno, ¿qué te parecen el honoris causa a Menem y lo que dijo
Maradona?
-Ah, no, ahqya ni te lo pienso contestar. Te quedarás con la intriga.
[Y se ríe a carcajadas.]
ADOLFO BIOY CASARES'----------------------------------
33
YO QUIERO QUE LAS PALABRAS SEAN TRANSPARENTES
Un domingo de enero de 1989 por la mañana, en su casa de la calle
Posadas, en Recoleta, Adolfo Bioy Casares abrió la puerta con una sonrisa
juvenil, encantadora, que mantendría durante toda la entrevista. Vistiendo
impecable camisa blanca y corbata de colores oscuros, bajo una exquisita
cazadora de gabardina ligera, con cinturón, me hizo pasar a su estudio,
donde conversamos bajo un gran marco ovalado con el retrato de una mujer
joven y bella de principios de siglo -su madre-presidiendo el estudio. Una
enorme ventana miraba a Plaza Francia en esa mañana luminosa, caliente,
en la que se tostaban porteñas y porteños casi en cueros.
Alto, elegante, se nota que practicó muchos deportes (fútbol, rugby,
tenis, atletismo). Se confesó tímido, pero se mostró en todo momento
cordial y amistoso. Por un momento tuve la sensación de que jugábamos un
fugaz torneo de seducción: había un maestro, claro, y yo era el aprendiz.
Sonriendo mientras hojeaba el número 14 de Puro Cuento, se interesó por
saber quién era Renata Farhat Borges. Cuando le dije que
era una
'f
sobre los orígenes portugueses de su amigo, Jorge Luis.
Nacido en Buenos Aires en 1914 (el mismo año que Cortázar y
Octavio Paz, entre otros), Bioy Casares es uno de los mejores narradores de
este país. Es autor de por lo menos una novela excepcional, inolvidable: La
invención de Morel (1940). También escribió otras: Plan de
evasión (1945), El sueño de los héroes (1954), Diario de la guerra del
cerdo (1969) y La aventura de un fotógrafo en La Plata (1984). Entre sus
cuentos, además de los que escribió en colaboración con Borges, hay que
anotar estos libros: La trama celeste (1948), Guirnalda con amores (1959),
El lado de la sombra (1963), Historias fantásticas e Historias de amor. En
colaboración con Borges y Silvina Ocampo -con quien está casadco-
publicó Antología de la literatura fantástica (1940) y Antología poética
argentina (1941).
En el estudio hay, en bibl ¡otecas que van del piso al altísimo techo,
por lo menos tres mil volúmenes. Advierto libros antiguos, muchos en
inglés o en francés. En los estantes hay decenas de fotografías: una de
Sarmiento en uniforme militar; una de una casa de Dublín en cuyo
frontispicio se lee "Margaret Joyce”; varias de hombres con caras de
escritores; muchas fotos de chicas jóvenes, en general hermosas quizás
porque son jóvenes. Hay una postal que es una dama de corazones, y el
corazón es rojo. No logro ver fotografía alguna de Borges. Pero hay una con
Silvina en Mar del Plata. De algunas fotos me da explicaciones: ésta, de un
tío suicidado ("tengo tres tíos Bioy que se suicidaron”); esta otra, montando
camellos con el padre y la madre, en enero de 1930, en Egipto. Es él quien
inicia la conversación.
BIOY CASARES: Me encanta el cuento, déjeme que se lo diga para
empezar. Además es un género muy argentino. No sé si en otros lugares del
mundo sigue vivo como género. Recuerdo que hace muchos años mi editor
francés me dijo que éramos los argentinos los que seguíamos ocupándonos
del cuento. En Europa ya no les interesa.
GIARDINELLI: Me alegra que empiece así. No sé si es cierto lo
que dice, y más bien creo que no, pero es un comienzo de entrevista
ideal para Puro Cuento.
-Ma gusta au -revista.- Cuando la leo - me acuerdo -de una
revistita que proyectamos una vez con Borges, Mallea y otros amigos,
hace muchos años. La idea era publicar un solo cuento cada vez, y todos los
años un libro de cuentos elegidos por el presidente del grupo, que debía
cambiar cada año. De ese modo cada uno iba a hacer su propia antología.
Estábamos en eso, y un día salió en los diarios una noticia sobre ese grupo.
Esa misma semana la Sección Especial de la policía nos citó para averiguar
de qué se trataba el proyecto. [Se ríe.] Quizás de allí debió salir un buen
cuento sobre el grotesco argentino.
-Le confieso que me parece que usted es la clase de entrevistado a
quien hay que dejar explayarse sobre lo que tiene ganas... Prefiero, si
me permite, retomar su primer concepto: que usted considera al cuento
un género tan argentino, y tan vivo.
-Ah, sí, es que yo vi al cuento un poco desacreditado en el resto del
mundo. He vivido mucho tiempo sintiendo el desafecto por el cuento que
había en el mundo. Por ejemplo, lo vi en mi editor francés, Robert Lafont.
Él fue muy amistoso conmigo y me atendía a veces como a un gran escritor,
aunque otras veces me maltrataba mucho. Él publicó en el año 53 La
invención de Morel, por indicación de Elena Garro, que fue la primera
mujer de Octavio Paz, y de quien ustedes han publicado un cuento. Yo los
conocí en Francia en el 49, y en el 51, y bueno, ella fue la que habló con
Lafont, y yo supongo que con una elocuencia extraordinaria lo convenció.
Pero la novela fue un fracaso. Yo le pedí disculpas a Lafont, y él me dijo:
“No, no, no se preocupe que los buenos libros se venden poco. Ya va a ver
con los años”. Luego publicó otra novela mía, Plan de evasión, a pesar de
que yo le advertí que me habían dicho que era muy tediosa. El que me dijo
eso fue Nalé Roxlo, quien en una comida de escritores me dijo: "Oiga,
Bioy, qué raro que después de una novela tan divertida como La invención
de Morel ahora haya escrito este tedio”. Yo me di cuenta de que me lo dijo
con cierto retintín, como diciendo “a lo mejor La invención de Morel se la
dictó Borges y ésta sí es una novela suya”. Algo muy de Nalé. [Se ríe.]
Como yo me olvido de cómo son mis libros, y acepto lo que me dice el
último interlocutor, le conté todo esto a Lafont. Curiosamente, Plan de
evasión sí tuvo mucho éxito. Pasó el tiempo y un día Lafont me dijo
que necea itobo uno novela mdfüand9-y&4«~cUie-qua-
na4anfa.fi:ú3gi]9ESI| y que solamente tenía algunos cuentos, él me dijo:
"Qué barbaridad, y ahora qué vamos a hacer”. Yo le di los cuentos y le dije
que hiciera lo que quisiera; lamentablemente no tenía otra cosa. Y él los
publicó con los títulos de Cuentos fantásticos y Cuentos de amor. Esos
títulos los puso él.
-¿En qué género se ba sentido más cómodo?
-En los dos: cuento y novela. Yo me siento un narrador. Si escribo
muchos cuentos fantásticos no es por predilección por ese género, ' sino
porque se me ocurren ideas fantásticas. A mí me gustan mucho los cuentos
no fantásticos. Ahora mismo estoy escribiendo un | cuento no fantástico,
que se llamará "Ovidio”. Lástima que lo estoy escribiendo con una lentitud
extraordinaria, porque soy un individuo fácilmente disipable.
-De sus cuentos mi preferido es “En memoria de Paulina”, que
para mí no es necesariamente un cuento fantástico.
-Ah, no, yo creo que sí lo es. No se olvide de que Paulina vuelve,
como proyección... ¿A usted no le parece?
-No, me parece que tiene un aire onírico, sí, pero no es fantástico
en cuanto a lo sobrenatural, a lo extraordinario. Para mí es
perfectamente verosímil; tiene raíz en lo real.
-Entonces, eso me habrá salido mejor que en otros. Porque yo siempre
que escribo cuentos fantásticos trato de que sea también un cuento de amor,
o sobre Buenos Aires.
-En sus novelas y en sus cuentos se reconoce, claro está, lo
fantástico, pero bay una constante referencia a la realidad, que tiene
que ver con el amor, la diversión y sobre todo con un estilo casual. Su
estilo, me parece, consiste en bacer casual y creíble lo extraordinario,
precisamente porque lo conecta con lo real, ¿no?
-Sí, puede ser. Fíjese que he tenido que eschbir varias veces el prólogo
a la Antología de la Literatura Fantástica. El último me lo pidió la editorial
alemana Surkamp. Y como es mi tercer o cuarto prólogo para la misma
antología, para cambiar un poco leí el artículo en el Larousse (pero el
Larousse grande, del siglo XIX, no el diccionario) que fue escrito por el
mismo Pierre Larousse. Allí, hay
un~MVü3íe~séSre'Títeralúra~''ifantásttea 'en el cual Larousse
dice 'que ■ entre los escritores fantásticos están “los más delicados
realistas". Me gustó muchísimo, eso. En realidad, la literatura ha sido
siempre fantástica, ¿no?
-Claro, si hasta cabe preguntarse si puede existir una literatura
que no sea fantástica. Toda la literatura lo es.
-Desde luego, y el escritor es como el que tiene un kiosco en la feria y
vende cosas rarísimas, ofrece monstruos y artículos increíbles.
-Usted recordará que Cervantes decía que su intención era “poner
en la plaza de nuestra república una mesa de trucos”.
-Es verdad, y sin embargo como género parece que hubiera aparecido
solo a principios del siglo XIX, con Hoffman y con Poe. Hoffman era
conocido por sus cuentos, en Francia, y allí se llamaban Contes fantasti-
ques. No hay ninguno de Hoffman que se llame así; fue una decisión de los
editores. Como en mi caso. Y en Inglaterra, donde el género fantástico fue
mucho más fuerte, fíjese que ahí no se lo conocía como género fantástico.
Se los llamaba Uncannies Storieso Tales of the super-natural. La palabra
“fantástico” aplicada a los cuentos vino de Francia y la recogieron los
norteamericanos.
-¿0 sea que para los ingleses lo fantástico era lo sobrenatural?
-Claro, el concepto inglés para el género es “desasosiego"; un-cannsy
es algo que no se sabe muy bien qué es, pero que produce inquietud... En mi
caso, bueno, quizá el hecho de que yo escriba cuentos fantásticos en estilo
bastante realista, parecería que no es una gran innovación, ¿no? Pero algo
extraño pasa, y yo sobre eso hago un cuento. Aunque también es cierto que
hago cuentos en los que no hay nada de sobrenatural.
-Una de las sensaciones que me producen sus textos es que siempre
tienen algo de conspirativo: el fugitivo en La invención de Morel, el
chico perdido y la impostura en La aventura de un fotógrafo en La
Plata, el miedo en el Diario de la guerra del cerdo... ¿Es así?
-Por supuesto. Yo veo siempre el destino del hombre como algo un
poco patético. Por las limitaciones del hombre, y por los misterios del
cosmos. Por toda esa vida que uno no ha buscado, que no ha elegido y tiene
un final generalmente espantoso. A veces he pensado que la vida es un
entretenimiento liviano COn final tíspaiilusu. May una lutsu Gracián que
está en El criticón y creo que merece que la recordemos aquí: "Oh, vida, no
debieras de empezar, pero ya que empezaste no debieras acabar”.
-Esto me hace pensar en lo que resulta más seductor de su obra: la
conspiración junto con el humor. Usted habla de lo patético, pero a la
vez pareciera que cuando escribe se divierte mucho. Musicalmente,
diría que sus textos tienen algo de los divertimentos de Mozart.
-El humor en mí nunca es propuesto; siempre es involuntario. Casual.
Desde que empecé a escribir lo hice sobre el amor y sobre lo fantástico.
Jamás me propuse el humor, aunque sí creo que tengo sentido del humor. La
primera historia que se me ocurrió en mi vida, fue cuando tenía seis o siete
años y quería enamorar a una prima.
-¿La escribió?
-Solo las primeras páginas. Quería imitar a una escritora francesa que
era muy audaz para la época y a la que mis primas admiraban. Entonces leí
un poco de ella y traté de escnbir lo mismo hasta que comprobé que no
podía. [Se ríe.] La segunda historia que escribí se llamaba Una aventura
terrorífica, y ya su nombre indica lo que era, ¿no?
-¿Qué leía en aquella época? ¿Qué libros lo conmocionaban?
-Bueno, entre mis primeras lecturas, de chico, estuvo Pinocho, de
Cario Collodi [1831-1890], Fíjese que allí entrevi el género fantástico,
porque es la historia de un carpintero que hace con un tronco un muñeco, y
luego encuentra que ese muñeco tiene vida. Es fantástico, ¿no? Luego
empecé a leer todo Sherlock Holmes y las novelas de Conan-Doyle. Y El
misterio del cuarto amarillo, de Gastón Leroux. Pero todo eso, sin haber
descubierto la literatura.
-¿Y cuando la descubrió?
-En el Colegio Nacional, en segundo año, con el libro de Monner Sans.
Ese librito [se ríe] me hizo descubrir la literatura. Y me puse a leer como un
maniático. Tenía doce o trece años, y empecé a leer y a escribir
continuamente.
-¿Empezó escribiendo cuentos, como casi todos?
-Claro. Y mis primeros cuentos eran sueños. Porque yo he sido toda la
vida, y sigo siendo, un soñador. A veces pienso que me gusta
mis sueños. Incluso ahora me pasa algo curioso: muchas veces tengo
sueños en tercera persona. Veo el sueño como una historia. Y otra cosa
notable es que yo empecé con pesadillas, con sueños trágicos; y ahora casi
nunca tengo pesadillas. Tengo sueños agradables.
-¿Lo onírico ha sido el material principal de su literatura?
