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musical venezolano”: La
construcción de un mito
global
Por Geoffrey Baker
En Trópico Absoluto nos complace presentar por primera vez en español un ensayo de
Geoffrey Baker (Oxford, 1970), un académico que ha dedicado largo tiempo a la
evaluación y el estudio de El Sistema, el famoso programa venezolano de educación
musical, ampliamente reconocido internacionalmente, seguramente el más costoso de toda
la historia artística del país, acaso de América Latina. Los hallazgos y alcances de este
trabajo, que no dejarán indiferente a nadie, se dieron a conocer en una extensa monografía
publicada en inglés, en 2014. Pero éstos no habían sido traducidos oficialmente hasta
ahora, por lo que apenas se habían difundido fuera del circuito académico. Estamos
seguros por ello que este ensayo es un valioso aporte para una necesaria discusión, objetiva
y liberada de prejuicios, de un proyecto cuyos protagonistas no han estado exentos de
polémica en Venezuela.
José Antonio Abreu (Valera, 1939 - Caracas, 2018) fundador de la Orquesta Nacional Juvenil de
Venezuela y del El Sistema Nacional de Orquestas Sinfónicas Juveniles, Infantiles y Pre-Infantiles
de Venezuela. Foto: Santiago&Sánchez (2020).
El Sistema Nacional de Orquestas Infantiles y Juveniles de Venezuela, mejor conocido como
El Sistema, ha adquirido fama mundial y un relato poderoso y elogioso se ha desarrollado
alrededor suyo. Fundado en 1975, y etiquetado a menudo como “el milagro musical
venezolano”, se le ha reconocido alrededor del mundo como un proyecto social que ha
rescatado cientos de miles de niños de la pobreza y la criminalidad, convirtiendo a habitantes
de los barrios más pobres en músicos de categoría mundial. Su fundador, José Antonio Abreu,
explicaba esta visión en una entrevista televisiva:
“El Sistema rompe el círculo vicioso porque el niño con un violín comienza a ser
espiritualmente rico… Cuando tiene tres años de educación musical, toca Mozart, Haydn, ve
una ópera: ese niño ya no acepta su pobreza, aspira a salir de ella y termina venciéndola”
(Gutiérrez 2010).
Pero hay otros aspectos menos conocidos de El Sistema que difieren del relato
expuesto por el programa, sus partidarios y los medios. En primer lugar, no hay
un estudio sólido e independiente que lo respalde. En 1997, una evaluación
externa hecha por encargo del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), que
consideraba hacer un préstamo al programa, reveló una cantidad de problemas
sistémicos y algunos músicos sorprendentemente desilusionados (Baker y Frega
2016). No obstante, el banco procedió a hacer el préstamo. En 2011, el mismo
BID decidió llevar a cabo un estudio experimental del programa, encontrando
muy poca evidencia que respaldara la “teoría de cambio” que sustentaba El
Sistema o las afirmaciones insistentes del mismo Abreu (Alemán et al. 2016). El
estudio también revelaba una alta tasa de deserción y una falla para llegar a los
pobres de manera efectiva; algo sorprendente en un proyecto que era
promocionado como un brillante ejemplo de inclusión social y reducción de la
pobreza.
Estos resultados no fueron, sin embargo, una sorpresa para todos, pues desde
hacía algún tiempo varios académicos habían estado tratando de llamar la
atención sobre algunos aspectos de interés al interior del proyecto. Cuando en
2007 comenzó el boom internacional de El Sistema, luego de los conciertos
debut de su ensamble de élite, la Orquesta Juvenil Simón Bolívar (OJSB), en
algunos de los más importantes escenarios del mundo, había muy poca
investigación sobre el programa. Esta ausencia de información fiable, que fuera
más allá de los adjetivos y las emocionadas alabanzas, ha cambiado desde
entonces. El escrutinio de los programas IES comenzó en 2010, concentrándose
particularmente en Sistema Scotland (Allan et al. 2010; Borchert 2012). El flujo
de estudios aumentó desde 2014, y así comenzó a prestarse más atención al
proyecto venezolano, de lo que resultó una monografía (Baker 2014), dos
números especiales aparecidos en revistas académicas (Action, Criticism, &
Theory for Music Education 15, no. 1 [2016], y Revista Internacional de
Educación Musical 4 [2016]), y una cantidad de otros estudios críticos (Logan
2015a, 2015b; Pedroza 2015; Scripp 2015; Shieh 2015; Baker 2016a; Baker y
Frega 2016; Rimmer 2018).
