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María Luisa Pro Velasco
Carmen M.ª Chivite Cebolla
Sara Gallardo González
ANTROPOLOGÍA
2017
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Universidad Católica de Ávila
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ISBN: 978-84-
Maquetación: INTERGRAF
ANTROPOLOGÍA
Índice general
Prólogo.......................................................................................................... 11
Unidad 1:
La persona humana Introducción a la Antropología filosófica
1.1. Un camino del pensamiento........................................... 19
1.2. Lo exclusivo de cada ser humano: ser persona........... 21
1.2.1. Vías de acceso a la persona................................... 21
1.2.2. Un ser único............................................................ 24
1.2.3. La dignidad humana y sus tipos.............................. 27
1.2.4. Un ser relacional...................................................... 29
1.3. Lo compartido por todos los hombres: la naturaleza
humana............................................................................. 32
1.3.1. Naturaleza racional.................................................. 34
1.3.2. La unión de cuerpo y alma...................................... 34
A. ¿Existe una relación así?................................... 34
B. Teorías acerca del modo de configurarse esta
relación.............................................................. 35
C. Consecuencias de estas posiciones y el valor
del cuerpo.......................................................... 38
1.3.3. Lo real (actual) y lo potencial................................... 41
A. El problema de algunas definiciones actuales
de hombre.......................................................... 41
B. La enfermedad .................................................. 45
Unidad 2:
La sexualidad humana
2.1. Introducción..................................................................... 53
2.2. Cómo se ve y se vive hoy la sexualidad........................ 54
2.2. El lenguaje del cuerpo..................................................... 56
2.2.1. Mensaje del cuerpo humano................................... 56
2.2.2. La sexualidad en todas sus dimensiones................ 58
2.2.3. La bondad específica de la sexualidad................... 61
2.3. Dos historias de amor..................................................... 64
2.3.1. La entrega conyugal................................................ 64
2.3.2. La lógica del don y la ley de la reciprocidad............ 67
2.3.3. Pansexualismo........................................................ 68
2.3.4. La entrega virginal................................................... 69
2.4. Fecundidad....................................................................... 71
5
Unidad 3:
El corazón y la afectividad humana
3.1. Introducción..................................................................... 79
3.2. Las facultades humanas................................................. 80
3.3. El misterio del corazón humano.................................... 83
3.3.1. El emotivismo en la cultura actual........................... 84
3.3.2. Los tipos de actos y fenómenos afectivos............... 85
3.4. Las intenciones del amor: hacer el bien, unión............ 87
3.5. Falsas interpretaciones del amor................................... 88
3.6. ¿Por qué y cómo se educa el corazón? Algunas
pautas para la maduración afectiva............................... 89
Unidad 4:
La razón y el conocimiento humanos
4.1. Introducción..................................................................... 97
4.2. ¿En qué consiste conocer? ........................................... 98
4.2.1. Conocimiento sensible y conocimiento intelectual.... 100
4.2.2. Tipos de actividades cognoscitivas......................... 101
4.2.3. Conocer y creer....................................................... 102
4.3. La verdad.......................................................................... 103
4.3.1. Estados de la mente en relación con la verdad y
criterios de la verdad............................................... 104
4.3.2. El consenso, la utilidad y la sinceridad frente
a la verdad............................................................... 104
4.4. ¿Se puede conocer la verdad?....................................... 106
4.4.1. Existe y podemos conocerla.................................... 106
4.4.2. Cómo sabemos que algo es verdad: criterios......... 107
4.5. El problema del relativismo............................................ 108
4.5.1. Lo subjetivo y lo objetivo del conocimiento............. 109
4.5.2. Lo relativo y lo absoluto de la realidad ................... 111
4.5.3. El conocimiento como profundización en
la realidad................................................................ 112
4.6. Obstáculos para conocer la verdad............................... 115
4.6.1. Las pasiones .......................................................... 115
4.6.2. Medios para combatirlas......................................... 116
Unidad 5:
La voluntad y la libertad humanas
5.1. Introducción..................................................................... 123
5.2. Conocimiento y voluntad................................................ 124
5.2.1. Actos del hombre y actos humanos........................ 124
5.2.2. La facultad volitiva................................................... 124
5.2.3. Lo natural es querer el bien..................................... 125
5.2.4. ¿Y cómo se explican los actos malos?................... 126
5.2.5. Deliberación y decisión: dos formas de querer
el bien...................................................................... 127
5.3. Cómo querer con eficacia: el ejercicio de la voluntad... 131
5.3.1. Actos ineficaces y eficaces de la voluntad.............. 131
5.3.2. Para querer de veras: requisitos y medios.............. 132
5.3.3. El éxito es llegar a la ejecución............................... 135
5.3.4. Nuevos consejos para lograr la ejecución de
nuestras decisiones................................................. 136
5.3.5. Pautas pedagógicas para la educación de
la voluntad............................................................... 137
5.4. La libertad humana.......................................................... 139
5.4.1. Libertades innatas y adquiridas. El libre arbitrio...... 139
5.4.2. Libertades de y libertades para............................... 139
5.4.3. La libertad moral...................................................... 141
5.4.4. ¿Somos realmente libres?....................................... 141
Unidad 6:
Relaciones humanas. Familia y cultura
6.1. Introducción..................................................................... 149
6.2. La cultura actual frente a la familia................................ 150
6.3. Confusión de conceptos................................................. 152
6.3.1. El amor líquido......................................................... 152
6.3.2. La libertad de vínculos o la autonomía absoluta..... 154
6.4. Naturaleza y cultura......................................................... 156
6.3.3. Qué es la cultura..................................................... 156
6.3.4. El cuerpo humano y sus propias dimensiones........ 162
6.3.5. Varón y mujer. ¿Podemos cambiar lo que somos?... 165
6.3.6. El matrimonio y la familia......................................... 167
Unidad 7:
Necesidades y deseos. Sentido de la vida y trascendencia
7.2. Necesidades y deseos. Búsqueda de la felicidad y
del sentido........................................................................ 178
7.2.1. La felicidad.............................................................. 178
7.2.2. La paradoja del deseo humano y de la felicidad..... 179
7.2.3. La felicidad y el sentido de la vida........................... 182
7.3. ¿Hechos absurdos? Sufrimiento y muerte................... 184
1.3.1. El misterio del dolor y del sufrimiento...................... 184
7.3.2. Breve panorámica histórico-filosófica ..................... 186
7.3.3. La muerte y la inmortalidad del alma....................... 189
7.3.4. ¿Es la muerte el final de la existencia?................... 190
7.3.5. ¿Es el alma humana inmortal?................................ 192
7.4. La pregunta por la trascendencia.................................. 194
7.4.1. Acceso a la pregunta por la existencia de Dios....... 196
7.4.2. Las religiones como respuesta y propuesta............ 199
Bibliografía
Documentos del Magisterio............................................... 207
Otra bibliografía citada o de referencia.............................. 207
Prólogo
ANTROPOLOGÍA
Prólogo
El manual que tienes en tus manos, querido alumno, es deudor de la profesora Dra.
María Jesús Carravilla Parra. (Carravilla, 2010). Las autoras de esta nueva síntesis antro-
pológica, las doctoras Sara Gallardo González, Carmen María Chivite Cebolla y María
Luisa Pro Velasco, agradecen profundamente a la profesora Carravilla su vasto cono-
cimiento de la historia de la filosofía, así como de sus problemas y sus aportaciones al
respecto.
En este nuevo manual, nuestro objetivo sigue siendo dar a conocer qué es ser perso-
na, a la vez que mostrar el camino de plenitud del ser humano. Cada ser humano es ab-
solutamente singular y, al mismo tiempo, capaz de abrirse y relacionarse con otros seres
semejantes a él mismo. Esta apertura específicamente personal ante la realidad –llamada
también auto-trascendencia– tiene un peculiar significado que hay que descubrir y pene-
trar. El hombre es capaz de conocer, querer y amar, de relacionarse y enriquecer el ser de
los otros, y esta capacidad llega incluso hasta el ser totalmente Otro y trascendente, el ser
Absoluto.
¿Cómo es el hombre, del que dice Pascal que es una caña pensante, tan frágil que
para destruirla basta un débil soplo y, sin embargo, más valiosa que el universo que la
destruye? Un ser material, corpóreo como los animales y, sin embargo, tan distinto de
ellos, cuya corporeidad habla de lo que no lo es, porque el cuerpo humano revela a la per-
sona. Hablar del cuerpo humano nos llevará a hablar del alma y del vínculo que los une.
Además, observaremos las capacidades propias del hombre: razón, voluntad y corazón;
que le distinguen de otros seres. El hombre tiene un origen y tiene un fin. El deseo de la
felicidad y de la inmortalidad, tiene que ser abordado en estas páginas para que sea un
estudio del hombre completo, que aspira a vivir para siempre y se cuestiona el sentido de
una vida que incluye la experiencia de la muerte.
1 El personalismo es “una filosofía surgida en el siglo XX que aboga por la centralidad de la persona”.
(Burgos, 2003, p. 16). Surgió en Francia en el período de entreguerras. (Cf. Ibid., p. 19). 11
www.ucavila.es PRÓLOGO
FORMACIÓN ABIERTA
La exposición de estos temas a lo largo del trabajo será la siguiente: en primer lugar,
dedicamos un capítulo introductorio al concepto de persona y a la Antropología filosófi-
ca. El capítulo segundo está dedicado al estudio de la sexualidad humana. Los capítulos
tres, cuatro y cinco versan sobre las dimensiones de la persona, esto es, el corazón, la
razón y la voluntad. A continuación, en el capítulo sexto, abordamos la cuestión de las re-
laciones humanas. Y, finalmente, se abordan las cuestiones que denominaremos “últimas”
de la existencia humana, por compendiar todas las preguntas fundamentales de los seres
humanos: la felicidad, el sufrimiento y el sentido de la vida, así como la trascendencia, la
inmortalidad y el Ser Absoluto, respectivamente.
12
PRÓLOGO www.ucavila.es
ANTROPOLOGÍA
Unidad
didáctica
La persona humana
1
Introducción
a la Antropología
filosófica
Mujer con velo (RAFAEL 1483-1520)
ANTROPOLOGÍA
Índice
Objetivos............................................................................................ 16
Introducción...................................................................................... 17
Resumen............................................................................................ 47
15
Objetivos
• Estudiar las características propias del ser personal: carácter único y relacionalidad.
• Conocer la relación entre cuerpo y alma, las distintas formas de entenderla y las con-
secuencias de esta diferente comprensión.
• Distinguir las dos maneras en las que se puede poseer una cualidad o capacidad: en
acto y en potencia.
16
Introducción
En efecto, la existencia del ser humano, que se diferencia de los animales precisa-
mente por su espiritualidad, que le dota de racionalidad y libertad, es la existencia de un
ser inquieto que se plantea numerosas preguntas. Entre ellas, hay algunas que podemos
denominar “últimas”, para las que no es fácil encontrar una respuesta. De estas cuestio-
nes últimas, que también podemos denominar preguntas fundamentales de la existencia
humana, se ocupa habitualmente la Filosofía. Más concretamente, una de sus ramas a la
que podemos denominar Antropología o Antropología filosófica.
La Antropología se interesa por el hombre desde todos los puntos de vista porque le
interesa como una unidad, un todo, no sólo un aspecto, cualidad o dimensión de este, por
ejemplo, el lenguaje, las acciones pasadas, las relaciones mercantiles, su cuerpo sano o
enfermo, etc. Todo esto son cualidades del hombre, pero no son el hombre. La Antropo-
logía se pregunta por aquel que posee esas cualidades. ¿Qué nos hace ser hombres, ser
personas? ¿Por qué sólo el hombre es capaz de todas esas cualidades mencionadas? ¿Por
qué sólo él en el universo material es libre o sufre o busca la felicidad? Así pues, la Antro-
pología filosófica es la ciencia acerca del “hombre entero”. Por eso, lo que propiamente
estudia del hombre la Antropología filosófica tiene estas características específicas: 17
– Las raíces de sus manifestaciones: la causa de que sea lo que es, de sus com-
portamientos y actividades, más que las cualidades de esos comportamientos y
fenómenos de su conducta.
– El método racional que utiliza, que comienza con la experiencia, pero va más
allá de lo experimentable hacia sus raíces y causas.
Una vez visto el modo específico de estudiar al hombre que tiene la Antropología,
vamos a echar una mirada a la historia de la pregunta por el hombre, para aproximarnos
así a nuestro objeto de estudio: la persona humana.
18
Los pensadores que quieren comprender más profundamente al ser humano suelen
tener en cuenta la sabiduría de los mayores: lo que la tradición de los grandes sabios
nos ha transmitido sobre el hombre a lo largo de la historia. También nosotros podemos
aprender a mirar y reflexionar de forma más profunda sobre el ser humano gracias a las
imágenes del hombre que han sido propuestas y las que se plantean en la actualidad por
parte de los filósofos. En realidad, no podía ser de otra manera: todo ser humano vive con
una u otra interpretación de sí mismo y de sus congéneres, esto es, todos tenemos una
Antropología, una determinada visión de qué es el hombre, qué nos hace ser humanos,
seamos conscientes de ello o no.
Si hacemos un breve recorrido histórico por aquellos pensadores que desde la An-
tigüedad clásica se han dedicado a la reflexión sistemática sobre el hombre, tenemos en
Sócrates y Platón (s. V a.C.), especialmente en el diálogo Fedro, pero en realidad en la
mayoría de ellos, reflexiones acerca del hombre, su destino, su origen y su naturaleza.
El discípulo de Platón, Aristóteles (s. IV a.C.), sistematizó en el libro Sobre el alma (De
anima) su propia doctrina sobre la naturaleza y actividades del hombre, que a partir de él
queda esencialmente definido por su principio espiritual. (ARISTÓTELES, 1978). Asi-
mismo, existen obras de san Agustín (s. IV d.C.) y de santo Tomás (s. XIII) sobre esta
temática. Tras la Edad Media, con la llegada de la Modernidad, Descartes abordó la pre-
gunta del hombre con un método analítico que pensaba separadamente cuerpo y alma, y
de este modo creaba el problema de cómo explicar la unión entre ambos. Kant, a finales
de este período histórico, lanzó de nuevo la pregunta por el hombre.
Ahora bien, el enfoque de esta disciplina tal como hoy la conocemos se lo debemos
a Max Scheler, especialmente en su obra El puesto del hombre en el cosmos. (Scheler,
2000). Según él, el hombre se caracteriza por ser algo importante por sí mismo, así como
por el tipo de relaciones que establece con la realidad que le circunda: frente a otros seres
vivos e inertes, el ser humano se distingue por su superioridad cualitativa: la razón. Esta
le hace estar en la cúspide de la pirámide del mundo natural.
Por otro lado, bien puede decirse que este manual se encuadra dentro de una Antro-
pología de enfoque personalista. El personalismo, como iremos viendo, es una filosofía
sobre el hombre que pone como eje y base de su reflexión el hecho de que el hombre es
persona. Según los personalistas, el modo personalista de entender al hombre implica lo
siguiente:
19
Para poder dar su lugar y sentido a las cuestiones particulares de Antropología, al-
gunas de las cuales se acaban de mencionar (inteligencia, afectividad, corporalidad, etc.),
que más fácilmente atraen nuestra atención, es necesario no perder de vista o alcanzar
una visión que consiga darnos la perspectiva global sobre el hombre con la que nace esta
disciplina.1 La importancia de mantener esta visión global podemos comprenderla si con-
sideramos que los errores consisten siempre en una visión parcial de las cosas.
1 A esta tarea se dedican numerosos y buenos trabajos de Antropología sistemática. Por citar algunos:
VALVERDE, C.: Antropología filosófica. Edicep, Valencia 1995; HAEFFNER, G.: Antropología
filosófica. Herder, Barcelona 1986; CHOZA, J.: Manual de antropología filosófica. Rialp, Madrid 1988;
AMENGUAL, G.: Antropología filosófica. BAC Madrid 2007; YEPES, R.: Fundamentos de antropología:
un ideal de la excelencia humana. EUNSA, Pamplona, 2003. GARCÍA CUADRADO, J. A.: Antropología
filosófica: Una introducción a la filosofía del hombre, EUNSA, Pamplona, 2003, o el ya citado de BURGOS
20 VELASCO, J. M.: Antropología.
como una cosa nos aleja de ella, porque la alienamos y no la descubrimos como lo que es,
una persona. Pensemos, por ejemplo, en el modo actual de explicar el origen de la vida en
las clases de biología: la persona en su originalidad y excelsitud queda totalmente oculta
e ignorada. ¿Podemos realmente decir que conocemos a nuestro hijo porque sabemos
cómo ha sido concebido? Tampoco es posible el autoconocimiento (el conocimiento de sí
mismo) por mero análisis e introspección, a pesar de lo que proponen algunas corrientes
de la Psicología.
Cuando se dan estas condiciones, se descubre por experiencia lo que vamos a expli-
citar: el valor único y relacional de cada persona.
23
Decimos de la persona que es, que existe del modo más fuerte y excelso que puede
darse en el universo (es decir, subsiste), de tal forma que permanece, que es inmortal. No
puede ser destruida, mientras que lo material sí. Podríamos decir también que la persona
existe de forma racional (espiritual). Los animales existen, pero no de forma racional, es
decir, no son conscientes de sí mismos. Podemos expresarlo de otra forma más directa:
el hombre es persona (subsistente, permanente, inmortal) porque es espíritu. Tanto
qué es el espíritu o el alma humana como que significa que es inmortal lo explicaremos
en el capítulo final.
24
Ella es el único ser que vale por lo que es, y su ser no lo puede perder, es incondi-
cionado. Los objetos los valoramos por las cualidades que poseen (belleza, utilidad, etc.),
cuando las pierden ya no tienen valor. El valor de las cosas está condicionado. “La perso-
na vale por lo que es y no por lo que tiene”. (Gabriel Marcel)
Toda visión o trato a la persona que ignora estos rasgos es una alienación de la per-
sona. Alienar significa reducir una persona a una cosa, tratarla como si fuera un objeto.
25
Los totalitarismos, que ven a las personas como individuos, han creí-
do legítimo sacrificar a una persona por el bien de la sociedad o de la
mayoría. Este pensamiento destructivo ve a las personas como cosas
EJEMPLO
que pueden ser usadas o instrumentalizadas para los fines que deter-
mine quien detenta el poder. Cualquier manipulación de la persona,
cualquier modo de usar a las personas como un medio para otra cosa
es una forma de alienación. También es alienante una visión econó-
mica liberal radical que en lugar de ver a las personas como fin de la
economía, las vea como medios para que subsista el sistema; que
haga del beneficio el fin de todas las actividades, no un medio al ser-
vicio de las personas, y las convierta a estas en medios para alcan-
zarlo; o en una visión de la paternidad que viera al hijo como un medio
para satisfacer el deseo narcisista de ser padre o transmitir los genes,
no alguien valioso por sí mismo, como en la maternidad subrogada.
SEÑORÍO DE SÍ
Hemos dicho que por ser subsistentes, permanecer, la persona es el único ser del
universo que posee una cualidad altísima: es señora de sí misma. ¿Qué significa esto? En
primer lugar, esto quiere decir que la persona existe para sí misma, en el sentido de que
ella es consciente de su propio ser, de su existencia. El resto del universo podrá ser su-
perior en muchos sentidos a la persona, pero ignora su propia existencia. Y esta cualidad
está por encima de todas las que posee el mundo material.
En segundo lugar, que dirige sus propias acciones, la persona se mueve y dirige por
sí misma, gracias a su racionalidad y su libertad. En los capítulos 4 y 5 ahondaremos
en estas dos capacidades de la persona. El hombre se distingue de las demás cosas por su
naturaleza racional y libre, que le hace capaz de actividades que no puede realizar ningún
otro ser vivo, como por ejemplo las siguientes que enumera Ayllón (2011):
6.3.1. La capacidad simbólica del lenguaje: es decir, a través de algo material –soni-
dos o signos escritos–, el hombre se refiere a la realidad que conoce y puede
comunicarse así con otras personas. El lenguaje es cauce de expresión perso-
nal: pensamientos, sentimientos, etc.
6.3.2. La capacidad de producir obras de arte: los seres humanos podemos percibir
la belleza y expresarla a través de las artes: pintura, música, teatro, arquitec-
tura, etc. Para percibir la belleza, además de los cinco sentidos, hace falta una
sensibilidad exclusivamente humana para captar un valor no sensible pero
que se percibe a través de realidades sensibles: la belleza de un gesto de ge-
nerosidad, o de una composición musical, o de un atardecer…
26
Ahora vamos a ver lo que significa que, como consecuencia de todo esto, la persona
tiene dignidad, lo que nos permitirá recapitular nuevamente lo dicho hasta aquí.
2 Cf. También a este respecto SPAEMANN, R.: Personas: acerca de la distinción entre “algo” y
“alguien”, Eunsa, Pamplona, 2000. (Trad. y estudio introductorio José Luis del Barco), pp. 103 y ss. 27
nuestro ser personal, pues el hombre es persona porque es espíritu (corporal, encarnado
en un cuerpo personal).
Conviene aclarar pues, que afirmar el valor excelso del hombre no implica en modo
alguno negar la bondad y el valor propio de las demás realidades del mundo. Cualquier
ser encierra en sí un valor, exige un reconocimiento por parte de otros y conlleva unos
deberes. Todos los seres son buenos y deben ser cuidados, pero hay seres cuyo valor es
mayor por su naturaleza específica.
Antes de concluir este apartado, no estará de más para expresar con mayor exactitud
a lo que nos referimos con dignidad humana, distinguir dos conceptos complementarios
pero diferentes, referidos al hombre: por un lado está la dignidad ontológica (o del ser),
que es el valor que el hombre tiene por ser hombre, por ser persona, que se basa en algo
indestructible y por tanto no puede perderse. Hasta ahora hemos hablado de dignidad en
este sentido.
Por otro lado, existe también la dignidad moral, que se refiere al valor que la perso-
na adquiere en virtud de su propio comportamiento. En este sentido, una persona puede
tener o alcanzar una gran dignidad e inspirarnos un profundo respeto, mientras que otra
puede perder su dignidad por conductas impropias de una persona, es decir por un mal
uso de su libertad, con el que la persona se hace mala. En muchos lugares de Europa el
arte ha representado el gesto noble y digno con el que un alto dignatario del ejército roma-
no, Martín de Tours, socorrió a un pobre desnudo rasgando y entregándole la mitad de su
capa. Indigno y repulsivo es traicionar a un amigo por dinero, e incluso hacer de un beso
la señal para que sus enemigos lo reconozcan. Asimismo, es indigno y repulsivo.
Nuestros actos nos cambian, en el sentido de que nos perfeccionan o nos envilecen, y
por eso cabe hablar de que el hombre, mediante las decisiones y conductas de su voluntad
libre adquiere una segunda naturaleza (Aristóteles). Quien usa bien de su libertad y llega
a la plenitud de su ser, tiene una mayor dignidad moral. La dignidad moral es el valor al
que podemos llegar gracias al buen uso de nuestra libertad que nos perfecciona. Por eso
esta dignidad es algo interior que no depende de las condiciones externas de vida, y muy
bien puede una persona de vida humilde tener una gran dignidad y otra de vida opulenta
y socialmente exitosa conducirse de forma miserable.
personales estables, no los encuentros fugaces, como limitaciones de la libertad. Por eso
combate de modos diversos los intentos de proteger (especialmente de institucionalizar)
las formas más básicas de relaciones personales, como son el matrimonio y la familia.
Esta situación crea personas heridas y profundamente desorientadas en la construcción de
sus vidas. Es comprensible advertir que así la misma cohesión social peligra, pues la vida
social se fundamenta en relaciones personales.
¿Por qué hoy se ven las relaciones como un mal, especialmente como una privación
de libertad? Porque no se las comprende, se las confunde con tristes parodias de las mis-
mas (contratos, vínculos de dominio, dependencias afectivas…). Por eso es fundamental
comprender cuáles son los rasgos o las etapas esenciales de una relación personal, que
nos permita distinguirla de esas otras situaciones.
