Está en la página 1de 442

Traducción de Francisco Vogt

Argentina – Chile – Colombia – España


Estados Unidos – México – Perú – Uruguay
Cho, Kat
La maldición de la gumiho / Kat Cho; editado por Leonel Teti.
1a. ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Puck, 2020.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
Traducción de: Francisco Vogt.
ISBN 978-987-4132-30-7
1. Narrativa Infantil y Juvenil Estadounidense. 2. Novelas Románticas.
3. Literatura Infantil y Juvenil. I. Teti, Leonel, ed. II. Vogt, Francisco, trad.
III. Título.
CDD 813.9283

Título original: Wicked Fox


Editor original: G.P. Putnam's Sons Books for Young Readers
Traducción: Francisco Vogt

1.ª edición: Septiembre 2019

Esta es una obra de cción. Todos los personajes, las organizaciones y los hechos que
aquí se mencionan son producto de la imaginación de la autora o bien se usan de forma
cticia.
Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización
escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la
reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos
la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares
mediante alquiler o préstamo públicos.

Copyright © 2019 by Katherine Cho


Publicado en virtud de un acuerdo con Lennart Sane Agency AB.
All rights reserved.
© de la traducción 2019 by Francisco Vogt
© 2019 by Ediciones Urano, S.A.
Paracas 59, 1275 CABA
www.mundopuck.com

ISBN: 978-987-4132-30-7
PARA MI MAMÁ Y MI PAPÁ, KELLO KATIE Y DAVID YOUNG CHO. USTEDES ME ENSEÑARON LO QUE ES EL
AMOR.
1

L A RELACIÓN DE GU MIYOUNG CON LA LUNA ERA COMPLICADA, TAL como lo son las
relaciones centradas en el poder.
Sus músculos vibraron con anticipación mientras se balanceaba en el
borde del techo. La luz de la luna hacía que le picara la piel, como si una cuerda
se estirara hasta quedar muy tensa. Respiró profundamente para calmar su
corazón acelerado, y el hedor de la basura podrida llenó sus fosas nasales.
Su madre le había dicho que fuera agradecida por el poder de la luna. Le daba
fuerza, pero, a veces, a Miyoung le molestaba ser fuerte.
La joven inspeccionó las calles de abajo. Las farolas estaban quemadas,
probablemente desde ya hacía un rato. Pero no le importaba. Ella veía fácilmente
en la oscuridad, como la mayoría de las personas lo hacía a plena luz del día. En
su opinión, las luces rotas solo colaboraban con la estética de los edi cios. Las
grietas surcaban las fachadas desmoronadas, decoradas con oraciones de moho.
Tal vez, las almas más optimistas podrían llegar a ver una belleza extraña en ese
patrón, pero Miyoung no.
Sacó su teléfono móvil y marcó uno de los dos números guardados.
—¿Lo has encontrado, seonbae? —preguntó Nara al atender.
La manera en la que ella tartamudeó «seonbae» hizo que el respetuoso título
sonara extremadamente formal. Como si le estuviera hablando a alguien mayor
que la doblara en edad, en vez de a Miyoung, que solo tenía un año más que ella.
Pero sabía que Nara usaba el título por múltiples razones, una de ellas era que su
nombre ni siquiera había sido Gu Miyoung hacía dos semanas.
—Lo rastreé hasta el mismo callejón. Ha estado viniendo aquí toda la semana,
aunque aún no he podido averiguar cuál es el departamento que ha estado
frecuentando.
—Traté de usar la aplicación de localización de teléfonos móviles —dijo Nara
servicialmente—. Dice que estás justo encima de él. ¿O esa es tu locación? Haz
clic en tu GPS.
Miyoung quería decirle a Nara que se mantuviera conectada con los espíritus,
pero, en lugar de eso, deslizó su pantalla y encendió la opción de rastreo.
—Espera, ahora apareces duplicada —Nara sonaba confundida y su voz se
convirtió en un murmullo apagado. Miyoung puso los ojos en blanco mientras se
mordía la lengua. No serviría gritar. Nara se ponía nerviosa por naturaleza, un
efecto secundario de su capacidad de ver fantasmas desde el momento en que
nació.
Además, ella sabía que Nara tenía buenas intenciones. Sin embargo, Miyoung
no necesitaba buenas intenciones. Necesitaba un blanco.
Para dejar de caminar, se sentó en el borde del techo y dejó que sus pies
colgaran sobre la caída de seis pisos. El hecho de alcanzar un terreno elevado le
permitía vigilar el área, así como a su presa.
De todas formas, solo lo había visto a la distancia, luego de seguir la vaga
descripción de Nara.
Miyoung cerró los ojos y contó hasta diez para calmar sus nervios.
Ante ella se veía el paisaje urbano de Seúl. Los rascacielos de Cheongdamdong,
una meca del entretenimiento y del glamur, el hogar de la moda y el K-pop. La
altura creciente del 63 Building, un símbolo de modernización de la ciudad
capital, ubicado junto al río Han como si fuera un centinela. Y las luces de la
Torre Namsan, donde los amantes y los turistas van para ver el mundo a sus pies.
Miyoung hizo una mueca de desprecio al ver su calzado desgastado, colgando
sobre un callejón lleno de basura.
—¿Qué está haciendo aquí? —masculló Miyoung, sobre todo para sí misma,
pero Nara respondió.
—El espíritu dice que se dirige ahí todas las noches. Su muerte fue demasiado
violenta. —Las palabras de la otra chica se volvieron oscuras—. Ella necesita
justicia antes de pasar a la otra vida.
Miyoung no estaba segura de si lo que ella hacía era justicia. Aun así, era mejor
que nada. Aparte, si tenía que matar, también podría ayudar a algunos fantasmas
rebeldes a superar sus rencores.
No era la primera vez que Miyoung se preguntaba si poner toda su fe en los
espíritus de Nara era una mala idea. No podía alimentarse sin el poder de la luna
llena. No, eso era una mentira. Ella no lo haría sin esa fortaleza.
La luna llena incrementaba los sentidos de Miyoung y le permitía absorber la
energía de los hombres, sin destrozarlos en el proceso. Entonces, si no se
alimentaba esa noche, tendría que esperar un mes más o… se convertiría en un
monstruo. Casi soltó una carcajada porque sabía que, aun cuando las presas que
elegía eran hombres despreciables, eso no signi caba que no fuera una asesina.
Pese a eso, no se rendiría a su instinto más básico, el que la quería ver
desgarrando carne. Descubriendo la energía escondida en las profundidades de
cada criatura viviente. Bebiendo esa energía, sin la necesidad de la luna para
canalizarla.
No, lo aferraría tan suavemente como pudiera y ngiría ser una asesina
benevolente.
Había fallado en esta tarea una sola vez y se había negado a alimentarse de otra
manera, incluso cuando su madre le rogó que lo hiciera. Esa fue la única vez que
había rechazado una petición de su madre. Durante los días siguientes, el cuerpo
de Miyoung había comenzado a debilitarse y no se había recuperado hasta que se
alimentó en la siguiente luna llena. Por eso su madre tenía reglas. Una de ellas era
«nunca dejes pasar una cacería».
Pero Nara era una joven chamana, muy dotada, capaz de contactar espíritus a lo
largo del país. No importaba a dónde se mudara Miyoung, Nara siempre había
podido encontrarle víctimas en cada luna llena, sin excepción. Era una de las
aliadas más útiles que alguien podría tener.
—¿Seonbae?
—¿Qué? —preguntó Miyoung, tal vez demasiado brusco.
—Ten cuidado esta noche. Este mes, muchos hogares han expulsado a los
espíritus malos durante el ritual de Sangdalgosa. Podrían estar vagando.
Molesta, Miyoung se puso de pie para caminar de nuevo.
—No me asustan unos pocos espíritus.
Miyoung miró hacia abajo al escuchar el sonido de una puerta que se abría con
un chirrido. Distinguió los sonidos de la risa y la música del interior antes de que
la puerta se cerrara. Era una suerte de discoteca clandestina. Un hombre salió. Era
bajo y regordete, su cabeza pálida bajo la luna brillante. Ella reconoció el tatuaje
que se asomaba a través del cuello ancho de su camisa: una araña de gran
tamaño. Probablemente, pensó que lo hacía parecer duro, pero solo acentuaba su
cuerpo envejecido de todas las formas equivocadas.
—Lo encontré. Te llamo después. —Miyoung colgó y dio un paso al vacío.
Aterrizó ligeramente en el suelo y provocó una nube de polvo y hedor.
El hombre iba a los trompicones por su ebriedad; Miyoung le siguió el ritmo.
Mientras se alejaba de las sombras, exionando los músculos y preparándose para
matar, él dejó caer una botella de soju de sus manos. Maldiciendo, hizo una
mueca hacia los cristales rotos. Miyoung se ocultó. Fue una reacción rápida, pero
innecesaria. No importaba si él la veía. No le contaría a nadie lo que sucediera
esa noche, excepto a otros espíritus.
Estaba tan enfrascada en sus re exiones que no se dio cuenta cuando el hombre
comenzó a caminar de nuevo por las calles estrechas, dirigiéndose a la
civilización. Se maldijo por haber esperado y recordó otra de las reglas de su
madre: «encuentra un lugar privado para matar».
El olor salado de jjigae hirviendo y el aroma chamuscado de carne frita la
rodeaban en forma de humo y vapor. Bombillas desnudas colgaban de las
esquinas de las gacetas de comida. Sus luces radiantes la distraían y no la dejaban
enfocar su mirada en el yeso agrietado y deteriorado de los edi cios lejanos.
Acababa de mudarse aquí y ya había decidido que no le gustaba el lugar. Había
vivido en Seúl antes, entre los altos rascacielos del distrito concurrido de
Gangnam, o en la sombra del antiguo palacio del barrio Samcheongdong. Pero
este nuevo vecindario no era ni novedoso ni signi cativamente histórico. No tenía
nada llamativo. El aire estaba lleno con los aromas de Tteok-bokki picante y de los
apetitosos pasteles. Se le hizo agua la boca, a pesar de su desprecio por la comida
grasosa.
El hombre se detuvo en un puesto para observar un plato de ojingeo
deshidratado. Las piernas de los cefalópodos secos se torcieron, eran lo
su cientemente quebradizas como para partirse ni bien las tocabas. Duras y
frágiles al mismo tiempo… era una dicotomía que la hacía pensar a menudo. Si
alguien le arrancaba el corazón a Miyoung, probablemente sería un trozo
retorcido de carne. Y frágil, como el ojingeo.
El hombre rompió una de las ocho patas y se la metió en la boca.
—¡Ey! —gritó la ajumma encargada de la gaceta de comida—. ¿Vas a pagar por
eso?
Miyoung sintió que se estaba gestando una pelea y no tuvo paciencia para
esperar a que se resolviera. Así que rompió la última regla de su madre: «no dejes
que nadie te vea cuando estés de cacería».
—¡Ajeossi! —Miyoung deslizó su brazo y aferró el del hombre—. ¡Aquí estás!
—¿Lo conoces? —La ajumma miró a Miyoung de arriba abajo.
—Por supuesto, lo siento por eso. —Dejó un billete rosa sobre la mesa—. No
necesito cambio.
—¿Quién eres? —El hombre la miró con los ojos entrecerrados mientras ella se
lo llevaba.
Miyoung hizo un gesto ante el olor fuerte a soju en su aliento.
—Ha pasado tanto tiempo. Eras un amigo de mi padre. —Se desviaron hacia
una calle menos poblada. Los árboles se alzaban al nal de la acera. Serían un
refugio perfecto.
—¿Quién es tu padre? —Puso los ojos en blanco, como si estuviera buscando el
recuerdo en su cerebro.
Miyoung casi le dice «buena pregunta». Nunca había conocido a su padre. Así
que lo sacó de su imaginación mientras comenzaba a subir por un camino de
tierra. Los árboles se alzaban alrededor de ellos. Al principio, dispersos; luego, se
fueron espesando al adentrarse cada vez más en el bosque, alejándose del camino
principal.
—Fueron a la escuela secundaria juntos. Yo te conocí hace unos años. Has
venido a mi casa y mi madre nos preparó japchae. —Miyoung utilizó cualquier
dato aleatorio que se le viniera a la mente. Serpenteó entre los árboles hacia los
senderos más profundos.
Su plan de llevarlo más lejos se arruinó cuando él prestó atención a su
alrededor.
—¿Dónde estamos?
Miyoung maldijo.
—¿Qué está ocurriendo? —El hombre tiró de su brazo, dio un giro y corrió,
claramente desorientado o ya sabría que se estaba enterrando en las
profundidades del bosque. Miyoung casi sintió lástima por el viejo tonto. Apenas
había dado unos pasos, cuando Miyoung lo atrapó por el cuello. El hombre gritó y
luchó para liberarse.
Ella lo empujó contra el tronco de un fresno, para luego envolver sus dedos
alrededor de su gran cuello. Dio una probada de su sufrimiento al extraer un poco
de su gi, la energía que emana de todos los seres vivos. La energía que necesitaba
robar para volverse inmortal.
—¿Qué quieres?
En vez de responderle, Miyoung sacó su teléfono móvil.
La cara de Nara apareció en la pantalla: un simple óvalo con un equillo que
rozaba su piel pálida. Sus ojos se agrandaron con preocupación. Había ojeras
debajo de ellos, un recuerdo de las últimas noches de insomnio. Se había
quedado despierta para ayudar a Miyoung a vigilar a su presa.
—¿Lo atrapaste?
Giró el teléfono hacia el hombre asustado. La vista que tenía frente a él lo sacó
de su conmoción. Sus ojos se posaron en Miyoung: una joven de dieciocho años
con extremidades largas, cabello oscuro y rostro con forma de corazón. Se relajó
visiblemente al verse complacido por su belleza. Eso solo hizo que ella sintiera
aún más lástima. El ingenuo no sabía que la belleza era el mejor camu aje para
un monstruo.
—¿Es él? —Miyoung ignoró la mirada morbosa del hombre. Ya estaba más que
acostumbrada a ellas.
—Sí. —Miyoung asintió y colgó.
—¿Quién era? —El tono de demanda del hombre era violento, ya que creía que
no estaba en verdadero peligro. Sus víctimas siempre cometían ese mismo error
todos los meses, como si fueran parte de un mecanismo de relojería.
—Una chamana —respondió Miyoung, porque ya no importaba más lo que
dijera. Además, dejando de lado sus mórbidas intenciones, ella era una buena
chica coreana, a quien le enseñaron a respetar a sus mayores.
—Es decir, ¿una adivina embaucadora? —Escupió el hombre.
—La gente ya no tiene respeto por las viejas costumbres. —Miyoung chasqueó
la lengua con desilusión—. Los chamanes de verdad hacen más que leer la
fortuna. Pueden comulgar con los espíritus. Y me re ero a los muertos, como la
chica que mataste el mes pasado.
El hombre empalideció de pronto.
—¿Cómo lo sabes?
—¿No te arrepientes de lo que hiciste? —preguntó Miyoung, como si la pregunta
fuera retórica. Pero realmente esperaba una señal de arrepentimiento.
Como siempre, terminó decepcionada.
—¿Por qué debería lamentarme? Fue su culpa. —Su rostro se volvió de un rojo
intenso—. Tendría que haberse quedado callada. Yo solo traté de que no gritara.
—Entonces, has tomado una decisión. Y yo acabo de tomar la mía.
Miyoung sintió la luna y la oyó susurrándole. Le decía que se alimentara.
Dejó que su energía uyera para liberar una parte de su auténtica gura.
El hombre se quedó sin aliento.
Nueve colas, hechas de luz de luna y polvo, se entrelazaron detrás de ella.
En el último momento, antes de tomar una vida, sentía la necesidad de mostrar
su verdadero ser. No más mentiras o falsas apariencias. Ella sería lo último que
estos hombres verían antes de morir.
Lo agarró por los hombros, dejando que su gi la llenara hasta sentir una
vibración en los músculos. La luna la animaba a que lo soltara, para ceder el
control a sus instintos más básicos. Si le arrancaba el hígado, el proceso habría
acabado en segundos. A pesar de eso, Miyoung no estaba dispuesta a hacerlo. Y
así lo vio morir lentamente, aunque sin dolor, mientras extraía su gi poco a poco.
Tan simple como una persona que está quedándose dormida.
A medida que ella se llenaba, el hombre se desin aba como un globo que
pierde el aire. Amaba cómo la energía la satisfacía, incluso cuando se odiaba a sí
misma por ser un monstruo.
—¿Por qué haces esto? —La voz del hombre se tornó confusa.
—Porque no quiero morir. —Vio cómo la luz se desvanecía de sus ojos.
—Yo tampoco —murmuró justo antes de perder el conocimiento.
—Lo sé —susurró ella a la nada misma.
2

L A SALA DE INFORMÁTICA SE SENTÍA CALIENTE POR LOS TREINTA equipos en


funcionamiento, aunque solo tres puestos estaban ocupados. Todo era
sofocante y oscuro, y había olor a las papas de camarón y a los deos
instantáneos que se vendían como bocadillos.
Ahn Jihoon amaba eso. Hacía clic con sus dedos ágiles. Su mano izquierda
estaba pegada a las teclas de acceso rápido, mientras que la derecha deslizaba el
mouse sobre la pantalla.
—Si no nos vamos ahora, llegaremos tarde —dijo Oh Changwan, agitando sus
manos, tal como lo harían unas mariposas ansiosas que no tienen ningún lugar
donde posarse. Ya hacía un tiempo que se había desconectado por haber perdido
en su propio juego.
—Entonces, llegaremos tarde. —Ejércitos digitales marchaban por la pantalla de
Jihoon.
—No puedo retrasarme otra vez. —Changwan frunció el ceño, mostrando sus
rasgos exagerados. Sus orejas eran demasiado grandes y su nariz, bastante larga.
Era como un cachorro que aún no había crecido hasta alcanzar su verdadera
apariencia.
Jihoon sabía que el problema de Changwan no era llegar tarde. El problema era
su timidez y que su familia era muy rica para preocuparse. Al ser el hijo mayor,
tenía que sostener el peso del apellido Oh en sus hombros, el cual se duplicaba
por la riqueza. No es algo que le sentaba bien a Changwan, ya que era propenso
a la ansiedad y a la mediocridad en todo lo que intentara. Jihoon estaba
agradecido de haber nacido pobre.
—Changwan-ah, siempre te preocupas por el futuro en vez de disfrutar el
presente. Debes aprender que la vida no tiene sentido si no te diviertes un poco.
—Jihoon entrecerró los ojos, buscando la última torre en la base enemiga. La
encontró con un gruñido triunfante; después de eso, en la pantalla se anunció su
victoria del juego en resplandecientes letras verdes, otando sobre su ejército
Protoss.
—Genial, ya ganaste. ¿Nos vamos? —preguntó Changwan.
Jihoon se puso de pie y se encogió de hombros, moviendo su chaqueta del
colegio azul marino.
—Changwan-ah, a nadie le gusta la gente fastidiosa.
Changwan frunció el ceño y Jihoon le dedicó una sonrisa amistosa. Una que
decía que no tenía intenciones de lastimarlo, pero que sabía que estaba siendo
sincero. La empuñaba como si fuera un arma, con esa inclinación torcida de sus
labios que revelaba dos hoyuelos profundos. Nadie podía enojarse ante esa
sonrisa. De hecho, le funcionó porque Changwan le estaba sonriendo, aunque
reacio.
Una vez afuera, Jihoon respiró hondo e inhaló el olor que salía del caño de
escape de un vehículo y el de una sopa de rabo de buey hirviendo, proveniente
de un restaurante seolleongtang al nal de la acera. Pasó un brazo alrededor del
hombro de su amigo mientras el sol los deslumbraba cada vez que asomaba entre
los edi cios altos.
—¿Soy yo, o las mañanas siempre huelen más frescas luego de una emocionante
victoria?
—Huele como si alguien necesitara limpiar sus tanques de peces. —Changwan
arrugó el rostro al pasar por la tienda de mariscos. Jihoon siguió su mirada hacia
uno de los acuarios gigantes de cristal, enfocándose en los ojos saltones de un pez
platija que miraban hacia atrás.
El autobús se detuvo y Jihoon golpeó el hombro de Changwan amistosamente.
—Vamos, no quiero llegar tarde.
Y llegaron tarde.
Cuando llegaron al colegio, la puerta principal estaba cerrada, señal de que las
clases habían empezado sin ellos. Jihoon ayudó a Changwan a cruzar la pared
lateral antes de trepar él mismo. No calculó bien la distancia y una de sus piernas
quedó trabada.
—¡Ay! —Jihoon puso una cara de exasperación al ver la larga rasgadura en la
pantorrilla de sus pantalones beige.
Había crecido muy rápido el año anterior, lo que lo convirtió en el más alto de
su clase. También lo volvía involuntariamente torpe.
El colegio tenía forma de U, con pasillos largos y estrechos, bordeados por
salones de clase por un lado y ventanas amplias por el otro, que daban al patio
interior y a los campos deportivos. El edi cio era viejo y no tenía calefacción
central para calentar los pasillos durante los días frescos de otoño.
Se colaron en la parte posterior del aula cuando todavía quedaban diez minutos
de clase. La profesora, la señorita Kwon, se dirigió a todos los alumnos.
—Me gustaría recordarles que no es el momento para bajar el ritmo y
holgazanear. —Se concentró en Jihoon—. El año que viene es su tercer y último
año en la secundaria. Nuestro trabajo es prepararlos. Y el de ustedes es aprender.
—Sí, Sunsaengnim —dijo la clase a coro.
—Eso es todo por hoy —dijo la señorita Kwon.
El presidente de la clase se puso de pie.
—Atención. Saludar.
—Gracias —corearon los estudiantes mientras hicieron una reverencia al
unísono.
En lugar de retirarse, la señorita Kwon caminó por el pasillo y golpeó el
escritorio de Jihoon.
—Si llegas tarde otra vez, irás a detención.
—Sí, Sunsaengnim. —Changwan se inclinó tan bajo que su frente chocó su
escritorio al lado de Jihoon.
—Saem, señorita, lo dice como si pasar más tiempo con usted fuera un castigo.
—Jihoon acompañó las palabras con una vaga sonrisa.
La profesora luchó contra la sonrisa que nalmente oreció en su cara.
—Lo digo en serio, Ahn Jihoon.
—Yo también —respondió Jihoon sin vacilar ni un instante. Su sonrisa se
ensanchó para que sus hoyuelos destacaran.
La señorita Kwon dejó escapar una pequeña risita a pesar de sí misma.
—Es mi última advertencia —dijo antes de salir del aula.
Tan pronto como la profesora abrió la puerta trasera, la paz del salón estalló y se
convirtió en un caos de chicos saltando desde sus asientos para unirse con sus
amigos.
—No entiendo por qué los profesores dejan que les hables así. —Changwan
negó con la cabeza.
—Es por mi encanto y mi buena apariencia.
—Es por sus ridiculeces. Se ríen porque, de lo contrario, te gritarían. —Lee
Somin se acercó a los escritorios unidos de los chicos. Tenía 158 centímetros de
pura actitud y conocía a Jihoon desde que estaban en pañales.
Miró al chico sentado frente a Jihoon.
—Aléjate.
El chico se esfumó de su silla como un conejo asustado.
Jihoon reparó en la presencia de su mejor amiga. Somin parecía sacada de un
manual que enseña cómo romper el código de vestimenta: su camisa
desabotonada revelaba una camiseta estampada debajo y sus uñas estaban
pintadas de negro. Su cabello estaba distinto, otra vez. La apariencia de Somin
cambiaba con las estaciones. Era una chica que nunca podía decidirse. A Jihoon
le molestaba porque odiaba los cambios. Era demasiado esfuerzo. Ahora, su pelo
corto estaba teñido de un rojo brillante y lucía tan encendida como sus
mechones.
Jihoon pasó una mano por su pelo ameante.
—¿Qué castigo te dio el subdirector hoy?
—Tuve que arrodillarme frente a la escuela esta mañana. Otra vez.
—Ya deberías saber que te metes en problemas por esto —señaló Jihoon.
—Mira quién lo dice —replicó Somin—. ¿Qué le dirás a tu halmeoni si te envían
a detención y el colegio la vuelve a llamar?
La sonrisa sencilla de Jihoon desaparece al pensar en la reacción de su abuela,
aunque termina sin darle importancia al tema. Preocuparse le demandaba mucho
esfuerzo.
—Deberías estar más atento. Ya pasamos más de la mitad del año escolar —dijo
ella con la vista clavada en el exterior, mirando las hojas cambiantes del otoño. A
Jihoon le encantaba esta estación porque signi caba que el invierno estaba a la
vuelta de la esquina, al igual que el nal de las clases. Al menos hasta que llegara
marzo de nuevo y el año escolar empezara una vez más.
—¿Y? —preguntó Jihoon, aunque ya sabía lo que Somin estaba por decir.
—Y… el año entrante es nuestro tercer año. —Jihoon le dedicó una mirada
ausente, así que continuó—. Es el último. Además, se vienen los exámenes
suneung, que determinarán a qué universidad perteneceremos. Hasta ahora, tú
eres el estudiante que ocupa el puesto más bajo de nuestra clase.
—Cuando hay una clasi cación, alguien tiene que ser el último —expresó
Jihoon.
—¿Por qué todo es un chiste para ti? —preguntó Somin.
—No estoy bromeando. Es que solamente…
—… no me importa. —Changwan y Somin completaron su frase.
Jihoon se encogió de hombros con una sonrisa lastimera. Todo el mundo
pensaba que él era un chico sociable, pero con poco a su favor. Así era cómo le
gustaba. Mientras menos personas esperaran algo de él, más solo lo dejarían.
Somin era la única en todo el colegio que seguía creyendo en Jihoon, sin importar
qué. Él la dejaba seguir actuando así y no le decía nada debido a su larga amistad.
—Uno de estos días te encontrarás en una situación de la que no te podrás
escapar con la ayuda de tu encanto —dijo ella.
—Cuando ese día llegue, ¿debería tomar una página de tu libro y abrirme paso a
los golpes? —Jihoon le despeinó el cabello.
Somin le corrió la mano con una palmada.
—Como si pudieras. ¿Has visto tus brazos? Parecen un par de palos frágiles. La
única vez que los levantas es para meterte comida a tu boca o para limpiarte el
trasero.
—Somin-ah, así no se comporta una dama. —Changwan se espantó.
—¿Y cuándo dije que era una dama? —Somin inclinó su cabeza, como si un
tigre estuviera observando a su presa.
—Nunca. —Changwan bajó la mirada. Mientras sus amigos seguían
discutiendo, Jihoon agachó la cabeza para tomar una siesta.

Era tan tarde que el sol apenas iluminaba las calles cuando Jihoon subía por la
colina hacia su casa. Más allá, se veía el bosque que bordeaba la ciudad, el cual
era acogedor durante el día. Familias y excursionistas solían frecuentarlo para
buscar un poco de naturaleza dentro de la bulliciosa metrópolis. De noche, sin
embargo, las ramas parecían más torcidas y las hojas temblaban al ver bestias
invisibles. Jihoon creció juntó a este bosque montañoso y nunca se había atrevido
a poner un pie allí luego de que cayera la noche. Un efecto secundario de las
fábulas que su halmeoni solía contarle acerca de goblins y fantasmas que salían
por la noche a comer niños malos.
—Llegas tarde, Jihoon-ah. Otra vez. —Una anciana estaba sentada afuera de la
tienda de vinos medicinales. Todo el mundo la llamaba Hwang Halmeoni. Era la
persona más vieja del vecindario, y ya había dejado de contar los años que tenía.
Lo último que supo fue que tenía noventa y dos.
—Fue un día largo. —Jihoon le guiñó el ojo.
—¿Estudiando o jugando? —La sonrisa de la Hwang Halmeoni indicaba
complicidad. Estaba sentada en una plataforma baja de madera, mientras pelaba
ajo en un tazón. El olor le escoció las fosas nasales a Jihoon.
—Jugando. —Sonrió—. Como siempre.
Ella chasqueó la lengua y se metió un diente de ajo crudo en la boca. Jihoon
odiaba cuando estaban crudos, pero su propia halmeoni decía que eran buenos
para la salud. Cuando ella tendió su mano, él aceptó obedientemente un poco.
—¿Cuándo va a hacerme el hombre más feliz del mundo y a casarse conmigo?
Ella se río entre dientes y sus ojos desprendieron un brillo particular.
—Tu labia te dará problemas algún día.
—Ya lo ha hecho. —Jihoon guiñó otra vez—. Muchas veces.
—Deja de dar vueltas. Tienes que volver a tu casa y responderle a tu halmeoni.
Jihoon suspiró porque sabía que tenía razón. Hizo una pequeña reverencia,
cruzó la calle oscura hacia el restaurante de su halmeoni y se deslizó en silencio
hasta el departamento del segundo piso. Se quitó el calzado y lo colocó
cuidadosamente al lado de los zapatos desgastados de su abuela. Una pequeña
gura corrió por el pasillo con un ladrido agudo.
—¡Dubu! Shhh. —Intentó silenciar a la diminuta bola de pelo. Ella lo ignoró y
saltó sobre sus piernas para exigir sus caricias diarias.
Jihoon se estremeció cuando una puerta se abrió.
—¡Ahn Jihoon! —gritó su halmeoni—. Estaba a punto de llamar a la policía para
que te busquen por todo Corea.
Jihoon se inclinó a modo de arrepentimiento.
Ella había sido bonita una vez. La prueba estaba en las viejas fotos en blanco y
negro de su mesita de noche. Ahora, la preocupación y la edad surcaban su
rostro. Era una mujer pequeña, que solo llegaba hasta la altura del hombro de
Jihoon, pero él se encogió ante su ira.
—Halmeoni, no deberías ponerte nerviosa. Por tu presión arterial alta,
¿recuerdas?
—¿Dónde has estado? —preguntó severamente.
—Ya sabes dónde. —Jihoon no se molestó en inventar excusas vacías.
Su abuela chasqueó la lengua en desaprobación.
—Eres un chico tan inteligente y lo único que haces es desperdiciar el tiempo
con esos juegos. No te estoy pidiendo que ingreses a una de las tres universidades
más prestigiosas de Corea del Sur. Simplemente quiero que estudies algo. Tu
madre se casó justo después de graduarse, por eso quedó desamparada y sin tu
padre.
Jihoon negó con la cabeza ante la mención de sus padres.
—No necesito ir a la universidad para ayudarte en el restaurante —dijo él—. Tal
vez me convierta en un jugador de videojuegos famoso y luego te compre una
mansión. De cualquier manera, solo quiero quedarme aquí contigo, no ir a un
instituto lujoso.
Su halmeoni arrugó el rostro y cambió su táctica.
—Fui a ver a una chamana. Dijo que algo está oscureciendo tu alma.
—No tendrías que darles tu dinero a esas personas, son solo unos estafadores.
Los únicos espíritus con los que hablan están en una botella. —Jihoon pretendió
tomar un trago.
—Dijo que pronto verás oscuridad. ¿No sabes a qué se re ere?
Jihoon se encogió de hombros y entró a la cocina para evitar la conversación.
Cada vez que su halmeoni vociferaba acerca de su alma, el estómago se le
retorcía.
Esperaba que a ella no se le ocurriera exorcizarlo de nuevo.
—Si sigues pasando tanto tiempo en la computadora, te arruinarás los ojos. —
Ella lo siguió hasta la cocina. No estaba lejos porque el departamento era tan
pequeño como un sello postal.
—No puedo perder mi visión o, de lo contrario, no podré ver tu hermosa cara.
—Jihoon le dedicó uno de sus gestos pícaros y los labios de su halmeoni se
contrajeron. Contuvo su sonrisa y le lanzó una mirada fulminante en su lugar.
—No me vengas con tus halagos. ¿Crees que soy una tonta que caerá rendida
ante unas lindas palabras?
—Nunca pensaría eso. Mi halmeoni es la mujer más inteligente del vecindario.
Probablemente de todo Seúl. —Jihoon la envolvió con sus largos brazos y le dio
un fuerte abrazo.
Resopló resignada. Le dio una palmada rme en la espalda antes de soltarse de
su agarre.
Tomó su mano y colocó un papel amarillo en ella. Se destacaban unos brillantes
símbolos rojos contra el fondo. Él lo reconoció como uno de los talismanes que
colgaba dentro de la puerta principal.
—¿Para qué sirve? —Jihoon lo sostuvo con dos dedos, como si fuera una cáscara
de banana podrida.
—Es un bujeok, un talismán que me dio la chamana. Sirve para alejar al mal.
Guárdalo contigo.
—Esto es ridículo.
—Dices que soy inteligente, así que haz lo que te pido. —Ella dobló sus dedos
alrededor del papel.
—Bien. —Finalmente cedió y se lo guardó en el bolsillo.
—Buen chico. —Palmeó el trasero de su nieto en aprobación—. Ahora come tu
cena antes de que se enfríe. Después saca a la perra.

El crepúsculo se había convertido en una noche cerrada cuando Jihoon salió a


caminar con Dubu. Las nubes cubrían la luna, por lo que el camino estaba
iluminado solo por lámparas, que alargaban las sombras a lo largo del asfalto.
El ángulo de la calle era tan inclinado que los edi cios se doblaban para
mantenerse rectos. La tierra era escasa en el centro de la ciudad, pero el barrio
donde vivía Jihoon conservaba sus pintorescas construcciones bajas, esparcidas a
través de las carreteras sinuosas, tan estrechas que los autos no tenían derecho de
estar en ellas.
La perra era blanca como la luna, no más alta que la pantorrilla de Jihoon. No
tenía ningún interés en hacer sus necesidades. Se quedó mirando el camino
oscuro con las orejas levantadas.
—¿Vas a hacer algo o no? Si no te aguantas adentro de casa, tendrás que
enfrentar a halmeoni.
Dubu soltó unos intensos ladridos y se fue tan rápido que le arrancó la correa a
Jihoon. Lanzó una maldición y persiguió a su perra, mientras casi tropieza por la
calle empinada.
Jihoon se detuvo frente a Hwang Halmeoni, quien seguía pelando ajo.
—¿Ha visto a Dubu?
—Pasó por aquí, ladrando y corriendo como Son Gokū. Creo que se
encaminaba hacia el parque de juegos. —Hwang Halmeoni le ofreció un diente
pelado y Jihoon lo aceptó, aunque todavía seguía teniendo olor a ajo.
El parque se encontraba al comienzo de la calle, adyacente a la primera línea de
árboles.
—¡Dubu! —gritó Jihoon, esperando que se hubiera escondido en los juegos de
plástico.
No tuvo suerte. Sus ladridos provenían del bosque.
Jihoon silbó, suponiendo que eso haría que regresara, pero no apareció.
Nubes brumosas colgaban pesadas en el cielo. No le gustaba la idea de ir al
bosque cuando hasta la luz de la luna estaba ausente. Un escalofrío le recorrió la
espalda y se le puso la piel de gallina.
Jihoon encendió la luz de su teléfono, enderezó los hombros y entró en el
bosque.
—¡Dubu! ¡Vamos, chica! —gritó lo su cientemente fuerte como para que su voz
hiciera eco.
Por la noche, las sombras se transformaban en formas amenazantes que trataban
de alcanzarlo. Podía ver cómo fantasmas y monstruos se movían en su periferia.
No importaba que hubiera dejado de creer en esas cosas.
La noche y la oscuridad convertían a todos en creyentes.
Algo tiró de su manga. Se dio la vuelta con un grito, una octava más alto de lo
que quisiera admitir. Jihoon casi esperaba ver a un dokkaebi con los dientes
podridos y malas intenciones. Eran monstruos cticios, utilizados para hacer que
los niños fueran obedientes con sus padres.
Era solo una rama.
Se rio para calmar sus nervios.
Una gura pasó a su lado y su risa se convirtió en otro grito.
—¡Dubu! —Jihoon fue tras ella. Iba a torcer el cuello de su perra. Iría a la tienda
de mascotas y compraría una réplica exacta. Su halmeoni nunca notaría la
diferencia.
Jihoon intentó no temblar con cada sonido o ruido de hojas. Mantuvo su mirada
adelante, negándose a observar en dirección a las sombras que lo rodeaban.
Logró alcanzar a Dubu y la sujetó en sus brazos. Ella se retorció y Jihoon vio que
tenía algo entre sus dientes. Suplicó a los cielos que no fuera una rata. El animal
dejó caer algo y él dio un salto hacia atrás, en caso de que todavía estuviera viva.
Con un poco de vergüenza, Jihoon se dio cuenta de que no era un roedor. Era
un zapato; especí camente, el calzado de una chica.
—Genial. Esto es justo lo que necesitaba. Estoy muy contento de haber entrado
en un bosque oscuro y aterrador para encontrar esto.
Luego de estar deambulando por el bosque, con Dubu tratando de escurrirse de
entre sus brazos, Jihoon se dio cuenta de que estaba perdido. Ni siquiera podía
encontrar una ruta de senderismo que pudiera orientarlo.
El cuerpo de Dubu vibraba con un gruñido grave. Jihoon miró a su alrededor
con nerviosismo, esperando ver a una bestia salvaje acercándose. Pero solo había
sombras y árboles.
Parecía que Dubu estaba reaccionando a la nada, o tal vez a una ardilla errática
que había pasado corriendo. En ese momento, Jihoon vio que una de las sombras
que se proyectaba en un viejo roble se movía, y pudo distinguir la forma de una
criatura acechante. Esta gruñó, un eco de los gruñidos de Dubu. Jihoon puso una
mano alrededor de su hocico para calmarla. Al principio pensó que la bestia les
estaba advirtiendo que se alejaran, hasta que se dio cuenta de que estaba mirando
en la dirección opuesta.
Dio un paso atrás y su oreja se ajustó a los sonidos. No eran gruñidos. Eran
palabras.
—Espera… Zorra…
Antes de que Jihoon absorbiera esta nueva información, Dubu sacudió su hocico
para liberarlo de su agarre y empezó a ladrar.
Cuando la gura encorvada giró, la luz de la luna se derramó sobre su rostro.
Jihoon se quedó sin aliento.
Sus rasgos eran claramente humanos, con mejillas rojizas y redondeadas, y una
nariz en forma de gancho. Aun así, él sabía que este no era un hombre común y
corriente. Se puso de pie, revelando una constitución robusta, con bíceps tan
anchos como los muslos de Jihoon.
—L-lo siento. —Jihoon no pudo evitar que su voz temblara. Había algo en esta
criatura que lo hacía retroceder a una época en la que no era más que un niño
que se escondía debajo de las sábanas.
—Un humano. Mal —dijo la criatura. Su retumbante voz sonaba como gravilla
que arañaba el metal.
Dubu se libró de los brazos de Jihoon. Cayó contra el suelo lleno de tierra, luego
se lanzó hacia adelante. La bestia aplastó a la perra como a una mosca. Con un
gañido de dolor, su pequeño cuerpo se estrelló contra un árbol antes de
convertirse en una bola de pelo sin fuerzas.
Jihoon corrió hacia Dubu, pero la criatura bloqueaba el camino.
Mantén la calma, pensó. Es lo que siempre dicen que hagas cuando te enfrentas
a un depredador. Y Jihoon no tenía ninguna duda de que esto, a pesar de sus
características humanas, era algo salvaje.
—Mira, no quiero meterme en problemas. —Mantuvo la voz baja—. Me iré con
mi perra y no hablaré de esto con nadie.
En un abrir y cerrar de ojos, la criatura atacó, y un brazo fornido se enganchó
alrededor del cuello de Jihoon. Olía a fruta podrida y a transpiración, lo que no
era una buena combinación.
Bigotes erizados se presionaron contra la frente de Jihoon en el momento en que
lo olfateó. Él trató de alejarse, pero lo estaba sosteniendo demasiado fuerte.
Cuanto más luchaba, más lo estrangulaba.
Imaginó qué se sentiría morir solo, en el medio del bosque. Cómo se
preocuparía su halmeoni. El estado en el que se encontraría su cuerpo días
después, hinchado y no identi cable.
—¡Ey! —Una voz sonó detrás de ellos.
Cuando el mundo se asentó, parpadeó sorprendido. Jihoon no podía entender si
estaba imaginando cosas debido a la falta de oxígeno, o si realmente había una
chica allí. Si era real, no parecía ser más grande que él, que apenas tenía
dieciocho años. Sus ojos eran a lados y en su boca se veía una sonrisa feroz. La
hacía parecer tan salvaje como la criatura que lo estaba ahogando. Era delgada y
alta, tal vez una cabeza más baja que Jihoon. Sus pies se pusieron en posición de
lucha, lo que hizo que él bajara la mirada hacia sus largas piernas. Le faltaba una
zapatilla.
—Déjalo ir, dokkaebi saekki-ya.—Ella escupió en la tierra.
Las piezas del rompecabezas encajaron en su lugar, como cuando aparece
nalmente una palabra que intentas recordar. La bestia que sostenía a Jihoon se
parecía a los goblins corpulentos y jorobados de las historias de su halmeoni.
Excepto que se suponía que no existían.
—Te reto a que me lo quites, yeowu. —El dokkaebi soltó una carcajada.
Los ojos de la joven se encendieron.
Jihoon sabía que esta lucha sería en condiciones desiguales, pero no tuvo el
valor de decirle a la chica que se fuera.
Ella agarró el pulgar grueso del dokkaebi y, con un tirón rápido, lo retorció.
La bestia gimió de dolor. Sus brazos se a ojaron, y dejaron caer a Jihoon.
El miedo hizo que sus músculos se debilitaran cuando se cayó sobre sus manos
y rodillas, jadeando para respirar aire fresco.
No hay sangre, pensó Jihoon cuando se levantó y vio que estaba seco. ¿Por qué
no hay sangre?
De hecho, el pulgar se partió como si fuera un trozo de porcelana de un jarrón.
La criatura se encorvó, acunando su puño herido. Ahora, su cara estaba tan roja
que a Jihoon le recordaba claramente al dokkaebi de piel carmesí de sus viejos
libros infantiles.
Jihoon estaba parado sobre sus piernas temblorosas, mientras que la chica se
encontraba entre él y el dokkaebi, con el pulgar todavía en la mano. Ella apretó su
puño hasta que los nudillos le crujieron. Un polvo blanco se escapó de su palma,
el cual volaba a través de la luz como si hubiera lanzado un hechizo. Ahí fue
cuando Jihoon se dio cuenta de que las nubes del cielo se habían separado para
dar paso a la luna, que iluminó la escena con una palidez plateada. Todo lo que
una vez había parecido siniestro, ahora se había suavizado hasta volverse la
bruma de un sueño. Las sombras cambiaron. Un resplandor de formas se unió en
torno a la chica, en un gran abanico.
No, no en un abanico.
Colas, tan brillantes y pálidas como la luna.
Parecía una reina guerrera, feroz e implacable. Tan intocable como las colas
fantasmales que bailaban detrás de ella.
Los recuerdos inundaron la mente de Jihoon: su halmeoni leyéndole las fábulas
de las páginas amarillentas de sus libros. Historias donde las zorras vivían para
siempre. Donde se convertían en hermosas mujeres para seducir a los hombres
incautos. Donde esos hombres nunca sobrevivieron.
Ahora entendía por qué el dokkaebi la había llamado yeowu: «zorra».
—Gumiho —susurró Jihoon.
La cabeza de la joven se giró, sus ojos radiantes como el fuego.
Él sabía que debía tenerle miedo, pero, en cambio, sintió una extraña
fascinación.
Las nubes reclamaron la luna, e hicieron sangrar a las sombras. La oscuridad
volvió a apoderarse de todo hasta que Jihoon no pudo ver nada.
Quería convencerse a sí mismo de que todo había sido un truco de la luz. Casi
lo había logrado cuando sus ojos se ajustaron y vio a la joven, ahora sin colas ya
que la luna había desaparecido. El dokkaebi dejó escapar un gruñido gutural y
salió hacia adelante.
Ella se encontró con el goblin de frente. La empujó para atrás, y sus pies dejaron
una marca en el suelo.
Jihoon nunca apartó sus ojos de la pelea, ni siquiera cuando se agachó para
recoger a Dubu, que no era más que una gura débil. Se sentía liviana en sus
brazos, pero lo alivió ver que su pequeño pecho subía y bajaba.
A pocos metros de distancia, se veía una batalla que Jihoon pensó que solo
podría ver en sus videojuegos. Un dokkeabi contra una gumiho. Un goblin contra
una zorra. Los dos estaban tan igualados, que cualquier terreno ganado por un
lado, pronto se perdía de nuevo.
Jihoon comenzó a huir y luego se detuvo. No podía forzarse a sí mismo a dar
otro paso. ¿Qué clase de persona sería si abandonaba a la chica que lo había
salvado? Esa no era la clase de enseñanza que su halmeoni le había dado.
Molesto por su conciencia, decidió colaborar:
—¡Por la derecha!
La joven lo observó, la distracción justa para que ella bajara la guardia y el
dokkaebi se escabullera. El duende la enroscó, ahogándola con una llave en la
cabeza.
—¡A su derecha! —repitió Jihoon.
Si los dokkaebis y las gumihos eran reales, tal vez los otros relatos de su
halmeoni fueran ciertos también. Esos que decían que los dokkaebis eran buenos
luchando, pero débiles en su costado derecho.
Los ojos de la chica se iluminaron al comprenderlo, y sus labios se fruncieron
con nueva determinación. Inclinó todo su peso hacia la derecha, pero el dokkaebi
también había escuchado el consejo de Jihoon. Este sacó una tira de papel
dorado, decorada con símbolos rojos. Tenía un bujeok, que terminó colocando
sobre el corazón de la muchacha con un puño carnoso. Ella chilló y el dolor
quedó latente en el sonido penetrante. El talismán se pegó a su cuerpo como una
insignia que aleteaba.
Las piernas le empezaron a temblar, por lo que perdió algo de ventaja. El brazo
del dokkaebi se tensó y los ojos de la joven se abrieron, denotando miedo por
primera vez. A este ritmo, ella perdería más que algo de ventaja.
Jihoon no era valiente. Así que ya se estaba arrepintiendo de su idea a medio
formar cuando bajó a Dubu. Respiró hondo dos veces, apretó los dientes y salió
disparado. Se lanzó de cabeza contra el lado derecho del dokkaebi, debajo del
brazo que estaba sosteniendo a la chica. Los tres cayeron al suelo al mismo
tiempo.
Los cuerpos chocaron. Sus extremidades luchaban sin parar. Ella se movió hasta
sentarse sobre el dokkaebi, pero el puño de la criatura seguía enroscado alrededor
de su delgado cuello. El otro aferraba a Jihoon por el pelo.
—Matar a la zorra. —El dokkaebi seguía repitiendo—. Matar a la zorra.
A pesar de su situación, ella no luchó. Tenía la tranquilidad de alguien que tenía
el control completo de las circunstancias. Quizá se había vuelto delirante por el
dolor y la falta de oxígeno.
Ella puso su mano contra el corazón del goblin, sus dedos largos extendidos
sobre su pecho.
La bestia se sacudió. La mano que agarraba a Jihoon se apretó hasta que sintió el
agudo dolor de su cabello mientras era arrancado de su cabeza. Soltó un grito y
apretó los dientes, a medida que intentaba quitarse esos dedos de encima.
Las piernas del dokkaebi se removieron, como si ella lo estuviera ahogando, en
lugar de ser al revés. Ella no parpadeaba, tenía la mirada oscurecida y sin
profundidad. El sudor brotaba de su piel pálida.
Alrededor de ella había sombras que bailaban, como un humo atrapado en un
remolino. Las colas fantasmales se entretejían a través de ellas.
El ambiente se espesó y el frío otoñal fue reemplazado por un calor sofocante.
Había olas en el aire, del tipo que se alza bajo un cálido sol de verano.
Los puños del dokkaebi rasgaron más cabello de Jihoon. El calor y el dolor se
combinaron para empañar su visión, mientras unos puntos blancos bailaban ante
sus ojos. Vio cómo se unían, para convertirse en fantasmas que corrían por el
bosque. Los vio volar lejos y deseó poder unirse a ellos.
Espérenme, trató de gritar. Uno se detuvo. ¿Una mujer? Le devolvió la mirada
antes de desaparecer en la oscuridad.
Los aullidos del dokkaebi hicieron eco a través de los árboles. El goblin
convulsionó, las hojas crujieron y la tierra voló, hasta que su cuerpo se agitó en
agonía por última vez, como si fuera un pez que acababa de lanzarse fuera del
agua.
El humo se disipó. Las colas se desvanecieron y el aire se despejó.
Ella seguía sentada sobre el dokkaebi, tan tranquila como una niña sentada en
su silla de lectura favorita. Su mano todavía estaba extendida sobre su pecho. De
pronto, el cuerpo de la bestia comenzó a agrietarse, dando paso a algunas suras
que corrían a lo largo de su piel rojiza.
Este implosionó, esparciendo polvo por doquier, justo cuando la chica se puso
de pie.
—Lo mataste —balbuceó Jihoon.
—Te he salvado la vida. —Pasó por encima de las partículas del dokkaebi
muerto para poder cernirse sobre él—. Asegúrate de que no me arrepienta. No le
dirás a nadie lo que has visto esta noche.
Él asintió con furia.
Ella frunció el ceño ante el papel amarillo que aún seguía pegado sobre su
pecho y trató de quitárselo. Se vio obligada a correr la mano con un siseo de
dolor.
Jihoon se puso de pie para sacárselo. Pero ella se alejó de él y le gruñó.
—¿Puedo ayudarte? —Él levantó su mano, con la palma extendida.
Ella lo observó con atención y no se movió cuando él alcanzó el bujeok. El
talismán se despegó con facilidad, como si hubiera arrancado la hoja de un árbol.
Mientras él se preguntaba qué clase de magia le permitía tocar eso y a ella no
(que obviamente era mucho más fuerte que él), el bujeok se disolvió en su mano.
Ella se desplomó hacia adelante y Jihoon apenas pudo atraparla. El impulso los
hizo caer a los dos.
La joven convulsionó como una persona al momento de ser electrocutada. Se le
derramaba espuma por los labios pálidos y sus ojos se pusieron en blanco.
Jihoon no estaba seguro de qué hacer. Una vez escuchó que, en estos casos, se
debe poner algo entre los dientes. Mientras él debatía su próximo movimiento,
ella se quedó quieta.
—¿Hola?
Sin respuesta.
Se inclinó para comprobar su respiración.
Ella se levantó de golpe, por lo que sus frentes chocaron mientras se
atragantaba. Jihoon retrocedió cuando vio que algo salía disparado en su
dirección. Lo golpeó en la mejilla antes de alejarse rodando. Entretanto, ella
volvió a caer inconsciente.
Jihoon estaba recostado en una pila de hojas y tierra. Giró la cabeza para ver
qué era el objeto. Era algo pequeño y opalescente, como una perla. Se sentó y la
alcanzó, aunque casi la dejó caer cuando notó que latía contra sus palmas. Su
mano tembló cuando reconoció el patrón del golpeteo constante, como el latido
de un corazón.
Una línea plateada salía de la perla, un hilo que la conectaba con el corazón de
la chica.
Los dedos de Jihoon se adormecieron rápidamente. Era como si le hubieran
quitado el calor a su piel. Y el hilo palpitó, cada vez más brillante y más grueso.
Sintió que una oleada de fatiga se apoderaba de él. Casi cayó al suelo cuando los
ojos de ella se abrieron, y se enfocaron en la preciosa perla.
Dio un salto y se la arrebató. Un gruñido retumbó en su garganta, un sonido
escalofriante y bestial. La rabia cambió el rostro de la joven, que borró las nubes
de fatiga del cerebro de Jihoon. Estas fueron reemplazadas por el miedo.
Ella se retiró tan rápido que se convirtió en un borrón irreconocible. Las hojas
giraron y las ramas se partieron cuando corrió hacia los árboles.
Con nada más que los sonidos del bosque como compañía, Jihoon se dio cuenta
de que estaba completamente solo otra vez. Todavía seguía perdido.
Un crujido le sacó un grito. Después se relajó cuando Dubu se acercó cojeando
y se dejó caer en los brazos de su dueño con un gimoteo. Jihoon, con las manos
temblando, la atrajo hacia él y hundió su cara en el pelaje.
lguna vez te has preguntado de dónde vienen las gumihos,
¿A
mientras estabas despierto por temor a la luna llena?

Algunos dicen que la primera vino de la tierra del oeste, viajando

por la península para establecerse en sus bosques montañosos

preferidos. Otros dicen que la verdadera gumiho surgió en Corea

antes de que el país reclamara su nombre. Esa historia empieza

cuando el príncipe Jumong, La Luz del Este, fundó el reino de

Goguryeo.

Allí vivía una zorra, de más de quinientos años, que observaba las

actividades de la humanidad con curiosidad. Era fuerte y elegante, y

los cazadores codiciaban su hermoso pellejo. No importaba cuán

rápidos fueran con los arcos, nunca podían atraparla. Incluso el

príncipe Jumong, el nieto del dios del agua Habaek, famoso por sus

habilidades de caza, no pudo dar con ella. De las cien echas que

disparó, golpeó a sus objetivos las cien veces, hasta que se encontró

con esta zorra.

Ella deambulaba por las tierras de caza del príncipe Jumong todos

los días. Sus razones no eran del todo conocidas. Algunos decían que

amaba al príncipe. Otros a rmaban que le gustaba burlarse de él con

su presencia. Pero ¿quién puede realmente conocer las motivaciones

de los ancestros?

Luego de haber vivido durante mil años, la zorra reunió una

cantidad excepcional de gi.

Aprovechando esta energía, ella se transformó en una humana.

Una bella mujer, amada por cualquier hombre que la conociera, pero

nunca por mucho tiempo.

Así que ella caminó por la Tierra, sola. No del todo humana, pero

no del todo bestia.

Una zorra que amaba a los mortales que imitaba.

Hasta que no pudo amarlos más.


3

J ihoon estaba soñando.