Creando el Mito
Estudiar la primera fase de la construcción del mito de El Sistema no es tarea
fácil. Cualquier investigador que se imponga esta tarea enfrentará una notable
escasez de fuentes. Sin embargo, la investigación documental y etnográfica
apunta a un mecanismo fundamental mediante el cual el relato de El Sistema
comenzó a tomar una cualidad mítica: los medios de comunicación. Sin
embargo, son los medios los que permiten también breves atisbos del
funcionamiento de este mecanismo.
El período entre 1989 y 1994 parece haber sido crucial. En ese lapso el fundador
y director de El Sistema, José Antonio Abreu, fue también ministro de Estado y
presidente del Consejo Nacional de la Cultura (CONAC). Este triple empleo
colocó a Abreu en una poderosa posición respecto a los medios, y varios
periodistas han afirmado que aprovechó al máximo esta oportunidad.
Tal como lo describiera Santodomingo cuatro años antes, Rivero pinta un retrato
de la esfera cultural presidida por Abreu en la que había significativas brechas
entre los proyectos y las prácticas, y en la que las apariencias eran
fundamentales. Según Rivero, “para nadie es un secreto que en esta última
gestión todo el mundo viajó, o recibió dinero para equis proyecto que en la
mayoría de los casos no se llevaron a cabo” (53). Rivero concluye su trabajo con
las opiniones de dos observadores culturales que afirman que “para Abreu, la
cultura es un fashion show engañabobos”, y que “durante Abreu no hubo cultura,
sino un fastuoso y autoaplaudido espectáculo” (53).
Parece entonces probable que el “giro social” operado a mediados de los noventa
en el discurso de El Sistema fuera una respuesta táctica a las dificultades
económicas y políticas que tenían lugar en Venezuela, como parte de una
estrategia para buscar nuevas fuentes de financiamiento. Aunque es necesario
apuntar que durante este período los argumentos económicos y sociales para
justificar el gasto cultural se expandieron alrededor del mundo (Belfiore 2002;
Yúdice 2003). Evidencia documental revela que, para 1996, se había establecido
ya esta transformación discursiva (Baker y Frega 2016), aunque se encontraba
aún incompleta: no dejó marca alguna en la constitución reformada de El
Sistema, fechada el 15 de octubre de 1996, y que todavía describía el principal
objetivo del programa en términos musicales (Baker 2014).
“La persona que presentaba el concierto dijo, ‘¡Esto es increíble! Esta orquesta está
constituida por niños pobres de los barrios más pobres de Venezuela. Y ahora están aquí en
nuestro escenario tocando excelente música. Qué logro tan importante’. Pero yo sabía bien –
porque conocía a algunos de ellos– que esos niños no eran de los barrios pobres… A algunos
de ellos los indignaba que los presentaran así o que la gente les dijera, ‘¡Oh, eras de un
barrio pobre y ahora estás aquí y eres un gran músico!’ Y… a nosotros también nos
indignaba, pero nos advertían que no dijéramos nada: sólo sonríe, no contestes’.”
La imagen que emerge del período crucial de mediados de los noventa sugiere
entonces la construcción estratégica y algo repentina de un relato en el que El
Sistema era un programa social dirigido a los grupos más vulnerables de la
sociedad. Si en el período anterior se había visto un manejo de la imagen menos
extraordinario –esencialmente Abreu y unos medios sumisos daban lustre al aura
de El Sistema– en la segunda fase se vio una divergencia más importante entre
las motivaciones originales del proyecto (que planteaban claramente el objetivo
de entrenar y ofrecer oportunidades a los jóvenes músicos de orquesta) y su
nuevo relato oficial, construido unas dos décadas después, como un programa
para rescatar a niños de la pobreza. En ese momento, pareciera, la consolidación
y el crecimiento requerían un relato mucho más poderoso para atraer a políticos
e instituciones multinacionales como el BID –un relato instrumental y social, en
lugar de uno simplemente enfocado en desarrollar la escena de la música clásica
en Venezuela. La instalación de este nuevo relato mítico se hizo posible por el
poder político de Abreu, un “caudillo cultural” arquetípico (Silva-Ferrer 2014), y
su control tanto sobre los participantes de El Sistema como sobre la prensa, pero
sobre todo por sus muy famosas habilidades para obtener recursos financieros.
