La Actitud

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La actitud

Teoría y Práctica
de la Motivación
y Promoción

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Definamos la actitud
La actitud se asocia con una predisposición, que puede desarrollarse a lo
largo del tiempo por medio del aprendizaje, respecto a un objeto en
particular (esto es, el modo con el que tendemos a responder frente a
determinado objeto, vinculado con el aprendizaje generado gracias a las
experiencias que acumulamos con el mismo).

Las actitudes están íntimamente relacionadas con los sentimientos,


posicionados a favor o en contra de determinada persona, hecho social o
cualquier producto de la actividad humana (Rodríguez, 1991).

La actitud es, en definitiva, el conjunto de percepciones y creencias que


acumulamos, de carácter regularmente duraderas, y que contienen una
carga afectiva y emocional. Las mismas, gracias a la fuerza que ejercen en
nuestros procesos cognitivos, predisponen la manifestación de una
conducta en particular (Newstrom, 2011).

Componentes de la actitud
Rodríguez (1991) distingue tres componentes fundamentales:

 Componente cognitivo: es la representación cognoscitiva del objeto


frente al que se genera la actitud. Está formada por las percepciones y
las creencias hacia dicho objeto, como también por la información que
tenemos de él.
 Componente afectivo: es el sentimiento que se genera frente a un
objeto social. Es el componente que mejor caracteriza las actitudes y el
que lo diferencia de las creencias u opiniones (dado que estas últimas
tienen, principalmente, un componente cognoscitivo).
 Componente conductual: se vincula con la tendencia a actuar en
relación con el objeto social de determinada manera. Es el aspecto
“activo” de la actitud.

Si pensamos en actividades de la vida cotidiana, veremos que las actitudes


regulan buena parte (para no decir todas) de las acciones que ejecutamos.
Imaginemos un escenario en el que estén presentes los componentes de la
actitud. Por ejemplo, un alumno que ha desaprobado repetidas veces una
materia con un mismo docente y que debe volverla a rendir para poder
certificar sus estudios.

Considerando las experiencias pasadas, que cumplen una función en la


construcción de creencias y pensamientos, es posible que el alumno: se

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presente al momento del examen con mucho temor hacia el docente
(componente afectivo), que está relacionado con las experiencias de
fracaso que ha tenido y con la imagen que de dicho docente ha construido
conforme a ellas (componente cognitivo); y que se comporte de modo
introvertido e inseguro cuando sea interrogado en el examen (componente
conductual).

Las actitudes, por responder a los sentimientos, no pueden considerarse


objetivas. Por lo tanto, no necesariamente se construyen con base en
criterios “reales”, sino que pueden sustentarse en pensamientos erróneos
o estereotipados.

La toma de decisiones

Podemos decir que, de forma permanente, estamos haciendo valoraciones


sobre diversos objetos. ¿Cuántas veces hemos opinado sobre política, las
manifestaciones, la calidad educativa de diversas instituciones o sobre el
modo de crianza de diferentes niños?

Todas estas valoraciones tienen como base aspectos afectivo-emocionales.


Emitimos opiniones desde las creencias que tenemos, y dicho juicio de
valor deja entrever la idea de “actitud” que presentamos ante
determinados objetos.

De este modo, buena parte de las decisiones que tomamos se asocian con
la construcción de nuestras actitudes. Si decimos, por ejemplo, que
determinada persona está en contra del aborto, estamos diciendo que
mantiene una actitud negativa frente a dicho objeto.

Es tan importante el análisis que hagamos de este concepto como las


implicancias que él ejerce sobre nuestra conducta. Lo que pensamos y
sentimos determina (muchas veces) lo que hacemos y decidimos.

Podemos decir, inclusive, que los factores actitudinales componen aquel


“marco” desde donde vemos el mundo. Este marco nos hace ver una
“porción” de este último, que no necesariamente ha de ser la misma que
para otras personas. Las actitudes condicionan y tienen una clara influencia
en nuestro modo de percibir.

Así mismo, las actitudes tienen un gran impacto social. En función de ellas,
interactuamos con el resto de las personas, y nuestro proceso de
incorporación de conocimientos está influenciado por el modo en que
nuestras emociones nos permiten conocer y posicionarnos frente al
mundo.

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De esta forma, cada nueva información adquirida es valorada y conectada
con la base de datos que poseemos, que está cargada también de
valoraciones.

Figura 1: ¿Qué ves desde el marco de tu ventana?

Fuente: [Imagen sin título sobre un niño mirando a través de un hueco]. (2016). Recuperada de
goo.gl/iyQlNI

El origen de las actitudes

Como hemos venido desarrollando, podemos decir que las actitudes tienen
sus raíces en el entorno social. Allí es desde donde se forman, pues se
aprenden a partir de la interacción con el mundo, se manifiestan también
en dicha interacción y se van modificando conforme lo hace el contexto
social.

Si pensamos en nuestros abuelos, podemos decir que sus actitudes son


muy diferentes a las nuestras (al menos, algunas de ellas). Esto, además de
expresar diferencias de personalidad, habla de un contexto que fue
cambiando con el correr del tiempo y de que los valores que imperaban
durante una época en particular ya no son tienen el mismo peso en el
presente.

Por ejemplo, antes se consideraba que las mujeres eran las responsables
exclusivas de la crianza, la educación y la asistencia de los hijos. Eran

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buenas esposas aquellas que mantenían el orden en el hogar y
desarrollaban correctamente las tareas domésticas.