Lo sabía, aunque no había nada en particular que se lo señalara. Era solo
una sensación abrumadora.
El bosque estaba en silencio mientras pasaba entre los árboles que parecían de
plata por la luz de la luna. La niebla oscureció el suelo; no podía distinguir sus
propios pies. Por lo que sabía, otaba por encima del piso, ya que sus pasos no
hacían ruido. De hecho, nada los provocaba. No se oían los crujidos de las hojas o
de las ramitas que pudieran generar los animales escurridizos. Tampoco se
escuchaban las aves. Ningún tipo de sonido rompía la completa quietud del bosque.
Nunca antes había estado consciente en un sueño, pero esa había sido una noche
extraña y nada lo sorprendía. ¿A quién afectaría agregar una cosa rara más a la
lista? Recordó haber escuchado a alguien decir que si podías soñar lúcidamente,
podrías obligarte a hacer cosas, como respirar bajo el agua o volar. Re exionó un
momento, luego dio dos pasos apresurados antes de saltar al aire… y caer al suelo,
sobre su cara, con un ruido sordo. En el proceso, se le clavaron ramas y hojas en su
mejilla.
—¿Qué estás haciendo?
Se levantó para mirar jamente al bosque vacío. Luego, se puso de pie y miró en
dirección al sendero. Nada. Cuando se volvió, ella estaba parada allí. Sombras
oscurecían sus ojos y sus brazos se doblaron. Sus colas se movían detrás de ella.
Al verla, el bosque cobró vida de nuevo. El silbido del viento soplaba a través de su
largo pelo. Las hojas crujieron cuando dio un paso atrás. Y la llamada de un ave
lejana hizo un eco débil mientras él la miraba.
—¿Qué ocurre? ¿Por qué estás aquí? —Jihoon trató de no tartamudear.
—Esto es un sueño, pero cómo llegaste aquí… no estoy segura. Es preocupante.
—¿Qué se supone que signi ca eso? —preguntó, pero ella no respondió.
Ella inclinó su cabeza hacia un lado con los ojos levantados hacia la luna, como si
escuchara una llamada lejana.
Entonces, sin previo aviso, ella lo empujó detrás de unos arbustos frondosos.
Su grito de sorpresa se ahogó cuando le tapó la boca.
—Ella oirá —susurró la joven, con voz rme.
Sus palabras fueron su cientes para mantenerlo en silencio. ¿No había aprendido
recién a volver a creer en los monstruos?
Cada movimiento en los bosques se convirtió en una amenaza. El viento aullaba
por las ramas. Criaturas se deslizaban y las ramas se partían con un chasquido. Un
crujido a su derecha y un destello pálido en movimiento.
—¿Esa es…?
Ella lo hizo callar y levantó un brazo delgado, apuntando a la izquierda.
Una gura ágil acechaba entre los árboles, casi invisible. Sus movimientos
agraciados no hacían ningún ruido, tal como la niebla ltrándose por el bosque. Tenía
un hocico a lado, las orejas puntiagudas, un pelaje rojo grueso y ojos brillantes.
Detrás de esa zorra, había nueve colas.
La gumiho se detuvo, con la cabeza erguida y los ojos dirigiéndose hacia su
escondite. Jihoon contuvo el aliento. La zorra dio un paso adelante justo cuando un
sonido hizo eco en las lejanías del bosque. En un instante, ya se había ido en la
dirección contraria.
Jihoon nalmente exhaló y miró a la chica. Ella dejó caer un puñado de piedras en
una lluvia de golpes.
—¿Quién era? —preguntó Jihoon.
—Mi madre. No le gustan los humanos.
—¿A ti sí? —Jihoon se levantó y el movimiento hizo que se mareara.
—No los odio —admitió—. Aunque es inquietante que estés aquí.
—Has dicho eso antes. ¿A qué te re eres? —El bosque se inclinó hacia la
izquierda, luego a la derecha, como un barco que se balancea en el mar. Sentía que
lo estaban arrastrando a algún lugar al que no quería ir e hizo todo lo posible por
mantenerse allí. En ese sueño.
—¿Por qué tomaste mi yeowu guseul? —preguntó ella.
—¿Tu yeowu guseul? ¿Te re eres a esa perla?
—¿Por qué estabas en el bosque hoy?
Trató de contarle lo de su perra, pero le subió bilis por la garganta en lugar de
palabras.
—¿Sabías que yo iba a estar en el bosque? ¿Qué querías hacer con mi perla? —La
voz de la chica sonaba confusa, como si hubiera sido procesada a través de un
sintetizador antes de llegar a sus oídos.
—¿Qué me está pasando? —Sintió cómo las náuseas rodaban a través de él,
gruesas y pegajosas, mientras los árboles circundantes hacían piruetas demenciales.
Ella lo observó con curiosidad.
—Cuando el cuerpo quiere despertarse, no importa lo que la mente desee.
—¿Me estoy despertando? —preguntó Jihoon—. Entonces, ¿por qué me siento tan
raro…?
Antes de que ella pudiera responder, el suelo del bosque se desintegró debajo de
los pies de Jihoon.
Cayó en la oscuridad, sus gritos fueron absorbidos por la tierra, mientras esta se lo
tragaba.
4

M IYOUNG SE DESPERTÓ LENTAMENTE DEL SUEÑO. LE TOMÓ UN momento darse


cuenta de que no estaba en el bosque, sino en su nueva habitación.
En una cama de hierro forjado, repleta de almohadas. Grandes
ventanas junto a su cama dejaban entrar la luz de la luna. Miró el reloj y los
números brillantes le devolvieron la mirada: 03:33 a. m.
El recuerdo del sueño se aferraba a ella como una capa de grasa que cubría su
piel. El bosque, la niebla y ese chico. Rara vez soñaba y, cuando lo hacía, nunca
era tan vívido. Parecía como si él hubiera entrado en su mente. «Es preocupante».
Lo había dicho en el sueño y lo seguía pensando ahora.
Había escuchado historias de las gumihos que podían entrar en los sueños de
sus víctimas, volviéndolos locos poco a poco antes de arrancar sus hígados. Pero
nunca lo había hecho ella misma. Nunca pensó que fuera una habilidad que las
gumihos aún poseyeran. Quizá no la tenían. Después de todo, ella no había
querido compartir su sueño con ese chico. Tal vez solo estaba pensando en él y su
subconsciente se salió de control. Tenía sentido que él estuviera poblando su
mente. Al n y al cabo, él había estado allí cuando perdió su perla…
Miyoung se puso de lado y abrió el cajón de su mesita de noche para que la
pequeña perla se deslizara con suavidad. Apareció a la vista, reluciendo tanto que
se preguntó si emitía su propia luz o si simplemente re ejaba la de la luna.
Se quedó mirando la piedra: un yeowu guseul, su perla de zorro. En los mitos, se
decía que cada gumiho tenía una de estas perlas, pero ella nunca les había
prestado demasiada atención. Nara hablaba de ellas a veces, comparándolas con
las almas humanas.
Probablemente, Miyoung tendría que haber escuchado las teorías descabelladas
de la chamana. Eran variadas e interminables, por lo que había ignorado a la
mayoría de ellas. Eso sí, recordaba haberla oído decir que, si un hombre tomaba
posesión del yeowu guseul de una gumiho, él podría obligarla a que cumpliera
cada una de sus órdenes. Y también había un relato de una gumiho que había
perdido su perla, pero que aún se alimentaba, aunque eso la iba convirtiendo
paulatinamente en un demonio.
Miyoung cerró los ojos e hizo rodar la piedra sobre su palma. Se encendió a lo
largo de su piel como electricidad estática. O energía residual. No se sentía como
el gi que había absorbido de ese ajeossi. Esa energía le había resultado amarga y
rancia. Este sabor, en cambio, era fresco y prometedor. ¿El chico? Pero si ella no se
había alimentado de él. ¿Por qué estaría su energía en esta pequeña perla?
Sin embargo, podía adivinar la respuesta. Él había tocado la perla, la había
sostenido directamente. Ella había sentido un aumento de energía que la había
despertado, desorientada, en los terrenos del bosque. ¿La perla le había
transferido un poco del gi del chico, incluso cuando la piedra no estaba dentro de
ella?
Si él hubiera sabido el poder que tenía en sus manos… pero obviamente no
tenía ni idea. Además, ella ya la había recuperado. Ya estaba a salvo, tan segura
como podría estar.
No sabía qué la había impulsado a salvarlo. Pero lo que hizo después el joven la
confundió aún más. Cómo se había quedado allí. Cómo había cargado contra el
dokkaebi, a pesar de saber el peligro que estaba corriendo.
Miyoung apretó la perla en su mano. El chico era una de sus últimas
preocupaciones.
Necesitaba encontrar una manera de reabsorber la piedra. Era posible que no
supiera mucho sobre los mitos del yeowu guseul, pero sabía que las perlas
pertenecían a las gumihos. Ya sentía un vacío en su interior, como una pieza de
rompecabezas que ha sido arrancada, dejando un agujero enorme.
Miyoung se levantó de la cama y caminó por el pasillo hacia la habitación de su
madre.
Se escuchaba cómo corría la ducha en el baño principal. El vapor se sentía
pesado en el aire, tan espeso que casi la ahogaba. Eso provocó un ataque de
pánico que pudo calmar con unas respiraciones profundas. Desde que tenía uso
de razón, Miyoung le había tenido miedo al agua. Una fobia tan profunda que
hasta se negaba a bañarse. Su madre despreciaba cualquier señal de debilidad en
su hija, por lo que se vio obligada a hacer lo imposible para mantener sus
inseguridades enterradas.
Yena salió de la ducha luego de cerrar las canillas. A través de la cortina de
vapor, Miyoung vio el entrecruzamiento de cicatrices blancas en la espalda
desnuda de su madre.
Miyoung había preguntado una vez acerca de ellas, a lo que Yena había
respondido que había sido culpa de los humanos. Se las habían hecho cuando era
muy joven y demasiado débil para sanar completamente. Miyoung a veces se
preguntaba si habrían marcado más que su piel.
Cuando la niebla se disipó, Yena se envolvió en una bata. Y volvía a ser perfecta
e impresionante. Era alta y esbelta, con cabello negro azabache y ojos oscuros,
que hacían juego.
Todos los que las conocían decían que Miyoung se veía exactamente igual a su
madre.
Ella siempre agradecía con una reverencia de noventa grados. Después de todo,
Yena era el epítome de la belleza. Su perfección hacía que los hombres se
arrepintieran del tiempo que perdían parpadeando.
—Miyoung-ah, ¿qué haces?
—Necesitaba hablar contigo. —Miyoung trató de pensar cómo explicar su
inquietante sueño de una manera que no revelara su error.
—¿Es por lo del lunes?
—¿Lunes? —Miyoung pestañeó.
Entonces, lo recordó. Su nuevo colegio.
—Estoy bien. Será como cualquier otra escuela. Estoy acostumbrada. —Eso era
cierto. Miyoung fue siempre la chica nueva. Nunca estuvo en un lugar el
su ciente tiempo como para perder esa etiqueta.
—El instituto es muy bueno, aunque este vecindario no es tan bonito como el
anterior. Pero, por supuesto, no podíamos quedarnos allí después de tu…
indiscreción. —La forma en la que su madre dijo eso, con un toque de reproche,
hizo que Miyoung frunciera los labios. Por mucho que odiaba mudarse, a menudo
se veían obligadas a hacerlo debido a alguno de los errores que ella cometía. Y el
humor iracundo de Yena le recordaba a Miyoung que sus problemas eran siempre
una carga para ella. Tal vez no fuera una buena idea revelar lo que había pasado
en el bosque, después del error que había cometido antes.
—Lo siento, madre. No era mi intención hacerlo y la niña sobrevivió. —
Excusas, excusas, solo excusas inútiles.
—Igualmente, casi nos expones al perder el control con una humana. Y a plena
luz del día.
—¡Estaba tratando de alejarla de mí! Ella no dejaba de empujarme, así que la
empujé también… —Miyoung se interrumpió al darse cuenta de que sus palabras
hacían eco de las palabras del ajeossi en el bosque. «Fue su culpa… Tendría que
haberse quedado callada. Yo solo traté de que no gritara».
Miyoung odiaba lo mucho que tenía en común con la gente maligna que
cazaba.
—No necesito tus excusas —dijo Yena, rompiendo los pensamientos de su hija
—. Simplemente haz lo que digo y todo estará bien.
—En realidad, hay algo que necesito decirte.
—Sé por qué estás tan nerviosa, y está bien. —Yena desestimó la preocupación
de Miyoung. No era la reacción que estaba esperando.
—¿Está bien? —Miyoung no podía detener el galope de su corazón. ¿No era tan
malo revelar su identidad a un humano y perder su perla de zorra en el proceso?
»No era mi intención —comenzó Miyoung.
—Hija, no me mientas. Sé que has vuelto a extraer la energía de tu última
víctima. Ya sé que todavía no estás preparada para una muerte rápida.
Miyoung casi deja escapar un suspiro de alivio. Así que Yena no tenía ni idea
del chico o de la perla.
—No me importa hacerlo lentamente. —Miyoung podría haber dado una
docena de excusas. Con su técnica, había menos desorden, menos gritos y menos
sangre. Pero tanto ella como Yena sabían que esas no eran las verdaderas razones.
—Tu deseo de aceptación humana es la razón por la que eres débil. —Ahí
estaba, la desaprobación de Yena de la mitad humana de Miyoung. La mitad que
había heredado de su padre.
—Es difícil vivir entre ellos y pretender que no te importan —murmuró Miyoung.
—Vivir entre los humanos es un mal necesario. Si queremos alimentarnos todos
los meses, entonces debemos estar en el mismo lugar que la comida.
Miyoung se estremeció ante la elección de palabras de su madre, pero asintió.
—¿Y si uno de ellos supiera lo que somos?
—En ese caso, nos encargamos de eso, por supuesto. Sus vidas mortales se
terminan con tanta facilidad —dijo Yena con tal frialdad que el corazón de
Miyoung palpitó. ¿Podría haber matado a ese chico? ¿Haber roto su cuello y
dejado que sus restos se pudrieran? El pensamiento la hizo estremecerse. Pero tal
vez ese era su problema, que no era lo su cientemente despiadada.
»¿Qué sucede? —preguntó Yena, con ojos astutos.
—No me siento muy bien. Este lugar me resulta tan desconocido; además,
apenas nos mudamos y ya tenemos que volver a cazar.
—No podemos evitarlo —expresó Yena, severa—. Te niegas a cazar sin la luna.
—Lo sé. —Miyoung se preguntó cómo podía abordar el tema del que realmente
quería hablarle—. En realidad, hojeé algunos libros mientras estaba
desempacando. Uno de ellos hablaba sobre las perlas de los zorros.
Yena se echó a reír.
—¿Esos cuentos de hadas? Son inventos que los humanos les cuentan a sus
hijos. No existe tal cosa como una perla de zorro.
Miyoung frunció el ceño mientras su mano acariciaba el objeto mítico que
descansaba en el bolsillo de su túnica. ¿Era posible que su madre nunca hubiera
visto o sentido su propia perla? ¿En todos esos cientos de años?
—Miyoung-ah, estoy cansada. Ha sido una noche larga. No quiero seguir
hablando de fantasías y posibilidades.
—Sí, madre. —Miyoung sintió que la habían derrotado.
—A veces me preocupa que te permito tener demasiada libertad con tus dramas
y espectáculos. —El corazón de Miyoung se hundió por temor a que se declarara
una nueva regla o restricción—. No dejes que esas fantasías deformen tu cerebro.
Tienes que estar siempre alerta. Debemos protegernos la una a la otra. Estamos las
dos solas contra el resto del mundo.
Miyoung asintió. Las palabras eran algo que Yena decía a menudo, tan fácil
como cualquier otro padre ofrecería un abrazo reconfortante. Pero Yena no
abrazaba. De hecho, rara vez tocaba a su hija.
—¿Madre?
—¿Sí?
Miyoung intentó juntar el valor para contarle a su madre sobre su perla y el
extraño chico del bosque. Pero no pudo encontrar las palabras.
—Buenas noches.
—Buenas noches, Miyoung.
5

J IHOON DURMIÓ DE MÁS. NO ERA ALGO QUE LE MOLESTARA, excepto que era sábado y
se suponía que debía ayudar en el restaurante.
Se arrastró por el pasillo para ver cómo estaba Dubu. Yacía acurrucada
en su pequeña cama. Con un gemido bajo, ella trató de acercarse a él.
—Oh, eres una niña muy valiente —canturreó Jihoon, dándole un dulce abrazo.
Todavía no sabía con seguridad si estaba enojado con Dubu o aliviado de que
estuviera bien. Probablemente fuera una mezcla de las dos.
Había estado despierto la mitad de la noche con pensamientos de goblins y
gumihos. Su halmeoni solía contarle historias sobre los dokkaebis, que
acostumbraban a engañar humanos, y sobre zorras de nueve colas, que comían
los hígados de sus víctimas. Eran relatos horrorosos, camu ados como fábulas
para enseñar lecciones. Pero ese tipo de historias debían permanecer en los libros,
no cobrar vida y estrangular a Jihoon hasta la muerte.
Había tratado de convencerse a sí mismo de que la noche anterior había sido
solo una intensa alucinación. Pero no podía ignorar el magullón en su sien, que le
recordaba claramente el momento del golpe que se dio con la cabeza de la chica.
Y esa piedra peculiar que había salido de su interior... Los dedos aún le
hormigueaban, como si le hubieran succionado la energía de su cuerpo.
Cuando Jihoon se arrastró por la escalera trasera, el sonido del ajetreado
restaurante lo recibió.
Unas voces se elevaron desde la habitación posterior, pero las ignoró hasta que
las palabras ataque de animal lo frenaron en seco.
—Gracias por venir a avisarnos, o cial Hae —dijo su halmeoni.
—Detective.
—Disculpe, detective Hae.
—Estamos informando a los departamentos y negocios vecinos para que puedan
estar alerta. Parece que un lobo o un perro salvaje ha bajado de la montaña, así
que tengan cuidado.
Jihoon se congeló mientras absorbía las palabras. ¿Un ataque animal? ¿Como el
de un zorro?
—Le haremos llegar esta información a los clientes —dijo ella al abrir la puerta
—. Venga en cualquier momento, si está de humor para una buena comida
casera.
La puerta se cerró y Jihoon escuchó a su halmeoni dirigirse a la cocina de
adelante.
Se preguntó si el ataque podría estar relacionado con esa chica.
En realidad, no debería preocuparse por ella. Le había advertido que no hablara
de la noche anterior, por lo que sería más fácil si la olvidaba por completo.
Cuando entró en la habitación de atrás, Somin se abrió paso a través de la
puerta de la cocina, mientras balanceaba una bandeja de platos sucios. Su
camiseta estampada y sus jeans rotos estaban cubiertos por el delantal del
restaurante, que le llegaba hasta las rodillas.
—¿Qué estás haciendo aquí? —Jihoon parpadeó sorprendido.
—Tu halmeoni dijo que estabas durmiendo como un muerto. No quería
despertarte, entonces llamó a mi madre y a mí. Hay un movimiento de locos por
aquí.
No había ninguna acusación en la voz de Somin, pero sus hombros se
encogieron de culpa.
Jihoon había ayudado en la cocina del restaurante desde que era pequeño. Solía
sentarse durante horas, cortando las colas de los brotes de soja y cerrando la masa
de los dumplings. Ahora tenía el honor de ser parte del personal de camareros y el
repartidor.
—Iba a llamarte —dijo Jihoon, golpeteando un cucharón contra el mostrador
mientras consideraba lo que estaba por decir.
Somin siempre estaba disponible cuando él necesitaba hablar con alguien. Y
luego de lo que había pasado, de nitivamente lo necesitaba. Como habían
crecido juntos, Somin también había escuchado todas las fábulas de la halmeoni.
Pero la amenaza de esa chica seguía rme en su cabeza: «No le dirás a nadie lo
que has visto esta noche».
Entonces, en lugar de eso, preguntó:
—¿Alguna vez has creído en los dokkaebis?
Somin lo pensó durante un momento. Ella era alguien que tomaba las preguntas
de sus amigos muy en serio.
—Claro, cuando era pequeña. He oído que ahora hay una aplicación que les
habla a los niños con voz de dokkaebi para asustarlos y que coman sus vegetales.
—Me re ero a los verdaderos, no a los dokkaebis que nuestros padres usaban
para atemorizarnos.
—Jihoon-ah, sabes que no son reales, ¿verdad? —Somin se echó a reír, y
provocó un sonido que alteró los nervios de Jihoon. De todos modos, se puso
seria al ver la expresión de su amigo.
—Pues, claro que lo sé —dijo Jihoon con rmeza, tratando de convencerse a sí
mismo de sus propias palabras.
—Sabes que puedes decirme si tienes problemas. —Somin inclinó la cabeza—.
O si estás delirando.
—¡Ey! —protestó Jihoon, lanzándole el cucharón.
Somin lo agarró en el aire. Siempre había sido la más atlética de los dos.
Jihoon dejó caer su cabeza sobre el mostrador, derrotado. ¿Cuál era el punto de
resolver todo este enigma? Él nunca volvería a ver a esa chica.
—Necesito cafeína.
—Bueno, tienes suerte. —Somin sacó un paquete de café instantáneo del
bolsillo de su delantal. Jihoon se alegró al escuchar el sonido del papel
rasgándose.
—¿No puedes encontrar una forma de inyectarlo directamente en mis venas? —
Somin usó el paquete vacío como un agitador improvisado. Jihoon tomó la taza
con gratitud. El café le quemó la lengua, pero no le importó—. Eres una diosa —
dijo con un suspiro de satisfacción—. Algún día construirán templos en tu honor y
santuarios a tu imagen y semejanza.
—Ven al frente cuando te sientas completamente humano. —Somin se rio entre
dientes.
Cuando Jihoon entró en la cocina, Moon Soohyun, la madre de Somin, estaba
discutiendo con la halmeoni sobre los condimentos.
—Señora Nam —dijo ella—. Si agrega demasiada salsa de pescado, se arruinará
el sabor. —Hizo un gesto salvaje con su cucharón de madera y Somin se lo
arrebató de la mano antes de que hiciera caer una pila de ollas.
—He golpeado tu trasero con ese cucharón y puedo hacerlo de nuevo —dijo la
halmeoni.
—Señora Nam, todo el mundo ha amado su comida durante años. Pero debe
admitir que está envejeciendo, por lo que sus papilas gustativas y su visión no son
las mismas de antes. Esas dos cosas son las primeras en desaparecer con los años.
—No sé por qué sigo permitiendo que vengas. —La anciana se mofó del
comentario.
—Porque, en el fondo, me ama. —La madre de Somin sonrió.
—Acabo de acostumbrarme a tu presencia —murmuró la abuela de Jihoon—.
Has estado corriendo por este lugar desde que llevabas pañales junto a mi hija
Yoori.
El corazón de Jihoon se aceleró. No le gustaba que le recordaran cómo la madre
de Somin y la suya habían crecido juntas. Habían hecho todo de a dos: habían
jugado e ido al mismo colegio y hasta habían quedado embarazadas al mismo
tiempo. No obstante, la madre de Somin estaba allí y la suya se había ido.
—A mí me gusta cómo cocina. —Somin abrazó a la halmeoni—. Tal vez me
case con Jihoon-ah, así puedo disfrutar de su comida todos los días.
—¿Quién dice que me casaré contigo, Lee Somin? —Jihoon nalmente habló—.
Sabes que odio que otras personas me digan qué hacer.
—¡Jihoon-ah! —dijeron las tres, con diversos grados de afecto y regaño.
—Oh, miren a nuestro Jihoon. ¡Nuestro pequeño Hoonie! —La madre de Somin
le pellizcó la mejilla, con un destello diabólico en sus ojos. Él se lo permitía
porque era ella y, por eso, se aprovechaba—. Tiene suerte, señora Nam. Con un
nieto que puede llegar hasta los estantes altos, se ahorra bastante dinero en
escaleras.
Él contuvo una carcajada.
—Deja de molestarlo —dijo su halmeoni.
La madre de Somin soltó a Jihoon, pero no estuvo libre por mucho tiempo. Su
abuela le examinó el rostro y sus ojos se enfocaron en el magullón de su sien.
—¿Qué te sucedió?
—Nada —dijo Jihoon con rapidez. Él solo podía pensar en las supersticiones de
su halmeoni. ¿A dónde la llevarían si se enterara de lo que había sucedido la
noche anterior?
Ella lo miró con tanta dureza que prácticamente escuchó todos sus
pensamientos. Deliberó acerca de si insistir o no sobre el tema. Por suerte, dejó
pasar lo de su barbilla.
—Anoche tuve un sueño sobre un cerdo —comentó ella.
Jihoon miró a Somin para buscar una explicación, pero ella se encogió de
hombros como respuesta.
—Eso trae buena fortuna. Así que ustedes dos deberían seguir estudiando
mucho. —La anciana movió el cucharón entre Somin y Jihoon.
—Sí, halmeoni. —Hicieron una reverencia al mismo tiempo.
—Coman yeot. Hará que el conocimiento se les quede.
—Sí, halmeoni.
—Ten, lleva esto a la mesa tres. —La anciana le entregó a su nieto una bandeja
con guisos, todavía estaba hirviendo en las ollas de piedra.
—Después regresa aquí. Terminaré de arreglar la sazón de este platillo para que
lo lleves a la mesa seis —dijo la madre de Somin antes de reanudar sus disputas
con la halmeoni.
Somin puso los ojos en blanco y le dedicó a Jihoon una sonrisa mientras recogía
otra bandeja.
Jihoon la siguió, al n agradecido por el caos que era su vida. Al nal de la hora
del almuerzo, casi se había olvidado por completo de las chicas zorro y de los
goblins.
uando la primera gumiho estaba por cumplir mil años, el reino

C de Silla unió fuerzas con la dinastía china Tang y derrocó gran

parte de lo que solía ser el reino de Goguryeo del príncipe Jumong.

Esto trajo consigo el surgimiento del budismo.

Nueve (gu, 九) era el símbolo del dragón y, por lo tanto, el

símbolo del rey. Era el símbolo de la longevidad y de la

inmortalidad.

Nueve naciones debían someterse a la dinastía Silla. Construyeron

la gran pagoda imperial del dragón con nueve niveles. Era el edi cio

más grande de su clase en el este de Asia y simbolizaba el poder de

Buda y Silla.

A la zorra le crecieron ocho colas más.

Nueve colas que le daban poder.

Nueve colas que le daban inmortalidad.


6

E RA LUNES POR LA MAÑANA Y LA SEÑORITA KWON CALMÓ A LA clase para dar inicio
a la jornada. Cuando todos se acomodaron, ella no se lanzó a hablar de
los anuncios matutinos de inmediato. En cambio, se aclaró la garganta y
echó un vistazo a algo escrito en su cuaderno.
—Tenemos una estudiante transferida el día de hoy: Gu Miyoung. —La profesora
hizo un gesto hacia la puerta abierta.
La joven se movió en silencio hacia el interior del aula. Eso fue lo que Jihoon
notó primero.
El shock de verla una vez más hizo que se levantara a medias de su asiento. En
las docenas de veces que había pensado en ella durante el n de semana, nunca
imaginó que haría algo tan aburrido como asistir a clases. Sin mencionar que
estaba en su mismo colegio.
Su rostro era impresionante a la luz del sol, con todos sus ángulos y planos.
Tenía una nariz recta y los ojos oscuros, enmarcados con largas pestañas y cejas
curvadas. Los chicos del curso se enderezaron, como si fueran títeres y sus hilos
se hubieran tensado.
—Preséntese. —La señorita Kwon invitó a Miyoung a dar un paso adelante.
—Me llamo Gu Miyoung. —Hizo una reverencia—. Mi madre y yo nos
mudamos recientemente a Seúl. Por favor, no sean malos conmigo. —Era una
introducción genérica de cualquier alumno nuevo, pero la forma en que lo dijo
fue como una advertencia: «Manténganse alejados de mí». Sus ojos estaban serios
mientras barrían la habitación. Jihoon esperó ser encontrado. Pero ella ni siquiera
se detuvo cuando lo vio.
—Creo que estoy enamorado —susurró Changwan.
—Deja de babear —dijo Jihoon, sin mirar a su amigo. Estaba demasiado
ocupado observando a Miyoung, quien se negó a devolverle la mirada.
—Puede sentarse junto a Lee Somin —dijo la señorita Kwon.
Miyoung tomó asiento, agachó la cabeza y frustró los intentos de Jihoon por
llamar su atención.
La señorita terminó de dar los anuncios matutinos justo cuando sonó la
campana. Tan pronto como se fue, la habitación estalló con las voces de los
estudiantes. En cada período, mientras los profesores se trasladaban de un aula a
la otra, los chicos aprovechaban ese tiempo de libertad para chismear y comer
bocadillos prohibidos que tenían escondidos.
Jihoon aprovechaba esos minutos para eso último. Sin embargo, esta vez se
apartó de su escritorio para acercarse a Miyoung.
Pero Baek Hana se le anticipó.
—Así que… una estudiante nueva —dijo Hana. Ella era bonita, de una manera
tradicional: cara ovalada, nariz coqueta y labios pequeños y rosas. Su equillo
recto estaba perfectamente arreglado y su falda plisada, perfectamente planchada.
A Jihoon le hacía acordar a las muñecas de porcelana, suponiendo que tuvieran
ojos juiciosos y lenguas a ladas—. ¿De dónde eres?
Miyoung tardó tanto en responder que parecía que intentaba ignorar la
pregunta.
—Provincia de Jeolla del Sur —contestó nalmente.
—Pero ¿de qué parte?
—La ciudad de Gwangju. —Otra respuesta seca.
—Tengo primos en Gwangju. —Hana sonrió, aunque su expresión no denotaba
amabilidad—. Eres muy bonita. ¿Quién fue tu cirujano plástico?
Jihoon puso los ojos en blanco ante tal comentario desubicado. Todos sabían
que Hana les había rogado a sus padres que le permitieran someterse a una
cirugía de doble párpado. Ellos se habían negado, aunque eso no signi caba que
ella estuviera por encima de las cirugías plásticas. Jihoon vio cómo se apretaban
las manos de Miyoung y se preguntó si ella se contenía así para salvar a Hana de
un merecido puñetazo en la boca.
—¿Necesitas algo, Hana-ya? —preguntó Somin, y la mitad de la clase se quedó
en silencio. Algunos se acomodaron para el show.
Hana sintió vergüenza al estar bajo la mirada de Somin. Jihoon no solía
encontrar placer en la incomodidad de los demás, pero tuvo un sentimiento de
satisfacción cuando los ojos de Hana se movieron de un lado a otro, entre Somin
y Miyoung. Parecía que estaba analizando si seguir molestando a su nuevo
objetivo o preservar su pellejo.
Hana levantó la barbilla y Jihoon no pudo evitar pensar que había tomado la
decisión equivocada.
—Estoy saludando a la chica nueva.
—Bueno, ya lo hiciste. Deberías ir a sentarte antes de que llegue el profesor.
—Claro, como sea. —Hana se encogió de hombros con un movimiento brusco,
llena de nervios. Todos sabían que no era buena idea cruzarse con Somin.
—No pedí tu ayuda —dijo Miyoung, provocando que todos se giraran para
observarlas con sorpresa.
—¿Disculpa? —preguntó Somin, y Jihoon tuvo la impresión de estar ante dos
fuerzas poderosas, mientras se empujaba una contra la otra.
—De ahora en adelante, mantente fuera de mis asuntos —replicó Miyoung en
voz baja, pero se escuchó claramente en el aula silenciosa.
Jihoon observó cómo se exionaba la mandíbula de Somin, como si estuviera
reprimiendo una respuesta mordaz. Pero él la conocía. Rara vez lograba controlar
su temperamento.
Era como si toda la clase estuviera conteniendo el aliento, esperando que la
densa tensión del aire se desvaneciera.
En ese momento, la puerta se abrió y el profesor de matemáticas, el señor Hong,
entró.

Jihoon miró a Miyoung durante toda la clase.


Ella se sentaba al otro lado del pasillo, en diagonal de donde estaba él. Su mano
tomaba notas rápidas mientras el profesor daba la clase. Él se la quedó mirando,
recordando cómo ella le había quitado el pulgar al dokkaebi. Eso lo hizo
estremecerse involuntariamente.
Jihoon escribió una nota apresurada y se inclinó sobre el pasillo, mientras le
lanzaba una mirada furtiva al señor Hong. El profesor estaba prestando atención a
dos compañeros que intentaban resolver unos problemas en el pizarrón. Tenía
una rama de bambú partida que le gustaba usar para golpear los escritorios de los
alumnos que se quedaban dormidos. Jihoon sabía que, si no fuera por el hecho de
que se habían prohibido los castigos corporales en las escuelas, el señor Hong ya
habría utilizado el palo directamente en los chicos.
—Ey —susurró Jihoon.
La mano de Miyoung dejó de escribir, pero no se dio vuelta para mirarlo. Jihoon
le lanzó el papel. Chocó contra el borde del escritorio de Miyoung y cayó al
suelo.
Ella siguió tomando notas como si nada hubiera pasado.
—Ey —dijo de nuevo con urgencia, casi gritando.
Un pie cayó sobre la nota. Jihoon hizo una mueca cuando el profesor la recogió.
—Gu Miyoung, parece que a Ahn Jihoon le gustaría encontrarse contigo después
de clase —anunció el señor Hong, que se ganó la risa ahogada de los otros
estudiantes—. Los dos, síganme afuera.
En el pasillo, ambos se acomodaron sobre sus rodillas, con las manos levantadas
en el aire. Era un castigo que tenían que cumplir hasta que terminara el período.
A Jihoon ya le dolían los brazos.
—Deberías haber atrapado el papel —dijo él.
Miyoung lo ignoró y siguió mirando al frente.
—Deberías haberlo atrapado —repitió—. He visto tus re ejos.
Ella siguió sin responder.
Era atractiva bajo la luz del sol que se ltraba por las ventanas. Tenía un aspecto
casi delicado. Pero Jihoon recordó su ferocidad en el bosque y cómo había
luchado contra el monstruoso dokkaebi con tanta facilidad.
Probó hablarle una vez más.
—Sobre lo que pasó la otra noche en el bosque…
—No sé de qué me estás hablando —interrumpió Miyoung.
—Pero…
—Me acabo de mudar aquí. No conozco la zona. ¿Por qué estaría en el bosque?
—La cara de Miyoung estaba ja y sus ojos, bien de nidos. Parecía tan segura de
sí misma que casi dudó de su propia memoria.
Empezó a hablar de nuevo.
El señor Hong dio unos golpecitos en el cristal y articuló: «Sin hablar».
Jihoon bajó la cabeza e intentó ignorar el dolor de sus hombros.
Sonó la campana con un ruido estridente, el cual rompió el silencio y marcó la
hora de ir a la clase de educación física. A Jihoon le dolía bajar los brazos por
haberlos tenido levantados durante tanto tiempo. Y cuando se puso de pie, sus
piernas temblaron. Era como si tuviera que soportar los pinchazos de mil agujas,
causándole escalofríos de dolor.
Mientras luchaba por ponerse de pie, un grupo de chicas se cernió sobre
Miyoung, quien no parecía tener ningún problema en soportar los efectos físicos
del castigo.
—Tu cara es muy pequeña. Podrías ser una modelo —musitó una de ellas—.
Estoy celosa.
—Tu piel es tan clara. ¿Qué maquillaje usas? —preguntó otra.
—No uso nada —dijo Miyoung con voz fría y desdeñosa. Ellas no parecieron
entender su tono, ya que continuaron haciéndole preguntas.
—Ahn Jihoon. —Una de las chicas se concentró en él—. ¿Insinuarte con la
chica nueva en su primer día? No es típico de ti.
Jihoon se encogió de hombros como respuesta.
—¿Lee Somin sabe que te gusta ella? —Jihoon echó un vistazo para ver la
reacción de Miyoung, pero se dio cuenta de que había aprovechado la
oportunidad para desaparecer.
—Lee Somin sabe que están hablando de ella a sus espaldas. —Somin salió del
aula con los brazos cruzados. Las chicas se enderezaron, como soldados del
ejército ante un coronel.
»Deberían cambiarse para la clase de educación física —dijo ella. Todas
asintieron y se escabulleron.
—Somin-ah, si sigues haciendo eso, nadie volverá a hablarnos jamás. —Jihoon
colocó un brazo alrededor de su hombro en un ligero agarre. El movimiento era
más que nada para apoyar sus piernas aún débiles, pero nadie tenía que saberlo.
—¿Eso es algo malo? —Somin lo golpeó en el costado para correrlo un poco—.
¿Qué querías hacer con la nueva?
—Estaba tratando de ser amigable —dijo Jihoon. No quería discutir sobre lo
misteriosa que era Gu Miyoung en este momento.
—No me agrada. Es grosera.
—No te gusta porque no te tiene miedo —dijo Changwan, uniéndose a ellos.
—A nadie le importa tu opinión. —Somin se burló y los dos empezaron a
discutir.
—Vamos. —Jihoon lanzó su otro brazo alrededor de los hombros de Changwan,
convirtiendo a los tres en una unidad—. Pueden descargar esa energía extra en la
clase de educación física.
7

M IYOUNG ESTABA AGOTADA DE EVADIR A SUS NUEVOS compañeros. Ya se había


acostumbrado a que la gente quisiera conocerla un poco más por ser
la chica nueva. Pero esta vez era diferente, más intenso. Y le echó la
culpa de todo a Ahn Jihoon. Su hazaña con la nota generó un foco de atención
sobre ella, quien ya se estaba arrepintiendo de haber salvado su inútil vida.
El gran gimnasio generaba ecos de las charlas de los otros estudiantes, quienes
formaban subgrupos de amigos más reducidos. Miyoung se quedó en la parte de
atrás, sola. Esa era su posición habitual.
El profesor de educación física era un hombre sencillo, con cara de sapo y un
nombre que Miyoung no se molestó en recordar.
Informó a la clase que la lección del día sería jugar al dodgeball, en parejas. Las
quejas de los alumnos rebotaron en las vigas superiores.
El profesor repartió cinco pelotas rojas y explicó el juego. Los estudiantes se
agruparon de a dos, uno como el guardián y el otro como el protegido. Solo el
guardián podía tocar la pelota. Si los dos se separaban y golpeaban al protegido,
perdían. Parecía una complicación innecesaria para Miyoung.
Se acomodaron rápidamente y, cada vez que alguien se acercaba a ella,
Miyoung le dedicaba una mirada que los detenía en sus pasos. Todos estaban
emparejados, excepto ella y Jihoon, que caminó hacia ella con una sonrisa
arrepentida. El ceño de Miyoung se profundizó.
—Supongo que somos pareja —dijo él, quien no aparentaba estar perturbado
por su gélida expresión.
—No puedo jugar. —La molestia de Miyoung era tan grande que la ahogaba—.
Me duele el pie.
—¿Te lastimaste cuando te caíste? —preguntó él en un murmullo.
Su pregunta confundió a Miyoung.
—No me caí.
—Hoy no. La otra noche.
Ella entrecerró los ojos mientras trataba de determinar su nivel de idiotez.
—Comiencen. —El profesor hizo sonar un silbato. Los chicos se dispersaron y
algunos chillaron de sufrimiento antes de empezar a jugar. El más ruidoso de
todos era Changwan, que se aferraba a los hombros de Somin.
Jihoon tomó la posición delantera. Miyoung se agarró del dobladillo de la
remera con dos dedos. Zigzaguearon y esquivaron, y ella no tuvo problemas en
seguir los movimientos bruscos de Jihoon. Él se tambaleó al lanzarse a la derecha
para evitar la pelota, en vez de bloquearla.
Miyoung se tiró hacia atrás cuando otra bola casi la golpeó en la cara. Le
fastidió la idea de estar ante la posibilidad de ser una de las primeras parejas en
perder.
Podía escuchar claramente la voz de Yena. «Ninguna hija mía perdería en un
deporte humano. En especial en uno tan estúpido como el dodgeball».
—Tienes que mantener los ojos abiertos. Presta atención a quién tiene una
pelota en las manos —gruñó ella con los dientes apretados.
—Se mueven muy rápido.
—¡Izquierda! —chasqueó Miyoung. Él se movió, y apenas pudo esquivar la
pelota.
Miyoung sintió el comienzo de un dolor de cabeza. Cada vez que rehuía una
pelota que Jihoon no podía bloquear, su estómago se revolvía. Al principio pensó
que era ira, hasta que las náuseas subieron por su garganta.
—¿Estás bien? —preguntó Jihoon, mirándola con preocupación.
—Por supuesto. —Respiró hondo para calmar sus rápidas palpitaciones. Lo
extraño era que ella nunca se enfermaba. La perla chocó contra su pierna, como
si intentara recordarle que no todo era normal.
—No pareces estar bien.
—¡Cuidado! —Lo empujó hacia un costado y por poco evitó otra pelota—.
¿Puedes focalizarte en el juego?
—¿Te sientes así por lo que hiciste la otra noche? Cuando luchaste contra…
—¿Te puedes callar? —La molestia de Miyoung hizo que su dolor de cabeza
fuera in crescendo.
—Es solo que no parecías estar bien después de lo de aquella vez.
—Bueno, estoy bien ahora. No tienes que pensar en mí.
—Ojalá pudiera —dijo Jihoon con una risa.
—¿A qué te re eres? —preguntó Miyoung antes de que pudiera detenerse.
—No me considero alguien curioso, pero no puedo dejar de pensar en ti. —
Ante la mirada asesina de Miyoung, él decidió continuar de inmediato—. No de
la manera que estás pensando. Quiero decir, las historias que me contó mi
halmeoni eran ciertas. Es un poco irreal, lo sé. Pero no puedo dejar de pensar en
eso y luego tuve este extraño sueño… ¡A tu derecha! Parecía tan real.
—¿Qué sueño? —Ella volvió a prestar atención al juego y lo miró con tanta
concentración que él se apartó.
Antes de que Jihoon pudiera responder, el profesor hizo sonar el silbato y les
dijo que intercambiaran los puestos. Ahora, Miyoung era la guardiana y él se
aferraba a sus hombros. En lugar de correr, tratando de sortear las pelotas, ella las
fue apartando sin esfuerzo. Sus ojos nunca abandonaron a Jihoon.
—¿Qué sueño? —repitió.
—Estábamos juntos en el bosque, escondiéndonos de… ¿tu madre? —Jihoon
terminó la oración como una pregunta, como si pidiera una con rmación.
No podía ignorar la coincidencia de los detalles. Esto con rmó uno de los
temores de Miyoung. Él había tocado la perla y eso los había conectado
temporalmente. Eso era un problema. ¿Qué más había visto?
Ella cerró los ojos contra la gran migraña que martilleaba en sus sienes. La
presión era tanta que pensó que sus ojos se saldrían de su cráneo.
—No quiero entrometerme —dijo Jihoon, mientras sus ojos buscaban los de
ella. Dio un paso más cerca y ella extendió una mano para detenerlo, solo que su
dolor de cabeza empeoró su percepción de profundidad y le pegó en el esternón.
Eso lo arrojó tan fuerte que se deslizó un metro por el suelo, y cayó sobre su
trasero.
—¡Sin pelear! —El profesor hizo sonar el silbato y todos dejaron de jugar—.
Jihoon, ¿te duele algo?
Él negó con la cabeza mientras se levantaba.
—Eres nueva, ¿verdad? —preguntó el profesor, acercándose a Miyoung.
—Sí —murmuró ella, furiosa por la atención de las decenas de chicos que la
miraban.
—Y ya estás causando con ictos, transferida. Tendré que llamar a tu madre.

Esperar a Yena era un in erno. Este era un récord para Miyoung: que la enviaran
con el subdirector en su primer día de clases. Mientras tanto, estaba parada afuera
de la o cina de los profesores mientras esperaba a su madre. Si esa llegada
inminente no era su ciente, también estaba en el lugar perfecto para que los
demás la miraran descaradamente cuando pasaban caminando.
Más que nada, eran miradas furtivas que le lanzaban antes de regresar a las
aulas. Miyoung se mantuvo quieta. Sabía que la mejor reacción era no reaccionar.
De todas formas, podía escuchar con claridad partes de algunas conversaciones.
Escuchó las palabras violenta y fenómeno. Sin lugar a dudas, ese no estaba siendo
su mejor comienzo escolar. Y ella era muy buena para medir eso. Había estado en
una docena de colegios y, en cada uno, había probado que todos los estudiantes
eran iguales. Los chicos, sin importar dónde vivieran, solo querían encajar. Eso
signi caba que les gustaba ridiculizar a cualquier persona que no lo hiciera o no
pudiera. Adaptarse estaba prácticamente en contra de la composición genética de
Miyoung. Siempre que trataba de encajar en los moldes impuestos por la
sociedad, terminaba saliéndose. Era como una clavija en forma de zorro, que
estaba tratando de ajustarse en un agujero con forma humana.
Así que había dejado de intentarlo y había preferido mantener un per l bajo. Si
lograba mantenerse fuera del radar social y demostrar que no era interesante,
entonces sus compañeros la dejarían en paz.
Pero ella ya había ganado atención. Y peor aún, atención negativa. A los
estudiantes les encantaban los chismes sobre alborotadores. La primera
advertencia la tuvo cuando había hablado con Lee Somin esa mañana. No había
tenido intenciones de ser ruda, pero se había sentido muy molesta por haber visto
a Jihoon. Más tarde obtuvo un castigo frente a toda la clase y esa había sido su
segunda advertencia. La tercera fue meterse en una «pelea» en la clase de
educación física.
Había un hilo conductor que conectaba todo eso: Ahn Jihoon.
Ella lo vio caminar por el pasillo con sus amigos. El chico torpe, llamado
Changmin o Changwoo, le dedicó una rápida reverencia cuando la vio. Una
disputa mental cruzó por el rostro de Jihoon antes de acercarse a ella.
Miyoung entrecerró los ojos y sacudió la cabeza, claramente diciendo «Sigue
adelante». Así que Jihoon bajó los ojos y se alejó con prisa. Lee Somin lo siguió,
no sin antes fulminar con la mirada a Miyoung.
Se oía el taconeo de unos zapatos acercándose. Podrían ser de cualquiera, pero
Miyoung sabía que era Yena, incluso antes de levantar la vista.
Mientras los jóvenes ingresaban a sus salones, se veía cómo los cuellos se
estiraban. Hasta los profesores se detenían a mirar. Su madre no parecía darse
cuenta de sus docenas de admiradores. Sus ojos fríos solo veían a Miyoung, quien
se frotaba las sudorosas palmas en la chaqueta de su uniforme. Yena estaba
enojada. Miyoung enderezó sus hombros y apretó sus manos para ocultar su
inquietud.
Yena pasó junto a su hija sin decir ni una palabra y entró en la o cina donde el
subdirector la estaba esperando. Miyoung la siguió, con la cabeza baja.
El subdirector era un hombre grande que, de cierta forma, a Miyoung le recordó
a un rinoceronte.
—H-h-hola —tartamudeó, levantándose de su escritorio como si fuera él quien
acababa de ingresar a la o cina de Yena. Sus manos se aferraron a su chaqueta,
alisándola mientras recuperaba la compostura—. Usted debe ser la eomeoni de
Miyoung.
Una sonrisa se curvó en los labios de Yena, simpática y con un toque de
seducción. Miyoung odiaba esa sonrisa, aun cuando pasaba noches enteras
tratando de imitarla en el espejo de su baño. Cada vez que Yena la usaba, los
hombres hacían lo que ella quería, como si les hubieran lanzado un hechizo.
—Me siento honrada por tener la oportunidad de conocer a un hombre tan
importante como usted, subdirector —dijo Yena, con una voz suave como el
terciopelo. Miyoung se preguntó si las sirenas sonaban igual que ella—. Estoy
segura de que está demasiado ocupado como para lidiar con cosas tan triviales
como esta. —Movió la mano en dirección a Miyoung.
El hombre soltó una risita que era más adecuada para una niña. El sonido
alteraba los nervios de Miyoung.
—Oh, no. Es un placer para mí reunirme con los padres de un nuevo estudiante.
Siempre he dicho que es importante hacer el esfuerzo, ya que nuestros alumnos
son muy valiosos para mí. —Miyoung había visto una vez una caricatura en la
que un hipopótamo bailaba ballet en un intento extraño de lucir elegante. La
postura del subdirector le recordó exactamente a eso.
—Estoy horrorizada por el hecho de que mi hija haya hecho una escena en su
primer día. Debo asumir toda la responsabilidad. Después de todo, cuando un
hijo tiene un comportamiento de ciente, es un claro re ejo de sus padres. —Yena
dejó que le temblaran los labios y parpadeó como si estuviera conteniendo las
lágrimas. Sin embargo, cuando los abrió de nuevo, estaban despejados.
Miyoung casi frunció el ceño ante la actuación merecedora de un premio de su
madre.
—Oh, no, eomma de Miyoung, no debe pensar de esa manera. Estoy seguro de
que el hecho de mudarse en mitad del año escolar debió haber provocado un
gran estrés en nuestra Miyoung.
¿Eomma de Miyoung? ¿Nuestra Miyoung? Ella se mofó del tono familiar que usó
con su madre y estuvo a punto de aplaudir. Las habilidades de Yena estaban
surtiendo efecto rápidamente en el subdirector. Si le preguntaba ahora, era
probable que le asegurara tener aprobado su segundo año completo en el colegio.
—Bueno, no lo culparía si pusiera a mi preciosa hija en libertad condicional por
haber cometido violencia escolar. Confío en su buen juicio. Después de todo,
solo un hombre justo y honesto podría alcanzar una posición tan venerada. —
Yena sujetó la mano del subdirector.
Un rubor se extendió hasta el cuello del hombre.
—Bueno, es solo un pequeño error. Además, escuché que estaban jugando al
dodgeball, un juego muy violento por naturaleza. Nuestra Miyoung parece una
buena chica. La dejaré ir con una advertencia para que tenga más cuidado. ¿De
acuerdo, Miyoung-ah?
Miyoung pestañeó cuando se dio cuenta de que le estaban hablando a ella.
—Por supuesto, subdirector —dijo, esforzándose para que su voz sonara tan
dulce como la de Yena. En su lugar, las palabras le salieron entrecortadas.
—Mi querido subdirector. Es muy amable —dijo Yena, apretando su mano.
Miyoung pensó que se desmayaría en el acto.
Salieron juntas de la o cina. El silencio que las rodeaba era tan espeso que
Miyoung pensó que se ahogaría.
Una vez afuera, Yena ni siquiera miró a Miyoung cuando habló:
—Me decepcionas.
—Lo lamento, madre… —comenzó Miyoung, pero la mano de Yena se levantó
para silenciarla. Ella sabía que su madre nunca le pegaría, pero retrocedió de
todas maneras. En lugar de eso, Yena solo agitó su mano para detener un taxi.
—Te veré en casa —expresó Yena. Miyoung ni siquiera pensó en pedir que la
llevaran porque corría el riesgo de enojar aún más a su madre. Vio cómo Yena se
subía al auto y se alejaba.
Así era mejor. Además, tenía que hacer un recado.

Miyoung miró por la ventanilla del autobús. En el aire se sentía la tormenta que se
avecinaba.
Su estómago se revolvió cuando el vehículo pasó sobre un bache. Se sentía
inestable desde la pelea con ese dokkaebi. Ni siquiera sabía por qué se había
involucrado en una situación que no le incumbía. Tal vez porque se había
horrorizado al ver al goblin atacar a un humano. Incluso aunque ella misma había
asesinado personas, no le gustaba ver a un ser sobrenatural tomando la vida de
alguien inocente. A pesar de eso, Jihoon hizo todo lo posible para que Miyoung
cayera en la cuenta de que él no era tan inocente. La molestó todo el día, aunque
Miyoung sabía que la lucha con el dokkaebi era lo único que la hacía sentir
desequilibrada. Metió la mano en el bolsillo. Al rozarla, la perla se calentó contra
su piel, ajustándose perfectamente a la temperatura de su cuerpo.
Necesitaba volver a ponerla adonde pertenecía. Y para eso necesitaba ayuda.
Una hora después, se bajó del autobús. Las calles estaban llenas de gente y un
trabajador le golpeó el hombro cuando pasó corriendo. Por lo general, Miyoung
lo ignoraría, pero las náuseas se elevaron por su garganta a causa del choque.
Podía sentir la energía de ese hombre, como si el poder de la luna llena la
estuviera guiando, en lugar del sol ardiente en lo alto. Frunció el ceño mientras se
le humedecía la boca. ¿Qué sucedía? No debería tener hambre tan pronto.
Acababa de alimentarse.
Volvió a meter la mano en el bolsillo y frotó la perla. Sabía que todo esto debía
estar conectado. Rápidamente, dobló por un camino, que era más un callejón que
una calle, y se alejó de la multitud. Letreros con forma de sándwiches les
indicaban a los clientes que se dirigieran al segundo y tercer piso. Se ofrecían
desde fundas de teléfonos hasta makgeolli y masajes. Miyoung ignoró los
bastidores de ropa, colocados afuera para atraer a los posibles compradores hacia
las tiendas, que no eran más grandes que una alcoba.
En cambio, entró en un pequeño negocio. Por encima de él, el letrero decía
CHAMANA, 占.
Una nube de incienso la golpeó, pesada y dulzona.
Las mercancías se apoyaban en pilas elevadas. Cestas tejidas creaban pilares
frente a las ventanas y bloqueaban la luz del sol. Las mesas estaban llenas de
incienso, abanicos y pinturas. Platos de cobre, todavía en sus plásticos
protectores, estaban apilados en un mueble superior. A lo largo de la pared
colgaban pinturas hechas sobre papel grueso de color beige, que creaban un tapiz
de retratos dibujados a mano. Rojos audaces, negros, blancos brillantes y azules
profundos representaban las expresiones severas de una docena de hombres y
mujeres nobles. Miyoung evitó sus miradas oscuras.
–¡Eo-seo-o-se-yo! ¡Bienvenido! —canturreó una voz, que venía de la parte de
atrás.
Una joven apareció. Era baja y linda, y su cabello estaba acomodado en un
rodete desordenado. Su hanbok de lino estaba arrugado por la jornada laboral,
pero le quedaba muy bonito en su cuerpo delgado. Se detuvo en seco al ver a
Miyoung.
—Seonbae.
—Nara-ssi —respondió Miyoung—. Veo que estás haciendo un buen negocio.
—Hizo un gesto alrededor de la tienda vacía.
Nara frunció los labios, pero no la corrigió.
—Supongo que, como ahora estás de regreso en Seúl, puedes visitarme más a
menudo —dijo Nara—. Me recuerda a los viejos tiempos.
—Sí, bueno, mi madre y yo ya estuvimos mucho tiempo en el sur. Era tiempo de
hacer un cambio.
—La última vez que te fuiste de Seúl, no estaba segura de si alguna vez
volverías.
—Tenía que suceder con el tiempo. Seúl es enorme y es el mejor lugar para
perderse entre millones de personas.
Una incomodidad colgaba entre las chicas porque, incluso después de cinco
años, Nara no podía evitar intentar cruzar la brecha que Miyoung seguía
insistiendo en mantener.
—¿Tu halmeoni no está? —preguntó Miyoung.
Los ojos nerviosos de Nara se movieron hacia el techo. Miyoung supuso que la
anciana debía estar arriba de la tienda, en el apartamento. Ella sabía que Nara le
ocultaba su amistad a su halmeoni.
Existían historias en torno a la vieja chamana, que habían llegado a oídos de
Miyoung. La abuela de Nara era oriunda de la provincia de Jeju, donde la práctica
del chamanismo era algo común y corriente. Había rumores de que había
acabado con la vida de más espíritus y criaturas oscuras que cualquier otro
chamán de la ciudad. Claramente, no era fanática de gente como Miyoung, que
se aprovechaba de los humanos. Seres malignos.
—No debería quedarme mucho tiempo —dijo Miyoung—. Así que seré rápida.
Tengo un problema y necesito la ayuda de un chamán.
—Ven conmigo. —Nara la llevó a una habitación trasera, que estaba aún más
desordenada que la delantera. Los libros estaban apilados y las gruesas mesas de
roble sostenían las herramientas de un chamán: rollos de pergamino, cuencos de
bronce e incienso.
Nara se movía con facilidad a través del espacio abarrotado. Ella ayudaba a
dirigir la tienda de su halmeoni y sabía dónde encontrar lo que necesitaba en
medio del desorden. Era una chamana que había recibido el llamado a través de
la sangre y no a través de la típica posesión espiritual. El chamanismo era un
negocio y una tradición en su familia.
Mientras pasaban frente a una gran estantería, Nara dejó que sus dedos se
posaran sobre una foto enmarcada. Era lo único que estaba libre de polvo en el
estante saturado. Un hombre y una mujer sonreían a la cámara. Ambos acunaban
a un pequeño bebé. Eran los padres de Nara.
Habían muerto cuando ella era solo una bebé. Ahora, el chamanismo y su
halmeoni eran todo lo que tenía.
—¿Qué puedo hacer por ti, seonbae? —Nara habló con un ligero tartamudeo.
Sus ojos se movieron como si estuvieran buscando espíritus escondidos en las
sombras.
Miyoung se preguntó cuánto poder podría tener alguien tan tímido.
De hecho, lo más valiente que Nara había logrado había sido acercarse a
Miyoung. Cuando tenía doce años, era solo una niña pequeña con ojos grandes y
dedos inquietos. Casi no logró captar la atención de Miyoung, pero solo le bastó
susurrar la palabra «gumiho» para cumplir con ese cometido.
Ahora, Nara le proporcionaba hombres malvados a Miyoung para que ella
pudiera cazarlos cada mes. Y así darles paz a algunos de los espíritus que la
atormentaban.
A veces, Miyoung pensaba que eran una dupla extraña: dos inadaptadas que
nunca podrían encajar en los mundos en los que les había tocado nacer.
Nara miró a Miyoung con ojos expectantes, esperando a que hablara.
—Algo pasó después de la última luna llena. —Miyoung dudó, ya que siempre
estaba acostumbrada a guardar sus secretos. Tomó un abanico de bambú. El papel
de morera estaba pintado a mano con una delicada escena de montañas y
bosques; un tigre le sonreía mientras una urraca reclamaba su atención.
—¿Qué ocurrió? —Nara tenía los ojos muy abiertos.
—Me encontré con un dokkaebi en el bosque y me atacó. —Miyoung no sabía
por qué no estaba mencionando a Jihoon otra vez. Era la segunda vez que había
sentido la necesidad de mantenerlo en secreto.
—¿Estás bien? —Nara agarró las manos de su amiga.
Miyoung se liberó, pero no antes de que los ojos de Nara se pusieran borrosos.
Era la misma mirada que aparecía cuando sentía la presencia de espíritus. Ningún
pinchazo o codazo la traería de vuelta a la realidad antes de que estuviera lista.
Nara se tambaleó y casi chocó contra una gran estantería, que contenía tomos
con cubiertas de cuero, cuencos llenos de arena y pequeños trozos de incienso
quemado. En ese momento, sus ojos se aclararon.
—¿Qué has visto? —preguntó Miyoung.
—Sentí que algo me atravesó. —Nara murmuró las palabras como un canto
bajo.
—Pensaba que los fantasmas o los dioses no podían poseerte.
—En general, no. Mi halmeoni dice… —Nara se calló y sus ojos se posaron en
el suelo.
Miyoung sabía que las habilidades de Nara no eran normales, incluso para una
chamana. Su miedo a los fantasmas que la acosaban le di cultaba la tarea de
controlar sus habilidades. No era la nieta que uno esperaría de una poderosa
chamana, que había exorcizado a muchos espíritus malvados.
Nara siempre había tratado de alcanzar las altas expectativas que le imponían,
pero su familia nunca le había brindado el afecto que necesitaba. Esto era algo
que Miyoung sabía muy bien.
—No era un espíritu o un dios. Era un sentimiento, un desequilibrio. Un destello
del sol y luego, la oscuridad absoluta. —Nara habló mientras caminaba en
círculos y resolvía el rompecabezas en voz alta—. Algo se ha ido. Algo falta.
Miyoung contuvo el aliento.
—¿Qué has perdido? —preguntó Nara, mirando jamente la cara de Miyoung.
Sus ojos se estrecharon, como si la última pieza de su rompecabezas mental
estuviera por n encontrando su lugar—. Tu yeowu guseul.
—Sí —a rmó Miyoung. No tenía sentido negarlo. Era por eso que había ido allí
en primer lugar.
Los ojos de Nara se agrandaron como dos lunas llenas.
—¿Dónde está ahora?
—Segura.
—Si la persona equivocada se da cuenta, podría utilizar esa información en tu
contra. Podrían controlarte. —Con cada palabra, la voz de Nara se alzaba con
agitación.
—Está segura —insistió Miyoung y luchó contra las ganas de revisar su bolsillo.
—¿Tu madre lo sabe? —susurró Nara. Siempre bajaba la voz cuando surgía el
tema de la madre de Miyoung. Era una silenciosa reverencia con una buena dosis
de temor, como si hablar de ella en voz alta fuera capaz de invocarla.
—No, y no tiene por qué saberlo si me ayudas a colocarla de nuevo adonde
pertenece. —La perla de zorro se sentía más pesada en el bolsillo de Miyoung,
como si supiera de qué estaban hablando.
—¿Ahora me crees? Esa es tu alma. Tu alma de gumiho. Controla tu vida y
almacena tu gi.
—Nunca dudé de ti... en teoría —dijo Miyoung—. Pero nunca he escuchado
que el alma de una persona se salga de su cuerpo.
—La gente solía creer que la perla de una gumiho llevaba todo el conocimiento
del cielo y la tierra —comentó Nara en voz baja—. Sin embargo, pocos saben que
su verdadero propósito es el de equilibrar. Sin ella, corres el riesgo de perder el
control sobre tu humanidad.
—¿Qué se supone que signi ca eso? —Los puños de Miyoung se apretaron,
como si se estuvieran preparando para una lucha contra un enemigo invisible.
—Signi ca que podrías perder el control sobre tu lado yokwe. Es decir, tu lado…
monstruoso.
—Bueno… —La voz de Miyoung se quebró y ella se aclaró la garganta—. Es por
eso que tenemos que hacer algo de inmediato.
—Puede que conozca una manera de regresarla a tu cuerpo —dijo Nara con
lentitud. Las palabras largas y prolongadas agitaban los nervios desgastados de
Miyoung.
—¿Cuál es? —preguntó ella con impaciencia.
—No te gustará.
—Dime —presionó Miyoung.
—¿Puedes darme la perla?
Miyoung retrocedió instintivamente.
—No lo creo. —El dolor en los ojos de Nara casi hizo que Miyoung se sintiera
culpable, pero sabía que tenía que protegerse a sí misma. Incluso de Nara.
»Podría ser peligroso si te involucras demasiado. —Era una excusa débil. Por la
expresión tensa de la chamana, era obvio que se había dado cuenta de eso.
—Si no puedes con ar en mí, entonces no voy a poder ayudarte.
—¿No se te ocurre algo más? —preguntó Miyoung.
—Nada que haya hecho antes. —Nara comenzó a darse vuelta, pero no antes de
que Miyoung viera el brillo de algo en sus ojos.
—¿Qué ocurre? —Miyoung sujetó el brazo de Nara.
La chamana vaciló. Sus ojos se movían de un lado a otro y nunca se quedaban
lo su cientemente quietos como para que Miyoung pudiera captarlos con los
suyos.
—No sé si esto funcionará —contestó Nara.
—Estoy dispuesta a intentar cualquier cosa.
Nara asintió mientras agarraba una chaqueta de un perchero repleto de abrigos.
—¿No lo haremos aquí? —indagó Miyoung.
—No, pero él está cerca.
ueles llorar por el corazón vacío y maltrecho de una gumiho?
¿S
Deberías. Aunque ella ha anhelado amor con frecuencia,

siempre se le ha negado.

Hay una historia que ocurre mucho tiempo después de que la

primera gumiho se convirtiera en nada más que un mito. Muchos se

habían levantado para tomar su lugar como monstruos de la noche.

La humanidad intercambió historias de su propia existencia, a modo

de fábulas, que advertían a los hombres contra la tentación. Solo

unos pocos sabían que había algo de verdad en las historias

aterradoras.

Durante ese tiempo, vivía el hijo de un pobre erudito. Era brillante

e inteligente a muy corta edad.