-No, lo ha sido solo de mi primera literatura, la que me llevó al
fracaso. Porque es bien sabido que los sueños, si no son tratados, o si uno
no es un experimentado soñador, deslumbran al soñador pero aburren al
espectador a quien luego le cuentan el sueño... Así que mis primeros
cuentos salieron mal. Pero no solamente los que sacaba de sueños, sino
también los que inventaba, y las novelas, todo me iba mal... Notaba que mis
amigos se entristecían cuando yo publicaba algo. Ellos me estimaban, y por
eso pensaban que mis libros estaban por debajo de mi capacidad. Borges
pensaba que yo escribía rápidamente y sin corregir, y no era así. Yo escribía
esforzada, laboriosamente, pero con una poética equivocada. No sabía lo
que había que buscar. Yo había leído muchos gramáticos españoles, y ellos
me inducían a escribir con proverbios y con riqueza de vocabulario, a ser el
primero que resucitara tal palabra o tal otra, y con todo eso yo perdía
frescura. Además, ya es bastante difícil escribir, y si encima uno se propone
triunfos que, digamos, están fuera de la literatura es bastante difícil llegar al
acierto, ¿no? Suelen descaminarse esas aspiraciones, por la vanidad, y hasta
yo diría que la literatura comprometida suele ser peligrosa si no hay
verdadera pasión. La pasión la salva, y el interés de la gente por los temas
políticos también puede salvarla, ¿no?
-Yo diría que aunque pudiera no parecería, su propia literatura ha
sido comprometida porque ha sido tremendamente apasionada.
-Desde luego, desde luego...
-La ilusión, en su obra, creo que esta presente en todo momento, y
en ese sentido creo que es superior a la de algunos de sus
contemporáneos. Quiero preguntarle, por cierto, si ese hijo perdido en
La aventura de un fotógrafo en La Plata tiene que ver con la tragedia
que vivió el país durante la última dictadura. ¿Es un desaparecido?
■ -Pora natutaintMmter ctam que sf , f» agún modo,
stmhrrftterrdfai^ lo que pasó. Esa realidad que me rodeaba me obligó a
escribir esa histo- " ria. Que es como una metáfora, a mi manera, de lo que
estaba pasando.
-¿Eligió el fotógrafo, además, porque es un voyeurt
-Sí, por eso y porque no puedo estar poniendo siempre escritores. [Se
ríe.] La fotografía es una profesión que yo conozco bastante, porque
fotografié mucho, y entonces no improvisaba. Además, creo que los
fotógrafos también tienen problemas de creación parecidos a los que
tenemos los escritores.
-Me da la impresión de que usted es un gran inventor de
argumentos y si mal no recuerdo creo que Borges en el prólogo a La
invención de Morel habla de ello. Actualmente es moda hablar (entre
escritores y en cierto ambiente académico) de la literatura sin
argumento. Se supone que ya se cuenta; que no hay nada nuevo que
contar y por ende los argumentos están perdidos y solo hay artificios de
palabras. ¿Qué le sugiere esto?
-Ninguna moda me ha gustado, jamás. Pero lo que puedo decir es que
las cosas se repiten. Esta situación es la misma que enfrentábamos con
Borges y con Peyrou en mil novecientos treinta y tantos, y en los cuarenta.
Nosotros nos sentíamos abanderados del argumento, personas que querían
recordarle a los escritores, a los narradores por lo menos, que hay que narrar
siempre una historia. Recordarles que el cuento y la novela son géneros
eternos porque a la humanidad le gusta que le cuenten historias. Están
esperando eso, que le contemos historias. Yo creo pertenecer a la familia de
esos muchachos de El Cairo que entraban en los cafés y contaban a los
parroquianos, por unas monedas, las historias que hoy son conocidas como
Las mil y unas noches... Yo creo que Borges, Peyrou, Denevi, yo y mucha
otra gente hemos contado historias.
-¿Es una discusión que se repite, apasionada, cada tanto tiempo?
¿0 es producto de escritores acaso cansados que sienten su propio
agotamiento, y ante el propio agotamiento decretan el de la literatura?
-Es probable, debe de haber algo de eso. Pero por otra parte déjeme
decirle que S mí, involuntario inventor de argumentos (quiero decir que los
invento porque ya es una costumbre de mi mente), también me encantaría
un día escnbir una historia que fuera lo suficientemente
el argumento. Lo he intentado pero he fracasado.
-¿Lo dice por humildad, o siente que realmente fracasó?
-No, ni por humildad ni por amor propio ni por broma. Lo digo porque
fue el hecho: empecé a escribir esa historia sin argumento, y con bastante
elocuencia, pero poco a poco me fue aburriendo. Y si me aburría a mí, iba a
aburrir a los lectores. Y entonces la dejé.
-Usted mencionaba Las mil y una noches. Quizá ese libro sea una
metáfora de la literatura misma, ¿no? En el sentido del cuento de
nunca acabar.
-Claro, es el argumento de nunca acabar.
-¿Y qué opina de esa costumbre tan trillada de tomar mitos y
recrearlos?
-Bueno, eso pasa mucho. Creo que lo peor que nos puede suceder es
que nos pongamos a escribir variantes. Si se nos ocurre una variante porque
se nos ocurre, sí. No hay que reescnbir la historia de la literatura; hay que
escribir ingenuamente las ¡deas que a uno se le ocurren cuándo se le
ocurren y si uno cree que esas ¡deas valen. Si resulta que esa idea ya había
sido escrita, y que lo que vamos a hacer es simplemente una nueva versión,
bueno, que se embromen el género humano, la literatura y todo lo demás.
Hay que escribir nuestras invenciones porque creemos en ellas y nada más.
A mí me parece que hay, en este momento, en el mundo, una especie de
triunfo de los críticos y de los profesores de literatura, ¿no? Y creo que eso
de algún modo está haciendo perder vitalidad a la literatura. Es un triunfo
desdichado, digo yo, porque veo a muchos escritores que están escribiendo
para su lugar en la historia de la literatura. Y ese es un error. Creo que no
hay más remedio que pensar que basta, como problema, el cuento que
tenemos en mente. Escribámoslo con humildad y con toda la devoción que
corresponde.
-Literatura pensada como trabajo hecho con la honestidad del
artesano, ¿verdad?
-Yo no creo en otra cosa, Mempo. Tengo que escribir con la honestidad
de un artesano y no pensando que con esta obra voy a ocupar tal lugar en la
historia, o en la consideración de los críticos. Se lee demasiado a los
críticos, a los historiadores de la literatura. Les estamos haciendo el juego y
eso me parece muy peligroso.
jgprlalrnpmw ww tns nnvBtar, se adylnUn ||1 |!HW^ cuidada,
artesanalmente, pero a la vez hay ahí un aire muy casual. Siento que su
prosa es casual como una conversación, siendo al mismo tiempo muy
rica, sofisticada, elevada y/o exigente de la inteligencia del lector.
-Ah, bueno, a eso es a lo que yo aspiro. Lo que me propongo siempre
es que no se interponga entre el pensamiento y la emoción del lector. Que
estén ahí el pensamiento y la emoción que yo he sentido, y que las palabras
sean transparentes.
-Bueno, eso es hablar del estilo. Un escritor mexicano que se llama
Bernardo Ruiz, no sé si citando a Alfonso Reyes, dice que el estilo es
como la manera de caminar de una persona: uno lo ve de atrás y dice:
“Ese es Fulano”. ¿Quiere hablar de su propio estilo? ¿Se hace, un
estilo?
-Yo creo que sí. Tengo que decir que lo he hecho con muchísimo
trabajo. Porque, como le conté, yo empecé escribiendo muy mal. Notaba
que mi escritura -y no solamente mis historias, sino mi escritura-
desagradaba a los lectores.
-¿Tanto así?
-Sí, sí, no le exagero. Ha sido así durante muchos años. Imagínese que
yo, este año, creo que cumplo sesenta años de escritor publicado. En el año
29 se publicó mi primer libro, que se llamaba Prólogo, ya pensando en la
Gran Obra Literaria. [Se ríe.] ¡Qué vergüenza! [Se ríe a carcajadas.] Por eso
me fue mal, también, porque yo pensaba en algo más allá del tema que
escribía, ¿se da cuenta? Yo escribía para la posteridad, lo cual es fatal. Me
costó muchísimo sobreponerme y no producir ese desagrado, en los demás
y en mí mismo. Yo escribía creyendo que estaba haciéndolo bien, y el
producto luego se manifestaba desagradable y torpe. Cuando se me ocurrió
La invención de Morel yo estaba en el campo, solo, en el corredor de la casa
de campo de mi abuelo, y sentí que iba a tener entre manos una historia que
realmente valiera la pena. Muchas historias me había parecido que valían la
pena, pero yo las estropeaba. Había estropeado muchas historias, y ésta me
pareció demasiado buena para estropearla.
-¿Entonces cité hizo?
-Un esfuerzo realmente muy grande. Una chica que escribió una tesis
sobre mí para la Sorbona, dijo que mis libros anteriores eran muy rtHlM y
1 qua yo wnfa WEón cuando lo admitía, pero que no tenía toda la razón
-No, tampoco.
-No, fue poética. Por eso mi primer libro fue de poemas. ¿Habías
nacido, vos, en el 48? ¿Tenías un año? Bueno, cuando vos tenías un año yo
era un adolescente que me hacía el señor, estaba en la noche y era uno de
los últimos de esa generación de poetas del 40 que jurábamos por Rimbaud,
por Corbiere, por Baudelaire, por Lautréamont. ¿Te gusta? Éramos todo lo
contrario de lo que somos ahora: escritores profesionales. En aquel entonces
nos hubiera dado mucha vergüenza. Cuanto menos se nos leía, mejor.
-Sí, en cierto modo, pero viene desde muy lejos. Lo que pasa es que yo
tuve una infancia muy desgraciada, en este sentido. Estudiaba en los
Estados Unidos porque mi papá era diplomático en la embajada de México.
Y en el verano, cuando todos los gringos se iban a nadar y a pescar, a mí me
mandaban a México, a la escuela, para que mantuviera la lengua española y
el conocimiento de la historia y la geografía de México. Iba con mis
abuelitos y me metían en la escuela. Durante las vacaciones yo terfía que
aprenderme los nombres de los reyes aztecas, mientras mis amigos estaban
nadando en Maryland o Virginia. Fui un niño sin vacaciones.
-El que fui: un niño metido siempre en la educación literaria, ¿no? Y si
tenía a México muy presente era el México de mis abuelos, además: de
principios de siglo, con valores, referencias literarias, cuentos, naciones de
otros tiempos. A mí me impresionaban mucho, y quedaron para siempre
selladas en mi memoria, las historias de las diligencias, por ejemplo, que
hacían el viaje de Veracruz a México. 0 el hecho de que mi bisabuela, una
señora muy guapa que se llamaba Clotilde Vélez, haya perdido tres dedos
de su mano porque se negó a entregarle sus anillos a un grupo de
bandoleros que la asaltaron... O la vida de mi padre y mi tío, con mi abuela,
en los muelles de Vera-cruz, esperando la llegada de los barcos europeos
que era la llegada de las novelas, todo esto fue muy importante como
formación en mis veranos mexicanos, ¿verdad?
-Pues sí, claro, yo viajo todo el tiempo y siempre con las maletas llenas
de libros de cuentos. [Se ríe.] Estoy siempre tapado de cuentos.
-Y sí, y además hay toda esa gente que necesita novelones de mil
páginas para llevarlos a la playa y tener para leer todo el verano, ¿verdad?
El cuento, en cambio, se lee muy rápidamente. Yo he sido siempre un
enorme lector de cuentos, y lo sigo siendo. En los aviones voy siempre
leyendo cuentos.
son de estructura cuentística. Pienso en La muerte de Artemio Cruz,
Aura, Gringo viejo. ¿Eres consciente de eso?
-Sí, es exactamente así. Los doce días de Artemio Cruz son doce
cuentos dramáticos, regidos todos por el tema de la elección de la decisión
vital de ese hombre.
-Se nota que es un cuentista el que está narrando. Se nota la ¡dea
de redondez.
-Sí, eso pasa en muchas de mis novelas. Es lo que en inglés se llama
self-pieces: algo así como cuentos dentro de la novela. A mí me interesa
mucho la novela bizantina. Esa forma de la novela del siglo XVI que es el
cuento dentro del cuento dentro del cuento...
-Eso viene de la tradición miliunanochesca, que adoptó Europa.
-Y que Cervantes recoge en ese extraordinario afán de acabar con
todos los géneros y de relacionar todas las cosas que es El Quijote.
-¿No hay en Aura una influencia del cuento inglés, que suele estar
a mitad de camino entre la nouvelle y el cuento más breve?
-No, fíjate que yo creo que esa novela encontró su tamaño. No sé, yo
no me propuse darle un tamaño equis. Pero me gusta que menciones Aura
porque yo la escribí como cuento y sin darme cuenta de la multiplicidad de
fuentes cuentísticas que tenía. Era consciente de algunas, pero no sabía de
cuántas, ¿sabes? Yo era consciente de tres influencias mayores: Henry
James, con Los papeles de Aspen, Charles Dickens, con su Grandes
ilusiones y Alexander Pushkin con La dama de espadas. Y fíjate que en
esos tres cuentos hay una mujer vieja, una mujer joven y un seductor. Y el
hombre trata de seducir a la joven para obtener el secreto de la vieja: los
papeles de un poeta que puede ser Byron en el caso de James; el secreto del
amor en Dickens; o el secreto de ganar a las cartas en Pushkin. E
invariablemente el joven seduce a la joven para arrancarle el secreto a la
vieja. Solo en el cuento, en la brevedad del cuento o de la nouvellese podía
dar con semejante intensidad ese tipo de relación.
-¿En la construcción de Aura fue tan consciente este
procedimiento?
-Sí, claro. Lo que quise yo fue invertir la construcción clásica de estas
tres novelas europeas que te digo, para aliar a las dos mujeres prisionero. Y
las dos resultan ser la misma mujer, además, cosa que no está en los otros
autores. [Se ríe.] Pero fíjate además que el resorte de Aura fue una película
que vi con Julio Cortázar. Era una película que a él le encantaba: Los
cuentos de la luna vaga después de la lluvia [Ugestsu monogatarí], de
Kenji Mizoguchi. En esa película preciosa hay un japonés que se va de su
pueblo y le toma mucho tiempo regresar; abandona a su esposa y va como
comerciante de un pueblo a otro, y cuando regresa descubre que su esposa
ha sido violada y asesinada por un grupo de samurais enloquecidos que
pasaron rampantes por ahí. Él quiere resucitar a su esposa y se vale de una
bruja, que le trae a la esposa de vuelta; se la recrea pero con la voz de la
vieja... Eso también tuvo mucho que ver en el origen de Aura. Y te digo
más: una vez terminado mi cuento me puse a investigar sobre esta historia
japonesa, y vi que la película de Mizoguchi estaba basada en un cuentista
del siglo XVIII, Ueda Akinari, quien a su vez se había basado en una
colección de cuentos medievales japoneses, los que a su vez venían de una
colección de cuentos de fantasmas chinos, anterior al siglo X. Pero ahí no
termina todo: un día Femando Benítez [el historiador y novelista mexicano]
me dejó helado al contarme que acababa de estar con unos indios otomíes
que le habían contado Aura... “Es parte de la tradición oral, mitológica, del
cuento de fantasmas que casi todos los pueblos tienen”, me explicó.