1. Toda relación auténtica, al dar espacio a la libertad de las dos personas nunca es
posesiva, es todo lo contrario a un vínculo de dominio. La actitud de dominio o
control sobre el otro, que le priva de libertad, proviene de la desconfianza, del
miedo a la libertad ajena, se teme que la relación se quiera romper. En el fondo,
proviene de la inseguridad o desconfianza respecto del propio valor o capaci-
dad. Por eso, para establecer relaciones sanas es imprescindible un sano amor a
uno mismo y madurez personal, que se forja en la experiencia de saberse amado
incondicionalmente. Son los otros, primeramente los padres, quienes aman así
y al hacerlo, hacen comprender: es bueno que yo exista, mi ser tiene valor. Por
eso el amor es el tipo de relación personal que más plenamente nos ayuda a
conocernos como personas. ¿Quién podría dudar de que ese amor es la mayor
necesidad que tiene cualquier persona?
2. Quien ama, confía y deja espacio a la libertad. Por tanto, toda relación necesita
la correspondencia, para que tenga lugar un encuentro entre dos libertades que
quieren lo mismo: esa relación. Ahora bien, la otra cara de este aspecto es que
toda relación va, necesariamente, ligada a la vulnerabilidad. Esto significa que
la persona puede sufrir y ser herida. Si toda relación es libre, siempre cabe la
posibilidad de que las personas no quieran lo mismo, no se encuentre corres-
pondencia. El dilema pues es este: o querer amar y asumir el dolor, o no querer
sufrir y asumir la soledad (y la infelicidad).
30
Habiendo visto hasta aquí lo que es único e intransferible de cada ser humano, su
existencia personal, pasamos ahora a estudiar lo que cada uno de nosotros comparte con
todos los demás hombres: la naturaleza humana.
31
La autoridad de la Ciencia es tal que muchos creen ciegamente en que sus respuestas
son totales, indiscutibles y que ella basta para solucionar todos los problemas humanos.
Sin embargo, escribe el catedrático de Genética Nicolás Jouve: “Si a los biólogos nos
preguntaran qué es la vida, no tendríamos palabras para dar una definición. Se trata de
una cuestión que se escapa del ámbito de la ciencia y cuya contestación entra en el cam-
po de la filosofía. Nos pasa como a los físicos con la definición de la materia. La vida y
la materia son conceptos menos complejos de describir que de definir, de decir cómo son
que lo que son”. (Conferencia “No todo es cuestión de genes”, 18 nov. 2016)
Sin embargo, Rémi Brague, prof. de la Sorbona, reconoce que las ciencias crean un
espejismo: lo que las neurociencias dicen del hombre parece resolvernos la cuestión de
qué es el hombre (cf. Brague, 2014).
“¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él?” (Salmo 8). Trataremos de respon-
der a esta pregunta fijándonos ahora en lo común a todos los seres humanos.
32
Cada especie tiene su propia naturaleza, el hombre tiene naturaleza humana, gracias
a la cual es humano y no mineral, planta o bestia, aunque a veces pueda vivir vegetando
o comportándose como un animal. Veamos la definición clásica de naturaleza en general
y después de naturaleza humana en particular.
¿En base a qué definimos las cosas? Definir es decir lo que una cosa es. Lógica-
mente para definir una cosa correctamente debemos conocer cuál es su naturaleza. Para
poder definir correctamente, es necesario tener conocimiento de las cosas fundamentado
en la metafísica: lo que vemos y medimos de algo no define a la cosa que vemos, pues las
cualidades experimentables a veces son ambiguas, o son comunes a cosas muy distintas,
y por tanto no bastan para decir qué es una cosa (p.ej. el color o la forma). La naturaleza
humana no se ve, pero explica lo que del hombre vemos y experimentamos. Definimos
al hombre por lo que es, no por lo que hace. También es verdad que lo que hace una cosa
puede ayudarnos a inferir lo que puede ser. P.ej. se descubrió que la ballena es un mamí-
fero porque no se reproduce como los peces a través de los huevos.
Pero, una vez comprendido esto, debemos hacernos la pregunta: ¿Qué es lo espe-
cífico de la naturaleza humana y que distingue al hombre de otras realidades? O ¿cómo
definimos qué es humano? La pregunta exige una determinación de la naturaleza propia
y exclusiva de todo ser humano. 33
Boecio es el primer autor que ofrece una definición del concepto de persona humana.
“La persona humana es una sustancia individual de naturaleza racional”. (“Contra Euti-
ques y Nestorio”) Algunos autores ven un problema en esta definición porque se centra en
la racionalidad y olvida otras capacidades del hombre. Pero esta observación quizá olvide
que sí son consideradas implícitamente, porque la racionalidad es la raíz de la libertad y
de la afectividad espiritual.
3. Interaccionismo. Podemos llamar así a la teoría que sostiene que existe rela-
ción y que la evidencia está en la experiencia de nosotros mismos, que somos
al mismo tiempo cuerpo y alma. Sin entrar en detalles, podemos constatar que
nuestro cuerpo es influido por el alma y el alma por el cuerpo (el dolor de
estómago genera mal humor, una tristeza profunda repercute en el estado del
organismo…). El cuerpo realiza acciones que el alma le ordena, y el cuerpo es
la base orgánica de la actividad del espíritu humano (conciencia, etc.).
Es esta postura la más coherente con la realidad y la experiencia que de ella tenemos.
Es, por supuesto, también la defendida por la mayoría de los filósofos y un gran número
de científicos (pensemos en la Psiquiatría como rama de la Medicina, o en las terapias
que tienen en cuenta el estado anímico del paciente como elemento de la misma). Pero,
aunque esta postura se considere la más respetuosa con la realidad del hombre, no basta
para aclarar de qué modo se da esta relación entre lo material y lo corporal. Vamos a ver
las posturas clásicas al respecto.
35
1. Relación externa entre cuerpo y alma o dualismo. Esta visión considera que
son tan distintos y extraños entre sí el cuerpo y el alma, que la relación entre
ambas dimensiones tiene que ser “externa”, es decir, sin que se vean afectados o
modificados entre sí, estas permanecen siendo lo que son, tanto si la relación se
da como si desaparece. Sería la relación entre una piedra y el agua que la moja, o
el agua y el aceite, o entre el piso bajo y el alto de unas literas desmontables. Es
la postura de Platón (s. IV a.C.) Según Platón el cuerpo es cárcel del alma, que
es con lo que la persona se identifica. La visión negativa del cuerpo, y de todo
lo material, en Platón procede de una tradición religiosa del orfismo proveniente
de Asia, del que toma también la idea de que el alma puede cambiar de cuerpo,
a causa de su mala conducta (transmigración de las almas). La película Ghost
(1990) es una lectura contemporánea del orfismo antiguo. Algunos autores del
cristianismo antiguo, por influjo de Platón, asumieron una cierta visión negativa
de lo corpóreo.
Aristóteles ha propuesto por vez primera la teoría del hilemorfismo. Sin entrar
en detalles más técnicos, esta teoría sostiene que cuerpo y alma son como las
dos dimensiones imprescindibles para que el hombre pueda existir realmente.
Es decir, es el hombre es una realidad única, en una unidad de cuerpo y alma.
La relación entre ellas es tan estrecha que el cuerpo no puede ser cuerpo sino por
su unión con el alma (algunos prefieren llamarlo “carne”). Igualmente, el alma
no sería tal sin su unión con el cuerpo.
37
Como vemos, cada una de las teorías nos permite explicar algunas experiencias hu-
manas, mientras que otras no. Ahora bien, el tipo de experiencias que quedarían expli-
cadas por la teoría platónica y cartesiana son precisamente aquellas de las que tenemos
menos evidencias: la vida tras la muerte, o las actividades del alma independientemente
del cuerpo.
¿Qué implica esto? Que la persona es el único sujeto de todas ellas: yo soy el mismo,
soy quien anda, piensa, siente, teme, etc. Y segundo, en la persona se da a la vez la unidad
y la pluralidad –sin que la pluralidad anule la unidad, y ni la unidad implique uniformi-
dad–. Somos una “unidad de varias cosas” al mismo tiempo. Si esto es así, es necesario
aclarar tres cosas de la mano de Carlo Caffarra.
Tres aclaraciones
1ª) Es un error reducir la naturaleza humana a una sola de las actividades mencio-
nadas. Esto sería lo que hacen los monismos, antes mencionados.
2ª) Es un errorUniversidad
MANUAL DE ANTROPOLOGÍA. afirmar queCatólica
cada unade
deÁvila
estas actividades no serían de la persona de
la misma manera. Este es el error del dualismo. ¿Cómo explica Descartes las
actividades del hombre? Según él las actividades físicas y psíquicas suceden en
bre? Según él las actividades físicas y psíquicas suceden en nosotros, pero no
nosotros, pero no son nuestras. Sólo la actividad espiritual es mía, yo soy quien
osotros. Sólo la actividad espiritual
la realizo.esAmía,
pesaryodesoy quien lade
lo extraño realizo. A pesar de nuestra mentalidad actual
este pensamiento,
está muy
o de este pensamiento, nuestra empapada
mentalidad de él
actual enmuy
está muchos aspectos.
empapada de Lo que Descartes dice es que yo
él en
no me identifico con mi cuerpo, con lo que hace el cuerpo, sino con mi alma. El
aspectos. Lo que Descartes dice es que yo no me identifico con mi cuerpo, con
yo (la persona) no es cuerpo, sino que tiene cuerpo. De ahí el slogan tan utiliza-
ace el cuerpo, sino con mi alma.
do enEl yo (lamanifestaciones,
ciertas persona) no es cuerpo,
“yo consino que tiene
mi cuerpo hago lo que quiero”. Veamos
De ahí el slogan tan utilizado
más en ciertasqué
despacio manifestaciones, “yo con en
influjo tiene Descartes milacuerpo
visión actual del cuerpo:
que quiero”. Veamos más – despacio qué va
El cuerpo influjo tiene
a verse Descartes
como en la visión
un instrumento y un objeto de posesión: cuerpo-
l cuerpo: objeto, cuerpo-mercancía, cuerpo-material de experimentación.
“Si el hombre pretendiera ser sólo espíritu y quisiera rechazar la carne como si
fuera una herencia meramente animal, espíritu y cuerpo perderían su dignidad. Si,
por el contrario, repudia el espíritu y por tanto considera la materia, el cuerpo, como
una realidad exclusiva, malogra igualmente su grandeza”. (Deus caritas est 5)
Los errores indicados, así como las consecuencias del cartesianismo nos hacen ver
que esta postura es inaceptable y sólo el hilemorfismo, enriquecido con las reflexiones
del personalismo sobre el cuerpo humano respetan la realidad excelsa de la naturaleza
humana y de su corporeidad. En concreto podemos sostener, en base al hilemorfismo, y
como indica el texto citado que:
– El cuerpo humano tiene dignidad por ser personal. El pudor presupone que se
percibe este valor y se protege del peligro de que se lo vea como objeto.
– La relación y el trato que se tiene con un cuerpo humano se tiene con la persona
humana misma. Es decir, según tratemos el cuerpo de una persona, estamos
tratando a la persona misma. Tener relación con un cuerpo humano, es siempre
tener relación con una persona humana.
– La propia entrega siempre incluye el cuerpo (nos damos “en cuerpo y alma” sin
divisiones, o no nos damos en absoluto).
Antropología de la armonía
La última consecuencia ética tiene que ver con la unidad interior del hombre. Si
bien es cierto que cuerpo y alma son una unidad, esto no significa que todas las capacida-
des y tendencias de la persona estén en una perfecta unidad y armonía. El hombre siente
una lucha interior, porque la razón y los sentidos parecen contradecirse, voluntad e ins-
tintos van en direcciones contrarias, de modo que, como afirmaba Ovidio, “veo lo mejor
y lo apruebo, pero hago lo peor”.
Alcanzar esta armonía es una tarea posible de nuestra libertad, llamada a perfeccio-
nar la unidad de nuestra naturaleza, pero también necesaria por la disgregación intro-
ducida por el mal en el hombre y que la Teología cristiana ha llamado pecado original,
el único dogma católico que, como decía Chesterton, no necesita demostración, basta
abrir el periódico. Este camino, lleno de promesas de felicidad, precisamente para lle-
varnos más allá de nosotros mismos necesita de “ascesis, renuncia, purificación y recu-
peración”. (Deus caritas est 5) El mal hace que las distintas capacidades del hombre no
trabajan armónicamente sino en pugna, en contradicción. La ardua labor de unificarse y
ordenarse interiormente, supone comprender que no todo impulso o impresión nuestro
está rectamente dirigido al bien, y que sólo con esfuerzo se redirige para que la persona
esté interiormente unificada. Vencerse a sí mismo tiene como fruto que la razón sea capaz
de reconocer lo verdadero y bueno, la voluntad de quererlo, el corazón de amarlo, y todas
las capacidades del hombre de realizarlo, compartirlo y gozarlo.
Hay tres grados de unidad que llevan al ser humano a su plenitud: armonía interior,
con los demás y con el Ser Absoluto. En los siguientes capítulos los trataremos.
41
Existen varios cauces para conocer la naturaleza de algo. Entre los seres vivos, infa-
lible es el de la generación o reproducción. Las especies se perpetúan por reproducción,
donde generadores y descendientes comparten la misma naturaleza: los pájaros engen-
dran pájaros, los insectos insectos, los mamíferos mamíferos, y los hombres hombres.
Puesto que este razonamiento no resulta evidente a algunos autores, que insisten
en definir a partir de las cualidades, es preciso señalar otra cuestión que se olvida en el
debate: la diferencia entre tener una cualidad en acto y tenerla en potencia. Vamos a ver
en qué consiste.
42
Este no poder todavía, aunque podrá más tarde, es lo que se explica diciendo que
tiene esa cualidad en potencia mientras no realiza esa acción, o que tiene esa cualidad
en acto, cuando ya la realiza. A la edad de 10 años, Ronaldo o Messi eran jugadores de
primera división en potencia, ahora lo son en acto. Lo fundamental es que la persona tie-
ne ya lo necesario para que esa cualidad se haga real en el futuro. De aquí que podamos
concluir algo fundamental: en términos filosóficos decimos que cada naturaleza dota a
los miembros de esa especie de unas determinadas cualidades, que las tienen ya, desde el
principio, aunque inicialmente sólo en potencia, y gracias a eso, podrán llegar a realizar
ciertas acciones (las cualidades pasan de la potencia al acto).
¿De qué depende que se pase de la potencia al acto, de la mera posibilidad a la rea-
lidad? Pues según la cualidad y el ser que la posea dependerá de unos u otros factores:
primero, se requiere tener la naturaleza propia que permita esas posibilidades o dote
de esas cualidades; segundo, se requiere tiempo para que la posibilidad se haga real o la
capacidad se desarrolle, ejercite o manifieste; tercero, cuando se trata de una capacidad a
ejercitar se requiere ejercicio –en el caso del hombre, también voluntad– y ligado con él
a veces desarrollo (sin ejercicio, la capacidad no se perfecciona e incluso se atrofia); y por
último, a menudo se requiere de circunstancias favorables tanto para el desarrollo como
para el ejercicio, que den ocasión para ello.
43
Así pues, la propia naturaleza dota a cada ser vivo de unas determinadas potenciali-
dades. Por ejemplo, un pájaro puede volar, un león cazar, una liebre correr… y el hombre
puede pensar. Ahora bien, aunque puede hacerlo hay hombres que nunca piensan. El paso
de la potencia al acto, lo acabamos de decir, depende de su naturaleza (una naturaleza
racional dota de esa capacidad), el tiempo para realizarlo, el ejercicio (puede saber pensar
o no, –pensar bien o mal–, querer hacerlo o no…), y también circunstancias favorables.
¿Puede haber circunstancias que no sean favorables? ¿Y en qué sentido no lo serían? El
hombre no nace ya maduro, desarrollado, perfecto, sino que necesita que sus muchas
capacidades pasen de la potencia al acto. Este proceso (formación, educación) requiere la
ayuda de personas maduras. Porque el hombre puede desarrollarse y perfeccionarse (es
perfectible) la educación es un aspecto crucial de la vida humana. Lo afirmado hasta aquí
lo sintetiza bien Scala:
A simple vista, podríamos decir que los seres humanos tenemos dos ojos, dos
oídos, dos brazos, dos piernas, etc. Sin embargo esto no es esencial por dos moti-
vos: a) muchos otros seres comparten esas características, y b) hay muchos tuertos
o ciegos, sordos, mancos, rengos o paralíticos de nacimiento; y ello, aunque dismi-
nuye sus posibilidades, no les quita un ápice de su humanidad. Las características
accidentales son múltiples, y observables a simple vista: altura; tamaño; peso; edad;
colores de la piel, los cabellos y los ojos; temperamento, etc. Pero hay otros carac-
teres, que son propios del ser humano –no compartidos con ninguna otra especie–,
y que lo definen. Por ejemplo: el código genético de 46 cromosomas humanos; o la
capacidad de pensar, amar y autodirigirse libremente. Naturalmente, la caracterís-
tica física, está presente desde el momento de la fertilización; en cambio, las inma-
teriales requieren un desarrollo físico y un aprendizaje; por lo tanto, durante cierto
tiempo, solo están en potencia, en cada individuo de la especie humana; que las irá
actualizando más adelante, e incluso, por enfermedad o accidente, podría perder la
capacidad de actualizarlas, sin por ello perder su humanidad. (Scala, 2006)
Como apunta Jorge Scala, hay circunstancias en las que las personas no desarrollan
ciertas cualidades o no realizan ciertas acciones por las que solemos reconocer a los seres
humanos: auto-conciencia, racionalidad, lenguaje… ¿Por qué sucede esto? Es evidente
que siendo hijos de hombres son ellos mismos también hombres. ¿Es esto hoy evidente?
Desgraciadamente no lo es.
alarmante que Peter Singer, precisamente hijo de judíos alemanes exiliados durante la II
Guerra Mundial a Australia, llegue a decir que la falta de capacidad para sentir placer y
dolor con la que nace un niño es una carencia que, mientras no se desarrolla –hasta los 2
años– nos permite inferir que no son personas. Por lo tanto, el infanticidio no podríamos
considerarlo al mismo nivel que un homicidio, porque no estamos dañando a una persona.
(Argumento falso y además basado en premisas falsas) (cf. Should the baby live? 1994).
El argumento falso se basa que se puede tener la naturaleza humana y no ser persona
(porque no se pueden realizar determinadas acciones). Como vimos en su momento, el
hombre es persona porque es espíritu. Esta naturaleza espiritual, también corporal, no se
ve disminuida ni modificada porque algunas de sus capacidades propias estén en poten-
cia. La naturaleza personal no cambia con la enfermedad.
B. La enfermedad
Los debates actuales nos obligan a abordar en este capítulo esta última cuestión: ¿Es
menos persona quien padece una disminución de sus facultades mentales, sea por evolu-
ción de una enfermedad o como consecuencia de un accidente? ¿A qué nivel del ser se da
la presencia de la patología?
Para abordar sin rodeos la cuestión y por brevedad apuntamos directamente a la res-
puesta. La enfermedad es causada por una o varias circunstancias externas a la propia
naturaleza de la persona que la privan de:
Una enfermedad congénita tiene su origen en errores en la replicación del ADN hu-
mano en fases tempranas del desarrollo embrionario. No es la propia naturaleza la que es
deficitaria, sino que el desarrollo natural de la misma encuentra obstáculos (circunstancias
45
46
Resumen
• En este largo primer capítulo que sienta las bases de todo el manual hemos presenta-
do la necesidad y el modo como la filosofía nos permite conocer al ser humano.
• Hemos distinguido lo que es intransferible y lo que es común a cada ser humano: ser
persona y tener naturaleza humana, mostrando que ser persona consiste en un modo
singular y excelso de existir, con dignidad específica, y tener naturaleza humana es
ser racional y al mismo tiempo tener unidos el cuerpo y el alma como dos dimensio-
nes de una única realidad.
• Por último, hemos comprendido la diferencia entre tener una cualidad en potencia
y tenerla en acto, y que la naturaleza puede poseer ciertas características siempre en
potencia por efecto de una enfermedad, sin que la naturaleza cambie.
47
Unidad
didáctica
La sexualidad
2
humana
Cupido y Psiqué (CANOVAS, 1757-1822)
ANTROPOLOGÍA
Índice
Objetivos............................................................................................ 52
2.1. Introducción............................................................................. 53
2.4. Fecundidad............................................................................... 71
Resumen............................................................................................ 73
51
Objetivos
52
2.1. Introducción
Entre todos los temas que inspiran al arte, es el amor la experiencia humana que ejer-
ce sin comparación la mayor fascinación. No hay realidad más ilusionante y prometedora
que el nacimiento del amor entre un hombre y una mujer, capaz de despertar energías y
genialidades hasta entonces insospechadas. Al mismo tiempo, no hay nada más decep-
cionante que el fracaso en el amor con aquella persona que llegó a nuestra vida como un
regalo. La sexualidad promete mucho, pero por sí sola cosecha poco. A pesar de ello,
tenemos la intuición de que la felicidad del hombre parece estar ligada a su capacidad de
amar y entregarse, de crear unión de amor al servicio de la vida.
Sin embargo, hoy muchas personas viven con angustia la realidad del amor. ¿Es
porque consideran difícil o un peso insoportable determinadas normas de la Iglesia en
materia sexual? No principalmente, de hecho, es evidente que muchas personas ni saben
ni les interesa lo que la Iglesia dice al respecto. La dificultad es mucho más honda: se ha
perdido radicalmente la propia comprensión del cuerpo humano, no se comprende como
personal y abierto a una historia de compromiso. Yendo más lejos, se propone una an-
tropología alternativa: la sexualidad significa lo que cada uno decida. La vivencia de la
sexualidad y la paternidad que implica se convierte así en un proyecto privado que deter-
mina cada uno (“Sexualidad a la carta”) (cf. SCOLA; MELINA, 1998).
Sintéticamente cabe señalar que el hecho histórico de la Revolución sexual del Mayo
del 68 supuso: 1) un cambio en la valoración social de la relación hombre-mujer; 2) un
cambio de costumbres, y 3) una pérdida del horizonte de valoración. Como consecuencia,
4) se legitimó la posibilidad de explotación económica y política del sexo.
6. La causa última de toda esta situación, que es la que nosotros vamos a abordar
es la de una sexualidad despersonalizada, sin referencia al valor personal y
objetivo de la persona amada, por sí misma. Queda reducida a su mera biología
y a la capacidad de producir placer. Sexo y persona no se encuentran en una
buena relación (cf. NORIEGA).
Para dar una respuesta y para volver a conectar la sexualidad con la persona, es por lo
que se ofrece este capítulo dentro de una manual de Antropología: su sentido está en que
ofrece una antropología de la sexualidad que permita comprenderla como algo realmente
personal, ligado a la libertad y profundamente valiosa.
3 Estadísticas del Instituto de Política Familiar (IPF), con datos del INE, EUROSTAT y CGPJ en www.
ipfe.org 55
El primer mensaje del cuerpo es que todo cuerpo humano es un cuerpo sexualmente
diferenciado. No existe cuerpo humano sin diferenciación masculina o femenina, por lo
cual podemos decir que la masculinidad y feminidad son el lenguaje objetivo del cuerpo
humano. Todo ser humano es hombre o mujer.
56
– El término al que tiende esta facultad es obviamente una nueva persona huma-
na. Dado que la persona humana es un bien, el más alto, la facultad sexual que
hace posible una nueva persona es también buena, y posee un altísimo valor y
dignidad.
– Cada ser humano es querido por sí mismo por parte del Creador; no es fruto del
azar o la necesidad, sino de un acto de amor creador, como afirma la Antropo-
logía cristiana. Dios confiere así a los padres el privilegio de cooperar de este
modo con Su acción creadora (cada alma es creada, una a una, directamente por
Dios).