En el camino hacia su tutoría privada, siempre se encontraba con

un árbol de las pagodas.

A todos se les había advertido que no permanecieran debajo de ese

árbol por la noche, ya que a los espíritus les gustaba rondar por los

alrededores cuando la luna estaba en lo alto.

Una noche, el niño volvió a casa mucho después de que se hubiera

puesto el sol. Vio una gura debajo del árbol y se acercó para

advertirle de los espíritus malignos.

Cuando llegó al árbol, se dio cuenta de que era una niña hermosa.

Era tímida y vergonzosa, pero cuando él le contó de los espíritus,

ella se echó a reír. A partir de ese momento, ella siguió estando

debajo del árbol todas las noches, mientras él seguía visitándola y

hablándole cada vez más. Conversaban de la vida, del amor y de la

losofía de los espíritus.

Un día, ambos fueron a una casa ubicada en el bosque, que tenía

tejas en el techo. Allí, ella alimentó a su amigo con comida deliciosa

y le regaló su amor. Aunque se negaba a besarlo en los labios.

Confundido, el joven buscó el consejo de los eruditos mayores,

quienes le dijeron que no era una niña, sino una zorra en su forma

humana. Era una de las muchas que plagaban el campo. Le dijeron


que había tenido suerte de haber escapado de sus garras con vida.

Pero como él había ganado su con anza, tal vez podía obtener algo

que el hombre aún no había conseguido.

Estas mujeres zorro tenían una piedra especial, llamada yeowu

guseul. Ella la escondía debajo de su lengua y esa era la razón por la

que no lo besaba.

Por lo tanto, si le robaba la piedra, él obtendría un conocimiento

in nito. Le habían aconsejado mirar para arriba inmediatamente

después de tenerla en su poder. Así podría entender todas las obras

del cielo y otorgar este conocimiento a todos sus descendientes.

El niño aceptó el desafío, porque deseaba saber todo lo que el cielo

ya sabía.

La noche siguiente, se encontró con la niña debajo del árbol y le

profesó su amor. Sorprendida, ella le devolvió las palabras.

—Si en realidad me amas, entonces me darás un beso —dijo él.

Ella, enamorada, accedió.

Una vez que sus labios se tocaron, él robó el yeowu guseul, que

estaba debajo de su lengua, y lo capturó en su propia boca.

Cuando huía, tropezó con una piedra. Y en lugar de mirar al cielo,

el niño miró a la tierra.

Se dio cuenta de que él no podría entender el funcionamiento del

cielo. Solo estaría capacitado para entender las cosas de la tierra.

Y así todos los mortales que vinieron después de él, solo sabrían de

la tierra también.
8

S I LA CALLE PARA LLEGAR A LA TIENDA DE NARA ERA UN CALLEJÓN, esta era una
canaleta, lo su cientemente ancha para moverse en la, una detrás de la
otra. La proximidad de los edi cios no dejaba entrar los rayos del sol, por
lo que el callejón permanecía a la merced de las sombras.
Nara se detuvo y llamó a una puerta amplia de metal oxidado.
No hubo respuesta por tanto tiempo que Miyoung asumió que no había nadie
en casa. Luego, la puerta se abrió un poco y un ojo las miró a través de la rendija.
—¿Puedo ayudarlas? —La voz era masculina y sospechosa, pero también suave
y culta. No era la voz de alguien que Miyoung hubiera esperado encontrar en una
zona tan deteriorada.
—Necesitamos ver a Junu —tartamudeó Nara.
—Está ocupado, vengan más tarde.
Miyoung detuvo la puerta antes de que se cerrara de un portazo en sus caras. Se
topó con una resistencia fuerte, pero logró abrirla y revelar al misterioso chico de
pies a cabeza.
Miyoung pensó que era un hombre adulto, pero se dio cuenta de que apenas era
mayor que ella. Quizá tenía diecinueve o veinte años. Estaba de pie en sus
pijamas de seda. Su cabello estaba desordenado, como si acabara de salir de la
cama. Miyoung levantó una ceja. Ya estaba anocheciendo. Lo estudió por
completo. Era hermoso: nariz recta, cálidos ojos marrones y pómulos de nidos.
También, era bastante alto, por lo que ella tenía que inclinar la cabeza hacia atrás
para mirarlo a los ojos. Sin embargo, a pesar de su belleza, sintió una aversión
hacia él, como si fueran dos imanes del mismo polo, empujándose uno contra el
otro.
—No me gusta ver a la gente tan temprano…
—Es la hora de la cena —interrumpió Miyoung.
—¿Cuál es tu punto? —El chico suspiró y se alejó antes de que ella respondiera.
Miyoung miró a Nara, que se encogió de hombros. Entraron por la puerta abierta.
Fue como pasar a través de un portal hacia otro mundo. Miyoung había
esperado una habitación destartalada, con paredes de concreto manchadas y
pisos cubiertos de tierra, como en el exterior. En vez de eso, estaban paradas en
una entrada reluciente. Las paredes eran de un blanco brillante, hechas de un
material tan delicado como el cristal. Cuando se sacaron los zapatos, notaron que
el piso de mármol estaba cálido. El calzado para invitados era de un color blanco
prístino, y estaban alineados cuidadosamente. Miyoung se calzó un par.
Caminaron hacia el sonido del choque de objetos metálicos y entraron en una
cocina hecha de granito y acero. El chico sostenía una bolsa de granos de café y
miraba hacia la máquina de capuchinos que parecía tan nueva que Miyoung
dudaba de que alguna vez hubiera sido utilizada.
—Necesitamos ver a Junu. ¿Sabe cuándo volverá? —preguntó Nara y luego le
arrebató la bolsa al chico para verter los granos en el molinillo que estaba
conectado a la máquina. Intervenir y ayudar eran cosas que la chamana no podía
evitar. Según Miyoung, eran sus mayores defectos.
El chico frunció el ceño, pero nalmente se dignó a extender su taza para que
Nara le hiciera su expreso.
—¿Qué quieres de él? —Se apoyó en la encimera, con una pose que parecía
sacada de las páginas de una revista semanal llamada Pijamas desaliñados.
—Tenemos que comprarle algo. Un talismán —explicó Nara, mientras giraba
una perilla. Con un siseo, la máquina empezó a verter el expreso humeante.
—¿Por qué una chamana compraría un talismán, si lo puedes hacer tú misma?
—preguntó él.
—¿Sabes que soy una chamana? —farfulló Nara.
—Chica, prácticamente apestas a fantasmas. —Él la miró de arriba abajo—. Te
digo esto con todo el afecto que un chico puede reunir antes de su cafeína
matutina.
Miyoung estaba por volver a mencionar que no era temprano, pero se rindió.
—¿Puedes decirnos dónde está Junu o no? —preguntó Miyoung. Su molestia
estaba comenzando a sacar lo mejor de ella.
El joven aceptó el café expreso de Nara con una reverencia de agradecimiento,
antes de tomarlo de un trago.
—Bueno, ahora que ha tomado su expreso, él está aquí. —El chico dejó la taza
y le guiñó un ojo a Miyoung. Ella decidió que no con aba en este muchacho
engreído.
—¿Tú eres Junu? —Nara se mostró incrédula mientras lo observaba.
—¿Sorprendida? —Sonrió con calidez, sin perturbarse por la conmoción de
Nara.
—Simplemente no pensé que te verías así —dijo Nara con desprecio.
Miyoung no sabía que la chamana podía ser tan descarada y descortés,
especialmente con alguien de mayor jerarquía.
—¿Pensaste que sería más peludo? ¿Tal vez con la cara roja? ¿Encorvado y
apestoso? —El chico se rio y pasó un dedo con un gesto cariñoso debajo de la
barbilla de Nara.
—Eres un dokkaebi —dijo Miyoung en un tono acusador.
—A su servicio —dijo Junu, haciendo una profunda reverencia. A pesar del
ángulo de noventa grados, se sintió más como una burla que como una muestra
de educación.
—¿Qué tipo de dokkaebi se parece a ti? —preguntó Miyoung.
—Los chonggak.
—Esos no existen. —Miyoung pensó en las historias de los goblins solteros, tan
guapos que sus amantes caían rendidos a sus pies. Se rumoreaba que estaban
hechos para una sola cosa: el amor.
—¿Como tampoco existen las gumihos? —Junu pasó un dedo por la mejilla de
Miyoung. Ella se negó y Junu sonrió—. ¿O debería decir mitad gumiho? Estás
dejando entrever tu lado humano.
Miyoung lo fulminó con la mirada. Apretó los dientes y dejó escapar un gruñido.
—No estés amargada. Tu parte humana es la razón por la que te permito estar
dentro de mi casa. He tenido tratos… desafortunados con gumihos en el pasado.
A Miyoung no le gustaba este chico, o dokkaebi, o lo que fuera.
—Estamos buscando un talismán —dijo Nara, atrayendo la atención de la
habitación hacia ella—. Me dijeron que podías conseguirlo para nosotras.
—Supongo que no debe ser un talismán común. Si no, la nieta de Kim
Hyunsook no vendría a pedírmelo.
—¿Sabes quién es mi abuela?
—Saber cosas es parte de mi negocio —respondió Junu y sus ojos se dirigieron a
Miyoung—. Por eso sé que tu madre es Gu Yena, una de las gumihos más antiguas
con las que he tenido el honor de hacer negocios. Aunque eso fue hace mucho
tiempo.
—¿Fue mi madre la gumiho con la que tuviste malos tratos? —consultó
Miyoung.
—Oh, no. Yena sabe el valor de un buen trato. —Junu dejó escapar una
carcajada antes de aclarar su broma—. Ella paga mucho dinero. Es de las mejores
clientes.
—Bueno, estamos aquí porque necesitamos un talismán gui —especi có Nara.
—¿Taoísta? —Las cejas de Junu se alzaron—. ¿Estás entrenada en esa disciplina?
Por instinto, Miyoung dio un paso atrás ante la mención del taoísmo. Había
historias antiguas que decían que algunos hechiceros taoístas tenían tanto poder
como el dios del sol, Haemosu.
Su madre había hablado de este tipo de práctica una vez, pero solo para
advertirle que nunca se acercara a ella. No era solo desprecio lo que sentía Yena,
sino miedo. Cualquier cosa que asustara a su madre debía ser poderosa. Y
peligrosa.
—¿Por qué estamos aquí para un…? —Se detuvo para recomponerse antes de
continuar—. ¿Para ese tipo de talismán?
—Ese talismán te abrirá para que puedas recibir —dijo Nara deliberadamente.
Miyoung asintió al comprender. Por lo tanto, el talismán le permitiría abrirse a la
perla.
—¿Entiendes las prácticas del taoísmo? —preguntó Junu, con voz baja y seria.
Era un cambio rotundo de tono, con respecto a sus anteriores burlas maliciosas—.
Probablemente pienses que es solo magia, pero es más que eso. Es un equilibrio
entre el cielo y la tierra.
A Miyoung no le gustó lo que escuchó. La hizo sentir como si fueran niñas
necias a punto de ser castigadas.
—¿Tienes el talismán o no?
Miró de un lado a otro entre las chicas, mientras lo consideraba y calculaba.
—Podría tenerlo. ¿Cuánto vale para ti? —Los ojos de Junu se jaron en Miyoung,
como si supiera instintivamente quién sería la responsable del pago.
—El costo no es un inconveniente. Ve y consíguelo. —Ella lo espantó con la
mano, con una clara condescendencia en cada movimiento de sus dedos—. No
me gusta pasar demasiado tiempo en lugares extraños.
—Escucha, cariño, mi casa es de última generación. Mi refrigerador me cuenta
las noticias y mi estufa obedece a mis comandos de voz.
—Hablar con objetos inanimados te debe hacer sentir como en casa. —Miyoung
se burló. En su mente, los dokkaebis eran de los pocos seres que, en comparación
con las gumihos, eran menos humanos. Por lo menos, las gumihos nacían; los
dokkaebis se hacían.
Junu frunció el ceño. Era la primera señal de que estaban llegando a él.
Pero salió de la cocina con pasos pesados.
—No deberías haberlo molestado. Puede que ahora no nos dé el talismán —dijo
Nara en un susurro nervioso.
—Nos lo dará. A los dokkaebis solo les importa el dinero.
Nara se mordió el labio, no estaba tan convencida como Miyoung.
—De todas formas, nunca he escuchado hablar de alguno que trabajara para
conseguir su dinero —re exionó Miyoung—. ¿Qué se trae entre manos?
Nara miró nerviosa hacia el pasillo y luego habló en un susurro.
—Se rumorea que Junu perdió su báculo de goblin hace mucho tiempo, por lo
que no puede invocar riquezas como los otros dokkaebis.
A Miyoung le resultó divertido este hecho. Era gracioso que no tuviera la
herramienta más básica que la mayoría de los dokkaebis poseían y que, a su vez,
actuara tan superado y poderoso. Ella nunca había visto a un goblin usar su
báculo, pero era la base de todos los mitos de los dokkaebis. Un instrumento que
podía invocar mágicamente lo que quisieran, siempre y cuando supieran dónde
estaba.
Nara continuó:
—De cualquier modo, él es bastante trabajador y tiene conexiones en todo el
mundo. Pueden brindarle cualquier cosa que sus clientes necesiten, lo que es una
suerte para nosotras.
—¿Qué hace exactamente este talismán? —preguntó Miyoung.
—Es para una ceremonia en la que buscamos el poder del gui, los cinco
fantasmas. Queremos transformar tu energía del yin y el yang para que estés
abierta a recibir.
—¿Y eso me permitirá reabsorber la perla?
—En teoría —a rmó Nara.
—¿En teoría? —La voz de Miyoung se elevó. No le gustaba la idea de poner su
fe en una teoría.
—Es todo lo que tengo —dijo Nara, extendiendo sus manos.
Junu regresó con un sobre de papel manila. No era exactamente el contenedor
que Miyoung hubiera esperado para una magia tan poderosa, que incluso había
asustado a su madre.
—Preguntaría qué quieren una chamana y una gumiho con un talismán taoísta,
pero realmente no me importa.
—Genial. —Miyoung quiso alcanzar el sobre.
Junu lo apartó rápidamente y agitó un dedo enfurecido hacia ella.
—No, no. Primero, paguen. Un millón de wones.
—¿Un millón de wones? —escupió Miyoung.
—¿No los tienes? También puedo aceptar cien yenes, mil dólares
estadounidenses o sus primogénitos. Todavía no acepto bitcoins, pero he oído que
están creciendo en popularidad.
Miyoung ignoró su sarcasmo y sacó la cartera a regañadientes. No era que no
dispusiera del dinero, ya que tenía bastante. El problema era que sentía que el
dokkaebi estaba in ando injustamente el precio. Por la sonrisa satisfecha de Junu,
ella sabía que estaba en lo cierto con sus suposiciones.
—Bien. —Miyoung estampó los billetes en la encimera. Extendió la mano para
agarrar el sobre, pero Junu lo sostuvo mientras contaba el dinero.
Una vez asegurado, le tendió el talismán. Miyoung resistió el impulso de
arrancarlo de su agarre y, en cambio, lo tomó con delicadeza, asintiendo en lugar
de hacer una reverencia completa. Esperaba que la falta de respeto hubiera sido
más que clara.
—Fue bueno hacer negocios con ustedes. Vuelvan si necesitan algo más. He
oído que hay magia occidental en la que se utiliza ojo de tritón.
—Ja, ja —dijo Miyoung, su voz tan plana como un terreno baldío.
—Gracias. —Nara se inclinó. Sus modales eran demasiado fuertes para su
propio bien.
—Vamos. —Miyoung llevó la delantera y se dirigió a la entrada. Metió los pies
en sus zapatos con tanta fuerza que casi le dolieron.
Junu caminó tras ellas cuando Miyoung abrió la puerta principal. Eso provocó
que la docena de bujeoks pegados en la entrada se agitaran.
—¿Sueles negociar talismanes? —Ella echó un vistazo a todos ellos.
Junu la miró con curiosidad.
—Es un artículo popular entre mi clientela. ¿Por qué preguntas?
—¿Qué hay de los dokkaebis?
—¿Qué hay de nosotros? —preguntó Junu, entrecerrando los ojos.
—¿Se los vendes a los dokkaebis? –indagó Miyoung, pensando en la bestia
corpulenta del bosque. Tenía que haber conseguido ese bujeok de algún lugar.
Los ojos de Junu se oscurecieron ante la pregunta y sus labios se fruncieron.
—No revelo la identidad de mis clientes. Es un servicio del que también se
bene ciarán.
—Vamos, seonbae. —Nara tiró de la manga de Miyoung mientras sostenía la
puerta abierta. Miyoung le dedicó a Junu una última mirada asesina antes de que
la puerta se cerrara entre ellos.
—Creo que pre ero a los dokkaebis jorobados que resoplan. —Miyoung hizo
una mueca por el ruido del metal oxidado de la puerta.
—A mí no me gusta ninguno de ellos —dijo Nara con un estremecimiento—.
¿Por qué le preguntaste sobre los bujeoks?
—¿Muchos dokkaebis tienen talismanes? ¿Eso es común? —Miyoung repreguntó.
—Junu es el único del que he oído hablar. La mayoría de ellos utilizan una
magia más básica, como sus báculos. No necesitan los bujeoks de unos
chamanes.
—Bueno, la otra noche, cuando perdí mi perla, ese dokkaebi había logrado
conseguir uno de estos. —Miyoung frotó su mano contra su pecho, recordando el
dolor abrasador.
—Si lo consiguió aquí, estoy segura de que Junu no hablará. Él tiene una
reputación con base en su discreción.
—No importa. —Ese dokkaebi estaba muerto y ya no importaba saber cuáles
eran sus intenciones. Miyoung necesitaba concentrarse en devolver la perla
adonde pertenecía.
»¿Qué hacemos ahora? —preguntó Miyoung cuando llegaron a la calle principal
de nuevo.
—Esperar a la siguiente luna llena.
—¡Pero faltan semanas! —exclamó Miyoung.
—No tengo experiencia en prácticas taoístas. No quiero correr ningún riesgo.
Quiero usar el poder de la luna llena.
—Bien —asintió Miyoung.
—Todo estará bien, seonbae. Confía en mí. —Nara comenzó a acercarse, pero
Miyoung dio un paso atrás—. Si algo sucede en este tiempo, por favor llámame.
—¿Qué crees que podría pasar?
Nara suspiró, obviamente acostumbrada a la naturaleza sospechosa de Miyoung.
—Me re ero a que si me necesitas, estoy aquí. —La joven chamana hizo una
reverencia antes de irse a casa—. Cuídate.
Miyoung ignoró la parada de autobús en la calle principal y eligió caminar para
despejar su cabeza.
La perla golpeó contra su cuerpo. Era como su propia versión de un corazón
delator, burlándose de ella con su presencia palpitante.
o seas tan tonto como para pensar que toda la magia es igual.

N Aunque los chamanes fueron por mucho tiempo los líderes

espirituales de la gente, otras prácticas vinieron a tomar su lugar.

Mucho después del surgimiento de las gumihos, el taoísmo llegó a

La Tierra de la Calma Matutina, durante el reino de Goguryeo del

príncipe Jumong. Era una práctica enseñada por los sabios de la

montaña, que llegó a in uenciar hasta al mismísimo trono. El

taoísmo entrenó a los guerreros Hwarang del reino de Silla y enseñó

la disciplina de la mente. Una disciplina en la que algún

pensamiento podría trascender a la muerte.

Yi Hwang era un erudito del confucianismo y un taoísta dotado

que podía utilizar magia. Como hombre disciplinado, eligió usar sus

poderes con moderación. Aun así, los relatos de sus obras viajaron a

través de la tierra. Salvó a un discípulo de un fantasma. Extendió la

vida de su sobrino. Predijo la crisis de un descendiente que no

nacería por nueve generaciones.

Era tan reconocido que fue llamado a reprimir a otro maestro

taoísta. Este era el experto en geomancia que sirvió al rey Seonjo y

no usó su taoísmo para el bien.

Decían que los ojos de Yi Hwang eran tan intensos que podían

hacer que un niño se cayera de un árbol.

Decían que podía hablar con las bestias.

Decían que se había tragado una perla de zorro para robarle su

magia.

Es probable que, a partir de ese momento, las zorras hayan

empezado a temer a los taoístas.


9

J IHOON ATRAVESÓ EL TRÁNSITO EN SU PEQUEÑA SCOOTER. UNA bandera con el nombre


del restaurante de su halmeoni ondeaba en la parte trasera.
La motocicleta nunca alcanzaba a superar los cuarenta kilómetros por
hora, pero siempre estaba a cinco segundos de descomponerse. Era una trampa
mortal sobre ruedas. Jihoon se preguntaba por qué su halmeoni tenía tan poca
consideración por el bienestar personal de su nieto.
Rezó para que no se le rompiera mientras sobrepasaba un gran autobús que
escupía gases por el escape.
El barrio se había rendido ante las grandes cadenas de supermercados. Las
puertas se abrían para dejar salir a los clientes y las canciones pop los seguían a
todo volumen. Jihoon andaba al ritmo de la música.
La scooter protestó cuando giró hacia una colina empinada y, a pesar de la
insistencia de Jihoon, dejó de funcionar a cinco cuadras del restaurante. Sopesó la
idea de dejarla en el medio de la calle, pero decidió empujarla obedientemente.
Su halmeoni no estaría muy feliz si abandonaba ese pedazo de chatarra.
—Halmeoni, tu nieto favorito está de vuelta —anunció Jihoon, quitándose la
chaqueta al entrar al restaurante. El olor de los jjigaes todavía otaba en el aire,
aunque la cocina estaba cerrada por el resto del día. Como cada lunes por la
noche, su abuela preparaba kimchi y otras guarniciones para el resto de la
semana.
Jihoon ya podía oler el aroma penetrante del repollo fermentado.
—Estoy aquí arriba —dijo ella desde el frente del restaurante.
La encontró rodeada de contenedores de plástico. Había corrido las mesas a un
costado para tener más espacio y hacer sus preparaciones. Algunos de los
contenedores estaban llenos de repollo crudo; otros, tenían las hojas frotadas con
una brillante pasta roja.Jihoon arranco una, roja como la sangre. Era amarga y
picante: así le gustaba que estuviera su kimchi.
Su halmeoni estaba sentada y tenía las manos enguantadas metidas en uno de
los contenedores.
—Jihoon-ah, tienes que hacer una entrega más.
—Pero ya cerramos. Y la scooter se averió. —Jihoon dio otro bocado a su
kimchi.
—¿Otra vez? —La anciana apartó la mano de Jihoon cuando él quiso alcanzar
un tercer bocado—. No importa. Tendrás que usar el autobús. Lleva esos a los
apartamentos Hanyang. —Hizo un gesto hacia dos de los contenedores,
empaquetados y atados cuidadosamente con una tela de satén rosa.
—¿Por qué? —Escuchar el nombre del complejo de apartamentos lo puso
nervioso—. ¿Para quién son?
—¿A quién más conocemos que viva allí? —La halmeoni chasqueó su lengua.
Por lo general, eso sería su ciente para que él se rindiera, pero se mantuvo rme y
cruzó los brazos.
—¿Por qué le estarías enviando algo a ella?
—Llévalos y sé cortés —dijo la halmeoni, sin levantar la vista.
—El hecho de que sea tu hija no signi ca que tengas que cuidarla. Ella tiene un
marido para eso.
—No hables de esa manera sobre tu madre —dijo la mujer, esta vez con
su ciente rmeza para que Jihoon dejara de discutir.
—Ella ya no es mi madre —masculló Jihoon, pero levantó los dos contenedores.
Afuera, unas nubes densas se unieron, haciendo juego con su pésimo humor.
Cuando Jihoon se dirigió a la parada del autobús, se dio cuenta de que había
olvidado su chaqueta. Echó un vistazo a la calle y decidió no regresar por ella. El
calor que le provocaba su ira era su ciente para no sentir el frío del aire. Llegó a
la calle principal justo cuando un autobús se detenía con un suspiro del caño de
escape.
Jihoon se dejó caer en un asiento de la parte trasera, mientras los contenedores
se balanceaban con un equilibrio precario sobre sus rodillas. Cada vez que el
autobús pasaba por encima de un pozo, estos daban un salto y se golpeaban
contra sus muslos, empeorando la situación.
Al mirar por la ventana, trató de pensar en otra cosa que no fuera en la mujer
que lo había abandonado. Aunque, por supuesto, ella estaba exactamente en
todos sus pensamientos.
Jihoon recordó dos cosas de los primeros años de su vida: escuchar los largos
gritos de sus padres y saber que no lo amaban. Después de cada pelea, su padre
se refugiaba en el alcohol. Su madre, en cambio, escondía sus sentimientos detrás
de su propia amargura. Los primeros años de Jihoon estuvieron llenos de palabras
duras y bofetadas ligeras, ya fuera por haber estado llorando demasiado o por
haber estado muy tranquilo. Cuando tenía cuatro años, su padre fue arrestado. Su
madre solicitó el divorcio de inmediato; luego, ella se trasladó con Jihoon al
pequeño apartamento sobre el restaurante de la halmeoni.
Vivir con su abuela fue como sentir el sol después de una vida subterránea. Ella
se aseguró de que él estuviera limpio y alimentado. Le dio juguetes y ropa. Pero
cuando la madre de Jihoon empezó a pedirle dinero, la halmeoni le dio un
delantal y le dijo que se lo ganara.
Cuando Jihoon tenía casi cinco años, estaba sentado en la cocina durante la
hora de la cena. Recordaba el olor de los jjigaes cocinándose a fuego lento en la
hornalla. Era un plato sabroso y salado, con la cantidad necesaria de especias
para que pudiera sentir una picazón en las fosas nasales.
La halmeoni cantaba una canción anticuada que estaban pasando por la radio.
Jihoon la siguió, pero masacró la letra sin piedad. Su esfuerzo hizo que su abuela
se riera, lo cual le dio ánimos para cantar más fuerte.
Su canción se unió al ruido de la cocina y a los gritos de las voces del comedor.
Su madre entró en la cocina con una bandeja llena de platos sucios. Su cabello
se escapaba de su banda elástica y caía sobre su rostro enrojecido. Su mejilla
sudorosa estaba manchada con un poco de salsa.
Jihoon pensó que se veía hermosa.
Muy contento de verla, se levantó de un salto y corrió hacia ella.
Ella tropezó cuando se aferró a sus rodillas, por lo que la bandeja se le deslizó
de las manos y se estrelló contra el suelo. Un pedazo de vidrio rebotó y le cortó la
mejilla a Jihoon.
—¡Jihoon-ah! —gritó ella—. ¿Por qué te metes en mi camino? No deberías estar
aquí. —Lo había agarrado para darle una nalgada de castigo. La punzada de la
palma contra su trasero estaba adormecida por el miedo.
Las lágrimas de Jihoon cayeron como arroyos y le provocaron ardor en el corte
de su mejilla, pero no hizo ningún sonido. En su corta vida, había aprendido a
llorar en silencio en lugar de arriesgarse a un castigo más severo.
—Yoori-ya —reprendió la halmeoni.
—¡No! —La madre de Jihoon giró y quedó frente a su madre—. Estoy harta de
vivir así por culpa de él. —Dirigió un dedo acusador hacia Jihoon, quien se había
echado a llorar entre la comida derramada y los platos rotos.
»Si Jihoon no hubiera existido, no me habría casado nunca con ese hombre. Y
no estaría viviendo así. ¡No nací tan patética!
Salió corriendo y dejó que la halmeoni se encargara del desorden de la cocina y
de Jihoon. Una semana más tarde, conoció a su nuevo esposo.
El recuerdo dejó un sabor amargo en la boca de Jihoon. No era algo que
rememoraba a menudo, pero no podía borrarlo por completo. Durante un tiempo,
él se preguntó si había sido ese momento en el que la había perdido para siempre.
Tal vez todo habría sido diferente si no hubiera sido tan torpe. Si no se hubiera
metido en su camino. Entonces, ella no se habría ido.
Jihoon miró por la ventana. Las calles se hicieron más anchas; los edi cios, más
altos. El autobús cruzó el río Han para entrar en el opulento barrio de Apgujeong.
Él odiaba esa parte de la ciudad. No porque estuviera más desarrollada o más
limpia; tampoco porque hiciera alarde de su riqueza (que hasta hits
internacionales se habían escrito al respecto). Simplemente, porque era la parte de
la ciudad de su madre. El lugar al que ella se había ido luego de abandonarlo.
Jihoon estaba delante de la puerta principal de su madre. Pasaron cuatro
minutos antes de que pudiera reunir el valor para tocar el timbre.
El lente de la cámara lo fulminó con la mirada. Lo hacía sentirse como un
intruso. Apartó la cara, por temor a ser rechazado antes de que la puerta se
abriera.
—¿Quién es? —Se escuchó una voz alegre y animada.
—Delivery —dijo Jihoon con di cultad.
La puerta se abrió con una serie de chirridos.
Ella llevaba un vestido celeste. Jihoon recordó que era su color favorito. Su
cabello estaba recogido en una pequeña cola de caballo. Un delantal rosa con
volantes adornaba su cintura. A su vez, tenía a un niño dormido en sus brazos.
—Jihoon-ah. —La voz de su madre se elevó por la sorpresa.
Jihoon miró jamente al niño, que le devolvió la mirada con curiosidad. Su
mano pequeña agarraba el cuello del vestido de Yoori.
—Delivery —repitió Jihoon, sosteniendo los contenedores con los brazos
doloridos.
Ella observó los dos paquetes gigantes y dejó escapar un suspiro mientras
mantenía la puerta abierta.
—Puedes ponerlos ahí abajo. —Señaló el piso del vestíbulo—. Iré a acostar a
Doojoon. Es la hora de su siesta.
No esperó una respuesta y desapareció por una habitación lateral.
Jihoon estaba en la entrada y se negaba a dar un paso más sin ser invitado. El
apartamento estaba inmaculado. La sala de estar era más grande que el
apartamento que Jihoon compartía con su halmeoni. Un retrato familiar destacaba
sobre una de las paredes. Un hombre de mandíbula cuadrada sostenía a la madre
de Jihoon por detrás y, en los brazos de ella, yacía el bebé Doojoon.
Se veían perfectos y felices. Así deberían sentirse todas las familias jóvenes.
Jihoon nunca había visto una foto suya con sus dos padres. Su halmeoni le dijo
que su madre había tirado todas.
Yoori apareció e hizo un gesto hacia los contenedores.
—¿Qué nos envía esta vez?
—Kimchi —respondió Jihoon y notó el desprecio en su mirada—. Sobras del
restaurante —añadió. Moriría antes de decirle que su halmeoni había estado
condimentando esos platos todo el día, solo para ella.
—Al appa de Doojoonie no le gustan las comidas picantes. ¿Por qué ella
preparó tanto?
—Yo solo hago las entregas. —Jihoon apretó los dientes para contener su
frustración—. No olvides decírselo a la halmeoni si te llama.
—¿Te dejó salir de casa así? Está a punto de llover y ni siquiera tienes una
chaqueta.
Su tono era duro, pero la mente traicionera de Jihoon lo pasaba por alto. A ella
le preocupaba que él saliera bajo la lluvia. Eso signi caba que todavía le
importaba, ¿verdad?
—Estoy bien —susurró él. Si hablaba más alto, su voz se quebraría.
—Espera allí. —Desapareció por la habitación de atrás y regresó con una bolsa
llena de ropa. Sacó un piloto impermeable y se lo ofreció—. Íbamos a donar todo
esto, pero puedes quedártelos.
Jihoon la fulminó con la mirada. La ropa era claramente de un hombre de
mediana edad.
—No necesito de tu caridad.
—No seas tan terco. Son marcas reconocidas.
Jihoon estaba a punto de decirle qué podía hacer con sus marcas reconocidas,
cuando una puerta se abrió al nal del pasillo. Una halmeoni salió arrastrando los
pies. Llevaba una bata oral y el cabello recogido en unos ruleros. Los pequeños
mechones que quedaban alrededor eran negros, como una piedra ónix. Era un
color que solo podía haber salido de una caja. Cuando vio a Jihoon, se detuvo.
—Eomma de Doojoon, ¿quién es? —preguntó la halmeoni.
«Eomma de Doojoon». El título nadó a través de la cabeza de Jihoon. No era
algo nuevo para él. Había escuchado cómo los vecinos o los profesores se dirigían
a las madres de sus amigos como tales. Pero nunca había tenido la oportunidad
de escuchar que llamaran a su madre eomma de Jihoon. Y ahora era la eomma de
Doojoon. Eso sirvió para demostrar que ella, en realidad, ya no era su madre.
—Eomeonim. —Yoori se dirigió a su suegra—. Es solo un repartidor. Trajo
kimchi. Había pensado en hacer kimchi jjigae con eso.
Jihoon casi se rio de la facilidad con la que mintió.
—El kimchi jjigae me produce acidez estomacal. —La anciana se frotó una
mano sobre el pecho—. ¿Cuándo vuelve mi hijo a casa?
—Debería estar aquí pronto. —La madre de Jihoon retorció sus manos y sus ojos
paseaban entre él y su suegra.
Jihoon quería reír, gritar y golpear una pared. Así que decidió que lo mejor era
irse.
—Muchas gracias —dijo él con una reverencia.
—Espera, joven —ordenó la halmeoni. Ella era una persona acostumbrada a ser
obedecida, por lo que los modales de Jihoon le impidieron salir corriendo.
»Ten. —La anciana le tendió dos billetes verdes.
Esta vez, el comienzo de una risa se le escapó y tuvo que cubrirla con una tos.
Captó la mirada morti cada en el rostro de su madre. Tal vez fue por eso que
tomó los veinte mil wones antes de inclinarse en una profunda reverencia.
Cuando se fue, la puerta se cerró detrás de él y se bloqueó con un pitido.

De vuelta en el autobús, Jihoon apoyó la frente contra el cristal frío, exhausto. Sus
huesos se sentían cansados. De hecho, no se sentían como huesos en absoluto,
sino como palos frágiles que no podían sostener su cuerpo por mucho más
tiempo.
Él quería que su madre le dijera la verdad a su nueva familia. Que era su hijo y
que ella no estaba avergonzada de reconocerlo.Sin embargo, eso no fue lo que
más le molestó. Lo que no pudo superar fue ver cómo acariciaba al bebé tan
suavemente y cómo lo miraba con cariño. Había un amor maternal en sus ojos
que Jihoon no podía recordar de su propia infancia. ¿Eso signi caba que su
mismísima madre no podía amarlo como a su nuevo hijo?
Cuando empezó a llover, la ventana se empañó. Su visión se convirtió en una
neblina por la acumulación de lágrimas no derramadas. Parpadeaba para que no
cayeran. Se rehusaba a llorar por esa mujer.
Tan pronto como bajó del autobús, la lluvia lo empapó. La ropa se le pegaba en
la piel, y le provocaba piel de gallina en sus brazos desnudos. Jihoon pensó de
manera fugaz en la bolsa llena de abrigos. No, él preferiría morir congelado antes
que usar la ropa desechada de ese hombre.
Como todavía no quería regresar a casa, Jihoon se sentó en el banco de la
parada del autobús, donde se resguardó de la lluvia.
Sacó su teléfono y, con rapidez, le envió un mensaje de texto a Changwan. Creía
que un viaje a la sala de informática con su amigo le mejoraría el mal humor.
Observó la pantalla en blanco, deseando que se iluminara con una respuesta.
Como no lo hizo, deslizó su dedo hacia sus contactos y marcó el número de
Somin. Sonó durante un minuto entero antes de que contestara.
—¿Hola? —gritó Somin para hacerse oír sobre el ruido de las multitudes en el
fondo.
—Somin-ah. —Su nombre se escuchó en voz baja.
—Apenas puedo oírte. Tienes que hablar más fuerte.
—¿Dónde estás? —preguntó él.
—No puedo escucharte. Mi madre y yo estamos en el mercado
Gwangjangsijang. Ella se está comiendo todo el kimbap y todo el soondae de
Seúl.
—Somin-ah. —Una voz sonó en el fondo—. ¿Debería pedir otra orden?
—Tengo que irme. Si no la detengo, mi madre comerá tanto que tendré que
hacer que ruede hasta casa. Envíame un mensaje si necesitas algo. —El teléfono
se desconectó.
Jihoon resopló cuando lo guardó.
No debería haber llamado a Somin. La voz de su madre se había saturado con
las risas de fondo. Aunque Somin ngía molestia, había un regocijo en su tono.
Ambas se estaban divirtiendo. Ella no necesitaba que los problemas de Jihoon le
quitaran el buen ánimo.
Su teléfono vibró con la respuesta tardía de Changwan:

MI PAPÁ VIO MIS CALIFICACIONES. CASTIGADO. -_-

Jihoon sabía que estaba mal sentirse celoso de que Changwan tuviera un padre
que lo castigara. Todo esto pasará, se prometió a sí mismo. Esa opresión en el
pecho nunca se quedaba por mucho tiempo.
Inquieto, dejó la seguridad de la parada del autobús.
Siguió caminando por las calles sinuosas decoradas con reductores de velocidad
amarillos. Un muro de piedra separaba la ciudad del bosque, pero unas ramas
todavía llegaban a alcanzar la pequeña barrera con atrevimiento.
—Babo-ya, ¿nunca has oído hablar de un paraguas?
Jihoon se detuvo, apenas perturbado por haber sido llamado «estúpido».
Se quedó mirando las botas relucientes que tenía frente a él, antes de levantar la
vista.
Miyoung estaba de pie bajo la sombra de su paraguas. Todo lo que pudo ver fue
una mueca en sus labios curvados.
—¿Disculpa? —La voz de Jihoon era tan fría como la lluvia.
—¿Quién camina bajo un chaparrón sin abrigo y sin paraguas?
Ella, obviamente, tenía un punto. Pero eso solo logró ponerlo en un estado de
ánimo más oscuro.
—Déjame en paz. —Jihoon entró al pequeño parque de juegos del vecindario
para escapar. Los túneles de plástico se veían descoloridos y grises bajo el cielo
nublado. Los columpios se balanceaban ligeramente, como si recién hubieran
sido abandonados.
Jihoon se dejó caer en uno. No había esperado que Miyoung lo siguiera, pero
ella se paró frente al columpio y lo miró.
—Creo que tenemos que aclarar algunas cosas —comenzó ella.
—Estás preocupada de que cuente todo —interrumpió Jihoon.
El puño de Miyoung se apretó alrededor del mango del paraguas.
—Es por eso que estás aquí, ¿verdad? —preguntó él—. Tienes miedo de que les
diga a todos lo que eres. —Una voz en la parte de atrás de su cabeza le decía que
se callara, que dejara de molestar a la chica que, literalmente, podía arrancarle el
corazón.
Miyoung inclinó su paraguas hacia atrás y dobló su cabeza para estudiarlo.
—Si fuera tú, me callaría. He tenido un mal día.
—Bueno, bienvenida al club —dijo Jihoon al ignorar la advertencia. Era solo la
última de una creciente lista de malas decisiones que había tomado ese día.
»¿Cómo lo hiciste? —preguntó él de pronto. Quería saber. Más bien, necesitaba
saber cómo lo había hecho—. ¿Cómo mataste a esa cosa?
—De la misma forma en la que te mataría si quisiera.
Jihoon tragó saliva. No se había dado cuenta de que no estaba temblando
únicamente por el frío.
—Entonces, ¿es verdad? ¿Todo? ¿Todos los relatos populares y los cuentos
infantiles?
—Probablemente. No es parte de mi negocio catalogar lo que es real y lo que
solo es parte de la tonta imaginación humana.
—Pero ¿por qué no tienes orejas de zorro o un hocico? ¿No se supone que
debes lucir como una… zorra?
—No puedo de nir si eres valiente o estúpido —musitó Miyoung. Su tono era
engañosamente casual. Como si fuera una depredadora que acechaba lentamente
a su presa antes de atacar—. Estás tan dispuesto a no tomarme en serio, cuando
sabes lo que soy en realidad. Podría arrancarte el hígado aquí mismo.
—¿Serías capaz? —Él había convertido toda su indignación en una bola de
fuego en la parte posterior de su garganta para luego disparársela.
El gruñido que torcía los labios de Miyoung solo acentuaba su belleza, en vez
de hacerla más temible.
—Estás cometiendo un error si asumes que no te mataría ahora mismo. No
importa que te haya salvado antes.
—Estás mintiendo —dijo él.
—¿Qué te hace pensar eso?
—Porque vacilaste antes de decir la palabra mataría.
Los dedos de Miyoung se curvaron alrededor de su cuello, antes de que él
siquiera registrara el movimiento. Lo golpeó contra los juegos del parque, tan
fuerte que terminó expulsando todo el aire de sus pulmones.
—Estás jugando en el límite —gruño Miyoung.
—No me importa. —La adrenalina que se generó por el miedo se mezcló con su
ira, y lo desa ó a presionar un poco más. Tal vez si moría, su madre nalmente se
arrepentiría de haberlo abandonado.
—Te di una advertencia justa. —El puño de Miyoung se disparó hacia adelante.
Él hizo un gesto de dolor mientras esperaba el impacto. En cambio, escuchó el
eco de un ruido sordo cuando la mano de la joven se estrelló contra el tubo de
plástico junto a la cabeza de Jihoon.
Él miró las largas grietas que salían de la gran abolladura a dos centímetros de su
cráneo.
—La próxima vez no me voy a contener.
Sus piernas amenazaron con doblarse cuando ella lo soltó, por lo que él se
agarró del borde del tobogán para apoyarse.
—Está bien. —La voz de Jihoon salió entrecortada.
—¿Qué has visto en el bosque?
—No vi mucho. —Trató de recordar—. Creo que solo vi al dokkaebi. Tus colas.
Y…
—¿Y? —Se inclinó hacia adelante. De cerca, ella era impresionante. Él tenía que
parpadear al verla, como si estuviera mirando directo al sol.
—Esa perla. —Apenas pudo decirlo porque sentía cómo todo su cuerpo estaba
hecho una bola de nervios. A pesar de sí mismo, había buscado en los libros
antiguos de su halmeoni hasta que encontró las historias de la gumiho. Y en una
se había detallado el yeowu guseul, que contenía todo el conocimiento del
universo.
—¿Qué sentiste cuando la tocaste? —Ella zumbó en lo profundo de su garganta.
Él hizo una pausa para buscar la trampa en su pregunta. Cuando no pudo verla
con claridad, respondió:
—Se sentía cálida, como si estuviera viva.
—¿Nada más? —preguntó Miyoung con rudeza, como si ya lo estuviera
culpando por algo, pero él no sabía por qué.
—Nada, hasta el día del sueño. Se sintió real, como si fueras tú y no solo un
recuerdo de ti.
—Las gumihos podemos llegar a los humanos en sus sueños. No es algo
inaudito. —Sacudió la muñeca como si desestimara la preocupación de Jihoon.
Como si visitar los sueños del otro fuera tan simple como visitar el mercado de la
esquina.
—¿Lo harás de nuevo?
—No. —Sus ojos estaban oscuros cuando respondió.
Él quiso empezar a insistir, a exigir mejores respuestas. Pero se quedó callado.
Su halmeoni le había inculcado su cientes supersticiones como para saber que no
era inteligente que una persona buscara problemas entre las cosas que no
comprendía.
—¿Estarás bien? —Jihoon no pudo evitar preguntarle. Y la mirada asombrada de
Miyoung demostró que no esperaba tal pregunta—. Sin tu perla, ¿estarás bien?
Un ceño fruncido estropeó sus suaves rasgos.
—Estaré bien —dijo ella en voz baja, pero su voz temblaba.
No se veía como si estuviera bien. Su rostro parecía tenso y sus ojos estaban
ensombrecidos.
—Mantendré tu secreto a salvo. Hagamos un trato. Prometo no contar tu secreto
si prometes no arrancar mi hígado. ¿Hecho? —Jihoon extendió la mano.
Esperaba un titubeo de su parte, y no el ligero temblor de la mano de Miyoung
cuando esta decidió aceptar el acuerdo.
Cuando cerró sus dedos alrededor de los de él, se calmó, como si nunca hubiera
temblado. No obstante, él sabía lo que había sentido. Ella también tenía miedo de
él. Quizá tanto como él de ella.
—Se supone que debes decir «hecho» —dijo él con una sonrisa amistosa. Sentía
la necesidad de calmar las preocupaciones de Miyoung—. Si no, el trato no está
sellado.
Ella sacudió la cabeza y liberó su mano, dejando una mancha de sangre en la
palma de Jihoon.
—Estás sangrando. —Jihoon volvió a sostener la mano de Miyoung.
—Estoy bien.
—No seas un bebé —dijo él mientras buscaba un pañuelo en su bolsillo.
Chasqueó la lengua al ver la sangre y luego ató un vendaje improvisado alrededor
de su mano—. No tengo nada conmigo, pero deberías limpiar la herida cuando
llegues a casa. De lo contrario, se infectará.
—Suenas como una anciana.
Ella lo miró con mucha atención. Era una mirada entre confundida e intrigada,
que hacía que el corazón de Jihoon se saltara un latido.
Jihoon soltó la mano de Miyoung y secó las suyas en sus pantalones, que
estaban sudorosas.
—Es algo que aprendí de mi halmeoni. —Él empezaba a divagar para ahuyentar
la repentina incomodidad—. Ella te sermonearía durante una hora entera sobre los
malos hábitos. Cuando era más chico, solía morderme las uñas y ella mojaba mis
dedos en jugo de goya todas las mañanas. Ahora creo que me gusta el sabor
porque me recuerda a ella.
—Debe ser hermoso.
—¿Qué?
—Nada —murmuró ella, agarrando su mano toscamente vendada—. Es que no
sé lo que es tener una halmeoni que se preocupe por mí.
Jihoon pestañeó ante el indicio de tristeza que escuchó en la voz de Miyoung.
Parecía tan humano el hecho de desear una familia. La convertía en un misterio
aún más grande, por lo que no pudo evitar preguntar si tenía padres.
Miyoung le frunció el ceño.
—Es decir, pensaba que los mitos decían que las gumihos eran originalmente
zorras —continuó Jihoon.
—Nací igual que tú —dijo ella, casi indignada.
—¿Y tu padre también es un gumiho? —No estaba seguro de si alguna vez había
escuchado que las gumihos fueran algo más que hembras.
—Él era un humano.
—¿Era? —La boca de Jihoon se sintió de repente seca y tragó—. ¿Está muerto?
—¿Cómo debería saberlo? —dijo Miyoung entre dientes—. Nunca lo he
conocido.
—Es tan común y disfuncional —dijo Jihoon. Luego, agradeció a las estrellas
que las gumihos no tuvieran ojos láser o, de lo contrario, la mirada de Miyoung ya
habría derretido su rostro—. Lo siento, no quise decirlo de esa forma. No te estoy
juzgando ni nada —comenzó a divagar otra vez mientras sus ojos oscuros lo
seguían observando—. Es decir, ni siquiera tengo el derecho de juzgar. Yo también
crecí sin padre. No lo he visto desde mis cuatro años.
—Bueno, los humanos apestan a veces —expresó Miyoung. No era la reacción
que solía recibir Jihoon y, de nitivamente, no era la que esperaba de ella.
Él se quedó en silencio un momento, sin saber cómo responder. Luego soltó una
carcajada.
—Gracias.
—¿Por qué? —preguntó ella.
—Por distraerme de mis estúpidos problemas y por ser tú.
—Eres tan extraño. —Miyoung negó con la cabeza—. Debería irme.
Pero no se fue. En cambio, entrecerró los ojos, como si estuviera pensando en
algo. Después, le tendió a Jihoon su paraguas.
—¿Para qué es esto? —preguntó Jihoon.
—Las gumihos no nos enfermamos. No lo necesito.
—Ten cuidado —manifestó él y aceptó el paraguas con una sonrisa—. Podría
empezar a pensar que gustas de mí.
Ella puso los ojos en blanco antes de irse. Se desvaneció mucho antes de que él
pudiera apartar la mirada.
«No es inteligente que una persona busque problemas entre las cosas que no
comprende», se recordó a sí mismo.
Pero parecía que él no era tan inteligente.
10

C UANDO MIYOUNG SE ABRIÓ CAMINO A TRAVÉS DEL BOSQUE, SINTIÓ una pesadez
sobre su pecho. ¿Era una tonta por haber permitido que una persona
vagara con libertad mientras mantenía su secreto?
Yena haría que él se enamorara de ella. Siempre a rmó que cuando los
humanos pensaban que amaban, hacían cualquier cosa. A Miyoung no le gustaba
la idea de que el amor pudiera ser manipulado. Su madre podría estar harta de los
corazones humanos, pero Miyoung todavía no.
Aun así, ella se preocupaba por Jihoon, que tenía ojos curiosos, sonrisa de
demonio y lengua super cial. Era una mala combinación: alguien que sabía
demasiado y se preocupaba muy poco.
Parecía como si pudiera ver a través de las mentiras de Miyoung, como el
momento en el que ella dijo que podía controlar el sueño compartido. En
realidad, había sido una sorpresa tanto para ella como para él. Pero necesitaba
que creyera que era más poderosa de lo que aparentaba. Necesitaba asustarlo
para que se callara. Jihoon había dado su palabra, pero no podía con ar en eso,
aunque quisiera.
«¿Estarás bien?». La pregunta hizo eco en su mente. Sonó como si él estuviera
realmente preocupado por su bienestar. Pensar en eso hizo que le doliera el
corazón.
Miyoung apretó los puños con fuerza y sintió el pañuelo que seguía envuelto
alrededor de su mano derecha. Estaba atado con un lazo cuidado a pesar del
material delicado. Se lo arrancó y pudo ver cómo la piel ya se había curado.
Tal vez sería mejor contarle todo a su madre. Yena siempre sabía qué hacer. Pero
eso podría signi car que Yena tuviera que encargarse de Jihoon, de tal forma que
no hablara con nadie nunca más. A Miyoung no le gustaba que él supiera su
secreto, pero no creía que mereciera morir por eso.
Además, Yena estaría intolerante, sobre todo después de su paso por el colegio.
Sería mejor mantener a Jihoon en secreto un poco más.
La casa de Miyoung se encontraba al nal de la calle. La estructura estaba hecha
de vidrio y madera, abierta a la naturaleza que la rodeaba.
La sala de estar era impecable. No había ni una sola mota de polvo en ninguna
super cie. Habían desempacado todo el mismo día en el que habían llegado. Para
Gu Yena no era una opción vivir con las cajas de mudanza alrededor.
En unas vitrinas se exponían reliquias de sociedades pasadas.
Caballos de terracota posaban para la eternidad con sus cabezas majestuosas en
alto. Se los habían dado a Yena como una muestra de afecto. El hombre los había
ingresado ilegalmente al país como prueba de su amor.
En una corona de seis puntas, colgaban unas piedras de jade y piezas de oro. Era
otro regalo para Yena, pero de parte del primo de un rey.
Había un binyeo de jade; era una especie de horquilla larga y suave. Los
extremos estaban tallados con intricados patrones en forma de laberintos, que
creaban vides delicadas con ores de loto en las puntas. Un conjunto de estas
había sido encargado por un hombre de alto rango de la universidad
Sungkyunkwan.
Un zorro de bronce la miró de soslayo desde el otro lado de la habitación.
Miyoung no estaba segura de quién le había dado ese objeto a su madre, aunque
le gustaba pensar que tenía un buen sentido del humor y una complexión sólida.
Debía de ser así, si esta persona tuvo el coraje de obsequiar tal símbolo a Yena.
A veces, Miyoung se sentía como una de esas antigüedades, como algo que
Yena había recolectado a lo largo de sus siglos de vida. Y ese era su problema:
¿cómo podía competir con ladrones, príncipes y eruditos de la realeza?
Sentía la obligación de ser más fuerte que la terracota, más regia que el oro y
más hermosa que el jade. Si no lo fuera, ¿sería relegada a una vitrina? ¿Sería
guardada donde Yena pudiera recordarla con cariño desde la distancia?
Miyoung metió la mano en el bolsillo y envolvió su yeowu guseul. Era un nuevo
hábito que tenía.
Se dirigió a su habitación. Allí vio el poster de IU, su cantante favorita, colgado
sobre su cama. Al principio, Yena había protestado al respecto. ¿Por qué idolatrar
a los cantantes cuando existían verdaderos dioses y demonios? Miyoung había
insistido y su madre había cedido. Fue una de las pocas veces en las que había
ganado una discusión.
Encendió la televisión, que estaba ubicada en una esquina de la habitación,
porque el sonido de fondo la ayudaba a calmar los nervios. Y así también podía
ahogar los pensamientos generados por la ansiedad y que inundaban su cerebro.
Estaban transmitiendo un drama popular, al que le faltaba prácticamente la mitad
de los episodios para llegar al nal. Eso signi caba que habría menos miradas
angustiosas entre los protagonistas y más confesiones de amor. La parte media de
un drama era la preferida de Miyoung.
Apenas había tenido tiempo de acomodarse en su cama cuando alguien tocó la
puerta. Sin esperar respuesta, esta se abrió.
—Hola, madre. —Miyoung se había puesto de pie para saludarla con una
reverencia.
—Tardaste mucho tiempo en llegar a casa.
—Lo siento —dijo Miyoung.
—No lo sientas. Sé mejor.
Miyoung asintió y agarró el dobladillo de su blusa para que sus dedos se
mantuvieran inmóviles. Un pedazo de pañuelo se le había pegado en el costado
de su nudillo, lo que le hizo recordar cuando Jihoon le había envuelto sus cortes
con cuidado. Juntó las manos para ocultar el papel ensangrentado entre ellas. No
quería que Yena se enterara de Jihoon. Todavía no.
Yena se inclinó hacia delante y miró a los ojos de Miyoung, que estaban
enfocados en el piso.
Por un minuto, le preocupó que su madre viera, a través de su cráneo, los
secretos que escondía. Pero Miyoung sabía que, a pesar de los mitos, las gumihos
que leían mentes estaban extintas desde hacía mucho tiempo.
—Miyoung, ¿quién eres?
Ella casi dio un suspiro de alivio, pero, en lugar de eso, exhaló con lentitud.
—La hija de Gu Yena —respondió a la típica pregunta.
—¿Y qué te hace eso?
—Inteligente.
—¿Y?
—Hermosa.
—¿Y?
—Fuerte.
—Bien —asintió Yena, satisfecha—. No debes dejar que los mortales te afecten.
Mi hija es mejor que eso. Así que espero mejores cosas de ti y que no te vuelvas a
meter en riñas insigni cantes con tus compañeros de clase.
Parecía más una orden que un consuelo, aunque, de todas formas, le terminó
dando fuerzas a Miyoung.
—Lamento haber causado problemas hoy, madre.
—Lo sé —dijo Yena y dejó a su hija sola, en compañía del sonido proveniente
del drama televisivo.
11

S I JIHOON PENSABA QUE MIYOUNG ACTUARÍA DISTINTO EN EL COLEGIO,


equivocado. Ella lo ignoró toda la mañana.
estaba

Fue un día sin incidentes, sin contar las reiteradas veces que se distrajo
por la mera presencia de la gumiho. Ella ni siquiera hizo mención de la
conversación de la noche anterior. Jihoon se preguntaba si la había olvidado por
completo. Luego, se dio cuenta de que estaba comportándose de la misma
manera que un tonto enamorado. Por eso, decidió que era mejor continuar como
lo haría normalmente, lo que signi caba tomar una siesta en la clase de inglés y
escaparse para jugar videojuegos. Sin embargo, se quedó sentado, sin dejar de
mirar la cabeza de Miyoung mientras ella tomaba notas de manera apresurada.
—¿No crees que las chicas tranquilas son geniales? —re exionó Changwan en
el almuerzo.
Jihoon echó un vistazo para ver de quién hablaba su amigo. No debería haberse
molestado. Changwan estaba mirando a la solitaria Miyoung, que se sentaba en
un rincón del comedor, e ignoraba con determinación a todos los estudiantes que
se le acercaban. Bueno, al menos Jihoon no era el único al que no le hablaba.
Si la soledad fuera un sabor, Jihoon podría probar el de Miyoung y se sentiría
como un regusto amargo en la lengua. No era solo que se negaba a entablar
conversaciones con los otros estudiantes, también era la forma en la que se
encorvaban sus hombros. Además, su rostro se fruncía y sus manos se apretaban,
como si el acto mismo de socializar le causara dolor físico.
Después del colegio, Changwan abandonó a Jihoon para irse a la nueva
academia extracurricular a la que su padre lo había inscripto. Lo que signi caba
no más distracciones o videojuegos que lo ayudaran a ignorar sus
preocupaciones. Por ende, Jihoon se apoyó contra el vidrio de la parada de
autobús, sacó unos auriculares y consideró ir a la sala de informática solo. Desde
allí, tenía una buena vista de las puertas del colegio, por lo que pudo reconocer el
modo de andar suave de Miyoung cuando salía. Mientras ngía que jugueteaba
con su teléfono, la observó acercarse con lentitud a la parada. Identi có el
momento justo en el que ella lo reconoció a él entre los estudiantes. Hizo una
pausa y luego siguió adelante para sentarse en el banco, sin reparar en Jihoon.
Él apoyó la cabeza contra el cristal y la miró por el rabillo del ojo. Estaba
sentada mirando al frente. No sabía por qué le parecía tan extraño, hasta que se
percató de que todos tenían los ojos pegados a sus teléfonos. Todos, excepto
Miyoung y un grupo de estudiantes que charlaban en el otro extremo de la
parada.
—He oído que la expulsaron de su último colegio —dijo un chico lo
su cientemente bajo como para parecer de primer año. Tenía algunas pecas
esparcidas por su nariz respingada y su barbilla puntiaguda. A Jihoon le recordó a
los elfos engañosos de las historias de su halmeoni.
El grupo le disparó miradas tajantes a Miyoung. Sus comentarios crueles eran
exagerados. Ella solo había estado en el colegio por dos días. ¿Qué podría haber
hecho para justi car tal odio?
—Yo escuché que la expulsaron de sus últimos tres colegios —dijo una chica
mientras lamía una paleta que chocaba contra sus dientes. Jihoon los reconoció
como amigos de Baek Hana. Era un grupo que utilizaba la intimidación y los
rumores para mantener su popularidad. Miyoung se encogió en su asiento, como
si pensara que, al ser lo su cientemente pequeña, pudiera hacerse invisible.
—Se dice que ese ni siquiera es su verdadero rostro. —La chica hablaba con un
ligero ceceo por los enormes brackets que le decoraban los dientes. Hacían que
sus labios se hincharan y que tuviera una disposición más ácida que la paleta de
cereza que estaba lamiendo—. Es cirugía plástica. De nitivamente.
—Tienes toda la razón. Hasta puedo ver la cicatriz de la operación —dijo el
chico.
Harto, Jihoon se quitó los auriculares y se los ofreció a Miyoung.
Como ella solo los miró, él mismo se los colocó en los oídos. Ella se echó hacia
atrás por el repentino contacto, pero él persistió hasta que se los puso.
Ella levantó la vista, perpleja.
Él le dedicó una sonrisa y se encogió de hombros a modo de explicación. Volvió
a sentarse y se apoyó contra la parada del autobús una vez más.
Bajó la cabeza, pero mantuvo los auriculares puestos.
El autobús se detuvo y la pandilla sarcástica abordó. Miyoung se puso de pie,
pero Jihoon la contuvo.
—Esperemos el siguiente. —Hizo un gesto hacia la ventana trasera, donde los
chismosos observaban desde sus asientos. Miyoung no respondió, pero sí dejó
que el autobús se alejara sin ellos.
—¿Por qué usarías auriculares sin música? —Ella le devolvió el aparato
silencioso.
—Si escucho música, no puedo entender de qué hablan las otras personas.
—Entonces, ¿espías a la gente? —preguntó ella.
—Yo no los obligo a que hablen sobre su vida privada en público.
—Raro —murmuró Miyoung.
—Tienes una forma extraña de decir gracias. —Jihoon se encogió de hombros.
—¿Por qué lo haría?
—Hice que dejaran de hablar de ti. Cuando no creen que puedes oír, pierden el
interés.
Miyoung lo miró jamente durante tanto tiempo que sintió la necesidad de
moverse con nerviosismo.
—Lo dices como si tuvieras experiencia en eso.
—Parece que te preocupa lo que me haya pasado —expresó Jihoon justo cuando
el siguiente autobús se detuvo frente a ellos.
El labio de Miyoung se curvó antes de subir.
Ella se sentó en la parte de atrás y Jihoon se deslizó a su lado. Frunció el ceño,
pero no protestó.
—¿Por qué dejaste que hablaran de ti? —preguntó Jihoon—. Podrías haberte
encargado de ellos.
—Si causo una escena, comenzarán a prestarme más atención. —Jihoon levantó
una ceja. Parecía que tenían en común la necesidad de privacidad. Se guardó ese
descubrimiento para procesarlo más tarde.
»Muchas gracias. —Las palabras casi se perdieron entre el rumor del vehículo y
el parloteo de los otros pasajeros.
—¿Qué? —preguntó Jihoon y se inclinó más cerca.
—Si no me escuchaste, entonces no lo repetiré —dijo Miyoung.
—De nada. No fue ninguna molestia. En realidad, soy bueno para evitar la
atención negativa.
Miyoung lo estudió. Sus ojos eran tan oscuros y directos que él sintió la
necesidad de alejarse.
—Me parece que te creo.
La mirada compasiva hizo que Jihoon sintiera vergüenza. Para combatir la
tensión nerviosa en sus hombros, se estiró, como si no le importara nada en el
mundo. Finalizó el movimiento al posar su brazo sobre el respaldo del asiento en
una posición relajada.
—Entonces, ¿qué sueles hacer después de clases? —Él le dedicó una sonrisa
pícara, ya que sabía que profundizaría sus hoyuelos.
Ella no dijo nada y deslizó sus ojos hacia la mano de Jihoon, que casi estaba
tocando su hombro. Él retiró su brazo por temor a que se lo arrancara.
—Por lo general, voy a la sala de informática —continuó Jihoon—. ¿Juegas al
League of Legends?
Miyoung miró por la ventana, ignorándolo.
Eso solo hizo que Jihoon estuviera más dispuesto a obtener una reacción de ella.
—Una de mis campeonas favoritas es Ahri. —Jihoon se rio entre dientes y se
inclinó hacia ella—. Si jugaras, entenderías el chiste.
»Es una gumiho —dijo él en un susurro escénico.
Miyoung lo fulminó con la mirada y él sonrió. Ella continuó con el ceño
fruncido, inmóvil a su mejor estrategia. Su sonrisa tembló.
—¿En serio no haces nada por diversión? ¿Deportes? ¿Tejido? ¿Ceremonias de té
antiguas?
—No hago las cosas para divertirme —dijo ella.
—¿Por qué?
—¿Por qué te importa?
—Porque parece que necesitas un amigo. —Jihoon se encogió de hombros.
—No necesito amigos —murmuró Miyoung.
—Todos necesitan amigos —argumentó él, a pesar del ceño fruncido de ella.
—Bien. Miro televisión, leo y como. —Contó cada cosa con sus dedos.
—Entonces, son actividades que puedes hacer solo en tu casa.
—Son cosas que puedo hacer sola —aclaró Miyoung y luego se volvió con
rmeza hacia la ventana.
Jihoon permitió que ella fuera la que terminara la conversación esta vez. Se
imaginaba que un hombre inteligente sabría cuándo dejar de molestar a un oso
dormido. O, en este caso, a una zorra dormida.

