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PERSONALIDADES
"¿Qué diablos
me está
pasando? Me
siento poseído.
Hablo
incoherencias
delante del
espejo y la voz,
que sale de mi
boca es la de
otra persona."
Cuando
pronunció estas
palabras
cameron West
tenía más de
treinta años y
era un próspero
hombre de
negocios,
felizmente
casado y padre
de un niño. La
voz
correspondía a
Davy, la
primera de las
más de veinte
personalidades
diferentes que
irían
apareciendo a lo
largo de varios
meses, sacando
a la luz los
recuerdos de
horribles
sevicias sufridas
por el mismo
West sin que él
tuviese
conciencia de
ellas. Así
aparecieron
Clay, de ocho
años, tenso y
tartamudo;
Dusty, de doce
años, simpática
y amable pero
algo contrariada
por encontrarse
en el cuerpo de
un hombre de
mediana edad;
Bart,
dicharachero y
dispuesto a
ayudar; Leif,
con su increíble
capacidad de
concentración y
su energía, que
a veces
abrumaba a
West con sus
exigencias… y
otras muchas
personalidades
máa, todas con
sus
características,
sus
idiosincrasias y
sus recuerdos
propios.
El autor aporta
un testimonio
conmovedor de
sus esfuerzos
por entender el
functionamiento
de su mente
fragmentada y
por sanar su
espíritu dañado
mientras se
aferraba con
desesperación
al delgado hilo
que le mantenía
unido a su
esposa Rikki, a
su hijo Kyle y a
una apariencia
de vida normal.
El trastorno de
disociación de la
personalidad as
desmitificado
aquí gracias a la
asombrosa
sinceridad del
autor, quien nos
conduce a
través del
proceso de
gradual
descubrimiento
de las partes de
sí mismo
lesionadas y
encerradas
fuera del
alcance de la
memoria.
Traductor: J. A. Bravo
Autor: Cameron West
ISBN: 9788401377228
MIS MÚLTIPLES
PERSONALIDADES
CAMERON WEST
La zarabanda continuaba en mi
mente. Era como si alguien
cuchichease palabras
incomprensibles a mi lado, o como
rescoldos en una vieja chimenea.
También se hacía más difícil
conciliar el sueño, porque la
oscuridad aumentaba el zumbido del
cometa que se precipitaba hacia mí
desde los confines de mi universo.
Y entonces, en medio de una
noche de diciembre fría y sin luna,
desperté súbitamente de un sueño
plomizo, los ojos abiertos de par en
Dar a la negrura de la habitación. El
silencio de la gélida noche lo
rompían tres palabras que se repetían
en mi mente: Seguro no seguro…
seguro no seguro… seguro no
seguro.
¿Qué demonios…?
La alucinante frase continuaba
retumbando: Seguro no seguro…
serum no seguro. El corazón me
galopaba desbocado y yo tiritaba
como si hubiese caído en un agujero
en el hielo de un estanque mientras
patinaba. Tenía los puños apretados
y cuando los aflojé para tocar las
sábanas me di cuenta de que estaban
empapadas de sudor frío.
Seguro no seguro… seguro no
seguro… seguro no seguro.
La extraña letanía continuaba en
mi cabeza. ¡Basta! Me volví para
mirar a Rikki. Estaba de espaldas a
mí, durmiendo a pierna suelta.
Seguro no seguro… seguro no
seguro. Me cubrí los oídos con las
manos en un desesperado intento de
no escuchar aquel redoble. En el
sótano, la caldera de la calefacción
se puso en marcha.
Movido por no sé qué fuerza
extraña, me volví hacia la izquierda
y busqué a tientas el rotulador y el
bloc de notas sobre la mesita de
noche. Las torturantes palabras
seguían desfilando por mi cerebro. A
oscuras me puse a escribir «seguro
no seguro seguro no seguro» una y
otra vez, hasta llenar la página. Pero
no podía detenerme. «Seguro no
seguro seguro no seguro.» Volví la
hoja y Rikki se removió en sueños.
Temí despertarla.
Me levanté con sigilo, el bloc en
una mano y el rotulador en la otra, a
oscuras y temblando de frío. ¿Qué
me está pasando?
Bajé sin vestirme, sin ninguna luz
excepto la del reloj digital del horno
al pasar por la cocina y sin oír
ningún ruido excepto la leve
vibración de la caldera. Como un
sonámbulo crucé la sala de estar y el
pasillo de la entrada hacia el salón
principal en la parte anterior de la
casa, donde estaba nuestro piano de
cola, arrastrando los pies desnudos
sobre la suave alfombra mientras
resonaban en mi mente las palabras
seguro no seguro… seguro no
seguro.