En efecto, era tal su control, que el cambio de identidad pasó desapercibido fuera
del programa y no ha sido analizado hasta el día de hoy. El resultado es que, en
términos de la representación de los medios y de la opinión pública, en particular
en los escenarios internacionales, El Sistema es y siempre ha sido: un programa
social.
A los periodistas británicos se les contó una historia inspiradora –una “historia
épica”, como dice Pedroza– sobre las metas y logros de El Sistema. Ambos
escritores detectaron claves y Higgins tuvo la impresión de que el relato había
sido cuidadosamente confeccionado –“la manera en la que habla Abreu sobre El
Sistema está claramente diseñada para armonizar con el verbo de Chávez”– pero
no hurgaron más profundamente ni investigaron el pasado de Abreu. En
consecuencia, no supieron que este programa había sido creado por un político
conservador y, con sus valores centrales de disciplina, respeto, obediencia y
trabajo duro, estaba lejos de ser “radical”. En lugar de eso, se los persuadió con
la línea argumental y la representación del relato oficial que El Sistema había
creado para consumo externo.
Sin embargo, una importante evaluación realizada a comienzos del 2000, que
había presentado sus resultados a Abreu en persona, encontró que una
participación más extendida en El Sistema tenía un pequeño efecto negativo
sobre la asistencia escolar y los logros académicos. Más aún, el BID admitió
pública y privadamente en 2011 –un año antes de la entrevista de Burton-Hill
con Abreu– que ninguna de las evaluaciones existentes era confiable (Baker
2014). Ese año, el Banco comisionó un nuevo estudio que “sería la primera
evidencia rigurosa de los resultados del programa”, admitiendo que su análisis de
costo-beneficio del 2007 “fue el resultado de varios supuestos y no de una
medición rigurosa del impacto del Sistema en los beneficiarios del programa”
(Sistema Nacional 2011, 2-3). La realidad era entonces bastante diferente del
relato que Abreu presentaba. Sin embargo, Burton-Hill creyó en la palabra de
Abreu de que el programa era un resonante éxito. La hipótesis de Abreu todavía
no ha sido reivindicada, por el contrario, ha sido cuestionada, como veremos a
continuación.
¿La revolución musical de El Sistema?
Un rasgo característico de los artículos aparecidos en importantes periódicos de
habla inglesa es el uso de un vocabulario que contribuye a la mitificación.
Palabras como “visionario”, “radical” y “revolucionario” aparecen con
frecuencia. Parece que pocos de estos periodistas sabían que la educación grupal
de música académica europea había sido generalizada en América Latina desde
el siglo XVI, por lo que muchos estudiosos de la educación musical ven hoy
poco de revolucionario en una orquesta juvenil que interpreta obras canónicas de
autores europeos. De hecho, Abreu y su programa se distinguen por su
conservadurismo y su resistencia al cambio (Baker y Frega 2016). A través del
lente revisionista de Pedroza (2015), Abreu luce más como un ejecutor y gerente
de las ideas de otras personas que como un creador, en deuda con Jorge Peña
Hen, quien, en 1964, creó el proyecto pionero de una orquesta juvenil en el
pueblo chileno de La Serena, once años antes que la primera orquesta de El
Sistema. No obstante, las caracterizaciones de Abreu tienden hacia lo heroico y
sobrenatural: Burton-Hill lo compara con la Madre Teresa, mientras que otros
periodistas lo han comparado con Mahatma Gandhi y Nelson Mandela.