En la cena, Jihoon revolvió su galbi-jjim y trozos gruesos de carne y papas se


arremolinaron en una salsa marrón y pegajosa. Aunque no lo parecía, era dulce y
sabrosa. Agarró una castaña asada y la dejó caer sobre unas zanahorias. Dubu
estaba sentada a su lado mientras movía la cola con esperanza. Sin embargo, ella
sabía que no debía mendigar comida tan abiertamente. Al menos, no delante de
la halmeoni. Desafortunadamente para la perra, Jihoon estaba demasiado distraído
esa noche como para darle un bocado.
Él observó con sigilo a su halmeoni y luego volvió la mirada a su plato.
Lo hizo tres veces antes de que ella le dijera:
—Ahn Jihoon, si sigues mirándome así, pensaré que te has metido en problemas.
—No. Últimamente no —agregó él con una sonrisa irónica.
—Encontré esto entre tu ropa sucia —dijo ella mientras sacaba el brillante
bujeok amarillo—. Se supone que debes tenerlo contigo todo el tiempo.
Jihoon miró el talismán y frunció el ceño al recordar la noche en el bosque, y en
cómo ese dokkaebi había utilizado uno contra Miyoung. Con cuidado, sostuvo el
papel.
—Halmeoni, tengo una pregunta acerca de las fábulas que solías contarme.
—¿Sí? —La anciana bajó sus palillos y cruzó las manos delante de ella para
demostrarle que tenía toda su atención.
—¿Sabes qué ocurrió para que las gumihos se volvieran malas?
—¿A qué viene esa pregunta? —Ella se acomodó, como alguien que se estaba
preparando para una conversación particularmente interesante. Estaban sentados
en el suelo, junto a la mesa baja de la sala de estar. La espalda de la halmeoni
daba al sofá para que pudiera apoyarse contra él.
Jihoon estaba sentado con las piernas cruzadas frente a ella, mientras seguía
pensando en sus propias palabras.
—Es solo curiosidad. Recuerdo que me contaste una historia sobre el espíritu de
una zorra buena, que había ayudado a un monje a encontrar el conocimiento. Me
pregunto qué pasó para que la zorra se hiciera mala.
—No es tan simple como lo insinúas. —El tono de su abuela se volvió didáctico
—. La zorra es un animal como tú y yo. Ella no elige el mal o el bien al venir a
este mundo.
Jihoon asintió con la cabeza. A su halmeoni le gustaba dar muchas vueltas antes
de llegar a una conclusión, pero a él le encantaba escuchar sus historias.
—Hubo un tiempo en el que algunas historias contaban que la gumiho era, al
principio, una criatura benévola.
—¿Y entonces? —preguntó Jihoon, incapaz de contenerse.
—Entonces, tal como los humanos tendemos a hacer, necesitamos a alguien a
quien culpar por nuestros problemas —dijo la halmeoni, como si se estuviera
disculpando por un gran delito—. Los hombres se enamoraron de las gumihos
porque eran hermosas. Luego, les echaron la culpa del adulterio que ellos
cometían, en lugar de aceptar sus propios errores. Sucedía tan a menudo que se
volvió normal decir que las gumihos seducían y tentaban a los hombres para que
engañaran a sus esposas. Entonces, se les terminó dando una etiqueta de maldad
que no se merecían. Cuando te tratan todo el tiempo como una marginada y,
encima, te etiquetan de malvada, podrías empezar a cumplir con esa expectativa.
Jihoon enfocó la mirada en su arroz. ¿Esto también aplicaba a Miyoung? Hasta
donde sabía, ella no era una mala persona. Después de todo, ella le había salvado
la vida. Había visto de primera mano la crueldad de la gente ante su mera
presencia. ¿Podrían las duras palabras que recibía convertirla en un monstruo? ¿Y
si ya lo habían hecho?
—¿Qué sucede con el tema del hígado? —consultó él—. ¿De dónde vino eso?
—No estoy al tanto. —La halmeoni se encogió de hombros mientras recogía un
poco de arroz—. Podría ser una advertencia para no beber demasiado; quizá
agregaron esa parte al mito a modo de «dos por uno».
Jihoon se rio del pésimo chiste, pero se detuvo cuando su abuela le tomó la
mano. De repente, la expresión de la mujer se tornó seria.
—Jihoon-ah, aunque crea que la gumiho no haya comenzado siendo malvada,
no signi ca que no haya terminado de esa manera. Siempre es bueno saber lo que
estás viendo antes de que te muerda. —Jihoon asintió con lentitud, tratando de
entender si había un mensaje más profundo bajo la ominosa advertencia de su
halmeoni.
Luego, la expresión de la anciana se suavizó y apareció una sonrisa. Le dio una
palmadita en la mano y regresó con tranquilidad a su comida.
El resto de la noche, Jihoon pensó en mitos y fábulas. También, en las lecciones
que estas le enseñaban y el precio que conllevaban.
12

A MIYOUNG NO LE GUSTABA ESTAR SOLA EN CASA. AUNQUE YENA había insistido en


tenerlo todo, rara vez pasaba tiempo allí. Quizá su madre tenía más
necesidad de aire fresco al ser una gumiho completa.
O, tal vez, simplemente no le gustaba entablar conversaciones super ciales e
incómodas con su hija.
La otra noche, mientras cenaban juntas en silencio, la curiosidad le había dado
coraje a Miyoung para hacerle una pregunta.
—Madre, ¿qué haces para divertirte?
—¿Diversión? —Yena dijo la palabra como si fuera un virus.
—Sí. ¿Tejes? ¿Juegas a algo? ¿Lees…? —Miyoung se detuvo ante la mirada
helada de su madre.
—Qué pregunta tan extraña. Si te soy honesta, no sé qué te está pasando —se
mofó Yena.
—Creo que solo estoy cansada. —Acto seguido, Miyoung le había pedido que la
excusara para irse a su habitación.
Tal vez esa hubiera sido la razón por la que Yena le había enviado un mensaje
de texto, avisándole que no estaría en casa para cenar. Probablemente, quería
evitar las «preguntas extrañas» de Miyoung. Ahora, sin ella, la casa se sentía vacía
con nada más que la compañía de la colección de artefactos de su madre.
Miyoung estaba sola bastante a menudo. Así comenzó a amar los dramas.
Siempre estaban pasando uno por la televisión. Los programas de los nes de
semana mostraban melodramas familiares; los que estaban durante el horario de
máxima audiencia nocturna solían exhibir historias de alto riesgo; otros se
encargaban de lo fantástico. Recordó que cuando era más joven pasaban las
repeticiones de un drama que la marcó por completo. En ese programa, el
personaje principal era una zorra de nueve colas que se había enamorado.
No podía esperar para compartir el show con su madre. Le hacía recordar a sus
padres: un chico humano que se enamoró de una chica gumiho. Nunca había
escuchado la historia de cómo se habían conocido, por lo que su corazón había
llenado los espacios en blanco con los momentos suaves y el dulce amor que
orecía entre los protagonistas.
Un día, cuando Yena llegó a casa, Miyoung le mostró el primer episodio que
había grabado. Yena rompió la televisión y le dijo a su hija que si así era cómo
pasaba sus días, entonces no había necesidad de una televisión.
Esa noche, mientras Miyoung lloraba hasta dormirse, Yena entró en su
habitación y se disculpó.
«Me sorprendió», explicó Yena. «Pero quiero que sepas que está mal. Eso no es
algo con lo que quiero que llenes tu cabeza. Es peligroso pensar que eso es
posible».
«Pero conociste a mi padre. Te enamoraste de él».
«Conocer a tu padre fue un error, y no se parecía en nada a ese drama. Él era un
hombre… y los hombres solo quieren una cosa de nosotras. Me hizo creer que
podía ser diferente, pero al nal nos abandonó. No podía amar a su propia hija lo
su ciente como para quedarse. No quiero eso para ti, nunca».
Fue la primera y última vez que Yena tocó el tema del padre de Miyoung.
Esa noche, los dramas no captaban la atención de Miyoung, así que consultó su
reloj. Su cena ya debería haber sido entregada. Miró el menú arrugado que le
habían dejado en el buzón. Normalmente no pedía comida, pero no había nada
en la nevera y estaba muerta de hambre.
Miyoung se pasó una mano por el estómago mientras este giraba y se retorcía.
Era casi doloroso, como si hubiera estado descuidando sus comidas. Lo cual no
era cierto. Al menos, no la comida común y corriente.
El timbre sonó y ella se levantó de un salto. Abrió la puerta para recibir su cena,
pero se detuvo en seco. Frente a ella estaba Ahn Jihoon, que sostenía una bandeja
cubierta de plástico.
—¿Qué estás haciendo aquí? —espetó Miyoung, aunque era bastante obvio
cuando vio la scooter detrás de él.
—Estoy trabajando —dijo él y miró la bandeja que sostenía en las manos.
Miyoung la agarró. Si no hubiera estado bien envuelta, la sopa se habría
derramado de los tazones de metal. Dejó la bandeja en el suelo y le tendió unos
billetes.
Pero Jihoon no le estaba prestando atención. Estiró el cuello hacia atrás para
admirar la sala de estar abovedada y dejó escapar un silbido, impresionado.
—Nunca he visto el interior de esta casa. Me daba miedo echarle un vistazo.
—¿Vas a dejar de balbucear y agarrar el dinero? —preguntó ella.
—Sabes, dicen que este lugar está embrujado —continuó Jihoon mientras daba
un paso hacia adentro.
Miyoung se movió para bloquear la entrada, lo que provocó que chocara con
ella.
—¿Qué crees que estás haciendo? —El tono de Miyoung era gélido, igual al de
Yena cuando estaba disgustada.
—Vamos, no puedes culparme por ser curioso —dijo Jihoon con una sonrisa
amplia que reveló sus hoyuelos—. Se han contado historias de esta casa desde
que nací: que una vez perteneció a una vieja bruja, cuyo amante huyó. Por eso,
puso una maldición sobre la vivienda para que nadie que viva aquí pueda
encontrar el amor.
Miyoung se burló, pero se cruzó de brazos al sentir un escalofrío repentino. ¿O
se lo había imaginado?
—Eres un idiota si crees en ese tipo de historias.
—¿De verdad? ¿Y sería un idiota si creyera en las historias sobre gumihos y
goblins? —preguntó Jihoon con una risa que sonó demasiado relajada.
Miyoung se dio cuenta de que él no tenía intenciones de irse en silencio. Sería
más fácil si se daba por vencida, en lugar de perder el tiempo discutiendo.
—Bien. Si te dejo echar un vistazo, ¿te irás?
—Por supuesto. —Jihoon entró y se quitó el calzado. Recogió la bandeja sin
preguntar y la depositó en la mesa baja de la sala de estar.
Miyoung la levantó y la dejó sobre la mesa del comedor.
—Guau, genial —dijo Jihoon, mirando jamente al zorro de bronce en su
vitrina. Luego le dedicó una sonrisa maliciosa a Miyoung—. ¿Es pariente tuyo?
Ella contuvo una réplica. Yena siempre decía que el control era su mejor
herramienta.
—De acuerdo, ¿has visto su ciente? ¿Te irás?
—No eres una muy buena an triona. Ni siquiera me ofreciste algo para beber —
señaló Jihoon.
—Bueno, nunca he tenido que invitar a nadie.
Jihoon dejó de estudiar los binyeos de jade y la miró jamente.
—¿En serio? ¿Nunca? ¿Ni siquiera cuando eras una niña?
—¿Por qué invitaría gente a mi casa? ¿Para que sean aperitivos de mi madre?
Jihoon frunció el ceño ante ese comentario.
—Entonces, ¿nunca has tenido amigos en tu casa para pasar el rato?
—Nunca he tenido amigos.
—Qué triste —murmuró Jihoon para sí mismo y Miyoung estaba segura de que
no lo tendría que haber escuchado. Excepto que no lo pudo evitar por su gran
audición de gumiho. La compasión de Jihoon estaba más que clara.
—Bueno, estoy segura de que es difícil que alguien como tú lo entienda, pero a
las personas no necesariamente les caigo bien.
—¿Alguien como yo? —preguntó Jihoon.
¿Por qué era eso en lo que se enfocaba?
—Sí, eres el tipo de persona que le cae bien a todos.
Jihoon echó la cabeza hacia atrás y se rio. Provocó un bullicio que llenó el
espacio hasta que el ambiente se sintió menos frío y un poco menos vacío.
Miyoung parpadeó, sorprendida.
—Ese, de nitivamente, no soy yo. A mucha gente no le gusto.
—Eso no es cierto —insistió Miyoung—. Te he visto. A todos nuestros
compañeros les gustas. Todos te hablan y saludan en los pasillos.
—Son educados, supongo —dijo Jihoon con el ceño fruncido—. Pero ellos no
me conocen.
—¿Y? —cuestionó Miyoung.
—Bueno, no puede realmente gustarte alguien a menos que lo conozcas —
explicó él como si fuera obvio—. Tal vez es por eso que has tenido problemas
para hacer amigos —re exionó—. Porque nunca llegas a conocer a la gente.
—Nunca estoy en un lugar el tiempo su ciente como para lograr eso —dijo
Miyoung con desdén, por lo que su voz y su expresión eran frías. No le gustaba
esta conversación; le hacía doler la cabeza y le estrujaba el corazón,como si
Jihoon estuviera tratando de despertar los sentimientos que habían sido enterrados
hacía mucho tiempo.
Miyoung caminó hacia la puerta principal y la abrió. El feliz chirrido de la
cerradura contrastaba directamente con su mal humor.
—Deberías irte.
Jihoon parecía resignado cuando caminaba en dirección a la salida.
—Recuerda dejar la bandeja afuera cuando hayas terminado. Vendré a
recogerla.
—Bien —dijo ella y cerró la puerta de golpe en su cara.

A Miyoung no le gustaba cómo Ahn Jihoon le hablaba en banmal. No podía usar


un discurso casual e informal con ella, como si fueran amigos. Ni siquiera se lo
había permitido. Se preguntó si él se daba cuenta de eso. Pero, lo que era más
importante, no estaba segura de por qué no lo había frenado.
Estaba de mal humor y ahora esperaba en la la del almuerzo, que era
aparentemente interminable. Había permanecido demasiado tiempo en el aula
después de haber escuchado la campana. El grupo de su anterior colegio era la
mitad del tamaño de este, por lo que había olvidado lo intensa que podía ser la
hora del almuerzo en las escuelas superpobladas de Seúl.
Hizo todo lo posible para ignorar a los pocos estudiantes que susurraban sobre
ella. Era una experta en evitar miradas y chismes. Pero su audición era tan buena
que pudo captar algunas palabras. Se dio cuenta de que su nombre siempre iba
acompañado con el de Ahn Jihoon. Parecía que a los amigos de Baek Hana no les
había gustado el truco de Jihoon con los auriculares. A su vez, pensaban que
ambos habían actuado con mucha amabilidad y cercanía. El rumor de que
estaban saliendo se propagó como fuego.
Eso le preocupaba. Este rumor atraía demasiada atención, pero, por suerte, era
una desviación de algunos de los rumores más duros que Miyoung estaba
acostumbrada a escuchar. Había unos que la llamaban reina de hielo.
Mientras los chicos se agolpaban a su alrededor en la la, uno de ellos le golpeó
el hombro. El contacto trajo consigo el sabor de algo brillante, como si la
electricidad corriera por la piel de Miyoung y fortaleciera sus músculos. No se
había dado cuenta de que le estaban doliendo hasta que sintió esa oleada de
energía. Era el gi del estudiante. Tenía esa energía, joven y fresca, justo a su
alcance para absorber. Por eso, se dio vuelta y casi agarró al chico. Sus manos
habían llegado a medio camino antes de detenerse.
En vez de eso, juntó sus palmas con tanta fuerza que las uñas se le clavaron en
la piel.
Su estómago protestaba en su interior. Cerró los ojos y respiró profundamente
tres veces. No solía ponerse así de mal, y menos aún cuando había pasado tan
poco tiempo después de su última comida. Era como si la energía que había
absorbido en la última luna llena se le hubiese escapado por pequeñas grietas,
dejándola vacía. Dejándola hambrienta y con ganas de más.
Intuía que debía ser porque ya no tenía la perla dentro de su cuerpo. Sin ella, no
podía almacenar energía. Esta se le había escapado como si fuera agua que se
derramaba de una bolsa de tela.
Finalmente, cuando llegó al frente de la la, tomó una de las bandejas de metal,
agradecida de que algo mantuviera ocupadas a sus manos. El personal de la
cocina llenó con comida cada compartimiento de su bandeja: arroz humeante,
miyeokguk con un caldo turbio, kimchi de un fuerte color rojo y carne sabrosa.
Los estudiantes parecían entusiasmados por el hecho de que tenían carne el día
de hoy.
Prácticamente podía saborear la emoción en el aire. Hacía que su estómago
rugiera por algo más que comida.
Salió de la la, ansiosa por escapar y esconderse en un rincón oscuro, pero el
lugar estaba lleno. Apenas había asientos disponibles. No importaba dónde se
sentara, ya que la apretarían entre los grupos de alumnos.
Entonces vio a Jihoon y a sus amigos. Lee Somin era una compañera de banco
bastante irritable, pero al menos había dejado a Miyoung en paz. Y Oh Changwan
era un chico nervioso y torpe, aunque siempre había sido educado con ella.
Suspiró y caminó hacia su mesa.
—…creo que es genial que estén saliendo —decía Changwan.
—Eso es solo porque quieres observarla de cerca. —Somin apuñaló su croqueta
de pescado con unos palillos. Lo hizo con tanta fuerza que estos chocaron contra
la bandeja de metal.
—¿Observar a quién? —preguntó Miyoung, aunque ya sabía la respuesta.
Jihoon levantó la vista. Changwan se congeló a su lado.
—¿Qué estás haciendo aquí? —Somin se negó a enfocar su mirada en los ojos
de Miyoung.
—No hay otro lugar para sentarse. —Fue la única respuesta de Miyoung cuando
tomó el asiento vacío junto a Somin.
—¿Te está gustando nuestra escuela, Miyoung-ssi? —tartamudeó Changwan y
sus mejillas ardieron.
—Está bien.
—Por lo general, la gente pide permiso antes de sentarse —dijo Somin.
—¿Por qué necesito preguntar cuando nadie estaba usando este asiento? —
Miyoung tomó un bocado de arroz con calma.
Somin se sonrojó y sus mejillas se hincharon, como si la ira se le hubiera
acumulado allí. Miyoung casi podía ver la energía alrededor de su compañera, tan
brillante que la hacía resplandecer.
Miyoung nunca se había alimentado de una chica. Sin embargo, pensó que, tal
vez, la energía de Somin podría llenarla hasta el tope.
—Miyoung-ssi, ¿no querías ir a ver dónde se juega al fútbol durante el
almuerzo? —dijo Jihoon de golpe, captando la atención de Miyoung. Sus ojos
estaban muy abiertos mientras la miraban.
Miyoung se preguntó si sabía lo que había estado pensando y la culpa le causó
una opresión en el pecho.
—Cierto —dijo ella, aceptando su oferta de escape.
Dejó caer sus utensilios sobre la bandeja y se puso de pie. Quizá sus pasos eran
un poco rápidos para ser casuales. Quizá dejó la bandeja en la pila con un poco
de fuerza. Pero ella necesitaba salir de la habitación, que estaba llena de cuerpos,
gi y tentación. Apenas podía respirar por desear toda esa energía deliciosa.
Felizmente, el pasillo estaba vacío y Miyoung respiró hondo.
Jihoon dejó la cafetería detrás de ella.
—No iba a hacerle nada a Somin —dijo Miyoung mientras caminaban. Por
alguna razón, necesitaba que lo supiera. Necesitaba que lo creyera.
—¿Qué te hace pensar que tenía miedo por ella? Somin tiene un gancho
derecho feroz y es un as en este colegio. Nunca ha perdido una pelea.
—Una chica humana nunca podría ganarme. —Miyoung soltó una risa burlona.
—Pero cuando estás aquí, ¿no se supone que eres una «chica humana»
también?
Los ojos de Miyoung empezaron a revisar el pasillo para corroborar si había
alguien lo su cientemente cerca para escucharlos, pero estaba vacío.
—Ten cuidado con la forma en la que me hablas —dijo ella con los dientes
apretados—. Si no estuviéramos en el colegio, no estarías de pie en este preciso
instante.
—Nunca pensé que estaría tan agradecido de estar en el colegio —murmuró
Jihoon al abrir una puerta.
—¿A dónde vas?
—Les dije a Somin y a Changwan que íbamos al campo de fútbol.
—Pensé que era una mentira para que dejara a tus amigos en paz.
—No me gusta mentir si no tengo que hacerlo —dijo Jihoon.
—Dijiste que yo quería ver los campos —señaló ella—. Eso sí fue una mentira.
—Bueno, ahora es solo una mentira a medias. —Jihoon la llevó al exterior.
Los músculos de Miyoung se tensaron cuando él la sostuvo. Nunca alguien la
había tocado de imprevisto. Su piel era demasiado sensible por el hambre
persistente y eso le provocaba un hormigueo en el brazo.
Se liberó y dio unos pasos hacia el campo de abajo, donde muchos chicos y
chicas corrían por el césped.
—¿Cómo tienen tiempo su ciente para comer y jugar?
—No comen. Por lo general, se saltan el almuerzo para tener más tiempo para
jugar un partido completo.
—¿Por qué harían eso por algo tan trivial?
—Para ellos no lo es. —Jihoon se encogió de hombros mientras seguía mirando
el juego—. Cuando algo es importante para ti, estás dispuesto a renunciar a
mucho para conseguirlo. Este es el único momento que tienen para jugar.
—No entiendo por qué se esfuerzan tanto por tales cosas —expresó Miyoung—.
¿Acaso les ayudará a ganar algo?
—No es para ganar nada. —Jihoon se rio—. Es solo por diversión. A veces,
deberías dejar de pensar en lo que puedes obtener de la vida misma y divertirte.
—La diversión es un lujo de los humanos —masculló Miyoung, tratando de
ocultar su resentimiento. Odiaba envidiar a esta gente, cuya única preocupación
era si tendrían tiempo su ciente para un partido de fútbol.
—También eres mitad humana. —Las palabras de Jihoon fueron amables, pero
calaron hondo.
No porque le recordaban que era medio humana, sino porque le recordaban
que una parte de ella no lo era.
—No me había dado cuenta de que podíamos venir aquí a almorzar —dijo
Miyoung. Era un buen lugar para alejarse de la sofocante multitud de la cafetería.
—Se está poniendo frío. —Jihoon miró al sol en lo alto.
—El clima no me afecta —dijo Miyoung con un ademán de indiferencia.
—¿En serio? —preguntó Jihoon. Se le notaba una clara fascinación en la voz. No
estaba acostumbrada a que alguien fuera tan descarado de interesarse por ella.
—¿Por qué haces esto? —demandó ella, incapaz de mantener la frustración
fuera de su voz.
—¿Estar de pie aquí?
Miyoung contuvo el aliento para evitar decir algo de lo que se arrepentiría.
—¿Por qué sigues insistiendo con esta falsa amistad? Es todo una farsa.
—No es falsa. Somos amigos. —Jihoon frunció el ceño. No obstante, dejó
escapar una risa de pronto—. Bueno, me parece bien tener una mala amiga.
Supongo que coincidimos.
Jihoon caminó de regreso hacia el edi cio y Miyoung contuvo un grito de
frustración.
—¿Qué se supone que signi ca eso? —gritó ella.
Él ni siquiera miró hacia atrás. Solo levantó una mano en un gesto amistoso
cuando la campana sonó para avisarles a los alumnos que era hora de volver a
clases.
13

L
mundo.
OS DÍAS DE MIYOUNG SE CONVIRTIERON, POCO A POCO, EN UNA rutina. Ella era
fanática del orden. Eso le aseguraba que no hubiera variables imprevistas.
Si sabía lo que cada día traería, entonces podría controlar mejor su

Sin embargo, se sentía extraño tener una rutina mientras había una bomba de
tiempo en su bolsillo. El yeowu guseul era un fuerte recordatorio de que sus días
no eran completamente normales.
Jihoon, por otro lado, era alguien totalmente aleatorio. No era constante en
nada. Le gustaba divertirse en clase o dormir, sin ninguna razón aparente. La
mayoría de las veces estaba en la sala de informática, en lugar de asistir a clases,
para jugar durante el tiempo libre.
Él tenía una extraña habilidad para salirse con la suya, haciendo el menor
esfuerzo posible, y para dar una buena impresión a los profesores.
Probablemente, porque tenía una cara perversa e infantil y una sonrisa traviesa. Le
funcionaba bien para lograr que las cosas se hicieran a su manera.
Ella apenas hablaba con los demás durante la jornada escolar. Era uno de sus
principales mecanismos de adaptación: ignorar a todos hasta que también
empezaran a ignorarla. La única excepción era Jihoon, que la saludaba
casualmente por los pasillos y hasta la invitaba, siempre que podía, a sentarse con
él y sus amigos en el almuerzo (las miradas asesinas de Somin la habrían detenido
si no hubiera empezado a comer sola en las escaleras exteriores).
Pero el único lugar donde no podía evitar a Jihoon era el autobús. Se había
convertido en una parte extraña de su rutina. Siempre se sentaba a su lado y
balbuceaba sobre su día. También hacía preguntas sobre el día de ella. Como
Miyoung nunca respondía, él seguía divagando.
Tener a alguien que le hablara a su lado era una experiencia nueva y extraña. Y
eso le molestaba demasiado.
Comenzó a reconocer los pequeños hábitos de Jihoon. Golpeaba sus dedos
contra cualquier super cie, lo cual no tenía sentido. Aceptaba a todos y, por eso,
la gente gravitaba hacia él. Incluso Miyoung, aunque odiaba admitirlo, estaba
empezando a sentirse más cómoda con su compañía.
Miyoung escaneó el patio al salir del edi cio de la escuela. No para buscar a
una persona especí ca, se dijo a sí misma, pero cuando no vio una gura delgada
con el cabello despeinado, se sintió decepcionada. Habían retenido a Jihoon
después de clase para hablar con un profesor. Era un estudiante terrible, tan malo
que rozaba lo ridículo.
Miyoung arrastró los pies y se alejó de las puertas del colegio. Se mostró reacia a
irse, ya que Jihoon no la encontraría si estaba fuera del campus. Lo que era
absurdo porque la parada estaba a la vista desde los escalones de la entrada. Por
ende, se acomodó contra el cristal de la caseta del autobús.
Dos chicos se acercaron a la parada y se apoyaron contra el lado opuesto del
cristal. Uno era alto y tenía rasgos puntiagudos, como una rata. El otro era ancho
y un poco torpe. El más alto y andrajoso tenía un paquete de cigarrillos, que lo
golpeó contra su palma. Estaban prohibidos en el recinto escolar, pero era
probable que el chico se sintiera con ado al encontrarse a varios metros fuera del
campus. Miyoung sintió que la miraban jamente y decidió ignorarlos.
Estiró el cuello hacia un lado para ver si Jihoon había salido del colegio.
En cambio, vio que Changwan se dirigía hacia ella.
—Miyoung-ssi. —Changwan usó el título formal, como si sus modales fueran
más importantes que el hecho de ser compañeros. Su cortesía era algo que, en
secreto, le gustaba—. ¿Estás esperando el autobús sola? —Miró a su alrededor y
Miyoung supo que estaba buscando a Jihoon.
—¿Por qué no iba a estarlo? —preguntó Miyoung, luego se dio cuenta de que
quizá había sido un poco dura. Además, Changwan tenía algo que le suavizaba el
corazón—. ¿Podrías esperar aquí conmigo?
Changwan se sonrojó y asintió con timidez. Se sentó y mantuvo medio metro de
distancia entre ambos. Ella no pudo evitarlo y sonrió. Estaba acostumbrada a que
los chicos quedaran impresionados con ella, pero la admiración de Changwan era
muy inocente.
—Es un buen chico —dijo Changwan.
—¿Quién?
—Jihoonie. Él es un buen chico. Sé que puede parecer perezoso y que no le
importa nada, pero, en realidad, no es así —expresó él—. Seguramente, te habrás
dado cuenta de que no soy tan genial como él o Somin. Pero nunca me han
hecho sentir que no pertenezco.
—¿Acaso eres su intermediario? —Miyoung no pudo evitar el regocijo en su voz.
—No me pidió que te dijera nada —refutó Changwan con rapidez. Levantó las
manos como si lo hubieran sorprendido haciendo algo malo—. Pero puedo decir
que le gustas. Espero que también sientas lo mismo y, si no es el caso, espero que
se lo digas amablemente. Jihoon muestra una capa de valentía, pero la verdad es
que ha tenido que atravesar algunas cosas.
—¿Atravesar algunas cosas? ¿Como qué?
Changwan negó con la cabeza.
—No me corresponde a mí decirlo…
—Todos saben acerca del padre criminal y de la madre fugitiva de Ahn Jihoon
—interrumpió el chico con cara de rata—. Hace que uno se pregunte qué secretos
está escondiendo. Quizá alguno de esos fue el que hizo que sus padres lo
abandonaran.
Los ojos de Miyoung se dirigieron a la etiqueta de su uniforme: JUNG JAEGIL. Ahora
lo recordaba. Estaba en segundo año, pero en una clase diferente. Lo había visto
en los pasillos mientras intimidaba a los de primero. A veces lo hacía para
quitarles el dinero del almuerzo, a veces solo por diversión. Lo importante era que
ella aborrecía a los matones.
Detrás de él estaba el chico más grande. Su etiqueta decía KANG SEHO. Parecía
que Jaegil era la boca y Seho, el músculo. Era el mismísimo cliché de los matones.
—Eso no es asunto tuyo —dijo Changwan, pero su voz titubeó de miedo.
—Tú eres el que sacó ese tema de conversación —comentó Jaegil, encogiéndose
de hombros—. ¿Estás tratando de impresionar a una chica bonita?
—¡No es eso, en absoluto! —escupió Changwan.
—Bien, porque deberías saber que las chicas no hablan con perdedores como
tú. No importa cuánto dinero gane tu padre.
Changwan se encorvó y Jaegil sonrió. Ya se estaba deleitando con el dolor que
había in igido.
Eso provocó que Miyoung lo despreciara aún más. Tal vez por eso hizo algo tan
poco característico a continuación.
—Él es mi amigo. ¿No es cierto, Changwan-ah? —Miyoung lanzó un brazo
alrededor de sus hombros.
—Sí… —tartamudeó y un rubor cubrió su cuello y sus mejillas.
Jaegil dejó escapar un resoplido, mientras su mirada pasaba de un lado a otro,
entre Miyoung y Changwan.
Un auto se detuvo cerca de ellos y Miyoung no pudo ver el interior porque las
ventanas estaban polarizadas.
Changwan dio un suspiro de alivio.
—Me tengo que ir —le dijo a ella, sin molestarse en mirar a los dos matones que
todavía se cernían sobre él—. Nos vemos mañana, Miyoung. —Hizo una pausa y
luego añadió el modi cador amigable «-ah».
—Nos vemos. —Miyoung forzó una sonrisa cuando corrió hacia el auto.
—Sabes que yo también podría ser tu amigo —dijo Jaegil con una mirada
atrevida.
—Ya tengo su cientes. —La sonrisa se le borró de su rostro cuando se dio la
vuelta, pero Jaegil se movió al mismo tiempo.
—¿Quieres fumar? —Jaegil se alzaba por encima de ella con un cigarrillo
agarrado entre dos dedos. Él creía que la pose era atractiva y era probable que la
hubiese practicado muchas veces antes de hacerla en público para impresionar a
las chicas.
Una pequeña voz en la parte posterior de su cabeza le decía que había una
manera de deshacerse de Jaegil. Una forma de asegurarse de que no la molestara
a ella ni a nadie nunca más. El hambre que la roía se había convertido en un
dolor constante. Y le decía que este chico no merecía su vida si iba a usarla para
causar dolor a otros.
—Te hice una pregunta. —El tono de Jaegil se volvió insistente y los nervios de
Miyoung estaban a punto de perder la paciencia—. Es de mala educación no
contestar. ¿No es así, Seho?
—Muy grosero de su parte —dijo el más grande. Su voz era la de un barítono
burlón.
—No fumo. —Miyoung entrelazó sus palabras con veneno. Aléjense de mí,
pensó, antes de que haga algo de lo que me arrepentiré.
Jaegil no captó la indirecta.
—¿Segura de que no quieres uno? Por lo general no comparto.
Puso un cigarrillo debajo de su nariz para que pudiera oler el tabaco amargo.
Ella se lo quitó de la mano mientras se ponía de pie. Pero, antes de que pudiera
hacer otro movimiento, Jihoon llegó y empujó a Jaegil hacia atrás.
—Déjala.
—Aw, Ahn Jihoon vino a rescatar a su yeo-chin.
Miyoung comenzó a avanzar al escuchar la insinuación de que eran novios,
pero Jihoon la detuvo.
—No creo que patearle el trasero sea una buena opción. Llamarás la atención
aún más.
—¿Crees que podría darme una paliza? Me gustaría verla intentarlo. —Jaegil se
mofó de la situación y Seho dio un paso adelante.
—Confía en mí, realmente no te gustaría —dijo Jihoon.
—No necesito que luches mis batallas —advirtió Miyoung con los dientes
apretados.
—Déjame manejar esto —pidió él.
—¡Dije que no te metas! —El grito de Miyoung hizo eco en el vidrio de la
parada de autobús. Sentía cómo se le acumulaba el calor en los pulmones. Se le
mezclaba con el hambre constante y hacía que su pecho se sintiera demasiado
apretado.
—Supongo que no le gustas mucho después de todo, Ahn Jihoon —dijo Jaegil
con una risa ahogada.
—¡Cállate! —Miyoung se volvió hacia Jaegil y él dio un paso atrás ante la
vehemencia en su voz—. Odio a los chicos como tú, que piensan que pueden
molestarte para conseguir todo lo que quieren. Y estos… —Le arrebató los
cigarrillos de la mano—, te matarán.
Hizo una bola con el paquete. El calor que empujaba su furia se extendió y
palpitó a través de ella, hasta que no pudo pensar con claridad. Giró su puño;
Jaegil se estremeció, anticipando el golpe. Miyoung arrojó los cigarrillos y su ira la
alimentó. La bola de cigarrillos y cartón se estrelló contra la ventana del mercado
que estaba al lado de la parada de autobús. La fuerza hizo que el vidrio se
agrietara y suras con forma de telarañas crecieron desde el punto de impacto. Era
demasiado tarde; Miyoung se dio cuenta de que no solo la había tirado, sino que
también había usado su fuerza sobrenatural de gumiho. En público.
Durante unos segundos tensos, parecía que la ventana no se rompería. Aunque
no fue el caso, ya que el cristal cayó mientras se burlaba de Miyoung con un
delicado coro de fragmentos tintineantes.
—¡Heol! —maldijo Jaegil con los ojos muy abiertos mientras miraba entre
Miyoung y la ventana rota.
Se le hizo un nudo en el estómago. Esto no era algo que una chica normal
pudiera hacer: romper el cristal sólido de una ventana con una bola de basura.
Sus ojos se deslizaron hacia Jihoon, que también miraba jamente a la ventana
rota con la boca abierta. De pronto, el dueño del mercado salió corriendo,
mientras escupía maldiciones una atrás de la otra.
—¿Quién hizo esto? ¡Ya llamé a la policía! ¿Quién pagará por este desastre?
Se escuchaban algunos susurros de los peatones que pasaban y de los que se
habían detenido a echar un vistazo.
Miyoung sintió el calor y el peso de todas las miradas sobre ella. Era como si
tuviera puntos ardientes en su piel, como si alguien hubiera encendido los
cigarrillos de Jaegil y los hubiera puesto contra ella.
Se sentía como si el mundo se estuviera haciendo añicos a su alrededor, al igual
que la ventana.
Saboreó bilis ácida cuando su miedo se convirtió en náuseas.
—¡Corre! Sal de aquí —demandó Jihoon.
—¿Qué? —Ella no podía entender lo que quería decir. ¿No estaba viniendo la
policía? ¿No iba a ser arrestada? Pero su identidad sería revelada. Su madre
tendría que limpiar su desorden, otra vez. ¿Yena mataría a Jihoon cuando se
enterara de todo? Sería su culpa, toda su culpa.
Jaegil y Seho dieron gritos de alarma antes de largarse y el dueño de la tienda los
persiguió calle abajo.
—Tienes que irte antes de que llegue la policía. —Jihoon la empujó un poco y
ella tropezó, pero siguió moviéndose a los trompicones.
Dejó que el impulso la llevara, hasta que empezó a trotar, para luego acelerar y
salir corriendo.
14

J IHOON ESTABA EN UNA SILLA INCÓMODA APOYADA CONTRA UNA pared beige
descolorida. Varios o ciales de policía estaban sentados en sus escritorios,
que se habían colocado por toda la habitación siguiendo patrones
aleatorios.
Había estado solo una vez en una estación de policía, cuando su madre lo había
arrastrado allí para gritarle al o cial que había arrestado a su padre. Un mal
recuerdo agravado por su actual incomodidad. Y el policía que lo estaba
interrogando ahora mismo no estaba ayudando.
—Entonces, dime otra vez, ¿cómo rompiste la ventana? —Era una pregunta que
Jihoon había contestado, al menos, una docena de veces.
—Con una roca. —Mantuvo sus respuestas cortas. Así había menos
posibilidades de ser atrapado con una mentira de ese estilo.
—¿Por qué?
Buena pregunta, pensó Jihoon. ¿Por qué había decidido cubrirla? No era
necesariamente porque se sentía su protector. Dios sabía que Miyoung no
necesitaba a alguien que la cuidara. Quizá porque suponía que ella no esperaba
nada de él y Jihoon quería demostrarle que estaba equivocada. Que él sí se
preocupaba por ella.
Espera. ¿Se preocupaba por Miyoung?
Antes de que pudiera detenerse en ese nuevo pensamiento, el o cial volvió a
hablar:
—Y los chicos que se fueron corriendo, ¿no estaban involucrados?
—No.
—Escucha, niño. No tengo tiempo para esto. Estás enfrentando cargos reales
aquí.
—Lo sé. —Jihoon no tenía intenciones de sonar simplista y super cial, pero las
respuestas cortas no lo ayudaban.
—Estoy muy cerca de perder la paciencia. —El o cial se inclinó sobre el
escritorio, de modo que un poco de su saliva voló y alcanzó la mejilla de Jihoon.
—O cial Noh, ¿por qué no se toma un descanso? —El detective que estaba a su
lado tenía una voz serena y unos ojos a lados que parecían haber visto todo.
Estos inquietaban más a Jihoon que la ira del o cial—. Terminaré con esto.
El escritorio del detective estaba desordenado. Había documentos apilados al
azar contra una caja que contenía una mezcla de tchotchkes, es decir, una gran
variedad de chucherías. Jihoon vio una taza del equipo de baloncesto de los
Gigantes Lotte, un pequeño marco de madera con la imagen descolorida de un
bebé y una gran cruz de madera con escrituras grabadas en ella: «Los ojos del
Señor están sobre los justos, y sus oídos atentos a su clamor. (Salmos 34:15)».
El detective Hae leyó el archivo que había sacado del escritorio del o cial. Su
mandíbula cuadrada y su cabello canoso le recordaban a Jihoon a los actores
conocidos que aparecían en los dramas de época que a su halmeoni tanto le
gustaban. Se imaginó al hombre vistiendo las grandes túnicas de un noble,
mientras gritaba sobre el honor del país.
—Entonces, ¿rompiste una ventana y decidiste que lo más conveniente era ser
grosero con un o cial de policía?
—No fue una decisión activa —dijo Jihoon. El detective frunció el ceño, por lo
que agregó—: Señor.
—¿Te das cuenta de que estás en bastantes problemas? —El detective Hae miró
un papel en su mano—. Ahn Jihoon.
Él decidió hacer caso a sus modales.
—Lo entiendo, señor.
—El dueño de la tienda también dijo que no estabas solo.
Jihoon asintió. Algo acerca de este detective hacía que mentirle fuera
in nitamente más difícil.
—No, señor. Pero ya he confesado.
—Sí, tú eres el que confesó. —El detective Hae dijo esto de tal manera que
Jihoon pensó que el hombre podía ver a través de él—. El dueño del mercado
quiere presentar cargos —continuó hablando con un tono de reprimenda. A
Jihoon se le pusieron los pelos de punta, pero mantuvo su cabeza inclinada en
señal de respeto—. Sin embargo, tu halmeoni fue capaz de hacerlo cambiar de
opinión.
Por primera vez, Jihoon sintió miedo. Sus ojos recorrieron la estación de policía
para buscar a su abuela, sintiendo más aprensión de la que había experimentado
en el duro interrogatorio con el o cial anterior.
El detective dejó escapar una risa, lo cual logró que la atención dispersa de
Jihoon se centrara de nuevo en él.
—Es bueno ver cómo la respetas. Tu halmeoni es toda una mujer. Es una pena
que su reputación se manche por esto.
Ahora, una sensación de culpa se apoderó del cuerpo de Jihoon. Esto no
afectaría al restaurante, ¿verdad?
Luego, procesó el resto de las palabras del detective.
—¿Conoce a mi halmeoni?
—La conocí cuando empecé a trabajar en mi primer caso aquí. Me parece una
buena mujer, fuerte, que no acepta comportamientos tontos. Siento que
cualquiera de sus castigos es peor, en comparación con los que nosotros
podríamos darte. Como no hay cargos o ciales, puedes irte cuando llegue.
Jihoon asintió y miró la puerta, tratando de no ponerse nervioso.
Su teléfono sonó y él se sobresaltó en su asiento antes de mirar el mensaje de
Somin:

ESCUCHÉ QUE ESTÁS EN LA ESTACIÓN DE POLICÍA. ¿QUÉ SUCEDIÓ?

Jihoon vaciló antes de responderle. Normalmente le contaba todo a Somin, pero


esta vez no podía. Si ella se enteraba de que él había asumido toda la culpa de lo
sucedido, entonces empezarían a llegar preguntas que no podría responder. Se
sentía raro mentirle a alguien que sabía que él solía mojar la cama hasta antes de
cumplir los siete años.
Le escribió una respuesta:

NO TE PREOCUPES.

Somin contestó tan rápido que se preguntó si ya había escrito el mensaje con
antelación:

¿POR QUÉ NO ME LO DICES? ¿ESTÁS ENOJADO CONMIGO? ¿HICE ALGO MALO?


La culpa se extendió por su pecho. Le escribió una vez más:

NO TE PREOCUPES.

La burbuja que indicaba que Somin estaba escribiendo un mensaje otó en su


pantalla durante tanto tiempo que se preguntó qué tipo de libro podría estar
redactando. Luego desapareció. No hubo respuesta.
El detective Hae cerró un expediente de golpe y lo lanzó encima de un montón
de carpetas similares. La pila precaria se derrumbó.Jihoon se inclinó para recoger
los papeles cuando las palabras ataque de animal llamaron su atención. La
carpeta era gruesa, llena de informes, mapas y fotografías. El informe superior
parecía el relato de un testigo.
Dos trabajadores salieron a tomar algo. Tan borrachos que no podían caminar
con normalidad. Uno de ellos decidió saltar el muro que rodeaba el bosque y
algo lo arrastró.
La mente de Jihoon se aceleró al recordar una conversación que había
escuchado la mañana siguiente de haber conocido a Miyoung. Un detective habló
con su halmeoni sobre el ataque de un animal.
—No puedes leer eso. —El detective Hae extendió su mano para recuperar el
expediente.
Jihoon se lo devolvió.
—Lo recuerdo ahora. Usted vino al restaurante para advertirnos sobre los
ataques. ¿Se enteraron de qué animal era?
—No puedo responder preguntas sobre una investigación en curso.
Jihoon asintió. No necesitaba más respuestas. «En curso» signi caba que no
habían encontrado al culpable.
—¡Ahn Jihoon!
Hizo una mueca al oír la voz de su abuela y se olvidó del informe y de todos los
pensamientos acerca de los trabajadores asesinados. Un asesinato no parecía
nada cuando se enfrentaba a la furia de su halmeoni.
15

M IYOUNG SE METIÓ EN SU CASA, SE QUITÓ LOS ZAPATOS Y DEJÓ que la mochila


cayera de su hombro en el centro de la habitación. El desorden
molestaría a su madre, pero no tenía la energía necesaria para llevar
todo eso al piso de arriba en ese preciso momento.
Se dejó caer en el sofá, plantando su cara en la suavidad de los almohadones.
Sus ojos ardían por las lágrimas, por lo que hundió su rostro aún más para
atraparlas.
No tendría que haber dejado a Jihoon.
A él le gustaba hacer cosas estúpidas, pero eso no signi caba que hubiera que
dejar que las hiciera. Era tan exasperante. Golpeó su puño en los almohadones
junto a su cabeza.
Seguía recordando la preocupación y la ansiedad en el rostro de Jihoon cuando
le había dicho que corriera. Se sentía extraño pensar que todo había sido por ella.
Más inquietante era el hecho de que había aceptado su ayuda sin pensarlo dos
veces. En ese momento, cuando había huido, había con ado en él.
Miyoung rodó sobre su espalda para poder echarle un vistazo al gran techo
abovedado. A través de los tragaluces brillaba la luna, a la que le faltaba apenas
unos días para que estuviera llena. Esta magni caba su hambre, que era tan
profunda y dolorosa que solo quería acurrucarse en sí misma.
Al oír el sonido de pisadas en la escalera, Miyoung se incorporó con rapidez. Se
alisó el cabello desordenado y se puso de pie.
—Madre, estás en casa.
—¿Estabas llorando? —Yena estaba en la base de la escalera, mientras evaluaba
a Miyoung con ojos penetrantes.
—Por supuesto que no. —Miyoung luchó contra la necesidad de pasar las
manos por sus mejillas en busca de lágrimas.
—¿Qué ocurrió?
—Nada. —Era la primera vez que Miyoung le mentía descaradamente a su
madre.
Yena se quedó tan quieta que Miyoung se preguntó si la había destrozado de
alguna manera.
—¿Hay algo que quieras decirme?
El corazón de Miyoung se aceleró y un sudor empezó a cubrirle el cuero
cabelludo a pesar del aire fresco.
—Quizá quieras explicar qué es esto. —Yena sacó un sobre de papel manila de
su bolsillo.
—No es lo que piensas. —Miyoung, desesperada, trató de pensar en una manera
de explicarle todo sin revelar los secretos que había mantenido guardados.
—¿Qué te he dicho de este tipo de magia? —Yena agitó el sobre como si fuera
una bandera de vergüenza.
—Lo necesito.
—Quiero que me digas en qué te has metido. Ahora. —La orden de Yena llenó
el espacio, de modo que no había lugar para una discusión.
—No puedo. —Miyoung rezó en silencio para que su madre lo dejara pasar,
solo por esta vez.
—Te daré otra oportunidad para que me digas la verdad. O, al menos,
ayúdame… —Yena no necesitaba terminar la oración. La decepción en su rostro
era más poderosa que mil amenazas.
—Es mi perla, algo está mal…
—Te dije que esas no existen —dijo Yena—. No aprecio que me mientas.
La frustración inundó su cerebro. Miyoung sabía que existían y no podía creer
que su madre, que había vivido tanto tiempo, todavía no lo supiera. ¿Acaso Yena
quería ocultárselo?
—No estoy mintiendo. Si solo me escucharas…
El chasquido de la palma de Yena contra la mejilla de Miyoung hizo eco a través
de la habitación.
—¿Qué he hecho para merecer tu falta de respeto?
—Nada. —Las palabras de Miyoung fueron amortiguadas por la mano que
sostenía sobre su mejilla.
Yena levantó la mano, como si fuera a apoyarla sobre el hombro de su hija, pero
la dejó caer.
—Miyoung-ah, soy estricta contigo porque hay una parte de ti que es débil. Es
mi culpa, porque también fui débil una vez.
Miyoung sabía que su madre se refería a su padre. Para Yena, lo único que era
más débil que los humanos eran las gumihos que los amaban.
—No quiero perderte. —Era lo más cerca que Yena había estado de decirle a
Miyoung que la amaba—. Es por eso que tengo mis reglas. No tomo tu seguridad
a la ligera.
—Seré mejor, madre —prometió Miyoung.
—Espero que sí. —Yena rompió el sobre; lo convirtió en papel picado y lo dejo
caer.
Algo estaba sucediendo con su madre. Ella sabía más sobre la historia y las
tradiciones de las gumihos que Miyoung y Nara juntas. Por eso, Yena tendría que
saber que las perlas de zorro eran reales. Entonces, ¿por qué lo mantenía en
secreto? ¿En qué peligro se había metido Miyoung que era tan grave que incluso
su madre se negaba a reconocer?
Miyoung lo descubriría por su cuenta. Pensó en eso mientras observaba los
pedazos del sobre y del talismán revolotear hacia el suelo. Arreglaría sus errores,
limpiaría su desorden y encontraría una manera de asegurarse de que su madre
pudiera con ar en ella. Y así le revelaría la verdad.
16