57
El siguiente mensaje del cuerpo humano es que la sexualidad, por lo que decimos,
supera la biología, tiene que tener otras dimensiones. Si queremos comprender el signi-
ficado de la experiencia de atracción entre varón y mujer, tenemos que buscar otro signi-
ficado, sin negar el anterior. El mensaje es que la sexualidad tiene un segundo nivel que
se llama psicológico o erótico. ¿Qué intención tiene la experiencia erótica? El atractivo
nace de una experiencia humana universal: la soledad. Las cosas, los animales… son
realidades de la creación que el hombre puede poseer y dominar, pero el dominio de las
cosas no nos permite superar la soledad. El ser humano percibe una pobreza profunda, no
de cosas o dinero, sino existencial: cada uno de nosotros constata que en nosotros existe
un vacío, algo que nos falta y que no llenan las cosas sino sólo las personas.
El atractivo erótico se comprende así: como una salida de nosotros mismos, en busca
de otro como yo y al mismo tiempo distinto, que por ser distinto tiene lo que a mí me falta.
Todos estos detalles son importantes. Vamos a analizarlos. En primer lugar, lo que motiva
mi búsqueda es una necesidad personal, la de superar la soledad, que evidentemente no
es biológica sino psicológica. La experiencia erótica me revela, por otra parte que varón
y mujer son iguales en humanidad y dignidad, pero diferentes en su identidad sexual.
Precisamente esta diferencia es percibida positivamente, porque se experimenta como
enriquecedora para ambos, ya que uno complementa lo que al otro le falta (complemen-
tariedad) (cf. SCOLA 2003). La superación de la soledad, en último lugar, se vislumbra
en la unión con la otra persona y por eso la experiencia erótica es un deseo de unión con
el otro, que encierra una promesa de plenitud (pleno y lleno tienen la misma raíz en espa-
ñol) en y desde la complementariedad entre masculinidad y feminidad (cf. CAFFARRA,
1987).
amor al otro: el atractivo hacia el otro tiene su base en mi necesidad, no en la otra persona
como tal, por ella misma. Hay un encuentro de necesidades, o incluso podríamos llegar
a un encuentro de egoísmos, que se unen por propio interés, pero no hay un encuentro
de personas, por mucho que se produzca quizá un encuentro físico. Lo que confirma esto
es el hecho de que la experiencia de soledad no ha quedado superada, sino que el vacío
puede volverse más profundo, porque la búsqueda no ha llegado a culminar, realmente,
en un encuentro entre dos personas libres. La sexualidad vivida sólo eróticamente sólo
nos permite decir al otro: “te quiero porque te necesito”. Pero, ¿acaso no es esto verdad?
Y sobre todo, ¿puedo decir realmente otra cosa?
Sí. Para alcanzar lo que desea, que es el encuentro libre, la unión en el amor de varón
y mujer, la sexualidad necesita una tercera dimensión, la fundamental y más profunda, la
dimensión espiritual de la sexualidad. Esta dimensión se alcanza cuando la persona ma-
dura con su razón y su voluntad: superando el conocimiento sensible hacia el intelectual,
y yendo del apetito de los bienes sensibles a querer los bienes objetivos con la voluntad.
Lo primero se logra cuando es capaz de ir más allá de lo que le muestran los senti-
dos y conocer la realidad en sí misma. Esto significa que la persona logra comprender la
diferencia entre agradable y bueno, o entre atractivo y conveniente. Un niño identifica las
dos cosas, y por eso busca simplemente las cosas agradables y atractivas y huye de las
desagradables y repulsivas. El mundo del niño, de la persona inmadura, es muy pequeño,
es subjetivo: es el mundo de sus necesidades, de las cosas que “existen para él” porque
las necesita (le gustan) o las rechaza (le molestan). El mundo de la persona madura crece
enormemente: ante sus ojos aparecen las cosas de forma objetiva, con el valor que real-
mente tienen. En relación con las personas, se llega a descubrir en el otro sexo principal-
mente, no lo que le completa, sino que descubre a la persona, en su suprema dignidad, es
decir, a la persona dotada de un valor y belleza tales que la hacen merecedora de ser ama-
da, es decir, querida por sí misma. Ante ella no exclama: “¡Cómo me gusta que tú exis-
tas!” sino: “¡Qué hermoso es que tú existas!”. La reacción propia aquí es la admiración.
Ese conocimiento racional del valor objetivo de aquella persona, no por las cuali-
dades que tiene sino por ella misma, permite la maduración del querer, que pasa de lo
sensible a lo intelectual o racional, al querer libre de la voluntad. Comprender el valor ex-
celso de la persona suscita el deseo totalmente libre de la voluntad de entregarse a la otra
persona. La voluntad descubre que el otro merece que le dé lo más valioso que uno tiene
que es uno mismo. Es un acto de amor, que sólo puede serlo cuando es libre. La dimen-
sión espiritual de la sexualidad aspira a la unión por la entrega mutua entre personas.
59
A continuación, vamos a reflexionar sobre este hecho. Es propio del espíritu saber
percibir la realidad en sí y no en cuanto que sirve a mis gustos, deseos, intereses –como
es el caso del conocimiento instintivo propio del animal–. ¿Qué implica en el fondo esta
propiedad del espíritu? Implica que, por su misma naturaleza, el espíritu no está centrado
fundamentalmente en recibir, sino en dar; no es egoísmo, sino altruismo y comunicación.
Pertenece a la reflexión ética analizar cómo todo lo dicho requiere el trabajo personal
de armonizar estos tres dinamismos, en donde se pueden dar dificultades o conflictos,
como consecuencia de las propias decisiones libres y del influjo del ambiente cultural.
Especialmente importante es que los adolescentes esperen a madurar para evitar el grave
problema de quedar aprisionado en una sexualidad vivida de forma meramente erótica,
60
que puede llegar hasta la adicción sexual (cf. WEST). Se pueden producir además de
dificultades en el desarrollo, como sucede con otras adicciones, auténticas y profundas
anomalías del psiquismo que lleven a no aceptar bien el propio sexo físico, y otras situa-
ciones causantes de grandes sufrimientos para la persona. (SGRECCIA, 2010). Pero el
proceso de integración de los dinamismos humanos es ya un tema específico de la Ética
y no de la Antropología.
Conviene aclarar ante todo que al hablar de la sexualidad podemos referirnos a ella
en tres sentidos distintos: 1) como dimensión humana: el hombre se experimenta sexual-
mente no sólo en el acto sexual, sino como su modo de ser, comportarse, vivir…; 2) como
facultad que hace posible los actos sexuales; 3) como acto mismo.
Pues bien, cuando hablamos del “valor” de la sexualidad humana, nos estamos re-
firiendo a la sexualidad en cuanto dotada de una bondad, de una dignidad que debe ser
respetada, reconocida. Advirtamos que al hablar de valor estamos afirmando, por un lado,
que la sexualidad en sí misma ya es buena, tiene ese valor, y, por otro, como conse-
cuencia, hace referencia a la necesidad de tener respecto de ella que es buena la actitud
correspondiente adecuada ante la propia sexualidad. Ahora bien, lo decisivo es que,
según como entendamos la bondad de la sexualidad, así será adecuada o no la actitud que
adoptemos frente a ella.
Y la Ética ha distinguido tres clases de bondad que pueden tener las cosas, por las
que hay tres tipos diferentes de bienes: algo es bueno porque es útil (vale porque es un
medio para alcanzar otro bien, p.ej. el dinero), algo es bueno porque es placentero (p.ej.
agrada tomar un helado o ver una película) o algo es bueno en sí y por sí mismo (p.ej.
la belleza, el amor, el conocimiento…). (CAFFARRA, 2006). Sin poder ahondar en esta
distinción, competencia de la asignatura de Ética, trataremos de dar algunos criterios fun-
damentales acerca del modo de juzgar que es buena la sexualidad.
valor de la persona humana, imagen de Dios, que solo puede realizarse a sí misma por la
entrega de sí, meta de la vida humana que la sexualidad nos hace descubrir (cf. CAFFA-
RRA, 2006).
Sólo unos apuntes para una reflexión que abordaremos después y que nos pone en
diálogo con la cultura y su visión actual de la sexualidad. Nosotros hemos dicho que
la sexualidad tiene una bondad intrínseca, es buena por sí misma, porque es en sí misma
buena la persona que puede ser originada en el acto sexual y porque es en sí misma buena
la comunión interpersonal entre varón y mujer que tiene lugar a través de la sexualidad.
Ahora bien, como decíamos en la introducción, actualmente se dan otras lecturas de por
qué es buena la sexualidad que difieren de esta y que no es posible ignorar: la sexualidad
es buena porque es placentera; o la sexualidad es buena porque es útil (para la procrea-
ción, pero podría pensarse en un negocio, etc.). La gran pregunta es: ¿es cierto esto? ¿Po-
demos dar a la sexualidad el sentido y la interpretación que nosotros queramos? ¿Permite
la sexualidad que cada uno la vea de una forma o expresa un mensaje objetivo, que debe
descubrirse, no inventarse? Puesto que son preguntas éticas y bioéticas, aquí sólo podre-
mos en las páginas siguientes dar algunas indicaciones sin poderlas desarrollar.
Ahora debemos pasar a la reflexión acerca del modo y las características que tiene la
entrega personal, así como las formas posibles en que puede realizarse: la entrega conyu-
gal y la entrega virginal.
63
Parece a simple vista que los seres humanos persiguen cosas muy distintas: éxito,
fama, dinero, saber, carrera profesional, divertirse, etc. Sin embargo, tras esas aparien-
cias, late en cada corazón humano un mismo deseo, conmovedor en su sencillez: en el
fondo, tras todos esos deseos, lo que toda persona quiere es amar y ser amada, escribir con
su vida una historia de amor, que su vida sea un bien para los demás y viceversa. Hemos
nacido para eso.
Es preciso reconocer, como hace la más realista de las antropologías, la cristiana, que
las dificultades reales para realizar ese ideal de vida que encuentra el hombre en sí mismo,
requieren de la ayuda expresa de la gracia de Dios, que no se la niega a quien se la pide
con confianza. Él capacita a la voluntad humana para vivir la sexualidad de modo adecua-
do (porque es buena, no porque es útil o placentera) y capacita al hombre para integrar sus
dimensiones para que lo pueda hacer. El hombre recibe esta ayuda pidiéndola a Dios por
la oración, en los sacramentos de la Iglesia, especialmente la Eucaristía y la Confesión,
así como el sacramento del matrimonio.
La convivencia y la vida social propia por naturaleza de toda vida humana según
Aristóteles, tiene como armazón las relaciones entre las personas, como veremos más
despacio en el capítulo 6. Existen comunidades de personas porque existen relaciones
entre personas que las vinculan entre sí. Pues bien, a propósito de lo que estamos exami-
nando, podemos distinguir dos clases fundamentales de relaciones humanas:
64
Cierto, podríamos pensar, pero ¿existen relaciones y encuentros entre personas que
no las vean reductivamente, es decir, que no sean funcionales, por interés? Sí existen. Ta-
les relaciones se establecen precisamente por el hecho de que “estar con” el otro es algo
valioso de por sí, esa unión de personas ya es buena. En la comunión de personas el otro
es querido en sí y por sí, comprendemos que es alguien insustituible, porque la persona
jamás es sustituible ni intercambiable. (CAFFARRA, 2006).
65
Es evidente que puede darse el primer tipo de vínculo: en este caso el ejercicio de la
sexualidad es decidido y vivido “en función de” algo: o en función del placer (una satis-
facción psico-física) o en función de la procreación. En el primer caso uno usa al otro –y
ello puede ser de mutuo acuerdo–; en el segundo caso se considera que la procreación es
lo único que hace buena a la sexualidad, de ahí que, si esto fuera verdad, no sería ético el
acto sexual de la pareja estéril.
Tanto una como otra visión de la sexualidad contradicen lo que es la persona humana
por el hecho de ser persona, porque en este contexto no es querida por sí misma sino por-
que ofrece una “prestación sexual”, ya sea una satisfacción, ya la capacidad de procrear.
Desde este planteamiento, ¿por qué no sustituirla cuando desaparece esa capacidad? Con
lógica el rey Enrique VIII de Inglaterra se casó sucesivas veces condenando a la horca
a sus exmujeres por no darle descendencia masculina. El problema es exactamente este:
¿debe equipararse la sexualidad humana a una prestación como otra cualquiera?, ¿es justa
con la sexualidad y con la persona esta equiparación?
Volvamos a la idea central que hemos ido expresando a lo largo del presente capítulo:
la sexualidad humana tiene dos sentidos: el sentido unitivo del varón y la mujer y el
sentido procreativo. Son los dos bienes que por su propia naturaleza persigue la sexua-
lidad. Según esto, podemos decir que el respeto de la primera dimensión exige que se dé
al otro lo que le es debido: el reconocimiento de su carácter incondicionalmente valioso.
¿Cómo escapar entonces de la visión del hombre en que todos son sustituibles por todos?
Solo cuando cada uno es visto como único e irrepetible. Quien ama dice a la persona
amada: “nadie puede ni podrá jamás ocupar tu puesto”. Esto es lo que precisamente hace
posible la condición de la monogamia.
La segunda pregunta es: ¿no exige esta singularidad una correspondiente manera de
reconocimiento, también excepcional y única? Eso es precisamente el fin de la experiencia
sexual: el reconocimiento incondicional del otro en sí mismo. Reconocer al otro sin condi-
ciones implica reconocerlo para siempre, por eso la entrega incondicional es la afirma: “soy
66
tuyo/tuya para siempre”. Este para siempre responde no sólo a la voluntad de amar “pase lo
que pase” a quien por ser quien es siempre merece ser amado, sino que también presupone
que mi entrega al otro, para ser total, abarca todos los días mi vida. Si no doy todo mi futuro,
no me doy yo del todo. La forma de dar el futuro es prometer fidelidad. (Asimismo hay que
dar el pasado, dándolo a conocer a la otra persona, porque también yo lo soy). Esta donación
incondicional expresa la condición de la indisolubilidad. Así tenemos la definición del
matrimonio monógamo e indisoluble. (cf. CAFFARRA, 2006)
2.3.3. Pansexualismo
Vamos a complementar nuestras reflexiones sobre el sentido y la bondad de la sexua-
lidad deteniéndonos en el hecho de la virginidad. Para comprender más profundamente el
sentido y valor de la conyugalidad, la virginidad es un medio necesario, hoy, además, cul-
turalmente más urgente. Esta afirmación puede sorprender, pero son muchas las razones
que la sostienen: complementa nuestra comprensión de la sexualidad como la otra forma
posible de vivir bien la sexualidad humana, pues virginidad y conyugalidad ayudan mu-
tuamente a comprenderse; además es una reflexión correctora frente a la gran influencia
cultural del fenómeno del pansexualismo. Esta propuesta cultural se caracteriza por tres
principios básicos:
En este contexto cultural, es lógico que lo más llamativo y visible del estado virginal
sea, sin duda, la continencia sexual, que es la abstinencia perfecta y perpetua de cualquier
actividad sexual. Importa mucho comprender el profundo sentido y las implicaciones de
esta decisión personal. Lo primero sobre lo que debemos reflexionar es que la continen-
cia es una decisión voluntaria de la persona, decisión por tanto que implica a la persona
entera. Por otro lado, la sexualidad en su realidad natural es un bien y afirmar lo contrario
es totalmente ajeno a la Antropología católica, que ha calificado como herejías a las pos-
turas que rechazaban como malo todo lo corporal o material (maniqueísmo, catarismo,
puritanismo…).
Debemos ver la virginidad como un antídoto social contra el riesgo de que la per-
sona resulte invisible, por efecto del pansexualismo que cosifica a las personas hasta el
extremo, y como una vitamina que refuerza y apoya la realización de la forma conyugal
fiel y definitiva.
68
Luego como dijimos antes la lógica del don personal lleva inherente la lógica de la
exclusividad. Esta característica es exigida por el cuerpo que nos hace concretos y es el
medio de expresión y realización de la entrega. Por otro lado, como somos personas tem-
porales, la donación que necesariamente solo puede ser total, tiene que ser por eso para
siempre, “todos los días de mi vida”. Si el cuerpo, como cauce y lenguaje del don, hace
que este don personal sea exclusivo, por ello mismo también limita esta entrega total a
una sola y única persona: al propio cónyuge, a esa única persona.
69
70
2.4. Fecundidad
Nadie niega que el ejercicio de la sexualidad humana da, o puede dar, origen a una
nueva vida humana. Pero son muchas las cuestiones que podemos plantearnos: en primer
lugar, ¿es el matrimonio el único lugar éticamente justificado para concebir nuevas per-
sonas? Y, en el caso de que respondamos afirmativamente, ¿existe un vínculo necesario
entre ejercicio de la sexualidad y posible concepción? O dicho de otra forma, ¿es la posi-
ble fertilidad del ejercicio de la sexualidad humana un dato meramente biológico o tiene
relevancia desde el punto de vista moral? La respuesta a esta pregunta decide la licitud o
ilicitud de la anticoncepción.
Si la fertilidad es una mera posibilidad biológica, podría ser impedida lícitamente por
graves razones; pero si en sí misma tiene un valor moral, ninguna razón podría justificar
su destrucción. Lo que intentaremos mostrar es que la fertilidad es mucho más que una
mera posibilidad, y por tanto siempre es ilícita la anticoncepción.
La pregunta acerca del matrimonio como único lugar justificado éticamente para
traer al mundo una nueva persona se contesta atendiendo a la dignidad propia del hijo,
como persona humana. La persona viene al mundo necesitada no solo de un útero físico,
sino también, como escribe santo Tomás, de un útero espiritual. Es decir, el ambiente de
amor y comunión que une establemente a sus padres es el único contexto educativo en el
que la persona puede crecer armoniosamente. 71
Pero, ¿cómo responder a la segunda pregunta? Podemos decir, en primer lugar, que
privar al acto sexual de su fertilidad significa privarle del altísimo valor moral que
tiene por ser el origen de una persona, el ser más valioso en el universo. La anticoncep-
ción significa destruir la conexión entre el acto sexual y la persona misma con su valor
infinito. La probeta o el laboratorio no serán jamás lugar apto para acoger dignamente
una nueva persona. En segundo lugar, la fertilidad es una dimensión de la persona. Si el
acto sexual-conyugal es una mutua y total donación de los cónyuges y se realiza en el
período en que son fértiles, la persona también le entrega al otro su capacidad de ha-
cerlo fecundo. No es su cuerpo simplemente, sino que es toda la persona la que es fértil.
Si en el momento del acto de mutua donación, queda excluido en él la fertilidad, queda
destruida la entrega, porque ya no es total, y el acto se vuelve una mentira. Por eso, al ex-
cluir la dimensión procreativa se destruye siempre con ella la dimensión unitiva del amor
conyugal. “La lógica del don de sí al otro en totalidad comporta la apertura potencial a
la procreación [...]. Siempre debe ser garantizada la íntima verdad de tal don. Íntima no
es sinónimo de subjetiva”. (Carta a las familias 12) Luego la totalidad del don siempre
incluye también la potencial paternidad y maternidad inscritas en ese don.
La primera: el ser hombre / el ser mujer no se considera una realidad ya dada sobre
la que no se pueda elegir con libertad, por lo cual la relación sexual es algo que puede
redefinirse a voluntad, y por ello se niega que la paternidad/maternidad tengan una raíz
objetiva. Bajo estos supuestos, la anticoncepción se promueve para liberarse de la biolo-
gía sexual, y tanto el formar pareja como la adopción no están sujetos a las condiciones
del sexo biológico de los que se vinculan.
Como se ve, la raíz por la que se afirma que entre el ejercicio de la sexualidad, la
conyugalidad y la procreación existe una conexión de derecho inalienable es una sola:
solo salvando esta conexión se salva la comunión interpersonal, se salva la dignidad de la
persona (cf. CAFFARRA, 1987 y 1992).
72
Resumen
73
Unidad
didáctica 3
El corazón
y la afectividad
humana
La vuelta del hijo pródigo (MURILLO, 1617-1682)
ANTROPOLOGÍA
Índice
Objetivos ........................................................................................... 78
3.1. Introducción............................................................................. 79
Resumen............................................................................................ 92
77
Objetivos
78
3.1. Introducción
Por ser este capítulo el primero de los tres dedicado a las capacidades humanas su-
periores, preciso es que ofrezcamos, a modo de preludio del presente capítulo y los dos
siguientes, una breve introducción general sobre todas ellas antes de abordar la facultad
sentimental, para lo cual seguiremos obviamente la tradición iniciada por Hildebrand y
los filósofos influidos por su corriente de pensamiento.
No cabe duda de que el tema de este capítulo es uno de los que más atención, fasci-
nación, y a veces desconcierto, suele suscitarnos, ya que más que ningún otro introduce
al ser humano en lo profundo de su ser y en la verdadera historia personal de su vida y la
de los demás. Es, como veremos, un mundo que para algunos es inútil intentar conocer
y comprender, porque lo consideran opuesto al mundo de lo racional y lo lógico. Sin
embargo, parafraseando a Pascal, el corazón tiene razones que la lógica no conoce, y
comprender la lógica del corazón es, en definitiva, el objetivo que pretendemos, para que
la persona pueda conocerse y ser así mejor dueña y señora de sí misma.
79
1º Los sentidos externos tradicionalmente han sido cinco: vista, gusto, oído, olfato
y tacto. Los sentidos internos son la imaginación, el sentido común (que unifica
los datos de los sentidos externos) y la memoria.
2º Los apetitos sensibles o pasiones hay de dos clases, porque existen bienes sensi-
bles de dos clases: unos son deleitosos y gustosos a los sentidos, otros son con-
venientes a nuestra naturaleza, pero difíciles de conseguir. Los apetitos “concu-
piscibles” son de las cosas meramente agradables, los apetitos “irascibles” para
las cosas buenas convenientes, que por ser difíciles recibe también el nombre
“coraje”: lo que apetece atrae, por ser conveniente a la naturaleza, pero repele
al mismo tiempo porque son difíciles y buscarlos exige vencer esa repugnancia.
Siempre hay una pareja de pasiones, según haya un bien o ausencia de bien,
así tenemos amor/odio (como mera inclinación o falta de ella), deseo/abomi-
nación (tendencia a poseer o rechazar) y gozo/tristeza (satisfacción o no del
apetito).
De nivel superior tenemos dos potencias: la potencia para conocer es la razón o en-
tendimiento humano; la potencia para apetecer es la voluntad.
81
Esta clasificación nos permite ver la maravillosa compenetración (orden) que existe
entre las cosas y nuestras capacidades, que se adaptan a ellas según su naturaleza. A cada
orden perceptivo-cognoscitivo corresponde (le acompaña) un orden apetitivo de incli-
naciones. Como se avisó en la introducción, la clasificación de Millán-Puelles según la
tradición dualista de potencias, no incluye el corazón humano como potencia diferente de
la voluntad, por la que nos inclinamos hacia los bienes (tendemos, deseamos poseerlos y
los gozamos). Nosotros vamos a considerarla como distinta y es lo que pasamos a estudiar
ahora.
82
“Guarda tu corazón porque de él mana la vida”. (Prov 4, 23) Esta sentencia de los
Proverbios de Salomón aconseja al hombre prudente a proteger el corazón como una fuente
cuyas aguas no deben contaminarse para que sea manantial de vida para sí y para otros. El
corazón es el centro de la persona. Solo en la medida en que esté sano, lo estará también el
resto: si el centro neurálgico en el que se originan nuestros pensamientos, palabras y accio-
nes está dañado, resulta totalmente normal que ellos no sean del todo rectos y limpios.
Conocer el corazón humano es una tarea dificultosa, al tiempo que una necesidad
urgente, pues el agua es fuente de vida: los sentimientos y afectos son para la persona la
mayor fuerza, que debe conocer y encauzar para poder aprovecharla, como el salto de
agua. Pero si se sale de su cauce, su fuerza destruye todo a su paso. Del corazón vienen
las grandes heroicidades y las más temibles perversiones. No conocer el corazón para
educarlo y potenciarlo tiene consecuencias que se perciben hoy con claridad: familias
desestructuradas, rupturas, niños y jóvenes sin referentes, vidas desnortadas…
Pero, ¿acaso no todas personas quieren ser felices? La disyuntiva sería o que no
sabemos cómo alcanzarla, o que no sabemos lo que realmente amamos, o ambas cosas.