Como reflejo del contexto nacional, los medios internacionales han funcionado
en general más con un rol publicitario que con uno de investigación. Por
ejemplo, a finales de 2016, El País y otros miembros de la Leading European
Newspaper Alliance (LENA) anunciaron que habían firmado un contrato con
Gustavo Dudamel para diseminar música clásica a través de las plataformas
digitales de los periódicos (Europa Press 2016). La primera actividad de esta
estrategia fue la distribución de las sinfonías completas de Beethoven, grabadas
por Dudamel y la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar, que las presentaría en una
gira por Europa tres meses después. El acuerdo también incluyó publicidad para
El Sistema y para YOLA, el proyecto de Dudamel en Los Angeles. Este
colectivo de importantes periódicos aceptó entonces promocionar la marca de
Dudamel (su grabación y su gira) en lugar de investigar el complejo relato que
había detrás, en un momento en el que la reputación del director se sometía a
presión púbica en Venezuela debido a sus vínculos estrechos con el impopular
gobierno de Nicolás Maduro. A partir de esta alianza el diario El País se ha
convertido en uno de los mayores propagandistas de El Sistema y del propio
Gustavo Dudamel, a quien sigue en su agenda de forma regular en las páginas de
arte y sociedad, con el impacto que esto puede tener por tratarse del diario más
importante de habla hispana, cuyos titulares no dudan en calificar al director
venezolano como “un mesías”, “brilla entre hadas”, “un poderoso titán”.
“Desde el mismo comienzo, El Sistema se ha dedicado a hacer realidad la idea simple pero
radical de su fundador –que la música puede salvar vidas, puede rescatar niños y puede ser de
hecho un potente vehículo para la reforma social y la lucha contra los peligros de la pobreza
infantil”.
Con ello, el autor demuestra que ignora por completo la constitución original de
El Sistema o las descripciones de Abreu de su proyecto en los años setenta.
María Majno, una alta figura tanto en El Sistema Italia como en El Sistema
Europa, escribió un articulo basado fundamentalmente en materiales de
publicidad institucional, escritos de promoción, reportes de los medios y
documentales, y sin embargo fue publicado en los Annals of the New York
Academy of Science (2012). Ha sido citado a su vez por más de una docena de
artículos académicos en los campos de la neurociencia, la salud mental pública,
el desarrollo temprano infantil y la psicología, entre otros; lo que ilustra como
textos no académicos se han transformado en ortodoxia académica en cuestión
de unos pocos años. Igualmente, la evaluación de 2016 del BID, que fue el
resultado de un estudio que costó un millón de dólares y se publicó en una
revista académica, cita materiales de promoción y de prensa sobre El Sistema,
pero ignora los estudios cualitativos evaluados por pares. Si se observa con
atención la prensa, los libros para el público general e incluso algunas regiones
del campo académico, se encuentran los mismos problemas: una falta de
cuestionamiento e investigación crítica, una dependencia de fuentes no
confiables o sesgadas, en algunos casos una promoción explícita o implícita y
una elaboración del mito de El Sistema en lugar de su examen riguroso –algo
que resulta particularmente preocupante cuando se trata de investigación
científica publicada.
De esta manera, la industria, asediada durante largo tiempo por una supuesta
“muerte de la música clásica”, identificada por el descenso de las ganancias y las
ventas de los discos que ha ocurrido como resultado de la digitalización de la
cultura, encontró en El Sistema una fórmula para volver a llenar las salas, atraer
nuevas audiencias y mejorar su imagen, desterrando las acusaciones de elitismo.
Alimentar el mito de El Sistema se convirtió entonces en una tarea clave de esta
estrategia. La idea, como ya he argumentado, en gran medida ficcional, de que
los músicos que tocaban en las más grandes salas de concierto del mundo habían
sido “salvados” de sucumbir a la miseria en los barrios más pobres de Venezuela
era crucial para la narrativa publicitaria que distinguía a la OJSB de tantas otras
orquestas de alta calidad (incluyendo a las orquestas nacionales juveniles
europeas).
