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PRESENTACIÓN
Una vez que hemos realizado la catequesis sobre el "Hombre viejo, hombre nuevo", en la que
hemos descubierto dos rasgos fundamentales del misterio del hombre, esto es, su condición de
"hombre pecador" y de "hombre redimido", ahora nos centramos en otros dos rasgos: que el
hombre es hijo de Dios y también hermano de los hombres. Por eso el título de la catequesis es
"Hijo de Dios y hermano de los hombres".
En el segundo núcleo hemos contemplado a Dios en su dimensión de Padre. No basta que Dios
se nos revele como Padre. Es importante también la revelación de que nosotros somos sus
"hijos" y, consecuentemente, la revelación de la fraternidad entre los hombres. Ciertamente, la
relación paternidad-filiación es correlativa; sin embargo, se hace necesario profundizar en la
naturaleza y exigencias de la filiación en relación con Dios Padre y de fraternidad en relación con
los demás.
Esas dos características son típicamente reveladas por Jesucristo. Ninguna de las ciencias pueden
darnos a conocer que el hombre es "hijo de Dios" y "hermano" de todos los hombres. Nos
encontramos, por tanto, ante dos experiencias que todo cristiano debe evocar y vivir en su vida.
¿Es posible entender que un cristiano no se sepa "hijo de Dios" o "hermano" de los hombres?
Pero ¿bastaría con saberlo, aunque su vida vaya por otros derroteros? Por eso con esta
catequesis se pretende:
Por una parte, que profundices en lo que significa y supone el "hijo" de Dios y "hermano" de los
hombres, y por otra, que evoques e intentes vivir como estilo de vida la experiencia de "filiación"
respecto a Dios y de "fraternidad" respecto a los demás.
Primera parte
1. Introducción
"Somos hijos de Dios" es una expresión a la que sin duda nos hemos acostumbrado. Constituye
una de las afirmaciones de la fe cristiana y posiblemente desde niño nos hemos habituado a ella.
Sin embargo, ya no es tan cierto que hayamos descubierto la profundidad de su significado y la
grandeza de su realidad. Lógicamente, si no lo hemos descubierto, mucho menos habrá sido
objeto de vivencia. Afirmamos que "somos hijos de Dios", pero nuestra experiencia va por otro
lado.
Es de gran importancia, por tanto, que en esta sesión catequética abramos nuestro espíritu a
Dios que nos habla y escuchemos de su palabra, con un sentido nuevo, la buena nueva de que
somos sus hijos.
¿Qué "expresiones" de los textos te han llamado más la atención? ¿Por qué?
¿Cómo vivimos la actitud de confianza respecto a Dios? ¿Nos ponemos realmente en sus manos?
¿Ponemos en él el descanso último de nuestras preocupaciones e inseguridades?
¿Qué experiencia tenemos en relación con la actitud de aceptación de la voluntad de Dios? ¿Hay
actitud de escucha y obediencia? ¿Intentamos descubrir la voluntad de Dios en los
acontecimientos favorables y adversos?
¿Hay auténtica relación personal con Dios? ¿Predominan las actitudes de "hijo" o las de
"esclavo"?
¿Has tenido alguna experiencia significativa que testimonie la filiación respecto a Dios?
En la documentación se recoge una síntesis del mensaje cristiano sobre el "hombre, hijo de
Dios". Ofrecemos a continuación los puntos principales:
El hombre, de imagen de Dios (Gén 1,26), ha pasado a ser "hijo de Dios" (Rom 8,29).
Ser hijo de Dios es una realidad sólo aceptada desde la fe. No puede ser vivida por quien no haya
"renacido del Espíritu" (in 3,5).
Vivir la filiación con Dios exige vivir las siguientesactitudes: de relación personal con Dios; de
escucha y obediencia; de agradecimiento; de dependencia filial, etcétera.
¿Son estos puntos sólo "puntos doctrinales" o son también aspectos existenciales que afectan a
toda nuestra vida?
5. Acción de gracias
Himno de alabanza
Este es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
recapitular en Cristo todas las cosas
del cielo y de la tierra (Ef 1,3-10).
Amén.
Segunda parte
1. Introducción
No es extraño que entre los cristianos se llegue a descubrir que el hombre es "hijo de Dios", tal
como vimos anteriormente; pero ¿se acepta el segundo polo del binomio, esto es: "... y hermano
de los hombres"? Nuestra concepción religiosa espiritualista, estilo de vida cristiana muy
generalizado por formación y educación, nos conduce fácilmente a aceptar que somos "hijos de
Dios", pero tropieza con un muro infranqueable cuando la coherencia de vida impone aceptar al
otro como hermano y ser consecuente con ello. Por eso, como punto de partida conviene que
perfilemos la conciencia que hay de "fraternidad".
a) Lluvia de ideas
¿Qué evoca en nosotros la palabra `fraternidad'?
b) Profundización
A la luz de los aspectos aparecidos por evocación de la palabra "fraternidad", ¿qué perfil de
fraternidad puede dibujarse? ¿Cuáles son sus rasgos más sobresalientes?
¿Qué "similitud" ofrece dicho perfil con la realidad social de cada día?