¿Cómo explicar si no el hecho tan común de llegar a alcanzar una meta largamente de-
seada, y al poco de haberlo conseguido, sentir una profunda insatisfacción? ¿A qué se
debe que, cuantas más cosas se tienen, más vacío se siente? ¿Quién entiende el corazón?
¿Cómo nos comprendernos a nosotros mismos? Todas esas preguntas apuntan al mismo
centro: el corazón. En este capítulo y el capítulo 7 sobre la felicidad veremos algunas
ideas que pueden iluminar el misterio, de nuevo, que es el hombre. Jamás la ciencia ni la
técnica explicarán cómo puede ser cierto que el hombre “es más grande por dentro que
por fuera” (Chesterton).
84
Podemos decir, por tanto, que el mundo afectivo es al mismo tiempo parte de lo
íntimo de la persona y a la vez vínculo de comunicación con el exterior, la realidad que
nos rodea. La afectividad manifiesta que entre la persona y la realidad que le rodea, es-
pecialmente las demás personas, se establece un diálogo no verbal: la primera palabra la
tiene la realidad que se nos presenta, que irrumpe ante nosotros, el afecto sería la primera
forma de respuesta.
Sin embargo, podemos constatar que no siempre es así: a veces sentimos alegría por
el mal ajeno y envidia por su bien, indiferencia ante el sufrimiento o connivencia ante
una injusticia. Esto indica que nuestro corazón no siempre da la respuesta debida y que
es necesario educar la afectividad desde la objetividad, para que haya un orden en los
afectos, para secundar los adecuados y no promover los desordenados.
85
En este capítulo como es de suponer sólo nos ocupamos del tercer tipo de fenómenos
afectivos, los que realmente son respuestas del corazón. Nos parece clave insistir en la
diferencia real que hay entre estas tres clases de afectos, por su diferente repercusión en la
persona. Las sensaciones son algo físico, los estados de ánimo psicológico, sólo los senti-
mientos proceden de lo más propio de la persona –los otros no dependen de su libertad–.
Tienen muy distinto significado y rango: mientras que las sensaciones nada nos dicen de
ella –incluso los animales las tienen–, los estados de ánimo no revelan verdaderamente la
personalidad, pues su origen es físico también, y sólo los sentimientos tienen valor perso-
nal y además valor moral. Respecto de ellos, la persona tiene una libertad indirecta: no
en el sentido de que baste con decidirlo para sentir admiración o dejar de sentir envidia,
p.ej., sino porque nuestra voluntad puede aprobar o desaprobar el sentimiento que se
tiene, y así irlo fomentando o extinguiendo (podemos hacernos buenos o malos en virtud
de qué respuestas afectivas demos a la realidad), pasando de sentir gratitud a hacernos
personas agradecidas, p.ej. (cf. HILDEBRAND, 1997).
86
Entre todos los sentimientos, el amor es el más directamente pone en juego todas las
capacidades de la persona. Pero ¿qué significa amar a alguien? Las acciones propiamente
humanas tienen siempre un significado (véase capítulo 5). El significado de la acción se
descubre en la intención con que se obra. Acciones externamente incomprensibles resul-
tan lógicas al saber las razones interiores de quien actúa. También las acciones corporales
(voluntarias) tienen un significado porque son acciones que realiza una persona con una
intención.
Decíamos que, para conocer el significado del amor, hay que conocer sus intencio-
nes. A diferencia de los demás actos humanos, que tienen una única intención, el amor
tiene dos intenciones o fines:
b) Intención de unión: el deseo impulsa a hacer real la unión con quien nos atrae
(intentio unionis). Existe una unión por el afecto, que aspiramos a que sea real.
87
1. Amor romántico. Esta visión del amor se queda atascada en la fase inicial del
enamoramiento. El problema es que corta el dinamismo activo al que nos con-
duce el amor (hacer el bien, procurar la unión) y encierra a la persona en sus
propios estados sentimentales, hasta el punto de que está más pendiente de qué
siente que de la persona por la que lo siente. El drama de este amor es que
el deseo de unión nunca se puede satisfacer (porque ha cortado el dinamismo
del amor que impulsa a la acción en el primer paso) a persona siente una gran
frustración. Además, el tiempo es su peor enemigo, ya que al identificar amor y
sentimiento, como el sentimiento no es duradero se acaba pensando que el amor
nunca puede ser para siempre.
2. Amor cortés. Este tipo de amor se basa en una idealización de la persona amada,
de forma que se ama una idea irreal y no la persona misma. Esto puede suceder
con facilidad en las relaciones que se establecen sin un conocimiento adecuado
de las personas entre sí, donde me forjo una imagen del otro que no responde a
la realidad (p.ej. cuando se contacta por redes…).
88
Los apartados anteriores acaban de brindarnos un buen número de razones para con-
siderar necesario e incluso urgente la educación del corazón: confundimos vivencias muy
distintas, que al no comprenderlas en su valor y significado pueden llevarnos a tomar de-
cisiones equivocadas. La cultura emotivista que minimiza la relación entre corazón, razón
y voluntad hace un flaco servicio a la persona que quiere conocerse y no vivir a merced
de los movedizos estados de ánimo o inconstancias del sentimiento, para hacerse estable,
dueña de sí misma. Por si fuera poco, el amor, el gran motor de la vida humana, es a me-
nudo distorsionado de modo que lo que puede llegar a afirmarnos y perfeccionarnos no
se vive en toda su grandeza porque se lo confunde con ideas falsas que nos dejan aislados
en nuestros estados interiores.
1) Educar la libertad de elección de los hijos. Tienen que irle poco a poco capaci-
tando para decidir y elegir con responsabilidad, lo cual requiere que aprendan
que sus actos tienen consecuencias y que respondan de ellas.
5) Proponer el salir del propio yo (gustos, intereses, planes, opiniones…) para en-
señar a abrirse a los otros y educar así la capacidad de relación y entrega perso-
nal, fuente de plenitud y de sentido para la persona (cf. DI PIETRO, 2005).
Abilio de Gregorio apunta a dos temas concretos de mucha repercusión para la educa-
ción afectiva de los hijos: el pudor y el expresar los propios sentimientos. Hay que enseñar
a expresar al niño los propios sentimientos, lo cual es tan legítimo como expresar el pensa-
miento. Enseñar no sólo con palabras sino con el resto del cuerpo esta dimensión de nuestro
yo, va a facilitar mucho la comunicación amorosa de la pareja cuando llegue el momento,
así como el cultivo de las amistades. Al mismo tiempo, hay que aprender que el amor tiene
sus ritos y sus símbolos, y que estos deben estar en armonía con la realidad que representan.
La educación afectiva debe conocer las enfermedades del corazón que se pueden
contraer, pero también superar, con ayuda:
La armonía entre corazón, razón y voluntad nos lleva a comprender que 1º el corazón
es susceptible de educación; 2º el emotivismo nos vuelve superficiales e inconstantes,
pues al quedarnos en la espuma de las cosas, nos impide pensar con profundidad y no
cambiar a la ligera propias decisiones; y tener por guía los propios gustos es vivir en in-
satisfacción permanente; 3º no hay que asustarse de los propios sentimientos, sino reco-
nocerlos para trabajar en nosotros; 4º es útil preguntarnos el valor moral de las acciones a
que nos inclinan y en esa medida atenderlos o rechazarlos; 5º hacerse dueño de las pasio-
nes se alcanza entrenándose en decir no a bienes lícitos; 6º para recuperar la objetividad
y ser fieles a los propios valores necesitamos el consejo de una persona madura; 7º vivir
centrados en lo que en cada momento tenemos que hacer es fuente de paz, equilibrio y
permite juzgar con más objetividad las cosas.
91
Resumen
• En una panorámica general, hemos conocido cuáles son las potencias humanas in-
feriores y superiores, entre las cuales se encuentra la facultad afectiva o el corazón,
como capacidad para dejarse afectar por la realidad y responder a ella a través de los
sentimientos.
• La cultura emotivista hace que el corazón ocupe un lugar exclusivo y corta las rela-
ciones entre corazón, razón y voluntad.
• Entre los fenómenos afectivos podemos distinguir tres clases: las sensaciones corpo-
rales, los estados de ánimo y los sentimientos espirituales, que propiamente son los
únicos que pertenecen al ámbito del corazón, que pertenece a la esfera racional y por
tanto tiene una lógica.
• Los sentimientos pueden comprenderse desde la consideración de que son una res-
puesta a la realidad, que puede ser adecuada o no. La esfera afectiva tiene relación
con la libertad humana indirectamente y por eso los sentimientos tienen un valor
moral y pueden hacernos buenas o malas personas.
• Hemos explicado que el amor tiene dos intenciones: hacer el bien al amado y unirnos
con él. Esto explica que la concepción romántica del amor y la del amor cortés sean
visiones unilaterales y falseadas del mismo.
• El corazón puede ser educado y desde la familia como el lugar privilegiado para
hacerlo, hemos presentado algunas pautas para la educación del corazón y la madu-
ración afectiva.
92
Unidad
didáctica
La razón y
4
el conocimiento
humanos
El tiempo salvando a la verdad de la falsedad y de la envidia (F. LEMOYNE, 1737)
ANTROPOLOGÍA
Índice
Objetivos ........................................................................................... 96
4.1. Introducción............................................................................. 97
95
Objetivos
• Descubrir la vocación humana a la verdad y los obstáculos que nos impiden llegar a
ella.
96
4.1. Introducción
No cabe ninguna duda de que, entre todas las facetas del ser humano, la capacidad
para conocer ha sido siempre la más amplia y constantemente estudiada. Existe una razón
evidente: de esta capacidad depende el ejercicio de la voluntad y, en parte, también el
corazón, que no puede actuar plenamente como tal sin el apoyo sobre el conocimiento de
la realidad.
97
Aunque también los animales conocen a través de los cinco sentidos, siempre que
hablemos de conocimiento nos referiremos al conocimiento humano, mientras no se diga
lo contrario. ¿Qué hacemos cuando conocemos algo? Conocer es una actividad vital que
nos pone en relación a nosotros con una parte de la realidad. Es decir, conocer es un modo
de vincularse dos realidades distintas: la persona que conoce (se la suele llamar sujeto de
conocimiento o sujeto cognoscente), y la realidad conocida (que suele llamarse objeto de
conocimiento u objeto conocido). La relación no es física, sino inmaterial, técnicamente
se llama relación intencional: al conocer en cierto sentido sujeto y objeto se unen (se
dice que el objeto se hace presente o está en la mente del que lo conoce). Estamos ante
un tipo de relación con la realidad del todo singular y diferente, ya que la relación inten-
cional es una forma de poseer las cosas, no físicamente, sino inmaterial o espiritualmente.
Esto es así también cuando el conocimiento es por medio de los sentidos corporales: al
ver el color rojo no es que el color esté en mí físicamente (que mis ojos o mi mente se
coloreen), sino que lo tengo de modo “inmaterial” dentro de mí. Para ello necesitamos
capacidades que tengan la función de conocer o función cognoscitiva.
Hemos dicho que el objeto “existe dentro” del sujeto cuando este lo conoce, que se
hace presente. Vamos a intentar explicar mejor esto junto con otros rasgos del conoci-
miento para profundizar en la asombrosa experiencia del conocer.
Decimos que la realidad entra en el interior de quien la conoce. Esta presencia y este
estar dentro, como decíamos, no es en sentido físico, como con el alimento, que verdade-
ramente queda físicamente dentro de nuestro cuerpo. Aquí se trata de un estar en nuestra
conciencia. Por eso, siempre somos conscientes de lo que experimentamos y conocemos,
sería contradictorio ver, tocar, comprender sin darnos cuenta de que vemos, tocamos o
comprendemos.
Del mismo modo que la luz nos permite ver los colores, luces y sombras, contornos o
distancias, la inteligencia nos hace comprender el mundo y sus misterios. La inteligencia
actúa como la luz, que ilumina los objetos sin modificarlos, gracias a la cual los ojos los
perciben. Así, la inteligencia nos muestra lo que son las cosas pero sin cambiar lo que
ellas son (cf. BURGOS 2003). Por eso decimos que capta o abarca las cosas espiritual-
mente. Pero la inteligencia hace más aún: ve esas realidades desde dentro, porque por lo
ellas de fuera muestran, comprende lo que son en sí mismas. Por eso, para la actividad
de conocer el latín acuñó la expresión “intuición”, que etimológicamente significa leer
dentro (intus legere).
El conocimiento sensible, por su naturaleza, requiere que haya una cercanía física
con lo conocido (imprescindible para escuchar, ver, palpar, gustar u oler). En cambio, el
conocimiento intelectual no requiere esa presencia directa de lo conocido. De hecho exis-
ten diferentes maneras de conocer algo con la razón. La experiencia directa siempre tiene
que darse como “material”, pero no siempre y no siempre de la misma manera.
La inteligencia puede volverse sobre sí misma, esto es, se da cuenta de lo que hace:
pensar, comprender, juzgar, etc. Aunque en los animales superiores hay cierta conciencia
de las cosas, carecen de la conciencia de sí mismos, ven pero no pueden advertir que lo
hacen, se mueven pero no reflexionan sobre su movimiento o velocidad. Sólo el hombre,
haciendo todas esas cosas puede al mismo tiempo volverse sobre sí mismo y reflexionar.
Esta cualidad exclusiva del hombre se debe a que somos espíritu. La materia es ciega y
opaca, no puede mirarse ni volverse sobre sí. El hombre sí. Por eso, mientras el animal
no modifica, ni puede, sus propias conductas, el hombre puede cambiar de vida y de
costumbres.
99
En el capítulo 1 quedó claro que el hombre es una unidad de cuerpo y alma. Esto
supone, para lo que estamos considerando, que la actividad de conocer es una actividad
de toda la persona, corporal-espiritual. Como enseguida veremos, tanto los sentidos como
la razón conocen. El cuerpo es la base orgánica que hace posible todas sus operaciones:
los sentidos dependen de los órganos correspondientes (y si el cuerpo está enfermo puede
haber disfunciones), tanto los sentidos como la razón dependen de la actividad cerebral
coordinadora.
100
Digámoslo de otra manera: los sentidos captan cómo son las cosas en su materia-
lidad, la razón capta qué son las cosas: cómo son es perceptible sólo por los sentidos,
qué son es comprensible sólo por la razón. A veces se llama experiencia al conoci-
miento sensible. La experiencia es ocasión para el conocimiento intelectual, para ver
más profundamente.
– Juicio (es el acto en que afirmo o niego algo de aquella cosa). Sólo el juicio
puede ser verdadero o falso. En el juicio se hace una composición: se unen
o separan conceptos. A esto se llama predicar. La cosa de la que se predica (se
afirma o se niega algo) es llamada sujeto, lo que se afirma o niega de ella se
llama predicado, y se unen a través del verbo que se llama cópula: “es”. P.ej.
los cisnes (sujeto) son blancos (predicado). El juicio es verdadero si lo que mi
mente une y predica del sujeto está también unido y es una cualidad del sujeto
en la realidad.
Cabría clasificar las actividades humanas dirigidas a conocer según otro criterio
complementario, en función del modo, directo o no, de alcanzar una verdad:
a) Directo: se llama intuición al modo directo de conocer. Por los sentidos será la
intuición sensible, con la razón intuición intelectual.
b) Indirecto: demostración. Sólo la razón puede conocer así, yendo más allá de lo
inmediato. Demostrar es hacer un camino que nos lleva a conocer o compren-
der cosas nuevas, a partir de cosas que ya sabíamos.
101
Si nuestra razón fuera perfecta, bastarían las intuiciones intelectuales para conocer
toda la realidad. Pero no tenemos tal capacidad de penetración en las cosas como Dios. La
demostración supone un camino de la razón que le amplía la perspectiva desde las cosas
conocidas, hasta reconocer verdades que todavía no sabe que lo son. De-mostrar indica
mostrar algo que ya está ahí, por eso más propiamente descubrimos que inventamos.
Por otro lado, el conocimiento no tiene por qué ser una tarea en solitario. Es cierto
que supone actividad y, en ocasiones, un gran esfuerzo y ánimo para salvar dificultades.
Pero al ser un camino de la razón, otros pueden ayudarnos a ver lo que ellos ya han visto.
La educación presupone que esto es posible, que otros pueden enseñarnos a pensar y a
ver. Enseñar en este sentido es sacar afuera esa capacidad que el otro tiene y necesita de-
sarrollo, orientación e impulso. El maestro apunta hacia la verdad que él ha descubierto.
La tradición es una forma de conservar y transmitir el saber alcanzado por las genera-
ciones que nos precedieron, una herencia espiritual que legan los mayores a las jóvenes
generaciones, de valores, modos de ver el mundo, etc. La tradición es “la democracia de
los muertos” (Chesterton).
Por otro lado, creer y conocer no son cosas opuestas: creer es asentir a una verdad
antes de verla como verdadera, confiando en el saber de otra persona que me lo transmi-
te. Creer es un conocimiento indirecto. Conocer sería asentir a una verdad que yo mismo
veo. Pero, ¿cómo llegaré a ver una verdad si no creo que existe una verdad por descubrir
y no busco en esa dirección?
102
4.3. La verdad
103
Si pasamos al criterio de la utilidad como criterio para saber si algo es verdad, te-
nemos un planteamiento distinto que sobre todo afecta al conocimiento de las verdades
morales, de lo que es bueno o malo. Por mor de la brevedad, sólo vamos a decir que la
utilidad de una cosa es un valor distinto al valor de verdad o bondad. Una cosa puede ser
perfectamente útil y a la vez malísima (p.ej. una bomba) porque útil significa aquello que
es medio eficaz para lograr un fin. Hacer de la utilidad un criterio de la bondad de las
cosas es erróneo y sumamente peligroso.
Por último, también en el ámbito moral se considera que la sinceridad como con-
formidad con uno mismo, o entre lo que pienso y lo que digo, es criterio para reconocer
que lo que digo es verdad. La confusión en este caso proviene de que no se compara la
persona con la realidad, sino consigo misma, y considera que la verdad es algo interior,
pero no una relación entre mi mente y lo real.
105
Hagamos una parada en nuestra marcha para alcanzar una mirada de conjunto y ver
hasta dónde hemos llegado. Hemos explicado ya qué es conocer, qué tipo de actividades
y medios utiliza la persona para conocer la realidad, que son sus sentidos y su razón, a
través de distintas operaciones. También nos hemos ocupado de clarificar qué es la ver-
dad, de qué depende que algo sea verdadero y cuándo podemos decir que la persona está
en la verdad, cuál es el criterio para reconocerlo. Ahora tenemos que ocuparnos de una de
las más apasionantes cuestiones, que es la que titula este apartado. Vivimos en un mundo
escéptico respecto de la verdad, de que exista y de que pueda ser conocida. En la historia
de la filosofía ha habido distintas teorías acerca de esas dos cuestiones, que presentamos
en un primer apartado, para examinar después algunos de los obstáculos que podemos
encontrarnos en la búsqueda de la verdad.
El realismo admite que las capacidades humanas nos permiten conocer (siempre
que sea verdadero) la realidad tal y como ella es. El realismo subraya que es la realidad
la que marca nuestro conocimiento, nuestros actos y juicios. De ella depende que sean
verdaderos, y no de quien conoce. Esta es la teoría predominante tanto en Grecia como
durante la Edad Media y la actualidad (tanto Platón, como Aristóteles y toda la tradición
que les sigue). Algunos autores han llamado la atención sobre el hecho de que más que
acción nuestra el conocimiento es algo donde la primacía la tiene el objeto conocido, y
donde por tanto el sujeto debe tener una actitud receptiva, contemplativa de la realidad.
Sólo vamos a explicar la primera de ellas. La evidencia se define como una cualidad
con que algunas cosas se muestran a nuestra mente “con tal viveza y lucidez de verdad”,
que la razón es movida vehemente e irresistiblemente a reconocer la verdad. Es “el res-
plandor vivo, enérgico y avasallador de la verdad” en la realidad conocida. Evidente es
que el todo es mayor que la parte, es irresistible asentir a esta verdad. Pero la evidencia
tiene una cara subjetiva, que es una luz innata de la razón con que percibe con viveza y
claridad los objetos evidentes. Por ello, aunque haya cosas muy claras y su verdad sea
resplandeciente, no lo es así para todos, ya que depende del grado de poder y energía
intelectual de cada uno. Y así “observamos que lo que es evidente para un talento supe-
rior, no lo es para otro inferior o para un entendimiento no cultivado” (GONZÁLEZ Y
DÍAZ-TUÑÓN, 1886).
La conciencia es la facultad por la que nos damos cuenta de nuestras propias accio-
nes, estados interiores, etc. También es infalible cualquier juicio basado en el testimonio
de la conciencia (acerca de los fenómenos internos de la persona). El criterio de autori-
dad humana es el más complejo y que más reglas debe cumplir para ser infalible, siendo
al mismo tiempo del que dependen la mayoría de nuestros conocimientos, que tenemos
porque creemos a otros.
107
¿Qué dice exactamente el relativismo? Su tesis fundamental es que toda verdad de-
pende siempre de algo humano para ser verdad, no de la realidad. Por ello no existirían
verdades válidas siempre y para todos, sino que su validez está limitada a ciertas condi-
ciones de quienes las afirman. La fórmula clásica del relativismo la hallamos en el sofista
Protágoras (s. V a.C.) que sostiene que “el hombre es la medida de todas las cosas”. En
versión popular, el relativismo sostiene que “cada uno tiene su verdad”, que “todo depen-
de” o que “todo es relativo”.
Según el referente que da validez a las verdades, así tendremos uno u otro tipo de
relativismo. Además existe una formulación relativista tanto para el conocimiento de la
verdad (relativismo epistemológico) como para el conocimiento del bien (relativismo
moral), que es el más extendido. En ambos casos, encontramos estos tipos entre otros:
El relativismo es contradictorio
La lógica nos propone unos principios para elaborar correctamente nuestros argumen-
tos, uno de los cuales es el principio de no-contradicción, que sostiene que una cosa no
puede ser y no ser al mismo tiempo y en el mismo sentido (es contradictorio afirmar a la
vez a y no-a). Y esto es precisamente lo que hace el relativismo. Su tesis principal afirma:
He aquí la contradicción, por tanto es falso que todo es relativo (no que algunas cosas
son relativas).
El relativismo pretendía ser una defensa frente al pensamiento totalitario que dio lugar
a los crímenes del siglo XX y, sin embargo, fue la mejor baza de los propios dictadores, ya
que si no hay valores que todos reconocen, no hay justicia que denuncie y frene las ambi-
ciones ilimitadas de los poderosos como inmorales. Hoy, el principio absoluto de que todo
es relativo se extiende de forma silenciosa pero no menos impositiva, cuando se descalifica
a quien considera que hay verdades y valores universales, desacreditando esa postura como
intolerante, como expresa este texto, que algunos pueden juzgar exagerado, mientras quie-
nes son fieles a valores tradicionales lo podrían corroborar por propia experiencia:
“En los últimos tiempos, vengo notando que el relativismo, cuanto más llega a
ser la forma de pensamiento generalmente aceptada, más tiende a la intolerancia y
a convertirse en un nuevo dogmatismo. La political correctness […] pretende im-
poner un solo modo de pensar y de hablar. Su relativismo la elevaría por encima de
todas las demás cumbres del pensamiento hasta ahora alcanzadas; de manera que,
si queremos estar a la altura de los tiempos, sólo así deberemos pensar y hablar.
Al contrario, la fidelidad a los valores tradicionales y a los conocimientos que los
sustentan es tachada de intolerancia, mientras que el patrón relativista se erige en
obligación”. (RATZINGER, 2006)
Ahora bien, al mismo tiempo existe una dimensión objetiva del conocimiento, que
es el objeto o realidad que todas esas personas están contemplando, y que es la misma
puesta de sol. Estas dos “caras” del conocimiento se dan siempre juntas, inevitablemente.