Foto: Santiago&Sánchez (2020)
El sector de la educación musical también fue parte de esta ferviente defensa del
mito. Como la música clásica, la educación musical pública está también bajo
presión en los países más ricos. Por ello, un programa de educación orquestal
que prometía calidad musical y beneficios sociales milagrosos en las zonas más
empobrecidas resultaba atractivo tanto para músicos como para potenciales
mecenas, incluyendo gobiernos locales y nacionales. De allí que programas
inspirados en El Sistema se multiplicaron en docenas de países alrededor del
mundo, incluido el mundo desarrollado, ampliando aún mas el relato del mito
original que los sostenía, y desestimulando un examen más atento de sus fuentes
originarias.
La idea, (…) en gran medida ficcional, de que los
músicos que tocaban en las más grandes salas de
concierto del mundo habían sido “salvados” de
sucumbir a la miseria en los barrios más pobres de
Venezuela era crucial para la narrativa publicitaria
que distinguía a la OJSB de tantas otras orquestas
de alta calidad…
Nada es más atractivo que el éxito. Así que incluso prominentes instituciones de
educación superior –como la Universidad de Harvard, de la que se habría
esperado que investigara el relato o que, por lo menos, hiciera las diligencias
básicas debidas– se sumaron al carrusel publicitario del programa con
doctorados honorarios y alianzas. En 2012, el Instituto de Educación de la
Universidad de Londres concedió a Abreu un doctorado honorario con el
argumento de que se había demostrado que El Sistema tenía una extraordinaria
capacidad de reducir los niveles de pobreza, analfabetismo, crimen, consumo de
drogas y exclusión, a pesar de que no existía ninguna evidencia rigurosa al
respecto, ni investigación independiente que fundamentara una afirmación de tal
magnitud. En los Estados Unidos el Conservatorio de New England también
jugó un papel en la propagación del mito, al albergar durante cinco años (2010-
2015) el programa de los Abreu Fellows (Becarios de Abreu, más tarde, los
Becarios de El Sistema), un proyecto que no se interesó en estudiar de manera
seria el programa venezolano, como posteriormente me lo describieron antiguos
becarios.
Así, a partir del año 2007, el mito alrededor de El Sistema comenzó a formar
parte de la industria global de la cultura y el entretenimiento con el apoyo de un
importante sello de grabación, famosas salas y series de conciertos, residencias,
festivales, agentes, conservatorios, universidades, agencias gubernamentales,
instituciones multilaterales, simposios, programas educacionales, músicos y
directores famosos, dirigentes políticos, autoproclamados expertos, películas
documentales, periodistas e intermediarios de todo tipo. Todo ello, además, en el
momento de mayor auge del petroestado venezolano, que gracias a las
habilidades de su fundador se había convertido –a pesar de sus evidentes
diferencias políticas: Abreu fue ministro del gobierno al que Chávez dio un
golpe de Estado– en el principal mecenas del proyecto.
Consolidando el Mito
El Sistema no solo se las arregló, a mediados de los noventa, para redefinirse
como un programa social, borrando de su historia sus orígenes como programa
de formación musical orquestal, sino también para cimentar en los medios y en
la opinión pública el relato de que era un estruendoso éxito. Sin embargo,
también ha habido intentos de evaluar el programa y de proporcionar
fundamentación a esas afirmaciones, cuya historia y naturaleza ofrecen un mejor
entendimiento de la construcción del mito de El Sistema. Donde se esperarían
evaluaciones para poner a prueba el relato oficial de El Sistema y presentar
sólida evidencia para reforzarlo o refutarlo, la investigación reciente ha
demostrado que las evaluaciones han sido debilitadas por errores y
contradicciones, particularmente en Venezuela, aunque también en otras partes
(Logan 2015b; Baker y Frega 2016; Baker, Bull, y Taylor 2018). Algunas
evaluaciones simplemente han reproducido el relato mítico y con ello
contribuido a su consolidación.
La Universidad de los Andes (ULA) realizó una nueva evaluación entre 1999 y
2003. También este estudio cuantitativo revela fallas. Como apunta Hollinger
(2006, 41-42), tiene “una cantidad de debilidades inherentes al diseño” y parece
“menos esfuerzo académico que necesaria documentación para defender El
Sistema”. Las conclusiones de los investigadores se parecían más al relato oficial
de El Sistema que a la evidencia, e incluso adoptaban el tono proselitista del
programa.