J IHOON ESTACIONÓ LA SCOOTER RECIÉN ARREGLADA FRENTE A UN pequeño mercado. El


frío de la noche de nales de otoño enrojeció sus mejillas. Por eso, quería
algo caliente para beber.
Decir que su halmeoni estaba molesta sería subestimar la situación. Pero ella
necesitaba dirigir el restaurante, así que a Jihoon le había tocado recuperar la
scooter del mecánico. El recado le dio un breve respiro de su ira.
Jihoon se demoró en donde se calentaban las latas de café porque estaba
pensando en otras cosas además de en las bebidas que estaba viendo. Cuando se
giró hacia los refrescos fríos, vislumbró un movimiento en el exterior.
Como si fuera una visión convocada por su fuerza de voluntad, Miyoung se
sentó en una de las mesas bajas de plástico. Su cabeza estaba inclinada, por lo
que su pelo le cubría el rostro.
Jihoon se acercó y se acomodó en la silla frente a Miyoung.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó ella sin levantar la vista.
—Estaba considerando dormir una siesta y pensé que este sería un buen lugar.
Parece que tuviste la misma idea.
—Eres divertidísimo. —El tono de Miyoung expresaba con claridad que pensaba
lo contrario.
—Me gusta pensar eso. —Jihoon se recostó contra el asiento y notó un sobre de
manila bajo sus manos dobladas—. ¿Qué es?
—Nada —murmuró ella mientras acercaba el sobre a su pecho, antes de
guardarlo en un bolsillo interior de su chaqueta.
—Para que lo sepas, no he dicho nada —comentó Jihoon. Cuando ella no
respondió, él aclaró—: A la policía. En caso de que estuvieras preocupada.
—No deberías haberme cubierto. —Parecía más malhumorada que enojada.
Lucía abatida, como un velero en un lago inmóvil, sin aire para moverse. No era
la Miyoung a la que estaba acostumbrado.
—Es lo que hacen los amigos.
—¿Por qué insistes es esto? Nunca te pedí que fueras mi amigo.
—No es algo que tengas que pedir. Es solo algo que es.
—Puedo cuidarme de mí misma.
—Pero no siempre tienes que hacerlo.
Miyoung nalmente levantó la mirada y se revelaron unos ojos enrojecidos.
Había estado llorando.
—¿Qué sucedió? —Jihoon nunca la había visto angustiada, y mucho menos la
había visto llorar.
»No tienes que contarme nada —Jihoon mantuvo su expresión neutral—. Te
llevaré a tu casa en mi scooter. Se está haciendo tarde.
Miyoung dejó caer su cabeza sobre la mesa. Jihoon se estremeció ante el golpe
seco de su cráneo contra el plástico.
—No puedo ir a casa ahora mismo. Ella sabrá lo que hice. —Sus manos se
aferraron a su chaqueta. Jihoon escuchó cómo se arrugaba el sobre.
Lo que decía no tenía ningún sentido, pero rara vez lo tenía. Jihoon había
aprendido a no esforzarse demasiado para descubrir el enigma que era Miyoung.
Pero también creía que solo tenía dos opciones cuando se enfrentaba a la miseria
de otra persona: ignorarla o tratar de solucionarla.
Jihoon se puso de pie y fue hacia la scooter a buscar un casco adicional.
Regresó con Miyoung y se lo colocó en la cabeza.
—¿Qué estás haciendo? —Miyoung intentó quitárselo, pero Jihoon lo mantuvo
en su lugar hasta que se dio por vencida.
—Vamos a dar una vuelta. El aire podría ayudarte a despejar la cabeza. Por lo
general, a mí me ayuda.
—Mi madre dice que los hombres solo quieren una cosa de las mujeres después
del anochecer —dijo Miyoung.
Jihoon se ahogó, sorprendido.
—Bueno, eso es lo que piensa tu madre. ¿Tú qué piensas?
Ella parpadeó como si estuviera confundida por la pregunta.
—Dame cinco minutos. Si no te gusta, te traeré de vuelta. —Él extendió su mano
—. ¿Trato?
Miyoung se quedó mirando su palma tanto tiempo que Jihoon se preguntó si
rechazaría la propuesta.
—Trato.
Se subió a la moto y se ajustó el casco mientras esperaba a que Miyoung se
acomodara detrás de él.
—Entonces, has aceptado —dijo él al arrancar el motor.
—¿Qué cosa?
—Ser amigos por la noche. Estaba en la letra pequeña. Todos los acuerdos la
tienen. —Jihoon se alejó por el camino. La scooter era tan ruidosa que ahogó
cualquier respuesta.
Al principio, Miyoung estaba rígida y ninguna parte de ellos estaba en contacto.
Jihoon sonrió y, quizá, tomó la siguiente curva a gran velocidad a propósito. Su
mueca se extendió a una sonrisa completa cuando los brazos de Miyoung se
envolvieron alrededor de su cintura. Cuando intentó apartarse de nuevo, él colocó
una mano sobre la de ella.
—No seas ridícula —dijo él—. Tienes que sostenerte.
Jihoon sintió la vacilación de Miyoung antes de que ella entrelazara sus dedos
con los de él.
Los brazos de ella se apretaron cuando se escuchó el claxon de un camión que
pasó demasiado cerca.
—¿Puedes a ojar la presión de tu agarre sobrehumano? Me estás estrangulando.
—Oh, lo siento. —La voz de Miyoung sonó cerca de su oído, lo que envió una
dosis de energía por toda su columna.
Allí fue cuando Jihoon cayó en la cuenta de lo cerca que estaban. No es que no
supiera que ella solía ruborizarse ante su presencia. Pero la cercanía era lo único
en lo que podía pensar ahora. En cómo la barbilla de Miyoung descansaba
ligeramente sobre su hombro. En cómo sus manos se extendían sobre su vientre y
en cómo las curvas de su torso se apoyaban contra la espalda de él.
En su estado de distracción, Jihoon casi pasó de largo el siguiente giro. Lo tomó
con tanta rapidez que las ruedas de la moto patinaron, levantando polvo y humo
que olía a goma quemada. Pero logró llegar a la calle que conducía a una ladera
empinada.
A medida que el camino se elevaba cada vez más, Miyoung preguntó:
—¿A dónde vamos?
—Es un secreto.
Jihoon manejó hasta que las luces de abajo se atenuaron y las estrellas se
apoderaron del cielo. Se detuvo en una curva del camino y aparcó en la
banquina, que funcionaba a modo de mirador de la ciudad.
Miyoung se quitó el casco, y sacudió su cabello para liberarlo. Jihoon estaba
hipnotizado por el movimiento serpenteante de sus mechones negros, que caían
sobre sus hombros como si fueran unas sedas nas que otaban sobre la chaqueta
del uniforme planchado.
—¿Dónde estamos? —preguntó ella.
—¿Eh? —Él pestañeó y se dio cuenta de que se había quedado mirándola—. Es
donde vengo cuando la ciudad es demasiado ruidosa o cuando necesito pensar.
—Jihoon trabajaba en liberar la tensión de su cuerpo. Deseaba que este se
calmara con el viento que tiraba de su chaqueta.
La ciudad estaba delante de ellos. Los edi cios se dispersaban por doquier hacia
el horizonte. Los rascacielos parecían alcanzar los cielos, construidos de tal forma
que se veían tan altos como las montañas que estaban a lo lejos.
—Diez minutos aquí arriba y te olvidarás de lo que te estaba molestando.
—Lo dudo —dijo Miyoung, pero contempló la vista—. ¿Cómo encontraste este
lugar?
—Mi padre me trajo aquí una vez. —Ese era uno de los únicos buenos
recuerdos que Jihoon tenía del hombre.
—Jaegil dijo que era un criminal.
Las palabras no fueron dichas para hacerle daño, pero aun así lograron que
Jihoon se pusiera tenso.
—No es el más indicado para hablar al respecto. Su padre tampoco es una
piedra preciosa. Todos saben que trabaja como secuaz para una de las pandillas
locales.
—Eso explica por qué Jaegil es un matón. —Miyoung suspiró ante el círculo
vicioso de violencia que se transmitía de padres a hijos—. ¿Cuándo se fue tu
padre?
La pregunta lo sorprendió. Lo común era que la gente evitara el tema del
abandono de sus padres.
—Cuando tenía cuatro años. Mi madre no quería criar a un niño sola, así que
decidió que lo mejor que podía hacer era irse también. En realidad, los dos eran
perfectos el uno para el otro. Siempre pensando en sí mismos, sin importar las
consecuencias. —Dejó escapar un suspiro, a la vez que sentía unos nudos en su
estómago.
—Los padres pueden ser muy egoístas —re exionó Miyoung.
—¿Estás hablando de tu padre?
—¿Por qué preguntas eso?
—Porque dijiste que te había abandonado. Me pregunté si eso te molestaba. —
Jihoon vaciló, pero añadió—: Tal como me molesta a mí.
Ella miró hacia la ciudad. Su silencio parecía indicar que el tema le había
disgustado. Pero entonces habló:
—Nunca conocí a mi padre. Mi madre dijo que se fue antes de que yo naciera.
Así que supongo que nunca he tenido una imagen de él. Ni siquiera sé con quién
me enojaría. Es como tratar de lanzar dardos a ningún objetivo.
Jihoon frunció el ceño. Era extraño de imaginar. ¿Habría sido más fácil si él
nunca hubiera conocido a sus padres antes de que lo abandonaran? Si pudiera,
¿querría renunciar a los pocos recuerdos que ellos le habían dejado?
Miyoung se acercó a la saliente. Los dedos de sus pies se asomaron a la caída
con un equilibrio precario.
—Cuidado —advirtió Jihoon.
Ella le lanzó una mirada asesina.
—No necesito que un chico me mantenga a salvo.
—No creo que vayas a caer porque seas una chica —dijo Jihoon, a la defensiva
y reprimido en partes iguales—. Creo que podrías caer porque, por lo que sé, las
gumihos no pueden volar.
—Es difícil tomarte en serio cuando bromeas sobre todo.
—Mirar la vida con humor no signi ca que no me la tome en serio. Necesitas
poder reírte de las cosas, incluso de las cosas tristes y aterradoras.
—No te entiendo.
—Dices eso como si fuera un problema para ti. —Jihoon se unió a ella en el
borde, mirando hacia las luces que demarcaban la ciudad.
—No lo es —dijo ella con tanta fuerza que él pensó que estaba enojada—. O no
lo sería si me dejaras en paz.
—¿Realmente te molesta tanto? ¿Que quiera que seamos amigos?
—No necesito amigos. Estoy bien así, sola.
—No te creo. Nadie está bien solo.
—Dado que no soy del todo humana, no me interesan sus preocupaciones sin
sentido, como el hecho de ser querida o tener amigos.
—Para no ser del todo humana, tienes reacciones bastante humanas. Debes ser
una buena mentirosa.
—Mentir me ayuda a seguir sobreviviendo. —Miyoung se metió las manos en
los bolsillos.
—Bueno, lo positivo es que estamos aquí solos. Así que nadie puede oír si
accidentalmente dices la verdad. —Las palabras de Jihoon eran delicadas, pero, a
medida que hablaba, se dio cuenta de lo mucho que quería conocer a la
verdadera Miyoung. Tenía tantos secretos que él se preguntó si esos eran todo lo
que la mantenía unida.
»Empezaré primero —siguió él—. No creo que seas bonita.
Un ceño fruncido se plantó con rmeza en la cara de Miyoung.
—Pensé que ibas a decir la verdad.
—Eso hice. Tu rostro es precioso, pero estás vacía. Nunca dejas que nadie vea
más allá de la super cie porque crees que eso es todo lo que la gente quiere ver.
Eres falsa y eso no es bonito.
—Si las personas vieran lo que realmente soy, me odiarían.
—Eso no es cierto. Te he visto. —Y eras hermosa, quería agregar, pero no lo
hizo. Tenía la sensación de que los cumplidos no servían con Miyoung.
—No has visto todo de mí —susurró ella.
—Veo más de lo que piensas —insistió Jihoon—. ¿Te das cuenta de que te alejas
de los demás en los pasillos? Eso hace que los estudiantes piensen que estás
disgustada con ellos. Entonces, reaccionan ante eso, no a ti como persona, como
gumiho o lo que sea. ¿Cómo podrían verte, cuando eso es todo lo que les
permites ver?
Miyoung abrió la boca, como si estuviera lista para descargar una tormenta de
furia sobre él. En cambio, se dio la vuelta.
Jihoon se preguntó si había ido demasiado lejos. Por lo general, no se
preocupaba por decir lo que tenía en mente. Aunque, esta vez sintió
remordimiento cuando vio el destello de dolor debajo de la ira de Miyoung.
—Creo que tienes mucho para ofrecer —trató de aclarar Jihoon—. Escuché que
ayudaste a Changwan esta tarde.
—Porque odio a los matones.
—¿Ves? Eres mejor persona de lo que crees.
Miyoung puso los ojos en blanco.
—Detener a la gente mala no me hace buena.
Jihoon quería tomarla por los hombros y sacudirla.
—Entonces, ¿por qué salvaste mi vida?
—¿Sabes lo que estaba haciendo antes de salvarte? —Miyoung dejó escapar una
risa amarga—. Estaba absorbiendo el gi de un hombre.
Jihoon se estremeció, pero se mantuvo rme. No podía estar equivocado acerca
de ella. Sabía que no era malvada y se negaba a tratarla como a un monstruo.
—¿Absorbiendo su gi? ¿Como un vampiro?
—Es tan simple como extraer energía. —Miyoung se burló—. Es un proceso
lento, pero es como si se quedaran dormidos.
—Lo sabía —dijo Jihoon.
—¿Qué cosa? —Miyoung arrugó el entrecejo.
—Haces eso porque te preocupas por los demás —explicó él—. Nunca
desgarrarías a un hombre. No serías capaz de haberle hecho eso al cuerpo que
encontró la policía.
Miyoung se quedó en silencio por un momento y Jihoon pensó que la había
perdido, pero nalmente respondió:
—No, esa fue mi madre. Yo no puedo hacer eso.
—¿Era malo? —preguntó Jihoon—. ¿El hombre al que le tomaste su gi?
—¿Por qué asumes eso?
—Por algo que dijiste. —«Detener a la gente mala no me hace buena».
—Sí, era malo. Había lastimado a alguien inocente.
—¿Cómo lo…?
—¿Podemos hablar de otra cosa? —Miyoung lo interrumpió—. Prometiste que
me sentiría mejor estando aquí arriba.
—Oh, claro —dijo Jihoon, maldiciéndose a sí mismo por haber presionado las
cosas. Miró hacia la ciudad—. A veces, cuando vengo aquí, pretendo poner un
al ler en un lugar al que quiero ir. Algo así como un mapa en 3D.
—Ok —articuló Miyoung, mientras contemplaba el paisaje, pensativa. Luego
señaló—: Allí. El río Han.
—¿Todo el río Han? —consultó Jihoon.
—Bueno, no todo. Pero siempre he querido caminar por uno de esos caminos
junto al río. Tal vez andar en bicicleta y sentarme junto al agua. Debe sentirse
bien durante el verano.
Jihoon notó el anhelo en su voz.
—¿Te gusta el agua? —curioseó Jihoon.
—No. De hecho, me aterra.
—¿De veras?
—Sí, desde siempre. Una vez, mi madre me inscribió en clases de natación
cuando tenía cinco años, pero ni siquiera me metía en la piscina. Al principio
pensé que debía ser una desventaja de mi lado gumiho, pero Yena no parece tener
ningún problema con el agua. Entonces, esa es solo otra forma en la que soy más
débil que ella.
—¿Por qué me estás diciendo esto?
—Dijiste que estoy vacía. Así que estoy llenando el hueco.
—Supongo que todos tenemos nuestras fobias —asintió Jihoon.
—¿Cuál es la tuya?
—Las ranas —respondió él de inmediato.
—¿Ranas? —Miyoung lo miró con incredulidad.
—Son viscosas y sus patas traseras son desproporcionadamente fuertes. Son
espeluznantes. —Se estremeció.
Eso hizo que ella se riera y que se suavizara el ambiente. Era justo lo que
pretendía Jihoon.
La nariz de Miyoung se arrugó y sus ojos se convirtieron en medias lunas que
centelleaban con humor.
—Ahí está —murmuró él—. Eso es bonito.
La boca de Miyoung se abrió y se cerró de golpe, como si hubiera querido
responder, pero se lo pensó mejor. Sus ojos se quedaron mirando jos los de él,
mientras lo evaluaba. Él casi podía ver las ruedas que giraban en la cabeza de la
gumiho, las cuales ponían en funcionamiento su mente para tratar de descifrarlo.
—Deberíamos volver —manifestó Miyoung, volviendo a la scooter.
17

M IYOUNG NO ESTABA SEGURA DE ESTAR LISTA PARA IRSE A CASA. Tenía un nuevo
talismán en su bolsillo, justo al lado de su perla. Eran dos mentiras las
que le estaba ocultando a su madre. Mentiras en las que no quería
pensar en ese momento.
Jihoon estacionó detrás de un edi cio bajo y cuadrado. El sabroso aroma a
doenjang jjigae impregnaba el aire. Era un plato simple, pero ningún coreano
podía olerlo y no sentirse reconfortado.
—¿Dónde estamos? —Miyoung se bajó de la moto.
Antes de que él respondiera, una voz gritó:
—¿Me has reemplazado, Jihoon-ah?
El joven se rio entre dientes y se dirigió a Hwang Halmeoni, que estaba sentada
en una plataforma de madera al otro lado de la calle.
—Nunca. Usted siempre será la número uno.
—Ella es una yeowu —aseguró la anciana.
Jihoon y Miyoung se congelaron en sus lugares e intercambiaron miradas de
asombro.
—Es muy bonita, como una zorra —aclaró la halmeoni con una carcajada
divertida.
—Sí, lo es. —Jihoon dejó escapar un suspiro de alivio.
Ambos se giraron cuando la puerta trasera del restaurante se abrió de golpe.
—¡Jihoon-ah! ¿Dónde has estado? —Una anciana apareció enmarcada por la
puerta. Sus brazos estaban cruzados con rmeza sobre su pecho. Su pelo era
completamente blanco y su rostro estaba arrugado por unas líneas severas.
No era conveniente cruzarse en su camino.
—Halmeoni, ella es Miyoung. Es una nueva estudiante en nuestra clase. —
Jihoon la empujó hacia adelante y se colocó detrás para usarla como escudo.
—¿Qué te he dicho acerca de empujar a la gente? —preguntó la halmeoni, que
sacó un trapo de su delantal para usarlo como látigo. Su puntería era tan precisa
que Miyoung sintió el viento que provocó, sin tener que sentir el escozor del
golpe.
Jihoon trató de escapar hacia el otro costado de Miyoung, pero su halmeoni lo
siguió con una sorpresiva agilidad.
La joven estaba fascinada con la escena que se estaba desarrollando ante sus
ojos. Por lo general, cuando tenía invitados en su casa, las personas se esmeraban
por ser educadas. Todos ocultaban sus dramas familiares detrás de una fachada de
sonrisas brillantes. Pero no era el caso de esta familia. La halmeoni de Jihoon lo
golpeó con el trapo, mientras él gritaba en protesta.
—Te juro, Ahn Jihoon, que eres capaz de hacerme envejecer diez años en un
solo día. ¿Primero te arrestan y luego desapareces toda la noche? ¿Quieres que
tenga un ataque al corazón? —Al escuchar su pregunta, Miyoung dudó de que esa
fuera una mujer que sucumbiera con facilidad a cualquier enfermedad.
—Me detuvieron, no me arrestaron —argumentó Jihoon, y los ojos de su
halmeoni se estrecharon. Incluso Miyoung tenía miedo de cómo respondería.
—Más tarde, Ahn Jihoon. Trataré contigo más tarde. —El humor de la mujer
cambió repentinamente y le sonrió a la chica—. Sospecho que tienes hambre.
Ella se sorprendió por el rápido paso de la ira a la hospitalidad, pero se acordó
de que debía inclinarse en un saludo tardío.
—No, estoy bien.
—Tonterías, eres una adolescente. Ustedes siempre tienen hambre. —La anciana
volvió a entrar y no le dio oportunidad a Miyoung de rehusarse una vez más.
—Vamos. —Jihoon jaló de su brazo, en dirección hacia el restaurante.
—Creo que debería irme —dijo ella, aunque el olor a comida que provenía del
interior le hizo agua la boca.
—Solo deja que te alimente. Nunca te dejará ir hasta que comas algo.
—¿Estás seguro de que no quieres usarme para retrasar tu castigo?
—Por supuesto que sí. Sé una buena amiga y acompáñame. —Jihoon le dedicó
una sonrisa torcida y su corazón se aceleró. Miyoung debería haberlo corregido y
haberle dicho que no eran amigos. Pero, por alguna razón, no lo hizo. Era raro
que, un mes atrás, ni siquiera supiera que este chico existía; y ahora, hasta casi
anhelaba su compañía.
El abarrotado restaurante no era impresionante. El linóleo amarillento estaba
agrietado y el ltro de agua daba un triste gorgoteo en la esquina. Bajo una luz
uorescente se había preparado una pequeña mesa para la cena. Tazones
humeantes de doenjang jjigae llenaron la habitación con el aroma salado de la
pasta de frijoles.
Al sentarse, la silla de Miyoung se balanceó un poco por culpa de las patas
desiguales.
Cuando la halmeoni salió con un tazón extra de jjigae en sus manos, Miyoung se
levantó de un salto y lo agarró para ponerlo en la mesa.
—Buena chica. —La halmeoni le dio una palmadita rme en su trasero en señal
de aprobación.
Miyoung se paralizó. Nunca antes había recibido un gesto tan afectuoso y
casual. Además, no tenía experiencia en cómo comportarse en estos casos.
—Entonces, ¿hace poco te mudaste a la ciudad? —preguntó la halmeoni al
sentarse.
—Sí, con mi madre —respondió Miyoung, mientras regresaba a su asiento.
—¿Y tu padre? ¿De qué trabaja?
—Él no está con nosotras. —Bajó la cabeza ante aquella mención.
—Oh, lamento tu pérdida —dijo la anciana con una sonrisa compasiva.
—No está muerto. —A Miyoung se le erizó la piel al escuchar esa suposición—.
Simplemente nos abandonó.
La halmeoni decidió continuar con el tema, sin perturbarse.
—Bueno, querida, a veces el universo funciona de maneras extrañas, pero la
familia no siempre se forma a través de la sangre.
Incapaz de encontrar una respuesta, Miyoung se sirvió un bocado. La abuela de
Jihoon había colocado un trozo de carne encima de su plato. Un gesto tan simple
y que había visto en miles de dramas televisivos. Uno de alguien que mostraba
que cuidaba del otro. La joven se llevó la comida a la boca a pesar de la tensión
en su garganta.
Jihoon levantó la vista y se encontró con los ojos de Miyoung. Le ofreció una
amplia sonrisa y dejó entrever un poco de kimchi entre sus dientes. Ella odiaba
que eso hiciera que su ridícula sonrisa fuera aún más cautivadora.
Cuando Jihoon y su halmeoni se movían, denotaban mucho respeto el uno por
el otro. Eso era toda una vida de aprendizajes de buenos comportamientos. Ella
puso un poco de carne en el tazón de su nieto. Él, en cambio, empujó su kimchi
de pepino más cerca de su halmeoni para que lo pudiera alcanzar.
Él puso una mano sobre la de ella mientras comían. Su pulgar se movía de un
lado a otro sobre la delgada piel de los nudillos de su abuela. Miyoung se
preguntó si se daba cuenta de lo que estaba haciendo.
¿Cómo podían dos personas estar gritándose en la calle y a los pocos minutos
compartir una comida encantadora? Estaban tan a gusto con su amor: peleaban,
reían y se adoraban abiertamente.
A Miyoung se le cerró la garganta por la ola de emociones que le generaba, por
lo que se atragantó en su siguiente bocado. La miraron con curiosidad. Sus ojos se
empañaron, así que agachó la cabeza sobre su tazón para ocultar las lágrimas que
habían empezado a caer.
Le dolía ver tanto amor cuando ella nunca lo había recibido. Como si se tratara
de una herida del pasado, en la que había aparecido una cicatriz, pero que ahora
se había vuelto a abrir. Era una sensación rara. Se preguntó si alguna vez podría
volver a llenar el vacío que le generaba.

Después de la cena, Miyoung se ofreció a lavar los platos para poder escapar y
acomodar sus pensamientos.
En la pequeña televisión que estaba ubicada en la esquina, estaban pasando un
drama, mientras ella llenaba el fregadero con espuma. El sonido de una discusión
entre dos personajes salió de los parlantes y se unió a su amargura.
Jihoon empujó la puerta y entró con los últimos platos sucios.
Ella quería decirle que se fuera. Su dolor se había traducido en molestia, y él era
su objetivo principal.
Antes de que tuviera la oportunidad de desterrarlo, él se puso el segundo par de
guantes y comenzó a lavar a su lado.
Miyoung clavó sus dientes en el interior de su mejilla. Mientras saboreaba el
gusto metálico de la sangre, se obligó a relajarse para calmar su enojo. Podría
dejarlo que la ayudara. De todos modos, sus manos ya estaban sumergidas en el
agua, restregando una olla gigante.
—¿De qué se trata? —Jihoon movió la cabeza en dirección a la televisión.
Miyoung consideró ignorarlo, pero sabía que la atormentaría hasta que
respondiera.
La escena mostraba a la heroína mientras conducía por una calle oscura,
aparentemente iba en camino a sacri carse por el hombre que amaba. Ella negó
con la cabeza ante la estupidez de tal martirio.
—Ella es pobre y él, rico. La familia del chico no quiere que estén juntos. Creo
que ella va a sufrir un accidente en este episodio. Tendrá amnesia o algo así, y se
separarán por un tiempo.
—Si su familia no aprueba la relación, ¿por qué necesitan crear otra razón
arbitraria para separarlos?
—Porque genera drama.
—Si puedes predecir el show, ¿qué sentido tiene mirarlo?
—Sirve de compañía. —Miyoung se encogió de hombros.
—¿Compañía?
—Cuando no tienes amigos, es lindo poder llenar el vacío con ruido, incluso si
se trata solo de la televisión.
—¿Es eso realmente su ciente? Son solo dramas —dijo Jihoon, mientras el
sonido de un accidente automovilístico irradiaba por los parlantes. Las
uctuaciones de la música acompañaban el desastre que sucedía en cámara lenta
—. No es la vida real.
—Pre ero la vida cticia. Las cosas en el mundo exterior son muy caóticas. —
Miyoung señaló el grupo de policías y trabajadores de emergencia que se estaban
ocupando del accidente—. Necesito estar bajo control. Así es más seguro.
El héroe corría a medida que esquivaba los autos. Fue detenido por un o cial,
mientras sollozaba el nombre de la heroína. Las cámaras se retiraron para mostrar
la desesperación del joven cuando su voz se unió a los sonidos de las sirenas. La
siguiente escena comenzó con el encabezado: CINCO AÑOS MÁS TARDE. Miyoung casi
deseó no ser capaz de predecir tan bien las tramas de estos shows.
—¿Más seguro para quién? —inquirió Jihoon.
Miyoung lo miró jamente mientras la canción principal los rodeó con letras
acerca de un amor perdido y corazones rotos. Una balada triste para una historia
triste.
—¿Acaso importa?
—A mí me importa.
Las palabras de Jihoon no deberían haber causado una aceleración en su pulso.
No deberían haber disparado una emoción de placer a través de su cuerpo. Pero
lo hicieron. Por primera vez en su vida, el control de Miyoung sobre su corazón
aqueó. O, tal vez, nunca lo había tenido en absoluto.
—Haces demasiadas preguntas —dijo ella.
Jihoon suspiró con resignación.
—Te acompañaré a casa.

Estaba lloviznando ligeramente cuando salieron.


Jihoon le pidió que esperara mientras regresaba por un paraguas.
Miyoung consideró irse, pero se quedó esperando, no muy segura del porqué.
Permaneció parada bajo la lluvia y cerró los ojos, mientras dejaba que el agua
cayera libre sobre sus mejillas. Su piel estaba fría y se sentían los olores de la
calle: suciedad, hormigón y hojas.
—Siempre es hermoso cuando llueve. —La halmeoni de Jihoon salió por la
puerta trasera, mientras se envolvía con su abrigo en un fuerte abrazo. Se había
atado una bufanda sobre su pelo, que la protegía de la llovizna.
—Pronto habrá nieve. —Miyoung extendió la mano para atrapar las gotas frías.
—Las grandes cosas siempre suceden en la primera nevada.
Miyoung esperó a que la halmeoni se explicara, pero, en cambio, dijo:
—Mi Jihoonie… No hace amigos con facilidad.
La joven la miró y frunció el ceño, confundida.
—A todos en el colegio les cae bien su nieto. —No sabía por qué había dicho
eso. Quizá para reconfortarla.
—Me alegra oír eso. Jihoon es amable y dulce, pero no suele con ar en los
demás. No después de que su madre se fue.
Miyoung se mordió la lengua. No quería preguntar, pero sentía curiosidad por
esa historia.
—Cuando vino a vivir conmigo por primera vez, era un niño muy tranquilo. A
veces no hablaba por días. Eso me preocupó.
La chica frunció los labios para contener una risa de sorpresa. Nunca habría
pensado que el charlatán de Jihoon alguna vez hubiera sido silencioso.
—Me preocupa cómo vivió los primeros cuatro años de su vida. Y me
avergüenzo de no haberlo ayudado antes. Quería solucionar las cosas para ellos.
Para él y para su madre, pero ella necesitaba algo más. Y marcharse era lo mejor
que podía hacer en ese momento.
—¿Cómo es que una madre que abandona a su hijo pueda ser algo bueno? —
Yena podría ser fría, pero Miyoung sabía que nunca podría ser capaz de
abandonarla.
—Solo porque algo no sea correcto para la mayoría, no signi ca que no lo sea
para ti. Lo entiendes, ¿verdad?
La mujer tenía los mismos ojos observadores que su nieto. Eso era preocupante
para Miyoung.
—Jihoon piensa que la mejor manera de vivir es mantener a todos a distancia.
Lo disimula bien… demasiado bien. Pero él ve algo en ti. Puede que no lo
parezca, pero su amistad es un regalo que no le da a cualquiera.
—No es algo que haya pedido. —Miyoung sintió como si la gravedad hubiera
aumentado, como si la estuviera empujando hacia abajo. Era como tener una
carga pesada que no quería.
—No es algo que se pida. Por eso es un regalo.
¿Por qué ambos insistían en creer en ella? ¿Por qué no podían simplemente
dejarla ser?
—No lo valgo. —Miyoung cerró el puño y la lluvia se deslizó entre sus dedos.
—Eso tampoco es algo que tú decidas.
¿Había algo en la mirada de la halmeoni que implicaba que sabía más de lo que
decía?
La puerta detrás de ellas se abrió con un fuerte sonido.
—Halmeoni, no deberías estar bajo la lluvia. —Jihoon corrió hacia adelante para
sostener el paraguas sobre ella. Era el mismo que Miyoung le había dado en el
parque de juegos. De alguna manera, eso la inquietaba y la incomodaba.
—No te preocupes por mí. —La anciana sonrió y acarició la mejilla de su nieto
antes de encaminarse hacia la puerta—. Lleva a esta chica a su casa. —Capturó
los ojos de la joven con los suyos—. Y tú, mantente a salvo.
—¿Qué fue todo eso? —preguntó Jihoon cuando la puerta se cerró.
—Nada —mintió Miyoung. El cielo la salvaba de los humanos observadores y
de su curiosidad.
Ella comenzó a caminar sin esperarlo. Los zapatos de Jihoon chocaban contra el
pavimento húmedo, mientras corría para alcanzarla.
Él se paró tan cerca que su hombro golpeó el de ella, por lo que Miyoung trató
de alejarse.
—No seas una bebé. —Jihoon se acercó de nuevo.
—El paraguas es demasiado pequeño.
—Es por eso que deberías estar agradecida de que lo esté compartiendo.
—Es mi paraguas.
—Creí que era un regalo. —Él parpadeó con inocencia, lo cual era una
exageración que hizo que Miyoung quisiera reírse. En cambio, frunció el ceño.
Una brisa atravesó el paraguas y lo empujó hacia atrás, de modo que la luna se
vio a plena vista. El estómago de Miyoung se contrajo al verla. Su hambre era el
doble de la que debía ser. Un recordatorio de que, sin la perla en su interior para
mantener su energía, estaba perdiendo fuerzas demasiado rápido.
Bajó su mirada al reluciente asfalto.
—¿Te está afectando ahora? —consultó Jihoon y ella supo que se refería a la
luna.
—Siempre puedo sentirla. —Miyoung trató de ignorar los dolores que corrían
por sus músculos como caballos salvajes. Otro recordatorio de que algo faltaba
dentro de ella. Metió las manos en su chaqueta y envolvió el yeowu guseul con
sus dedos. Se calentó contra su palma, como si fuera un pequeño alivio del frío—.
Mi madre dice que las gumihos siempre son mujeres porque obtenemos nuestro
poder de la luna.
—¿Y qué es un hombre? —preguntó Jihoon.
—La cena. —Ella se rio por lo bajo cuando Jihoon se detuvo y levantó una ceja.
»El mito dice que el hombre es el sol y la luna, su esposa —continuó Miyoung
—. Tanto la luna como el sol viven en el cielo, pero no están juntos.
—Es solo una fábula.
—Vivo en un mundo de fábulas.
—Pero también vives en el mundo humano. Vas al colegio, haces la tarea y
hasta te subes al autobús.
Miyoung notó un dejo de frustración en la voz de Jihoon, aunque no pudo
descifrar por qué.
—Mi madre cree que es mejor aprender a asimilar todo con naturalidad. ¿Qué
mejor curso intensivo en los escollos de la humanidad que la escuela pública?
Jihoon soltó una carcajada y sus hoyuelos se profundizaron. El sonido la
reconfortó.
—Bueno, está funcionando. Odiar el colegio es lo más normal que puedes
hacer.
—No lo odio —suspiró Miyoung. De hecho, le encantaba aprender cosas
nuevas y poder ngir que tenía problemas tan básicos como tareas y exámenes—.
Pero en el colegio hay estudiantes. Muchos de ellos. Y a las gumihos no nos va
bien en las multitudes.
—¿Por qué?
—En todos los viejos cuentos populares, las gumihos vivíamos en las montañas y
nos alimentábamos de los viajeros. Hay una razón para eso.
Jihoon asintió, y la falta de disgusto en su rostro la animó a seguir.
—La gente ya no viaja por el país a campo traviesa. Y menos a pie. Así que
tenemos que estar en donde viven los demás. Pero cuanta más gente tengamos a
nuestro alrededor, más probabilidades habrá de que alguien nos descubra.
—¿Eso es tan malo?
Por supuesto que lo preguntaría, pero no todos eran como Jihoon.
—Mi madre conoció a una gumiho una vez. Ella creía que podíamos ser
honestas con los que amábamos. Tal vez la gente temía el mito de la gumiho
porque solo se les había mostrado nuestros lados monstruosos. Después de todo,
si nos amaban cuando creían que éramos humanas, ¿no deberían amarnos sin
importar qué?
—¿Y? —preguntó Jihoon y se inclinó hacia adelante. La curiosidad estaba clara
en su rostro.
—Digamos que no terminó bien para esa gumiho. —Miyoung no tenía ganas de
revivir la desafortunada historia—. Las multitudes pueden convertirse en hordas
con mucha facilidad.
—Las personas se asustan cuando las comes. —Jihoon se encogió de hombros.
Y, a pesar de que las palabras deberían haberla molestado, no lo hicieron porque
lo dijo de manera objetiva y directa. Sin juzgarla; solo la verdad. Era una marca
personal suya.
—Si no me alimento todos los meses, entonces moriré. Quizá sea egoísta
elegirme a mí misma entre tantos otros, pero ¿qué harías tú?
Jihoon frunció el ceño y ella supo que, con esa pregunta, había logrado que él la
entendiera.
—¿Realmente no puedes encontrar otra manera?
El corazón de Miyoung se comprimió. Por supuesto que lo preguntaría.
Probablemente tenía miedo de esa parte de su naturaleza. Y no podía culparlo,
aunque le doliera más de lo que esperaba. Sujetó su perla más fuerte.
—Si dejo de absorber gi por cien días, moriré. Por eso intercambio energía
humana por mi vida y por mi inmortalidad.
—Oh, sí —dijo Jihoon mientras la miraba—. He tenido la intención de
preguntarte qué edad… —Su voz se apagó y frunció los labios.
—¿Me estás preguntando si soy una anciana en el cuerpo de alguien de
dieciocho años?
—Bueno, tú lo mencionaste.
—Tengo dieciocho años.
—¿Y tu madre?
—Ella está hace más tiempo que el país que conocemos.
—Suena imponente —dijo Jihoon con una sonrisa—. No es raro que nunca
hayas llevado amigos a tu casa.
Ella sonrió e inclinó la cabeza hacia atrás para observarlo. No se había dado
cuenta de que estaban tan cerca. El paraguas dejaba poco espacio entre ellos.
Jihoon se encorvaba un poco, mientras lo sostenía sobre ambos. En ese ángulo,
con la barbilla de Miyoung ladeada, sus rostros estaban exactamente alineados.
Ojo con ojo, nariz con nariz y boca con boca.
Jihoon olía a sal y a lluvia, con solo un indicio de algo suave debajo. El olor de
su piel era dulce como la crema. A ella se le hacía difícil concentrarse.
Miyoung se dio unas palabras de ánimo. Eres la hija de Gu Yena. Eres fuerte.
Eres hermosa. Eres inteligente. Nadie te desequilibrará.
No funcionó.
Quería dejarse llevar por la cálida sensación que se extendía por su vientre. Era
una emoción que nunca antes había experimentado, y todo lo que sabía era que
quería mantenerla un poco más.
La voz de su madre hizo eco en su mente: «Los hombres solo quieren una cosa
de nosotras».
Dio un paso atrás y se retiró de la mirada inalterable de Jihoon. Cuando la
observaba de esa manera, le hacía pensar que podía ver a través de ella. Incluso
todos los secretos que ni siquiera ella había explorado. La aterrorizaba y la
emocionaba al mismo tiempo.
Sus sentidos se pusieron a toda marcha. Dio otro paso hacia atrás para escapar
de la abrumadora energía. Un claxon sonó y tuvo que parpadear cuando unas
luces se dirigieron hacia ella. ¿Por qué había un auto en la acera?
Jihoon pasó sus brazos alrededor de ella y giraron con tanta rapidez que la
cabeza de Miyoung siguió dando vueltas, incluso cuando ya se habían detenido.
El claxon se escuchaba más cerca a medida que el vehículo aceleraba, y no los
chocó por unos centímetros.
La abrazó con intensidad y su corazón latía con fuerza contra los oídos de
Miyoung, cuyo rostro estaba enterrado en su pecho. Jihoon tenía olor a detergente
para ropa, apenas perceptible en su camisa. Su mano temblaba mientras
acariciaba el cabello de ella. Así fue cómo el aturdimiento desapareció de sus
oídos.
—… no puedo creer que no mires por donde pisas, babo-ya.
La conmoción del momento se mezcló con la comprensión de que Jihoon la
tenía tan cerca que el calor de su cuerpo se impregnaba en la piel de ella.
Miyoung podía sentir su gi debajo de la super cie. La sensación que le generaba
era de calor, peso y confort. Y su hambre trató de alcanzarlo. Anhelaba absorberlo
y llenarse con él.
Se apartó y empujó a Jihoon tan fuerte que tuvo que retroceder cuatro pasos. La
lluvia hacía que se le pegara el pelo en la cara, pero no hacía nada para enfriar su
piel caliente.
—No te acerques —dijo ella cuando Jihoon dio un paso hacia adelante—.
Mantente alejado de mí.
—Está bien. —Jihoon levantó las manos para demostrar que no era una
amenaza. Ella casi se rio de la ridiculez.
—Pones en riesgo tu vida si estás cerca de mí.
—Siempre dices eso.
Ella frunció el ceño ante su tono impertinente.
—Entonces, ¿por qué no estás corriendo?
—Correr requiere demasiado esfuerzo. —Jihoon le dedicó una sonrisa
descarada.
Miyoung no quería sentir el encogimiento de su corazón. Le recordaba lo
importante que se había convertido este chico, a pesar de sus esfuerzos por
rechazarlo.
—Dijiste que no mentías, pero lo estás haciendo ahora.
—Tal vez —comenzó él en voz baja, con una seriedad extraña—. No estoy
corriendo porque conozco gente que ha huido de mí.
—¿Te re eres a tu madre? —El comentario fue innecesariamente cruel, pero
Miyoung cumplió con su cometido cuando los ojos de Jihoon se oscurecieron y se
alejó un paso. Por n se estaba retirando, justo lo que ella quería. Se lo recordó a
sí misma, mientras lo dejaba solo en la oscura acera.
El frío se ltraba en su piel y le hacía doler el cuerpo. Como si la helada lluvia
hubiera agotado toda su energía. Pero esa no era la causa de su cansancio. En
realidad, era su deseo de querer algo con tantas ganas, que el hecho de alejarlo
de sí se llevó toda su fuerza.
o todos los depredadores son monstruos. Pero si los golpeas lo

N su ciente, ellos morderán.

Esta fue una lección aprendida por un pequeño pueblo a nales del

siglo .

La emperatriz Myeongseong, conocida como la reina Min, intentó

llevar la modernización a la dinastía Joseon.

Durante ese tiempo, vivió una gumiho. Ella optó por residir en un

pequeño pueblo en una de las escarpadas montañas que estaban

dispersas por todo el país. Aunque la mayoría de las gumihos tenían

una vida nómada, esta se había enamorado de esta aldea aislada y de

su gente. Así que la convirtió en su hogar permanente.

Aprendió el nombre de cada vecino, jugó con sus hijos y ayudó a

cosechar los cultivos.

Nunca eligió a sus víctimas entre los humanos con los que vivía,

porque había aprendido a amarlos. En cambio, decidió viajar lejos

para alimentarse en cada luna llena.

La reina Min apoyaba el movimiento progresista. Buscaba abrir a

Joseon a nuevos ideales, nuevas tecnologías y nuevas religiones.

La gumiho vio esperanza en este movimiento. Tal vez, sin las

oscuras supersticiones que previamente se habían tejido en torno a

los mitos de estas criaturas, ella podría con ar sus secretos a sus seres

queridos. Después de todo, aquellos que contaban historias de los de

su clase, también hablaban del poder del amor.

Y, un día, decidió revelarle a la gente su verdadera identidad.

Eligió decirle primero al anciano más respetado, con la esperanza

de que in uyera en la opinión de los demás.

Cuando la rechazó, el pueblo también lo hizo. Esa noche, todos

fueron a su casa con espadas y piedras. Rompieron su pequeño

hogar, una típica casa de estilo hanok. Pero sus espadas no la mataron.

Huyó, enloquecida por la traición y el dolor. La persiguieron con

el objetivo de cazarla. Recorrieron las montañas y los campos

durante días, antes de darla por muerta y regresar a sus vidas. La


gumiho estaba sola, abandonada y destrozada. Y el pueblo volvió a

cosechar sus cultivos y a criar a sus hijos. Nada había cambiado para

ellos después de haberla ahuyentado. Al ver esto, la rabia de la

gumiho consumió su corazón.

En la siguiente luna llena, regresó y visitó cada hogar. Con golpes y

desgarros, pudo extraer el hígado de cada aldeano.

El último hanok pertenecía al anciano que le había dado la espalda

por primera vez. Mientras ella arrancaba la puerta del frente, unos

chamanes surgieron, la detuvieron con su magia y le quitaron el

alma de su cuerpo. Por último, la arrojaron a la otra vida, al más allá,

y la condenaron a ser perseguida por su propia amargura.


18

L A LUNA LLENA TRAJO CONSIGO UNA TENSIÓN QUE PRESIONÓ EL pecho de Miyoung.
Esta venía acompañada de un sentimiento de anticipación y ansiedad.
Necesitaba que esa noche saliera todo bien. Debía encontrar el equilibrio
de nuevo y se había convencido a sí misma de que lo haría cuando la perla
volviera a estar en su lugar.
Bajó las escaleras al trote, ya que no quería llegar tarde a su encuentro con
Nara. Pero se detuvo en seco cuando vio a su madre en el vestíbulo con una
valija.
—¿Vas a alguna parte? ¿Esta noche? ¿En la luna llena?
—Sí, tengo un viaje importante que no puedo posponer por mucho más.
—Pero necesito… —Miyoung dejó de hablar. No sabía lo que quería de Yena.
Simplemente sabía que se sentía mejor cuando su madre estaba cerca. Además,
esa noche era muy importante.
—Estaré lejos por unos días. Una semana como máximo —dijo Yena.
—¿Por qué? —preguntó Miyoung antes de que pudiera arrepentirse.
—Negocios. —El tono frío de su madre era la prueba de que había dado un
paso en falso. En realidad, no tenía idea de en qué consistía el negocio de Yena;
solo sabía que había vivido lo su ciente como para ganar mucho dinero y que
Miyoung nunca tuviera la necesidad de cosas materiales. Por eso, cuando era una
niña, se cuestionaba por qué su madre todavía necesitaba ir a trabajar. Un día, le
preguntó por qué se iba tan a menudo, a lo que Yena respondió que estaba en
busca de algo. Dar respuestas imprecisas era una de sus marcas personales.
Nunca renunciaba a nada que no quisiera.
»Espero que te comportes cuando no esté aquí. —Era más una orden que una
petición.
—Por supuesto. —Miyoung se inclinó y se quedó en esa posición hasta que
escuchó que se cerraba la puerta detrás de su madre.
Después de ver cómo se alejaba el taxi, Miyoung se dirigió hacia el bosque. El
camino hacia el lugar de encuentro con Nara era estrecho, donde las escaleras de
piedra desgastada daban paso a la tierra y a las rocas.
Esa noche, la luna se sentía más llena que nunca, como un globo a punto de
estallar. Con la excepción de que Miyoung era la que podía estar por explotar.
Sentía una comezón en su piel, como si miles de bichos se estuvieran arrastrando
por todo su cuerpo. El estómago le dio un vuelco, lo cual le advirtió que tenía
niveles de gi peligrosamente bajos. Necesitaba terminar la ceremonia y
alimentarse. Una vez hecho eso, debería sentirse mejor.
Encontró a Nara en la base de un árbol nudoso que había perdido todas sus
hojas a nales de otoño. La luna se asomaba a través de las ramas desnudas y
proyectaba sombras retorcidas sobre la chamana, quien estaba preparando un
altar. En una pequeña mesa de madera había un cuenco de cobre lleno de agua y
otro con arena y un incienso encendido.
—Estoy casi lista —dijo Nara, sin levantar la mirada.
—¿Será rápido?
—La ceremonia sí. —Nara se mordió el labio y revisó una lista de notas escritas
a toda prisa. Miyoung aceptó la media respuesta, ya que entendía que ambas
estaban en un territorio desconocido.
»Siéntate.
—¿Cómo sabías de la existencia de esta ceremonia? —interrogó Miyoung,
mientras se sentaba frente a la chamana. La pregunta era bastante inocente, pero,
aparentemente, era un tema sensible para Nara.
—Mi madre escribió al respecto en uno de sus diarios. Le encantaba estudiar
otras creencias y religiones de nuestra historia. Mi halmeoni decía que eso la
hacía una mejor chamana.
Miyoung notó el dolor de Nara. El anhelo de una chica que nunca había
conocido a la persona que la había dado a luz.
—Estoy segura de que ella estaría orgullosa de ti. En realidad, tanto tu padre
como tu madre lo estarían. —Era un comentario genérico, pero fue lo único que
se le pudo ocurrir a Miyoung.
—Lo mejor que puedo hacer es esforzarme al máximo para estar a la altura de
su memoria. —La determinación iluminó el rostro de Nara. Miyoung pensó que
era hermosa, con sus ojos fuertes y su boca rme.
»Empecemos. —La chamana respiró hondo, pero sus ojos seguían enfocados en
el papel que sostenía en la mano—. ¿Tienes el talismán?
Miyoung sacó el sobre y se lo entregó. El talismán no era diferente a los bujeoks
amarillos que Nara hacía en su propia tienda.
La joven chamana comenzó a entonar un cántico con palabras que invocaron la
energía del yin y el yang. Habló sobre agua limpia y de formas puras. Cantó
acerca del fuego, mientras encendía el talismán. Y dejó que la ceniza cayera en el
recipiente lleno de agua.
Cuando el talismán se había consumido, Nara removió con lentitud el cuenco.
La ceniza se había mezclado con el líquido, el cual se había tornado de un gris
opaco.
Nara introdujo los dedos y dio un paso adelante. Miyoung se echó hacia atrás
instintivamente.
—Quédate quieta —ordenó Nara con tanta severidad que la sorprendió. La
chamana frotó sus dedos cubiertos de ceniza en los párpados y en la frente de la
joven.
Una serie de preguntas se posaron en su lengua, pero las contuvo mientras Nara
le tendía el cuenco.
—Bebe.
El agua olía a fuego y a humo.
—Bebe —le repitió.
El líquido era más cálido de lo que esperaba, como si la llama aún siguiera viva
dentro de las cenizas del talismán. Tuvo que luchar contra las náuseas mientras
sorbía. No podía soportar un trago más, y tosió tan fuerte que temió vomitar.
—Debes beberlo todo. —Había urgencia en la voz de Nara.
El siguiente sorbo la desgarró. Trozos de talismán se pegaron a sus entrañas y la
rasparon. Se dobló de dolor, por lo que el cuenco cayó de sus temblorosas manos
y el líquido se derramó por la tierra.
—¡No! —gritó Nara. Se había adelantado, pero no había nada que pudiera
salvar.
Miyoung apenas podía respirar más allá de la agonía. Su interior estaba
iluminado con brillantes brasas que se extendían por todos sus órganos.
—¿Qué has hecho? —Incluso su voz le raspó la garganta, como si respirara
fuego en lugar de palabras.
—Deberías haberte tomado todo —dijo Nara. El pánico estaba claro en cada
una de sus palabras—. No sé qué pasará ahora.
Las sombras uctuaron y bailaron. Miyoung no estaba segura de si era el vaivén
de los árboles o la disminución de su propia visión. Se puso de pie con di cultad
y casi se cayó cuando sus piernas empezaron a doblarse.
—¡Seonbae!—exclamó Nara, alarmada.
—No me toques.
Miyoung sentía un zumbido en sus oídos. Su cabeza giró y sus músculos se
contrajeron.
La chamana se puso de pie.
—Seonbae, tu perla. ¿Dónde está?
—¡Déjame en paz! —gritó, sin saber si era a la nada misma o a todo.
Miyoung se alejó con rapidez. Las ramas de los árboles le arañaron las mejillas.
Las raíces que estaban levantadas del suelo hicieron que se tropezara. Como si
fuera un milagro, mantuvo el equilibrio y corrió a través del bosque que, por
primera vez, se había vuelto aterrador.
No podía ver nada. ¿Qué había en ese talismán?
Las sombras la persiguieron. Y sabía que no podía dejar que la atraparan.
Miyoung salió de los árboles y se encontró con el resplandor de las luces de la
ciudad. Se desvió para evitar el trá co; los ruidos distorsionados de los autos y de
la gente hacían que su cabeza le diera vueltas. Así que trastabilló hasta encontrar
un callejón, y no le importó haber terminado allí. Los edi cios estaban agrietados
y manchados, construidos tan cerca uno del otro que casi no había espacio entre
los apartamentos en ruinas. Las puertas oxidadas chirriaban desde sus bisagras y
las ventanas estaban cubiertas por barras. Un hedor humano llenó sus fosas
nasales y casi se atragantó.
Una puerta se abrió de golpe y los gritos de una discusión se escucharon desde
la calle. Miyoung se mantuvo en las sombras, ya que no quería que nadie la viera
en ese estado. No tenía ni idea de cómo lucía. ¿Y si sus colas estaban a la vista?
Aun así, siguió avanzando por el camino. En ese momento, sintió que unas
guras oscuras la seguían y la acechaban. Le susurraban cosas y se burlaban,
mientras cojeaba sin ningún sentido de la orientación.
«Asesina».
«Homicida».
«¡Monstruo!».
—No —dijo ella en un susurro ronco—. ¡Déjenme sola!
Tropezó con sus propios pies y se golpeó contra un contenedor de basura, que
cayó al suelo con un estrépito.
Se cubrió la cabeza con los brazos, con la esperanza de que eso mantuviera las
sombras lejos de ella, pero una puerta se abrió y una luz se derramó sobre el
asfalto a su lado. Se apresuró a retroceder, mientras rogaba que nadie la hubiera
visto.
—¿Quién está ahí? —La voz sonaba enojada y grave. No articulaba muy bien
por culpa del alcohol—. ¡Chico! ¡Ven aquí!
—¿Sí, abeoji?
Miyoung entrecerró los ojos ante la voz familiar.
—¿No te he dicho que te aseguraras de que la tapa del contenedor estuviera
bien cerrada para que no entraran los perros callejeros?
—Lo hice. —Lo reconoció ahora. Era Jung Jaegil. Lo que signi caba que el
hombre que lo sujetaba por el cuello de la camisa era su padre.
—Bueno, ¡evidentemente no lo hiciste! —dijo el hombre, seguido de un golpe
sordo y un gruñido. Jaegil se estrelló contra el marco de la puerta, y con su mano
cubrió la mejilla donde el puño de su padre había hecho contacto—. ¡Muchacho
inútil! Lo haré yo mismo. De todos modos, necesito salir a comprar más cerveza.
La puerta se cerró de repente y se llevó la luz consigo. Lo siguiente que escuchó
fueron los pasos arrastrados de alguien mientras se acercaba.
Aquí viene. Listo para cazar.
¿Eran sus pensamientos? ¿O las voces de las sombras? Realmente no le
importaba, porque se dio cuenta de que se estaba muriendo de hambre. Eso
superaba el miedo y el dolor que había estado experimentando segundos antes.
Unas botas crujieron contra la gravilla y a Miyoung se le hizo agua la boca una
vez más.
«¿Puedes saborearlo?».
Tomó impulso para moverse y se agachó junto a los contenedores de basura
caídos.
«Despedázalo. Es para lo que fuiste creada».
Una bota chocó contra su pie.
—¿Qué…?
No le dio la oportunidad de terminar la frase. Se levantó de su escondite y lo
sujetó por la garganta. Los ojos del hombre se hincharon de sorpresa, y ya estaban
inyectados en sangre por la bebida. Por otro lado, su rostro rubicundo mostraba
con claridad que había tenido una larga vida en la que había hecho todo de
manera equivocada.
Es una escoria, se dijo a sí misma. Golpea a su hijo. Es un hombre malo.
Le apretó la garganta, mientras él le arañaba la mano. Podía saborear su gi antes
de que siquiera se abriera para aceptar la energía. La absorbió tan rápido que el
hombre dejó escapar un grito de sufrimiento. Nunca antes la había tomado tan
rápidamente. No era consciente de que podía causarle a alguien un dolor como
ese.
—¿Abeoji? —La puerta se abrió de nuevo y Jaegil apareció. Trató de echar un
vistazo hacia la oscuridad.
Miyoung se congeló en su sitio. ¿Qué estaba haciendo? Este no era otro de sus
criminales y asesinos. Solo era un hombre ebrio. El padre de alguien.
Lo dejó caer, ahora inconsciente, pero vio que su pecho subía y bajaba. Estaba
vivo.
Se escabulló y dobló en la esquina. En ese momento, empezó a correr.
No fue mi intención, se dijo a sí misma. No soy un monstruo.
«Sí, sí querías hacerlo. Sí, sí lo eres».
Miyoung se giró hacia la voz. ¿Alguien la había visto?
—¿Hola? —gritó a la nada misma.
Las sombras danzaban en su visión. Eran formas oscuras que se retorcían y
giraban.
—¿Qué eres?
Las sombras convergieron y se convirtieron en columnas de humo llenas de
rostros. Un tornado de espíritus conformado por todos los hombres cuyas vidas
había reclamado con sus manos.
La acusaban con sus ojos. Y sus bocas abiertas emitieron unos alaridos.
Los fantasmas de su pasado nalmente se habían liberado de su mente y se
arremolinaron a su alrededor. ¿Era este su castigo por vivir a costa de la muerte de
los demás? Se cubrió los oídos con las manos para ahogar el sonido estruendoso
de sus voces. Como eso no funcionó, decidió correr.
ara saber por qué maldicieron a la zorra con un destino fatal,

P debemos volver a la primera gumiho.

Como símbolo de la madera y de los árboles, el hígado alimenta el

fuego que es el corazón.

Todo en nuestro cuerpo pasa por el hígado. Desintoxica los

químicos y metaboliza los fármacos. Es el único órgano en el cuerpo

humano que puede regenerarse.

Este proceso requiere mucho gi.

La zorra no comenzó comiendo los hígados de los hombres.

Como con cualquier tragedia o maldición, esta situación se dio

porque la zorra amaba.

Cuando surgió la primera gumiho, ella vivió del gi que había

obtenido durante su larga vida.

Sin embargo, en sus últimos años, se había cansado de sus viajes.

Deseaba establecerse en un solo lugar y encontrar un verdadero

hogar. Fue entonces cuando conoció a dos hombres muy diferentes.

Uno era un sansin, un dios de la montaña, que la visitaba todas las

noches para profesarle su amor.

No obstante, ella le había dado su corazón a un mortal. Deseaba

volverse humana solo por él.

El sansin a rmó conocer una manera para que ella fuera

completamente humana. Le ofreció el conocimiento como prueba

de su amor.

Le dijo que tenía que comer cien hígados de cien hombres y

absorber su gi. Si hacía eso en cien días, entonces su deseo se

cumpliría.

La zorra hizo lo que le dijo y devoró los hígados de los cien

hombres.

En el centésimo día, visitó la casa del hombre que amaba.

Él se despertó para verla bañada por la luz de la luna.

Se encogió de miedo por ella. Porque no era humana, sino mitad

humana, mitad demonio. Sus nueve colas la rodeaban como símbolo


de su verdadera forma. Su alma estaba envuelta en sombras, un signo

de las malas acciones que había llevado a cabo.

Él no quería su amor. El gi que había devorado alimentó su

desesperación y, ante esa dura realidad, decidió arremeter contra él.

Entonces lo mató, enceguecida por la furia.

Con el corazón roto, fue directo con el sansin.

Él la miró con ojos fríos.

—Rechazaste mi amor. Ahora estás condenada a vagar por la Tierra

como un demonio. Tuviste un festín con los hígados de los hombres

y, por eso, has perdido tu alma. El gi de esos humanos te hará vivir

para siempre como yokwe, monstruo y bestia. Ningún mortal te

amará jamás. Y todas las que vendrán después de ti serán maldecidas

con el mismo destino.

Así que la zorra se convirtió en una mujer, y la mujer se convirtió

en un demonio.

Y ella vivió para siempre como una gumiho.