Entonces, Mempo, resultó que yo había dado toda la vuelta: partí de
Pushkin, James y Dickens para acabar con los oto-míes de México [y se ríe,
encantado],
-¿Qué es lo que determina que cada cuento, como tú dices,
“encuentre su propia medida”? En Gringo viejo también se puede
apreciar: es un cuento, aunque lo desarrolles en casi doscientas
páginas. ¿Cómo encuentra un texto la medida que quiere tener?
-Yo creo que no es algo que pueda plantearse a priori. Creo que se
plantea en el proceso de elaboración. Obviamente, cuando yo escribo un
cuento como “Las dos Elenas”, por ejemplo, tengo que darle una gran
concisión y brevedad. No puedo permitir que el lector se pierda en
profundidades psicológicas ni elaboraciones de vario tipo, sino que tengo
que concentrar mucho. Cortázar, cuando leyó ese cuento, me
'draque iMia if iif
verónica. Y ahí está el cuento contado en diez páginas; es que no
puede contarse en más porque se echa a perder.
-Recuerdo otro cuento en el que pasa lo mismo: “Un alma pura".
-Exacto. Y en “Chac Mool” también. Son cuentos que requieren
brevedad extrema. En cambio, algunos cuentos largos o nouvelles como
"Constancia” o "Viva mi fama”, requerían una exploración casi novelística,
llegar a casi 50 o 60 páginas para dar lo que tenían.
-Y dices que esto va saliendo a medida que lo escribes. Que no hay
una idea previa.
-Es lo que me sucede. En el caso de "Constancia" yo creí que iba a
escribir un cuento muy breve y no fue así. Se me disparó. ¿A ti no te pasa
eso?
-Sí, claro, y también lo contrario: planeas una obra de gran
envergadura y de repente te sale un cuento breve.
-Claro, también. Es el caso de “Un alma pura", que yo la pensaba
como una obra de mayor desarrollo, que iba a entrar en psicologías y
complejidades, y no, se me fue acortando. Es lo que digo: los textos buscan
sus medidas, y las encuentran. Y por eso mismo uno tiene también fracasos
espantosos. Por ejemplo, La cabeza de la hidra era simplemente un viaje en
un pesero [micro ómnibus mexicano] por la avenida Madero, y había una
monja y una señora llena de pollitos, y el tipo llegaba al final de su viaje y
se bajaba y entraba a un lugar desconocido y se acababa el cuento. Pero
decidí convertirlo en novela, y no resultó... Yo creo que no me resultó por
haber desnaturalizado el cuento principal. Y mi esposa es un poco la
responsable [se ríe], porque era un cuento muy elíptico y me dijo: “No
entiendo bien, deberías desarrollarlo un poco más”. Y le hice caso y salió
mal. Debió quedarse en sus dimensiones.
-Creo que hay dos constantes que aparecen en toda tu obra -y para
quien te conoce un poco a través de tu vida pública creo que también es
evidente- y ellas son el poder y el amor. ¿Es así o tú dirías que hay más?
—Sí, sí... [Piensa unos segundos.] Bueno, yo diría la liga entre ambos,
que es una liga verbal, ¿no?:, es la literatura. La literatura es la liga entre el
poder y el amor, y yo la concibo como la capacidad de dar o de tratar de
centrar el conflicto a través de la palabra escrita, eso sí.
-Algunas de tus novelas (¿a muerte de Artemio Cruz, La región más
transparente o aun Gringo Viejo) se podrían inscribir dentro de lo que
se llama la novela de la razón de Estado.
-¿Qué quieres decir con eso?
-Digamos que la novela de cuestionamiento al poder, de
satirización: la novela de sátira de la burguesía; por ejemplo. Yo le
escuché esta idea a un escritor uruguayo que se exilió en México y que
falleció hace unos años: Carlos Martínez Moreno. Como él yo creo que
en gran parte de la literatura latinoamericana del boom y de antes del
boom-y por lo menos en la literatura argentina es más que evidente
desde el Facundo de Sarmiento- la novela de la razón de Estado sería
algo así como la novela puesta a cuestionar el poder.
-Ah, sí, pero fíjate que tiene una intención más: la de crear el otro
poder, el poder alternativo. Constituir a la propia literatura como poder
dialogante frente al Estado. Cosa que el Estado ha acabado por entender y
aprovechar. [Se ríe mucho.].
-En México.
-Sí, en México es así, definitivamente... Fíjate que ahora leí La guerra
de Galio, de Héctor Aguilar Camín, que me parece una novela apasionante
y terrible, y plantea precisamente eso: hay un diálogo entre la palabra del
Estado y la palabra del intelectual, del escritor, del periodista. Están
canjeando siempre sus ideas, jugando un juego que es casi un minueto, una
pavana versallesca que tiene muy poco que ver con lo que pasa en el resto
del país...
-¿Dirías que fue el 2 de octubre del 68, con la matanza de
Tlatelolco, el inicio desencadenante de este diálogo?
-No, yo creo que viene de mucho antes. Es una fórmula constante de la
literatura mexicana: Mariano Azuela, con Los de abajo, que se publica en
1915, ya está haciendo la crítica de la revolución... Con lo que quiere
impedir que la revolución se calcifique.
-¿Con Azuela empieza en México la novela moderna?
-No sé, no... No, yo creo que empieza con Fernández de Lizar-di, que
ya plantea el conflicto del mestizo mexicano. En El periquillo
wmtftwfn yghuy rirt hnmhro rnnfttrtivn qup m- ratrttirn pi.iu ,il
uilJLfflB tiempo no es creyente; que es mestizo pero no es indio ni es
criollo; y que está en conflicto permanente consigo mismo. Me parece
interesantísimo. Y lo mismo pienso de las novelas de Emilio Rabasa, como
El cuarto poder, o Moneda falsa, que son muy modernas. Y también
Manuel Payno con Los bandidos de Río Frío y El fistol del diablo. Sin ellos
no tendríamos novela moderna en México. Pero en fin: ya situados en el
proceso revolucionario, creo que a Azuela se le debe muchísimo.
-Pero entonces debemos pensar que México ha tenido una
modernidad permanente en su novela. El diálogo Poder-Literatura
parece haber estado siempre presente. En la Argentina, en cambio,
tengo la sensación de que ese diálogo se rompió. Lo hubo en el siglo
XIX con Echeverría, Sarmiento, Alberdi, Mitre, Avellaneda, entre
otros; un tiempo en que los intelectuales -y no los militares o los
ignorantes- llegaban a la presidencia de la república.
-Bueno, pero ahí no había conflicto porque el intelectual podía ser el
presidente de la república.
-Sí, pero lo que impresiona de México es que el diálogo está vivo,
tiene que ver con la sociedad y su literatura lo refleja. En casi diez años
de vivir en México pude ver ese diálogo, ese vínculo, que es asombroso.
Los premios nacionales de literatura, arte, periodismo, están entre los
actos más importantes del año y los entrega el presidente de la
república, y todo eso tiene su correlato en la sociedad. En cambio aquí,
posiblemente por haber padecido cincuenta o sesenta años de
autoritarismo, hemos tenido una especie de corte, y el intelectual ha
quedado como marginado, silenciado.
-Sí, pero también hay que ver, en el caso de México, dónde está y cuál
es el límite entre el diálogo y la cooptación, ¿verdad? Porque tú bien sabes
cómo el régimen mexicano ha sido tan inteligente, tan flexible, tan capaz de
aceptar la crítica...
-Es cierto: y ahí está esa frase terrible, tan común en México:
“Vivir en el error es vivir fuera del presupuesto del Estado”.
-¡Claro: la famosa frase! [Se ríe.] Y aquí se me ocurre algo más que
me interesa subrayar con lo que decíamos de Azuela: no solo el sentido de
la crítica, sino algo más notable: el sentido del humor. Porque yo creo que
una revolución, oye, que tiene un himno propio sobre una
rin-Han-ha-marihuana™, w imw rwkjidui'lAu a tnrtn rilar, pinta
'panwwT [Y se ríe a carcajadas.]
-Alguna vez leí un texto tuyo en el que decías que siempre
buscabas en la construcción cuentística la redondez y la totalidad.
¿Podrías, pensando en los lectores de Puro Cuento, explayarte sobre
eso?
-Sí, claro. Y les diría que esa es la gran virtud del cuento, pero también
su gran limitación, al mismo tiempo. Y digo limitación porque creo que
existe siempre la tentación, en el cuento, de cerrarlo. De hacer ese círculo
perfecto, de lograr eso que pedía E. M. Forster para la novela; la redondez.
Bueno, pues son los cuentos los que pueden ser redondos; pueden darse el
lujo de serlo, de tener una perfección formal, de no dejar cabos sueltos. Y
en cambio es la novela la que casi por definición tiene que dejar aperturas,
cabos sueltos, tiene que ser más deshebrada para seguir viviendo. Una
novela perfecta, para mí es una novela muerta: no permite la segunda
lectura, la apertura a lectores por venir, la colaboración del lector... Ahora,
yo creo que un gran cuento es un cuento que logra a la vez redondez formal
y apertura hacia el futuro. A esto lo siento mucho en cuentos que tienen
naturaleza elíptica: Kafka, Henry James. Siento que cuento cerrado perfecto
es el de Chéjov. Me parece imposible añadirle nada a Chéjov. Hay una gran
satisfacción derivada de la redondez de sus cuentos, sí, pero a mí me
inquietan mucho más los misterios elípticos que deja la lectura de James, y
sobre todo los cuentos de Kafka, que para mí definen la literatura del siglo
XX. Yo creo que podemos tener un siglo XX sin Proust, que es un escritor
del XIX, incluso sin Faulkner o Joyce, pero no podemos tener un siglo XX
sin Kafka. Gregorio Samsa se despertó una mañana dándose cuenta de que
era un bicho, un insecto... Pues esto es el siglo XX...
-En tu obra observo mucho uso del monólogo interior, y también la
voz de una primera persona que se dirige siempre a una segunda. Lo he
leído en muchos escritores mexicanos de la generación que te sucede: el
narrador le habla a alguien, a un “tú”, a una persona que en realidad
pareciera que esta ahí para testificar.
-Sí, sí, es cierto...
-En mi opinión, es una característica muy mexicana. Es una
narrativa que suena muy como “oye tú..." En toda la literatura
llamada de “la onda”,
desde los 60 ' para acaroná esc uro de la segunda pprcnna, rmiirsn
<hw. aparece en muchos de tus cuentos y novelas, casi como un estilo.
La pregunta es: ¿lo inventaste tú, y te siguieron las nuevas
generaciones? ¿O de quién lo tomaste?
-Humm... [Ha escuchado sonriente, asintiendo entre complacido y
asombrado.] Bueno, volvemos a lo que hablábamos al comienzo: viene de
la poesía. La poesía siempre se ha escrito en “tú”. ¿Te has dado cuenta de la
enorme cantidad de poemas que dicen “tú"; que están escritos en segunda
persona? ¿Y recuerdas quién es en Chile, por ejemplo, el amo del “tú"?:
Pablo Neruda. Poeta. Lo usa constantemente, y yo lo leía desde que tenía
doce o trece años.
-Es que la poesía siempre tiene un interlocutor secreto.
-Exacto. Y la narración mexicana tiene mucho de eso. El tuteo es uno
de los grandes recursos de la poesía: el uso de la segunda persona. Leyendo
una obra maestra como Pedro Páramo, me llamó mucho la atención que
Rulfo tuvo, en un momento dado, que pasar de la primera a la tercera
persona, cuando es enterrado Juan Preciado. En el momento en que Juan
Preciado se da cuenta de que está enterrado, pasa a otra persona. Yo me dije
¡ay que ganas de hacer una novela en que use las tres personas! Y así
escribí La muerte de Artemio Cruz, después de la lectura de Pedro
Páramo... Y es que era lógico: si Juan tiene primera y tercera, me dije, ¿por
qué no introducir la segunda persona también? De ahí que mi novela está
organizada en tres personas que corresponden a tres tiempos: presente,
pasado y futuro.
-Para terminar, una pregunta tonta pero inevitable para estas
entrevistas: si tuvieras que decirle a un lector: oye, puedes pasar por la
vida sin leer algunos grandes cuentos, pero éste no te lo pierdas, ¿cuál
le dirías que es?
-La metamorfosis. Es mi cuento inolvidable. Creo que no hay ningún
otro cuento que me haya afectado tanto, ni que me haya impresionado tanto,
como la historia de Samsa.
-Para muchos eso es una nouvelle, tiene casi 90 páginas. ¿Qué
responderías si tuvieras que mencionar un cuento breve?
-Bueno, pues en ese caso “El dinosaurio”, de Monterroso. [Y se ríe a
carcajadas.]
37
PARA VIVIR TAMBIÉN ES NECESARIA LA FICCIÓN
Es un hombre encantador, cuando se le respetan ciertas costumbres que
ya forman parte de la mitología literaria porteña. Trabaja de noche, hasta el
amanecer, y duerme de día, de modo que llamarlo por teléfono antes de las
cuatro de la tarde es casi criminal. Ama la conversación con los amigos, y
especialmente con la gente de teatro (“son menos competitivos, más
generosos que los escritores”, informa). Encontrarse con él es hacer una cita
para cenar a las once de la noche, caminar hasta la una de la madrugada,
recalar en bares adonde no van los escritores y trenzarse en una única,
larguísima y sabrosa discusión que combinará la literatura y la política hasta
el alba.
Charlar con Osvaldo Soriano implicó también, en este caso, recordar
un pasado común, una amistad de veinte años, un oficio compartido,
experiencias y reencuentros en el exilio, y especialmente la propuesta de
hacer hablar del cuento a alguien que no es cuentista, excepcional, un
contador de historias, probablemente el más brillante narrador argentino
contemporáneo.
