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Luis Alberto Pérez-Amezcua y Alejandra Ángeles Dorantes
1 Que el de Fausto es un mito literario y moderno lo sostiene Carlos García Gual, al incluirlo en
su Diccionario de mitos (129-132). Sobre la abundante reelaboración o hipertextualización, señala:
“He aquí un mito cuya formación podemos rastrear a través de una serie de textos y ver cómo
la leyenda —sobre un personaje de existencia real— ha dado lugar en una tradición continua a
sucesivas reinterpretaciones literarias, y cómo esa figura mítica se ha elaborado intelectualmente
hasta convertirse en uno de los grandes símbolos del hombre occidental, inquieto y fatalmente
«fáustico»” (129).
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“Un pacto con el diablo”, de Juan José Arreola: autoficción y representaciones discursivas
2 Este “extrañamiento del que habla De Mora bien podría equipararse con las apreciaciones que
expresan René Avilés Fabila y Emmanuel Carballo en entrevistas hechas a propósito de Arreola
para programas de la televisión, como el de Los imprescindibles del siglo xx de Canal 22 o Historias de
vida de Canal 11. En síntesis, todos destacan esta capacidad, sin duda derivada de la implicación
“barroca” del autor, para transformar los temas más anodinos en densa materia literaria.
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“Un pacto con el diablo”, de Juan José Arreola: autoficción y representaciones discursivas
pio, cuando por la noche Fausto está solo; luego la conversión del perro
negro en Mefistófeles y las disertaciones que Mefistófeles sostiene con
Fausto” (150). Es lógicamente cuando Fausto está solo que el diablo se le
manifestará y le hará la famosa oferta. La soledad es un requisito para el
pacto. Lo mismo ocurre en la película The Devil and Daniel Webster, donde
Mr. Scratch, el diablo, se le aparece a solas a Jabez Stone (el Fausto de la
cinta) en un granero, alejado de su madre y su esposa. Es interesante que
en “Un pacto con el diablo” el personaje acude al cine solo, pues su esposa
se ha quedado en casa. Obviamente era indispensable que la dejara para
que el diablo pudiese charlar con él. Lo interesante es notar cómo Arreola
tiene el acierto de combinar soledad con pobreza pues, aunque ir al cine es
un lujo, la esposa lo anima a acudir a este teatro de imágenes y así facilitar
doblemente la tentación diabólica, por la oportunidad y por la carencia. La
confesión de Arreola a Vicente Preciado Zacarías —recuérdese que esta-
mos en 1984— permite datar la primera lectura de Arreola de la pieza de
Goethe: “Hace cincuenta y cinco años leí el Fausto”, señala, “y aún tengo
en la memoria las razones que Mefistófeles —disfrazado de Fausto— le
da y las que le oculta al estudiante que llega a tocar la puerta” (152). Así, si
hemos de creerle a Arreola, se deduce que el primer contacto fue precoz,
en 1929, cuando Arreola contaba once años.
Entre enero y febrero de 1985, Preciado Zacarías escucha de Arreola lo
siguiente: “En el Fausto de Marlowe hay una fuerza shakesperiana difícil
de pasar por alto. De esta pieza —La trágica historia de la vida y muerte del
doctor Fausto— que data de 1587 y se edita por primera vez en 1604, agarró
Goethe su rollo doscientos años después; en el Fausto de Marlowe ya apa-
rece Mefistófeles” (206). Nótese cómo esta presencia de la representación
del diablo en la historia literaria le despierta a Arreola la acotación. Arreola
dice más sobre Marlowe, pero ya no sobre el diablo. Lamentablemente, ni
el tema de Goethe ni el de Marlowe le dan pie para platicar con su amigo
sobre “Un pacto con el diablo”, como hace a veces en otras partes del libro
con otras piezas de su autoría, y ofrecer con ello más elementos para la crí-
tica. No obstante, consideramos que la presencia constante del mito en la
imaginación de Arreola queda demostrada con lo anteriormente expuesto.
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3 Si seguimos el hilo de las declaraciones, hacía ya un año que Arreola había leído el Fausto.