19

J IHOON PERMANECIÓ AFUERA DE LA INMACULADA PUERTA BLANCA durante diez


minutos, antes de reunir el coraje necesario para tocar el timbre.
Nadie respondió.
Miró hacia arriba.
La construcción era tan hermosa e inquietante como la última vez que había ido
a entregarle comida a Miyoung.
Y no hubiera estado allí en ese momento si no fuera porque ella había estado
ausente en el colegio desde la última luna llena. Había sido una larga semana en
la que solo había pensado en la joven, preocupado por ella. Recordando cada día
aquella noche bajo la lluvia. Esa noche al lado de la carretera, empapado, había
estado tentado de besarla. Quería ver si tenía sabor a lluvia. Sospechaba que lo
más probable era que el gusto fuera más parecido al de un rayo.
Volvió a intentar, sin respuesta. Regresó a su scooter justo cuando se abrió la
puerta.
Miyoung parecía demacrada, como si hubiera perdido cinco kilos en los últimos
siete días. Sus ojos estaban cubiertos con unos lentes de sol de gran tamaño, y su
pelo estaba recogido en un rodete desordenado que no ocultaba el hecho de que
estaba enredado con nudos.
—¿Miyoung-ah? —Jihoon quiso alcanzarla, pero ella se apartó con brusquedad.
Su respiración consistía en unas rápidas bocanadas de aire.
—¿Eres real? —susurró ella.
—¿Qué? —preguntó Jihoon mientras se acercaba. Ahora podía ver cómo
temblaban sus hombros.
Miyoung se aclaró la garganta y, esta vez, su voz salió más fuerte.
—Jihoon. —Respiró hondo, como si decir su nombre le generara seguridad—.
¿Qué estás haciendo aquí?
—¿Estaba preocupado? —dijo eso como una pregunta, ya que sabía que a
Miyoung no le gustaría.
—Estoy bien. En realidad, tengo que ir a un sitio. —Quiso pasar por su costado,
pero él le bloqueó el paso.
Ella temblaba tanto que Jihoon se sorprendió de que sus dientes no castañearan
con el movimiento.
—¿Qué ocurre? ¿Esto tiene que ver con tu perla?
Miyoung soltó un suspiro y trató de apartar sus manos. Sorprendentemente,
falló. ¿Qué le había pasado a su fuerza?
—No necesito que te preocupes por mí —insistió.
—Dime cómo puedo ayudarte.
—Nadie puede ayudarme —susurró la joven—. Estoy maldita.
—¿Qué signi ca eso? —preguntó Jihoon, pero un taxi se estaba acercando por el
camino y Miyoung corrió hacia él.
—Vete a casa, Jihoon. Nada de lo que haga es de tu incumbencia —sentenció y
cerró la puerta de golpe. El taxi se alejó y fue rociando pequeñas piedras a su
paso.
20

M IYOUNG GOLPEÓ LA PUERTA OXIDADA, AGRADECIDA POR EL estrecho callejón y


su capacidad de bloquear la luz del sol. Sus gafas oscuras no podían
calmarle el dolor palpitante de cabeza. Desafortunadamente, solo la
protegían de los rayos UV y no de los fantasmas que aparecían y desparecían de
su campo de visión.
Estos fantasmas la acosaron a lo largo de la semana anterior. Eran demonios de
su pasado, hombres que habían pecado en la vida. Ahora, en forma de espectros,
la molestaban y la provocaban con amenazas.
«No puedo esperar hasta que tu alma se nos una».
«Matas para vivir. ¿Cómo es eso diferente a lo que yo he hecho?».
«¡Tus pecados son lo único que te sostienen con vida y, cuando mueras, tus
castigos serán terribles!».
Miyoung golpeó más fuerte para tratar de ahogar todos esos susurros.
—¡Bueno! ¡Te he escuchado! —Una voz exclamó desde el interior un segundo
antes de que la puerta se abriera para revelar la mirada molesta de Junu—. Por
supuesto que eres tú. —Frunció el ceño—. Voy a tener que hablar con esa
chamana. Estoy empezando a desear que nunca te haya traído por aquí.
—¿Qué era eso? —preguntó Miyoung e ignoró el gruñido de Junu cuando entró
en el vestíbulo. De pronto, los fantasmas se fueron. Se giró para buscarlos—.
Espera, ¿qué está ocurriendo?
—¿Qué tal si haces una pregunta completa? Tus consultas a medias no tienen
ningún sentido. —Junu seguía manteniendo la puerta abierta, como si esperara
que cambiara de opinión y se fuera.
—¿Qué fue lo que me vendiste? —cuestionó Miyoung.
—Un talismán —replicó Junu con lentitud, tratándola como una niña pequeña.
—Ya sé. Pero ¿qué hace?
—¿Lo usaste?
—Tal vez —dijo vagamente, sin saber si quería compartir toda la información
con el dokkaebi.
—Sí, lo usaste. Y ahora estás viendo fantasmas. Y te estás preguntando por qué
no te han seguido hasta el interior de mi casa.
Miyoung no respondió.
—Es por esto. —Junu señaló un talismán dorado que colgaba de la puerta—. Es
una especie de protección contra las cosas desagradables. Como estás aquí
dentro, creí que se había roto.
—Ja, ja, ja. —Miyoung puso los ojos en blanco. Sus nervios estaban desgastados
por haber estado viviendo con los rostros de sus víctimas durante toda una
semana. La seguían sin importar dónde se escondiera. Al sacar su cartera se pudo
ver claramente cómo le temblaban los dedos. Los juntó y los sostuvo hasta
tranquilizarse—. ¿Cuánto cuesta?
—¿La broma? Esa fue gratis. —Le dedicó un guiño atrevido.
—No, el talismán. —La había malinterpretado a propósito, por lo que se
contuvo para no reaccionar—. ¿Cuánto por él?
Sin esperar una respuesta, Miyoung sacó todo el dinero en efectivo de su
billetera. Junu miró los billetes, pero no los agarró.
—¿Por qué necesitabas el primer talismán?
Lo fulminó con la mirada. Claramente se negaba a responderle la pregunta.
—Si me lo dices, te daré este. —Junu apuntó a la tira amarilla de un papel que
estaba moviéndose por el viento.
—Perdí algo. Necesitaba ponerlo de nuevo en su lugar y Nara dijo que ese
talismán abriría mi energía para que pudiera lograrlo.
—A menos que hayas perdido fantasmas, no creo que tu chamana te haya dicho
toda la verdad.
Miyoung odiaba compartir las mismas sospechas de Junu y, además, detestaba
que las expresara en voz alta.
—¿Realmente es todo lo que puede hacer? ¿Abrir mi mente para que pueda ver
fantasmas? ¿Nada más?
—Bueno, todas las cosas se pueden… revertir —re exionó Junu—. Pero es
demasiado peligroso intentar algo así sin la habilidad y la dirección adecuadas.
Ella suspiró. Había sido una tonta al pensar que tenía un buen manejo de la
situación. Y ahora estaba sufriendo las consecuencias.
—¿Qué cosa podría haber perdido una gumiho que la haga arriesgarlo todo? —
consultó Junu mientras la estudiaba.
—No es de tu incumbencia.
—No puedes culparme por ser curioso.
—No he venido aquí para un juego de veinte preguntas. He venido para
conseguir ese talismán.
Junu levantó una mano. Miyoung necesitó de todo su autocontrol para no
arrancarle uno de sus dedos. Los ojos de él se ensancharon con comprensión.
—¿Cómo perdiste tu yeowu guseul?
No debería haberse sorprendido de que lo hubiera adivinado con tanta rapidez.
Había descubierto que este dokkaebi era más inteligente que un goblin promedio
(y dos veces más molesto).
—No lo sé, pero estamos a punto de descubrir cómo un dokkaebi pierde su
mano izquierda.
Junu alzó la mano en cuestión en señal de rendición. Después, jaló del papel
amarillo. Se lo dio y le quitó el dinero.
—Un placer haber hecho negocios contigo. No necesitas comerlo. Solo déjatelo
puesto. Disminuirá la presencia de espíritus.
—¿Disminuir? —preguntó ella.
—No te protegerá por completo de los fantasmas. Mi hogar tiene otros
encantamientos que magni can los efectos, pero son demasiado voluminosos
como para llevarlos a todas partes. Te guste o no, ahora eres la nueva y orgullosa
poseedora del regalo de la vista.
—Qué bueno —dijo con sarcasmo.
Miyoung retrocedió hasta el callejón. El golpe de la puerta agravó su dolor de
cabeza, pero los fantasmas se habían ido. Al menos, la mayoría. Todavía había
sombras que podía ver en su periferia, aunque ya no se movían con insolencia
delante de ella. Asimismo, sus susurros habían sido silenciados.
Un zumbido en su bolsillo la sobresaltó. Por un momento, creyó que uno de los
fantasmas había roto el encantamiento para sacudirla. Sacó su teléfono móvil y
frunció el ceño ante el número de su madre.
—¿Hola?
—Me llamaron del colegio. —Yena no estaba contenta—. Me dijeron que no
has ido a clase en toda la semana. Ya sabes lo mucho que odio que tus colegios
me contacten. ¿Hay algo que deba saber?
—Simplemente no tenía ganas de ir —dijo Miyoung a la ligera. Esperó que el
temblor en sus manos no se transmitiera a su voz—. ¿Cuándo volverás a casa? —
Ahora, sí temblaba. Estaba cansada y asustada; necesitaba a su madre.
—Todavía tengo negocios que atender. Serán otras dos semanas por lo menos.
Miyoung se tragó un sollozo.
—Volverás al colegio mañana —decretó Yena y colgó, sin darle a Miyoung la
oportunidad de responder.
21

E L COLEGIO ERA UNA TORTURA. BUENO, UNA TORTURA MÁS INTENSA de lo habitual.
Miyoung estaba sentada al otro lado del pasillo con el rostro cansado. Lo
estaba ignorando a propósito, pero al menos había vuelto a clases. Jihoon
tomó nota de su piel pálida y de su frente sudorosa. Eso lo preocupaba. Ella le
había dicho que las gumihos no podían enfermarse. Entonces, ¿qué era lo que la
estaba poniendo tan pálida?
Jihoon pensó al respecto mientras volvía de la tienda de la escuela, acompañado
por Changwan. Tenía los brazos cargados de bocadillos. Luego, se detuvo en seco
cuando vio a Miyoung, que venía caminando por el pasillo. Ella reparó en su
presencia y se desvió hacia la derecha para entrar al baño de mujeres.
Obviamente, seguía evitándolo.
—¿Sigue sin hablarte? —preguntó Changwan.
—¿De qué estás hablando? —Jihoon falló miserablemente en hacerse el tonto.
—Todo el mundo lo sabe. —Su amigo se encogió de hombros—. Hay una
apuesta sobre cuándo terminará contigo.
—No puedes terminar algo que nunca ha comenzado —dijo, mientras se
acomodaba para esperar afuera del baño—. Ten, lleva mis bocadillos al aula,
¿puedes?
Changwan aferró las bolsas de papas fritas y de dulces, le deseó buena suerte y
siguió avanzando hacia el salón de clases.
—¿Qué estás haciendo aquí? ¿Eres un pervertido? —Baek Hana abrió la puerta
del baño con arrogancia y aires de grandeza.
—Que yo sepa, esta pared siempre estuvo abierta al público.
Hana puso los ojos en blanco y dejó que la puerta se cerrara en su cara.
Pasaron dos minutos más antes de que Jihoon se rindiera. ¿Qué estaba
haciendo? ¿Esperar ahí afuera para que ella le gritara o lo ignorara? Quizá algo
peor.
Cuando comenzaba a irse escuchó un grito proveniente del interior del baño.
Abrió la puerta a tiempo para ver a Hana empujar a Miyoung con tanta fuerza que
esta se estrelló contra la pared de azulejos.
—Debe ser genial tener una madre rica que pueda pagar para arreglar tus
errores —escupió Hana—. Incluso cuando esas equivocaciones incluyen un
intento de asesinato.
Miyoung no respondió. Su cabeza estaba inclinada, por lo que su pelo le cubría
el rostro.
—¡Ey! ¿Escuchaste lo que dije? —Hana volvió a empujarla contra la pared. Esta
vez, su cabeza chocó contra el azulejo—. Mi primo vive en Gwangju. Cuando le
envié tu foto, dijo que te conocía, pero que tenías un nombre diferente. ¿Lo
cambiaste porque intentaste matar a esa chica?
Somin estaba parada en la esquina y se estaba secando las manos con calma.
Actuaba como si nada malo estuviera ocurriendo.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Jihoon. Las tres chicas lo miraron.
—Cállate, Ahn Jihoon. Sé que sientes algo por ella —se burló Hana—. ¿Te ha
contado por qué la han echado de su antigua escuela? Estuvo involucrada en un
intento de homicidio.
Somin seguía ignorando la escena. Tiró el pedazo de papel al cubo de la basura
y Jihoon extendió una mano para detenerla.
—Somin-ah, estoy decepcionado de ti.
—¿Qué? —Los ojos de Somin se agrandaron.
—Deberías haber detenido esto —declaró Jihoon.
—No tienes derecho a juzgar lo que hago —replicó—. ¡No cuando obviamente
estás ocultándome secretos y excluyéndome!
Jihoon no sabía qué decir, pero no tuvo la oportunidad de responderle ya que la
joven lo empujó y salió de allí, enojada.
—También deberías irte, Hana, si no quieres que le diga a la señorita Kwon lo
que he visto.
Hana se rio, pero se escabulló del baño de todas formas. Evitó los ojos de Jihoon
cuando se retiró.
Él inspeccionó a Miyoung, en busca de lesiones.
—¿Estás herida? —Apartó su cabello a un lado para verle el rostro.
Ella corrió sus manos, como si fuera una niña petulante que estaba rechazando
el cuidado de un padre.
—No las habría lastimado.
—No las detuve porque tuviera miedo de lo que les harías. Lo hice porque
estaban equivocadas.
Los ojos de Miyoung se movieron con nerviosismo hacia un costado.
—No te preocupes. No regresará —le aseguró Jihoon.
Un pequeño gemido escapó de la garganta de Miyoung y sus hombros
comenzaron a temblar. Sus ojos se movieron de derecha a izquierda, como si
estuvieran siguiendo unas sombras que él no podía ver.
Jihoon frunció el ceño. Le preocupaba que el golpe en su cráneo la hubiera
confundido. ¿Las gumihos podían sufrir conmociones cerebrales?
—Es cierto. —La voz de Miyoung se quebró al decir eso.
—¿Qué es cierto?
—Esa chica. Creía que le había robado al novio. Él la había dejado porque
pensó que estaba enamorado de mí. Estúpido humano. —Su expresión se agrió.
Aun así, un fogonazo estalló en el pecho de Jihoon. Era una sensación fugaz de
celos.
»Ella no dejó de molestarme después de eso. Hizo que todo el colegio se
pusiera en mi contra.
Jihoon guardó silencio. Sabía que Miyoung necesitaba contar su historia. Su
halmeoni siempre decía que historias como estas era mejor contarlas que dejarlas
encerradas en nuestro interior.
—Me exalté demasiado. Solo quería que me dejara en paz. Estaba tan cerca y
podía escuchar cómo latía su corazón. Así que la empujé para alejarla de mí. No
debería haberme seguido por ese puente.
—¿Qué le ocurrió? —indagó Jihoon. El temor y la ansiedad cubrían sus palabras.
—Sobrevivió —aclaró—. No asesino a gente inocente. —Lo miró con el rostro
fruncido, a la defensiva. Era una expresión que decía más que mil palabras.
También daba a entender que nunca nadie se había puesto de su lado.
—Entonces, fue un accidente. —Suspiró, aliviado.
—Si no fuera así, ¿estarías aquí todavía? ¿Seguirías hablando conmigo si
pensaras que lastimé a una persona inocente a propósito? —Su voz se elevó.
Jihoon vaciló.
—No lo sé —admitió—. Pero no es el caso.
—Ese es tu problema. Quieres ser amigo del noble monstruo, pero olvidas que
tengo que matar para sobrevivir. No soy una buena persona —replicó—. Nunca
pretendí serlo. —Su voz se volvió a quebrar con desesperación.
—No me olvido de eso —objetó Jihoon—. Pero sé que tienes más para ofrecer
de lo que aparentas.
—No digas eso. —Su voz resonó en las paredes del baño—. ¡No sabes! No
sabes lo que he hecho. Deja de ngir lo contrario.
—Lo que sé es que no me gusta cuando la gente te molesta. Tampoco cuando la
persona que intimida a los demás eres tú.
Jihoon se había dado cuenta de que Miyoung se preocupaba por todo. Mataba
para sobrevivir, pero tenía un corazón frágil y compasivo. El hecho de que su
misma existencia causara dolor a los demás debió haberla destrozado. Y, al saber
eso, el joven sintió empatía, incluso cuando no sabía cómo ayudarla.
—No puedo dejar de verlos. —Su voz tembló—. Me recuerdan lo que he hecho.
—¿A quiénes? —preguntó, desesperado por entenderla. Estaba convencido de
que si podía hacerlo, entonces podría ayudarla.
Ella dejó escapar un suspiro. Unas lágrimas se asomaron por sus ojos, pero
nunca las dejó caer. Su necesidad de control era más fuerte que ella.
El teléfono de Miyoung vibró y leyó el mensaje de texto que había recibido.
Luego, empujó a Jihoon y, sin mirarlo, salió por la puerta.
22
¿P OR QUÉ AHN JIHOON TIENE QUE SER TAN FRUSTRANTEMENTE comprensivo?, pensó
Miyoung.
Su teléfono móvil volvió a sonar. Era otro mensaje de Nara.

ESTOY AFUERA DE TU COLEGIO. POR FAVOR, ¿PODEMOS HABLAR?

Miyoung corrió por el pasillo a pesar de que la campana les había advertido a
los estudiantes que regresaran a clase. No podía volver en ese momento. Su
cabeza palpitaba con el inicio de una migraña y, aunque se negó a reconocerlas,
las sombras de los fantasmas aún giraban a su alrededor. Si se quedaba quieta el
tiempo su ciente, podía distinguir lo que susurraban.
«Asesina».
«Monstruo».
«Yokwe. Bestia».
El yeowu guseul se balanceó en su bolsillo, mientras se dirigía a la puerta
principal del colegio. Se sentía como si se le estuvieran agotando los latidos de
vida cada vez que la perla golpeaba su cuerpo.
Con la puerta principal cerrada, tuvo que trepar por la pared lateral. Con un
poco de suerte, esto la sacaría de la institución y la ayudaría a evitar a Nara.
Sin embargo, no tuvo suerte. Cuando sus pies tocaron el pavimento, escuchó la
voz de Nara que la llamaba.
—¡Seonbae! —Nara corrió hacia ella, casi sin aliento.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—No has respondido a mis llamadas.
—No tenemos nada de qué hablar —dijo Miyoung. Dio una media vuelta y
empezó a caminar por la acera.
—No me ignores —expresó la chamana—. Puedo ayudarte.
Sin decir una palabra, Miyoung cruzó una puerta al azar que conducía a una
estrecha escalera junto a un ascensor abollado. El letrero de al lado daba un
directorio del edi cio: una tienda de teléfonos móviles, un noraebang y un
pequeño café en la azotea.
—¿A dónde vamos? —preguntó Nara.
—A un lugar donde podamos hablar en privado —respondió Miyoung. Dentro
del ascensor, presionó el botón del tercer piso.
—¿Un noraebang? —Nara estaba confundida.
Miyoung no dijo nada mientras las puertas del ascensor se abrieron para dar
paso a un vestíbulo angosto y reducido. Brillantes luces de neón centelleaban
contra las paredes espejadas. Un pequeño puesto de comida ofrecía desde
bocadillos hasta refrescos y alcohol. En un letrero escrito a mano presumían que
tenían las últimas pistas de K-pop para karaoke. Miyoung se acercó al hombre que
estaba sentado detrás del mostrador; la super cie estaba cubierta con alguna
sustancia pegajosa.
—¿Podemos alquilar una cabina por una hora? —consultó.
El hombre echó un vistazo a los uniformes escolares de las jóvenes. Luego, se
encogió de hombros y les informó el precio con un acento perezoso. Parecía que
no le importaba el ausentismo escolar, siempre y cuando le pagaran.
La habitación olía a cerveza rancia y a soju, pero era privada. Justo lo que
necesitaban. Miyoung sujetó el control remoto gigante y eligió una canción sin
prestar mucha atención. Música trot resonó con fuerza por los altavoces. Era
música de la época de sus padres; al menos, de los padres de Nara. La joven
dudaba de que Yena alguna vez escuchara música. Las letras del grupo de música
Love Battery se movían por la pantalla, acompañadas de escenas genéricas de
ores y naturaleza.
Miyoung se volvió hacia Nara.
—Habla.
—Estos espíritus —comenzó Nara y echó un vistazo a su alrededor. Miyoung se
negaba a seguir la mirada de la chamana; se negaba a darle crédito a los
fantasmas que la atormentaban—. Puedes verlos ahora, ¿no?
—¿Lo has hecho a propósito? —Miyoung hizo la pregunta que la había estado
carcomiendo por dentro.
—Vivo con la maldición de ver fantasmas. ¿Por qué le desearía eso a alguien
más? —dijo y unas lágrimas aparecieron en sus ojos.
Miyoung dejó escapar un suspiro, mientras la incertidumbre desaparecía de sus
pensamientos. Por supuesto que Nara no querría hacerle daño.
—¿Qué salió mal?
—Lo siento, seonbae. —Nara meneó la cabeza—. Simplemente no tuve la
habilidad su ciente para redirigir la energía del talismán. No debería haberlo
intentado. Solo quería ayudar. —Juntó las manos como si estuviera rezando,
rogando o confesándose para obtener una absolución.
Miyoung sabía que debía preocuparse por ella, que debía consolarla si lograba
perdonarla. Pero no pudo.
—¿Puedes deshacerte de ellos?
—¿Tal vez con una ceremonia de protección? Creo que hay un ritual kut.
—Nara, no creo que uno de tus bailes de chamana sea su ciente para esto.
—Te sorprenderías. Si me dieras el yeowu…
—No, no te daré la perla. Le contaré todo a mi madre. Debería haberlo hecho
hace mucho tiempo.
—¿Le dirás lo que hemos hecho? —susurró Nara, con un miedo palpable.
—No. Nunca le he contado a mi madre sobre ti y no lo haré ahora. No te
preocupes.
—Está bien —dijo Nara—. Solo recuerda que estoy aquí para apoyarte.
Había una petición en la voz de Nara, como si le pidiera a Miyoung que creyera
en ella.
Los instrumentos potentes se fueron apagando. La habitación se quedó en
silencio y Miyoung miró jamente a la chamana. En ese momento, los susurros
fantasmales comenzaron otra vez. Ella alcanzó el control remoto para poner otra
canción en la lista de reproducción y ahogarlos con el sonido.
—No son nuevos —comentó Nara.
—¿Qué? —Eso la sorprendió y sintió la necesidad de encontrarse con los ojos de
su compañera.
—Estos fantasmas… Siempre te han seguido, demasiado rencorosos como para
seguir adelante y pasar a la otra vida. Tú representas sus asuntos pendientes en la
Tierra. Siento mucho no habértelo dicho antes. Creí que sería una carga muy
grande para ti.
La mano de Miyoung temblaba, por lo que apretó el puño. Sabía que Nara decía
la verdad y que le había ocultado todo eso para protegerla.
—Estos fantasmas son mi problema —a rmó Miyoung—. Son mi carga.
—No tienes que hacer esto sola.
—Sí, debo hacerlo.
—Me pregunto, ¿por qué parece que no puedes con ar en nadie? ¿Es por tu
madre?
—Ella se preocupa por mí. Soy todo lo que tiene.
—Te obliga a estar sola porque no confía en los demás. Pero ella tuvo cientos de
años para tomar esa decisión. ¿Realmente tuviste una opción? —Los ojos tristes de
Nara le suplicaban a Miyoung. Si admitía las verdades en las observaciones de la
chamana, entonces estaría renunciando a la fachada de control que tanto había
trabajado en construir.
—Me gusta estar sola —refutó, aunque notó la mentira en su propia voz. No
importaba lo buena que fuera mintiéndoles a los demás, nunca sería capaz de
dominar la habilidad de mentirse a sí misma.
23

A LA MAÑANA SIGUIENTE, JIHOON CASI ESPERABA QUE MIYOUNG faltara a clases otra
vez. No pudo contener una sonrisa de alivio cuando vio su pelo oscuro
y su gura hundida.
Otros estudiantes estaban sentados en pequeños grupos, mientras se dedicaban
a observarla y a chismorrear. Él suspiró y esperó que los rumores de sus
«problemas de pareja» desaparecieran pronto. Superar ese chisme estaba
tomando más tiempo de lo usual.
Una serie de ruidos en la puerta trasera del salón de clase atrajo su atención
hacia Baek Hana.
Estaba encorvada y acunaba un objeto pesado en sus brazos. Sus amigas, que no
dejaban de parlotear, se apresuraron para ayudarla. Una sacó su teléfono móvil y
se colocó en la esquina. Claramente era un lugar privilegiado para ver lo que
sucedería a continuación.
Hana se dirigió a su objetivo con una mirada burlona.
Miyoung estaba en su banco, cabizbaja. Estaba garabateando unas notas,
distraída e inconsciente de lo que estaba ocurriendo.
Jihoon corrió por el salón cuando vio que Hana sostenía un frasco del que
goteaba una sustancia viscosa y asquerosa. Llegó a tiempo para sostener a
Miyoung y protegerla bajo su cuerpo. En ese instante, sintió algo frío. Una pasta
de frijoles mungo entró por el cuello de su camisa y empezó a resbalar por toda
su espalda.
—¡Ey! —gritó Hana—. ¿Cuál es tu problema, Ahn Jihoon?
Como resultado, el salón de clase se quedó en silencio. Todos estaban
disfrutando del espectáculo.
Hana aún tenía el frasco en las manos. La pasta que no se había derramado
seguía en el fondo. Jihoon se lo quitó en caso de que se le cruzara por la mente
alguna idea maligna.
—Sal de aquí antes de que llame a la profesora.
—¿Por qué la proteges? —preguntó Hana—. ¿Es realmente tu yeo-chin?
—Sí, es mi novia. Así que déjala en paz.
Todos se quedaron en sus lugares, sin saber cómo reaccionar. Era la primera vez
que Jihoon había manifestado eso en voz alta.
Miyoung se levantó de pronto. La fuerza hizo que su silla se golpeara contra el
escritorio de atrás. Miró a Jihoon con sus ojos oscuros e inescrutables. Después, le
pasó por al lado y salió del salón.
24

M IYOUNG SE ESTREMECIÓ CUANDO EL VIENTO DE COMIENZOS DE invierno atravesó


su chaqueta. Se sentó en los escalones, junto al campo de deportes,
para observar a los chicos que jugaban al fútbol y desa aban el frío.
Este último era una herramienta extrañamente e caz contra los fantasmas que aún
se movían dentro y fuera de su visión periférica. Era como si los ralentizara. Se
metió la mano en el bolsillo y envolvió el talismán que le había comprado a Junu.
La ayudaba a aliviar el incesante zumbido en sus oídos.
No levantó la vista cuando Jihoon se sentó. Ni siquiera cuando sacó una botella
con leche de banana para ofrecérsela.
Miyoung miró el líquido con el ceño fruncido y sintió un déjà vu de cuando le
había ofrecido un par de auriculares.
—Tengo dos. Es un desperdicio si no la bebes —aseguró Jihoon.
No quiso aceptarla, pero él le puso la botella en las manos y luego las envolvió
con las suyas. El calor de sus palmas se ltró en su piel fría.
Miyoung sostuvo la botella con cuidado y observó a Jihoon con cautela mientras
buscaba la otra.
—¿Me dirás nalmente qué te está sucediendo?
—No estoy acostumbrada a con arle a la gente mis secretos.
—Bueno, pero ya conozco la mayoría de ellos. —Jihoon se encogió de hombros
—. Podemos ignorar eso, o simplemente puedes aprovecharte de alguien que está
dispuesto a prestarte atención.
Él tenía razón. Jihoon sabía más que nadie, incluso más que Yena.
—Es mi perla —confesó—. A partir de esa noche, me he estado poniendo cada
vez más enferma. Cuando intenté solucionarlo, las cosas empeoraron. Los
hombres a los que les he absorbido su gi… —Por alguna razón, no podía decir la
palabra «matar»—. Han vuelto para perseguirme y atormentarme. Siempre supe
que, si me moría, tendría que enfrentarme a ellos. El problema es que han venido
a por mí antes de lo esperado.
—¿Morir? —preguntó Jihoon—. Creí que solo podías morir si dejabas de
alimentarte por cien días.
—Todavía somos capaces de morir de todas las formas espantosas y habituales
que existen: apuñalada en el corazón, decapitada o quemada a la antigua.
—¿Están aquí ahora? —Jihoon miró a su alrededor, como si esperara que una
mul gwishin estuviera de pie detrás de ella, envuelta en un empapado camisón
blanco, con el pelo negro colgando sobre su rostro. Los tensos hombros se le
relajaron cuando no vio ningún espíritu siniestro.
Miyoung se dio cuenta de que el zumbido en sus oídos había desaparecido,
como si hablar con Jihoon los hubiera ahuyentado. Tal vez, él solo la había
distraído lo su ciente como para que pudiera disfrutar de un momento de
felicidad. De cualquier manera, quería detener el tiempo en ese preciso instante
para no tener que sacri car ese descanso y alivio de los fantasmas.
—¿Te duele? ¿No tener la perla en tu… interior?
—Tengo hambre todo el tiempo —contestó—. A veces siento que la parte de mí
que quiere cazar saldrá en cualquier momento, y no seré capaz de controlarla.
Jihoon tragó saliva, pero enderezó sus hombros y se acercó más, hasta que ella
sintió el calor de su cuerpo contra su costado.
—¿Puedo ayudar?
—Ya lo estás haciendo —admitió Miyoung—. Es una buena distracción que
estés aquí a mi lado.
Jihoon sonrió e inclinó la cabeza para mirar el cielo.
—Ya entiendo por qué te sientas aquí. Es bueno tomar sol.
Ella también se recostó.
—Es más fácil si me quedo aquí afuera. Así estoy lejos de la tentación; hay
demasiado gi en esa cafetería. Además, si los estudiantes van a usar la comida
como armas, entonces no debería ir adonde está toda la munición.
Jihoon giró la cabeza hacia las ventanas del comedor. Algunos estudiantes los
estaban observando con curiosidad, como si fueran animales en un zoológico.
—Deberías entrar antes de que se les ocurra cubrirte con harina.
—No me importa lo que piensen. —Jihoon apartó la mirada de sus espectadores
con suavidad—. Y tú tampoco deberías.
—No puedo esperar que llegue el día en el que te des cuenta de que debes huir
de mí.
Mentirosa, dijo una voz en su cabeza.
Se sentía como si todo estuviera cambiando; sus escudos se estaban rompiendo
y su corazón, agrietando. Tenía que mantenerse fuerte, pero una parte de ella
comenzó a dudar de si realmente lo estaba logrando. ¿Por qué pensaba que
depender de los demás signi caba ser débil? ¿Solo porque Yena se lo había dicho?
Las palabras de Nara hicieron eco en su mente: «Te obliga a estar sola porque
no confía en los demás. ¿Realmente tuviste una opción?».
Estuvieron en silencio hasta que terminaron de beber.
—Gracias.
—¿Por qué?
—Por haber tratado de protegerme de Hana. Y por haber mentido y dicho que
era tu novia. Sé que odias mentir.
Jihoon se enfrentó a ella.
—Entonces, tal vez deberíamos hacerlo realidad.
Sus palabras la asustaron porque se dio cuenta de que quería decir que sí.
—Escucha —empezó Miyoung lentamente, tratando de encontrar las palabras
correctas—. Nunca pensé que existirían personas como tú. Alguien que pudiera
saber mucho sobre mí y que, aun así, quisiera seguir conociéndome. Da miedo.
No estoy acostumbrada a caerle bien a la gente.
—¿Qué tiene de malo que me gustes?
—No hay nada de malo en eso, excepto que me hace querer sentir lo mismo y
sé que no puedo tenerte.
—¿Por qué no? Estoy justo aquí. ¿Sigues sin con ar en mí?
—No eres tú. Mi madre y yo nunca nos quedamos en un lugar por mucho
tiempo. Siempre termino cometiendo algún error. La gente ya desconfía de mí, y
más ahora que Hana les contó lo que sucedió en mi último colegio.
—¿Y si esta vez no te vas?
—Ya está decidido —insistió ella.
—Está bien, pero imaginemos. ¿Y si no lo hicieras?
Miyoung no quería jugar a ese juego, ya que le hacía doler el corazón. Pero
cedió porque ese era el poder de Jihoon: hacía que ella tuviera esperanza.
—Si no me fuera, ¿quizá podríamos tener una cita?
—¿Sí? —Jihoon sonrió y ese maldito hoyuelo apareció en su mejilla. Quería
besarlo, poner sus labios justo encima. Debido a eso, apretó sus labios con fuerza
por temor a perder el control de sus instintos.
»¿Qué tipo de cita? —preguntó.
—No lo sé —re exionó ella. En realidad, disimulaba estar pensando para calmar
su corazón acelerado—. ¿Namsan?
Jihoon dejó escapar una carcajada, aunque se detuvo cuando la vio fruncir el
ceño.
—¿La Torre Namsan? Es un poco cliché, ¿no crees?
—No sé, nunca he ido —pro rió Miyoung, repentinamente avergonzada. Así
que comenzó a alejarse.
—Está bien, está bien. —La agarró de los hombros para estar frente a frente—.
Iremos a Namsan y te compraré uno de esos perritos calientes gigantes, de los que
vienen cubiertos con papas fritas.
—Y un helado —agregó ella. Estaba empezando a creer que realmente podrían
tener esta ridícula y típica cita—. La campana está a punto de sonar.
—Bueno, pero ahora me debes una cita. No lo olvides —dijo él y le soltó los
hombros. Su piel se sintió repentinamente fría donde habían estado sus palmas.
—Por supuesto. Tendremos esta cita cuando seamos dos humanos normales.
—Genial — nalizó Jihoon con una sonrisa.
Se escuchó la campana y Miyoung se puso de pie con rapidez para correr y
llegar a su próxima clase a tiempo. De pronto, le empezó a doler el pecho, como
si algo le estuviera presionando las costillas. O como si su corazón se estuviera
hinchando por estar lleno de felicidad. No estaba acostumbrada a ese sentimiento
y, por eso, le dolía.
25

M IYOUNG EMPEZÓ A LLEVAR UNA MUDA DE ROPA TODOS LOS DÍAS. Como lo había
previsto, el ataque preferido de los chicos siempre incluía comida. Los
ingredientes que cubrían su cuerpo eran su cientes para preparar el
menú del día de Acción de Gracias coreano, mejor conocido como Chuseok.
Tuvo suerte de que Yena todavía no hubiera vuelto a casa. Eso le daba
privacidad para poder ahogarse en su propia humillación.
Miyoung se dirigió al salón después de la clase de Educación Física. Había sido
una hora particularmente horrenda en la que trató de evitar objetos voladores que
«accidentalmente» se escapaban de las manos de sus compañeros. Lo que no
habría sido tan problemático, si no fuera porque su equilibro estaba afectado por
los fantasmas que la acechaban. Era casi como si hubieran unido fuerzas con los
matones para bombardearla al mismo tiempo.
Por otro lado, no podía olvidar las palabras de Nara. Los fantasmas no eran
nuevos. La habían estado siguiendo, como banderas de su vergüenza, desde que
los había asesinado para prolongar su vida. Ellos eran su castigo.
La campana sonó por última vez, lo que le indicó que había sido un error
haberse dado una ducha extra larga para evitar a los otros alumnos después de la
clase de Educación Física.
Iba apresurada por el pasillo cuando un brazo se interpuso en su camino.
Miyoung miró rápidamente a Jung Jaegil. Podía distinguir un magullón
descolorido en su ojo derecho y, por eso, recordó la ansiedad en su cara cuando
había estado buscando a su padre por la acera sucia y oscura. La culpa le revolvía
el estómago.
—Sal de mi camino —advirtió Miyoung, con un agregado de acero en su voz—.
Estoy llegando tarde.
—Todos estamos llegando tarde. —Jaegil hizo un gesto a sí mismo y a Seho, que
estaba detrás de él.
—No tengo tiempo para esto. —Intentó caminar alrededor de Jaegil, pero su
amigo le bloqueó el paso.
—He oído que tienes antecedentes —dijo Jaegil, riéndose—. Nunca pensé que
habría alguien peor que yo en esta escuela.
Miyoung intentó abrirse paso de nuevo, pero él la empujó tan fuerte que sus
hombros golpearon la pared con un ruido sordo.
«Es lo que te mereces después de lo que le hiciste a su padre», susurró una voz
fantasmal. En realidad, no sabía si era uno de sus fantasmas o sus propios
pensamientos.
—Algo sobre ti me molesta. —Jaegil hablaba con lentitud y alargaba las vocales
innecesariamente. Dio un paso adelante, por lo que Miyoung pudo oler jugo de
naranja y papas con gusto a camarón en su aliento—. ¿Cómo rompiste la ventana
de la tienda?
—Te dije que te apartaras de mi camino —repitió. Podía sentir cómo estaba
perdiendo su autocontrol.
—¿Qué crees que puedes hacer para lograrlo? —Jaegil pasó un dedo por su
mejilla.
Miyoung corrió su mano con una palmada.
Los ojos del chico lanzaban destellos de una rabia que ella pudo reconocer. Era
la mirada de alguien que había sido maltratado por la vida. Se preguntó si Jaegil
era como su alma gemela, aunque no lo quería admitir completamente. Después
de todo, ambos habían cedido a su naturaleza violenta. Él levantó su mano: era su
preparación antes del impacto.
Pero su cuerpo salió disparado lejos de ella y se deslizó por el suelo de
baldosas.
Somin se había colocado entre ellos, como un escudo que protegía a Miyoung
del matón aturdido en el suelo.
—Ey, Lee Somin. ¡Nappeun gijibae! —maldijo Jaegil, mientras Seho corría a
ayudarlo. En ese momento, se abrió una puerta al nal del pasillo y un profesor de
segundo año asomó la cabeza.
—¿Qué están haciendo fuera de clase? ¿Quién es su profesor?
Jaegil y Seho salieron disparados. Estaban bien entrenados en el arte de escapar.
Somin y Miyoung no tuvieron tanta suerte.

La sala de castigos disciplinarios era un espacio cuadrado desolado con paredes


blancas y media docena de escritorios. El profesor las sentó, espalda con espalda,
y les dio unas hojas de papel para que escribieran cartas de disculpa.
Miyoung se quedó mirando la página en blanco. Hizo pequeños puntos negros
con su bolígrafo, incapaz de formar un pensamiento coherente.
—Si vas a enfrentar a un acosador como Jaegil, entonces es mejor que estés
preparada para seguir adelante con tus puños —dijo Somin detrás de ella—. Los
chicos como él solo responden a la fuerza bruta.
«O podrías matarlo, es lo que mejor haces», dijo un espíritu insolente en su
oído.
—Déjame en paz. —Miyoung le estaba hablando a su papel en blanco.
—¿Qué?
—He dicho que dejes de preocuparte por mis asuntos personales.
—Claro —respondió Somin con un tono frívolo y poco serio—. Porque yo
siempre llevo a cabo mis asuntos en público.
Miyoung nalmente se dio vuelta.
—Yo no lo empecé.
Somin ya estaba frente a ella, montada en la silla y con el pecho en el respaldo;
la falda de su uniforme sobresalía sobre sus pantalones de deporte. Tocó la frente
de Miyoung con un dedo.
—Ah, allí está el espíritu de lucha.
Su rostro, con forma de corazón, mostraba lo traviesa y vigilante que era. El tipo
de chica que Miyoung de nitivamente hubiera evitado en el pasado.
—¿Sabes cómo lanzar un puñetazo? —Somin miró las manos de Miyoung—.
Siento que te quebrarías la muñeca en tu primer intento.
—Puedo dar puñetazos —murmuró Miyoung.
—No lo parecía —se burló su compañera.
—¿Por qué te importa?
—No me interesa. —Somin se cruzó de brazos—. Pero sí me importa porque
odio que Ahn Jihoon haya tenido razón.
—¿Disculpa? —preguntó Miyoung, confundida.
—Cuando dijo que debería haber detenido a Baek Hana en el baño. Soy tan
culpable como ella lo es por haberte intimidado. Lo que estoy tratando de decir es
que lo siento —expresó Somin. Sonaba más molesta que arrepentida.
Miyoung no podía digerir las palabras. Era extraño que alguien se disculpara con
ella.
—Está bien. —Miyoung se encogió de hombros ante su amabilidad.
—No lo está —dijo Somin—. Con todos los rumores que Hana está difundiendo,
ya sabes lo malo que pueden ser nuestros compañeros. Te enseñaré a luchar. Es la
forma más rápida de quitártelos de encima.
—No son rumores. Sí empuje a esa chica del puente.
Se sintió bien haber dicho la verdad. Liberador. ¿Era por eso que Jihoon lo hacía
todo el tiempo?
Somin le echó un vistazo a Miyoung de arriba abajo para evaluarla.
—¿Fue a propósito?
—¿Acaso importa?
—A mí me importa —replicó Somin.
Miyoung suspiró.
—No.
—Está bien —prosiguió Somin—. Bueno, la oferta sigue en pie si la quieres
aprovechar.
No era la reacción que Miyoung había estado esperando.
—¿Por qué me ayudarías después de lo que he hecho?
—Todos cometemos errores. Mi madre dice que siempre debemos tener una
segunda oportunidad. ¿De qué otra manera los compensaríamos?
Las palabras de Somin provocaron un incómodo rubor en su pecho.
—Escuché que Hana trató de convertirte en un bindaetteok andante —comentó
Somin.
—Qué desperdicio de buena comida.
Somin no pudo contener una risa.
—También escuché lo que hizo Jihoonie. Más le vale que no se lastime por tu
culpa o ya puedes darte por muerta.
—¿Te gusta? —Miyoung soltó la pregunta antes de poder detenerse.
—Por supuesto que sí.
—Sabes a lo que me re ero —dijo, molesta consigo misma por haber
comenzado esa conversación. ¿Qué le importaba cómo se sentía Somin con
respecto a Jihoon?
—Es solo mi amigo, nada más. Lo quiero como a un hermano. Es mi mejor
amigo. ¿De qué otra manera podría odiarlo tanto la mitad del tiempo?
Miyoung dejó escapar una risa sardónica.
—¿Eso es ser una amiga? En ese caso, ya tengo como unos cien amigos aquí en
Seúl.
—Los demás están celosos porque eres muy bonita y actúas como si no te
importara lo que piensan.
Miyoung casi le dijo que estaba equivocada, ya que sí le importaba lo que todos
pensaban de ella. Más de lo que quería admitir. En cambio, le respondió con una
pregunta.
—¿Te reconciliarás con Jihoon?
Las cejas de Somin desaparecieron bajo su equillo entrecortado.
—¿Es preocupación lo que escucho, Reina de Hielo? —Se ahogó en una risa al
ver la mirada de disgusto de Miyoung—. Vamos, tienes que saber que así es cómo
te llaman. Eres tan fría que me pregunto si tienes algún pedazo de hielo metido en
tu…
—Ya entendí. —Miyoung no pudo ocultar su sonrisa—. Y sí, estoy un poco
preocupada. No lo puedo evitar.
Somin sonrió.
—Guau, siento que no soy digna de tales palabras de profundo afecto. —Puso
una mano en el hombro de Miyoung y le dio un apretón—. Lo bueno de los
amigos es que, incluso cuando se pelean, todavía se siguen preocupando por el
otro.
Somin volvió a su hoja y comenzó a escribir.
Miyoung se tomó un momento para aclararse el nudo que tenía en la garganta
antes de hacer lo mismo.
26

M IYOUNG Y JIHOON EMPEZARON A COMER CON REGULARIDAD EN los escalones.


Parecía que llovía el viernes, pero, aun así, caminaron hacia el patio a
la hora del almuerzo, envueltos en abrigos de invierno. Miyoung
redujo la velocidad al acercarse a su punto habitual.
Una fea pintura roja manchaba el concreto descolorido: ASESINA; gijibae DE

PLÁSTICO; ¡SAL DE NUESTRA ESCUELA!

Ella tenía intenciones de sentarse, a pesar de que la pintura todavía estaba


húmeda.
—¡Espera! —dijo Jihoon—. Solo un minuto, ¿de acuerdo? Espera a que regrese.
Jihoon salió corriendo sin esperar una respuesta.
Miyoung estaba mirando las palabras escritas con enojo, cuando la puerta detrás
de ella se abrió nuevamente. Era Somin.
—¿Qué estás haciendo aquí afuera? Está helado.
—Yo… —Miyoung se detuvo antes de que pudiera pensar qué decir. Pero no
importaba. Somin vio el gra ti y dejó escapar algunas maldiciones que la hicieron
alzar las cejas, impresionada.
Antes de que cualquiera de las dos chicas pudiera volver a hablar, Jihoon
regresó. Traía una cubeta, en donde el agua se movía y salpicaba por doquier. En
la otra mano llevaba, con torpeza, dos trapeadores y unos cuantos trapos.
—¿Qué estás haciendo aquí? —Jihoon le preguntó a Somin, y la dureza de su
voz no le gustó nada a Miyoung.
—Ustedes dos, ¿pueden dejar de pelear?
Somin y Jihoon la miraron jamente, pero nadie estaba más asombrada por el
arrebato de ira que la mismísima Miyoung. De todas formas, se dio cuenta de que
no se lamentaba por haberlo dicho. De hecho, se sintió bien.
—Se conocen de toda la vida. ¿Saben lo especial que es eso? Si van a arruinar su
amistad, entonces bien, esa es su decisión, pero que no sea por una pelea que me
involucra. Yo no pedí ser parte de esto.
Somin y Jihoon estuvieron en silencio por un momento, probablemente porque
la situación los había tomado por sorpresa. O, tal vez, ninguno de los dos quería
ser el primero en hablar.
—Lamento haberte dado la espalda —cedió nalmente Somin.
—Lo siento por haberme guardado secretos —reconoció Jihoon.
—Bueno, confío en que deben ser muy importantes si me los estás ocultando.
Jihoon sonrió y la tensión alrededor del corazón de Miyoung se a ojó.
—Entonces… —Jihoon alargó la palabra—. ¿Eso signi ca que me has echado de
menos? —Antes de que Somin pudiera evitarlo, apresó con sus brazos su cabeza.
—¡Ey! —gritó ella.
Jihoon se negaba a liberarla.
—Admite que me extrañaste.
Somin golpeó su espalda con un amplio movimiento de puños.
Terminó soltándola con un gruñido de dolor.
—Ay, ¡eso duele!
—Ese es el punto —replicó Somin, todavía pegándole.
Mientras Miyoung observaba, una presión creció en su interior. Se sentía como
el burbujeo de una bebida gasi cada, cuya tapa estaba cerrada herméticamente.
Sentía como si la hubieran agitado sin parar. Eso era consecuencia de días de
acoso y semanas de desequilibro. Ahora, se enfrentaba a la imagen surrealista de
Somin y Jihoon abofeteándose mutuamente como dos niños pequeños. Porque,
según Miyoung, eso eran: niños libres de ser tan ridículos como quisieran.
La presión se abrió paso al exterior y terminó estallando en una carcajada. Todos
se detuvieron ante el sonido, pero nadie estaba más sorprendido que Miyoung.
—¿Te estás riendo de mi dolor? —preguntó Jihoon.
—Me resulta divertido ver cómo te dan una paliza —confesó entre hipos.
—No le está dando una paliza cualquier persona —rebatió Somin a modo de
defensa de su amigo.
—Sí. —Jihoon pasó un brazo alrededor del hombro de su amiga en solidaridad.
Su anterior pelea estaba completamente olvidada—. Me está dando una paliza
Lee Somin. Sus puños pueden hacer caer naciones enteras.
Jihoon levantó una de sus pequeñas manos como prueba.
Tres pares de ojos miraban jamente el pequeño puño. En ese momento, todos
se echaron a reír. A Miyoung le dolían los abdominales y sentía la cabeza ligera,
pero era una buena sensación de puri cación. Sentía como si le hubieran
limpiado los residuos oscuros que habían estado obstruyendo su estómago
durante días.
—¡Ey! ¿Están escondiéndose de mí? Los estuve esperando en la cafetería —dijo
Changwan desde la puerta, con los brazos cruzados.
—Changwan-ah, ya que estás aquí, puedes ayudarnos a limpiar —propuso
Jihoon. Eso le recordó a Miyoung la presencia de los gra tis.
—No tienen que hacerlo —dijo, avergonzada por las palabras hostiles.
—Por supuesto que lo haremos. —Somin frunció el ceño ante las letras
extendidas sobre los escalones—. Solo los cobardes hacen cosas como esta.
Changwan asintió y aceptó uno de los trapeadores. Sin preguntas y sin miradas
compasivas. Solo aceptación y buena voluntad para ayudar. Era extraño para
Miyoung sentir ese tipo de apoyo automático.
Los tres amigos intercambiaron burlas y risas mientras limpiaban, y a rmaban
que todavía les faltaban muchos lugares por lavar o que alguno de ellos estaba
holgazaneando.
Era insólito que algo que podría haber sido otro golpe doloroso para su
con anza se hubiera convertido en algo tan agradable.
Hacían esto por Miyoung. Estaban limpiando con gusto para poder borrar las
crueles palabras dirigidas a ella.
Esto hizo que se preguntara si siempre había sido tan fácil hacer amigos. Como
consecuencia, un arrepentimiento se instaló con pesadez en su corazón debido a
todo el tiempo que había perdido en soledad.
27

L A LUNA LLENA ESTABA CERCA. ERA DOMINGO Y MIYOUNG NOTÓ QUE la casa estaba
extrañamente tranquila mientras se movía a través de su habitación y se
ponía un suéter y unos vaqueros.
Se sentía curiosamente tranquila. Tenía la sensación de que, sí o sí, las cosas se
arreglarían esa noche. Yena estaría en casa antes del anochecer y Miyoung le diría
toda la verdad.
Si tenía cuidado con la forma en que lo formulaba, y se cuidaba de no hacer
mención a las chamanas o talismanes, su madre de nitivamente encontraría la
manera de solucionarlo todo.
Y después podría intentar decirle a Yena que quería quedarse allí,
permanentemente. Un verdadero hogar, con amigos de verdad.
Su teléfono móvil sonó y el número de Nara iluminó la pantalla. Miyoung dudó
un segundo antes de responder.
—No creo que estés llamando solo para saludar.
—Esta noche hay luna llena. —Nara sonaba tensa.
—He oído rumores al respecto.
—Si quieres hacer algo…
—Le diré todo a mi madre. No necesito de tus rituales de chamana para arreglar
esto.
—¿Rituales de qué? —Al oír la voz de Yena, Miyoung giró y dejó caer su móvil
con un estrépito.
Yena miró a Miyoung con tranquilidad desde la puerta, como si hubiera
preguntado por el clima. Pero ella vio los puños apretados de su madre y cómo
sus uñas le dejaban unas marcas en la piel.
—Puedo explicarlo. —¿Podría? Parecía difícil poner en orden sus pensamientos
ante la furia de su madre.
—Sabes que confío en que hagas lo que te pida.
—Eso hago.
Los ojos de Yena se encendieron.
—También espero que me digas la verdad.
Yena caminó hasta el escritorio de Miyoung, abrió una gaveta, sacó todos los
papeles y los dejó caer al suelo antes de tirar de la siguiente. Era una inspección,
como si su hija fuera la sospechosa de un crimen.
—Te he dicho que nunca hables con chamanes. —Cada vez había más papeles
esparcidos por el suelo, junto con cuadernos y bolígrafos—. Son enemigos de
nuestra especie. Solo buscan lastimarnos o hacernos algo peor.
—Madre.
Yena la interrumpió con una mirada fulminante.
—No te explico todas mis reglas porque hay cosas en este mundo que son muy
difíciles de entender, incluso para personas como nosotras. —Yena sacó la última
gaveta y dejó caer su contenido; después, soltó la gaveta de madera también.
»Todo lo que hago es para ti. Todo. —Yena sujetó la chaqueta del colegio de su
hija, que estaba en el respaldo de la silla de escritorio, y sacó los bolsillos para
afuera. El talismán salió revoloteando hasta el piso. Era como una bandera
amarilla que dejaba en evidencia la culpa de Miyoung. Su madre lo recogió
utilizando el pulgar y el índice, y su rostro se contorsionó con indignación—. Y
así es cómo decides jugar con mi con anza.
—¡Por favor! —suplicó Miyoung.
No importaba lo que dijera. Su madre no cambiaría de opinión. Con
movimientos lentos y deliberados, Yena rasgó el talismán por la mitad y el papel
dorado chispeó. Miyoung observó cómo el poder del amuleto se liberaba y se
dispersaba por el aire.
No pasó ni un segundo antes de que las sombras se levantaran y se derramaran
por las paredes.
—¿Por qué haces todo esto? —preguntó Yena mientras las sombras detrás de ella
se estiraban y se congelaban en el lugar para convertirse en formas amenazantes.
—Lo siento —tartamudeó Miyoung y pestañeó tan fuerte que luces blancas
ardieron detrás de sus párpados.
—Dime —insistió Yena mientras las guras amenazadoras se alzaban sobre ella
y se preparaban para apresarla con los brazos extendidos.
—¡Madre! —gritó, pero los demonios se movieron rápidamente a través de Yena,
quien no se inmutó de lo que estaba sucediendo.
Miyoung quería sollozar. Su vida era un completo desastre y solo pretendía
remediar las cosas. A n de cuentas, mentir era su mejor habilidad, y resultó que
nalmente había aprendido a mentirse a sí misma.
—Lo siento —repitió. No sabía si se estaba disculpando con su madre o con los
rostros fantasmales de sus víctimas.
—¿Qué has hecho?
Miyoung se alejó de la ira de su madre y de los fantasmas detrás. Representaban
una serie de amenazas que no podía manejar. Estos mostraron sus dientes, y el
odio se veía con claridad en sus rostros. Sus ojos eran como dos agujeros negros y
la miraban, juzgándola.
—Déjame en paz.
—No uses ese tono conmigo —advirtió Yena. Sus fosas nasales parecían escupir
fuego por culpa de una rabia que apenas podía contener.
Los espectros se movían por el aire, como si danzaran en sintonía con la furia de
su madre. Aprovecharon el momento y se lanzaron hacia adelante.
—¡Aléjate! —gritó Miyoung y se balanceó para correrla. No obstante, sus uñas
rasparon la mejilla de su madre. Enseguida aparecieron unos tajos rojos, de los
que manaban gotas de sangre, a lo largo de su piel pálida.
—¡Miyoung! —El rugido llenó la habitación y despejó el miedo y la
desesperación de su mente. Parpadeó hasta que pudo enfocarse en su madre. Los
fantasmas habían retrocedido, y ella se miró la mano, la cual estaba manchada
con la sangre de Yena.
—No quise hacerlo. —Su voz oscilaba entre la angustia y la disculpa—. Estaba
tratando de arreglarlo. Song Nara me dijo… —Apretó los labios al darse cuenta de
su error.
—Song. Nara. —Yena pronunció cada palabra con lentitud—. ¿La chamana con
la que estuviste hablando se llama Song Nara?
Miyoung asintió, resignada.
Sin decir ni una palabra más, Yena giró sobre sus talones.
—¡Espera! —Miyoung la llamó—. ¿A dónde vas?
Pero su madre decidió no responder e irse corriendo, furiosa.
Con dedos torpes, Miyoung marcó el número de teléfono de Nara.
—Nara, si te doy la perla, ¿puedes garantizarme que eres capaz de arreglar todo
esto?
—Sí, creo que puedo, seonbae.
—Dime dónde nos encontramos.
28

J IHOON USABA SUS TARDES DE DOMINGO PARA UNA COSA: JUGAR videojuegos.
Sus momentos de felicidad eran cuando no tenía clases o cuando su
halmeoni le daba un respiro después de haber ayudado en el restaurante.
Encendió el viejo ordenador de su apartamento y consideró si valía la pena
ponerse unos pantalones de verdad para ir a la sala de informática, que tenía una
mejor conexión a Internet. Decidió sacar un par de la pila de ropa que su
halmeoni había doblado. Un papel amarillo cayó del bolsillo, lo que lo hizo
suspirar. No importaba que hubiera dejado el bujeok para lavar a propósito, ella
lo encontró y lo guardó meticulosamente, para después dejarlo con cuidado en su
bolsillo otra vez. Jihoon estaba a punto de meterlo dentro de una gaveta, pero se
detuvo. De todas las personas, él ahora sabía que estas cosas no eran simples
supersticiones. Así que se lo guardó en la chaqueta antes de ponérsela.
El sonido del timbre de la puerta principal lo confundió al principio. Casi nadie
subía hasta allí cuando el restaurante estaba abierto en el piso de abajo.
Los bujeoks amarillos alrededor de la puerta ondearon cuando la abrió.
El detective Hae estaba al otro lado.
—Detective. ¿Está buscando a mi halmeoni? Ella está abajo.
La mirada perspicaz del detective se posó en la arrugada ropa de Jihoon y en sus
ojos adormecidos.
—En realidad, te estaba buscando a ti. Tu vecina, la señora Hwang, me ha dicho
que fuiste al bosque hace unas semanas.
—¿Cuándo fue eso? —Aunque Jihoon ya lo sabía.
—Tiene que haber sido hace unos dos meses.
Dos meses atrás. Cuando Jihoon conoció a Miyoung por primera vez. Cuando la
vio matar a un dokkaebi.
Su mente se aceleró. ¿Debería mentir? Determinó que una verdad a medias sería
lo mejor. Era más fácil decir la verdad, incluso si no estaba completa.
—No recuerdo todas las noches en las que estoy afuera, pero intentaré ayudarlo
si puedo.
—¿Recuerdas haber visto algo raro? —preguntó el detective Hae.
—¿A qué se re ere?
—Simplemente cualquier cosa. —El detective estaba siendo igual de reservado.
—No, el vecindario es bastante tranquilo después del anochecer.
—¿Has oído algo proveniente del bosque?
—¿Se re ere a excursionistas?
—Lo que sea. —El detective observaba a Jihoon tan de cerca que sintió que, si
parpadeaba de manera incorrecta, el hombre descubriría toda la verdad.
—Realmente no me doy cuenta de las cosas que pasan.
El detective Hae suspiró.
—Todo esto es acerca del archivo que viste en la estación. Ese hombre
desapareció hace dos meses. Encontramos su cuerpo anoche. —Enfatizó la
palabra «cuerpo» para ver si conseguía una reacción de su parte.
Jihoon mantuvo su expresión en blanco mientras repasaba en detalle la última
estrategia de batalla de sus videojuegos.
—Lo siento, no puedo ayudarlo.
—Escucha. —El detective vaciló por un momento—. Esto sonará raro, pero creo
que este es un patrón. Ha habido otros ataques similares.
—¿Similares? ¿Como cuáles? —preguntó Jihoon.
—Eso es información con dencial —respondió, pero Jihoon no necesitaba
escuchar nada más, porque ya se hacía una idea. Hombres desaparecidos,
despojados de sus hígados. Hombres que parecían haber sido atacados por un
lobo… o una zorra.
»Pero estoy bastante seguro de que habrá otro ataque, y pronto. Ahora, ¿estás
seguro de que no has visto nada?
—Sí, estoy seguro. —La boca de Jihoon era una línea dura y severa, un truco
que había aprendido de su halmeoni.
El detective Hae buscó en su bolsillo y sacó su tarjeta.
—Bueno, si recuerdas algo, házmelo saber.
Jihoon la aceptó y se aseguró de mantener los dedos rmes.
Este hombre se estaba metiendo en su cabeza. Miyoung no era la única gumiho
que vagaba por la ciudad. Además, por lo que le había dicho, Yena era
despiadada. Los ojos de Jihoon se movieron hacia los bujeoks detrás de la puerta.
Recordó el que había usado el dokkaebi contra Miyoung esa primera noche.
Cómo la había debilitado.
—Espere —gritó Jihoon. Se sentía un tonto, pero ¿y si el detective se lastimaba
sin haber hecho algo malo? Por eso, jaló de un talismán y se lo ofreció.
—¿Un bujeok de protección?
—¿Ya sabe lo que es? —Jihoon levantó las cejas, sorprendido.
—Mi esposa solía estar obsesionada con estas cosas.
—Debería llevárselo. Parece que tiene un trabajo muy peligroso.
El detective se rio y le dio una palmadita en el hombro. Era un gesto
extrañamente paternal, por lo que Jihoon retrocedió al sentir una repentina
incomodidad.
El hombre asintió con la cabeza una última vez y Jihoon se inclinó en una
reverencia.
Se apoyó con pesadez contra la puerta, después de haberla cerrado. Intentó
llamar a Miyoung. Ella le había hecho prometer que solo usaría su número de
teléfono en caso de emergencia. El joven supuso que esto clasi caba como una.
No respondió. Maldijo mientras abría la puerta de nuevo y salía corriendo.

Jihoon subió la colina en dirección a la casa de Miyoung. Vaciló al nal del largo
camino y echó un vistazo al cielo, que se estaba oscureciendo con el atardecer.
Pero logró reunir el coraje su ciente para seguir adelante.
Un movimiento en los árboles lo hizo detenerse y se quedó inmóvil hasta que
pudo reconocer la chaqueta del uniforme de su escuela. Miyoung.
No era un buen momento para una caminata casual. Seguramente se estaba
preparando para cazar. Si ese detective estaba patrullando, Jihoon no quería
pensar en lo que podría pasar.
—¡Miyoung! —vociferó, pero estaba demasiado lejos o solo lo estaba
ignorando.
Se apresuró para seguirla y se preguntó cómo se movía tan rápido sin hacer
ningún ruido.
El sendero era estrecho, lleno de grandes raíces y rocas escarpadas. La pendiente
era tan empinada que Jihoon se cansó de inmediato. Se preguntó si era
físicamente posible que a una persona se le salieran los pulmones de tanto toser,
pero realmente no quería averiguarlo. Así que tomó un breve descanso y se apoyó
contra un árbol. Allí, la altura era vertiginosa. La ciudad estaba tan abajo que
parecía una réplica de juguete. Lamentablemente, el descanso le había hecho
perder tiempo valioso. Cuando se volvió hacia el camino, Miyoung no estaba a la
vista.
—Gu Miyoung —exclamó, sin obtener respuestas. No es que realmente hubiera
esperado una.
»Miyoung-ah, si puedes oírme, respóndeme. —Sus gritos hicieron que algo se
sacudiera en la maleza. Él se deslizó hacia atrás, muy cerca de la saliente.
Alguien lo agarró a tiempo y se terminó cayendo sobre una pila de hojas.
Miyoung estaba de pie sobre él, con los brazos cruzados. Por la expresión de su
rostro, no solo estaba molesta, sino también enojada.
—¿Qué quieres? —preguntó.
—Ellos… —titubeó y dejó de hablar. Se puso de pie y se limpió la suciedad que
tenía adherida a los pantalones mientras trataba de calmarse—. Han encontrado
un cuerpo en el bosque.
La expresión de Miyoung era ilegible.
—Era un hombre que había desaparecido —prosiguió Jihoon—. Están
sospechando. Están buscando al culpable y creen que va a atacar otra vez.
Miyoung asintió, la única señal de que había escuchado lo que dijo.
—Hay un policía que está investigando y haciendo preguntas.
—Solo porque esté indagando, no signi ca que sepa algo. —Miyoung frunció el
ceño.
—Quizá no deberías estar afuera esta noche.
—Necesitas dejar de intervenir en esto. No es seguro que estés aquí. —Miyoung
apoyó una mano en su vientre y sus ojos se movieron de un lado a otro, como si
vieran algo que él no podía ver. Asimismo, su piel había adquirido una extraña
palidez verdosa.
—¿Estás bien?
—Vete a casa. —Miyoung no esperó una respuesta y regresó al bosque.
Parecía distraída. Si lo estaba, eso signi caba que podría cometer un error.
Jihoon no se dio tiempo para pensar. Mientras la luz del sol menguaba, empujó
las ramas para avanzar por el camino y seguirla hacia las profundidades del
bosque.
29

A MEDIDA QUE MIYOUNG SE ABRÍA PASO A TRAVÉS DEL BOSQUE, EL


nieve cayó sobre su mejilla y se fundió contra su piel.
«Las grandes cosas siempre suceden en la primera nevada». Las
palabras de la halmeoni de Jihoon resonaron en su cabeza. Aunque ahora
primer copo de

parecían una advertencia.