La evaluación más influyente fue la realizada unos años más tarde por José
Cuesta (2011), que se usó para justificar el préstamo de 150 millones de dólares
(4). Esta evaluación ha sido criticada posteriormente. Presentaba evidencia de
correlación más que de causalidad, el uso de algunos términos clave era
engañoso, no tomaba en cuenta diferencias cognitivas o sociales preexistentes
entre los niños, y al parecer los líderes de El Sistema jugaron un papel en su
creación (Baker 2014). Scruggs (2015) criticó los cálculos financieros detrás de
las conclusiones del estudio, un ratio de costo-beneficio de 1:1.68. De hecho,
para ese momento, ya el BID se había distanciado de este reporte (y de todas las
evaluaciones previas), como se indicó anteriormente.
Pero el estudio más extenso hasta ahora fue el encargado en 2011, llevado a cabo
en 2012-2014 y publicado a finales de 2016 (Alemán et al. 2016). Los
investigadores crearon una “teoría del cambio” que tenía como hipótesis que “la
participación por cortos períodos en orquestas y coros puede promover cambios
positivos en cuatro ámbitos del funcionamiento infantil: destrezas auto-
reguladoras, comportamiento, destrezas y conexiones prosociales y destrezas
cognitivas”. Para poner a prueba su teoría, midieron veintiséis variables
primarias de resultados en estos cuatro ámbitos. Sólo se encontraron dos
resultados relevantes: “el grupo admitido más tempranamente tenía mayor auto-
control y menos dificultades conductuales, basados en los reportes de los niños”.
Así, no hubo resultados significativos en veinticuatro de las veintiséis áreas y los
investigadores “no encontraron ningún efecto en la muestra completa sobre las
destrezas cognitivas… o sobre destrezas y conexiones prosociales”. Incluso los
dos resultados supuestamente relevantes fueron probablemente el resultado del
azar puesto que dependían de una interpretación inusual y generosa de las
estadísticas (Baker, Bull, y Taylor 2018), mientras que la validez de los reportes
de los niños mismos ha sido cuestionada (Crooke y McFerran 2014).
Conclusión
He argumentado que José Antonio Abreu y los medios venezolanos generaron
un relato mítico de El Sistema. Periodistas y escritores internacionales lo
diseminaron, evaluaciones problemáticas lo consolidaron, y lo apoyó una
emergente industria-Sistema global que incluye una plétora de instituciones y
organizaciones que dependen de o se benefician del mito. A pesar de la ausencia
de evidencia corroborativa, críticas académicas insistentes y una concentración
evidente en objetivos musicales más que sociales, la historia de un programa
social “milagrosamente exitoso” obtuvo y conservó aceptación. Con la muerte de
Abreu, en marzo de 2018, apareció la ocasional advertencia en unos pocos
obituarios –algunos también mencionaron que el título de PhD en economía
petrolera de la Universidad de Pennsylvania atribuido a Abreu era otro mito (5)–
pero la mayoría de los periodistas, tanto venezolanos como extranjeros,
competían entre sí para producir relatos cada vez más halagadores de su vida y
visiones cada vez más utópicas de su gran proyecto, cada vez mas alejadas de la
evidencia empírica, de la realidad.
No obstante, creo que el examen crítico del mito es aún valioso y que vale la
pena continuarlo a pesar de las dificultades. El Sistema es hoy en día una de las
iniciativas de educación musical más importantes en el mundo, que incorpora
cientos de miles de estudiantes, pero que también ha sido la más pobremente
entendida. En ese sentido, iluminar la evolución de su relato público y las
maneras en las que este relato difiere de las realidades del programa, es un
esfuerzo que vale la pena en sí mismo.
©Trópico Absoluto
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Notas
[1] La referencia en la contraportada de Baker (2014).
[3] Las citas a entrevistas que aparecen aquí sin referencia fueron llevadas a cabo
por el propio autor en Venezuela.