Amante de los gatos, devoto de Raymond Chandler, periodista notable
(Semana Gráfica, Panorama, La Opinión, fueron algunas de las
memorables redacciones que integró; ahora está en el diario Página /12),
nació en Mar del Plata en 1943 pero vivió casi toda su juventud en Tandil,
algunos años en la Patagonia, y se hizo porteño adoptivo hace unos veinte
años. Vivió exiliado durante la última dictadura, varios años en Bruselas y
en París, y desde su retorno a Buenos Aires reside en La Boca, a dos
cuadras del estadio boquense, aunque es hincha fanático de San Lorenzo de
Almagro.
Es autor de cuatro novelas: Triste solitario y final (1971), No habrá
más penas ni olvido (1978), Cuarteles de invierno (1980) y A sus plantas
rendido un león (1986), y de dos libros de artículos periodísticos que él se
resiste a llamar cuentos si bien contienen historias narradas: Artistas, locos
y criminales (1984) y Rebeldes, soñadores y fugitivos (1987).
De la generación de escritores posterior a la de Bioy Casares, Sil-vina
Ocampo y Ernesto Sabato, Soriano es, junto con Manuel Puig, el autor
argentino contemporáneo más reconocido y traducido en todo el mundo.
Cosa que todo el mundo sabe, naturalmente, a excepción de la mayoría de
sus colegas en la Argentina.
He aquí la síntesis de una larga conversación sostenida una madrugada
de septiembre de 1988.
GIARDINELLI: La primera pregunta, con vos, es inevitable y
viene anunciada, cantada: ¿Por qué no escribís cuentos?
SORIANO: Yo me lo pregunto muchas veces... Vos sabés que yo
empecé escribiendo cuentos, como supongo que empieza casi todo el
mundo. No tengo copias, siquiera, pero debo de haber escrito unos diez .
cuentos de juventud. Fue un inicio tardío. Muy influido por Cortázar, sobre
todo, y por Poe, por Lov^r^i^^'ft y en menor medida por Hemingway. Yo
intentaba cuentos fantásticos, y eran absolutamente ilegibles. No es una
coquetería: eraT malísimos, de veras. Se editó uno solo en una colección de
jóvenes cuentistas; tenía una carilla y media, y era el menos malo.
Igualmente irrescatable.
-Cuando .decís inicio tardío, ¿a qué te referís?
-A que yo empecé a escribir a los veintidós, veintitrés años, cuando
todavía vivía en Tandil. Esos cuentos que digo son todos de Tandil. En
Buenos Aires no escribí nada hasta que empecé Triste... Puedo decir,
incluso, que había descartado la literatura a raíz de mi fracaso en el cuento.
Yo era un gran lector de cuentos, y admirador incondicional de Quiroga, de
Poeysobre todo de Maupassant. Yo arranqué con el cuento realista,
naturalista, y ellos fueron mis maestros cuando empecé a leer. Por eso digo
"tardío”: porque yo empecé a leer libros solo después de los veinte años, y
sentí el impacto de esos grandes cuentistas del realismo, y el impacto de
grandes novelistas, leídos muy dispersamente.
-¿Y por qué escribías aquellos cuentos? ¿Qué era la literatura
para vos?
Creo que eran bosquejos para saber si podía ser escritor, en la medida
en que el cuento, para mí, siempre ha sido como la forma más pura de la
expresión narrativa. De las pocas cosas en que estoy de acuerdo con
Faulkner es en que él era un cuentista fracasado, en la medida en que los
cuentistas son poetas fracasados y toda esa historia. Yo me sentí fracasar en
el cuento. A tal punto que no he vuelto a intentarlo. Pasó muchísimo
tiempo, y varias novelas, hasta que escribí cosas que se parecían a los
cuentos, pero no eran cuentos. Por ejemplo, hay algunos textos que están en
el volumen Rebeldes, soñadores y fugitivos, cuatro o cinco cuentos de
fútbol, que fueron primero artículos para Italia, llenos de datos pero con
estructura de cuento, y que luego, pulidos los datos, quedaron como cuentos
a medias, es decir pequeños relatos que no creo que resistan un análisis de
estructura.
-¿A qué se deberá tanta resistencia al cuento?
-Creo que a que el cuento tiene una dinámica propia, y una extensión
que, si bien es relativamente elástica, tiene que caber dentro de una revista.
El gran auge del cuento norteamericano se dio cuando las revistas
empezaron a publicar cuentos, y a pagarlos. Empezaron a crear una suerte
de escritor profesional, que viene desde Poe en adelante, hasta Scott
Fitzgeraid y hasta hoy mismo. Crearon un mercado del cuento, primero a
través de las revistas, y después en la reunión de volúmenes. Es un poco lo
que pasó aquí: el escritor es un amateur que publica en una revista, luego en
un diario, y un buen día junta los cuentos en un libro v acaso espera algún
derecho de autor. Tengo la - imofesón-cte-eiue el cuento y su historia
están relacionados con las publicaciones, sobre todo en lengua inglesa y
francesa. Y tiene que ver también con aquello del folletín. Dickens, o
Balzac, escribiendo sus novelas por entregas y por vil dinero. Así se
ganaban la vida. Y tengo la sensación, en tanto no soy cuentista o lo soy
fracasado, de que es muy difícil ponerse a pensar un volumen de cuentos
sin publicación inmediata en diarios o revistas. No, cada cuento se piensa,
primero, para uno: qué es lo que se quiere decir con ese cuento; y después
se piensa dónde se lo va a publicar, cuál va a ser el lugar en que ese cuento
se leerá.
-Pero vos estás pensando en un volumen de cuentos, y yo te
propongo pensar en el cuento autónomo. ¿Qué pasa si de repente tenés
ganas de contar una historia y la concebís como un episodio breve,
digamos de diez páginas?
-Yo contesto con una pregunta: ¿es posible eso?
-Conozco muchos casos, y es el mío: jamás escribí un libro de
cuentos; siempre escribí cuentos sueltos que un buen día se reunieron
en un volumen.
-Sí, pero ibas publicando esos cuentos en revistas o en diarios.
-En mi caso jamás. Fui virgen de publlcaciones hasta los treinta y
tres años.
-Bueno, ■ pero no es mi caso. Yo creo que la novela es la que tiene
otra expectativa: uno la concibe como un volumen autónomo, con una tapa,
una contratapa, una historia que se agota en sí misma. Y el cuento, no sé, a
mí me cuesta pensarlo como algo autónomo. Será por eso que no soy
cuentista.
-La novela tiene otro aliento creativo.
-Sí, y no sé si más o menos complejo, es materia discutible. Pero en el
caso del cuento, cuando los escribí, dos o tres se publicaron en El Eco de
Tandil, que era un diario del pueblo, y eso significaba que al día siguiente
de ese “reconocimiento” o te cargaban o te felicitaban, o te envidiaban
como locos o te tiraban pullas. Vos sabés que hay sociedades en las que la
aparición de un narrador siempre causa cierto espasmo, cierta desconfianza.
En ese sentido, y puede que me equivoque, yo me pensaba como alguien
que se adaptaba a los medios de su tiempo. Y en ese momento, y en ese
lugar (Tandil), eran los diarios, alguna revista de Buenos Aires, o algún
concurso...
-Jamás, pero una vez obtuve un cuarto premio de juegos florales. Es
mi mayor lauro, y tengo un diploma. Fue en un pueblo llamado Leandro N.
Alem. Y fue por un cuento gauchesco.
-A medida que hablás, me parece que no estás tan alejado del
cuento como proclamaste al principio.
-Yo me vi obligado a escribir cuentos. Y digo obligado porque era casi
una actividad profesional. Es decir: debía escribir, para determinado diario,
en un mes, seis relatos sobre un tema dado. Entonces, me exprimía la
cabeza para tratar de simular un cuento. Simular, Mempo. Es como que uno
tiene un lugar, cuestionado o no, pero un lugar en el cual uno pone los pies
en terreno más o menos seguro. Y el cuento para mí es un terreno muy
desconocido.
-¿Tu camino como novelista fue una elección o era un destino?
-Yo creo que lo encontré. Por ejemplo, Cuarteles de invierno es
producto de la frustración de un cuento. Yo estaba en Bruselas, sin un
centavo encima, y un escritor italiano, Giovanni Arpiño, a quien había
conocido al azar, me pidió un cuento para una revista que editaba en Milán,
y ofreció pagarme cien dólares. Eso era, para mí, una fortuna. Me dije:
"Tengo que ser capaz de escribir un cuento; no puedo ser tan imbécil de
perderme esto, habiendo escrito ya dos novelas e intentado otros cuentos, y
siendo un periodista bastante aceptable. Debería poder escribir diez carillas
con dignidad...” Bueno, me senté, con ese criterio mercantil: no se me
podían escapar esos pesos que necesitaba desesperadamente. Pero las diez
carillas se me consumieron en la simple llegada del tren a la estación.
Bajaban del tren, se iban a la pensión, y ya estaban las diez carillas... Y yo
me perdía los cien dólares. Bueno, me di cuenta de eso con dolor, y tuve
que escribirle a Arpiño: “No puedo, no sé cómo se hace, en diez carillas
apenas han salido de la estación”.
-¿Cuáles son los cuentos que más admirás, de todos los que has
leído?
-Fundamentalmente dos: "Babilonia revisitada", de Scott Fitzgerald, y
“Bienvenido Bob”, de Juan Carlos Onetti. También "El muerto", de Borges,
y “El hombre muerto”, de Quiroga.
-¿Y qué dirías que es el cuento, para un novelista como vos?
..........-larpia rttnrtamnc haro ttn ratn. 1^
escritor. No sé si hay historia de novelista que no haya empezado
escribiendo un cuento, para probar su muñeca, su estilo, su temple, y ver
cuál es su propia voz. Eso asoma en un cuento. Y eso me pasó, ojo: cuando
me convencí de que el cuento no era mi fuerte, cuando me sentí fracasado,
estuve varios años en silencio. Tenía la impresión de que no iba a escribir
nunca. Estuve como cinco años hecho a la idea de que la literatura no era
para mí, y solo trabajé en periodismo. Eso fue entre los veinticuatro y los
veintinueve años. Hasta que salió Triste solitario y final en el 73.
-¿Sentís nostalgia del cuentista que decís no ser?
-¡No! No, no lo pienso. Te confieso que no. Porque... ¿cómo te lo
muestro a vos, eh? ¿Cómo se lo muestro a Briante, a Blaisten? ¿Cómo
espero el juicio de cualquiera de ustedes, que sé que será lapidario? No, ni
loco. Entonces, lo que hago, si tengo que escribir un cuento, es disfrazarme
de otra cosa. Y si vos me decís "este es un cuento de mierda", yo te diré
“esperá Mempo, esto no es un cuento, no seamos tan exigentes, esto es un
relato que se termina en unas pocas carillas...”. Más que nostalgia, me duele
haber perdido una batalla...
-Acepto tu confesión, y te hago una: en el fondo, no te creo. ¿Qué
sabés si no vas a escribir un cuento estupendo?
-No, esperá, además hay otra cosa: yo soy un tipo que tiene muy pocas
ideas arguméntales. Y como vos sabés, para mí y para algunos pocos
narradores que vamos quedando, el argumento es muy importante.
Necesitamos una historia”, sea de amor, sea de fútbol, de ciencia ficción,
hay que narrar una historia. Bueno, como yo tengo muy pocas historias que
quiero contar, soy terriblemente avaro con ellas. Cuando se me ocurre una,
me digo que o es una novela o será parte fragmentaria de una novela.
-A esto quería llegar, porque me parece que en todas tus novelas
hay cuentos internos. Hay historias, personajes como el lumpen que
maneja el avión en Cuarteles... que de hecho son historias dentro de la
historia, con entidad propia de cuenttfy solo disimuladas en la
arquitectura general de la noveea.
-Sí, y eso es porque a mí me gustan mucho los personajes, y siento que
el cuento es ideal para trazar esta suerte de pequeña epopeya de un
Pi-n- ímrétn- va vre m|P rlp tnrins mnrlAC cnn maneras de sacarle
el bulto a la responsabilidad o a la ¡dea de tener que decirme yo soy
cuentista. No lo soy, aunque daría cualquier cosa por escribir “El muerto”,
de Borges, o “El hombre muerto”, de Quiroga. Son ejemplares en su
perfección, ¿no? Yo necesitaría ochocientas páginas, si tuviera talento, para
escribir "El hombre muerto” y dar ese clima.
-¿Seguís siendo lector de cuentos?
-Sí, ya no soy un lector tan fervoroso como hace años, cuando
empezaba, pero sigo leyendo el género. Y se me ocurre que esto nos traería
de nuevo a pensar qué pasa, y qué es, el cuento dentro de esta sociedad. Y
por extensión, la narrativa.
-¿Cómo sería eso?
-Nosotros vivimos -y entiendo por nosotros a quienes fuimos muy
jóvenes a fines de los 60 y principios de los 70- una sociedad absolutamente
distinta. Entre otras enormes caídas, una de ellas arrastró a gran parte de la
literatura, y a gran parte de aquellos lectores que sabían mucho de literatura
y que admiraban a grandes escritores. Yo no he vuelto, ahora, a oír hablar
en los bares de Horacio Quiroga. Yo recuerdo que, cuando vine a Buenos
Aires, una de las primeras cosas que hice fue el recorrido del suicidio de
Quiroga: fui a la farmacia donde compró el cianuro... Yo quería ser
Quiroga, me sentía bajo su influjo gigantesco. Y creo que hoy estas
categorías son diferentes. No solo porque el vasto mundo en que vivimos ha
cambiado, sino porque la Argentina se atrasó, está pobre, en fin, todo lo que
conocemos y diagnosticamos: las editoriales están en crisis, las revistas no
se interesan por la narrativa porque pareciera que al lector la narrativa no le
interesa y lo único que quiere saber es si Menem va a ser presidente o no...
Es decir, la categoría ficción ha sufrido serios contrastes. Y no son solo los
años de la dictadura, sino años de atraso profundo debidos a la represión y a
todo lo que pasó, que nos han sumido en un gran atraso. Comparándonos
con países más o menos desarrollados, por ejemplo hoy, en Italia, el gran
best-seller, Stefano Banni, es un cuentista. Y esto sería impensable en
nuestra sociedad. Que es una sociedad que pareciera haberse privado,
también, de la fantasía que el cuento le propone. De esa pequeña utopía y
esa pequeña aventura que es el cuento.