La actitud inicial del género masculino ante la incorporación de la mujer al


trabajo fue de resistencia (en general). Esto respondía a que la carga
emocional de cada sujeto (fortalecida por la concepción social) era
negativa respecto a la imagen femenina en el desempeño de labores fuera
del hogar. Si hoy nos encontrásemos en una situación similar, no solo
estaríamos pensando que serían actitudes desacertadas, sino que
hablaríamos de discriminación por género.

Son muchas las discrepancias que podemos nombrar en el marco


actitudinal con el correr del tiempo. Actualmente, la sociedad ha generado
una posición respecto a la violencia infantil, la violencia de género, el acoso
laboral, la discriminación y el bullying, temas que antes no eran
considerados de debate en función de los valores que primaban (o del tipo
de comportamiento social que imperaba).

Aun así, si bien las actitudes se asocian con una tendencia evaluativa
(cargada de emoción) frente a diversos objetos, hechos o personas,
podemos decir que no siempre evaluamos de la misma forma. ¿De qué
depende, entonces, el modo en que evaluamos afectivamente?

 De nuestro estado de ánimo, sujeto a las circunstancias emocionales


presentes
 De los estados fisiológicos, vinculados con las capacidades físicas en un
momento dado
 Del estándar usado para la evaluación, pudiendo éstos ser cambiantes
a lo largo de la vida del sujeto

De este modo, entendemos también que las actitudes se almacenan en la


memoria y que pueden recuperarse y modificarse según nos convenga o
nos lo exija una situación en particular.

Cuántas veces nos ha pasado repetir la frase: “Has lo que yo digo, pero no
lo que yo hago”. En parte, la conveniencia responde a este fin, pues en
muchas circunstancias modificar una actitud implica una economía psíquica
para el organismo.

Funciones de las actitudes

Las actitudes presentan diversas funciones que facilitan la actuación de las


personas en sociedad. En líneas generales, las más conocidas son:

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 Funciones de conocimiento: se presentan cuando actúan en calidad de
esquemas cognitivos. El prejuicio es uno de los ejemplos que permite
hablar de esta función cuando se limita la incorporación de
información, asociado a una idea inicial que se sustenta en la
construcción de un estereotipo o una valoración subjetiva.
 Funciones de adaptación: las actitudes nos facilitan el proceso de
integración a diferentes grupos. Si queremos “formar parte”, debemos
tener pensamientos/sentimientos básicos similares; estos, gracias a
procesos identificatorios, nos hacen sentir “incluidos” (en pequeños
grupos o en la sociedad en general).
 Funciones defensivas: actúan cuando buscamos defendernos de
determinados objetos y construimos creencias basadas en
sentimientos que no siempre representan la realidad. Por ejemplo: “el
policía me puso una multa porque tuvo un mal día”; de esta manera,
elaboro una imagen negativa (en contra) respecto a la autoridad e
ignoro mi responsabilidad en un hecho puntual.
 Funciones expresivas: las actitudes permiten, en definitiva, mostrar
quiénes somos ante los otros. Esto lo hacemos mediante la expresión
de nuestros valores, creencias, sentimientos; ellas nos permiten
adoptar determinadas posturas que definen, en parte, cómo somos.

¿Qué relación presentan las actitudes con la conducta?

Existe un acuerdo generalizado en considerar las actitudes como un factor


de relevancia en la determinación de la conducta, aunque no el único.
En este sentido, las actitudes en el plano comportamental presentan
ciertas limitaciones, que podemos describir, en líneas generales, bajo las
siguientes ideas (Morris, 2009):

 No todas nuestras conductas van a reflejar de forma directa y clara


nuestras actitudes. Algunos comportamientos pueden no ser
transparentes en cuanto a la carga valorativa o emocional, como
tampoco tan explícitos.
 La conducta se encuentra afectada por diversos factores. Las actitudes
conforman uno de ellos, pero también influyen las características de la
personalidad, la situación por la que se esté transitando y el momento
particular de cada individuo (entre los más representativos).
 En función de la presión social o del medio, una persona puede ver
afectado su plano comportamental. De este modo, puede reprimir
diversas conductas, pero no por eso debe adoptar una actitud
diferente frente al objeto o al evento sobre el que pretendería actuar.
 Si bien las actitudes son en parte predictoras de algunas conductas,
esto no ocurre en todas las personas por igual. Esto responde a una de
las ideas iniciales presentadas en este escrito: el de las diferencias

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individuales. Por lo tanto, en determinadas personas y conforme a la
actitud que manifiesten, podrá anticiparse la conducta que adoptarán,
mientras que en otras, no.
 Finalmente, podemos decir que los rasgos de la personalidad pueden
generar cierta dominancia ante las actitudes. De esta forma, aquellas
personas que trabajan por una clara aceptación social (vinculado a
dificultades con la propia identidad) pueden, inclusive, silenciar las
propias actitudes para sentirse integradas en determinado grupo.
Diríamos, entonces, que las actitudes tienen una base de formación
individual y social, y que se encuentran a merced de estos dos
componentes para manifestarse (o no) libremente.

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Referencias
Morris, Ch. G., y Maisto, A. A. (2009). Psicología (12.a ed.). Nueva York: Pearson
Educación.

Newstrom, J. (2011). Comportamiento humano en el trabajo (13.a ed.). Nueva


York: McGraw Hill.

Rodríguez, A. (1991). Psicología social. México: Trillas.

[Imagen sin título sobre un niño mirando a través de un hueco]. (2016).


Recuperada de https://unsplash.com/search/looking?photo=xsGApcVbojU.

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