A partir de la similitud encontrada, ¿qué juicio de valor emitirías? ¿Qué conclusiones sacarías?
a) Fundamento de la fraternidad
b) Extensión de la fraternidad
c) Exigencias de la fraternidad
Reconciliación: Mt 5,21-26.
Corrección: Mt 18,15-18.
Perdonar: Mt 18,21-35.
El "otro", ¿es realmente tu hermano? ¿Lo valoras, lo respetas, lo tratas, entra en tus esquemas
de vida, en tus preocupaciones... como tal hermano?
¿Tienes, al menos, sensibilidad de conciencia para con los necesitados: pobres, sufrientes,
marginados, delincuentes...?
e) Dentro del grupo catecumenal, ¿se está construyendo una "comunidad de hermanos"?
¿Cuáles son las barreras que impiden una verdadera relación fraternal?
4. Momento de oración
Oremos al Señor, nuestro Padre, y pidámosle por toda la familia humana para que sea la
fraternidad, y no el odio, la única razón de nuestra existencia y convivencia.
Haz que la sociedad humana sea una comunidad basada en la fraternidad, para que sea posible
la gran familia de todos los hombres.
- Señor Jesucristo, primogénito de todos los hermanos,
Construye tú la fraternidad eliminando los odios, las guerras, las violencias y la insolidaridad,
signos todos de una familia destruida.
- Señor Jesús, Hijo eterno del Padre, que siendo Dios no despreciaste el hacerte semejante al
hombre en todo menos en el pecado,
Haz que derribemos de entre nosotros todo gesto de presunción, distinción y privilegio, y
aceptemos a los demás en su realidad concreta de luces y sombras, virtudes y pecados.
Ilumina nuestras relaciones humanas, para que en ellas renazcan la reconciliación, el perdón, la
corrección y el respeto de los unos a los otros.
- María, Hija predilecta del Padre, Madre de Jesucristo y Esposa del Espíritu,
Intercede por nosotros, para que el amor suplante al odio, la generosidad al egoísmo, el
compartir al retener y la fraternidad a la enemistad
Oración
Oh Dios, amor infinito, escucha nuestras súplicas y haz que se hagan realidad, para que los
hombres todos, creados a tu imagen y semejanza y elevados a la dignidad de hijos tuyos,
vivamos como una gran familia en la que tú seas el padre común, Jesús nuestro hermano mayor
y el Espíritu el amor creador de la unidad. Te lo pedimos por tu Hijo Jesucristo, que contigo y el
Espíritu vive eternamente. Amén.
Documentación
1. Síntesis
"Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza" (Gén 1,26) es la expresión bíblica que
recoge toda la dignidad del hombre, quien, como Dios, conoce, ama, domina. Sin embargo, el
misterio del hombre es aún más grande. El ser imagen alcanza con Jesucristo la dignidad de hijo
de Dios: "Dios lo predestinó a ser imagen de su Hijo, para que El fuera el primogénito de muchos
hermanos" (Rom 8,29). El hombre, pues, de "imagen" de Dios ha pasado a ser "hijo de Dios".
El ser hijo de Dios no es una simple teoría. Se trata de una realidad, sólo aceptable desde la fe.
San Juan es categórico en afirmarlo: "Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos
hijos de Dios, pues ¡lo somos!" (1 Jn 3,1). Ciertamente no es una filiación de carne, sino en el
Espíritu: "Como sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama:
Abba! ¡Padre!" (Gál 4,6). Y para poder llamar a Dios Padre hace falta renacer según el Espíritu:
"El que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios" (Jn 3,5).
Nuestra filiación respecto a Dios Padre es una realidad bastante olvidada. Se destaca la
dimensión de la paternidad de Dios. Y aunque, lógicamente, es correlativa la filiación, sin
embargo, merece que el cristianismo la resalte como dimensión característica del hombre
contemplado desde una perspectiva cristiana. En consecuencia, vivir la experiencia de hija de
Dios conlleva un conjunto de actitudes básicas, sin las cuales la filiación se reduce a retórica.
Caben resaltar las siguientes: actitud de confianza, por la que el hombre se fia de Dios; actitud de
relación personal, por la que el hombre se abre en diálogo con el Padre; actitud de escucha y
obediencia, por la que el hombre descubre e interpreta la voluntad de Dios en cada
acontecimiento de la historia; actitud de agradecimiento, propia del hombre que todo lo ha
recibido del Padre; actitud de dependencia filial, por la que el hombre se siente ligado, pero no
esclavo, sino libre, etc.
El hijo vive la experiencia de seguridad de que todo lo que viene del Padre es por su bien:
"Aceptad la corrección, porque Dios os trata como a hijos" (Heb 12,7). No es fácil vivir las
adversidades en clave de fe. La naturaleza humana se resiste. Pero sabemos "que a los que aman
a Dios todo les sirve para el bien" (Rom 8,28).
Con la filiación somos herederos del reino: "Si somos hijos, también herederos, herederos de
Dios y coherederos con Cristo" (Rom 8,17). Estamos, pues, llamados a participar de la plenitud
de Dios, porque seremos semejantes a El: "Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha
manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a El,
porque lo veremos tal cual es" (1 Jn 3,2).
Cristo, pues, nos ha descubierto que el hombre es hijo de Dios. El misterio del hombre queda
desvelado en la grandeza de la filiación divina.