1-8fh tmbiHffr, Hfgtt y 1 carWMf, wt whiiiuiii, hii jiiiii ui iiimw través
del cuento.
-Sí, pero son de hace dos o tres décadas. Hoy, un Cortázar sería
impensable. Por su compromiso, tanto literario como político, sería
impensable socialmente. Ni hoy ni mañana es pensable, porque fue un
producto muy de los años 50 y 60, de un país con cierto auge económico,
que todavía creía en sí mismo, que todavía tenía la meta parisina, o la
fantasía sajona de Borges. Vos fíjate que ocurren disparates como que han
salido volúmenes de cuentos de Bioy Casares, a mi juicio el más grande de
los escritores argentinos vivos (sé que vos decís lo mismo de Filloy, a quien
respeto pero a quien he leído poco y mal), y con todo lo considerable que es
Bioy, ni siquiera se sabe qué es lo que publica.
-Lo mismo sucede con Silvina Ocampo, quien acaba de publicar dos
libros de cuentos excepcionales, y parece que este país ni se ha
enterado.
KORDON: Sí, hay algunos que yo quiero mucho. "La última huelga
de los basureros" ha sido muy publicado y yo creo que es bueno. “Maruja la
rumbera" se conoce poco, pero me gusta. Y "El remolino”, que le gustó
mucho a Sergio Renán y me lo pidió para hacerlo en televisión.
-Raro que no mencione “Alias Gardelito”, que es su texto más
clásico. ¿No lo hace porque, más que un cuento, es casi una nouvelle?
-Claro. Es un cuento muy largo, que se escapa un poco de la
convención del género, ¿no? En una revista como la tuya no se podría
publicar...
-¿Y qué le gustaría que publicáramos?
-Podría ser otro cuento que me gusta: “Los ojos de CeUna". De ese
cuento Mario David hizo la película El grito de Celina. Una vez me
llamaron de Cañada Je Gómez, en Santa Fe, para invitarme a ir porque un
grupo de muchachos había hecho una obra de teatro con ese cuento. Fue un
acontecimiento un poco embromado, porque me invitaron después de
nueve meses de ensayar la obra. ;G6mo iba a nnganme. -?- Pnrtrfarc-
ptihti-car cualquiera, pero me gustan más "El remolino "o "La última
huelga de los basureros", que es un cuento que imaginé mucho, mucho...
-Habiendo trabajado todos los géneros, ¿por qué se dedicó más al
cuento? ¿Qué es para usted?
-Yo escribí mucho, y ya no tengo ni ¡dea de la cantidad de cuentos que
escribí en mi vida. A veces tengo la sensación de que me pasé toda la vida
contando cuentos. Pero lo que no sé es por qué... Quizás lo hice porque para
mí es el género nacional por excelencia. Más que el teatro y que cualquier
otro género literario. Somos muy cuenteros, los argentinos.
-¿Y de dónde nos vendrá eso, eh?
-Me parece que de Esteban Echeverría. Él escribió el primer cuento
argentino, que sigue siendo el que yo más admiro: El matadero. Es increíble
ese cuento: ahí Echeverría fue tan genial que avant la lettre es un guión
cinematográfico. Leyendo sobre la vida de Echeverría me enteré que él
había estudiado dibujo, ¿sabías? Y evidentemente tenía una imaginación
muy visual. Y es por eso que en ese cuento, que es de 1837 o 38, aparecen
escenas que hoy se diría que son típicamente del cine.
-Cuando usted empezó a escribir cuentos, en los años 30, ¿ya
conocía a Echeverría, o esa admiración vino después?
-Yo empecé de muy jovencito. Escribía también algunos poemas.
Como hacemos todos... Y ya entonces leía con deleite a Echeverría y otros
clásicos. Pero además en esos años la Editorial Claridad se largó a editar
muchos libros de cuentos, al precio de monedas. Y el cuento como género
se hizo muy popular. También publicaron casi todos los libros de Roberto
Arlt, que a mí siempre me apasionó mucho.
-¿Lo conoció?
-Solo lo vi una vez, antes de mi primer viaje a Chile. Estábamos con
un escritor amigo, Raúl Larra, en el Café Politeama, y de pronto apareció
Arlt con un grupo de gente: Conrado Nalé Roxlo y no recuerdo quiénes
más, todos escritores. Se sentaron en una mesa que daba a la calle. Yo le
dije a Larra: "Mirá, te juro que me pararía a saludarlo y decirle que es el
más grande de todos”. Y entonces Larra, que lo conocía bien, me dijo:
"Bueno, andá y salúdalo pero no le digas que vos también escribís, solo
decile que lo admiras...". Pero no me atreví, y rii»»^ -■■«.li.r rln rhiln yn
M h-.hr» rtt.iartA na «Ártign pnncar tn q.re-hre-biera podido escribir
ese hombre, que era tan joven, ¿no...? Imagínate que tenía la edad de
Borges...
-Durante los años de su formación, ¿qué tipo de cuento le
interesaba más leer? ¿El ruso, el francés, el norteamericano, los
cuentos argentinos...?
-No, el cuento ruso. Yo me formé en el cuento ruso. Me los leí todos.
Me los sabía de memoria, fueron mi escuela. El cuento ruso del siglo XIX y
comienzos del XX no tiene igual. De ellos, Máximo Gorki es mi autor
predilecto. Y Chéjov, claro.
-¿Usted perteneció, en su juventud, a algún grupo literario?
-Había un grupo, sí, que nos llamábamos Asociación de Jóvenes
Escritores. Había mucha gente del Partido Comunista, ahí, y estábamos
obviamente cercanos a los escritores de Boedo... También había muchos
autores que venían del lado anarquista. Eran los más activos porque
entonces se mezclaba mucho la política con la literatura.
-¿Cuándo terminó su primer libro de cuentos, Bernardo? ¿Cómo
empezaba a publicar un joven escritor?
-Bueno, antes del 40, y bastante antes, el camino era el de siempre...
Los jóvenes escritores empezábamos en revistas. Había una que era muy
famosa, en la que yo empecé a escribir mucho: Leoplán, se llamaba. Esa
revista publicaba muchos cuentos del Brasil, tanto que cuando fui a Chile
allá creían que yo era un escritor brasileño. Y a mí eso me honraba. Porque
fíjate que cuando mis padres vinieron a la Argentina a mí me concibieron
frente a las costas de Brasil. Mi padre trajo una imprenta con la que se
instaló en la avenida Callao. En aquel entonces, los inmigrantes podían traer
sus máquinas. Bueno, y mi papá vino con su mujer y sus hijas, y yo fui
concebido en el barco frente a Brasil. De ahí que yo tenga la teoría de que
soy un poco brasileño, y constantemente he viajado por ese país.
-¿De dónde venían, de Rusia?
-Sí, eran rusos. Pero una sobrina me contó que tenemos muchos
parientes en España, en Zaragoza, donde hay varios Cordón, con C. Lo que
pasa es que en la grafía rusa no existe la C y eso obliga a usar la K.
-Cuando se piensa en su obra, siempre se hace una asociación
inmediata con el cine. ¿Dé dónde le vino eso? ¿Fue muy cinéfilo usted?
cenas. A mí el cine me encanta, y desde chico iba mucho, casi todos los
días. En mi juventud había un cine famoso, el Londres Palace creo que se
llamaba, en la calle Coronel Díaz cerca de Las Heras... Yo iba mucho, con
mis amigos, y después siempre que se me ocurría escribir algo, lo veía
como en una película, Y también iba mucho a los cines del centro, porque
yo nací y viví siempre por aquí; mi papá tenía su imprenta aquí a la vuelta,
sobre Callao. Así que para mí cine y literatura siempre estuvieron bastante
juntos... Por otra parte, hace muchos años yo también dirigí una revista,
Capricornio, donde publicaba algunos cuentos... Y una vez Leopoldo Torre
Nilson me hizo llegar algunos que él escribía. Era muy buen cuentista. Y
cuando me dijo que quería ser escritor, le dije que yo quería ser director de
cine.
-¿De veras le hubiera gustado? ¿Qué hubiese querido filmar?
¿Algún cuento suyo?
-Sí, sin duda "Alias Gardelito”. Me hubiera gustado mucho filmarlo
yo.
-Pero usted debe haber quedado conforme con la versión que se
filmó...
-No, no me satisfizo del todo... Es muy raro encontrar un escritor
contento con la filmación de su obra. Muy raro... Y es que hay una cosa: el
escritor maneja sus personajes en abstracto, los imagina; en cambio el que
dirige una película no los imagina, los ve. Son concretos.
-Tengo entendido que “Los ojos de Celina" usted lo escribió
después de leer una noticia en los diarios. ¿Siempre se basó, para sus
cuentos, en episodios de la llamada “vida real”?
-Casi siempre. “Los ojos de Cellna”, en efecto, fue un hecho que salió
en La Razón y que me impresionó muchísimo: una mujer había sido
condenada por haber envenenado a su nuera. Lo que hice fue probar la
narración en primera persona: el que habla es el joven que dejó matar a la
mujer, por esa gran adoración, incontrolable, que tiene hacia la madre... En
el prólogo de un libro mío, Adiós pampa mía, empiezo con una cita de
Neruda que dice: “Hablo de las cosas verdaderas; Dios me libre de inventar
cosas". Pero también en algún momento cito a Boris Vían cuando dijo:
“Estoy seguro de lo que digo, porque lo he inventado desde el principio
hasta el fin”. De todos modos, como dijo vez pasada Juan Go^tisolo, lo que
transmite oigo? en lo ficción; es 'oí gusto, Quizás por aso ss 'm^s íffE
portante releer que leer. Porque es cuando uno realmente le encuentra el
gusto a lo narrado. Yo estoy completamente de acuerdo con eso.
-¿Y qué es el gusto para usted? ¿Se refiere al sabor popular de sus
propios cuentos, por ejemplo?
-Claro. A mí hay una cosa que me sorprende mucho, y son los cuentos
míos llevados a otros idiomas. Tengo acá mis cuentos traducidos al chino,
¿no? Y cuando yo veo un cuento de ambiente porteño escrito en caracteres
incomprensibles, me causa impresión pero a la vez aprendo a cotizarlo más,
porque quiere decir que ese cuento es algo universal. Ahora en Israel están
traduciendo una antología de mis cuentos en hebreo y yo vuelvo a
impresionarme...
-¿Se siente reconocido?
-Nunca se puede saber, eso. De por sí, escribir es un ejercicio dudoso
porque es un ejercicio solitario. Así que la repercusión que uno tiene en el
otro, en otros países y en otras culturas, lo único que puede producir en uno
es una fuerte impresión.
-¿Ha podido vivir de la literatura?
-No, ni nunca traté de hacerlo...
-Y la literatura, ¿qué fue entonces para usted?
-Una pasión, una pasión... medio secundaria. No fue mi medio de vida,
pero tampoco fue una dedicación de tiempo completo. Nunca aspiré a
dedicar mi vida a la literatura. Tuve largos períodos de inactividad, en los
que no había creación... Pero después reaparecía la pasión...
-¿Y no lo angustiaban esos períodos en los que no escribía?
-Ah, sí, sentía mucha intranquilidad... Y es que uno escribe porque de
otra forma no se puede expresar.
-Al principio de la charla, le pregunté si le gustaban sus cuentos.
Ahora, si tuviera que elegir uno, ¿cual sería?
-Es muy difícil responder eso...
-Supongamos que viene alguien y tenemos que decirle que lea un
cuento de Kordon, ¿cuál le decimos?
-Bueno, dependerá de cómo sea el tipo... Si fuera un chico de Buenos
Aires le recomendaría "Alias Gardellto". Y si fuera de Salta, por ejemplo, le
diría que lea "Fuimos a la ciudad".
un cuento de un WtritOEa^attao.
contemporáneo?
-Ah... le diría que lea a Roberto Arit. Y que empiece por El Juguete
rabioso, que no sé si sabés que fue un título puesto por Ricardo Güiraldes.
Se iba a llamar La vida puerca, pero Güiraldes le sugirió el cambio... Y
aunque no sea argentino, yo le recomendaría leer también todo Juan Rulfo.
-No se puede ni siquiera ser lector, ni mucho menos pretender
escribir, si no se conoce bien la obra de Rulfo, ¿no? ¿Es el más grande,
para usted?
-Sin duda.
-Y con otros contemporáneos como Borges, Cortázar, Mujica
Láinez, ¿qué relación tuvo?
-No, no... Muy poca. Tuve bastante distancia con ellos y no me
interesaron demasiado.
-¿Alguien le enseñó literatura; a usted le enseñaron a escribir
cuentos?
-No. Enseñar no. Pero cuando escribí mi primer libro, lo llevé a varios
escritores y me criticaron y ayudaron mucho. Uno fue Alvaro Yunque, que
era El Maestro. Y otro que también consideré como maestro porque me
gustaban mucho sus cuentos, fue Elias Castelnuovo. Incluso yo estuve entre
los jóvenes que en una oportunidad lo propusimos para que le dieran el
Premio Nobel.
-¿Y qué le criticaron, qué le enseñaron?
-Castelnuovo un día me llamó por teléfono y nos encontramos para
hablar de mis cuentos. Me dijo que tenía una crítica para hacerme: un
escritor tiene que ser como un arquitecto y un ingeniero a la vez, dijo; su
obra tiene que cumplir una función estética y sensible muy especial. Y no
encontraba eso en mis cuentos.
-¿Y usted qué le dijo?
-No le dije nada, solo escuchaba.
-¿Y qué le diría usted a un escritor que ahora se le acercara?
-Que la realidad es una cosa muy importante. Primero hay que conocer
lo que se va a escribir. Conocer por vida o por lectura, pero conocer. Y
después esa realidad tiene que evolucionar por la imaginación. No hay
recetas para escribir, como vos bien sabés.
-Pero algunos creen que las hay...
. ~ -f, Pn -nwnrtwK-l-altaffis Iterario» f nn? Me aeuerdo que una
ver, hy años, vino a verme Jorge Asís, de parte de un doctor Carcavallo.
Porque había un instituto que dirigía Carcavallo en el que se daba espacio a
escritores para que pudieran escribir, se les enseñaba a escribir... Y bueno,
vino El Turco con su libro de poemas, que se llamaba Señorita Vida. Como
eran poemas, yo le dije que probara de escribir en prosa porque siempre es
bueno que el poeta escriba en prosa. Un poeta de verdad va a decir mucho
mejor lo que quiere decir en prosa que con los versos. Está menos atado...
