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Tras la caída del Imperio Romano toda esta cultura laboral tan denigrante para el
ser humano pasa a ser ocultada y escondida sin acceso al pueblo. Las nuevas
generaciones crecen en un ambiente donde el trabajo, aparte de necesario,
comienza a considerarse como un bien social, una forma de sustenta casi única y
obligatoria… Vamos, lo que todos conocemos hoy en día.
Existe una expresión que procede de los monasterios portugueses que dice “el
ocio es enemigo del alma”
Durante la edad media surgió el famoso Feudalismo, que viene a ser algo así
como que trabajen todos y que cobre uno. Se basaba en grandes extensiones de
tierra cuya propiedad pertenecía al estado a la nobleza y que debían por tanto
pagar altos intereses para poder sobrevivir.
De forma intermedia entre los que cobran y los que trabajan aparecían
tímidamente las actividades artesanales. Estos autónomos medievales se movían
en la frágil frontera entre ambos bandos, siempre con el miedo a parecer
demasiado rico o demasiado pobre y desencajarse del puzzle. En esta situación,
es de todo impensable la formación de posibles sindicatos o de algún tipo de
Derecho laboral.
Fue al final de la Edad media cuando surge, gracias a la revolución industrial, una
nueva ideología que viene a decir que la riqueza no se centra exclusivamente en
tener o no propiedades de Tierra. La revolución industrial nos enseñó que la
riqueza no solo se obtiene por nacer en una familia noble, que en cualquier parte
hay oportunidades de crecer, que las necesidades humanas pueden ser
satisfechas y gracias a ello uno puede enriquecerse. Nace el concepto del
“consumo”.
Todo esto ya nos empieza a sonar, nos resulta demasiado familiar como para no
darnos cuenta de que la humanidad comenzaba a entrar en lo que posteriormente
se denominó Edad Moderna.