Es imposible tanto un conocimiento puramente objetivo, como un conocimiento pura-
mente “subjetivo”. ¿Por qué? Porque el conocimiento es una relación entre sujeto y obje-
to (siempre hay algo del objeto, de objetividad, y algo del sujeto, subjetividad): siempre
hay una realidad que yo conozco, que no depende de que la conozca o no para ser como
es (p.ej. la puesta de sol, ¡cuántas bellezas en el mundo existen sin ser contempladas por
nadie, en océanos, montañas o bosques!); por otro lado, siempre hay una persona que está
teniendo una relación con ese objeto que conoce, y que es una relación única y personal
con lo conocido. ¿Cuál es la conclusión en esta cuestión en que podemos perdernos? Que
el conocimiento es a la vez algo objetivo (de la realidad) y algo subjetivo (de la per-
sona que conoce). Algunos rasgos nos muestran la cara, otros la cruz:
110
– Existen errores, podemos distinguir el conocimiento del error, los juicios ver-
daderos de los falsos (comparándolos con la realidad). En el relativismo no hay
error, todos tienen razón (¿todos?). Advertirlos nos permite corregirlos, ocultar-
los o negarlos nos condena a poder estar equivocados sin saberlo (a ser mani-
pulados, a perder la libertad…). Reconocer el error es ya salir de él, es liberarse
de él. No todos los hombres desean decir la verdad pero “ninguno quiere ser
engañado” (San Agustín).
necesariamente una verdad absoluta. Por eso, en relación con estas cosas decimos que
existen verdades absolutas.
Pero también existen cosas relativas. Relativo es lo que está en dependencia de otro,
y por tanto tiene posibilidad de cambiar según sus circunstancias. El tiempo que hace en
Ávila es una cosa relativa: depende del lugar exacto, del día y hora en que nos encon-
tremos, además de que las condiciones meteorológicas de por sí son debidas a muchos
factores interdependientes.
Por eso, según la realidad de la que estemos hablando debemos tener en cuenta que
lo que decimos puede ser verdad aquí y en cualquier lugar, ahora y siempre, o bien puede
ser verdad sólo en estas circunstancias. P.ej. el juicio “hace sol” es un juicio verdadero
relativamente (su verdad depende de dónde y cuándo). Pero el juicio “el alma humana
es inmortal” es un juicio absolutamente verdadero, porque la realidad del alma es así por
naturaleza. Si la realidad de que hablamos es de sensaciones, impresiones o gustos, por
supuesto los juicios sobre ellas son relativos, p.ej. si digo “hace calor”, es exacto reco-
nocer que eso depende: hay personas calurosas y otras muy frioleras, que ante la misma
temperatura tienen distinta percepción. Pero si digo “estamos a 30 ºC” es un juicio cuya
verdad no depende de las personas, aunque sí del lugar y momento al que me refiera. Si
me expresara así: “el 27 de junio de 1965 se alcanzaron los 45,2 ºC en Sevilla”, estaría
afirmando algo que es verdad hoy y siempre. En resumen, en relación con las realidades
relativas decimos que son verdaderas solo relativamente.
La teoría del relativismo moral afirma que hay bueno y malo son valores siempre
relativos: las acciones y situaciones humanas que son buenas para unos son malas para
otros, dependen de las personas, épocas y culturas. Al menos en lo moral el relativismo
parece ser exacto, pues es evidente que
112
La otra premisa alude a que bueno y malo cambian y por tanto son relativos. Esto
puede significar dos cosas: que el conocimiento de lo bueno y lo malo va cambiando,
dependiendo de la época, el cultivo de las personas, su educación, etc.; o bien que bueno
y malo son valores totalmente cambiantes. La primera posibilidad es verdad: el cono-
cimiento de la verdad moral cambia porque cambian las personas, el conocimiento es
progresivo. ¿Qué quiere decir esto?
Hay cosas que son siempre verdad y que sin embargo no son conocidos
desde siempre sino que se descubren en un determinado momento. Una cultura,
un tipo de educación, unos modos de vida, un ambiente puede favorecer más que
otro el descubrimiento de verdades morales.
Siempre había sido verdad que el sol era el centro del sistema solar, pero hasta que
Galileo no realizó sus observaciones y cálculos, no se descubrió la realidad.
113
En 1803 Dalton opinaba que los átomos eran las partículas indivisibles de que es-
taba formada la materia, hasta que en 1897 Thomson descubrió los electrones y en 1911
Rutherford predijo el descubrimiento del neutrón y en los años 60 se propone la teoría de
partículas inferiores: los quarks…
Pero hemos aludido a otra opción: independientemente de las opiniones y del cono-
cimiento de las cosas, bueno y malo es diferente según personas, culturas y épocas: en la
India es malo molestar a las vacas, mientras que en España tenemos la fiesta taurina... Por
tanto, bueno y malo no es algo válido para todos. ¿Qué responder a esto? Que la huma-
nidad tiene una unanimidad en materia moral mayor de la que aparece, está de acuerdo
en principios morales universales. En lo que hay confusión es en su aplicación práctica,
en su concreción.
114
Llegamos al último apartado de este importante y denso capítulo. Aunque hemos res-
pondido a muchas cuestiones que podíamos tener antes de comenzar a estudiarlo, puede
surgirnos una más, en cierto sentido más profunda e inquietante que las demás. El hombre
está hecho para la verdad y para el bien, ha sido dotado de capacidades para alcanzarla y,
sin embargo, en más ocasiones de las que quisiéramos nos vemos enfangados en errores,
oscuridades y confusiones acerca de la verdad. San Agustín decía al respecto que “errar
es humano, perseverar en el error por aversión es diabólico” (Sermones 164, 14). ¿Por
qué, si podemos conocer la verdad, nos equivocamos y caemos tan fácilmente en el error?
Hay varias razones, de distinto tipo, para intentar comprender esta experiencia. 1.
Hay verdades arduas de alcanzar, por eso requieren un esfuerzo de la razón (examen, ri-
gor para pensar, orden y método) y de la voluntad (perseverancia, concentración, superar
dificultades, paciencia para no juzgar precipitadamente).
1. La verdad nos compromete, por lo cual aceptarla como verdad tiene conse-
cuencias para nuestra vida. Por eso, algunas dificultades para conocer la verdad
no son porque la verdad sea oscura o incomprensible, sino porque no la acepta-
mos, preferiríamos que no fuera verdad.
2. La apariencia de verdad: hay cosas que parecen una cosa y son otra. Los sofis-
mas son juicios y argumentos sólo aparentemente verdaderos. Las apariencias
pueden dar lugar a prejuicios, que son juicios hechos sin haber alcanzado cono-
cimiento de la realidad.
hacemos o pensamos, es más propia de personas inseguras, con menos cualidades o que
así lo creen, de adolescentes o de quienes dependen de la aprobación y estima ajenas.
Estas pasiones desvirtúan la verdad sobre uno mismo y los demás, pues ofrecen una
imagen propia que no se corresponde con la realidad e impiden el conocimiento de los
demás y de la misma realidad, pues pierden objetividad.
– Contar con la ayuda de alguien que nos conozca y nos quiera bien.
116
– Favorecer el ejercicio del orden en el empleo del tiempo con un horario bien
pensado y ejecutado con flexibilidad, sin rigidez.
– Cultivar los valores del cuerpo con deporte metódico, no sólo cuando apetece;
o del espíritu, con actividades artísticas (tocar un instrumento musical), que
requieran constancia.
117
Resumen
• El conocimiento es una relación entre el sujeto y el objeto, y por tanto tiene una cara
objetiva (conocemos la realidad) y otra subjetiva (está marcado por quien conoce,
sus circunstancias y capacidades).
• El conocimiento sensible nos hace experimentar las cualidades sensibles de las co-
sas y captar así cómo son externamente, mientras que el intelectual nos permite leer
dentro de esas cosas y comprender qué son.
• Por último hemos estudiado el relativismo, que cree que ninguna verdad tiene vali-
dez para todos, hemos visto sus argumentos y cómo responder a la parcialidad con
que presenta en conocimiento, en especial acerca de la cara subjetiva y objetiva del
conocer, y acerca de las realidades relativas y las realidades absolutas.
• El camino hacia la verdad se topa con una serie de obstáculos, en especial las propias
pasiones humanas, que pueden ser reorientadas a través de la práctica de virtudes,
con las que podemos abrirnos a la verdad, alcanzar la libertad que esta nos conquista,
y vivir en la serenidad del conocimiento de la verdad.
118
Unidad
didáctica 5
La voluntad
y la libertad
humanas
El Samaritano (VAN GOGH, 1853-1890)
ANTROPOLOGÍA
Índice
121
Objetivos
• Conocer la libertad en sus distintos sentidos y los argumentos que defienden la exis-
tencia de la libertad.
122
5.1. Introducción
“La libertad, amigo Sancho, es uno de los más preciosos dones que los hom-
bres recibieron de los cielos. Con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra
la tierra ni el mar encubre. Por la libertad, así como por la honra, se puede y debe
aventurar la vida. Y, por el contrario, el cautiverio, la esclavitud es el mayor mal que
puede venir a los hombres”. (Don Quijote)
La persona es afectada por una realidad valiosa que le precede y que interpela su
libertad. Pero la facultad de la voluntad no puede llevarnos a ningún sitio si la razón no
ilumina su camino, ella no actúa si no sabe a dónde va. Es la energía que nos orienta a la
acción, que hace a la persona capaz de perfeccionarse a sí misma, de hacer real acciones
moralmente valiosas, de enriquecer la realidad. La libertad es, sin ninguna duda, uno de
los aspectos más discutidos en Antropología y que más importancia tiene para nuestra
propia vida, para comprendernos y alcanzar una vida lograda.
De cómo usemos de nuestra libertad dependen tantos bienes que no nos será gravoso
alargarnos en algunas cuestiones para que el estudio del capítulo resulte de provecho al
alumno, como a Sancho la conversación con su señor Don Quijote de la Mancha.
123
El hombre hace muchas cosas, como también los animales, pero no todas de la misma
forma. ¿Somos responsables de todo lo que hacemos? ¿Sería correcto considerar que una
persona sonámbula que coge el coche y atropella a alguien por la calle, sea responsable
de ese daño? Para resolver estas primeras cuestiones, la filosofía de la Escuela distinguió
dos tipos de actos que podemos realizar los seres humanos, dependiendo de si tienen o no
relación con la voluntad: los actos del hombre por un lado y por otro los actos humanos.
Los actos humanos (actus humani) son aquellos que realizamos con conciencia (co-
nocimiento) y voluntariedad. Son acciones propiamente humanas, personales, y de ellas
tenemos responsabilidad plena. La ética sólo se interesa por estos actos en los que está la
persona actuando como persona, con su voluntad.
Sólo los actos humanos, que tienen relación con la voluntad, tienen un valor moral
(positivo o negativo), mientras que los actos del hombre son amorales (sin valor moral).
Tan neutra es la acción que realiza un perro de despedazar una zapatilla como la de una
persona discapacitada psíquica que entra en una tienda y se lleva el dinero de la caja
(cuando hablamos de bien o mal moral debemos distinguir de bien o mal físico). De lo
que hemos dicho podemos sacar una reflexión: cuanto más consciente y voluntario sea
nuestro comportamiento, más se corresponde con nuestra dignidad personal. Por el con-
trario, cuanto más automatizado, inconsciente e impulsivo (no voluntario) sean nuestros
actos, más nos acercamos a un comportamiento de naturaleza animal, impersonal.
La voluntad es una facultad superior que sólo apetece lo que se le da a conocer como
apetecible (bueno en algún sentido general, no sensible). Por eso los actos de la volun-
tad están subordinados a los actos de la facultad superior de conocimiento, la razón. Por
tanto, para que el hombre quiera algo con su voluntad, primero tiene que conocerlo,
como enseña el aforismo: “no puede quererse nada que no haya sido previamente co-
nocido (nihil volitum quid præcognitum)”). Un experto en marketing conoce bien esta
estructura del obrar humano, puesto que toda la actividad publicitaria tiene por objetivo
darnos a conocer un producto como bueno y deseable, a fin de que deseemos adquirirlo.
Si la razón nos hace conocer alguna realidad pero esta no se nos presenta como buena
en ningún aspecto, la voluntad no puede quererla. Otra cosa distinta es que la bondad que
creemos ver en un objeto sea real o solo aparente, de modo que podemos querer cosas sin
verdadera razón para quererlas.
Esto nos plantea una cuestión, enlazando con el apartado anterior. Hemos dicho que
los actos del hombre no tienen valor moral sino sólo los actos humanos, porque sólo es-
tos tienen relación con la voluntad. La pregunta es, ¿y de qué depende que de esos actos
voluntarios unos sean buenos y otros malos? Porque voluntario y bueno no van siempre
unidos, podemos querer voluntariamente actos malos. ¿Qué los hace malos o buenos si
no es la voluntariedad?
Un acto voluntario es bueno o malo según sea lo que queramos bueno de verdad
o no, sino que sólo lo parezca. Esto significa que para que un acto voluntario sea bueno,
la persona tiene que tener un conocimiento verdadero sobre lo que es bueno.
125
Esto es lo que quiere decir que el verdadero objeto de la voluntad es el bien, como
enseña Aristóteles. Si la voluntad no quiere el bien, no quiere su objeto con verdad. Bien
y verdad están juntos, como lo están el mal y el error, porque la voluntad actúa basándose
en lo que le muestra la razón. Pero esto nos conduce a una primera conclusión muy im-
portante acerca del origen del mal moral (que nos introduce en el campo de la asignatura
de Ética). En un capítulo posterior se volverá sobre esta cuestión que tanto ha inquietado
al hombre de todos los tiempos. Antes de responder, necesitamos explicar una premisa
y su relación con la pregunta, después la responderemos y por último sacaremos una
consecuencia de tipo ético-pedagógico. Veamos la premisa antropológica necesaria para
entender el mal moral.
2. El hombre cae el error y el mal porque su naturaleza ha sido dañada por el mal
moral que ha desordenado sus capacidades, de forma que siguen orientadas al
bien y a la verdad, pero débil y confusamente, porque en el interior del hombre
ya no hay armonía sino guerra. Esta experiencia humana universal, objeto de
reflexión filosófica y teológica, es llamada en lenguaje teológico pecado ori-
ginal. Este efecto oscurece, debilita, enfría y desordena las potencias, como se
indicó ya en el capítulo 1 al hablar de la Antropología de la armonía.
Recordemos lo dicho sobre los obstáculos para conocer la verdad del capítulo an-
terior. Allá hemos aludido al hecho de que la persona puede considerar la verdad como
amenazadora o incómoda y (equivocándose y con gran perjuicio para ella) preferir por
eso el error que se le presenta como agradable, y que como dice el poeta son “Crudas
espinas bajo blandas flores, dolores con semblantes de placeres, placeres con raíces de
dolores” (Ricardo León). El concepto actual y artificial que ha incluido el diccionario
Oxford como neologismo del año 2016, “postverdad” es definida como aquello que se
afirma y sostiene, no porque esté contrastado con los hechos, sino porque agrada y encaja
con los gustos e impresiones de la mayoría, y así se admite como verdad (a fuerza de
repetirse).
Por impopular que resulte hoy, la Antropología confirma también el gran beneficio
para el desarrollo de los niños que se le exija suavemente, de forma gradual a sus ca-
pacidades y razonando, pero que se le exija, a perseguir esos bienes. Lógicamente los
bienes convenientes son arduos de alcanzar y no se apetecen por gusto, aunque conse-
guirlos brindan un gozo incomparablemente superior al gusto de los placeres efímeros.
Por eso exclamaba Paul Claudel: “los jóvenes no están hechos para el placer, sino para
el heroísmo”.
Vamos ahora a la segunda cuestión que nos hemos planteado, a saber, por qué para
querer los bienes necesitamos tanto deliberar como decidir. Es una cuestión fundamental
por la que la filosofía nos permite ahondar y comprender más profundamente la realidad
y a nosotros mismos.
128
Deliberamos o elegimos sólo por tres razones, todas ellas relacionadas con algún tipo
de límite:
a. Existen varias posibilidades de realizar un bien. Esto significa que para alcanzar
una meta tenemos varios caminos que a ella nos conducen. Si sólo hay una po-
sibilidad, no tenemos que considerar ni deliberar nada.
c. La persona carece de virtud para querer lo mejor. Esta razón es interesante para
comprender nuestra psicología. Cuando lo que realmente es mejor (y así lo
intuimos vagamente) es al mismo tiempo más difícil de alcanzar, la persona
apocada, que no tiene fuerza y ánimo, o perezosa para luchar y esforzarse por
alcanzarlo, va a dar más vueltas para decidirse, deliberando pros y contras, que
cuando la persona es resuelta y valiente: enseguida toma la decisión porque
tiene disposición para querer y esto facilita el ver claro lo que hay que decidir
hacer (cf. MELINA et al., 2007).
Estas tres razones nos dan pie para unas reflexiones conclusivas de aplicación prác-
tica de sumo interés para nuestra vida. En último término, la elección libre de la persona
es posible porque la persona vale más que cualquiera de los bienes que la rodean, que
son de por sí limitados, imperfectos. Todos los bienes de este mundo son imperfectos en
algún sentido, es decir, son cosas que tienen aspectos buenos y aspectos malos (lo buení-
simo puede ser carísimo, lo bello perecedero, lo útil frágil, etc., etc.). ¿Qué implica esta
limitación? Que ningún bien atrae su voluntad con necesidad, y es ella misma quien se
determina a querer uno u otro libremente. Por la misma razón por la que los queremos
con libertad, ninguno de ellos nos satisface ni nos puede satisfacer plenamente.
129
130
Una vez vistas con detenimiento algunas cuestiones introductorias sobre la voluntad,
vamos ahora a abordar el ejercicio de esta importantísima facultad humana, y lo haremos
desde la antropología y la psicopedagogía, siguiendo principalmente las reflexiones del
P. Narciso Irala, S.J., psicólogo y educador de jóvenes (1982).
Vamos a seguir el siguiente orden: para empezar, trataremos de comprender las di-
ferencias entre actos de la voluntad según su perfección o eficacia, que enseguida indi-
caremos a qué se debe; y en una segunda parte más extensa, se expondrán y explicarán
una serie de requisitos y medios muy prácticos para aprender a entrenar la voluntad y
perfeccionar sus actos, cuya aplicación puede servir tanto a nivel personal como para la
educación de otras personas.
La voluntad misma es una capacidad que también necesita ejercicio para perfeccio-
narse, para hacerse fuerte, una voluntad de hierro. No todos los actos de voluntad son per-
fectos, porque no llegan a la ejecución, que es el término y culmen del acto de voluntad.
Hay pues, actos de voluntad que llamaríamos ineficaces en este sentido de incompletos,
sin acabar, mientras que otros son eficaces, porque culminan en la ejecución de lo querido
(que es distinto de alcanzar el resultado apetecido con la acción).
Teniendo en cuenta que algunos de ellos son fases del acto de voluntad perfecto, los
actos ineficaces de la voluntad podemos clasificarlos como sigue:
131
1) Mero deseo: querer, apetecer afectivamente que algo suceda sin más, es un acto
pasivo y sin libertad. ¿Por qué? Porque surge por el mero atractivo de un bien,
y en este sentido es necesario, pues basta con tomar conciencia de algo bueno
para que lo deseemos; en otras palabras, consiste en conocer algo bueno para mí
y que me apetezca.
Por el contrario, los actos eficaces de la voluntad tendrían como rasgos que los dis-
tinguen la fase de la ejecución, los que llevan a poner manos a la obra. Tienen como signo
de identidad que dejan la íntima convicción de que vienen de nuestra propia voluntad.
Son los verdaderos actos de la voluntad, y tienen dos preciosas cualidades: son curativos
y perfeccionadores de la personalidad a un tiempo.
Por último, vamos a las condiciones que deben cumplirse en el ámbito espiritual de
parte de la razón, la gran aliada de nuestra voluntad, para que logremos cumplir nuestros
objetivos. Como vamos a ver es aquí donde hay más campo de trabajo.
examinar con realismo si la energía que tengo es suficiente para lo que requiere
el acto que voy a realizar, realismo y también optimismo. Nadie emprende una
lucha, si de antemano no confía en el triunfo. (Papa Francisco, 2013)
– Objetivos: esto es, deberán ser verdaderos bienes; cuanto más verdaderos,
duraderos y trascendentes sean, más atraen a la voluntad; la voluntad no es
atraída más que por bienes reales, si son aparentes, en cuanto lo advierta le
dejan de atraer.
– Percibidos por la persona: no basta que sea algo bueno, es necesario que
la persona lo vea también así. La persona tiene que conocer o reconocer ese
bien o valor.
7) Sinceridad en el querer: Esta es la condición que más suele fallar y que más
fracasos trae a la voluntad. Consiste en determinarse de verdad, es decir, dar la
victoria a una idea práctica, excluyendo del todo la idea opuesta o las demás
ideas como imposibles para mí. Saber decir sí, aunque sea poco a poco, cuando
vamos cuesta arriba o cuesta abajo, con o sin ganas, pero siempre adelante; sa-
ber decir no sin concesiones, discusiones ni vacilación. Sólo así sentimos que
el sí y el no son verdaderos y efectivos, si al decidir excluimos otras posibili-
dades (decimos no a lo que es incompatible con lo que nos propusimos hacer).
Esto nos convence de que el acto se realizará, y nos engrandece y fortifica.
134
Tomás Morales (no es casual que también sea jesuita y formador de jóvenes), ad-
vierte que vivimos en una sociedad de semi-voluntades, se “querría”, pero lo único efi-
caz es “quiero”. Propone unos consejos positivos para llegar a la ejecución. Serían los
siguientes:
1º Querer pocas cosas, una sola, aunque sea pequeña, pero quererla a cualquier
precio, no cejar hasta alcanzarla.
3º Tener paciencia: “No cansarse nunca de estar empezando siempre, aunque apa-
rentemente no se consiga nada”; a veces aprendemos más de nuestros errores
que de nuestros aciertos (cf. MORALES, 2008).
Narciso Irala propone unos sencillos remedios para superar la indecisión de la volun-
tad a que antes nos hemos referido:
1) Si es causada por abulia o pereza, hacer actos volitivos, incluso de aquello que
hacemos por rutina.
Todo lo que hemos dicho puede dar la impresión de que la voluntad humana es
omnipotente. Nada más lejos de la realidad. Al querer ponemos los medios de nuestra
parte para que lo que pretendemos se haga realidad, pero la ejecución es distinta de los
135
resultados de la acción: la voluntad no controla todos los elementos que entran en juego,
eso lo puede hacer sólo Dios. No olvidemos la verdad del proverbio bíblico: “El hombre
propone y Dios dispone”. Y segundo, por la herida heredada de Adán la victoria sobre
uno mismo se alcanza, apunta la antropología católica, contando también con la ayuda
de lo alto.
3) Si la decisión es evitar una acción a la que me siento atraído por instinto, se debe
evitar pensar en ella –porque nos atraerá más–, o si se debe pensar en ella que
sea del modo menos concreto posible; pensando solo en los aspectos indesea-
bles que se siguen de esa acción, en las ocasiones a evitar y en las consecuencias
malas que trae consigo. De esta forma, se facilita uno a sí mismo lo que para la
propia persona puede ser realizar actos heroicos.
4) Si un creyente se propone algo que excede sus fuerzas necesita la ayuda de Dios,
que no la niega a quien se la pide con confianza.
136
5) Por último, para que la voluntad actúe de la mejor forma posible, armonizan-
do con orden la actividad de la razón y la de la voluntad se deben seguir estas
pautas:
Para concluir con el pensamiento fundamental que inspira estas páginas, educar no
es tanto “hacer practicar el bien, como enseñar a quererlo”. (IRALA 1984).
138
¿Qué es la libertad? ¿Qué hace posible la libertad? Esta cualidad de los actos volun-
tarios, imprescindible para que sea posible todo lo que hemos indicado en la parte ante-
rior, se entiende de diferentes maneras. Para empezar haremos unas distinciones sobre las
clases que hay, después aclararemos los sentidos de libertad más comunes. Por último,
examinaremos brevemente los argumentos a favor y en contra de la existencia de la liber-
tad positiva interior o libre arbitrio, que es la más fundamental de todas.