-¿Y qué pasó con Asís?
-Bueno, yo leí sus poemas y después nos pusimos a charlar y yo le
pregunté qué hacés, decime qué hacés, a qué te dedicas. Y él me contó que
trabajaba de corredor de fotografías recorriendo Wilde, Villa Dominico,
Quilmes, y que andaba en micros todo el día: le daban fotos viejas y él las
llevaba a un laboratorio donde las ampliaban y mejoraban: a las fotos de
carné les ponían cuellos, corbatas, moños, ies daban cierta categoría y las
enmarcaban... Te imaginás lo que yo le dije: andá a escribir todo ese mundo
y dejate de poesía... Y así él me dedicó su primer cuento. Lo cual además
fue muy valioso porque en esa época él era comunista y yo ya estaba
peleado con el Partido, por unas cosas que escribí sobre China y que nunca
me perdonaron.
-¿Y ahora sigue escribiendo, Bernardo?
-Sí, estoy haciendo algo... Vienen a ser, más o menos, mis memorias...
Son como apuntes en forma de narraciones continuas... Hablo de mi padre,
que era socialista, librepensador, tanto que mi hermano menor se llamaba
Jean Jaurés Kordon. [Se ríe.] De veras, ése es su nombre... Mi abuelo llegó
a Buenos Aires como cantor de templo. Son cosas así...: recuerdos,
fragmentos, episodios que voy recuperando... Es importante, cuando uno se
pone a escribir algo, que las primeras palabras van marcando el sendero de
la frase y de las metáforas y de lo que viene después...
-¿Cómo trabaja, a mano o a máquina?
-A mano, a mano, yo manuscribo... A Blaise Cendrars, que es un poeta
al que yo admiro muchísimo, le faltaba un brazo, el derecho... Uno de sus
mejores poemas fue a su máquina de escribir. Lo que se escribe a máquina
sale demasiado preciso, demasiado claro, dice ahí. Así que, yo, mejor,
manuscribo.
Afl?Él1CB'G0R001S'CTER —
39
EL CUENTO ES UN ANZUELO CON LÍNEA
Aparenta ser una mujer imponente, una señora a la que temer, una
dama digna y acaso altanera. Para quien no la conoce, resulta llamativa con
sus pantalones largos y anchos, sus casacas amplias, la cara alargada de
mirada siempre aguda y con los anteojos colgándole sobre el pecho. Más
bien flaca, campechana en el trato, confianzuda y -se dice- excelente amiga
de sus amigos y magnífica anfitriona en su casa de Rosario, donde son casi
proverbiales su jardín y su amor a los gatos, Angélica Gorodischer parece
sentirse absolutamente segura de su lugar en el mundo y en el mundo de las
letras argentinas.
Aunque nació en Buenos Aires “por casualidad -dice-, porque mi viejo
tenía aquí un trabajo”, reside en Rosario desde niña y se considera
orgullosamente rosarina. Otro de sus orgullos es ser del signo Leo “y con
ascendente Leo, por lo cual soy doble Leo y como también soy doble
Dragón -se ríe- mis amigas dicen que soy totalmente in-
t<d|P»niH8". Aws w anos es 1 btot» laa inri iiimuieumi,...........
de este país, y muchos la consideran entre las máximas figuras de la
literatura fantástica argentina. Original, productiva, tenaz, ha venido
escribiendo una obra consistente y apreciada -no solo en la Argentina sino
también en otros paísi^^^ en la que también se reconocen claramente lo
erótico, el punto de vista femenino y un constante sentido del humor.
Empezó a escribir -“un poco tardíamente”, dice- después de sus treinta
años. En 1964 ganó un concurso de cuentos policiales organizado por la
desaparecida revista Vea y Lea, al que luego sumó otros premios (Más Allá,
Poblet, Gilgamesh, Club del Orden).
Viajera y mundana, ha pronunciado conferencias en Europa y
Norteamérica, y cuentos suyos figuran en varias antologías. Orientó su obra
exclusivamente hacia la narrativa, y es uno de los pocos escritores que en
este país han dedicado casi la totalidad de su obra al cuento, si bien es
autora también de un par de novelas.
Goza de un consistente reconocimiento en el mundo de las letras,
merced a una obra sólida que se compone de los siguientes libros de
cuentos: Cuentos con soldados (Premio Club del Orden, Rosario, 1965);
Las pelucas (1968); Bajo las jubeas en flor (1973); Casta luna electrónica
(1977); Trafalgar (1979); Mala noche y parir hembra (1983). También
publicó las novelas: Opus dos (1967) y Floreros de alabastro, alfombras de
Bokhara (Premio Emecé 1985).
Esta entrevista se llevó a cabo en un departamento de Coghlan, una
gélida tarde de julio de 1990 a la hora del crepúsculo. Tomó té con
edulcorante, comió una medialuna, despreció unos maravillosos brow-nies
caseros y se abrió a la conversación con una espontaneidad, una carencia de
prevenciones y una gracia poco frecuentes en los escritores entrevistados.
En los escritores, digamos. Lo que sigue es la síntesis de esa charla:
GIARDINELLI: ¿Gorodischer es apellido de casada?
GORODISCHER: Sí, rfTi marido se llama Sujer Gorodischer y yo lo
adopté porque me gusta, me parece más sonoro que el mío: Arcal. Claro
que algunas compañeras y amigas feministas me cuestionan que use el tad
de elegir, y si tengo que optar entre dos apellidos de hombres -porque todos
los apellidos son de hombres; no los hay de mujeres- elijo el de mi marido y
no el de mi papá.
-¿El de tu papá también es judío?
-No, español, aragonés. El mío es un matrimonio mixto. Bueno, todos
los matrimonios son mixtos. Yo soy una infame goy.
-¿Por qué hay tanta judeidad en tus textos?
-Bueno, porque algo aprendí con Sujer. Yo digo que lo judío es algo
que se me contagió. Como una gripe, digamos. Vengo de una familia
ultracatólica y aristocratizante. Mi madre era Yunque Garay, descendiente
de ese señor no muy recomendable: don Juan de... Mi tía abuela era doña
Paula Garay de la Saga, que fue una de las mujeres más malas, y que era el
terror de la iglesia católica. Era tan católica que los curas le huían. Tuvo
durante setenta años un pleito contra la nación y la provincia por el cual
reclamaba las tierras que decía haber heredado de don Juan de Garay. De
haberlo ganado yo sería dueña de media provincia de Santa Fe.
-¿Y por qué teniendo tan lindas historias familiares, casi no
aparece tu familia -y aparentemente no hay nada autobiográfico- en tus
cuentos?
—Sí, es notable... Solo ahora han empezado a aparecer recuerdos de
aquella enorme familia que se fue achicando hasta que quedé sola, casada
con este señor que no tiene nada que ver con el círculo en que se movió mi
familia, y de donde salieron tres hijos y dos nietos divinos. A veces tengo la
soberbia y el orgullo de pensar que he inaugurado otra cosa...
-Tu caso es diferente del de tantos autores en los que es
relativamente fácil reconocer que se han pasado escribiendo su
autobiografía, ¿no?
-Sí, en mí no hay nada de eso. Al contrario. Yo no puedo contar ni
novelar las cosas que tengo demasiado cerca.
-0 sea que podríamos decir que la tuya es pura literatura. ¿Te sale
así por vocación o por pudor?
-No lo sé. Pero me doy cuenta de que solo ahora, en la novela que
acabo de terminar, empezaron a aparecer recuerdos de mi familia. Pero
porque ya esa familia se va alejando. No queda más que una tía de noventa
años...
-¿Wo apela a leuueidus piupios, a tu historia perauiiül lia lUÜ
común literario en el que caemos casi todos-fue una propuesta que
hiciste al empezar a escribir?
-No, jamás me lo planteé. Me di cuenta después, como me suele
ocurrir con lo que escribo. No me planteo nada, y solo puedo reflexionar
una vez que todo está contado, en estado de inocencia, como decía Borges.
Me di cuenta hace muy poco de que no hacía referencia a nada de mi vida.
Ni mi infancia, ni trastornos de juventud, ni amores, ni nada. Contaba solo
aquello que estaba lejos de mí, aquello que había que inventarlo todo.
Jamás me documenté para escribir un cuento o una novela. Si un día
escribiera un cuento que sucediera en la Roma de Augusto -Dios libre y
guarde- no iría a averiguar qué tipo de cateado usaloan |os romanos ni qué
comían. bventaría’lo que se me antojara.
• e.ara
humor, divertís
-Esto que decís me remite a esa constante de tu obra: el Aparece
aun en los momentos más serios, o truculentos. ¿Te escribiendo?
-Soy absolutamente feliz cuando escribo. A mí ese asunto de la página
en blanco no me produce miedo alguno. Sé que la voy a llenar con palabras.
Por eso me fascinan los cuadernos, por la cantidad de páginas blancas que
tienen.
-¿Escribís a mano, en cuadernos?
-Sí, y con lápiz muy blando; y no tacho, borro, porque soy una
obsesiva. Y después hago cuatro versiones de lo mismo y solo entonces
paso a máquina.
-¿Por qué cuatro? ¿Es una cébala?
-No, es que he descubierto que con cuatro la cosa anda bien. La
primera versión es un engendro espantoso, pero que ya dice lo que va a
pasar. La segunda está mucho más pulida. La tercera está ya bastante
bonita, y la cuarta va a máquina.
-Volviendo al humor, en tus cuentos se advierte no solo lo festivo
sino como un bordear constantemente la frivolidad y la superficialidad.
¿Cuál es el recurso para no pasar la línea divisoria?
-Ah, no sé, supongo que el oficio...
-Sí, es cierto. Bueno, supongo que ya estaba buscando algo. El humor
para mí es como la respiración. Me es necesario. Es como si yo irrumpiera
en la habitación donde está leyendo el lector y le dijera “mirá viejo, no te la
creas del todo, no es tan tremendo”.
-¿De dónde sale esa vocación humorística? ¿Te consideras una
mujer feliz, alegre, satisfecha?
-No puedo decir que soy feliz. Nadie es feliz. Pero valoro mucho mis
momentos de felicidad. Y lo que sí tengo es vocación de felicidad. Aunque
tengo mis depresiones de novela, en las que todo carece de sentido y me tiro
de los pelos. Pero tengo vocación; quiero estar contenta. Griselda Gámbaro
dice que soy una frivolona. Lo dice en broma, pero algo de cierto habrá.
Quizás lo que sucede es que me crié en un ambiente frívolo. Pero como lo
repudié, ahora le hago como una entra-dita y nada más. Me asomo, pero no
me atrapa.
-Otra cosa que llama la atención, desde tus primeros Cuentos con
soldados, es el afecto por los títulos largos, juguetones. ¿De dónde viene
eso?
-Creo que de que soy una lectora omnívora desde los cinco años. Es un
recurso de las viejas novelas de aventuras, que se titulaban “De cómo
Fulano de Tal y Menganito encontraron su camino en medio del bosque y lo
que allí les esperaba". Mis títulos son como un homenaje a esas lecturas. Y
quizás al mismo tiempo son una tomada de pelo: al texto, a mí misma, al
lector. Pero dejame decir que yo a un cuento no le pongo título; los cuentos
ya vienen con título, ya tienen su título. Lo que yo debo hacer es
encontrarlo.
-¿Y cómo lo encontrás?
-Bueno, sucede que no puedo escribir sin título. O va primero o viene
con los primeros párrafos. Aparece enseguida.
-Quizás debí empezar esta entrevista como generalmente las
empiezo; preguntando qué es el cuento para vos...
-El cuento es un momento, es atrapar un momento. Generalmente un
momento de vida muy decisivo, crítico. Truculento, a veces.
-¿Por qué tu vocación por el cuento? ¿Por qué sos más cuentista
que novelista?
una persona muy encantadora, culta, graciosa, que escribía unos
poemas que a mí nunca me gustaron. Publicó libros, incluso. Tenía una gran
imaginación e inventaba unos cuentos fabulosos, en los que yo intervenía y
a los que me dejaba modificar libremente, porque los íbamos inventando
sobre la marcha.
-Dijiste que leías mucho, de chica. ¿Qué leías?
-Bueno, aparte de que mamá siguió contándome cuentos durante años,
a mí me fascinaban las historietas, El Tony, Pif Paf, Billiken, me las leía
todas. Hoy puedo decir que el ritmo de la narración lo aprendí en las
historietas. Todavía hoy las leo de vez en cuando. Y cuando mis hijos eran
chicos nos peleábamos por las revistas.
-¿Y qué literatura te influyó para orientarte hacia el cuento?
-A mí me influyó todo lo que leí. No hubo texto que no me dejara
huella. Pero creo que me dediqué al cuento por otras razones: porque soy
muy impaciente y muy ansiosa. Quiero tener siempre el bocado listo y
morderlo. Entonces el cuento me resultaba un ámbito natural. Aun ahora,
que acabo de trabajar un par de novelas, no abandono el cuento. Porque la
novela es como una enfermedad; a mí me enferma la novela.
-El cuento también es una enfermedad, Angélica...
-Sí, pero la novela es una enfermedad crónica y pesada. Llega un
momento en que vos necesitas sacudirte todo eso que te abruma.
-Bueno, el cuento también puede ser una enfermedad crónica y
pesada...
-¡Bueno, no me contradigas! [Se ríe a carcajadas.] Lo que quiero decir
es que la novela es más duradera; en cambio el cuento me permite salir
rápidamente de la enfermedad. Largar todo lo que quiero y de una vez.
Además, tener varios cuentos listos es como estar haciendo algo con las
manos.
-¿Trabajás varios cuentos a la vez?
-Mmm... no... Puede que un cuento me lleve a otro, pero los trabajo de
a uno; termino uno y empiezo otro. Claro que puedo planificar los que
seguirán, y£uede que uno me lleve a imaginar otro, porque la estructura se
potencia.
-¿Sos cuentista o novelista?
KgngfrlwqiB w^y... eiuuquBMiynarradora. Soy una per
soi
a ■ que
cuenta.
-¿Cuáles son tus cuentos pred.lectos de la literatura universal?
-Los de Hans Christian Andersen. Y los de Italo Calvino. Y claro: los
de Chesterton y toda la cuentística inglesa. Conan-Doyle me volvió loca en
la adolescencia.