Me senté maquinalmente en el
suelo y me deslicé debajo del piano.
Siempre a oscuras, seguí copiando el
enigmático mensaje. El tiempo corría
y noté calambres en la mano que
sostenía el rotulador, pero no pude
dejar de seguir escribiendo «seguro
no seguro seguro no seguro», dos
páginas, tres, cuatro, cinco, hasta que
empezó a producirse un cambio y me
salía «no seguro no seguro no
seguro». Continúe escribiendo
debajo del piano, ajeno a todo. Mi yo
estaba en otro lugar, pero ¿dónde?
Al cabo de un rato se interrumpió
de súbito el flujo tal de aquellas
palabras y mi mano se detuvo. Dejé
el rotulador a un lado, aturdido. Por
un instante me embargó una extraña
paz. Luego retornó gradualmente la
sensibilidad, como un leve
cosquilleo o el lejano tintineo de un
carillón a través de la mente y el
cuerpo. Enseguida se convirtió en
algo más que un tintineo. Hice una
mueca de dolor mientras trataba de
mover los dedos entumecidos; al
mismo tiempo sentí miedo y
confusión, como un caldero hirviente
lleno de sustancias fétidas a punto de
derramarse. ¿Qué demonios me ha
pasado? Desnudo y aterido, seguí
sentado a oscuras y procurando
desentumecer la mano. Deseaba y no
deseaba entender.
Al cabo de un rato me di por
vencido y, sin hacer ruido, subí a la
habitación para acostarme, pero
antes me detuve en el cuarto de baño
para recoger dos toallas secas y
ponerlas entre mi cuerpo y las
sábanas empapadas de sudor. Me
tumbé, cerré los ojos y caí en un
sopor espeso.
A la mañana siguiente desperté a
primera hora y tendí la mano hacia el
bloc de notas de la mesita. A lo
mejor no ocurrió nada. Pero sí había
ocurrido. Ahí estaban las palabras
repetidas una y otra vez: «seguro no
seguro seguro no seguro». Hojeé seis
páginas hasta llegar al «no seguro no
seguro». Cuatro páginas más. Mal
asunto. Desperté a Rikki, le enseñé
el bloc y le conté lo que había
pasado durante la noche.
—¡Por Dios! ¿Qué te pasa? —
exclamó con espanto, su bonito
rostro todavía soñoliento.
—No lo sé. —Meneé la cabeza.
La rodeé con los brazos y así
permanecimos, fuertemente
abrazados y deseando que aquello no
se repitiese jamás, fuera lo que fuese.
El domingo transcurrió
apaciblemente. Rikki y yo jugamos
con Kyle y le leímos cuentos. Nos
dedicamos a ver dibujos animados
de Bugs Bunny, que divirtieron a
Kyle y me distrajeron a mí. Nadie
volvió a mencionar el asunto.
Mientras tanto, yo notaba la lenta,
insidiosa invasión de la mente
consciente por extrañas sensaciones
que provenían de ciertos rincones
lóbregos de mi cerebro.
Aquella noche, después de dejar
a Kyle dormido y estando ambos ya
en la cama, me volví hacia Rikki.
—Temo que me ha pasado algo
terrible… pero no sé qué es.
Ella me abrazó y tuve la
repentina impresión de que no sólo
me abrazaba sino que trataba de
aferrarse a mí como yo me aferraba a
ella. Miré por la ventana de la
habitación hacia la oscuridad de la
noche, y la luna se me antojó
parecida a una bola gigante de
algodón. Por un segundo deseé que
bajase del cielo y viniese a secarme
como a un bebé desnudo en su
bañera. Por entonces yo ignoraba que
se habría necesitado una bola de
algodón mucho más grande que la
luna para limpiarme a fondo.
6
Nevó durante toda la noche y por la
mañana me despertó el conocido
alboroto del todoterreno quitanieves
que despejaba el largo y empinado
sendero de acceso a nuestra casa: el
choque metálico de la pala en el
suelo, su roce contra el pavimento,
los crujidos del cambio cuando el
conductor metía la marcha atrás para
iniciar otra pasada.
—Quiero
hablar con Leif,
si está
oyéndome. —Sí.
Digitalizado y Maquetado:
Actua-Estnom