Las libertades innatas son las que hacen posibles las libertades adquiridas. De ellas
mencionaremos el libre arbitrio: la capacidad del hombre de determinarse a sí mismo. El
libre arbitrio es posible porque el hombre es espíritu. A esta libertad se le llama también
libertad positiva interior. Es el sentido fundamental de libertad. Es la capacidad para de-
terminarse por uno mismo a querer un bien.
etc. En el fondo es la libertad de obstáculos, que pueden ser físicos (una cadena, un
muro…) o psicológico (una amenaza, un castigo, una prohibición. En este sentido, solo
seríamos libres cuando no tengamos ningún impedimento físico ni psíquico (algo sujeto
a múltiples circunstancias e incertidumbres). Es un sentido muy débil de libertad, ya
que podrían compartirlo los animales (un perro “puesto en libertad” es el que no está
atado). Según el tipo de obstáculo que no esté, tendríamos libertad negativa exterior
o interior. Notemos que, en el fondo, el único obstáculo interno es el miedo a sufrir, ya
que las amenazas, prohibiciones o castigos no tendrían efecto alguno si despreciamos las
consecuencias.
La “libertad para” tiene un sentido activo: son aquellas libertades que consisten
en posibilidades, cuya adquisición son gracias al propio sujeto. Esta libertad sería la li-
bertad para poder hacer lo que se quiere, lo que se ha decidido. Para contar con este tipo
de libertad no basta con tener las condiciones externas que la posibiliten, sino que es
necesario, además, tener la capacidad real de actuación, junto a la posibilidad de llevar a
cabo aquello que se ha decidido hacer. Ahora bien, esta libertad está condicionada por las
circunstancias y por la destreza de la propia persona que, aunque quiera algo, no por ello
puede ponerlo por obra.
140
141
Argumentos deterministas
Argumentos indeterministas
Ahora bien, tanto la recompensa como el castigo, según el objeto a que se aplica sería
de dos clases:
Resumen
• Los actos humanos son los actos conscientes y voluntarios, mientras que los actos
del hombre carecen de conciencia y voluntariedad.
• La facultad volitiva es la capacidad para querer el bien y hacerlo realidad. Para que-
rerlo primero hay que conocerlo.
• Por inclinación natural la voluntad quiere lo bueno, el acto malo es aquel en que la
verdad y el bien se separan, y no se quiere lo que es bueno de verdad, sino sólo en
apariencia.
• Hemos visto extensamente que la voluntad puede desarrollarse para que los actos de
querer sean eficaces y lleguen a la ejecución de lo querido.
• Por último, se ha examinado qué es la libertad, qué tipos hay y qué argumentos
muestran que la libertad es una cualidad real de nuestras decisiones.
144
Unidad
didáctica
Relaciones
6
humanas.
Familia y cultura
San José con Jesús adolescente - Basílica de la Sagrada Familia,
fachada del Nacimiento (GAUDÍ, 1852-1926)
ANTROPOLOGÍA
Índice
Resumen............................................................................................ 171
147
Objetivos
• Apreciar la comunicación como una capacidad de la persona, que forma parte de ella
con vistas a su realización personal.
148
6.1. Introducción
“¿Dónde está tu hermano?” (Gen 4, 9). El destino de cada persona está vinculado
con el de los demás. No somos islas sino que el amor es la clave de interpretación de toda
nuestra vida, de nuestro origen y de nuestra meta. Podríamos escribir toda la historia hu-
mana, la historia de cada ser humano, como una historia de amores ofrecidos y correspon-
didos, o ignorados y despreciados. Eso es el hombre, un ser libre interpelado por el amor.
Por eso, las relaciones interpersonales son el núcleo de la existencia personal, que irradian
hacia los demás aspectos de la vida. De su plenitud y fuerza, o bien de su enfermedad y
debilidad, dependen que su vida sea o no una vida con plenitud de sentido.
Por eso, escribe Juan Pablo II: “el hombre no puede vivir sin amor. Él permanece
para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el
amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no partici-
pa de él vivamente” (JUAN PABLO II, 1979).
Es un hecho que no solo estamos rodeados de seres inertes, plantas o animales, sino
también y sobre todo de seres semejantes a nosotros. Con ellos, tal como afirma Juan
Manuel Burgos, “establecemos una multiplicidad inagotable de relaciones: de amor y de
odio, de indiferencia y de entrega, de comprensión o de rechazo, de acogida, de ayuda,
de admiración o de estupor” (2003).
Estas relaciones no son algo secundario para nuestro ser personal. Antes bien, somos
esencialmente seres en relación. La relacionalidad es algo enraizado en nuestro modo de
existir como personas, como se ha mostrado en el capítulo 1. Algunas de las manifesta-
ciones y consecuencias de esta manera fundamental de existir de las personas se han ido
viendo en el capítulo sobre la sexualidad, el corazón, e incluso en el conocer y querer (que
son asimismo actividades relacionales). De hecho, el universo entero lleva el sello de la
persona, porque es insostenible sin relaciones y sin orden (logos).
149
151
Escribía José María Yanguas en 1987: en “una crisis en el ámbito cultural […] un
hecho peculiar juega un papel decisivo: el lento desdibujarse de conceptos o realidades
configuradoras de la cultura de que se trata”. Una consentida imprecisión de conceptos
e ideas, poco a poco, modifica su sentido, las vacía de su significado original. El mundo
parece el mismo (la corteza de las palabras no cambia) pero culturalmente el cambio ya se
ha producido, anida en el interior de las personas y, como toda ideología, lucha imponién-
dose contra los sentidos anteriores: “de improviso se encuentran gobernadas por nuevas
ideas de cuya novedad no habían sospechado y quizá no sospechen nunca”. (Prólogo a
SPAEMANN, 1987).
Todo lo dominan los antojos en la sociedad líquida (hacer lo que “me da la gana”),
bien distinto de los deseos cultivados que estabilizan a la persona, según Bauman: “Mien-
tras el principio de satisfacer los propios antojos se inculca a fondo en la conducta coti-
diana por parte de los poderes fuertes del mercado de los bienes de consumo, el cultivar
un deseo parece inquietante, inoportuna y fastidiosamente tender hacia el compromiso
amoroso” (BAUMAN, 2005). Si esto es así, encontramos una explicación a la ofensiva
contra la familia fundada en el matrimonio, que no se adecúa a las reglas, a la desregula-
rización. Sin embargo, la situación resultante es paradójica, ya que:
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El ataque sutil, discreto y constante para atacar a la familia son los medios de comu-
nicación, con la ridiculización en series o debates de la figura de la familia natural tradi-
cional, “represiva y enemiga de la posibilidad de dar rienda suelta a los propios deseos”.
También se hace presentando como normal o positivo cualquier tipo de comportamiento
o de tendencia, incluso los más absurdos. Se favorece la ruptura rápida, fácil, “indolora”
de las relaciones iniciadas por el “amor débil”, un amor que no promete fidelidad incon-
dicionada ni la aventura de quemar las naves.
Pero la pregunta más obvia que esta reflexión plantea es si realmente no es más
realista y más honesto el amor débil, frente a un amor que no parece posible vivir. ¿No
somos más sinceros y también más felices con un amor líquido? ¿No agobia pensar en un
amor que no se pueda romper nunca? La realidad es precisamente lo contrario. El amor
líquido deja una profunda insatisfacción. Quienes quieren hacer negocio deben promover
estilos de vida que nos hagan infelices, porque la gente feliz es menos consumista (BEI-
GBEDER) (estar contento significa estar lleno, satisfecho). En Inglaterra son una realidad
nuevo los Dink (“double income, no kids”), pareja con doble sueldo sin hijos, consumi-
dores perfectos porque no piensan en el futuro (¿seguirán juntos? Tampoco hay niños…).
En cambio, la pareja estable casada y con hijos no gasta sino lo necesario porque para
cambiar de coche hay que pensárselo diez veces.
Así las cosas, ¿qué puede significar: “don sincero de sí mismo”? El “sí mismo” o
“uno mismo” no existiría, porque como vamos a ver luego, hoy mi identidad la defino yo,
la elijo yo mismo. No soy alguien con una identidad recibida, no nazco así sino que elijo
ser así o de otro modo. Así pues, ¿qué se da cuando uno dice que se entrega a sí mismo en
el amor? Nada más que el permiso de usarse recíprocamente. La verdad de la entrega es
confundida con la sinceridad del trato: en la relación recíproca se reclama sólo libertad,
nada más. Además mi libertad, entonces, no tiene a nadie que le pida cuentas. Si ser libre
es hacer lo que se quiere y decidir uno mismo qué está bien y qué está mal, se llega a la
situación de que nadie pueda exigir a nadie lo que tiene que hacer o dar. En realidad una
libertad así no puede dar nada, y el amor queda despojado de su esencia de entrega per-
sonal (cf. CAFFARRA, 2006).
A modo de conclusión
El amor líquido o débil es un amor sentimental: amar como sentir agrado hacia una
persona (podría tenerse entonces también hacia seres que no son personas). Se identi-
fica amor y sentimiento. A esta concepción cabe replicar que el amor sería caduco (los 153
sentimientos son muy volubles), estaría amenazado por el paso del tiempo; y además se
volvería egoísta (amo porque me siento bien) y por lo tanto aislaría más a las personas,
sin dejarles construir proyectos realmente comunes y estables.
1. Libertad como espontaneidad absoluta de la voluntad. Soy más libre cuanto más
arbitraria y caprichosa sea mi decisión (en este caso, la biología, la norma, la naturaleza,
la verdad son límites de la libertad) (esta concepción es defendida por el existencialismo
de Sartre y el freudomarxismo de Marcuse). Se sostiene, siguiendo a Freud, que libertad
es igual a instintividad.
Pero el problema fundamental es que esta libertad sería una cualidad que flotaría en
el vacío: somos libres en la medida en que somos indiferentes al bien o al mal, porque
bien y mal no son nada que se me imponga, sino que la libertad decide qué es bueno y
qué es malo. Ella tiene la primera palabra. Esta libertad es una libertad que no afirma a
la persona (no se decide en respuesta de la voluntad a ninguna realidad conocida como
buena, que se me da), sino que la despersonaliza y la vacía.
¿Qué error encierra este segundo concepto de libertad? En primer lugar, no nos deja
hacer elecciones. Recordemos que elegir, querer de verdad, siempre requiere excluir to-
das las demás posibilidades que se opongan a lo elegido: cuando elijo estudiar una tarde,
excluyo millones de posibilidades (tomar un café, dar un paseo, hacer unas llamadas,
conversar con mi hijo, ver una película, etc., etc.). Elegir siempre es decir sí y decir no.
154
Pero lo más grueso de esta concepción es que niegan la misma realidad de la vida
humana, que es su dimensión temporal o histórica. Nadie, ni los seres libres ni los que no
lo son, pueden parar el tiempo: el pasado nunca vuelve, el tiempo pasa y nosotros mismos
no estamos ahora en la misma situación que en el pasado, sobre todo porque nuestras
elecciones nos cambian, no elegir es de hecho una decisión (la decisión de no decantarse
por nada). Por otra parte, no realizar elecciones para no perder oportunidades es, de he-
cho, perder la oportunidad que uno tendría realizando esa elección (recuerden la maravi-
llosa trama de la película Qué bello es vivir, del director Frank Capra: el protagonista, a
punto de la ruina en el momento más crudo de la crisis de la bolsa de Nueva York, desea
quitarse la vida, pero gracias a un misterioso personaje va a reconocer que muchísimas
cosas buenas no habrían sucedido a muchas personas si él no hubiera vivido ni hubiera
tomado las decisiones que tomó).
Este concepto se opone al que ofrece San Agustín de libertad como capacidad de
hacer aquello que se quiere haciendo lo que se debe, es decir, como síntesis de posibilidad
y de necesidad, concepto que la filosofía ha acabado perdiendo.
155
En este nuevo apartado queremos abordar el nudo teórico del tema sobre el que esta-
mos reflexionando. La pregunta que se hacía Livio Melina es exactamente esa: la familia,
el matrimonio, la sexualidad, la procreación, ¿tienen una raíz en la naturaleza humana, o
son realidades puramente culturales que pueden cambiar? (y de hecho se quieren reconfi-
gurar en la actual revolución de género).
Yendo más allá de la etimología, cultura es: “la forma de expresión comunitaria,
nacida históricamente, de los conocimientos y valores que marcan su sello sobre la vida
de una comunidad”. (GALLARDO, 2011) Según esto, la cultura surge de unos conoci-
mientos y valores. Las obras humanas se basan en un modo de entender al mundo y al
hombre, que guían nuestro modo de vivir. Estos conocimientos son compartidos, y por
eso, esa guía también sirve para organizar la comunidad de personas que comparten esa
cultura. Estos conocimientos son también morales e incluyen la pregunta por la divinidad
como algo fundamental. De hecho, todas las grandes culturas interpretan y comprenden
el mundo a través de su relación con lo divino.
I. Rasgos de la cultura
Una serie de rasgos nos permiten reconocer qué es una verdadera cultura:
serían los platos, cubiertos, mesas y todo lo que se usa en una cocina española,
no material serían las reglas de la mesa, los modos de cocinar, las costumbres de
atender a invitados, etc.
g. Los elementos de una cultura no material son dos: 1) El modo de ver el mundo
(ideas, convicciones, saberes y visión religiosa o de fe). 2) Las pautas de com-
portamiento que se siguen de esa visión del mundo y que tienen su significado y
valor por lo anterior. Esas pautas de comportamiento son de varias clases como
veremos.
– Las costumbres (folksways) que serían las formas habituales de hacer ciertas
cosas en una comunidad humana que comparte una determinada cultura. P.ej.
ligadas al comer existen en todas las culturas maneras determinadas (qué se
come, cómo (sentado, de pie, recostado), cuántas veces al día, con quién, qué
se utiliza (con las manos, con instrumentos…), en qué orden (en el Medievo en
España se empezaba con los postres), cómo se prepara, etc.
– Las normas (mores) que serían las formas de hacer cosas que tienen una rele-
vancia moral porque son importantes, imprescindibles en un sentido antropoló-
gico. P.ej. no abandonar a los hijos en un descampado es una norma, tomar la
sopa con cuchara y no del plato es una costumbre.
158
Podemos distinguir también las leyes, como las codificaciones de algunas costum-
bres y normas que se incluyen en un código y de las que se exige su cumplimiento (por
su especial relevancia para esa comunidad); y las instituciones sociales, que son un con-
junto de costumbres y normas que giran alrededor de una necesidad humana fundamental.
En las sociedades actuales existen varias instituciones sociales: la familia, la iglesia, el
estado, el sistema educativo, el sistema económico, el sistema sanitario… (cf. GARCÍA
NORRO, 1989).
Una vez visto qué es la cultura, qué rasgos tiene la cultura en sentido propio y de
qué elementos se compone, nos falta presentar sus últimos elementos. La comunidad de
personas que comparte una cultura es lo que se conoce como sociedad. Una sociedad no
puede existir sin una cultura que le dé unidad: es el nexo de unión de esas personas. Sin
compartir una cultura (es decir, unos valores, un modo de ver la vida y el mundo), aunque
las personas vivan físicamente juntas, no forman una sociedad. Pensemos en las com-
plejas situaciones creadas por la emigración en algunos países actualmente. Pensemos
también en la falta de cohesión social hasta el resquebrajamiento que ciertas sociedades,
extremadamente individualistas y relativistas, están en peligro de sufrir. Sin una base no
material compartida suficientemente amplia y fuerte, una sociedad se desmorona, porque
las personas no tienen razones para convivir y compartir nada con otras.
– Por el status, que es el lugar que ocupa la persona dentro de un grupo. P.ej. el
presidente de un partido político, o el representante de una asociación de padres.
– Por el rol social, es el comportamiento que se espera que realice la persona que
ocupa un determinado status. Lo habitual es tener distintos roles en cualquier
grupo social, p.ej. un delantero tiene un rol diferente al defensa o el portero
en un equipo de fútbol. Asimismo no tiene el mismo rol un profesor que un
alumno, el jefe de cocina que el pinche, el hijo que el padre en la propia familia
(aunque ambos puedan tener el mismo rol de jefes de su propio negocio) (cf.
GARCÍA NORRO, 1989).
159
Esta tarea requiere aprender a desempeñar los roles que corresponden a cierto status.
Se trata sobre todo de ir creciendo en el conocimiento de sí mismo y de la propia voca-
ción: qué estoy llamado a ser, a hacer de mi vida.
Pero esto que decimos se comprende mejor si completamos lo dicho con la distinción
de los dos tipos de status y roles que pueden darse:
– Status y roles adscritos: estos se tienen de forma innata (vienen dados al nacer,
como las propias biológicas o la propia familia). Adscrito es el rol de español,
de hijo o adulto.
Una vez dicho esto tenemos ocasión de reflexionar sobre una cuestión muy actual:
¿qué es convencional y qué no es convencional en esta distribución de roles (podemos
extender la discusión hasta las costumbres y las normas)? ¿Qué cosas dependen de las
elecciones y acciones humanas, en esta trama y organización de la vida de las personas,
en esta comunidad de valores y conocimientos, y qué cosas en cambio se tienen de forma
innata?
Podríamos ofrecer algunos criterios básicos para interpretar esto respecto de normas
y costumbres:
a) Relación directa con el bien de las personas y las relaciones de tipo personal (no
funcional). Según sea el bien que se busca o para quien se busca la persona o
algo distinto de la persona. P.ej. no es lo mismo la forma de tratarse el varón y
la mujer casados que las formas de realizar un trabajo.
Si como se ha dicho, la norma tiene mayor relevancia para las personas que las
costumbres, porque se refieren a actitudes, decisiones y conductas que atañen más ínti-
mamente al bien de las personas y la comunidad, y por esa razón tienen relevancia moral
y son protegidas con sanciones. Pongamos un ejemplo claro para entender esto: todas
las culturas comparten una norma absolutamente fundamental: que el inocente no debe
ser agredido. El valor de esta norma es tan evidente que no existe ninguna cultura que lo
ignore. En esta norma se cumplen los tres criterios: está en relación directa con el bien
de la persona, está basado en un conocimiento verdadero (en principio, porque necesita
161
concretarse con otro conocimiento: quién es un ser humano inocente), y tiene un repercu-
sión absoluta para el orden de la comunidad.
Ahora bien, esta norma básica puede inspirar costumbres distintas en las distintas
culturas (lo convencional serían las costumbres inspiradas en la norma, pero no la norma
misma, y en la medida en que no repercutan directamente sobre el bien de la persona).
P.ej. el saludo alzando la mano es una convención cuyo significado original era mostrar
que uno no era agresor (no llevaba armas), y que se inspira en la norma aludida.
Vayamos ahora a los status y roles sociales. Además de lo dicho, existe la distinción
fundamental entre adscritos y adquiridos: unos se basan en lo dado sin más por la natu-
raleza (sexo, familia, características biológicas, etc.), otros en las elecciones y compe-
tencias desarrolladas por las personas. En este sentido, el feminismo radical a partir de
los años 60 defiende que todos los roles femeninos son roles adquiridos, ninguno sería
adscrito (por ser mujer) y se llega a reducir la identidad sexual a los roles según los sexos.
No es correcto: no son los roles los que nos dan una identidad, sino los que desa-
rrollan la identidad que ya se tiene. No te haces una mujer, si no naces ya mujer; no te
haces un hombre sin antes nacer hombre. La cultura, es cierto, asigna distintos roles a los
distintos sexos, espera ciertos comportamientos de uno y otro. ¿Todos son convenciona-
les? ¿Los comportamientos ligados a la maternidad y la paternidad pueden ser otros de
los que son? Indudablemente no. La ideología de género propone que todo lo que somos,
nuestra identidad, depende enteramente de la libertad. No existe nada dado: nuestra mis-
ma sexualidad es algo que podemos elegir. Para sostener esto, hay que negar la dimensión
somática (cuerpo) o ignorarla, o al menos hay que rechazar que toda esa dimensión deter-
mine nuestra identidad, como Descartes (capítulo 1).
Una vez explicados todos estos aspectos de la cultura, vamos a examinar en concreto
qué dimensiones del hombre son las que discuten como realidad natural y consideran
puramente cultural: el cuerpo humano, la diferencia entre los sexos femenino y mascu-
lino, y por último, la propia familia. En estos tres casos, la discusión actual acerca de si
son realidades naturales o meramente culturales es muy viva, por lo que manifiesta una
necesidad de formación y clarificación al respecto.
del cuerpo en visiones del mismo que interpretan, especialmente sexualidad biológica y
sexualidad culturalmente entendida, pero que afecta en realidad a la definición misma de
la persona. La primera manera de definir a la persona es identificarla como pura naturale-
za, en oposición a la libertad. En ese caso, la persona es reducida a una serie de procesos
biológicos y fisiológicos (neurológicos). A esta visión se la llama fisicismo cientificista.
En este caso, los actos corporales, el cuerpo entero, son pura biología, sin significado.
Sólo podrían tener significado los actos que tienen una intención, pero para eso tiene que
haber alguien que quiere, piensa, decide. Si la persona es puro proceso biológico, ahí no
hay libertad ni intenciones ni por tanto sentidos ni significados. Lo que el cuerpo hace no
tiene valor moral ni sentido personal.
Ahora bien, me parece que Shaw y […] los pensadores modernos de este estilo
sencillamente no tienen ni filosofía ni poesía ni ninguna posible actitud hacia las
cosas que reciben del mundo real que ya existe, o del pasado o de los padres, o de
la tradición patriótica o de la filosofía moral de la humanidad. Sólo hablan de hacer
cosas; como si pudieran hacerse ellos mismos y hacer luego todo lo demás. […] Y
digo que es una visión estrecha de la vida la que deja a un lado todo este aspecto de
la vida: toda la receptividad, toda la gratitud, toda la herencia, toda la adora-
ción”. (CHESTERTON, 2000).
¿Existe una tercera opción a la de definir a la persona como pura libertad o como
pura naturaleza? Sí, la tercera opción es definirla como naturaleza y libertad al mismo
tiempo y sin oponer una a la otra. Somos naturaleza, recibimos nuestro ser, y libertad,
lo desarrollamos. Nuestro cuerpo también es algo natural, dado, recibido, y también es
ámbito de libertad: no todos, pero sus actos realizados por voluntad son actos personales,
y además el cuerpo tiene una dimensión en la que la libertad lo sigue cultivando. Sobre
este aspecto explica Botturi, que el cuerpo soy yo aunque no soy sólo cuerpo. Además no
somos desde el principio, ni corporal ni espiritualmente, todo lo que podemos llegar a ser.
Que lleguemos a ser plenamente nosotros mismos depende de nuestros actos. Por eso es
cierto que esta identidad es dada y al mismo tiempo desarrollada por cada persona. Esta
dimensión de perfeccionamiento, que es un camino que puede encontrar avances y retro-
cesos, en el caso del cuerpo se aprecia teniendo en cuenta las cuatro facetas que señala
Botturi. El cuerpo tiene:
164
c) una dimensión social: es la imagen que el cuerpo expresa de mí a los otros. Esta
percepción ajena es fundamental porque contribuye a desarrollar la percepción
propia de la identidad personal. P.ej. la expresión de aprobación de los padres
al hijo con su mirada le permiten desarrollar la conciencia de que vale y su
existencia es un bien. Esta dimensión social es fundamental durante la etapa
de maduración psicológica de los adolescentes, que están afianzando su propia
personalidad. No es que los otros den valor a la persona, sino que los otros y su
percepción de mí son el cauce para tomar conciencia del valor de mi persona.
Por eso, las patologías de la alimentación (bulimia, anorexia) no se comprenden
adecuadamente sin tener en cuenta esta dimensión del cuerpo, en que se entre-
lazan la percepción ajena y la autopercepción, la necesidad de responder a unos
patrones de aceptación social y el peligro de deformación de la autopercepción.
Es preciso tener en cuenta todas estas dimensiones del cuerpo para comprender que la
identidad personal es un proceso en el que se va madurando y desarrollando la percepción
y aceptación de sí mismos. Las relaciones positivas, afirmativas y en clave de aceptación
amorosa con los demás, en especial con los padres y las personas de mayor intimidad, son
clave para que este proceso llegue a término de forma adecuada (cf. BOTTURI, 2013).