-La literatura fantástica es la línea más marcada de tus cuentos.
Algunos críticos han dicho que sos una autora de ciencia-ficción,
aunque yo no te veo en esa línea. Te veo lejos de Asimov, de Bradbury,
de Highsmith...
-Sí, es cierto, yo no me siento para nada identificada con esos autores,
ni con Ballard, ni Sturgeon. Creo que estoy más cerca de Philip K. Dick. El
hombre en el castillo fue un libro que a mí me influyó muchísimo. Y
también R.A.Lafferty, y Ursula K. Le Güín. Yo descubrí la ciencia ficción
ya de grande, ¿sabés? Y la descubrí con Arthur C. Clarke, en El fin de la
infancia, que me deslumbró y me hizo decirme “pero si esto es lo que yo
quiero escribir"... Y por supuesto, también el primer Bradbury, el de las
Crónicas marcianas, El hombre ilustrado y terminó de contar; el resto no
me interesa, me parece de una blandura insoportable. Creo que esa fue la
gente que más me influyó, aunque si voy más atrás todavía encuentro a
Henry R. Haggard, por ejemplo, y mucha de la vieja literatura fantástica: no
tanto Verne como Wells, ¿no? Wells estaba mucho más loco que Verne, y a
mí la locura es algo que me atrae muchísimo.
-Supongo que de ahí viene la afición por la paradoja que
encuentro en algunos cuentos de tus Jubeas, por ejemplo, y en todo
Trafalgar.
-Sí, claro. Y eso viene de Chesterton, uno de mis grandes amores. -
¿No te parece que la paradoja es una de las posibilidades del humor? -
Claro, y los maestros son los ingleses. Agreguemos a Huxley, que fue
también un cuentista admirable. Tiene un humor bastante sutil, escondido.
-¿Podríamos decir que para vos lo fantástico viene más por el lado
de lo paradójico que por el de lo inverosímil?
-Exactamente. La paradoja es convertir, ¿no? Tironear la verdad. Yo
digo la verdad, pero no es toda la verdad. Una amiga dice que cuando yo
cuento una cosa, eso es cierto pero no es cierto.
estructura de relato decimonónico, casi de nouvelle. ¿A qué se debe
que considerándote ansiosa e impaciente no hayas practicado el cuento
breve?
-Es que me fascina la literatura decimonónica, eso de ir contando
amorosamente lo que sucede. Uno va descubriendo de a poquito. Me gusta
dar un detallecito en el renglón número tres, y no te doy otro hasta el
número 17, y quizás en el 43 ya no te hablo más de eso. Esa es una técnica,
digamos, que a mí me fascina y que los novelistas del XIX manejaban
maravillosamente.
-¿Leías, de chica, las novelas por entrega, los folletines?
-No, nunca. Y tampoco escuchaba radioteatros, porque mi mamá no
me dejaba. Pero sí leí muchos policiales. Todos los ingleses, toda la
colección "El Séptimo Círculo”, hasta que descubrí la novela negra y
también la devoré.
-Esa vocación por el cuento largo, y tu actual trabajo en la novela,
¿se debe a alguna dificultad de contener los textos?
-No, simplemente me gusta el cuento largo. El que parece que se va
hacia la novela pero se queda en cuento. Rara vez me sale uno breve, como
"La perfecta casada". El otro día escribí uno codito, de seis o siete páginas.
Bueno, digo codito porque en general mis cuentos tienen de 25 a 40
páginas. Pero no es por dificultad de contención, sino por dejarme llevar.
Cada cuento me va diciendo hasta dónde llegará.
-Me parece que vos te vas enamorando del texto a medida que
transcurre...
-Sí, claro, siempre hay una relación erótica muy fuerte con el texto. -
Hablemos de “La perfecta casada”, que es el cuento que vamos a
publicar. Sé que a Griselda Gámbaro le parece una joya. ¿De qué año
es y cómo surgió?
-Debe de ser del año 79, o del 80, por ahí... Y nació de mi interés por
las puertas. El objeto puerta siempre me interesó mucho. ¿Cómo sé yo que
esa pueda que está ahí da al pasillo? Vos podés explicarme que todos los
días salís y da al pasillo, pero eso a mí no me significa nada, no me dice
nada. Puede ser que en ese momento dé a otra cosa... Además, también rife
interesa mucho la doble vida, me fascinan esas mujeres que parecen tan
simples y en cuyas vidas no pasa nada, pero de repente si levantás apenas
un velo, debajo hay una cosa terrible. traduzca en actos, pero ahí está,
debajo de esa mujer que plancha y va al supermercado. Detrás de toda vida
gris, hay un momento trágico, un momento culminante que puede
aprisionarse en un cuento... Y además la perfecta casada soy yo. Porque
plancho camisas, y voy al supermercado, y hago varénikes, y tengo esa vida
secreta que por suerte no se traduce en degollar gentes sino en una ideología
que me hace actuar en ciertas cosas, y que se traduce en textos.
-¿Hay una propuesta feminista en ese cuento?
-No, yo no entro a la narrativa por la puerta de la ideología, sino por la
puerta de la narrativa. Yo quiero contar. La ideología es algo que se nota en
cualquiera. Como decía Barthes: con el adjetivo entra la ideología. Y a los
dos minutos vos te das cuenta de lo que pienso... Yo solo quería contar la
vida de una mujer que plancha y busca recetas de una torta de naranjas,
pero a la vez vive en muchos tiempos y puede ejercer su violencia sacando
una espada y matando a un tipo.
-Los comienzos de tus cuentos son notables por el impacto que
tienen en los primeros párrafos. Si uno toma “Mala noche y parir
hembra”, por ejemplo, y hace una lectura de todos los primeros
párrafos, se observa una gran certeza de la fuerza del gancho en el
cuento. ¿Sos consciente de eso?
-Sí. A veces los busco, aunque a veces se presentan solos. Depende de
cómo nace el cuento, que siempre nace de cualquier cosa: algo que leí, un
encuentro, un olor, un color, tantas cosas... Y cuando el cuento surge, surge
ya con su primera frase. El último cuento que escribí nació de esta primera
frase: "Fue a buscar a su vecina para contarle lo que había pasado”. A partir
de allí, me senté y escribí el cuento sin saber todo lo que venía después... Y
también me ocurrió con otro cuento el año pasado, que empezaba: “Usted
sabe -dijo Lipman”. Yo no sabía quién era Lipman, a quién se lo decía, ni
qué pasaba... Así que me senté y lo averigüé. Es decir: escribí el cuento.
-Pero no siempre sucede lo mismo. La cosa no es tan mágica.
-No, claro, a veces los cuentos surgen de simples imágenes. Los
cuentos de Traía Igar nacieron de mis chicos escuchando a los Bee Gees en
casa, con la música a todo volumen. La casa vibraba y yo pensaba qué linda
música; lástima que la pongan tan fuerte. De pronto les pre-"Trafalgar" y yo
vi al personaje. Vi entrar a Trafalgar Medrano, y lo vi en el café, y lo vi
sacar el pucho. Lo vi todo, fue asombroso. Y supe lo que hacía, de dónde
venía, adonde iba, cuál era su relación conmigo, con mis amigos, con Goro
[su marido]... Fue algo milagroso. Ingmar Berg-man dijo una vez que
Gritos y susurros le había surgido de una imagen: tres mujeres vestidas de
blanco, en una habitación tapizada de rojo... ¡Claro! A mí me sucede eso:
tengo una imagen y todo lo que pasa es que la imagen se va llenando de
palabras.
-¿Corregís mucho?
-Sí, bastante. Sobre todo cuando hago la segunda versión. Y reduzco
mucho, porque siempre a la primera versión la escupo, me sale como
catarata. Entonces tengo que reducir, cortar, podar... Sobre todo las palabras
bonitas, ¿viste?, ésas que uno quiere convencerse de que quedan lindas.
Bueno, a ésas hay que sacarlas de cuajo. [Se ríe.] Así que saco mucho,
reduzco oraciones, fundo párrafos, elimino frases en los diálogos... También
leo en voz alta, para ver cómo va el ritmo...
-¿Das a leer tus cuentos a alguien? .
-No, no, es difícil que lea algo a alguien. Pero lo que sí me encanta es
hablar de lo que estoy escribiendo. Dicen que no hay que hacerlo, pero a mí
me encanta. Agarro a mis amigas y les cuento todo. Y eso me ayuda.
-Siendo feminista, ¿por qué hay tantos personajes masculinos en
tus cuentos? De hecho tu primer libro fue sobre algo tan masculino
como los soldados.
-Porque cuando empecé a escribir me parecía que la vida de los
hombres era más interesante que la de las mujeres. En esa época estaba
convencida de eso, hasta que empezaron a aparecer personajes mujeres.
Sobre todo en Las pelucas, y además esas mujeres estaban locas, cosa que
me llamó mucho la atención. Después me fui dando cuenta de que había
algo que me atraía muchísimo y era que podía haber otra vida, a la que
quizá se debía entrar por el lado de la locura.
-¿La locura como transgresión?
-Claro. O era que quizá todas las mujeres estábamos locas; algunas
porque sabemos y otras porque no saben. Pero a todas nos pasa algo, y
somos un género muy conflictivo.
tsiM
las. Son mujeres que también empezaron a hablar. Hablar y escribir
para mí son sinónimos, en este caso. Expresarse, decir las cosas.
-Hacer verdadero uso de la palabra, ¿no?
-Claro, porque la palabra estuvo siempre vedada para las mujeres:
“Mujer parlera, se quedará soltera"; “Ay, cómo hablan las mujeres, qué
barbaridad”; “La mujer tiene que ser discreta y callada”; "No hables tanto,
mijita...”. No estoy juzgando valores, ni si es bueno o malo lo que dicen o
escriben, pero el hecho real es que la saga de la mitad del mundo está
todavía por contarse. Ustedes en Puro Cuento ya lo saben, porque se dieron
cuenta.
-¿Y de lo que escriben los varones?
-(Piensa un rato) ¿Puedo decir una cosa horrible?
-Te lo pido.
-Cada día me interesa menos... ¿Y es que sabés lo que me pasa con los
varones? Que en la página cinco ya sé todo lo que me van a decir y cómo
me lo van a decir... Te juro que hago un esfuerzo. Me digo: no, no puede
ser, deben de ser mis prejuicios; y me impongo leerlos. Autores que me
volvieron loca, que escriben tan bien, que me enseñaron tanto... y no
encuentro nada nuevo. Y eso que escriben bien, sí, son lindos libros. Pero
en la página quince se me cae de las manos y le digo: sí, ya sé lo que me
vas a decir, muchacho... [Hace un largo silencio, casi triste.]
-Mirá, yo creo que si se abrieran... Por qué no harán lo que les pedía
Virginia Woolf cuando se preguntaba por qué no apelan a su parte
femenina, por qué no apelan a esa parte que tienen tan clausurada... Les
vendría tan bien lo nuestro. ¡Tan bien...!
—ISIDORO
40
LA POESÍA ES LO QUE MANDA
En el fondo, es un tímido. Y es también lo que ahora se llama un
"trans-gresor” (esa palabra “light”, tan de moda, apenas una forma de
llamar a lo poco convencional). Lejos del inmoralismo de Roberto Arlt, lo
que define a Isidoro Elaisten es el juego, el sentido del humor. Basta leer su
obra, plena de parodia y sarcasmo, para entrever al niño juguetón,
aparentemente frívolo pero lleno de ironía culta, de sabrosura y erudición.
Y también al poeta oculto que es, empecinadamente inédito (hace más de
un cuarto de siglo que no publica sus poemas, en los que trabaja
constantemente). En cambio no es inédita su vasta producción en prosa, que
ha dado algunos textos memorables, podría decirse que ya clásicos.
Nacido en Concordia, Entre Ríos, en 1933, Isidoro Blaisten fue
redactor publicitario, periodista, fotógrafo, librero. Dirige talleres literarios
y es colaborador habitual en los diarios Clarín y La Nación, y en diversas
revistas porteñas. Sus cuentos figuran en numerosas antologías y su obra
está traducida al inglés, alemán y francés. Obtuvo varios premios literarios,
entre ellos el Nacional de Literatura y el Municipal de la Ciudad de Buenos
Aires. Es también un brillante ensayista y maestro de talleres literarios,
oficio en el que es muy respetado por todos sus colegas.
----- - kaauwa Muña atara ya lama, «Místente. diactrtida y
discutible-. pero es exclusivamente en base a ella que Blaisten ha
cimentado el renombre de que hoy goza. Y esto, tratándose de un escritor,
es toda una virtud. Alejado del circo literario, de toda perspectiva
farandulera, es simplemente -y nada menos que- un trabajador de la
escritura.
Su obra registra los siguientes títulos: Sucedió en la lluvia (poemas,
1965) y los cuentos de La felicidad (1969); La salvación (1972); El Mago
(1974, reelaborado en 1991); Dublín al Sur (1980); Cerrado por melancolía
(1981); y Carroza y reina (1986). También es autor de dos libros de
ensayos-cuentos: Anticonferencias (1983); y su muy reciente Cuando
éramos felices (1992).
Esta entrevista se realizó en su amplio departamento de la calle
Talcahuano, en su estudio pequeño y cálido, con el grabador instalado sobre
su escritorio de fina madera, junto a una fuente de sandwichitos de miga y
sendos vasos de whisky nacional. Jugó con sus manos todo el tiempo,
estrujándoselas como si estuviera nervioso, y constantemente atento a la
grabadora, aparato que -como confiesa con un cierto orgt^lllo- "yo no sabría
usar, como no sé usar computadora, no tengo automóvil, no sé manejar, no
tengo televisor, y es que todos los aparatos mecánicos para mí son cosas de
Mandinga". Cada tanto ambos mirábamos, por la ventana de ese piso 17, la
impactante noche porteña de este gélido otoño de 1992. Y también cada
tanto aparecía, solícita y amorosa, la compañera de Blaisten, la periodista
Graciela Melgarejo.
GIARDINELLI: ¿Cómo te hiciste cuentista?
BLAISTEN: Bueno, yo empecé por la poesía. Publiqué Sucedió en la
lluvia y tuve bastante suerte porque recibí excelentes críticas. Me dieron el
premio del Fondo Nacional de las Artes y se hicieron mil ejemplares, que
no es poco tratándose de poesía... Y después seguí y sigo haciendo poesía,
pero no la voy a publicar nunca.