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“Un pacto con el diablo”, de Juan José Arreola: autoficción y representaciones discursivas
argumento refleja la situación moral del narrador del cuento (y por tanto
de Arreola, por las razones que ofrecimos). Tanto el lector y el narrador
como el diablo se encuentran pendientes del desenlace de la cinta para
que ocurra el del cuento y, así, saber si el narrador realizará un nuevo pac-
to con el diablo. El acontecimiento es la compra del alma, lo cual remite
a toda la tradición del pacto fáustico, como se ha señalado. Mientras en el
argumento de la historia de la proyección cinematográfica se cumple (el
personaje acepta el trato), en el cuento no, y esto es lo que lo distingue, lo
que lo vuelve único. Hay y no hay pacto en la misma pieza; el motivo de
la negativa tiene importancia, ya que no se puede contemplar como un
elemento aislado, sino que la imagen en movimiento, la película, ofrece
la posibilidad de ver el futuro y las consecuencias de un eventual contrato.
Es, pues, gracias al contenido del séptimo arte como el narrador se salva.
La afición al cine del autor de Palindroma comenzó desde edad tem-
prana, y la compartía con amigos e integrantes de su familia: “Mi her-
mano y yo íbamos al cine los domingos y, cuando se podía también los
sábados. Vivíamos pobremente y teníamos que ahorrar para ir” (Del Paso:
14). Aun con apuros económicos (como en el cuento) su interés por las
producciones norteamericanas y francesas significó rumbo y deslumbra-
miento en la vida del escritor. En Memoria y olvido de Juan José Arreola se
puede leer ampliamente al respecto.
The Devil and Daniel Brown se sitúa en un nivel de ficción y se opone a
la cotidianidad con la que empieza el cuento, como si fuera un subnivel de
la realidad. La función del cine es una ficción dentro de la ficción que es el
cuento. Sin embargo, no es tan simple. El cine es un arte y como medio de
exposición de obras de arte visuales da pauta a otra posibilidad de expre-
sión que nos atrevemos a calificar como sensible/espiritual, la cual produ-
ce algo en el receptor. En un artículo que revisa la posición teórica de Iuri
M. Lotman en relación con la recepción cinematográfica, se señala que:
“El cine, gracias a las particularidades de su estructura narrativa, provoca
en el espectador un sentimiento de autenticidad que no logra alcanzar
ningún otro arte y es sólo comparable a las sensaciones provocadas por las
impresiones de la vida” (Mercader Martínez: 126). Arreola era consciente
de este enorme poder (y es posible suponerlo a él mismo afectado de igual
modo) y por eso sitúa en un cine a su cuento. La historia de Daniel Brown
genera una reacción no únicamente en el narrador, sino también en el
demonio que se encuentra sentado a su lado. El diablo también observa la
película con atención, él también espera algo de la representación: “—Ya
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Conclusiones
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4 El protagonista de la película se llama Jabez, y no Daniel, como en el cuento, y esto hay que
hacerlo notar, puesto que el título del filme remite al abogado que intercede por Jabez. Arreola
confunde el nombre, y no sabemos si lo hace a propósito. Recordemos, de paso, que Daniel es el
nombre de un profeta bíblico.
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Más allá del valor alegórico, el pacto fáustico cobra en nuestros días gran
relevancia, pues nos confronta ya no con seres mágicos o apariciones, pero
sí a la finitud y su contundencia. No a demonios reveladores de hados,
pero sí a un mundo siempre cambiante y cuyas condiciones dependen de
las decisiones que tomamos. Y, por encima de todo, a las ansias de saber. A
sus riesgos, pero también a sus virtudes, a sus posibilidades. (19)
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“Un pacto con el diablo”, de Juan José Arreola: autoficción y representaciones discursivas
Sin saber cómo me hallé de pronto en medio del tumulto que salía de la
sala, empujando, atropellando, abriéndome paso con violencia. Alguien
me cogió de un brazo y trató de sujetarme. Con gran energía me solté, y
pronto salí a la calle. Era de noche. Me puse a caminar de prisa cada vez
más de prisa, hasta que acabé por echar a correr. (Confabulario: 152)
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Referencias
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