La identidad sexual es, en este sentido completo, una realidad dada y al mismo tiem-
po una realidad que se desarrolla personalmente. No es que la persona decida ser una
persona distinta de quién es desde el principio, sino que tiene que crecer en la percepción,
aceptación, identificación y cultivo de sí en su propia identidad, y esto es un “proceso
dramático” (BOTTURI) en el que puede haber elementos que ayuden y también aspectos
que dificulten el proceso. Especialmente los varones tienen un proceso más complejo
de percepción e identificación de su identidad masculina, ya que la primera persona de
referencia (la madre) no es la persona con la que se realiza el proceso de identificación.
La ausencia del padre, o una relación de no acepción, distancia o falta de reconocimiento
emotivo puede dificultar un proceso de por sí más delicado que el femenino (cf. DI PIE-
TRO, 2005).
En este punto se ve con claridad que el tema de la diferencia entre varón y mujer,
pone en juego la visión del ser mismo, de lo que significa realmente ser hombres, sostiene
Bernheim. La famosa frase de Simone de Beauvoir: «Mujer no se nace, se hace» inspira el
fundamento de la teoría de «gender» (género) como una nueva filosofía de la sexualidad.
166
Esta duda y desconfianza respecto a todo vínculo procede de una errónea compren-
sión de la libertad y la autorrealización, como hemos visto. También resulta un enigma
para el hombre dar valor al sufrimiento que esto pueda conllevar. Está claro que una
consecuencia de este planteamiento es que la persona queda encerrada en sí misma y, en
última instancia, conserva el propio «yo» para sí mismo. ¿Es esto lo que cada ser huma-
no desea? ¿Es este su verdadero ser? El hombre sólo logra ser él mismo en la entrega de
sí mismo, y sólo abriéndose al otro, a los otros, a los hijos, a la familia; sólo dejándose
plasmar en el sufrimiento, descubre la amplitud de ser persona humana. Con el rechazo
de estos lazos desaparecen también las figuras fundamentales de la existencia humana: el
padre, la madre, el hijo; decaen dimensiones esenciales de la experiencia de ser persona
humana (cf. ibid.).
167
168
Ante este concepto de familia natural se alega hoy que defenderlo atenta contra la
igualdad y la libertad de cada uno. Se supone que las afirmaciones precedentes atentan
contra la igualdad de todas las personas, el valor de todas las relaciones y la libertad para
establecer comunidades de personas como uno quiera. No se niega el principio de igual-
dad al tratar de forma diferente a las distintas formas de relación humana, como se trata
de forma diferente a cada persona. Tampoco se ataca la igualdad al negarla como valor
supremo. El principio de igualdad tiene como objetivo ayudarnos a poner los medios
razonables para promover el bien común y el florecimiento de todas las personas en una
comunidad. Pero eso requiere diferentes personas desempeñando diversidad de tareas, y
por tanto distintos deberes y derechos, exige distintos papeles y responsabilidades. Esto
no atenta contra la igual dignidad y la igualdad de derechos básicos.
Para concluir, digamos unas palabras de conclusión sobre las responsabilidades pro-
pias de la familia, esa comunidad de vida y de amor.
La responsabilidad educativa de los hijos es por naturaleza una tarea de los padres.
De hecho, educar se define como completar la generación de la persona. Si los padres han
sido los que han procreado, son ellos los más indicados para continuar y completar esta
tarea.
proteger, guiar y exigir a sus hijos para favorecer su propio desarrollo como personas, en
un ambiente donde ellos son aceptados y queridos por sí mismos. La mujer, capaz de dar
más, tiene la vocación de esposa y madre, en la que es insustituible: “Custodiar, prote-
ger, conservar, nutrir, alimentar, favorecer, ayudar al crecimiento: ésta es su exigencia
natural y sustancialmente materna. […] Esta disposición capacita a la mujer para ser
protectora y educadora no sólo de sus propios hijos, sino que se sirve de esa actitud fun-
damental con su esposo y con todos los seres que están en su entorno”. (STEIN, 1998)
170
Resumen
171
Unidad
didáctica
Necesidades
7
y deseos.
Sentido de la vida
y trascendencia
La muerte de Sócrates (JACQUES L. DAVID, 1787)
ANTROPOLOGÍA
Índice
Resumen............................................................................................ 203
175
Objetivos
• Presentar la íntima comunión que existe entre el dar respuesta al sentido de nuestra
vida y descubrir el camino hacia la felicidad.
• Replantear –en este contexto del sentido- la antigua cuestión sobre la inmortalidad
del alma, pues si todo acaba en la muerte, ¿para qué vivir?
176
7.1. Introducción
Hasta aquí nos hemos venido ocupando de la persona con toda su riqueza interior y
exterior, de sus cualidades, características y dimensiones, intentando dar, con todo ello,
respuesta a la pregunta clásica antropológica: ¿quién soy yo?. Ahora nos toca afrontar y
buscar respuestas a las preguntas, también clásicas: ¿de dónde vengo?, ¿a dónde voy?,
¿cuál es el sentido de mi vida? Esto es, afrontamos la tarea de ahondar en los deseos y
necesidades del ser humano –que apuntan hacia la felicidad–, y la cuestión del sentido
de la existencia personal, así como la posibilidad de la vida más allá de la muerte y la
existencia de Dios.
Para poner un poco de orden a todas estas cuestiones últimas, y de tanta importancia
para el hombre de todos los tiempos, comenzaremos poniendo de relieve la importancia
que tiene el deseo de felicidad en la vida de todo ser humano, ya que actúa como motor
para sus fines.
Por último, buscaremos respuestas acerca del sentido último de la vida, si hay algo
más después de la muerte, y plantearemos el hecho de si buscar respuestas a la pregunta
por Dios no es algo constitutivamente humano. Revitalizaremos así la pregunta actual-
mente silenciada, e intentaremos buscar respuestas conscientes a tamaña cuestión.
177
7.2.1. La felicidad
La búsqueda de la vida dichosa es la única meta que los seres humanos no eligen,
está inscrita naturalmente en nuestro ser, como enseña Aristóteles. Todo ser humano de-
sea la felicidad, aunque cada uno tiene muy distintas opiniones acerca de dónde o si es
posible encontrarla. Esta constante humana, necesariamente, es y ha sido una cuestión de
la que se ha ocupado la filosofía desde los griegos hasta nuestros días. La relevancia de la
pregunta por la vida lograda no impide que, de hecho, para muchos se trate de una utopía
irrealizable más que de algo posible, pues la ética –y en los planteamientos materialistas,
otras ciencias humanas– siguen sin resolver el enigma del “elixir de la vida dichosa”.
¿Tendrá razón el budismo, que propone apagar todos nuestros deseos, pues carecen de
objeto y no se pueden satisfacer, como lo único que, al menos, podría hacernos vivir en
paz? ¿Acaso no conocemos personas verdaderamente felices, en este valle de lágrimas?
¿No será que equivocamos demasiado, y que nadie aprende en cabeza ajena, el camino
hacia la vida lograda? ¿Que no comprendemos bien nuestros propios deseos?
Debemos plantearnos pues ¿qué significa exactamente ser felices? Más aún: ¿la feli-
cidad es el fin que debemos buscar, o más bien la consecuencia de un modo de vivir –de
la vida buena como pensaba Sócrates–? Y en ese último caso ¿en qué consiste entonces la
vida buena (no la buena vida) que nos hace felices?
Kant supuso que la felicidad era en efecto la recompensa por haberse hecho digno
de merecerla, es decir, el efecto o la consecuencia de una vida lograda. La vida lograda
o vida buena es la vida vivida moralmente bien. Según este filósofo alemán, la felicidad
nunca se alcanzaría si la buscamos expresamente, si es el objeto de nuestro deseo –de esa
manera nunca se encuentra–, sino el efecto que tiene procurar obrar bien. Ya antes Sto.
Tomás había distinguido, como vimos, tres tipos de actos del apetito: el deseo de un bien,
la realización y, cuando este bien es ya poseído, el gozo (o si se quiere placer). Gozar o
sentir placer en el vacío, sin hacer trabajado y alcanzado ningún bien, es sencillamente
imposible: el placer no se tiene a sí mismo como causa, sino algo distinto de él.
La respuesta kantiana parece no haber satisfecho a los espíritus, y con razón, pues
Kant deja al margen de la vida moral buena parte de la vida y los intereses del ser humano,
todo el mundo emotivo queda relegado al ámbito sin valor de lo irracional y no moral. La
reacción tras él era previsible: el Romanticismo, que cree como Kant en que lo emotivo
178
De otro, resulta que cuanto más pensamos y procuramos saciar el deseo, más
parece alejarse la felicidad de nosotros; en cambio cuanto más nos olvidamos de
él y de lo que sentimos para ocuparnos del bien de los demás, mayor es nuestra
plenitud interior.
Decíamos antes que el hombre comprende mal sus deseos. Confundimos unos de-
seos con otros. En primer lugar, no distinguimos ya deseo de necesidad. Creemos que la
satisfacción de las necesidades materiales (sean básicas o vayan más allá) basta para tener
contento (pleno, lleno en sentido etimológico) al ser humano. ¿Son esos los objetos de
todos nuestros deseos? Abilio de Gregorio (2013) reflexiona sobre esta falta de claridad
acerca de lo que el hombre necesita, por un lado, y lo que desea, por otro, y para ello pro-
pone volver a ver al hombre en su integridad. El ser humano tiene múltiples dimensiones,
es un ser bio-psico-socio-espiritual, manifestándose, además, que esta última dimensión
trascendente es la que puede unificar y dar sentido a todas las demás (en ella nos deten-
dremos en apartados posteriores).
179
El equilibrio entre las tres dimensiones daría lugar a una homeostasis personal (pla-
cer, alegría y felicidad), y por lo tanto, se llegaría a una vida lograda que –usando una
imagen geométrica– aglutinaría una vida larga (lo biológico), una vida ancha (lo psicoló-
gico) y una vida profunda (lo espiritual). Ahora bien, como ha mostrado magistralmente
Viktor Frankl, la necesidad más fundamentalmente humana y más importante para la vida
como hombre es la espiritual. En contra de una visión del hombre casi materialista como
la que puede deducirse de la pirámide de necesidades de Maslow, en cuya base estarían
siempre las básicas (biológicas) y sobre esas se construye, De Gregorio añade que este
orden, el ordinario ciertamente, no es siempre así, y pensando en esa necesidad de sentido
cita a Irving Thompson, autor citado asimismo por Frankl: “Los seres humanos no son
objetos que existan como las sillas o las mesas; tienen vida, y si les llega a parecer que
sus vidas están reducidas a la mera existencia de una silla o de una mesa, se suicidan”
(2013). Una persona con una vida físicamente placentera e incluso alegre, puede sentirse
tentada de considerar que su vida es un asco, porque no ha descubierto aún si tiene sentido
vivir.
Una segunda paradoja a constatar es que nuestro deseo, siendo finito, aspira a
lo infinito. Alguien podría objetarnos: ¿cómo o por qué se afirma esa infinitud?
Hay tres hechos, al menos, de nuestra experiencia cotidiana que así lo reflejan.
Los enumeramos y ponemos un sencillo ejemplo para ilustrarlo.
180
– Puesto que no puedes encontrar lo que deseas, desea sólo lo que puedes en-
contrar. Sería la respuesta del consumismo, hedonismo (emparentado con el
budismo). Esta opción propone la medianía, la mediocridad.
Ninguna de estas respuestas soluciona la paradoja del deseo humano, más bien con-
sidera que es absurdo, incomprensible, irresoluble. Sólo una respuesta podría dar luz a
esta paradoja: si lo eterno pudiera entrar en el tiempo, si lo infinito viniera al mundo de
las cosas finitas, si existiera una manera de estar unidas las personas en que libertad y po-
sesión se den al mismo tiempo, que se llama amor (no de necesidad, como en los griegos,
sino de donación). Sólo en él podrían coincidir la máxima necesidad y la máxima libertad,
sólo dándose uno realmente se puede poseer al otro sin perderle. Las más altas expresio-
nes del pensamiento racional de la Antigüedad, Sócrates, Platón y Aristóteles, pensaron
que era preciso morir para alcanzar el objeto de la felicidad, porque lo que el hombre
quiere es el mismo modo de vida de los dioses, y Sócrates murió sostenido por esa fe. ¿Es 181
esa la última respuesta, la única positiva que puede darse al deseo de la felicidad: que aquí
no, sino sólo en la vida después de la muerte? No es, por cierto, esa la respuesta del Cris-
tianismo. Pero tenemos que esperar hasta más adelante para conocer cuál es su respuesta.
Tal como lo habían comprendido los griegos, incluso filósofos ateos intuyeron per-
fectamente que el deseo de la felicidad apunta a algo divino: eterno, infinito, bien y be-
lleza en el amor. El ateo Sartre, precisamente por negar la existencia de Dios, acaba es-
cribiendo en su obra El ser y la nada que “el hombre es una pasión inútil”. Y Nietzsche,
no menos ateo, en una de sus lúcidas frases sostiene: “[…] que yo os abra a vosotros,
amigos, completamente mi corazón, si hubiese dioses, ¿cómo soportaría no ser un Dios?
Por tanto no existen dioses”. (Así hablaba Zaratustra)
Una tercera paradoja, la última que en estas líneas vamos a consignar, sería la
aparente incompatibilidad entre el deseo infinito de felicidad – en esta vida – y
la existencia del sufrimiento y la muerte. De esto hablaremos en un apartado
independiente.
La pregunta por el sentido de la vida, como dijimos, es la más urgente necesidad del
hombre, como observa De Gregorio, aunque claro está que el hombre tiene necesidades
mucho más simples (biológicas e incluso psicológicas). La más importante, y que da
182
unidad a todas ellas, es la trascendente o de sentido. Es también Frankl el que afirma que
quien tiene un porqué para vivir, es capaz de soportar cualquier como. Pero ¿qué bienes
o valores satisfacen la necesidad de sentido? Viktor Frankl consideraba que son tres los
elementos capaces de dotar de sentido a la existencia humana: la obra bien hecha, el amor
y la trascendencia. Para De Gregorio (2013) existen más opciones. Por un lado indica
que todo sentido es transitivo o trascendente, va más allá de sí por definición. “Es más:
cuanto más trascendente es el referente desde el cual se encuentra sentido a la existencia
humana, de más sentido la dota y, por ello, más la plenifica”. Entre estos bienes que valen
y perviven más allá de la persona misma y sus vivencias se encontrarían:
Las tendencias creativas e iniciadoras (el deseo de colaborar, con la obra bien
hecha, en la construcción de un mundo mejor).
Las tendencias religiosas (que manifiestan el hambre, la sed del hombre de au-
totrascenderse, amar y alcanzar lo Absoluto).
Casi todas estas “fuentes de sentido” han ido saliendo al hilo de los anteriores capí-
tulos. Toca ahora abordar las tendencias religiosas en este capítulo final, como la opción
para nuestra razón que hace que el mundo entero sea lógico. Lo veremos en el último
apartado.
Y si nuestro destino es morir, ¿por qué y para qué vivir? Si concebimos la vida
humana como realidad meramente física, intramundana, de tejas para abajo,
la meta de la autoperfección natural resulta realmente absurda, puesto que el
dolor y la muerte son inevitables. Hasta la obra bien hecha, o el amor perderían
su valor si acabaran con la muerte. La conservación de la vida física se haría
una meta que llevaría a sacrificar todo los demás valores, morales, solidarios,
religiosos. Nuestro deseo de eternidad para todo lo que amamos, ¿no sería una
pasión inútil?
que le resulta muy útil para la vida, ya que nos hace huir de aquello que resulta ser una
amenaza. Sin embargo, afirma Spaemann (2010) que: “El dolor deviene en sufrimiento
cuando se hace autónomo, cuando manifiesta un debilitamiento de la vida contra el cual
soy impotente; o bien cuando alcanza una intensidad que ya no tiene proporción alguna
con su función de alarma”. El sufrimiento, de este modo, sería más amplio que el dolor,
yendo más allá de la afectación física e implicando las dimensiones psicológica- social e
incluso espiritual o de sentido. En ambos casos, dolor y sufrimiento son respuestas que se
provocan en el hombre ante la presencia y experiencia del mal, esto es, ante la ausencia
de algún bien (recordemos que al haber distintos tipos de bienes, también habrá distintos
tipos de males, y de dolores y sufrimientos ocasionados por ellos).
Pero, ¿existe una frontera clara entre dolor y bienestar, entre sufrir y no sufrir? Real-
mente parece que no, porque nunca estamos contentos, al cien por cien, con lo que somos,
fuimos o seremos, siempre hay una brizna –por pequeña que sea– que empaña nuestro
“gozar”. Ahora bien, siendo difícil precisar esta frontera, sí que se puede determinar,
con claridad, la existencia de diferentes grados y niveles de dolor y de sufrimiento. Por
ejemplo, ante un dolor físico moderado, como puede ser el sentimiento del hambre que
indica que va siendo la hora de comer, identificamos como muy diverso el sufrimiento
que experimenta aquel que sabe que en unos minutos, o en unas horas, va a “tener algo
que echarse a la boca”; del que sabe que no tiene nada en absoluto. En el primero de los
casos, dicho hambre no supone un gran sufrimiento. En cambio, sí que lo es para quien
no tiene con qué alimentarse.
En relación a esta última cuestión, es interesante constatar la existencia –en el ser hu-
mano– del miedo a sufrir. Este miedo conlleva ya en sí sufrimiento, aunque el sufrimiento
por el que temo todavía no esté presente. Así, el miedo por el sufrimiento futuro hace que
aumente mi dolor, mi sufrimiento, ya en este momento. Pensemos simplemente en el mie-
do que tenemos ante nuestras inseguridades: quedarnos sin trabajo, no tener lo necesario
para llevar una vida digna, etc. Esto es, una perspectiva negativa de futuro (de la que sólo
puede ser consciente el ser humano) conlleva en sí, ya, un aumento de sufrimiento actual.
Por todo ello vamos constatando que el sufrimiento es más amplio que el dolor, ya
que el sufrimiento conlleva, de alguna forma, la toma de conciencia de que existe algo
que se nos escapa, o a lo que no podemos darle un sentido…
Para ayudarnos a dar respuesta a la pregunta del porqué y del para qué del dolor y
sufrimiento, ofrecemos a continuación una breve síntesis, propuesta por Spaemann, de las
diferentes interpretaciones que en la historia del pensamiento se han dado.
185
En cuanto al momento histórico en el que nos encontramos, resulta claro que bus-
camos evitar el dolor (y la muerte) por todos los medios posibles y disponibles. No se
dota de ningún sentido a ambos hechos inevitables y, por tanto, es imperioso vivir como
si no existieran, o huyendo de ellos lo más lejos posible. Curiosamente, mientras en la
mayor parte de los países occidentales observamos que vivimos con más comodidades
que nunca y lo más alejados posible de la realidad del sufrimiento y dolor, sin embargo
–o quizás por ello– la sensación de insatisfacción y la poca capacidad ante las pequeñas
frustraciones, han crecido exponencialmente.
a) Materialismo
Se trata de una opción vital que propone la visión del sufrimiento como un he-
cho natural y, por lo tanto necesario, ante el que no cabría plantearse si posee
un sentido determinado (somos sólo materia, no hay un porqué ni para qué). Si
bien, algunas expresiones del materialismo encontrarían una especie de sentido
en el obrar humano a favor de los demás, y en la resignación para aceptarlo.
b) Estoicismo
Epicteto, Séneca –entre otros– darían buena cuenta de cómo aceptar aquello que
no se puede modificar (como el sufrimiento) para, de algún modo, no contar
con la existencia de nada verdaderamente adverso para el ser humano, teniendo
186
c) El budismo
Es una doctrina cuya máxima aspiración sería anular el deseo, la voluntad pro-
pia. Un buen heredero que se hace eco de este planteamiento lo encontramos
en Schopenhauer. Se trataría de alcanzar la supresión del yo como origen de la
voluntad libre y llena de deseos, pues sin ellos, no habría insatisfacciones y por
tanto no habría sufrimientos.
d) El Cristianismo
Algunas fuentes de sentido para el sufrimiento –en esta línea del pensamiento clásico
y cristiano– serían:
1. Algunos sufrimientos tienen valor de medio, son útiles: ciertas renuncias y sa-
crificios son el precio para alcanzar otros bienes (estudios, preparación física,
renuncia a gastos, etc.)
Para completar estas reflexiones, puede dar luz recordar la distinción de la Escuela
acerca de los tipos de males que podemos reconocer. El mal, filosóficamente, se define
como la ausencia de un bien. El bien sería el ser completo, pleno, y el mal una falta que
hace al ser incompleto, es como una grieta, un vacío en las realidades, que sin eso serían
perfectas. Cuando lo que falta es algo que esa realidad debería tenerlo, se habla de priva-
ción, si le falta una cualidad o perfección que no tendría por qué tener (por su naturaleza),
se habla de mera negación. P.ej. la ceguera en el hombre sería un mal en el primer sentido,
en un árbol en el segundo sentido.
1. Mal de naturaleza (o mal físico): son aquellos sufrimientos y daños que vienen
dados por la ley natural, que son requeridos para la conservación misma de las
cosas (no hay vida sin algún tipo de muerte, los ecosistemas presuponen que
unos seres se sacrifican por otros, los desastres naturales son parte del equilibrio
para el mantenimiento del todo, etc.). Estos males no pueden no darse en nues-
tro mundo.
2. Mal de culpa (o mal moral): son aquellas acciones realizadas libremente por el
hombre que carecen de bondad y que el hombre podría, por ser libre, no haber
realizado. Este tipo de mal no es necesario, ya que es causado culpablemente
por los hombres (cf. GREDT, 1961).
El sentido de los males de naturaleza (podrían incluirse ahí los daños físicos, muerte,
etc.) viene dado por el orden de las cosas, que no pueden existir de otra manera. El mal de
culpa es el que suscita los mayores interrogantes, porque es un mal evitable, no necesarios
para el mundo. La pregunta por el sentido del mal de culpa nos remite, directamente, a la
cuestión de Dios (como Creador y Gobernador del mundo), ya que plantea la cuestión de
si 1) es Omnisciente (lo sabe todo); 2) Todopoderoso (lo puede todo) y 3) Bondad infinita.
San Agustín y la tradición cristiana han desarrollado las respuestas que aquí sólo
esbozamos: en primer lugar, Dios es lo bastante bueno y lo bastante poderoso para sacar
bienes incluso de los males. Segundo, Dios no permitiría aquellos males de los que no pu-
diera sacar un bien; Dios permite el mal porque respeta la libertad del hombre que quiere
introducirlo en el mundo (y con él tantos sufrimientos), y en razón de bienes superiores
que puede sacar de ellos, entre ellos la libertad y el amor (es decir, Dios no quiere nunca el
mal, y si lo permite, sin haberlo causado Él, es de forma condicionada, en cuanto de ellos
pueda sacarse algo bueno). Concluye el santo que para Dios es más valioso un mundo con
seres libres que un mundo donde no haya males morales.
188
Ante esta triple alternativa, la actitud más frecuente en nuestro mundo occidental
parece ser la primera, esto es, evitar las cuestiones sobre la muerte –tema tabú–, y cuando
llega, ocultarla, maquillarla o distanciarla lo más posible de nosotros e incluso del que se
va a morir. Esta actitud contemporánea, sometida a la reflexión crítica, se manifiesta –a
pesar de su popularidad– como la más inconsciente e inhumana, pues: ¿teniendo la pre-
gunta abierta ante nosotros (somos seres humanos, con conciencia de ella –a diferencia
de los animales–), se resuelve o cierra dicha cuestión ignorándola o haciendo caso omiso?
El ignorarla u obviarla, ¿satisface el deseo de respuesta que, íntima y constantemente,
bombardea nuestra conciencia? Creemos que no.