-¿Y por qué te pasaste al cuento?
-No lo sé. Solo sé que la poesía me sirve como catarsis, como una
especie de ejercicio espiritual, digamos... Yo fundamentalmente hubiera
querido ser poeta. Así que no sé muy bien cómo me hice cuentista.
-¿Sos cuentista por desgracia, entonces?
dero que acá hay suficientes y excelentes poetas. La hago para mí, y
trato de que, de alguna manera, esa parte poética quede en algún cuento.
-Pero me cuesta creer que vos pienses que el cuento es un género
menor frente a la poesía.
-[Sonríe, apenado, y alza las cejas.] Lamentablemente sí... Me da pena
desilusionarte, pero sí pienso eso... Tengo toda una teoría de boliche sobre
eso, ¿no? Teoría repetida, pero vos bien sabes que nosotros no somos nada
más que una serie de repeticiones... Todos los escritores tenemos nuestras
teorías literarias y las repetimos continuamente. No es tan fácil tener una
idea, y una vez que tenés cuatro o cinco, ya es bastante... Y yo pienso que la
poesía manda, sí, inaugura un criterio estético con respecto a todo,
absolutamente todo. Ya lo dije en mis Anticonferencias y lo repito: el
máximo común denominador, el mínimo común múltiplo, es la poesía.
Pienso que hay que ir al pie, viste, como en el truco. Bueno, literariamente
todos tenemos que ir al pie de la poesía. Por lo menos esa es mi concepción,
que no pretendo que nadie comparta. Siempre repito la misma humorada:
cuando uno ve una mujer hermosa, dice que es “un poema”; no dice que es
un cuento breve, ni un bronce patinado, ni un entremés ni una tragedia en
cinco actos. Aunque hay mujeres que son una tragedia [se ríe], a la belleza
uno la define como “un poema”. Y el lenguaje no miente.
-Pero vos en ese ejemplo te estás refiriendo a la poética que todo
texto puede tener, más allá de que no sea una versificación.
-Claro, es cierto. Y a eso me refiero: a lo poético, que rige todas las
cosas. Y dentro de esa elección, bueno, yo sigo haciendo lo mío: escribo
poesía, pero no jodo a nadie, no te voy a leer nada, quédate tranquilo... [Se
ríe.] La hago y la seguiré haciendo, y no pienso publicar ningún poema.
-Entonces tus varios oficios no tuvieron nada que ver con tu
cuentística?
-Hay una poetisa uruguaya, Delmira Agustini, que dice: “Mis amores
son tantos, fueroTi tantos...” Con ella, yo podría decir que mis oficios son
tantos, fueron tantos... Hice muchas cosas, muchísimas, para ganarme el
sustento...
xgitá bian. paro teristtrt en qme-hay dos nfleins que se .. yen en
tus. cuentos: ia mirada dei fotógrafo y ia cui-ura dei librero.
-Sí, puede que tengas razón. Además, vos sabés que el ojo humano es
como una cámara fotográfica... Sí, algo de eso hay. No es una cosa
mecánica lo de la fotografía, porque evidentemente debe estar el hombre
detrás de la cámara. Y algo de aquel oficio me ha quedado, claro... Y en
cuanto a la librería, bueno, la librería era un santuario de posibilidades de
conocimiento de seres humanos. Yo tenía una dienta inolvidable...
-¿La que está en tu cuento “Carroza y reina”?
-Exactamente. Siempre compraba libros infantiles, para su nena. Era la
dienta. Pero fundamentalmente donde está reflejado todo eso es en el
cuento "Cerrado por melancolía". Ahí está la historia de la librería.
-Es un motivo que retomás muy a menudo.
-Sí, y lo seguiré haciendo. Evidentemente me marcó mucho. Y es que
no es intrascendente estar sentado en una galería comercial desierta, donde
no pasa nadie, como en un Mundial de Fútbol en que toda la galería está
con las luces apagadas y la gente concentrada en los televisores. Y entonces
ves que hay mujeres solas, bien vestidas, que miran las vidrieras apagadas y
se detienen en el único local iluminado... Yo tenía muchas deudas y no
podía cerrar el local. Entonces venían estas mujeres y pedían un libro, un
precio, y después se sentaban en una silla que yo tenía, junto a la mesita, y
bueno... lo sé todo, absolutamente todo, Mempo. Sé toda la vida sexual de
San Juan y Boedo. Si hablo, siembro el espanto.
-Ahora que mencionás San Juan y Boedo, recuerdo que es otro de
tus motivos recurrentes, iguai que ei tango. ¿Es parte de tu historia
personai, un poco eso de que uno va contando su vida en sus diferentes
obras?
-Sí, claro. Todos lo hacemos. Uno siempre es un poco autobiográfico,
por más que el personaje sea otro.
-Creo que vos asumís mucho ia conjunción autor-narrador. Oros
autores son -somos- más cagones, o más pudorosos.
-Es cierto lo que decís... Pero eso no está ni mal ni bien... Mi primer
libro de cuentos, La felicidad, está todo escrito en primera persona. El paso
a la tercera persona se da en Cerrado por melancolía y en Al acecho- creo
que también se va marcando un poco de despegue: no tomar a la literatura
como la propia autobiografía.
-¿Y la novela, Isidoro? Escuché por ahí que estás por publicar
una.
-Bueno [se ríe], los editores hasta no hace mucho me decían: “Pero
Isidoro, agarrás este cuentito, lo alargás un cacho y tenés una novela,
boncha..." Así me di cuenta de que no entendían nada, porque yo procedo
exactamente al revés: escribo novelas que después son reducidas a cuento.
-Es notable en tu obra el espíritu paródico, que se ve por ejemplo
en “El Mago”. Es evidente, también, que tenés un afecto muy
particular por los cuentos breves. Sin embargo, tus cuentos más
famosos y los que más admiran muchos colegas, son largos: “El tío
Facundo”, “Dublín al sur”, “Violín de fango”, “Carroza y reina”...
-Sí, me gusta mucho el texto brevísimo, por aquello de la supresión.
Me agrada también la paradoja. Pero fíjate que vos llamás largo a "El tío
Facundo”, que es un cuento relativamente corto; tiene unas ocho carillas...
En este punto, creo que se podría hacer una división entre los distintos tipos
de cuento, pero eso no implicaría un juicio de valor... Un cuento breve
puede ser de hasta una carilla, o de diez líneas; lo que sería un cuento
normal, o que podríamos llamar clásico, podría tener hasta doce páginas en
tamaño carta, a doble espacio; y a partir de las doce páginas sería ya un
cuento largo (como es por ejemplo “El total”, que tiene sesenta páginas, y
juro que nunca más en mi vida voy a hacer una cosa así). Y después ya
vendría la nouvelle, que es el género que está a caballo entre el cuento
largo, que se pasa un poquito de rosca, y la novela corta. Y bueno, pero yo
creo que es un error comparar una cosa con otra. De la misma forma que
vos no podés comparar estilos o épocas literarias, tampoco podés comparar
longitudes.
-¿Y qué es lo que determina la longitud de un texto?
-La necesariedad de esa longitud. Un cuento tiene esa longitud y no
puede tener otra. Y si tiene otra longitud, está mal. Así de sencillo.
-¿Tus primeros originales, tus primeras versiones, siempre son
muy extensos?
notes
1
Se publicó en la revista Puro Cuento N° 8, en Enero-Febrero de 1988,
págs. 28 a 31.
2
Bloom, Harold, Anatomía de la influencia. Editorial Taurus, Buenos
Aires, 2011.
3
Este texto se publicó en la revista Puro Cuento N° 1, Noviembre-
Diciembre de 1986, págs. 28-29.
4
Este texto se publicó en la revista Todo es Historia N“ 299, mayo de
1992.
5
Pronuncié esta conferencia en junio de 1987 en la Universidad
Nacional del Comahue (General Roca, Rio Negro), y en septiembre del
mismo año en el Museo de Bellas Artes de la ciudad de Corrientes. Se
publicó en la revista Puro Cuento N° 7, Noviembre-Diciembre de 1987,
págs. 28 a 31.
6
Bloom, Harold, op.cit.
7
Producto de múltiples factores, entre ellos el deterioro de la calidad de
los medios gráficos y televisivos; ciertos bombardeos publicitarios, y la
pobreza educativa y lectora generadas por la dictadura y no resueltas aún
por la democracia. Aunque no son materia de este libro, no puedo dejar de
apuntarlos.
8
Cortázar, Julio. ‘‘Algunos aspectos del cuento”. En revista Casa de las
Américas N° 1516, La Habana, Cuba, febrero de 1963.
9
Para la cuestión del estilo y la tersura de la prosa que hace llevadero un
texto, remito al lector interesado al impactante libro Ejercicios de estilo, del
novelista francés Ray-mond Queneau (Editorial Cátedra, Madrid, 1989).
10
Paredes, Alberto, Las voces del relato, Editorial de la Universidad
Veracruzana, Xala-pa, México, 1987.
11
Este texto fue leído en la 3* Feria Internacional del Libro en Bogotá,
Colombia, en mayo de 1990, en una mesa redonda que contó con la
participación del doctor Ray-mond L. Williams, entonces profesor en la
Universidad de Colorado, Estados Unidos; el poeta español Ja6é Agustín
Goytisolo; y los escritores colombianos Rafael Humberto Moreno-Durán y
Alvaro Pineda Botero. Se publicó un mes después en Puro Cuento N° 23,
Julio-Agosto de 1990, págs. 30 a 32. La presente es una versión revisada,
pero que conserva el ideario y la estructura del texto original.
12
En 2012 soy consciente de que la posmodernidad es vista como algo
superado, pero me parece que algunas de las ideas de este texto conservan
validez. Por eso sigue en este libro.
13
Ver mi libro El País y sus intelectuales. Historia de un desencuentro
(Ediciones Capital Intelectual, Buenos Aires, 2004).
14
Acerca del rol de los intelectuales y escritores "comprometidos" -que
en 1990 era tema de debates fle actualidad-, en las primeras ediciones de
este libro se incluía un largo capítulo al respecto. Sin embargo, y puesto que
hay enunciados que se desgastan con los años (creo que afortunadamente),
he dejado apenas una síntesis, que los lectores encontrarán en esta edición
en el próximo capítulo.
15
Me refería entonces a la caída del Muro de Berlín, el triunfo del
capitalismo proclamado como "fin de la Historia” y la globalización como
imposición del pensamiento único neoliberal.
16
Más de veinte años-después, caído el Muro de Berlín y con sus restos
el sistema soviético, y en un mundo en el que a partir de Internet las
comunicaciones se aceleraron y masificaron hasta lo ilimitado, podría
pensarse que la posmodernidad es una especie de eterna trenza inacabable,
algo así como un destino inherente a la creación.
17
Ésta es una versión reducida de mi discurso de apertura de las IV
Jornadas de Literatura Brasileira, en la Universidade do Passo Fundo, RS,
en Junio de 1991. Fue publicado completo en la revista Puro Cuento N° 30,
Septiembre-Octubre de 1991, y en la primera edición de este libro.
18
En 2012 podemos decir que esta práctica fue y sigue siendo habitual
para decenas de escritores y escritoras de todas las nacionalidades.
19
Estas ideas son de 1991. Obsérvese que en 2012 y en la Argentina, por
lo menos, es muy notable -y saludable- el protagonismo mediático de buena
parte de la intelectualidad. Un fenómeno que, en mi opinión, va de la mano
del descrédito en que cayeron primero las dirigencias políticas, sindicales,
empresariales y sociales, y luego los sistemas de comunicación, tanto
gráficos como audiovisuales.
20
Esta entrevista se publicó en la revista Puro Cuento N° 2, Enero-
Febrero de 1987, págs. 1 a 7.
21
Esta entrevista se publicó en Puro Cuento N° 19, Noviembre-
Diciembre de 1989, págs. 2 a 7 y ss.
22
Esta entrevista se publicó en Puro Cuento N° 3, Marzo-Abril de 1987,
págs. 1 a 6.
23
Esta entrevista se publicó en Puro Cuento N° 8, Enero-Febrero de
1988, págs. 1 a 6.
24
Esta entrevista se publicó en Puro Cuento N° 6, Septiembre-Octubre
de 1987, págs. 1 a 7 y ss.
25
Esta entrevista se publicó en Puro Cuento N° 9, Marzo-Abril de 1988,
págs. 1 a 6 y ss.
26
El cuento "Tía Lila” se publicó en Puro Cuento N° 9, Marzo-Abril de
1988, págs. 8-9.
27
Esta entrevista se publicó en Puro Cuento N° 5, Julio-Agosto de 1987,
págs. 1a 6.
28
Esta entrevista se publicó en Puro Cuento N° 7, Noviembre-Diciembre
de 1987, págs. 1 a 6.
29
Esta entrevista se publicó en Puro Cuento N° 10, Mayo-Junio de 1988,
págs. 1 a 6 y 14.
30
Esta entrevista se publicó en Puro Cuento N° 11, Julio-Agosto de
1988, pág 1 al 6 y ss.
31
Esta entrevista se publicó en Puro Cuento N° 31, Noviembre-
Diciembre de 1991, págs. 2 a 8.
32
Esta entrevista se publicó en Puro Cuento N° 32, Enero-Febrero de
1992, págs. 2 a 8.
33
Esta entrevista se publicó en Puro Cuento N° 15, Marzo-Abril de
1989, págs. 1 a 6 y ss.
34
Esta entrevista se publicó en Puro Cuento N° 1, Noviembre-Diciembre
de 1986, págs. 2 a 6.
35
Esta entrevista se publicó en Puro Cuento N° 12, Septiembre-Octubre
de 1988, págs. 3 a 8 y ss.
36
Esta entrevista se publicó en Puro Cuento N“ 33, Marzo-Abril de
1992, págs. 2 a 8.
37
Esta entrevista se publicó en Puro Cuento N° 13, Noviembre-
Diciembre de 1988, págs. 1 a 6 y ss.
38
Esta entrevista se publicó en Puro Cuento N°21, Marzo-Abril de 1990,
págs. 2 a 5.
39
Esta entrevista se publicó en Puro Cuento N° 24, Septiembre-Octubre
de 1990, págs. 2 a 7 y ss.
40
Esta entrevista se publicó en Puro Cuento N° 35, Julio-Agosto de
1992, págs. 2 a 8 y ss.
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