Pasó sus manos sobre la áspera corteza de los árboles mientras caminaba. No lo
hacía para mantenerse en equilibrio, ya que podía moverse con ligereza sobre sus
pies, incluso en ese terreno desigual. La verdad era que le gustaba la conexión
física con la ora que la rodeaba. Eso la consolaba y la a anzaba cuando sentía
que estaba perdiendo fuerzas.
Esa noche iba a necesitar de todo el apoyo que pudiera conseguir.
Sus fantasmas se movían a través de los árboles, saltando de rama en rama, y
tratando de destruir su voluntad y determinación.
Pasó los dedos por su pelo enredado. A pesar del aire fresco del invierno, este se
le había pegado al sudor frío que se le había formado en la sien.
Nara se interpuso en el camino de Miyoung y la detuvo abruptamente. La joven
chamana llevaba puesto un colorido hanbok, cuyos brillantes colores
contrastaban con los grises y marrones de los árboles desnudos a su alrededor.
—Ay, seonbae —murmuró Nara. Sus ojos se movían nerviosos en torno a
Miyoung, la cual pudo notar cómo estos estaban empapados a raíz de una gran
pena. Luego, se quedó mirando a los espíritus de la gumiho—. Vamos, la luna está
saliendo. —Agarró el brazo de Miyoung con tanta fuerza que le clavó los dedos
en la piel.
—Tus instrucciones no fueron muy claras.
—Necesitábamos un lugar con la energía adecuada. —Nara seguía tirando de su
brazo, por lo que Miyoung tuvo que ir dando traspiés para mantener el ritmo de la
chica más baja.
Había un espacio de tierra despejado justo debajo de un gran roble, que aún
sostenía unas cuantas hojas.
Al lado de un tronco grueso había un gran altar, plagado de bandejas de frutas,
castañas y arroz. Había unos cuencos de cobre llenos de arena e inciensos. Las
velas titilaban e iluminaban los rostros de una docena de pinturas; cada uno
miraba a Miyoung con ojos oscuros.
—Enciende un incienso. —Nara le extendió uno largo.
Miyoung obedeció.
Nara aferró un cáliz de bronce y se lo ofreció.
Miyoung echó un vistazo al interior y casi esperaba encontrarse con la mezcla
de agua y cenizas de la última vez.
Pero solo era vino.
—Te ayudará a limpiarte —explicó Nara—. Necesitamos conectarnos con los
dioses, así que necesitas puri carte antes de que podamos hacer esto.
—Nara, quiero creer que esto funcionará. Es solo que la última vez… —Su voz
se fue apagando y la chamana asintió como un gesto de comprensión.
—No estás segura de poder con ar en mí después de lo que ocurrió en la última
luna llena.
—Es mi vida la que está puesta en juego —dijo Miyoung.
—No puedo prometerte nada, seonbae. Y no creo que esto funcione si no
confías en mí.
Miyoung vaciló y consideró dar media vuelta y alejarse. Pero el hambre que
sentía en sus entrañas hacía que le doliera todo el cuerpo. Y eso le hizo recordar
la descon anza que había visto en los ojos de su madre. Así que tomó un sorbo y
saboreó la amargura del alcohol con su lengua antes de tragarlo.
—Necesito que esto funcione, Nara. —Miyoung le devolvió el cáliz—. He
defraudado a mi madre. No puedo volver hasta que esto esté arreglado.
—Si tu madre te ha hecho algo…
—No hablemos de mi madre, por favor —insistió—. ¿Puedes hacerlo o no?
Nara enderezó los hombros y su cara ya no estaba tensa.
—Sí, puedo hacerlo.
Miyoung asintió y agarró la perla de su bolsillo con tanta fuerza que creyó que
la aplastaría.
—¿Qué harás ahora?
—Yo no haré nada —dijo Nara—. Mi halmeoni es la que te ayudará.
Una anciana entró en el pequeño claro. Llevaba puesto un hanbok tradicional
ceñido sobre sus costillas; su falda de satén era tan ancha como una campana. En
lugar de los colores brillantes que usualmente componían a un hanbok, el suyo
era de un blanco puro.
Miyoung casi retrocedió. Este no había sido el trato. Las historias sobre Chamana
Kim hicieron eco en la parte posterior de su cabeza y se mezclaron con las
advertencias de Yena. Tal vez no debería estar con ando en ellas. Tal vez debería
irse a casa, encontrar a Yena y pedirle disculpas.
—¿Es ella? —preguntó la halmeoni de Nara, y su mirada pareció retener a
Miyoung en su sitio.
—Así es —respondió Nara—. Gu Miyoung.
—Gu. Mi. Young. —La anciana repitió cada carácter de su nombre como si lo
estuviera diseccionando—. Soy Chamana Kim.
Miyoung hizo una reverencia. Sus modales tomaron las riendas de la situación
porque su mente estaba demasiado ocupada debatiendo si valía la pena estar allí.
No sabía nada acerca de Chamana Kim, excepto que había exorcizado más
espíritus oscuros y criaturas de las que alguien había podido contar y que siempre
había odiado todo lo que consideraba como malo. Miyoung sabía que las de su
tipo encajaban en esa categoría. Era como si una cierva con ara en un cazador
para que disparara una echa a su lado.
Chamana Kim se enfrentó a su nieta.
—¿Dónde está?
Nara miró a Miyoung, expectante.
No podía sacar la mano del bolsillo en donde sujetaba la perla.
—Si no quieres mi ayuda, entonces estoy perdiendo mi tiempo.
—Yo solo… necesito estar segura —tartamudeó Miyoung con una voz débil.
—No hay garantías cuando se trata de este tipo de prácticas. Pero sí puedo
deshacerme de tus fantasmas —aseguró Chamana Kim—. Supongo que eso te
gustaría.
Miyoung asintió.
—Entonces, si quieres que te reúna con tu yeowu guseul, también necesitaremos
eso.
Miyoung asintió de nuevo. Luego, respiró profundamente y extendió la perla. La
dejó caer en la mano impaciente de Chamana Kim.
De pronto, se estremeció. Estaba helada.
Miyoung miró a Nara en busca de consuelo, pero ella le devolvió la mirada con
frialdad, como si fuera una desconocida. ¿Era por la presencia de Chamana Kim?
¿Temía tanto a su halmeoni que ngía no tener relación alguna con Miyoung? La
indiferencia le dolió, incluso cuando reconoció que eso era lo que siempre había
hecho: mantener las distancias con Nara.
—Siéntate —ordenó la halmoni de Nara y Miyoung obedeció.
Chamana Kim sacó un bujeok y lo envolvió alrededor del yeowu guseul. Los
ojos de la mujer capturaron los de Miyoung, y su mirada no era precisamente
amistosa. La gumiho se volvió a preguntar si no había sido una tonta por haber
con ado en esta anciana.
Ya era muy tarde para cambiar de opinión. Nara colocó un janggu en su regazo;
era un tambor con forma de reloj de arena, pintado de rojos y azules brillantes
que casualmente coincidían con el hanbok de la joven. Le dio unos golpes al
instrumento y este resonó con fuerza a través del bosque.
A pesar de su edad, Chamana Kim se movió con gracia, con movimientos largos
y amplios, y dio unos pasos lentos y medidos. Después de eso, sus brazos se
doblaron y se torcieron en un kut, un baile chamanístico. Eso provocó que sus
largas mangas se dispararan como una extensión de su cuerpo.
Se veía cómo la luna emergía en el horizonte a medida que el ritual kut
avanzaba.
El aire se volvió pesado. El olor a incienso se hizo más espeso.
Miyoung tosió para aclararse la garganta, pero no funcionó del todo. Nara llamó
su atención y articuló: «Ábrete».
Miyoung se calmó y trató de liberar la tensión de sus hombros. No sabía cómo
abrirse, pero supuso que relajarse era un paso fundamental.
El humo del incienso se mezcló con el viento y unas formas fantasmales se
materializaron. Se fusionaron para convertirse en la cara de una de sus víctimas
pasadas. Un hombre al que había atrapado en plena luna llena mientras mataba
perros en un callejón. Su gi había tenido un sabor salado e intenso.
Y luego otro. Era la cara de un hombre que había usado dinero para comprar su
libertad después de haber conducido ebrio y haber atropellado a una familia de
cuatro integrantes. Todos habían muerto, por lo que Miyoung envió al hombre al
más allá para que se reuniera con ellos.
Cada vez había más caras en el humo, liberándose para vagar en torno a
Miyoung. Era un macabro montaje de sus víctimas. Los ojos vengativos de los
muertos daban vueltas y vueltas a su alrededor, como una muchedumbre que la
juzgaba.
Miyoung jaló del cuello de su camisa en un claro intento de tomar un poco de
aire. Los ojos de Chamana Kim se clavaron en ella, mientras giraba y se doblaba.
Su agraciada danza se tornó en unos movimientos bruscos y abruptos.
El ritmo del janggu alcanzó un crescendo enérgico, y el corazón de Miyoung lo
igualó, latido por latido.
«Libera a los espíritus impuros». La voz no era la suya, sino la de la chamana,
cuyos ojos seguían posados en ella.
No puedo respirar, pensó Miyoung. Se sentía como si las manos de los muertos
se estuvieran apretando contra su piel, como si sus dedos fríos la estuvieran
as xiando.
«La muerte te sostiene. Te cubre».
Arañó su propio cuello. Estaba tratando de abrir una vía para que el oxígeno
pudiera ingresar nuevamente a su cuerpo.
La perla que estaba envuelta en oro parecía resplandecer, brillante como el
fuego. Era una copia de las llamas que Miyoung sentía en sus venas. Intentó
arrastrarse para arrebatársela a la chamana, pero apenas podía mantenerse
sentada.
Se tensó para combatir el dolor hasta que su espalda se arqueó en respuesta. El
calor la envolvió y sintió unos fuegos arti ciales a lo largo de su torrente
sanguíneo.
Lo siento. Lo siento, trató de decir, pero no pudo pronunciar las palabras.
Se retorció, atormentada, y su cuerpo se movió en sintonía con la danza
espasmódica de la chamana.
Su visión se debilitó y una oscuridad pareció extenderse, como si un agujero
negro se hubiera abierto en el bosque. Este succionó los fantasmas que la
rodeaban y se los devoró. Sus protestas se convirtieron en un gemido desgarrador.
En aquel momento, la oscuridad la atrajo y trató de absorberle el alma, como si
intentara liberar esa parte de su cuerpo. Cuando abrió la boca para gritar, no salió
ningún sonido.
De pronto, algo irrumpió en la escena. Era una gura grande que parecía torpe y
tambaleante en comparación con la chamana, que bailaba con elegancia. Era
Jihoon. Este corrió hacia adelante, empujó a Chamana Kim y le quitó la perla de
las manos. La dejó caer de inmediato con un quejido y no tardaron en aparecerle
unas ampollas en las palmas enrojecidas.
A pesar de que la danza había sido interrumpida, el rayo que se había disparado
a través de Miyoung no cesó. Quiso levantarse con rapidez y sus piernas
amenazaron con doblarse. También, le dolía el corazón.
Estiró el cuello para recobrar el aire y vio la luna llena brillando en el cielo.
Con lo poco que le quedaba de fuerza, salió corriendo.
30

J IHOON DEJÓ CAER LA PERLA Y SE QUEDÓ MIRANDO LAS QUEMADURAS que provocó en
sus palmas, tal y como si hubiera agarrado una brasa en lugar de una
simple piedra.
El rostro perplejo de la chamana casi lo hizo inclinarse instintivamente a modo
de disculpa. Miyoung aprovechó el momento y corrió hacia los árboles.
Jihoon se fue tras ella y le pidió que esperara, aunque no lo escuchó. La perdió
de vista justo después de haber dejado atrás la luz del claro.
Una vez lejos de las velas encendidas de aquel sitio, Jihoon notó que la luna no
atravesaba el espeso follaje de los árboles. Todo a su alrededor le parecía igual y
allí fue cuando cayó en la cuenta de que se encontraba solo en mitad del bosque,
en plena luna llena.
Un grito perforó el silencioso movimiento de los árboles y su corazón dio un
salto que le terminó generando un nudo en la garganta.
Reconoció la cadencia. Era demasiado brusca como para ser el aullido del
viento y demasiado tormentosa como para provenir de un animal. Era el llanto de
una persona.
Jihoon la encontró debajo de un árbol nudoso, que se inclinaba sobre sí mismo
antes de alcanzar el cielo.
Miyoung estaba acurrucada en sí misma, con las extremidades dobladas contra
su cuerpo en un claro re ejo del árbol deformado. Enterró su cara en sus rodillas.
Había nueve colas fantasmales que estaban ondeando a su alrededor, bajo la luz
moteada de la luna.
—Miyoung-ah. —A pesar de que Jihoon se acercó con lentitud, no pudo evitar
tropezarse con algunas raíces y piedras.
Avanzó de a poco, como si se estuviera acercando a un animal herido.
Miyoung apretó los puños sobre su cabeza y jaló de sus mechones de color
ébano con tanta fuerza que Jihoon tuvo miedo de que los arrancara de su cuero
cabelludo.
El joven acortó la distancia entre ellos e intentó no mirar las colas ondulantes.
Sin embargo, una rozó contra su brazo. No sabía muy bien qué esperar, pero el
suave roce del pelaje le puso la piel de gallina a lo largo de todo su cuerpo.
—Estoy tan cansada —murmuró Miyoung—. Tengo mucha hambre.
—¿Miyoung-ah? —repitió.
Un estremecimiento se apoderó del cuerpo de la joven y su murmullo se detuvo.
El mismísimo aire del claro se calmó, como si el bosque estuviera conteniendo la
respiración.
Levantó la cabeza, giró lentamente y se inclinó. Sus ojos oscuros divisaron la
luna y dejó escapar un gruñido gutural.
De un momento a otro, Jihoon se hallaba de espaldas en el suelo y ella se
encontraba en cuclillas encima de él.
A Miyoung se le había acumulado mucha saliva alrededor de la boca. Esta
goteaba de sus labios y comenzó a caer sobre la mejilla del joven.
La gumiho bajó la cara hasta estar a centímetros de la suya. Sus ojos estaban
dilatados y sus labios se curvaron en la sonrisa complacida de un depredador.
—¡Miyoung-ah! —Trató de empujarla, pero ella ni se inmutó—. ¡Gu Miyoung!
—repitió su nombre con la esperanza de recordarle su identidad.
A modo de respuesta, ella se apoyó en sus hombros; las piedras del suelo se
presionaban dolorosamente contra su espalda.
No podía mover ninguna de sus extremidades. Entonces, Jihoon hizo lo primero
que se le vino a la mente. Se incorporó y le mordió el hombro a Miyoung.
La gumiho aulló de dolor y su agarre se a ojó.
Jihoon cayó sobre su vientre y se escabulló.
Ella se recuperó muy rápido. Sus manos se envolvieron alrededor de sus rodillas
y sus dientes encontraron su pantorrilla. Estos pudieron cortar la tela y atravesar la
carne. Jihoon gritó y su alarido fue tan agudo que hizo eco por todo el bosque.
Intentó dar patadas y arañar para zafarse mientras ella lo hizo rodar sobre su
espalda.
—Me estoy muriendo de hambre. —Las palabras vibraron por todo su torso justo
cuando lo inmovilizó nuevamente en el suelo.
Jihoon no se podía mover y ella se agachó un poco más. Sus pesados resoplidos
movían su pelo.
—Miyoung-ah —suplicó Jihoon, tratando de impregnar cada palabra con
desesperación.
Ella se detuvo y frunció el ceño.
—Por favor, soy yo, Ahn Jihoon. —En su exasperación, comenzó a divagar—.
Odias mis chistes y crees que hablo demasiado. Tienes miedo al agua. Mi
halmeoni te preparó doenjang jjigae. Dijiste que no me matarías. Dijiste que no lo
harías. —Una lágrima cayó por su mejilla.
Miyoung se sobresaltó y sus ojos se aclararon.
—¿Jihoon?
En ese momento, su cuerpo comenzó a convulsionar. Se estremeció y cayó
sobre el hombro de Jihoon.
Él se liberó de su peso y se inclinó para ver cómo estaba.
—Si fuera tú, la dejaría en paz. —La chamana salió de entre los árboles.
Jihoon tuvo una sensación de déjà vu al ver su rostro.
—¿Te conozco?
—¿Qué? No. —La voz de la chamana era mordaz.
—Ah —respondió Jihoon, pero no pudo ignorar esa extraña impresión.
—Tú eres la luminosidad —dijo la chica—. Eres el sol perseguido por las
sombras. Y ella representa esas sombras.
—No sabes nada de nosotros —refutó Jihoon y se movió para proteger a
Miyoung.
La chamana mayor salió de la oscuridad del bosque y sus ojos se endurecieron
cuando se jaron en la joven gumiho.
—Sabemos mucho más de lo que crees —aseguró la halmeoni.
—Bueno, no me importa lo que ustedes crean. Déjennos solos
—¿Alguna vez te has preguntado si ella se merece tu lealtad? Es una asesina. —
La voz de la joven denotaba una clara acusación.
—Espera, ahora recuerdo dónde te he visto —dijo Jihoon cuando el
reconocimiento se asentó en su mente.
—Nunca nos hemos visto.
—No. —Jihoon pronunció la palabra mientras intentaba aferrarse a la memoria.
Recordó una gura fantasmal que retrocedía en dirección al bosque cuando
luchaba desesperadamente contra un dokkaebi—. Te he visto antes.
—No, no es cierto —insistió ella.
—Estabas allí, cuando conocí a Miyoung por primera vez. Creí que eras un
fantasma, pero estuviste en el bosque cuando ella perdió esa perla.
—¿Qué? —La pregunta se abrió paso por el bosque. Miyoung se sentó detrás de
Jihoon.
—Nara. —Los ojos de Miyoung se encendieron al posarse en la chica—. Dime
lo que has hecho.
Pero fue la vieja chamana quien respondió.
—Hizo lo que debía hacer para librar a este mundo de un demonio.
31

M IYOUNG NO SABÍA QUÉ LE DOLÍA MÁS, SI LA TRAICIÓN QUE


las llamas agonizantes que aún recorrían por sus venas.
orecía en su pecho o

—¿Nara? —Cuando Miyoung se puso de pie, Jihoon trató de


estabilizarla, pero ella lo empujó. No quería su ayuda, no la necesitaba.
—Es una larga historia —dijo Nara. Las palabras no signi caban nada. No había
ninguna explicación que pudiera amortiguar el golpe, incluso cuando Miyoung
deseaba una.
—Deberías irte —le advirtió Chamana Kim a Jihoon, aunque sus ojos seguían
enfocados en Miyoung—. No necesitas involucrarte.
—No dejo a mis amigos cuando están en problemas.
Al oírlo, la fría mirada de Chamana Kim lo recorrió por completo.
—Un hombre inteligente no se quedaría cerca de una gumiho en una noche de
luna llena.
—Creo que puedo tomar esa decisión por mí mismo. —Jihoon sujetó la mano
de Miyoung y entrelazó sus dedos con los de ella. Su convicción alivió el dolor
que rodeaba el corazón de la zorra.
—Nara, ¿por qué Jihoon cree que te vio esa noche? —preguntó Miyoung.
—No se suponía que sucediera así —reveló Nara.
—¿Tú enviaste a ese dokkaebi?
La joven chamana frunció el ceño, como una niña atrapada en su propia
mentira, y el corazón de Miyoung se partió en mil pedazos.
—¿Por qué has hecho eso?
—Necesitaba la perla —aseguró Nara, como si fuera su ciente explicación, pero
solo generó muchas preguntas más que dieron vueltas en la mente de Miyoung
tan rápido que le hizo sentir náuseas.
—Bueno, ¿no es esta una escena acogedora? —Una gura ágil y elegante salió
de las sombras. Sus pasos eran tan ligeros que las hojas debajo permanecían en
silencio. Cuando entró en el claro iluminado por la luz de la luna, los ojos de
Yena se clavaron en su hija.
Echó un vistazo a la mano de Miyoung, que todavía seguía agarrada a la de
Jihoon. Ella intentó soltarse, pero él la sostuvo un poco más fuerte.
—Nunca creí que te volvería a ver, Kim Hyunsook —dijo Yena.
—¿Se conocen? —Los ojos de Miyoung se movieron de un lado a otro, entre su
madre y Chamana Kim. Después observó a Nara, que al parecer no estaba
sorprendida.
¿Qué está ocurriendo?
Con cada nueva revelación, se sentía como si el mundo estuviera
desapareciendo, pieza por pieza, y la estuviera condenando a aferrarse a la nada
misma.
Jihoon le apretó la mano, un recordatorio de que todavía había algo a lo que
a anzarse.
—No has cambiado en absoluto. —Chamana Kim fulminó con la mirada a Yena.
—Tú sí. Te has vuelto más vieja y más fea. —Los ojos de Yena lanzaban dagas en
su dirección—. ¿Qué estás haciendo aquí, Miyoung?
—Está aquí porque estás a punto de obtener tu merecido. —La voz de la anciana
se llenó de tanto odio que escoció a Miyoung, a pesar de que ella no era el
blanco de esa aversión.
—¿Todavía sigues sin superarlo? —Yena agitó los dedos y desestimó la ira de
Chamana Kim con tanta facilidad que la mujer se enfureció—. Eso sucedió hace
veinte años.
—Dieciséis —gritó Nara—. Has asesinado a mis padres hace dieciséis años.
—No. —La voz de Miyoung sonó como un graznido de sorpresa. Yena no se
molestó en mirarla, pero Nara sí.
—Lo siento. Tú solo eras el camino para llegar a ella. —La luz de la luna en su
piel le hubiera quedado bonita si el rostro de Nara no estuviera contorsionado por
la rabia.
—¿A qué te re eres? —preguntó Miyoung.
—Que matarla no es su ciente —susurró Chamana Kim—. Ella nos quitó casi
todo, así que le haremos lo mismo.
Los ojos de Yena lanzaron destellos y decidió dar un paso amenazador.
—¡Detente! —exclamó Nara. Era una clara orden para Yena, pero fue Miyoung
quien se sintió repentinamente arraigada al suelo.
—¿Qué está sucediendo? —Miyoung trató de mover sus pies con desesperación.
—Tengo su yeowu guseul. —Nara levantó su puño y se volvió hacia Yena—. No
te acerques o sufrirá.
Los labios de Yena se separaron con un gruñido y dio otro paso.
—Seonbae, quiebra tu mano —ordenó Nara.
Miyoung agarró su mano izquierda con la derecha antes de poder detenerse. La
apretó hasta sentir el ín mo chasquido del hueso. Dejó escapar un aullido de
dolor, pero aun así persistió y siguió aplastando sus dedos hasta que estos se
hincharon y quebraron.
—¡Detén esto! —clamó Jihoon mientras trataba de separar sus manos.
—¡Está bien! —Yena dejó de avanzar.
—Detente —demandó Nara y Miyoung obedeció con un gimoteo, ya que sus
manos cayeron a sus costados. Habría caído de rodillas si Jihoon no la hubiera
estado sosteniendo.
—Me has dicho que merecía la redención —objetó Miyoung, con dolor en su
voz—. Y todo este tiempo has sido un monstruo también.
Unas lágrimas cayeron por las mejillas de Nara.
—Siempre quise la redención para ti. Tal vez puedas encontrarla en la otra vida.
El dolor de las palabras de la chamana la destrozó por dentro. La amistad con
ella había sido una mentira, un truco cruel para lograr que Miyoung con ara en
ella.
—Entonces, supongo que Jihoon habría sido un daño colateral si ese dokkaebi
también lo hubiera matado, ¿no es así? —De alguna manera, eso la enfureció
más: el hecho de que él pudiera haber muerto por la venganza de Nara.
—No se suponía que él estuviera allí. Todo podría haber terminado fácilmente,
sin todo el dolor que has estado sintiendo durante los últimos dos meses.
—Oh, qué amable de tu parte. Querer asesinarme rápidamente. —Las palabras
de Miyoung tendrían que haber sido frías, pero no fue capaz de detener el quiebre
de su voz.
Nara no. Ella se preocupaba por mí, pensó y en su mente no paraba de llorar,
negada a esta nueva realidad.
—¿El talismán taoísta?
—Se suponía que los fantasmas te asustarían lo su ciente como para que
acudieras a nosotras en busca de ayuda.
Algo se movió con velocidad y en lo primero que pensó Miyoung fue en esos
fantasmas.
—¡Madre! —gritó mientras Yena corría hacia adelante. Su madre vaciló a último
momento, aunque no por mucho tiempo. Sin embargo, fue tiempo su ciente para
que Chamana Kim retrocediera y arrastrara a Nara en el proceso.
La joven cayó sobre sus manos y rodillas, y chilló mientras se desplomaba. El
yeowu guseul cayó de su mano y rodó por el suelo. Miyoung nalmente había
sido liberada del sometimiento y se lanzó hacia adelante para agarrar el tobillo de
Yena. Su madre la pateó e hizo contacto con su mano fracturada, lo que la obligó
a soltarla. Esos segundos le permitieron a Nara irse cojeando en dirección a su
halmeoni.
No había tiempo para pensar por qué Miyoung quería salvar a Nara. Quizá
necesitaba probar que las chamanas no tenían razón cuando decían que ella era
un monstruo abominable.
Chamana Kim se agachó detrás de la primera línea de árboles. No parecía una
estrategia muy conveniente: los troncos gruesos no permitieron esconder a la
mujer, y el brillante hanbok de Nara fue como un faro entre los árboles grises.
Yena sonreía mientras se acercaba a su presa.
Chamana Kim sacó un bujeok de su manga. El carácter han rojo se iluminó
cuando la mujer murmuró unas palabras desesperadas.
Yena saltó al mismo tiempo que Chamana Kim estampaba el bujeok contra el
tronco de un árbol. De pronto, la zorra salió disparada hacia atrás al chocar
contra un muro invisible. Salió volando por los aires y aterrizó con un golpe seco.
—¡Madre! —Miyoung corrió a su lado.
—No volverás a tocar a mi familia nunca más —decretó Chamana Kim,
protegida por la seguridad de su talismán—. Ven, Nara.
Mientras huían, Yena empujó a Miyoung con furia.
—¡Inútil! ¡Mira lo que has hecho!
Miyoung abrió la boca para disculparse, pero se detuvo ante el sonido de algo
que se arrastraba a su izquierda. Jihoon estaba de pie en la mitad del claro y
estaba acunando el yeowu guseul con delicadeza.
—¡Devuelve eso! —Yena se levantó de un salto.
Miyoung corrió tras ella.
Las piernas de Yena eran más largas que las de su hija; sus músculos, más
rápidos. Pero Miyoung tenía la fuerza del miedo, por lo que pudo tirar a su madre
al suelo.
Rodaron sobre hojas muertas y pasto.
—Si no lo matas, lo haré yo —gruñó Yena antes de soltarse de un tirón. Lo hizo
con facilidad debido a que Miyoung solo tenía una mano en buenas condiciones.
Después, la agarró a su hija por los hombros.
—No puedo. —Miyoung hizo una mueca cuando las uñas de su madre se
clavaron en su piel hasta hacerla sangrar.
—Te he dicho que no hablaras con las chamanas y me desobedeciste. Te he
dicho que no usaras magia taoísta y también me desobedeciste. ¿Cuándo te darás
cuenta de que todo lo que hago es por ti? —Los ojos de Yena se convirtieron en
grandes orbes blancas y sus fosas nasales se ensancharon.
—¡Madre, por favor! —rogó Miyoung con lágrimas en los ojos. ¿Cómo podría
explicar que, a pesar de todos sus errores, Jihoon no era uno de ellos? Pero no
pudo encontrar las palabras adecuadas y repitió en un murmullo—: Por favor.
Yena, disgustada, dejó escapar un resoplido y apartó a Miyoung.
Cargó contra Jihoon con las garras extendidas.
Él no se movió y mantuvo los ojos muy abiertos por el horror.
Miyoung quería gritarle que corriera, aunque no serviría de nada.
Cuando Yena lo alcanzó, Miyoung hundió la cara en sus manos. No podía
soportar ver lo que estaba a punto de suceder.
Yena aulló y el sonido atravesó el bosque.
Miyoung se puso de pie.
Su madre yacía en el suelo en agonía, con la columna vertebral torcida. Tenía
un bujeok amarillo pegado en su piel, uno que servía para ahuyentar demonios y
a la maldad.
Jihoon estaba encima de ella con su mano izquierda aún extendida.
La joven no tuvo tiempo de preguntarse de dónde había sacado el bujeok
porque estaba ocupada observando cómo su madre se retorcía de dolor. Yena
tenía los puños tan apretados que no podía despegarse el talismán que la
debilitaba.
Miyoung no dudó ni un segundo. Agarró el brazo de Jihoon y corrió.
32

A MBOS REGRESARON AL APARTAMENTO DE JIHOON.


Ella debería haber dicho que no. Quería seguir corriendo hasta que la
ciudad y todos sus problemas quedaran atrás. Pero la verdad era que
estaba muy cansada.
Al día siguiente, Miyoung sabría qué hacer con la perla que Jihoon le había
devuelto. Al día siguiente, se preguntaría si su madre alguna vez la perdonaría. Al
día siguiente, se preocuparía por el desastre en el que se había convertido su vida.
No obstante, esa noche estaba demasiado agotada como para pensar al
respecto.
Jihoon abrió la puerta principal y la sostuvo para que Miyoung ingresara
primero. Ninguno de los dos había hablado y parecía que habían pasado horas en
silencio. Ella se preguntó si todavía sabía cómo comunicarse.
La entrada era pequeña. Estaba plagada de zapatos y apenas había espacio para
que cupieran ellos dos. Jihoon se quitó el calzado y se agachó para alinearlos
cuidadosamente con los demás.
Miyoung se quedó mirando los lazos anudados de sus zapatos Oxford. Le dolía
todo el cuerpo. La mera idea de agacharse para desatarlos le causaba dolor.
Flexionó la mano aún adolorida, pero casi sanada.
Jihoon seguía arrodillado y, sin decir una palabra, la ayudó a desatárselos. Ella
observó cómo deshacía cuidadosamente los nudos de su zapato derecho. Luego,
jaló del talón y ella se descalzó obedientemente. Había apoyado una mano en su
hombro y la dejó allí por el calor que emanaba de su cuerpo.
Eso la equilibraba cuando todo su mundo se estaba desmoronando. ¿Quién
hubiera dicho que un gesto tan simple podría haber sido tan íntimo?
Jihoon pasó al pie izquierdo. Sus dedos bailaban sobre la piel de la joven,
ligeros como el aire, pero el doble de suaves. Ella se tomó su tiempo para
descalzarse. Quería concentrarse solo en esto. En sus manos, que jalaban de su
tobillo para que se levantara. En sus dedos cautelosos, que le sostenían el talón,
enviándole hormigueos por toda la pantorrilla. Todo terminó demasiado pronto,
ya que Jihoon estaba colocando los zapatos meticulosamente al lado de los suyos.
Cuando se puso de pie, quedaron cara a cara en la entrada de su apartamento.
Ninguno de los dos se movió durante tres respiraciones. Tal vez porque, una vez
que lo hicieran, tendrían que enfrentarse a las di cultades de las que acababan de
escapar.
Una serie de ladridos rápidos rompieron la magia del momento. Una pequeña
bola de pelo vino corriendo por el pasillo y se dirigió directamente a Miyoung.
Jihoon levantó a la pequeña perra antes de que alcanzara su objetivo.
—Dubu, basta —reprendió Jihoon.
—Los perros odian a los zorros —murmuró Miyoung.
El joven llevó a Dubu por el pasillo. Ella oyó que una puerta se cerraba y que
sus ladridos se ahogaban.
—¿Dónde está tu halmeoni?
—Debe estar abajo, cerrando el local —dijo él—. Siéntate. Volveré enseguida.
La joven se quedó observando la sala de estar. Había un sofá abultado que
ocupaba la mitad del espacio. Varias fotos abarrotaban las paredes, las cuales se
estaban volviendo amarillentas con el paso del tiempo. Y había una mancha en la
estera de bambú que cubría el suelo.
A Miyoung le encantó.
Podía pasar todo el día mirando ese sitio, que medía menos que su dormitorio.
A pesar de ello, tenía muchos signos de vida.
Echó un vistazo hacia la puerta principal y, por consiguiente, a los brillantes
bujeoks amarillos que la enmarcaban. Los nervios la pusieron al borde de su
asiento y le erizaron la piel.
Jihoon regresó con una cesta llena de suministros variados de primeros auxilios.
Siguió la mirada de su compañera.
—Oh, ¡lo siento! —Arrancó media docena de talismanes.
—Te lo agradezco —dijo ella antes de hacer un gesto hacia la cesta—. ¿Para qué
es todo esto?
—Tu hombro —respondió Jihoon.
—No necesito nada. Supercuración de gumiho.
—Lo sé —a rmó con un suspiro. Al parecer, su tranquilidad también había sido
una fachada. Ahora, sin nada que hacer, se veía tan cansado como ella.
—Pásame la cesta. —Miyoung extendió la mano.
Jihoon levantó una ceja inquisitiva.
—Tu pierna se infectará si no la limpiamos. —Hizo un ademán hacia sus
pantalones empapados de sangre.
—Ehh, pero no duele. —Cruzó las piernas para ocultar la herida.
—No seas un bebé —dijo Miyoung y jaló de su rodilla para acercarlo. Le
levantó el pantalón y él dejó escapar un siseo de dolor. Sus dientes le habían
dejado una huella con la forma de un óvalo casi perfecto—. Lo siento —añadió y
se puso a trabajar para ocultar su vergüenza. Frotó desinfectante en la herida y
Jihoon se quejó.
»Lo siento —repitió antes de comenzar a envolverle el corte.
—Está bien —aseguró, pero su voz era un chillido de dolor mal disimulado.
El joven la detuvo cuando había empezado a guardar todo en la cesta y la llevó
al sofá.
—¿Estarás bien?
—No lo sé. —Miyoung se acomodó a su lado—. La perla de una gumiho debe
permanecer en su interior, no rodando en su bolsillo. El hecho de que esté fuera
de mí, me hace demasiado vulnerable.
—¿Vulnerable? —preguntó Jihoon.
—Si un humano posee la perla de una gumiho, este puede controlarla a través
de esa conexión. Por eso mi madre se enojó tanto cuando la recogiste.
—Yo nunca… —La voz de Jihoon se fue apagando, pero Miyoung asintió en
comprensión.
—Nunca debí haber permitido que esto se saliera de control. —Apoyó la cabeza
contra el abultado respaldo del sofá y cerró los ojos—. Debería haber escuchado
a mi madre.
—¿Vendrá a buscarte?
Miyoung negó con la cabeza.
—Pero sí vendrá por ti. Porque sabes nuestro secreto.
—No le tengo miedo.
—Entonces eres un tonto.
—Bueno, soy un tonto que te tiene para protegerme. —Jihoon sonrió, aunque
ella no le devolvió el gesto.
—Mi madre ha logrado vivir por mucho tiempo porque es inteligente. Vendrá
por ti, Jihoon. Necesitas irte de la ciudad.
—¿No hay otra opción?
—Esto es lo más seguro.
—¿Solo porque es lo que tú harías? —replicó Jihoon y a Miyoung no le gustó la
acusación que escuchó en su voz—. Cuando las cosas se ponen difíciles, te
escapas, ¿no es así?
—Es la opción más segura —insistió Miyoung—. Para todos.
—Pero no es la única —refutó él.
—Por favor, solo escúchame. Sé mejor que nadie de lo que mi madre es capaz.
Y no quiero que salgas lastimado, pensó, pero no pudo decirlo en voz alta. No
tenía derecho a preocuparse cuando ella era la razón por la que él estaba en
peligro.
Se desplomó en el sofá. Su cuerpo adolorido le recordó que necesitaba
alimentarse o enfrentarse a las consecuencias.
Todo en su vida parecía haberse estropeado, como una na seda hecha
pedazos, sin ninguna esperanza de reparación.
—Si ella te quiere, entonces lo entenderá —concluyó Jihoon y eso la sacó de sus
pensamientos.
Percibió la duda en su voz, pero agradeció el esfuerzo. Generalmente, Jihoon no
mentía, así que fue agradable que lo intentara por ella.
—Es la única persona en este mundo que me quiere. Después de esto, no creo
que pueda seguir haciéndolo. Para Yena, no existe el amor sin la con anza.
—Estás equivocada.
—No la conoces como yo.
—No, no me re ero a eso. Dijiste que tu madre es la única persona que te
quiere. —Su tono era profundo y pesado.
—No sigas —dijo eso como una súplica. No podía seguir escuchando porque su
corazón había sido maltratado esa noche. Tenía miedo de que se terminara
rompiendo si él seguía hablando.
—¿Por qué no? —Jihoon frunció el ceño.
—No puedes sentirte de esa manera. Solo han pasado dos meses.
Él sonrió. No era la reacción que estaba esperando.
—Pueden pasar muchas cosas en dos meses. Puedes conocer a una chica que
parece enojada y reservada, y darte cuenta de que todo eso es solo un escudo
protector para un corazón bondadoso que ha sido herido muchas veces. Sé lo que
es esconder tus magullones detrás de una máscara.
—No sabes de lo que estás hablando. No soy amable.
Jihoon se rio entre dientes.
—Sé que no lo ves, pero tienes un alma pura. Has ayudado a Changwan cuando
lo intimidaron. Me has obligado a hacer las paces con Somin porque sabías que
me arrepentiría de pelearme con ella. Y me has salvado, varias veces. Eres mi
heroína.
Miyoung no pudo contener una carcajada.
—A menudo, la gente confunde gratitud con emociones más profundas.
—Bien —dijo Jihoon con seriedad—. Entonces lo diré sin más.
Por primera vez en su vida, Miyoung se sintió como una presa desprevenida. Los
ojos de Jihoon se veían oscuros. Muy oscuros, como si se quisieran tragar al
mundo, con ella incluida.
—Te amo.
Miyoung dejó escapar un suspiro estremecedor. Unas lágrimas brotaron de sus
ojos y se sintieron calientes sobre sus mejillas. Jihoon se las secó con los pulgares.
—Eres un chico tan tonto.
—Interpreto eso como que me crees. —Sus hoyuelos destellaron.
—Sí, te creo.
Jihoon le corrió el cabello de la frente. Miyoung contuvo la respiración mientras
su suave tacto recorría todo el camino hasta su oreja. No sabía que una oreja
tenía tantas terminaciones nerviosas. Cada célula de su cuerpo vibraba y ya no se
sentía agotada.
Él se inclinó un poco más.
—Nunca he besado a nadie. —Miyoung se sentía morti cada y cerró los ojos
con fuerza. Sus mejillas estaban ardiendo y trató de empujar su pelo hacia
adelante para esconderse.
Jihoon contuvo sus manos inquietas.
Seguía teniendo los ojos cerrados mientras él pasaba sus dedos por la línea de su
mejilla, hasta adentrarse en su pelo. Colocó con cuidado unos mechones detrás
de sus orejas y Miyoung no sabía qué haría su mano a continuación.
Sus movimientos eran lentos, como si quisiera saborear este momento tanto
como ella. Esos pequeños momentos que se construyen y se tejen como un
intrincado laberinto. Unas ramas se deslizaron en cada grieta hasta aferrarse a ella
por completo. Y ya no podía ocultar nada porque ahora él lo sabía todo.
Se sentía completamente expuesta, pero no se retiró. Quería que él la viera así,
como era, sin arti cios ni escudos levantados que la protegieran. Por primera vez,
había una persona que sabía todo de ella. Y lo aceptaba.
Jihoon acarició su mejilla. Sus dedos se curvaron y serpentearon a través de su
pelo.
El primer roce de sus labios sobre los de ella fue tan suave que Miyoung se
preguntó si lo había imaginado. Luego vino el segundo, que fue una exploración
más profunda, pero igual de rápida. La sensación de su piel contra la de ella hizo
que sintiera un cosquilleo en sus dedos. Por eso, apretó las manos y sostuvo el
cuello de la camisa de Jihoon para no perder el equilibrio.
Cuando la besó por tercera vez, ella jaló de su camisa para atraerlo y que sus
labios se aplastaran contra los de ella. Él se quedó sin aliento por la presión, pero
las manos que la sujetaban retrocedieron para tomarla del cuello, hasta que no
estuvo claro quién sostenía a quién.
Ella inclinó la cabeza para profundizar el ángulo. Un zumbido sonó en la
garganta de Jihoon.
Era una vibración que viajó desde sus labios a los de ella, para luego bajar por
toda su columna vertebral.
Un millar de luces estallaron detrás de sus párpados cerrados. Un torrente de
energía se disparó a través de las yemas de sus dedos y calentaron su cuerpo frío.
Los brazos del joven se envolvieron alrededor de su cintura para atraerla hacia
su regazo.
Ella había leído libros que decían que los corazones de dos amantes podían latir
como uno solo. Esto no era cierto para Miyoung. Su corazón perseguía al de
Jihoon, y se aceleraba en una carrera vertiginosa para alcanzarlo.
Quería absorber su aroma, su sabor y la sensación de su piel. El corazón de
Miyoung se había vaciado esa noche, y quería llenarlo nuevamente con él.
33

J IHOON NO SABÍA EN QUÉ MOMENTO SE HABÍAN QUEDADO DORMIDOS.


despierto, se incorporó de golpe.
—¿Qué sucede? —Miyoung estaba acurrucada a su lado y parpadeó,
desconcertada.
Una vez

—No lo sé. —Jihoon frunció el ceño, sin saber con certeza qué lo había sacado
tan repentinamente de su sueño.
De pronto, se oyó un estrépito. Se levantó, sin conocer el motivo por el cual su
boca estaba tan seca.
Miyoung también se puso de pie.
—¿De dónde viene ese ruido?
—Del restaurante —sentenció mientras caminaba hacia la puerta trasera—.
¿Halmeoni? —gritó, pero no hubo respuesta.
El sobresalto que Jihoon había sentido al despertar se había concentrado en su
vientre. De allí se movió a su pecho a medida que la ansiedad lo inundaba.
—¿Halmeoni? —chilló, esta vez mientras corría.
—¡Espera! —dijo Miyoung, pero no la escuchó. Siguió corriendo por las
escaleras y bajó los escalones de dos en dos.
En el restaurante, todo estaba oscuro y tranquilo. Parecía abandonado, y Jihoon
se preguntó si no se había imaginado el estruendo en la cocina.
—Jihoon-ah. —La voz de Miyoung era cautelosa, pero él corrió hacia donde
supuestamente se había originado el sonido.
Una vez allí, se detuvo en seco, incapaz de procesar lo que estaba viendo. Su
halmeoni yacía en el piso, con el delantal lleno de manchas color carmesí. Los
fragmentos rotos de una pila de platos estaban esparcidos a su alrededor y cubrían
toda la super cie.
Entonces, una gura alta y esbelta salió de las sombras. Tenía un hermoso
cuerpo, cabello negro azabache y ojos a juego: Gu Yena.
—Humano estúpido —dijo un segundo antes de golpearlo.
34

M IYOUNG SE ACERCÓ A JIHOON RÁPIDAMENTE.

gemido de angustia.
—Estoy decepcionada de ti, hija.
LA SORPRESA CASI la hizo gritar,
pero el sonido quedó atrapado en su garganta y, en cambio, soltó un

—¿Qué estás haciendo? —Los sollozos hicieron que Miyoung titubeara.


—Estoy arreglando tus errores, como siempre.
Miyoung se puso de pie lentamente, asegurándose de estar posicionada entre
Yena y Jihoon.
—Por favor, Jihoon es importante para mí. —Apenas movió un músculo. Sentía
que estaba al borde de un precipicio y que una fuerte brisa podría hacerla caer o
empujarla hacia atrás, hacia la seguridad. La dirección del viento dependería
únicamente del corazón de su madre.
—¿Tanto te preocupas por él? —inquirió Yena.
—Sí. —Se aferró a la expresión considerada de su madre, como un salvavidas.
Sin embargo, su repentina risa hizo que Miyoung se desilusionara.
—Me has demostrado tu falta de juicio de valor, hija. Primero con esa chamana
y ahora con este chico. Una gumiho no ama. Somos objetos de deseo. Somos una
ilusión y representamos una belleza que los humanos codician. Por eso podemos
manipularlos con facilidad.
—No lo entiendes. —Sus ojos ardían con lágrimas de enojo.
—No. De hecho, entiendo demasiado bien. Una vez, fui una tonta como tú, y
fui castigada por ese error.
Esas palabras fueron un golpe bajo. ¿Acaso Yena quería decir que Miyoung
había sido su castigo?
—Estoy haciendo esto por tu propio bien. —Yena sujetó un cuchillo y se volvió
hacia la halmeoni—. La muerte de esta mujer será tu carga. Necesitas aprender
que tus acciones tienen consecuencias. Y que tampoco puede haber testigos de
ninguna de ellas.
—Por favor. —Miyoung tenía esperanzas de que su madre la quisiera lo
su ciente como para escucharla.
—¡No! —Detrás, Jihoon se levantó de un salto y embistió contra Yena. No había
tiempo para detenerlo, ni para advertirle.
Yena se movió con mucha rapidez, como un relámpago. Se puso de pie, apuntó
el cuchillo y dejó que el movimiento de Jihoon hiciera el trabajo por ella.
La hoja se deslizó por su estómago con tanta suavidad que Miyoung creyó que
tal vez no había sucedido nada. No hubo ninguna sacudida de su cuerpo; ni
siquiera un grito de dolor. Simplemente cayó con un ruido sordo. Y la sangre,
demasiada sangre, se acumuló a su alrededor, tan espesa que parecía negra.
35

E L GRITO DE MIYOUNG SE SINTIÓ COMO UNA ESPECIE DE ALARIDO. Se dejó caer al lado
de Jihoon, en donde se empapó las rodillas con sangre.
—Te sugiero que absorbas su gi y que termines su sufrimiento.
Olvidémonos de tus errores, así te dejaré empezar de nuevo. —Yena ni siquiera
les echó un vistazo a los cuerpos tendidos en el piso cuando se retiró con
delicadeza por la puerta.
—Por favor. Por favor. Por favor —repitió Miyoung una y otra vez mientras
presionaba sus manos contra la herida del joven. No servía de nada, ya que había
perdido mucha sangre. Así que recogió toallas, trapos y cualquier otra cosa que
pudiera servir para detener el sangrado.
Cuando Miyoung presionó su mano manchada de sangre en su cuello, no pudo
sentirle los latidos del corazón. Ante esa situación, los de ella se detuvieron.
—No. No. No. —Era lo único que podía decir mientras apoyaba la oreja contra
su pecho, con la esperanza de sentir el pulso que lo mantenía con vida.
Lamentablemente, solo había silencio.
Miyoung pro rió un grito ahogado mientras trataba de revivir el corazón de
Jihoon. Sus sollozos la hicieron temblar y algo terminó por caer de su bolsillo.
Era el yeowu guseul. Su pequeña y sencilla perla estaba en el piso de linóleo
manchado. La recogió y la sostuvo con fuerza antes de desplomarse contra él.
—Lo siento —susurró, aunque las palabras se sintieron vacías e inservibles. La
perla quemaba en su palma, por lo que Miyoung la dejó caer al piso antes de que
pudiera chamuscarle la piel.
De pronto, Jihoon se sacudió con ella y jadeó con desesperación.
—¿Jihoon? —Su nombre sonó como una pregunta.
El joven se atragantó y un poco de sangre escapó de sus labios, la cual terminó
salpicando el rostro de Miyoung. Su cuerpo se detuvo y sus ojos se pusieron en
blanco. De su boca goteaba una mezcla de sangre y ema.
—¡Espera! —Una vez más, le aplicó presión a la herida con sus manos, pero
solo parecía hacer que la sangre uyera más rápido a través de sus dedos—. Por
favor, dime qué hacer —le suplicó a Jihoon, a los dioses y a ella misma.
Entonces, se oyó un murmullo.
—La perla.
Miyoung observó el yeowu guseul con temor. Sospechaba que la voz provenía
de la piedra misma.
—Usa la perla. —La halmeoni de Jihoon se arrastró y se podía ver claramente
cómo tenía sangre seca por todo su cuero cabelludo.
—Halmeoni —susurró Miyoung, un poco aliviada y un poco desesperada.
—Usa el yeowu guseul. —La mujer sujetó la mano de su nieto; su respiración
era tan super cial que parecía inexistente.
—¿Cómo sabes sobre eso?
—Los ancianos vemos y sabemos más de lo que crees. Por favor, salva a mi
nieto. —Sus lágrimas cayeron a través de las arrugas de su cara.
Miyoung recogió el yeowu guseul con cuidado. El calor que emanaba era tan
intenso que hizo que su piel se arrugara. Casi la soltó por no estar acostumbrada a
que su propia perla le causara dolor. En cambio, la sujetó con rmeza.
Jihoon comenzó a vomitar mientras intentaba respirar.
Ella, por otro lado, presionó la perla sobre su corazón.
La piedra le abrasaba la piel mientras la mantenía en su lugar. Él se retorcía por
el dolor, pero ella se movió junto a él.
Un ataque de tos se apoderó de Jihoon, que no paraba de sacudirse. Sus mejillas
y su barbilla estaban pintadas de carmesí.
La perla se enfrió en sus manos. Eso signi caba que la energía se estaba
escapando de ella.
Miyoung maldijo mientras presionaba un poco más.
—No te mueras —suplicó.
El cuerpo del joven no escuchaba. Estaba estremeciéndose en sus últimas
agonías y cediendo a sus heridas fatales.
—¡No está funcionando! —gritó mientras golpeaba el pecho de Jihoon con los
puños.
Después de eso, Jihoon dejó de convulsionar, paró de toser sangre y todo se
detuvo, incluido su corazón bajo las manos de Miyoung.
—¡No! —Siguió golpeándolo en el pecho una y otra vez, como si ella pudiera
encargarse de hacer que su corazón bombeara.
La halmeoni se acercó para detenerla.
—Necesita más energía.
—Lo estoy intentando. —Abrió las manos y dejó al descubierto unas manchas
rojas. La piedra estaba en el pecho de Jihoon, impregnada de la sangre de ambos.
La anciana la sujetó por los hombros.
—Necesita gi.
—No tengo su ciente.
—Lo sé. Absorbe mi energía.
—¿Qué? —Quería preguntarle cómo sabía todo eso, pero dijo—: Nunca me he
alimentado del gi de una mujer. No sé si puedo.
—Bueno, supongo que lo averiguaremos. —La halmeoni acogió las manos
ensangrentadas de Miyoung entre las suyas.
La joven vaciló al mirar el cuerpo inmóvil de Jihoon.
—Por favor, rápido —imploró la anciana.
Miyoung cerró los ojos y formó el vínculo.
Quiso tirar del gi, pero no pudo alcanzarlo. No obstante, no se rindió y
nalmente la terminó inundando en una ola de calor, como si la halmeoni hubiera
empujado la energía hacia ella.
La perla levantó temperatura y la anciana guio sus manos unidas hasta el pecho
de Jihoon, donde presionaron la piedra.
El gi de la halmeoni entró al cuerpo de la joven y sació su hambre. De allí pasó
inmediatamente a la piedra. Todo el proceso era como un ujo de agua que la
satisfacía, para luego ser exprimida nuevamente. Ella era simplemente un puente
entre la energía de la abuela del joven y la piedra.
Los ojos de Jihoon revolotearon detrás de sus párpados. Su pecho se elevó con
respiraciones entrecortadas y poco profundas.
Miyoung intentó cerrar la conexión, pero la perla jaló de la energía. Estaba
vulnerable y atrapada en una corriente. Era un efecto cascada que no podía
controlar, como tampoco era posible revertir la gravedad.
Intentó liberar las manos para romper el vínculo, pero las manos de la halmeoni
se ciñeron aún más.
—Funcionó —susurró Miyoung—. Deténgalo ahora.
—Todavía no —insistió la halmeoni.
Unas gotas de sudor aparecieron en la frente de la anciana y se mezclaron con
su sangre.
Miyoung sintió que la energía de la halmeoni se desvanecía. Un pozo que
pronto quedaría seco y vacío.
Un rastro de sangre goteó de la nariz de la mujer y manchó la unión de sus
manos. Los ojos de Jihoon se abrieron de golpe. Se quedó sin aliento como un
pez sofocado en tierra rme.
Después, se quedó quieto.
La halmeoni se desplomó, y Miyoung la atrapó antes de que su cabeza se
golpeara contra la baldosa.
El joven jadeó con di cultad, pero estaba respirando.
El silencio se adueñó de la cocina en ruinas.
Y la perla había desaparecido.
36

U NA VEZ EN EL HOSPITAL, APARECIÓ LA POLICÍA.


Miyoung debería haberlo esperado. El restaurante era la escena de un
crimen. Había sangre por todas partes. De nitivamente habría preguntas.
En la sala de espera, se puso de pie y se abrazó a sí misma mientras un o cial la
interrogaba.
—¿Puedes describir al atacante? —El policía era joven y tenía puesto un chaleco
abotonado de color gris y amarillo neón. Las letras negras que lo identi caban
como POLICÍA estaban muy bien marcadas y parecían escritas con furia. Miyoung
miró jamente a la placa en lugar de su rostro, que claramente revelaba que la
juzgaba.
—No puedo —respondió Miyoung. Era la verdad. No importaba lo que Yena
hubiera hecho. No había manera de que ella la entregara.
—Miyoung-ah, ¿qué diablos sucedió? —Somin apareció con los ojos hinchados
de tanto llorar, pero se la veía furiosa. Changwan se quedó detrás, rezagado, con
la expresión desolada y fría de un cachorro perdido.
—Por favor, estoy llevando a cabo una investigación —expresó el o cial.
Eso hizo que los labios de Somin se fruncieran y, aunque había dado un paso
hacia atrás, se quedó observando al policía de cerca.
El o cial volvió sus ojos descon ados a Miyoung.
—Entonces, ¿estás diciéndome que no puedes recordar nada sobre el agresor?
¿Sabes que ocultar información en una investigación policial está en contra de la
ley? —Miyoung no debería haberse sorprendido por la sospecha del o cial.
Literalmente tenía sangre en las manos.
—No lo sé. —La joven bajó la cabeza mientras tres pares de ojos la analizaban.
—Tal vez un viaje a la estación podría hacerte recordar —amenazó.
—¿Es eso necesario? —interpeló Changwan.
—Mi trabajo es hacer preguntas.
—Su trabajo es atrapar a quien hizo esto, no tratar a una testigo como una
criminal —replicó Somin.
—Solo me preguntaba por qué no se acuerda de todos los detalles —comentó el
o cial con aprensión.
—Ah. —Somin retrocedió con una sonrisa dulce, que de nitivamente era falsa.
Sus ojos todavía brillaban como láseres—. Entonces, supongo que ya ha
terminado con sus preguntas ahora que obtuvo la respuesta.
—Por supuesto. —El o cial se guardó el cuaderno de anotaciones en el bolsillo
—. Si llegas a recordar algo, háznoslo saber. —Sacó su tarjeta y se la entregó a
Changwan y a nadie más. Eso la hubiera hecho reír si hubiera podido dejar de
sentir ganas de llorar.
Apenas se marchó el o cial, Somin se giró para enfrentar a Miyoung.
—¿Qué ha ocurrido? ¿Quién le ha hecho esto? —La ira en los ojos de la joven
atravesó el corazón de Miyoung. No se había dado cuenta de lo mucho que se
había encariñado con esa chica. El hecho de ver la decepción y el dolor en su
rostro hizo que se desanimara.
—No puedo… —No pudo terminar la oración.
—Pero sabes algo. Hay algo que no nos estás contando.
—Lo siento.
—No necesito tus disculpas. —Somin se fue dando pasos pesados por el pasillo,
en dirección a la habitación de Jihoon y Changwan la siguió lentamente.
Miyoung nalmente recuperó su voz y lo llamó.
—Changwan-ah.
Se dio media vuelta y la miró con ojos tristes.
—¿Realmente no puedes decirnos lo que pasó? ¿Ni siquiera para ayudar a
Jihoon y a su halmeoni?
Miyoung negó con la cabeza en silencio.
Changwan parecía abatido y su voz se volvió monótona y seria.
—Deberías ir a casa. Nos quedaremos con Jihoon esta noche.
Miyoung se quedó sola en la sala de espera. Nunca había escuchado un tono de
voz tan duro de su parte. Y fue su decepción la que nalmente terminó por
romper su corazón.

Miyoung no se fue, pero tampoco entró a la habitación. Quería darles tiempo y


espacio a Somin y a Changwan para que estuvieran con Jihoon. Incluso cuando se
fueron a visitar a la halmeoni, ella permaneció en las incómodas sillas de la fría
sala de espera.
Una enfermera del turno noche le dio un vaso de agua.
Miyoung lo aceptó con una inclinación de cabeza, a modo de agradecimiento.
—Deberías ir a sentarte a su lado —dijo la enfermera—. Es bene cioso para los
pacientes que sus seres queridos estén con ellos.
—No lo sé.
—Es bueno para los seres queridos también. Ve a hablar con él. Puede oírte.
Quería decirle que no sabía si podía considerarse un ser querido, pero la
amabilidad de la mujer era demasiada como para resistirse.
El sonido de las máquinas llenaba la pequeña habitación del hospital. Jihoon
yacía tan inmóvil que Miyoung casi entró en pánico, hasta que vio cómo su
pecho subía y bajaba levemente.
Se sentó y sujetó la mano de Jihoon entre las suyas, que estaban recién
vendadas. Por alguna razón, las quemaduras de sus manos no estaban sanando.
Las enfermeras habían insistido en envolverlas luego de haber hecho caso omiso
de sus protestas.
—Lo siento —declaró—. Por lo de mi madre y lo de tu halmeoni. Por todo. —
Sostuvo su mano con fuerza hasta que sus propias heridas ardieron y sus nudillos
se pusieron blancos.
»Tienes que despertarte. Tienes que hacerlo. —La vergüenza le quemaba todo el
cuerpo y llegó al punto de creer que se convertiría en nada más que cenizas.
La mano de Jihoon se sacudió, y los ojos de Miyoung se posaron en su cara.
Estaba convulsionando tan violentamente que tuvo que saltar hacia atrás. Las
máquinas comenzaron a pitar, como si le gritaran que hiciera algo de inmediato.
Las enfermeras corrieron a través de la puerta. Empujaron a Miyoung a un lado
mientras bajaban las barandillas de la cama.
—Deberías irte. —Era la misma enfermera amable que le había hablado antes.
—¿Qué le está pasando? —consultó.
—Está teniendo un ataque. Es algo que puede suceder después de un
traumatismo —declaró la enfermera. Sin embargo, Miyoung era una mentirosa
experimentada. Sabía cuándo alguien le estaba diciendo solo una parte de la
verdad.
Retrocedió hasta el pasillo, donde sus piernas cedieron antes de desplomarse en
un banco que estaba ubicado a lo largo de la pared. Algo no estaba bien. Había
sentido una energía en el joven. Algo familiar. Algo fuerte y poderoso.
Entonces, Miyoung supo que la perla no había desaparecido.
Estaba dentro de Jihoon.