Nos preguntamos, por tanto, de forma clara y consciente, por la muerte, ese hecho
inevitable en nuestra vida humana y que, en principio, pone fin a la misma –el diccionario
de la Real Academia de la Lengua Española la define, así, en su primera acepción, como
“cesación o término de la vida”–. De hecho, y bajo esta concepción o primera respuesta
posible al hecho de la muerte –qué es y qué supone, a lo que respondería: “todo se acaba
con ella”– podemos entender la tercera actitud arriba anotada, la de aquellos que, por no
encontrar un sentido a su vida, quieren ponerle fin con la muerte. Ahora bien, ¿y si la
muerte no fuera el final de la vida, sino, un momento más de nuestra existencia? Y, ¿si
hubiera vida después de la muerte?
Así, nos enfrentamos ya, cara a cara –aunque sólo de forma teórica, pues no tendre-
mos respuestas finales y definitivas hasta que nosotros mismos experimentemos, cara a
cara, ese encuentro o vacío–, con el hecho de morir.
189
El ser humano, como racional, no puede, en primer lugar, dejar de tener con-
ciencia de este hecho biológico (apareciendo, así, como hecho o dato espiritual
la conciencia de la muerte) y, en segundo lugar, (no puede) dejar de buscar la
racionalidad, el sentido o el logos a ese dato inevitable. Nuestra dimensión espi-
ritual y trascendente, la que busca el sentido a la vida, busca también el sentido a
la muerte como parte de ella y, sin la cual, la vida misma no se puede compren-
der en profundidad. Así, la experiencia de valorar y disfrutar de cada momento
de la vida como algo único e irrepetible, se produce, precisamente, por tener
conciencia de nuestra muerte. Parece que la vida toma más sentido, más valor y
más fuerza en la consideración de su posible término.
Pues bien, afrontemos entonces, de forma consciente y cabal, las dos preguntas que,
íntimamente relacionadas al hecho de morir, se nos plantean con más frecuencia: ¿es la
muerte el final de la existencia?; y, en relación íntima a ella: ¿es –o puede ser– el alma
humana inmortal?
Sabemos que, al morir, la persona deja de ser la que era. Su cuerpo yace sin vida, y la
persona (como antes la describíamos –unión sustancial de cuerpo y alma–) deja de estar.
La presencia del cadáver nos muestra una realidad humana que ha dejado de realizar sus
funciones vitales. Como es natural, ante la presencia de un cuerpo cadavérico –ante el mal
de la muerte–, la respuesta humana (se tenga la explicación posterior que se tenga) es la
de rechazo o aversión.
190
Ahora bien, algunas posturas filosóficas –como también al principio del manual he-
mos mencionado al hablar de las diferentes concepciones de la persona–, niegan que
la realidad humana sea esa unión sustancial entre cuerpo y alma, y sostienen que el ser
humano es, meramente, un ser corporal (materialismo). En esta medida, y bajo esta com-
prensión de la humanidad, en efecto la muerte sería el final de la vida (el cese de nuestras
funciones corporales)…
Ante esta postura o respuesta primera, es la propia teoría materialista la que encuen-
tra graves problemas para explicar un sinfín de fenómenos humanos (la conciencia, el
amor, el perdón, la libertad, la felicidad… –todos ellos son negados por aquella–), y entre
estos fenómenos, es incapaz de responder a algunos que ocurren ante la muerte: ¿por qué
no queremos morir? ¿Por qué deseamos que nuestros seres queridos vivan para siempre?
Así, y de la misma forma que el materialismo niega el sentido de la vida humana, niega
el sentido de la muerte. De hecho, lo que niega es la misma pregunta por el sentido, cree
no tener la necesidad de responderla (pues somos materia).
Otra opción posible, muy en relación a la anterior –pero con matices distintos–, es
pensar que nacemos simplemente para morir. Es decir, que con la muerte se termina todo,
y que ese es el fin, precisamente, para el que hemos nacido: desaparecer. Esta opción,
más bien nihilista, podría llevar a la frustración radical de los individuos. No podemos
detenernos en ella, pero plantea, sin más, el sinsentido de la existencia.
Ante esta forma de entender y explicar la muerte (no como el final total de la exis-
tencia, sino como una nueva forma de existir), surgen nuevas preguntas en torno: ¿cómo
el alma puede ser inmortal?, o ¿puede el alma humana vivir sin su cuerpo?, o ¿deja, en-
tonces, el ser humano de ser “humano”?... Las respuestas que se ofertan a estas preguntas
son muy diversas. Esto es, en función del autor o escuela filosófica con quien nos entre-
vistemos –en esta línea de aceptación del alma humana y según su concepción última de
lo que es el ser humano (visto en el capítulo 1)–, encontraremos respuestas bien distintas
entre los autores más citados aquí y tantos otros. No es posible (por lo extenso y dificul-
toso de este cometido) adentrarnos ahora en todas ellas. Solamente aportamos algunas
reflexiones en torno a la primera pregunta –¿cómo el alma puede ser inmortal?– por la
importancia que tiene su respuesta y la casi total unanimidad que encuentra entre todos
los citados autores.
191
Pues bien, partiendo del hecho de que el alma exista (véanse, de nuevo, todas las
evidencias que, en torno, hemos mostrado en el capítulo segundo), cabe preguntarse: ¿el
alma humana muere con el cuerpo o, más bien, pervive a esta muerte? ¿Es, entonces,
inmortal?
Platón recoge en uno de sus diálogos un argumento que reproducimos por su senci-
llez y claridad, en favor de la inmortalidad del alma:
– Sólo lo que tiene partes puede ser dividido (descompuesto), que es en lo que
consiste la destrucción del “todo” como tal.
Ahora bien, aunque estas respuestas que la filosofía y la razón pueden ir mostrán-
donos y ofreciéndonos sobre las cuestiones últimas de nuestra existencia, pueden ser
bastante enjundiosas y algunas muy convincentes, el ser humano, por una parte, se siente
insatisfecho con ellas (querría tener más conocimientos y más certezas). Por otra parte, la
falta de razones concluyentes, de evidencias le obliga a tener que elegir, que optar por una
respuesta u otra de las posibles. Ante la gran pregunta, está obligado a tomar una decisión:
fiarse o no de lo que parece racional: o se sostiene que el origen de todo es el Logos, la
razón, el sentido, Dios, o se sostiene que es la nada, el absurdo, el azar. El ser humano es,
constitutivamente, un ser abocado a la trascendencia, pudiendo ser la respuesta que se dé
de un signo u otro, pero obligado a dar ese salto en el aparente vacío. No cabe sustraerse
a la fe, como expresa magistralmente Ratzinger en este texto:
192
“[…] la situación del hombre de hoy ante la cuestión de Dios. Nadie puede
poner a Dios y su reino encima de la mesa, y el creyente por supuesto tampoco. El
que no cree puede sentirse seguro en su incredulidad, pero siempre le atormenta la
sospecha de que “quizá sea verdad”. El “quizá” es siempre una tentación ineludi-
ble a la que nadie puede sustraerse; al rechazarla, se da uno cuenta de que la fe no
puede rechazarse. Digámoslo de otro modo: tanto el creyente como el no-creyente
participan a su modo en la duda y en la fe […]. Para uno la fe estará presente a pe-
sar de la duda, para el otro mediante la duda o en forma de duda”. (RATZINGER,
2007, p. 45)
193
La pregunta, así, por la trascendencia, por aquello que está más allá de nosotros,
pero que –por estar fuera de nosotros– puede sostenerlo y fundamentarlo –darle (o no)
una razón y sentido de existir–, es una pregunta esencialmente humana a la que quere-
mos y buscamos dar respuesta (consciente o inconscientemente –como luego veremos
brevemente–). Ahora bien, no todos los saberes, ni por todos los caminos o métodos del
conocer humano, se puede llegar hasta la meta (darle una respuesta cabal); de la misma
forma que –sirva como ejemplo– no todos “los autobuses o caminos llevan a Roma”. El
saber o método a elegir debe estar, por tanto, en correspondencia con el objeto (de cono-
cimiento) a alcanzar, en este nuestro caso, la cuestión del por qué, del sentido, la razón y
la inmaterialidad (lo meta-físico). Detengámonos, por su importancia (y ante la confusión
actual reinante), en discernir y señalar qué tipo de ciencia o saber es, entonces, el que
puede ayudarnos.
Pues bien, si las ciencias empíricas –en las que nuestro mundo occidental tanto con-
fía– no pueden dar respuestas a estas preguntas, ¿deberemos renunciar a ellas? ¡En ab-
soluto! De la misma forma que para comprender de forma completa y profunda al ser
humano hemos echado mano de la razón –antropología filosófica–, de la misma forma,
194
Pues bien, en el ámbito del discurso racional podemos llegar a conocer, al menos,
dos verdades en torno al sentido, origen y finalidad última de la existencia humana que,
si bien nos son insuficientes, sí que pueden orientarnos y espolearnos en esta búsqueda:
La primera de estas certezas gira en torno a la pregunta misma por el sentido del
universo y del hombre mismo (la pregunta por el logos –o Dios filosófico-). Así,
se nos presenta una disyuntiva excluyente:
O bien somos frutos de la sinrazón, del caos, del azar, y estamos, por tanto,
abocados al absurdo y a la nada.
No hay opción intermedia posible, no hay opción al “sí, pero no”. El mismo principio
de no contradicción –en el que se sustenta nuestra propia razón– nos lo impone.
De este modo, y ante estas primeras certezas que nos ofrece la razón, nos encontra-
mos –frente a frente– con la disyuntiva excluyente e irrenunciable: a favor o en contra
de la existencia del sentido. En consecuencia, resta que afrontemos racionalmente esta
disyuntiva. Es lo que intentamos hacer en el siguiente apartado, “hasta donde la razón
alcance”. 195
“Quien busca la verdad, busca a Dios, sea de ello consciente o no”. (STEIN)
Es necesario precisar aquí, por si acaso todavía no estuviera claro y antes de seguir
adelante, que estas cuestiones racionales y filosóficas sobre el sentido, origen y fin del
universo, son las cuestiones mismas acerca de la existencia de Dios, entendido éste, de
momento, como el “Dios de los filósofos”. No planteamos aquí ahora la cuestión sobre
los atributos concretos (y personales) de ese Dios racional (como autor racional –Logos–
del universo), ni siquiera la posibilidad (o no) de entrar en relación con él, por el hecho
de que es una Persona (de ello hablaremos muy brevemente en nuestro último apartado).
Abordemos, sin más, nuestra disyuntiva racional.
Por un lado, nos encontramos con la posibilidad del sinsentido, esto es, con la ausen-
cia de una razón, orden o logos en el comienzo, desarrollo y fin del universo y de nuestras
propias vidas. En efecto, ante el ser humano se plantea esta posibilidad como plausible,
ya que hay numerosos hechos de nuestra existencia que se manifiestan (al menos apa-
rentemente) como absurdos o azarosos. Ante lo incomprensible de la existencia del mal,
físico y moral, ante el sufrimiento, el dolor y la muerte, ¿no resulta casi una necesidad
reconocer el absurdo como principio y “razón” de estas experiencias? En apariencia, esta
primera alternativa se muestra como muy razonable, pero veamos los dos principales
inconvenientes que encierra y acarrea.
Por una parte, y ante los demás hechos y leyes del universo –más frecuentes y abun-
dantes que los absurdos (el bien, la belleza, la naturaleza, el orden físico- natural, las leyes
orgánicas de los seres, el placer y la alegría, el gozo y la felicidad, etc.)– la propuesta
del sinsentido se manifiesta ella misma como absurda. Esto es, la hipótesis que sostiene
que del azar o del acaso surge el orden y la perfección (física, matemática, literaria, mu-
sical…), se nos manifiesta como ilógica o, cuando menos, muy, muy, muy improbable.
Así, podemos constatar que si bien la probabilidad de que lanzando las letras del abece-
dario al aire surja el Quijote es ínfima (este mismo manual reclama “su autor”), ¡cuánto
más pequeña será la probabilidad de que eso mismo haya ocurrido con todo el universo
y, que además, se mantenga constante!... La fe, así, que exige de nosotros la explicación
del mundo como azarosa, es mucho mayor a la fe que se exige a la explicación racional
o de autoría.
Por otra parte nos encontramos con el inconveniente, y este es todavía mayor al
anterior, de que no se puede sostener y argumentar racionalmente que lo irracional sea el
origen y el fin de todo. Pero, ¿por qué no? –nos diría rápidamente alguien que se encuen-
tre en esta opción vital–. Porque si se rechaza a la razón como punto de partida (y como
generadora y comprensora de sentido –que es por lo que apuesta esta alternativa prime-
ra–), ¿con qué instrumento, o en base a qué, estamos afirmando esta ausencia de razón?,
¿no nos estaremos apoyando en la misma confianza y ejercicio de nuestra razón, para
196
alcanzar el conocimiento de que “no hay razón”? ¿No estamos afirmando implícitamente
(la presencia de, al menos, “mi razón” que puede conocer la “sin razón”), lo que a conti-
nuación negamos explícitamente (al afirmar el sinsentido como origen y fin de todo)? El
hecho mismo de que nosotros podamos captar algo como absurdo (o irracional) supone
la existencia de nuestro ser racional que lo capta. El mismo hecho de que pidamos el por-
qué, y que busquemos razones a este gran inconveniente que se nos acaba de presentar, es
manifestación tozuda de la racionalidad. En pocas palabras, la postura irracional se puede
intentar vivir, pero no justificarla…
Nos encontramos, entonces, ante la segunda posibilidad que nos ofrece la disyuntiva
excluyente, es decir, nos encontramos ante la apuesta por el sentido o razón primera. Son
diversas las pruebas que se han utilizado para mostrar lo razonable de este orden, logos o
sentido como inicio y fin de todo; esto es, son diversos los caminos utilizados para probar
la existencia racional de Dios. Remarquemos, “probar o mostrar”, que no “demostrar” (no
podemos detenernos en deslindar estos matices terminológicos, pero al menos es impor-
tante llamar la atención sobre ellos).
Recogemos, de forma enumerativa, las cinco vías tomistas (s. XIII) para el reconoci-
miento (o mostración) de la existencia divina, que beben directamente –son una reactua-
lización– de los argumentos aristotélicos (s. IV a.C.). Ambos partiendo de la experiencia
observable, se remontan hacia atrás en la cadena causal.
1. El movimiento: es un hecho que todo lo que se mueve, es movido por algo, o por
otro o diferente de sí mismo; y como la serie de motores existentes no puede se-
guir indefinidamente así (porque no existiría, entonces, el movimiento actual),
debe haber un primer motor que no sea movido por nada: De ello se sigue la
existencia del Motor Inmóvil, Dios.
2. La serie de causas eficientes: se trata de que no hay nada que sea la causa de
su propio ser y, como no podemos estar buscando antecedentes causales inde-
finidamente, deberá existir una causa eficiente primera: Esa Causa Incausada
podría ser idéntica a Dios.
3. Los seres contingentes: debido a que los seres que existen no tienen el principio
de su existencia en sí mismos, no es posible que su causa o su necesidad remita
indefinidamente a otros seres contingentes anteriores a ellos, por lo que debería
existir algún ser absolutamente necesario: De ahí se concluye la existencia del
Ser Necesario, que sería Dios.
5. El orden o la finalidad del universo: como las cosas que carecen de conocimien-
to solo pueden tender hacia algún fin si alguien que sí entiende (tiene razón) las 197
Hasta aquí la riqueza de la reflexión puramente racional. De entre los resultados a los
que hemos podido llegar merece la pena reseñar:
Llegados a este punto, donde lo más razonable parece ser la apuesta por el orden-sen-
tido-logos (Dios racional), ¿cómo caminar en el conocimiento, ya no meramente teórico,
o incluso hipotético, de su existencia y esencia? Si realmente ese Dios existe, ¿cómo es?
¿cómo debo relacionarme con él?... La razón, la filosofía, empieza a tocar aquí con sus
límites, y es donde ella misma nos presenta (nos lo señala con su dedo) las respuestas que
el fenómeno religioso ha aportado.
“En último término se trata de una alternativa que no puede resolverse sim-
plemente en el terreno de las ciencias naturales y que, en el fondo, tampoco puede
resolverse ya filosóficamente. Se trata de saber si la razón o lo racional se halla o no
al comienzo de todas las cosas y como fundamento de las mismas. Se trata de saber
si lo real surgió en virtud de la causalidad y la necesidad –o, para decirlo con Po-
pper, […]– de lo irracional; se trata de saber si lo racional es un subproducto casual
de lo irracional y en el océano de lo irracional carece también de importancia, o si
sigue siendo verdad lo que constituye la convicción fundamental de la fe cristiana
y de su filosofía: “In principio erat Verbum”, al principio de todas las cosas se halla
la fuerza creadora de la razón”. (RATZINGER, 2006)
Afrontamos ya, de forma muy sucinta, la respuesta que desde el hecho religioso se
encuentra a la pregunta por la trascendencia.
198
La principal cuestión que acaba de abrirse ante nosotros es, por tanto, la de “lo hu-
mano del hecho religioso”; pues, si bien la simple apuesta por la razón nos encaminaba
hacia el conocimiento de Dios, Razón primera, este conocimiento solo y aisladamente no
conlleva la adhesión explícita a él, no implica –ni necesaria, ni propiamente– una viven-
cia religiosa. Pero antes de seguir adelante apuntemos, brevemente, qué es la religión,
cuál es su origen y lugar propio.
De esta doble necesidad, culto interno y externo –como muestra y expresión de agra-
decimiento y amor hacia nuestro Creador–, brota la necesidad humana de vivir conforme
a una religión. Ahora bien, nos advierte el vicense, no toda forma cultual ni religiosa es
buena ni plenificadora...
La religión que perfecciona –aun todavía a nivel natural– está muy lejos de ser un
simple código moral, de utilidad social o sentimiento (como pretendió Kant, en un intento
de justificarla). Es, por el contrario, una exigencia de veracidad vital. El lugar y misión
de lo religioso es, por tanto, el de dar respuesta y continuidad a lo que la razón nos seña-
la, pero que por sí sola ya no alcanza, ni teórica ni vivencialmente (la razón, además de
mayor verdad y saber –sobre esas cuestiones últimas que ya no alcanzaba–, demanda el
amor, la vida, el compromiso libre).
sanar quien lo llagó. No se contenta el hombre con menos que con Todo, no
puede ni debe dejar de aspirar a ello. El deseo de felicidad busca su objeto al
nivel del corazón, de la posesión, no simplemente del conocimiento –lo que
buscamos queremos que sea nuestro, no simplemente saber que existe–;
necesitamos de la dimensión amorosa y volitiva, de la adhesión libre a Él.
Es aquí donde la religión aparece posibilitándonos dar ese salto, del mero
conocimiento a la opción libre/ amorosa/ vital. ¿Es posible entonces tal
relación con un Ser que está más allá de todo? Ese Todo está demasiado
lejos, demasiado alto, como para conquistarlo con nuestras fuerzas. Las
religiones lo buscan a tientas. Para contestar debemos todavía hacer algunas
reflexiones más.
b) Por otro lado, se constata una tendencia universal humana al hecho religioso.
Incluso cuando se producen desviaciones en ella (que de hecho se dan:
supersticiones, fanatismos, etc.), se estaría testimoniando esta inclinación
natural. “Cuando no se cree en Dios se acaba creyendo en cualquier cosa”,
observaba Chesterton.
Esta pretensión racional sería, de algún modo, la encerrada en las religiones na-
turales; aquellas formas religiosas en las que el hombre, respondiendo a aquella
tendencia natural (hacia lo Alto), intenta llegar por sus propias fuerzas, razón
e ingenio hasta Dios. Mas, es la razón misma quien nos presenta como razona-
ble otro camino: que sea Dios mismo el que se revele, Quién salga a nuestro
encuentro… Entonces, si ese Dios nos dijera cómo entrar en relación con él, si
existiera una religión revelada –y por tanto seguros de que fuera verdadera–,
entonces (esto es lo más racional) ya no sólo sería necesario, que profesáramos
una religión cualquiera, sino que deberíamos profesar aquella concreta.
Se pueden distinguir, por tanto, dos formas principales de religión a la que adhe-
rirse: la religión natural, de origen humano, que busca dar respuesta a la tenden-
cia general del hombre hacia lo divino con los propios y personales esfuerzos;
y la religión revelada, de origen divino, dónde es el mismo Dios Quién sale al
encuentro del hombre y le dice cómo entrar en relación con Él. Es interesante
llamar aquí brevemente la atención en cómo en todos los politeísmos se ence-
rraría alguna forma de religiosidad natural, y en los monoteísmos algún tipo de
revelación divina.
Tercera aportación: Nos encontramos, entonces, con que siendo la profesión re-
ligiosa un elemento humanizador, más concretamente la vivencia de una religión
revelada por el mismo Dios, debemos considerar el hecho problemático de que
201
no sólo existe una religión que afirme de sí que ha sido comunicada por Dios.
Todos los monoteísmos –judaísmo, cristianismo e islamismo–, como ya anota-
mos, encierran esta pretensión. Y entonces ¿todos ellos nos perfeccionarán?
Aquí la razón nos dará, al menos, dos nuevos criterios de discernimiento y ac-
tuación: (1) que ante esta diversidad de religiones reveladas sólo una –como
mucho una– puede ser la verdadera; y (2) que para discernir entre todas ellas un
criterio válido sería el de su humanidad, el comprobar que el contenido de su
doctrina no se pone en contradicción con lo conocido por la razón, con la natu-
raleza humana, sino que la lleva a su mayor desarrollo o desenvolvimiento.
El primer criterio anotado, la imposibilidad de que todas las religiones sean verdade-
ras, viene, nuevamente, de la aplicación del principio de no contradicción. El sí y el no,
con respecto a una misma cosa, no puede ser verdadero a un mismo tiempo. De hecho,
hemos constatado a lo largo de la historia cómo no todo lo religioso ha sido bueno o vá-
lido en sí mismo, verdadero por el simple hecho de serlo (una propuesta religiosa); no
todas las prácticas religiosas nos llevan –ni nos han llevado– a la más cumplida plenitud.
“Importa muchísimo encontrar la verdad en materias de religión; todas las religiones
no pueden ser verdaderas; si hubiese una revelada por Dios, aquella sería la verdadera;
la religión –tendencia religiosa– no ha podido ser invención humana. La revelación es
posible; lo que falta, pues, averiguar es si esta revelación existe y dónde se halla”. (BAL-
MES, 1948)
Abordando esta doble cuestión sobre la realidad de una revelación de Dios a los
hombres, esto es, la pregunta por cuál sea la religión verdadera, proponemos volver la
mirada hacia el Cristianismo. Sólo si lo Eterno entra en el tiempo, si lo Infinito se mete en
el mundo finito, si es Amor Creador, que ama primero, de forma absolutamente gratuita
podremos saber cómo relacionarnos con Él. Él es lo que buscamos, según el filósofo da-
nés Kierkegaard (1813-1855): “La piedra filosofal que buscaron los sabios en todos los
tiempos es el niño aquel que nació en Belén”. Sólo así nuestra sed encuentra la Fuente ya
aquí, sin esperar a morir como decía Platón, un Dios Persona, Alguien “que se interesa
por nosotros” (1Pe 5, 7), el que “modeló cada corazón y comprende todas sus acciones”
(salmo 32), con quien se puede conversar “cara a cara, como lo hace un hombre con su
amigo” (Ex 33, 11). Con Ratzinger lanzamos la invitación: “Así las cosas, habrá que
plantearse de nuevo la pregunta, pasada de moda, acerca de la verdad del Cristianismo,
por superflua y sin posibilidad de respuesta que les pueda parecer a muchos”. (RAT-
ZINGER, 2006, p. 160) Revitalicemos este interés, afrontemos la tarea, teniendo bajo la
mirada que: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino
por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a
la vida y, con ello, una orientación decisiva”. (BENEDICTO XVI, 2006)
202
Resumen
• En relación a esta pregunta última –¿qué debo hacer para ser feliz?– vimos cómo el
ser humano tiene una diversidad de dimensiones, necesidades y deseos (al menos, de
tres tipos bien distintos), que debe satisfacer; y cómo al colmar la última –la dimen-
sión trascendente o de sentido–, se da unidad, armonía y paz a ese hombre peregrino.
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