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Buscamos luz entre grietas del asfalto. Pisoteadas, evitando ser domesticadas por los
deseos de modernidad y progreso de unos cuantos. Nos ha torcido el peso de quienes
ignoran la posibilidad de lo distinto.
Hemos visto pasar por estos suelos boscosos a quienes ostentan el poder:
conquistadores, inversionistas, emperadores, presidentes, arquitectos y paisajistas.
Recientemente, alguien llamado Orozco con título de artista y otro llamado López
Obrador, ciudadano presidente. Desde hace siglos, vemos al poder envidiar la longevidad
de los ahuehuetes. Alzamos la voz interpelando a ese lenguaje que sólo entiende de
capitales.
Desde hace tiempo, cada seis vueltas al sol, los gobernantes construyen megaproyectos
que dan sello a su periodo: llámense aeropuertos, puentes vehiculares, desarrollos
inmobiliarios, o trenes suburbanos. Todos articulados a través de la apropiación de
territorios, recursos e imposición de modelos en detrimento de la posibilidad de vida de
comunidades humanas y no-humanas. Desviar recursos, fundar instituciones, generar
infraestructura, construir piedras angulares para perpetuar el poder necropolítico del
Estado-Nación.
2012-2018: Enrique Peña Nieto decreta construir la obra de infraestructura más ambiciosa
de su administración: el Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (NAICM),
el mismo trazado desde Fox y que implicó la masacre de Atenco en 2006. Para ello, se
catalogó al Lago de Texcoco y sus relaciones bioculturales como “áreas verdes” con el fin
de justificar el ecocidio en beneficio del discurso del turismo global. Y así, a las malezas,
se nos mutila en pro del progreso.
Desde esta ciudad capital que mantiene vigente el centralismo extractivo, creemos que
como malezas que se desempeñan como trabajadores del arte y la cultura, permitir que
se realice indiferentemente el proyecto Chapultepec: Naturaleza y Cultura es legitimar la
violencia del (narco)estado mexicano. ¿Continuará este gobierno la lógica inmobiliaria
detonada en administraciones anteriores? ¿El desarrollo en beneficio de las élites?
Las promesas del gobierno representado por AMLO proponían una política cultural que
descentralizaría los recursos, convocando a una austeridad republicana en beneficio de
los más pobres. Sin embargo, la creación del megaproyecto cultural de Chapultepec pasó
a convertirse en derroche porfirista cuando se designó una cuarta parte del presupuesto
cultural de todo el país para un proyecto de movilidad y entretenimiento en una alcaldía de
la Ciudad de México con sobreoferta cultural, repetimos, en plena pandemia.
La actual administración 2018-2020 del presidente Andrés Manuel López Obrador asigna
la cuarta parte del presupuesto federal de cultura al megaproyecto Chapultepec
Naturaleza y Cultura a cargo del artista Gabriel Orozco.
(...)
Al ser un megaproyecto prioritario en una zona fundamental para la ecología de la ciudad,
enciende alarmas por la asignación de recursos sin un plan de manejo ambiental.
Además, el plan maestro conceptual presentado actualmente por el artista y SC en el
Centro Cultural Los Pinos propone crear un circuito que alimentará la avanzada
inmobiliaria, ¿de qué forma se dinamizará la industria cultural privada que rodea al
territorio aledaño al bosque, desde el Museo Jumex hasta la propia galería kurimanzutto?
Con presupuesto público y disfrazado con un discurso ambientalista permacultural se
pretende un ecocidio para añadir concreto, entretenimiento y animación cultural.
Ecoblanqueamiento populista. ¿Qué hacer ante esta articulación de los megaproyectos y
su manejo ambiental?
Observaciones generales:
Hemos comenzado por no callar ante el mismo. Desde hace un tiempo notamos que cada
seis6 vueltas al sol, los gobernantes construyen megaproyectos que dan sello a su
período. Las malezas siempre surgen para oponerse a los mismos, llámense estos
aeropuertos, puentes vehiculares, desarrollos inmobiliarios, o trenes suburbanos, por
mencionar algunos. Muchos de estos implican la apropiación de territorios, recursos e
imposición de modelos en detrimento de (la posibilidad de) la vida comunitaria. Las
utilidades de estos megaproyectos son diversas: desviar recursos, fundar instituciones,
generar infraestructura, construir piedras angulares para perpetuar el poder del Estado-
Nación.
2006-2012: Felipe Calderón construye La estela de Luz, también conocida como “Estela
de la corrupción”. Este falso monolito costó más de mil 304 millones de pesos al erario
público y fue realizada en conmemoración del bicentenario de la Independencia de 1910,
aniversario rector de la política cultural en esa administración.
2012-2018: Enrique Peña Nieto decreta construir la obra de infraestructura más ambiciosa
de su administración: el Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (NAICM),
el mismo trazado desde Fox y que implicó la masacre de Atenco en 2006. Para ello, se
catalogó al Lago de Texcoco y sus relaciones bioculturales como “áreas verdes” con el fin
de justificar el ecocidio en beneficio del discurso del turismo global. Y así, a las malezas,
se nos mutila en pro del progreso.
Desde esta ciudad capital que mantiene vigente el centralismo extractivo, creemos que
como malezas que se desempeñan como trabajadores del arte y la cultura, permitir que
se realice indiferentemente el proyecto Chapultepec: Naturaleza y Cultura es legitimar la
violencia del (narco)estado mexicano. ¿Continuará este gobierno la lógica inmobiliaria
detonada en administraciones anteriores? ¿El desarrollo en beneficio de las élites?
Las promesas del gobierno representado por AMLO proponían una política cultural que
descentralizaría los recursos, convocando a una austeridad republicana en beneficio de
los más pobres. Sin embargo, la creación del megaproyecto cultural de Chapultepec pasó
a convertirse en derroche porfirista cuando se designó una cuarta parte del presupuesto
cultural de todo el país para un proyecto de movilidad y entretenimiento en una alcaldía de
la Ciudad de México con sobreoferta cultural, repetimos, en plena pandemia.