—No murió. —Yena estaba sentada junto a Miyoung en la sala de espera. A pesar
de que el equipo médico había revivido a Jihoon, ella no se había atrevido a
regresar a la habitación.
—No —con rmó la joven.
—¿Qué has hecho?
—Usé la perla. —No valía la pena mentir. Su madre se enteraría tarde o
temprano.
—Niña estúpida.
—Me mentiste. —Miyoung estaba enfadada y se aferró a ese sentimiento porque
signi caba que no sentiría ninguna de las otras emociones que estaba tratando de
ignorar.
—¿Qué? —La voz de Yena era grave y fría.
—Me dijiste que los yeowu guseuls no existen. Si me hubieses dicho… si
hubiese sabido…
—No te lo he dicho porque siempre fuiste demasiado inmadura como para
saberlo. Y tenía razón porque perdiste tu perla y ahora la tiene ese patético chico
en su interior.
La verdad en las palabras de Yena hizo que la ira de Miyoung disminuyera y que
se sintiera completamente agotada.
—¿Qué hacemos ahora?
—Quiero arrancársela de su pecho —escupió Yena.
Miyoung giró para ver la expresión de resignación en el rostro de su madre.
—Pero no puedes hacerlo sin lastimarme, ¿verdad?
—Podría dañar la perla —con rmó Yena—. No me importa la vida del chico,
pero a ti no te arriesgaré.
Miyoung debería haber estado agradecida y reconfortada. En cambio, se sintió
vacía.
—No puedes estar cerca de él —agregó Yena—. Si tiene tu yeowu guseul,
entonces tiene control sobre ti.
—Jihoon no sería capaz de hacerme daño. Confío en él.
—Yo no.
—¿Estás diciéndome que lo deje solo cuando su única familiar se está muriendo
al nal del pasillo? —argumentó Miyoung.
—Yo no maté a la anciana.
Miyoung suspiró. Su madre tenía razón, ya que la responsabilidad recaía
directamente sobre sus propios hombros.
—Si me alimento, ¿saldrá herido? —preguntó Miyoung.
—No hay manera de saberlo. —Yena hablaba como una política preparada para
evadir el tema. Eso hizo que la sospecha de Miyoung creciera diez veces más
hasta no tener más espacio en su mente, ni siquiera para un poco de aire o para
algún pensamiento racional.
—La perla está conectada a mí, incluso cuando está dentro de Jihoon. ¿Qué
crees que le pasará si me alimento? ¿Y si eso hace que la energía de la perla
estalle? Eso podría matarlo.
Yena se encogió de hombros, indiferente a lo que podría ocurrirle a Jihoon.
—Sin tu perla, tienes que alimentarte más a menudo. Tienes que hacerlo
directamente de la carne de tu presa. Absorber energía ya no es una opción. Esta
es la única forma de garantizar tu supervivencia.
—No me alimentaré.
—¿Qué? —Los ojos de Yena se entornaron.
—Has arruinado la vida de Nara solo para alimentarte. No tendrías que haber
matado a sus dos padres. ¿Nunca pensaste en cómo eso la afectaría?
—No veri co el estado familiar de todas mis presas —respondió Yena tan a la
ligera que el corazón de Miyoung se encogió.
—No me alimentaré esta noche.
—¿Por qué? ¿Solo porque he asesinado a los padres de esa chamana? ¿O es por
ese chico?
—No —rea rmó Miyoung. ¿Cómo podía explicarle a su madre que siempre
había tenido problemas con la idea de que otros tuvieran que morir para que ella
pudiera vivir? ¿Cómo podía explicarle que simplemente no creía que su vida
valiera más que las vidas de sus víctimas? ¿Cómo podía explicarle que lo de esa
noche no solo había sido doloroso por la traición de Nara? En realidad, el
problema era que entendía por qué la joven chamana había hecho todo eso: una
venganza por la injusta muerte de sus padres. Además, era cierto lo que las
chamanas creían. Yena y Miyoung eran las malas de la historia. Sus decisiones
tuvieron una serie de consecuencias que ni siquiera ellas pudieron anticipar.
Hubo gente que salió lastimada, como Jihoon.
»Esta noche no, madre. Además, ya está amaneciendo. Es solo que… —La voz
de Miyoung se fue apagando antes de dejar caer la cabeza entre sus manos—.
Esta noche no.
—Bien —espetó y Miyoung supo que la conversación no había terminado. Solo
estaba en pausa hasta la próxima luna llena—. Pero si queremos encontrar una
manera de recuperar esa perla, entonces necesitaremos buscar respuestas. Nos
tenemos que ir. Hoy. —Había rmeza en las palabras de Yena.
Miyoung no se movió. Su cuerpo permaneció inmóvil, pero su mente iba a cien
kilómetros por hora. Levantó la vista y vio que Somin y Changwan pasaban frente
a la estación de enfermería. Ni siquiera la miraron. Todo lo que ella creía que
podía tener aquí, ahora ya no era posible. Era una tonta por haber pensado que se
merecía algo bueno en esta vida.
—Miyoung-ah, ¿me has oído?
—Sí —contestó nalmente—. Te he oído. Nos iremos hoy.
37

J IHOON DESPERTÓ Y SE DIO CUENTA DE QUE SU VIDA ERA UN DESASTRE. La buena noticia
era que su cuerpo estaba completo. Había esperado encontrarse con algún
tipo de escena quirúrgica espantosa cuando levantara la sábana, pero el
vendaje solo era un simple cuadrado de gasa sobre su abdomen.
En un principio, una parte de él había estado convencida de que todo eso era
solo un sueño, aunque ya supiera la verdad de los hechos.
El joven pasó la Navidad en el hospital. Somin y su madre lo habían ido a visitar
con regalos y sombreros ridículos de Santa Claus. Pero eso solo hizo que fuera
más consciente de que su halmeoni estaba en coma en la otra habitación al nal
del pasillo. Era la primera Navidad que había pasado sin ella en trece años.
Tres días después de que le hubieran dado de alta, tuvo el primer episodio. Fue
un dolor de cabeza que comenzó detrás de sus sienes y se convirtió en una
migraña en cuestión de segundos. Después, el dolor se transformó en una ola
nauseabunda. Apenas había podido llegar al baño antes de vomitar y decidió no
contárselo a nadie. De todas formas, luego de desmayarse en la sala de
informática, terminó por despertarse nuevamente en el hospital.
Allí, le dijeron que había sufrido una crisis epiléptica.
Lo habían escaneado y examinado; hasta le habían extraído litros de sangre.
Todos los resultados mostraban que había sanado completamente. Ni siquiera
tenía coágulos de sangre o tumores. Era un chico perfectamente sano que seguía
teniendo migrañas tan fuertes que lo hacían terminar en la sala de emergencias.
También pasó Año Nuevo en el hospital. No le estaba gustando esta tendencia
de celebrar sus vacaciones vestido con una bata. Por lo tanto, al estar tan cerca
del Año Nuevo Lunar, estaba decidido a evitar los dolores de cabeza.
No ayudó que las facturas del hospital y del alquiler se acumularan, y tampoco
el hecho de que Miyoung no hubiera regresado. Jihoon esperaba que ella se
comunicara, convencido de que no se iría sin decir ni una palabra. La vida no
podía ser tan cruel. Sus padres lo abandonaron, su halmeoni estaba tan enferma
que no podía despertarse y ahora Miyoung se había ido. Sin embargo, a medida
que pasaban los días y las semanas, se dio cuenta de que se había equivocado al
tener tanta fe. La vida no era justa: se burlaba de él mientras jalaba de los frágiles
hilos de su vida hasta que amenazaran con romperse.

—Te has saltado la cena del domingo —lo regañó Somin mientras se dejaba caer
a su lado.
Jihoon no levantó la vista de la pantalla de su ordenador. El sonido de los
teclados y los videojuegos llenaban el aire de la sala de informática.
—Mi madre está empezando a preocuparse. Podría volver a llamar a la tuya si
no…
—Bien —dijo Jihoon—. Iré la próxima semana. —Siguió con la vista enfocada
en la pantalla.
—Tu halmeoni estará orgullosa de ti cuando se despierte.
Jihoon no respondió, pero su garganta se cerró mientras hacía clic con el mouse
en un examen de práctica. Ponerse al día tras años sin hacer deberes escolares era
como un trabajo de tiempo completo. Lo bueno era que había aprendido que la
mente estratégica que usaba para jugar era bastante buena para estudiar.
—Jihoon-ah, ¿no crees que deberías dormir un poco? ¿Comer algo? —Somin se
inclinó, lo olfateó y después arrugó la nariz—. ¿Y ducharte?
—No te molestes, Somin-ah —aconsejó Changwan desde el otro lado, en donde
la pantalla le anunciaba su derrota—. Le he sugerido que vayamos a un jjimjilbang
y fue un fracaso.
—Como si tu padre te dejara ir a un sauna coreano —murmuró Jihoon.
—¡Jihoon-ah! —Somin lo reprendió y allí supo que había cruzado una línea.
Ella nunca se ponía del lado de Changwan.
—Nuestro segundo año está a punto de terminar. El mes que viene, una vez que
comience nuestro último año, no tendré tiempo para ponerme al día —les
recordó Jihoon.
—Debes cuidarte o se te quemará la cabeza. —Somin estudió a Jihoon. Esa
semana había vuelto a cambiar su pelo. Ahora era negro, con un corte
despuntado que le llegaba a la barbilla. El equillo era recto, como el de una
muñeca de porcelana. Se ajustaba a su complexión pequeña y a su cara redonda.
Un rostro que actualmente lo miraba con profunda preocupación.
»Anoche dormiste otra vez en el hospital, ¿verdad? —Somin lo agarró de su
chaqueta arrugada—. ¿Es porque no estás cómodo en tu casa? Podrías quedarte
con nosotras. A mi madre no le importaría y Dubu te extraña.
—No, no tengo problemas con mi casa —insistió Jihoon sin apartar la vista de la
pantalla.
—¿Sigue siendo tu casa? —preguntó Somin—. Tu madre está pagando las
cuentas del hospital. Estoy segura de que ayudaría también con el alquiler si
supiera que el propietario ha cambiado el contrato de arrendamiento de largo
plazo a uno mensual. Sabes que está tratando de echarte mientras tu halmeoni
está en el hospital, ¿no?
—No necesito la caridad de esa mujer. —Jihoon cerró los ojos para evitar un
dolor de cabeza que lo único que hacía era empeorar. Para él, había sido bastante
difícil aceptar la ayuda de Yoori para pagar las facturas del hospital, pero Somin
había señalado que era su deber como hija y como madre. Además, el chico se
había negado a admitir que necesitaba más ayuda económica, especialmente
cuando su madre ni siquiera le había ofrecido un sitio para quedarse con ella y su
nueva familia perfecta. Yoori tenía que saber que él diría que no, aunque ella aún
no se hubiera arriesgado a preguntarle.
Somin lo sujetó de los hombros y lo dio vuelta para poder ver su tez pálida.
—Jihoon-ah, estoy preocupada por ti.
—No tienes que estarlo. Tengo todo bajo control. —Apretó sus manos
temblorosas y las guardó en sus bolsillos para que los ojos de águila de Somin no
las vieran.
—Tal vez deberías llamarla.
—Te he dicho que no voy a llamar a mi madre.
—A ella no —dijo Somin—. A Gu Miyoung.
El simple sonido de su nombre hizo que a Jihoon le doliera el corazón.
—¿Por qué me dices que haga eso? Nunca has con ado realmente en ella.
—Ella guarda secretos. Si sabe quién te lastimó…
—Te he dicho que no estaba allí cuando sucedió. Nos encontró después. —
Jihoon odiaba mentirle a Somin, pero era mejor así. Era más seguro mantenerla en
la oscuridad.
Somin negó con la cabeza, muy confundida.
—Ese no es el punto. Solo creo que sería mejor si tuvieras algún tipo de cierre.
Estás tan triste todo el tiempo, Jihoon-ah. No me gusta.
—No estoy triste. Estoy ocupado, eso es todo —mintió, sin darle importancia a
su declaración.
—No dejes que esta vez tu orgullo se interponga en el camino.
—¿Esta vez? —Jihoon frunció el ceño y ngió leer su pantalla, aunque no estaba
entendiendo ninguna de las palabras.
—Crees que si admites que extrañas a las personas te convertirás en alguien
débil —re exionó Somin—. Aunque quizá eso te ayude a dejarlas ir.
—No necesito tu terapia de principiante —aseguró Jihoon, haciendo clic en una
respuesta aleatoria en el cuestionario de práctica. Maldijo cuando vio que era la
opción incorrecta.
—Solo me preocupo por ti, Jihoon —repitió.
Ese era el problema. Jihoon no quería que los demás se preocuparan por él
porque eso haría más doloroso el momento en el que ya no estuvieran junto a él.
38

E L HOSPITAL ERA UN EDIFICIO ALTO Y GRIS, CON UN GRAN CAMINO que conducía a la
puerta principal de vidrio. Los carteles se habían cambiado para desearles
a todos un feliz Año Nuevo Lunar. Eso signi caba que pronto llegaría el
nal del mes de enero y el comienzo de las vacaciones de invierno. A su vez, se
cumpliría un mes de cuando Miyoung le destrozó la vida y lo abandonó.
—Jihoon-ah, ¿cómo te fue en los exámenes nales? —preguntó la enfermera
Jang mientras él se aproximaba a la estación de enfermería del séptimo piso.
—Fui el tercero de mi clase.
—Tu halmeoni estaría orgullosa.
Jihoon sonrió, una débil imitación de las típicas sonrisas que solían marcarle los
hoyuelos.
—Asegúrate de volver a casa esta noche —dijo la enfermera Jang—. A tu
halmeoni no le gustaría que te quedaras durmiendo aquí.
—Sí, señora.
El pitido de los monitores le dio la bienvenida cuando entró a la habitación de la
anciana. La segunda cama estaba vacía hoy, pero pronto se ocuparía de nuevo.
No podían pagar una habitación privada, pero generalmente los otros ocupantes
nunca se quedaban mucho tiempo. Jihoon frunció el ceño al recordar al harabeoji
que había ocupado la otra cama la última vez. Era un hombre grande y había
estado bastante enfermo.
—Estoy aquí, halmeoni. —Jihoon bajó el humidi cador. Sacó un bálsamo labial
y le levantó la máscara de oxígeno para aplicárselo—. Si no usas esto, tus labios
se secarán mucho. Odias que tu piel se agriete.
Después de eso, extrajo una hoja de papel de su mochila.
—Obtuve el tercer puesto en el orden de mérito de los exámenes de n de año,
halmeoni. No lo podrás creer nunca si no lo ves tú misma.
Hablaba con un poco de esperanza, como si eso fuera su ciente para que sus
ojos se abrieran por primera vez en un mes.
Ella, en cambio, se quedó quieta y tranquila.
—Lo sé, te estás preguntando por qué no salí primero —dijo Jihoon en un tono
conversacional—. Podría haber estado más motivado si hubieras estado allí para
regañarme. —No hubo ninguna reacción de su parte y él, desanimado, dejó
escapar un suspiro.
—¿Jihoon-ah?
Se dio la vuelta e identi có al detective Hae.
—Ajeossi. —Jihoon hizo caso a sus modales y se dirigió al señor.
—¿Cómo se encuentra hoy?
—Creo que tiene más color —dijo Jihoon, aunque no estaba del todo seguro.
—Se ve bien. —El detective Hae le dio un apretón en el hombro. Lo había
hecho para consolarlo, aunque solo logró que el joven se tensara. Esta clase de
gestos paternales le resultaban extraños. Además el detective con su forma de
actuar hacía que Jihoon se preguntara cómo serían las cosas si hubiera tenido una
gura paterna en su vida. Sin embargo, era inútil perder tiempo con esa incógnita,
ya que su padre era un criminal y un hombre egoísta. Incluso si estuviera cerca,
no sería como el detective Hae, que era estable y amable.
Jihoon se aclaró la garganta y miró hacia el otro lado de la habitación.
—Parece que tendremos un nuevo vecino.
—Sí, el señor Kim falleció anoche. Sus hijas están hablando con las enfermeras
en este momento. Pobres chicas.
La boca de Jihoon se secó. Le pasaba eso cuando escuchaba la noticia de alguna
muerte. Estaba muy sensible esos días; tenía miedo de ser la persona por la cual
todos susurrarían con pena. Se convertiría en el pobre chico que había perdido a
alguien que amaba.
—No recuerdo haberlo visto tan mal.
—Ahora está en paz y su alma nalmente puede descansar.
—¿Realmente cree en eso? —curioseó Jihoon. El detective Hae era un cristiano
devoto. Aunque lo hubiera tomado por sorpresa, eso lo había reconfortado en el
último mes mientras trataba de enfrentarse a la condición de su halmeoni.
—A veces, en la vida, no podemos encontrar la salvación que necesitamos. En
ese caso, todo podría terminar en muerte.
—Bueno, pero en algunos casos la gente no debería morir tan pronto. No es
justo.
El detective Hae asintió y Jihoon no sabía si era porque coincidía con él o no.
—¿Qué está haciendo aquí?
—Todavía sigo siendo tu contacto de emergencia para el hospital. Me llamaron
porque no has ido a tu última cita.
El suspiro de Jihoon no iba dirigido al detective, aunque fue el único que lo
recibió. Cuando Jihoon estuvo en el hospital, después del accidente, el detective
Hae fue el que se terminó encargando del caso. Como no había nadie más a
quien llamar, el hospital tomó su información de contacto y Jihoon nunca la
cambió.
—Te lo dije. Si me llaman, siempre vendré para ver cómo estás.
—Lo sé —contestó Jihoon—. Lo siento.
El detective Hae había demostrado ser más que un policía que estaba tratando
de cerrar un caso. Se había involucrado personalmente en el ataque que había
sucedido en el restaurante de la halmeoni. En algunas ocasiones, los vecinos le
comentaban a Jihoon que lo habían visto recorrer el área con diligencia. El joven
sabía que la atacante nunca sería llevada ante la justicia, pero era importante
saber que alguien se preocupaba.
—Jihoon-ah, cuando un hombre da su palabra, debe cumplirla.
Esta clase de sermones era algo que Jihoon hubiera ignorado un mes atrás, pero
asintió obedientemente.
—Sí, señor.
El detective era un hombre con un claro sentido del bien y del mal. Hacía
cumplir la ley, era una buena persona y tenía una vida digna.
—¿Has pensado en lo que te he preguntado la última vez?
Jihoon se encorvó, reacio al tema en cuestión.
—Sí —musitó.
—¿Y? ¿Quieres que trate de encontrar a tu padre? Tenerlo cerca podría hacer
que sea más fácil… —El detective se calló porque sabía que era un tema delicado
para Jihoon. Él era bueno en su trabajo; de hecho, solo le había llevado un día
descubrir quién era la madre del chico y dónde vivía. Pero había respetado el
deseo de Jihoon de no llamarla y eso había ayudado para ganarse la con anza del
joven.
—Estaré bien una vez que mi halmeoni se despierte —aseguró Jihoon mientras
se ponía de pie. Quería ponerle un n a esa conversación—. Ahora, si me
disculpa, iré a esa cita. —Y, con una última reverencia, escapó.

El piso de neurología había sido renovado recientemente. Los pasillos estaban


cubiertos por varias ventanas esmeriladas y la sala de espera estaba decorada con
unas cortinas de agua.
Jihoon se anunció en la recepción y lo llevaron de inmediato al consultorio de la
parte de atrás, donde el doctor Choi lo estaba esperando. Estaba de pie con los
brazos cruzados, y apretaba su mandíbula cuadrada. La parte gris de sus sienes le
daba el aspecto distinguido de un hombre sabio. El joven sospechaba que cuidaba
mucho de su apariencia inteligente y re nada.
—Señor Ahn, muy amable de tu parte agraciarnos con tu presencia. —El doctor
Choi le dedicó una sonrisa que no alcanzó sus ojos.
—¿En serio cree que otra prueba le dirá algo nuevo?
—Lo que nos preocupa es que nada parece funcionar y que las convulsiones no
hacen más que agravarse —dijo el doctor Choi, como si estuviera dando una
conferencia sobre un fenómeno médico—. ¿No quieres saber cuál es la causa de
todo esto?
Jihoon no podía decirle que ya la sabía. ¿Qué haría el médico si le revelaba la
verdad? Bueno, sí sé cuál es la causa de mis ataques. Hace un par de meses me
enamoré de una gumiho, cuya madre puso a mi halmoni en coma y después me
lanzó lo que, probablemente, sea una maldición zorruna.
Eso borraría la sonrisa burlona de la cara del médico.
—Bueno. —Jihoon se encogió de hombros. En el gran esquema de las cosas,
¿qué había de malo en someterse a otro escáner cerebral?
Como había supuesto, las pruebas no arrojaron ningún resultado nuevo. El
médico le comentó vagamente sobre la posibilidad de una cirugía si los
medicamentos seguían fallando.
Jihoon regresó a la habitación de su halmeoni y se dejó caer en la silla junto a la
cama. El detective Hae ya se había ido hacía mucho tiempo, pero había nuevas
ores en la mesita de noche. Era una escena alegre a la que apenas le había
prestado atención.
—Se ha ido sin despedirse —mencionó Jihoon a su halmeoni—. Nunca más la
volveremos a ver, así que no vale la pena seguir esperándola. ¿No es así?
Miró jamente a su abuela, como si esperara una respuesta. Así es, pensó. Al
menos estaba de acuerdo consigo mismo.
—No es como si no hubiéramos pasado por esto antes. Muchas personas nos
han abandonado en el pasado. Por eso, no necesitamos a nadie más en nuestras
vidas. —Jihoon apoyó la cabeza en el hombro de la anciana, con cuidado de no
poner todo su peso sobre ella—. Nunca hemos necesitado a nadie; solo nosotros,
siempre el uno para el otro.
La enfermera Jang lo encontró dormido veinte minutos después.
emos aprendido cómo surgieron las gumihos, cómo fueron

H maldecidas y cómo crecieron hasta llegar al punto de odiar a

los humanos que las rechazaron y las alimentaron al mismo tiempo.

Pero existe la historia de una gumiho en particular que debemos

conocer.

Esto ocurrió mucho después de que la primera gumiho

desapareciera de la faz de esta Tierra. Durante un tiempo en el que

las historias habían empezado a convertirse en mitos…

Allí vivía un hombre con tres hijos y ninguna hija. Rezaba todos

los días para que naciera una niña. Un día, su esposa llegó a casa y lo

sorprendió con una bebé.

La familia vivió felizmente durante años. La esposa a rmaba que

el hombre sostenía a su hija con tanta fuerza que temía que la

pequeña terminara aplastada por el amor de su padre.

Cuando la niña cumplió trece años, el ganado comenzó a morir. A

partir de ese momento, la fortuna del hombre empezó a disminuir a

causa de la pérdida. Por ende, puso a su hijo mayor a hacer guardia

para averiguar por qué las vacas y los caballos se estaban muriendo.

A la mañana siguiente, el hijo mayor dijo:

—He visto a nuestra hermana ir al establo. Cuando fui a indagar, vi

que alguien se había comido el hígado de la vaca.

Enfurecido, el hombre lo echó de la casa.

A la noche siguiente, puso a su segundo hijo a vigilar.

Por la mañana, este informó haber visto a su hermana masacrar a

un caballo.

—¡Quieres matar a tu inocente hermanita! ¡Ya no deseo volver a

verte!

Finalmente, el hombre puso a su hijo menor a cuidar el establo.

El tercer hijo vio a su hermana pequeña acercarse allí para matar a

una vaca y devorar su hígado.

Sin embargo, decidió mentir, ya que tenía miedo de ser desterrado

como sus hermanos mayores.


—La vaca murió por causas naturales —a rmó—. Después vino un

zorro y se comió el hígado.

Los dos hijos mayores vagaron por distintas tierras hasta que se

encontraron con un maestro taoísta que les enseñó los secretos de su

magia. No obstante, no pudieron olvidar a su familia. Así que

volvieron a casa.

El maestro taoísta les otorgó tres botellas: una blanca, una azul y

una roja. Los hermanos le dieron las gracias por los regalos y se

marcharon.

Cuando llegaron, se dieron cuenta de que la casa estaba vacía, a

excepción de su hermana menor.

Ella les dio la bienvenida alegremente.

Le preguntaron qué había pasado y ella les contó que sus padres y

su hermano menor habían muerto.

—Tenemos sed —dijo el hermano mayor—. ¿Podrías ir al

manantial y traernos agua? Por favor.

Cuando se fue a buscarla, los hermanos huyeron. Sabían que ella

era quien había matado a su familia.

La joven corrió tras ellos y les gritó que volvieran.

Tiraron la botella blanca y se creó una maraña de espinas. La joven

pudo atravesarla y continuó persiguiéndolos.

Tiraron la botella roja y la envolvió en llamas, pero la persecución

no había terminado.

Tiraron la botella azul y apareció un río que se la llevó en una

fuerte corriente. Nunca más la volvieron a ver.

La gumiho sobrevivió y ese momento se convirtió en uno de los

más importantes de su vida porque la marcó para siempre. Creció y

aprendió a odiar a los humanos; después dio a luz a su hija, a la que

hoy todos conocemos como Gu Miyoung.


39

L OS DÍAS DE JIHOON AHORA EMPEZABAN ANTES DE QUE SALIERA el sol. Su nueva


realidad no dejaba espacio para la pereza que le dominaba la vida. En un
intento por pagar el alquiler en ausencia de su halmeoni, aceptó trabajos
de medio tiempo mientras no hubiera clases. El primero consistía en dejar
periódicos y cartones de leche en las entradas de cada casa antes del amanecer.
Andaba en una bicicleta de segunda mano, pero a veces las calles eran tan
empinadas que era más fácil empujarla. Las calles sinuosas que solía adorar se
convirtieron en sus enemigas mientras las recorría de arriba abajo sin parar.
Hizo un trabajo meticuloso para conseguir que cada orden estuviera en los
escalones o en los buzones de cada hogar.
A su vez, había aceptado el turno diurno de la gasolinera, donde cargaba gas a
los coches, por menos del salario mínimo. El dueño a rmaba que era porque
todavía no tenía el diploma de la secundaria.
Los dedos de Jihoon se congelaron por el frío de nales de enero y porque se
había olvidado los guantes. Cuando levantó las manos para soplarlas, sintió el
olor amargo de la gasolina en su piel. También, se quedó mirando la cicatriz
blanca en el centro de su palma. Un recuerdo de cuando le había arrebatado la
perla a Chamana Kim. Cada vez que veía esa marca arrugada se acordaba de esa
noche y de todo lo que había perdido.
Cayó la noche antes de que terminara la jornada, y trajo consigo un cielo sin
estrellas, iluminado solo por la luna llena. El dueño de la gasolinera corrió para
alcanzar a Jihoon antes de que se marchara.
—Aquí tienes. —Le puso dos kimbaps triangulares en las manos. Era un hombre
corpulento, tacaño y calvo—. Has estado trabajando en el frío todo el día. Estos
apenas están caducados. Tómalos.
Mientras Jihoon caminaba, sus ojos se perdían en el cielo. La vista de la luna
llena le generó un dolor agudo que lo recorrió por todas las costillas. Era la
primera luna llena que veía desde que Miyoung se había ido.
Comió el bocadillo triangular de camino al mercado, en donde se encontraba su
tercer y último trabajo del día. La caminata era agotadora. Y, gracias al aire frío, su
aliento creaba nubes de vaho, las cuales le empañaban la visión y lo fastidiaban.
Su compañero de trabajo, Kim Pyojoo, estaba detrás del mostrador.
—Llegas catorce minutos tarde, Jihoon-ssi —dijo—. Eso se descontará de tu
paga.
Pyojoo tenía solo veinte años y ya había trabajado en la tienda tres meses más
que Jihoon. También, era el sobrino del gerente y creía que eso lo convertía en su
jefe. A Jihoon no le importaba lo su ciente como para corregirlo.
—Los proveedores pasaron por aquí esta mañana. —Pyojoo hizo un gesto hacia
el depósito.
Jihoon esperó a que Pyojoo le diera la espalda antes de poner los ojos en blanco
por la orden implícita. Cuando había empezado a trabajar, Pyojoo había alegado
que el empleado más nuevo era el responsable de descargar las entregas. Jihoon
se había dado cuenta hacía bastante tiempo de que eso era una mentira.
Aun así, no se quejó mientras llevaba las cajas al frente. La tarea hizo que le
dolieran los brazos, los cuales se sentían como deos húmedos después de cinco
horas de estar cargando gas. Tenía un dolor de cabeza leve y las luces
uorescentes no ayudaban a que se sintiera mejor. Además, había un olor raro,
como si alguien hubiera derramado leche en algún sitio de la tienda y se estuviera
agriando rápidamente. Ya tenía asumido que su trabajo sería encargarse de
encontrarla y limpiarla.
Jihoon tardó media hora en meter todas las cajas en el interior de la tienda y
trastabilló un poco cuando dejó la última en el suelo. Estaba contento por haber
terminado con la tarea y aprovechó el momento para extender sus dedos
cansados.
—Ey, ¿en qué estabas pensando? —preguntó Pyojoo.
—¿Qué? —Jihoon se frotó el hombro adolorido.
—¿Por qué necesitaríamos diez cajas llenas de leche de fresa? —Pyojoo señaló
la pila—. ¿Y?
—¿Y? —repitió Jihoon.
—Y, llévalas de vuelta.
Jihoon apretó con fuerza sus puños. Realmente quería usarlos para golpear a
Pyojoo en su sonrisa sarcástica. En cambio, hizo todo lo posible para relajar cada
dedo y recuperar el control. Necesitaba ese trabajo. Era el único que podía
mantener después de que las clases volvieran a comenzar.
Así que recogió dos cajas a pesar de que sus músculos habían protestado.
Apretó los dientes cuando escuchó a Pyojoo reírse de algo que había leído en su
cómic.
Después de haber buscado más cajas, Jihoon tropezó debido a la pesada carga y
su codo chocó contra el marco de la puerta. Un dolor le atravesó el brazo y
resonó en su cabeza, como si alguien estuviera empujando una delgada aguja
dentro de su cráneo.
Sus músculos se estremecieron y las cajas cayeron con un estrépito. La leche de
fresa se derramó sobre sus pantalones y su calzado se manchó de rosa.
Un zumbido retumbó en sus oídos un segundo antes de convulsionar.
No podía oír, pensar ni respirar.
Solo podía ver oscuridad y la luna. Y la luna, que estaba llena, se burlaba de él.
40

M IYOUNG SE DESPERTÓ CUANDO SU CUERPO CHOCÓ CONTRA EL


tanto que le castañeteaban los dientes.
suelo.Temblaba

A pesar de que nunca antes había sufrido tanto dolor, como si la


estuvieran apuñalando con estalactitas de hielo, ella sabía por qué se sentía así.
Esa noche había luna llena. Era la primera desde que había dejado de alimentarse.
La primera desde que había abandonado a Jihoon.
Algo ardía a lo largo de su piel. Era la luz de la luna que brillaba a través de la
ventana.
Miyoung se sentía atraída hacia ella. La luna le decía que cediera a su poder una
vez más y quería castigarla por haberse negado.
La puerta se abrió de golpe. Se escucharon los sonidos enojados de unas
pisadas, que se apresuraban hacia ella.
—Levántala de los pies. —Miyoung reconoció la ansiedad en la voz de su
madre, escondida entre capas detrás de esa severa orden.
Yena metió las manos debajo de los hombros de Miyoung mientras otra persona
le acunaba las piernas.
Estaba sumergida en agua helada y su cerebro le gritaba que escapara. No, agua
no.
Mientras luchaba contra las manos que la sujetaban, Miyoung se sacudió,
probablemente empapando a los que intentaban ayudarla.
—Ábrele la boca. —La voz era grave y masculina.
Unos dedos le separaron los dientes. Miyoung trató de no luchar, pero no pudo
evitar apretar la mandíbula ante el frío adormecedor del agua helada contra su
piel expuesta. Siguió mordiendo hasta que sintió gusto a sangre.
Lo intentaron de nuevo, sin inmutarse por sus rechinantes dientes. Y, esta vez,
vertieron un líquido amargo por su garganta.
Su cuerpo se hundió; estaba tan agotada que apenas podía levantar la cabeza. Si
el agua iba a reclamarla, que así fuera. No obstante, no parecía muy profunda y,
en cambio, su mejilla se apoyó contra el lado frío de la bañera de porcelana.
Mientras mantuviera la cabeza fuera del agua, estaría bien. Era una mentira, pero
se la repitió a sí misma una y otra vez hasta que su corazón se ralentizó.
—¿No quiere alimentarse? —preguntó la voz masculina.
—Al parecer, no.
—Esto solo va a empeorar.
—No te pago para que me digas lo que puedo ver con mis propios ojos. —La
voz de Yena estaba impregnada de desagrado.
—Tiene suerte de ser mitad humana. Incluso podría estar aguantando lo peor de
todo, lo que aún está por llegar. Si no se alimenta, no hay mucho que puedas
hacer.
—Hay una cosa —respondió Yena.
—La perla está en Seúl.
—Una vez más, es algo que conozco.
Una pausa.
—Tal vez sea hora de volver. No hemos encontrado nada aquí y me he quedado
sin contactos.
—Entonces, consigue más —exigió Yena.
—Eso cuesta dinero.
Una pausa.
—Saca todo lo que necesites de la caja fuerte.
—Sí, señora. —Se escuchó cómo alguien se retiraba y después se sintió que la
puerta del baño se cerraba tras un suave clic.
Miyoung nalmente abrió los ojos. La habitación era un borrón de luz y bruma.
Blanco sobre blanco, pero pudo discernir la forma de los labios de su madre, su
nariz y sus ojos.
En ese momento la atacó otra oleada de náuseas.
—Me duele. —Miyoung no reconoció su propia voz. Era como un aullido
desesperado.
—Pronto pasará. Eres mi hija. Eres inteligente, bella y fuerte. Puedes luchar
contra esto.
Miyoung se estremeció por el frío del baño y por los agudos dolores que aún
irradiaban a través de sus huesos.
—Seré una mejor hija.
—Entonces, ¿te alimentarás? —No lo dijo con enojo. En realidad, era una
verdadera pregunta.
Miyoung dejó escapar un sollozo en lugar de responder. Era todo lo que Yena
necesitaba escuchar.
—¿Te rehúsas a alimentarte por culpa de ese chico?
—Sí —susurró Miyoung—. Pero no de la manera que crees. Antes de darme
cuenta de que Jihoon me importaba, había logrado convencerme de que no me
preocupaba por nadie. Pero, de hecho, sí lo hago. Y si continúo matando a otros
solo para poder seguir viviendo, entonces me convertiré en el monstruo que no
quiero ser.
Yena se quedó callada. Tan silenciosa que Miyoung abrió los ojos para ver si no
se había ido. Su madre todavía estaba sentada al lado de la bañera, con la cara
contraída por sus pensamientos. Y la joven se dio cuenta del efecto de sus
palabras. Que, quizá, Yena era el monstruo en el que no quería convertirse.
—Crees que has hecho una elección este último mes, pero no la has hecho. —
La voz de Yena era dura y cortante—. Solo estás esperando, con la esperanza de
que llegue una solución que te dé todo lo que deseas.
—¿Es eso tan malo? —preguntó Miyoung—. No quiero que nadie salga
lastimado por mi culpa.
—Creí que te había enseñado mejor, hija. He sobrevivido mucho tiempo porque
he tomado decisiones claras, incluso si crees que hayan sido erróneas. —Yena se
puso de pie—. Ahora tú necesitas tomar una decisión.
Después de eso, Yena se fue. Miyoung tembló, pero no por el agua helada.
41

C UANDO JIHOON TUVO UNO DE SUS EPISODIOS (TAL COMO LO llamaban los
médicos), soñó algo tan vívido que podría pintar un cuadro si tuviera
algún talento artístico.
A veces soñaba con su halmeoni y sobre lo felices que ambos habían estado con
sus simples vidas. Despertaba de esos sueños con una felicidad pasajera que se
disipaba con mucha rapidez.
A veces soñaba con sus padres, una falsa realidad en la que nunca lo
abandonaban y lo querían de la forma en la que todo padre debería. Se
despertaba de esos sueños amargado por las cosas que nunca supo y nunca
sabría.
Esta vez, tuvo uno de los que más odiaba, uno de esos que lo despertaban con
un anhelo desesperado. Había soñado con Miyoung.
Un hilo rojo iluminó su camino. A menudo, soñaba con seguir una cuerda para
encontrar a Miyoung al nal de ella. Al principio había sido dorada como el sol, pero
con el tiempo se había oscurecido hasta convertirse en color escarlata.
Ella estaba sentada en un banco, a la luz de la luna. Levantó el rostro; había una
sonrisa en sus labios.
—¿Qué estás haciendo? —Jihoon se sentó a su lado.
—Hablando con la luna —dijo y descansó su cabeza en el hombro de Jihoon.
Encajaba en la curva de su cuello a la perfección.
—¿Sobre qué?
—Solo la estaba saludando.
—La luna no es muy habladora —respondió él.
—No es lo que dice, sino cómo lo dice. —Inclinó la cabeza hacia atrás para
echarle un vistazo—. Me preguntaba cuándo me encontrarías.
—Es fácil con esto. —Jihoon levantó el hilo. Se desvaneció en la noche,
disolviéndose ahora que su propósito había sido cumplido.
—Un hilo rojo. ¿Eres mi alma gemela, Jihoon-ah?
El joven sonrió ante el antiguo mito: un hilo rojo que une a dos almas
predestinadas.
—¿Quieres mi corazón? —preguntó él—. Está bastante maltratado.
—Tú ya tienes el mío. —Miyoung le ofreció sus labios. Jihoon los aceptó con un
delicado beso y después sonrió, antes de echarse hacia atrás.
Algo húmedo, con sabor a sal y metal, goteaba por sus labios y llegaba hasta su
lengua. Se llevó la mano a la boca y sus dedos terminaron manchados de rojo.
Sus ojos se dispararon en dirección a Miyoung, a quien le estaba sangrando la
nariz. Se habían creado regueros de sangre hasta su barbilla y todos terminaban
goteando sobre su regazo.
—No puedo quedarme —sonó una clara disculpa en su voz.
—No puedes irte —dijo él—. Necesito respuestas.
—¿Respuestas? —Se la veía pálida, casi transparente.
—Mi halmoni está enferma.
—¿Qué? —La palabra sonó dura mientras hacía eco a su alrededor.
—¿Qué ha hecho tu madre? Por favor, dime. Por favor, ayúdanos.
Jihoon se acercó.
Sus manos agarraron solo aire.
Ella desapareció. Y Jihoon quedó solo, con nada más que la luna para hacerle
compañía.
42

M IYOUNG SE DESPERTÓ SOBRESALTADA. SU


sintió hasta en la punta de sus dedos.
CORAZÓN LATÍA TAN rápido que lo

Había sido otro sueño vívido, de los que la hacían sospechar que
había algo más que un recuerdo o un anhelo, que la hacía creer que él realmente
estaba allí. Pero, esta vez, algo la preocupaba y necesitaba examinar el sueño,
que ya se estaba desvaneciendo, para volver a encontrarlo.
Se sentó e ignoró la protesta de sus músculos adoloridos. Su cuerpo se sentía
rígido y entumecido, como si hubiera corrido una maratón. Se estiró para alcanzar
un poco de agua.
El vaso en su mesita de noche estaba vacío.
Miyoung caminó por el pasillo del silencioso apartamento.
Se arrastró hasta la cocina, donde volvió a llenar el vaso. Durante el último mes,
nunca se sintió completamente llena. Nada podía menguar el hambre persistente
que sentía en su vientre. Siempre tenían que comprar muchos alimentos, ya que
Miyoung comía día y noche. Sin embargo, sabía que el gi era lo único que
acabaría con su hambre voraz.
Tomó más agua e inclinó la cabeza hacia atrás para beber las últimas gotas antes
de que una luz se encendiera.
—Apágala —gruñó.
Miró, molesta, a Junu cuando abrió la heladera, la cual usó para empujar a
Miyoung a un lado.
La luz de la heladera acentuaba los planos del rostro de Junu. Su tez clara se
veía perfecta, incluso cuando portaba una mirada severa.
—Eres muy gruñona por las mañanas —dijo y sacó un jugo de naranja.
—Eres un idiota. —Miyoung guardó el agua en su lugar—. ¿Cuándo te irás de mi
apartamento?
—Cuando tu madre deje de pagarme por cuidar de su niñita. Sus ofertas son
difíciles de dejar pasar. ¿Qué clase de tonto diría que no a un viaje con todo
incluido? —Junu sorbió el jugo y sacó una rebanada de pan de leche.
—¡Ey! ¡Esa era la única que quedaba!
—Es la rebanada nal —comentó antes de darle otro gran bocado—. Odias las
rebanadas de los extremos.
—Bien —concedió Miyoung, porque tenía razón.
—¿Tuviste una pesadilla? —preguntó Junu.
Miyoung no respondió, lo que hizo que él insistiera.
—¿Soñaste con Jihoon?
—¿Cómo supiste?
—Soy bueno para ver cuando alguien está desanimado —respondió él con una
sonrisa socarrona.
—Vete al diablo. —Miyoung le dio un puñetazo en el hombro.
Él se frotó el brazo con indignación.
—Tal vez debería pedir un seguro de riesgo.
Miyoung frunció el ceño. No le gustaba que Junu y Yena se conocieran, y
mucho menos que se hubieran conocido hacía muchas décadas. Hizo que, de
alguna manera, todos sus tratos sombríos con él parecieran peores de lo que en
realidad eran. Por otro lado, cuando su madre había necesitado a alguien que
fuera bueno para obtener información y a alguien que tuviera conexiones en su
mundo, la mejor opción terminó siendo Junu. En la primera semana después de
haberlo contratado, se había generado un ambiente tenso porque Miyoung no
paraba de preguntarse si mencionaría el talismán taoísta y a Nara. De todos
modos, el dokkaebi parecía saber que no debía agitar ese nido de avispas, incluso
cuando pasaba la mayor parte del tiempo molestando a Miyoung de mil maneras
distintas.
—¿Dónde está mi madre?
—En Hong Kong.
—¿Cuándo volverá? —La voz de Miyoung se elevó con sorpresa.
—No lo hará. Se supone que debemos encontrarnos con ella cuando su
pequeño ángel se haya recuperado de estar al borde de la muerte.
—¿En serio crees que me estoy muriendo? —Nunca se había atrevido a hacerle
esa pregunta a Yena. No obstante, creyó que Junu le daría una respuesta directa y
sincera.
—¿Por qué no te alimentas y listo?
Así que no fue una respuesta directa, pero fue una respuesta al n y al cabo. Él
también creía que Miyoung moriría si no absorbía gi.
—No puedo.
—Los humanos mueren todos los días, pero nosotros somos demasiado bonitos
como para ocultar nuestros rostros al mundo. —Junu le lanzó una sonrisa
maliciosa.
Miyoung no se molestó en explicarle. Sabía que él no podía entender la idea de
que una gumiho pudiera valorar las vidas humanas por encima de la suya. Él era
un dokkaebi. Todo lo que había hecho en su vida siempre había sido para
bene cio personal.
Entonces recordó las palabras de su madre. Que la decisión de no alimentarse
no era una elección completa. Después de todo, ella se había escapado y eso la
convertía en una cobarde.
Por último, recordó las palabras del Jihoon de su sueño. «Mi halmeoni está
enferma. Por favor, ayúdanos».
¿Su halmeoni estaba viva? Miyoung había asumido que la mujer se rendiría
debido a la falta de gi, pero parecía que era más fuerte de lo que aparentaba. Aun
así, si estaba enferma, entonces era probable que la falta de energía la estuviera
afectando más lento de lo que Miyoung había creído. ¿Cómo alguien podía
recuperarse tras haber perdido tanto gi?
La súplica de Jihoon resonó en su mente una y otra vez. «Por favor, ayúdanos».
Su desesperación había sido tan intensa que magni có la culpa que ya sentía en
su propio pecho.
Miyoung echó un vistazo por la ventana a la ciudad de Osaka, donde todos
apenas estaban despertándose para aprovechar un nuevo día.
—Supongo que mi parte kitsune no nos trajo nada positivo —dijo Miyoung,
todavía con la mirada posada en el paisaje urbano. Había carteles brillantes que
iluminaban las calles mientras la ciudad esperaba a que saliera el sol. Todo era
bonito y emocionante, pero no era su hogar—. No quiero ir a Hong Kong.
—¿Quieres quedarte aquí?
—Quiero ir a Seúl.
—Sabes que no puedo permitir que vayas allí.
—Si mi madre no encuentra una solución pronto, no me quedará mucho
tiempo. Piensa en esto como mi último deseo. —Miyoung decidió que no le diría
a Junu la verdadera razón de su deseo: si no había nada que pudiera salvarla,
entonces ella podría salvar a alguien más. Quizá esa era la mejor opción en ese
momento, en el que se sentía como un fantasma inquieto. Además, Jihoon y la
halmeoni eran sus asuntos pendientes.
—A las gumihos no se les conceden últimos deseos.
—A esta gumiho sí. No quiero estar aquí, ni en Hong Kong ni en ningún otro
sitio en donde mi madre crea que puede encontrar respuestas. Solo quiero irme a
casa. —Miyoung dejó que su voz se convirtiera en una súplica con el n de
parecer desesperada. ¿Qué era el orgullo para una gumiho moribunda?
—Hay una falla en tu plan —señaló Junu—. Tu madre nunca lo aprobaría.
—Allí es donde entras tú —replicó Miyoung con una sonrisa astuta.
Junu se echó a reír y sacudió la cabeza.
—Esto te costará.
—Lo suponía. —Miyoung levantó una ceja y esperó a que Junu considerara sus
propias lealtades.
El dokkaebi engulló lo que quedaba del pan y se sacudió las migajas de las
manos.
—Empezaré a empacar.
43

L OS MÉDICOS MANTUVIERON A JIHOON EN EL HOSPITAL DURANTE unos días. Le hicieron


pruebas, le extrajeron sangre, lo punzaron y lo pincharon. Ningún
diagnóstico nuevo. Ninguna solución nueva. Así que le dieron el alta.
Somin corrió alrededor de la habitación para asegurarse de que no se olvidaban
de nada mientras Jihoon se tomaba su tiempo para ponerse el calzado deportivo.
Le dolía agacharse, pero llevar su propia ropa lo hacía sentir bien.
—No estuvo aquí tanto tiempo. No hay nada que pueda olvidarse —dijo la
madre de Somin.
—¿Y si se olvida de su móvil?
—Está justo aquí.
Jihoon lo levantó en el aire mientras compartía una mirada de exasperación con
la señora Moon.
—¿Y tu cargador?
—Aquí. —La señora Moon lo sostuvo en alto.
Ese era el mecanismo de defensa de su amiga. Si pudiera enojarse con Jihoon,
entonces se preocuparía menos. Después de eso, el detective Hae entró a la
habitación mientras Somin revisaba debajo de la cama por tercera vez, en busca
de algo que Jihoon desconocía.
La señora Moon se enderezó en su silla y levantó las manos para alisarse el pelo.
—Hola, detective Hae —dijo con dulzura.
—Soohyun-ssi —la saludó con una inclinación de cabeza y ella se sonrojó al
escuchar cómo decía su nombre. Al detective le había llevado casi un mes dejar
de llamarla eomeoni de Somin—. Jihoon-ah, te ves preparado para irte.
—Sí, por el momento. —Jihoon le dedicó una mirada de fastidio a Somin, quien
abrió la puerta del baño para revisar el interior.
—Somin-ah. —El hombre la sujetó de los hombros—. Las enfermeras tienen las
instrucciones para la medicación de Jihoon. ¿Por qué no vas a buscarlas?
Asintió, aliviada por la nueva tarea.
—Detective, usted siempre es capaz de poner las cosas en orden. Es una
habilidad impresionante —expresó la señora Moon—. Me encantaría invitarlo a
cenar, para darle las gracias. ¿Qué tal mañana por la noche?
Jihoon estaba agradecido de que Somin hubiera salido. Ver a su madre
coquetear sería incómodo para ella. Por supuesto que tampoco era divertido para
él.
—Sería un honor, pero tengo un evento en la iglesia.
—Su fe es admirable —aduló la señora Moon. Jihoon resopló y recibió un gesto
de su parte.
—Estoy libre ahora —ofreció.
—¿Libre para qué? —preguntó Somin, que había vuelto con un paquete de
instrucciones.
—Solo café —propuso Soohyun—. ¿Por qué no vamos al café de la esquina
mientras esperamos a que Somin recorra la habitación por última vez?
Somin puso los ojos en blanco.
—Está bien, pero yo pago. —El hombre revolvió el pelo de Somin de forma
afectuosa y ella dejó de fruncir el ceño. El detective Hae se había encariñado con
ella de inmediato, y Jihoon imaginó que era porque extrañaba a su propia hija,
que vivía con su madre en el extranjero.
—¿Ahn Jihoon? —Una enfermera asomó la cabeza por la puerta—. Oh, lo
siento, no sabía que tu familia estaba aquí. Tenemos los formularios del alta que
necesitamos que estén rmados —explicó al detective Hae tras asumir que él era
el padre de un feliz núcleo familiar. En ese momento, Jihoon sí frunció el ceño.
—No hay problema —dijo el detective con facilidad antes de seguir a la
enfermera con la señora Moon pisándole los talones.
—Esto no debería molestarte —a rmó Somin, y Jihoon se sobresaltó. Había
olvidado que ella todavía seguía allí.
—¿De qué estás hablando? —Jihoon se concentró en recoger su mochila en
lugar de mirarla.
—Somos tu familia —aseguró Somin.
—Pero él no es mi padre. No he tenido uno de esos por mucho tiempo. —
Jihoon no sabía por qué se sentía tan amargado, excepto que había estado muy
solo en el último mes.
—Yo tampoco —le recordó su amiga—. De todos modos, creo que resultamos
ser buena gente.
Sabía que Somin estaba tratando de animarlo, pero, en lugar de eso, sentía
vergüenza y, además, mucha ira. El padre de Somin había muerto cuando ella era
pequeña. Nunca pudo conocerlo.
—Iré a ver a mi halmeoni antes de que nos vayamos.
Somin le ofreció una sonrisa triste.
—Nos encontraremos en el vestíbulo.

La habitación estaba a oscuras por las largas cortinas que había sobre las
ventanas. La anciana yacía con las manos cruzadas sobre su vientre. Seguro era
algo que las enfermeras habían hecho, ya que se la veía más serena de esa
manera.
—Halmeoni. —Jihoon sujetó su mano entre las suyas. Se sentía igual de liviana
que un papel, como si sus huesos fueran tan huecos como los de un pájaro—.
Estoy mejor ahora. Estabas preocupada, ¿verdad?
El silencio de su abuela le escoció los ojos. No le gustaba su rostro pálido.
Había estado tan llena de vida cuando lo regañaba por estar fuera de casa hasta
tarde o cuando volvía del instituto con malas cali caciones. Esta versión, vacía y
sin emociones, no era su halmeoni.
—Volveré a verte mañana. No te preocupes por mí. —Apoyó la mano de su
halmeoni con suavidad sobre las sábanas, levantó su mochila de un jalón y se fue.
No se dirigió al vestíbulo, sino que fue por el cruce peatonal que lo llevaba hasta
el otro lado del campus del hospital. Se subió al autobús que se detuvo en la calle
principal justo cuando salía del edi cio.
44

M IYOUNG OBSERVÓ CÓMO LA PUERTA SE CERRABA DETRÁS DE Jihoon. Apenas había


corrido las cortinas a su alrededor cuando lo había escuchado entrar.
—Ya sé lo que dirá. —Estaba sentada en la amplia silla de visitantes
junto a la cama—. Soy una cobarde. Y tiene razón, pero no estoy lista para verlo.
Todavía no.
Levantó la mano que Jihoon acababa de dejar sobre las sábanas. Miyoung creyó
que había sentido una chispa mientras frotaba los dedos sobre la suave piel de la
halmeoni. Una parte de ella quería creer que había tenido esa sensación por él,
que era un trozo suyo al que podía aferrarse. Y el resto de ella, su parte inteligente
y lógica, sabía que era una tontería creer que todo eso era algo más que una
descarga estática.
Después cerró los ojos y se abrió a sí misma a la energía de la halmeoni. No
para absorberla, sino para medirla. Porque Miyoung tenía una buena suposición
de por qué no se estaba despertando.
Allí estaba el gi menguante de la halmeoni, débil como una estrella que se
desvanecía. Era lo que había temido: la anciana le había dado tanto a Jihoon que
apenas le quedaba algo para ella misma. Y ahora estaba atrapada en un limbo de
inconsciencia. Todo indicaba que Miyoung había robado una vida esa noche, a
pesar de que no había matado para alimentarse.
—Lo siento mucho —susurró Miyoung—. Nunca quise que esto sucediera.
»Jihoon nunca me perdonaría si supiera lo que he hecho. —Miyoung llevó la
mano de la halmeoni a su propia mejilla—. ¿Cree que es egoísta si deseo no tener
que contarle? No quiero que me recuerde como un monstruo. No espero que
usted me perdone, pero por favor, déjeme intentar salvarla. Por él y por mí.
45

E L TELÉFONO MÓVIL DE JIHOON VIBRÓ CON LA LLEGADA DE UNOS


viajaba en el autobús. El primero era de Somin:
mensajes mientras

¡¿EN QUÉ ESTABAS PENSANDO?! ¿YÉNDOTE SOLO? ¡NUNCA VOLVERÉ A HABLAR CONTIGO, AHN
JIHOON!

Aunque lo esperaba, no pudo evitar sentirse culpable. Pero si se hubiera ido con
Somin y su madre, ambas habrían tratado de persuadirlo para que fuera a casa
con ellas. Y lo cierto era que quería estar solo en ese momento.
El siguiente texto era del detective Hae:

NO TE METAS EN PROBLEMAS. LLÁMAME SI TE SIENTES MAL.

Jihoon sonrió al leer el mensaje: tenía que ser bueno y mantenerse saludable.
Un minuto después, recibió otro mensaje de Somin:

HAY SOPA EN TU HELADERA. CÓMELA O ESTARÁS EN PROBLEMAS.

Se rio. Somin lo conocía demasiado bien.


La caminata por la empinada colina hasta su apartamento no era fácil, y casi
lamentó haber vuelto solo.
—Jihoon-ah. —Hwang Halmeoni lo llamó cuando vio que se acercaba. Estaba
sentada en la pequeña plataforma en el exterior de su tienda a pesar del aire frío
de febrero.
Él se sentó en el suelo. Era una excusa para recuperar el aliento, el cual
expulsaba en nubes densas.
—Te ves cansado. —Hwang Halmeoni arrugó el entrecejo.
—Me recuperaré.
—¿Por qué no está ese policía contigo? Es muy guapo.
—Hwang Halmeoni, ¿me está engañando? —preguntó Jihoon antes de largar un
resoplido de indignación.
La mujer se rio entre dientes y sus ojos apagados brillaron de emoción. Se estiró
para alcanzar algo detrás de ella: un pequeño frasco con un líquido dorado y una
gruesa raíz otando en él.
—Ten. Es vino medicinal, hecho con raíz de jengibre de la montaña Palgongsan.
—No tengo edad su ciente para beber —le recordó Jihoon.
—Cuando yo tenía tu edad, los niños de cinco años podían beber vino. —Le
tendió el frasco y Jihoon lo aceptó con gentileza antes de hacer una reverencia.
»Ah, y alguien estuvo buscándote.
—¿Changwanie? —preguntó.
—No, alguien más atractivo. —La anciana le guiñó un ojo.
Jihoon arrugó el ceño. Esperaba que no fueran más acreedores.

Las ventanas delanteras del restaurante estaban oscuras. Las sillas estaban dadas
vuelta y apiladas encima de las mesas vacías. Había un letrero escrito a mano en
la puerta: CERRADO HASTA NUEVO AVISO. Si Jihoon se concentraba lo su ciente, podía
imaginar el olor de uno de los jjigaes de su halmeoni impregnando el aire, el ruido
de los platos y la risa de los clientes. Pero no pudo. Los recuerdos le dolían
porque sabía que siempre había dado por sentada esa vida. Hasta incluso la
presencia de su halmeoni.
Cuando Jihoon dejó que la puerta del apartamento se cerrara, unos bujeoks se
agitaron alrededor del marco. Se quitó el calzado y lo colocó con cuidado junto
al de su halmeoni, que casualmente era su par de zapatos preferido para trabajar.
Además, eran negros y estaban desgastados.
Aunque solo había pasado un mes, parecía que el sitio echaba de menos la
presencia de la halmeoni tanto como Jihoon. Nada se había movido, pero todo se
sentía un poco más aburrido y apagado. Casi esperaba ver a Dubu corriendo por
el pasillo y ladrando con felicidad, a modo de saludo. Sin embargo, la perrita
estaba mejor en lo de Somin, donde recibía atención diaria. El problema era que
Jihoon pasaba más noches en la habitación de hospital de su halmeoni que en el
apartamento.
—Este sitio es un desastre.
Jihoon se giró justo para ver cómo una gura emergía de la oscuridad de la
cocina.
—¿Quién eres? —Jihoon levantó los puños, listo para defenderse.
—No soy tu enemigo —dijo la voz. No había dudas de que era una voz
masculina.
—Si no eres mi enemigo, entonces déjame ver tu cara.
El chico que dio un paso adelante era apenas mayor que él. Quizá tenía veinte
años, aparte de una cara cincelada y unos ojos claros.
—Encantado de conocerte. Me llamo Junu. —El joven dejó al descubierto su
sonrisa deslumbrante.
—Me presentaría, pero no estoy acostumbrado a hacerlo con personas que
quieren robarme.
—¿Te parece que estoy aquí para robarte? —preguntó Junu.
Era una pregunta válida. El chico parecía haber salido de las páginas de una
revista de moda. Tenía unos pantalones oscuros y un largo abrigo de lana, que
enmarcaba su cuerpo alto. Un reloj de oro se asomaba por debajo de sus largas
mangas. Era probable que fuera lo su cientemente caro como para terminar de
pagar algunas de las facturas que tenía apiladas sobre la mesa.
—¿Por qué estás aquí? —Jihoon echó un vistazo rápido hacia el sofá, donde
había arrojado su chaqueta. Su teléfono móvil estaba en el bolsillo.
—A veces me pregunto eso. ¿Por qué me involucro en estas situaciones? —Junu
se sentó junto a la chaqueta de Jihoon y cruzó las piernas para acomodarse—.
Creo que es por mi cara. Es bonita, y por eso la gente quiere estar cerca de mí. Me
encanta eso; no puedo negarme a una buena compañía. —Finalizó con un guiño
descarado.
¿Quién es este chico?
—Soy un buen oyente. Así que la gente cree que puede revelarme mucha
información sobre sí misma de forma desinhibida. Es solo cuestión de tiempo
hasta que me cuenten sus secretos más oscuros. Encima, uno pensaría que la
mayoría de las personas tendría miedo de un dokkaebi. —Junu se encogió de
hombros.
Jihoon se echó hacia atrás. Miró jamente a Junu con un ojo más crítico. Se
suponía que los dokkaebis eran feísimos, como la bestia que había visto en el
bosque. Realmente no había nada similar entre ese goblin exaltado y el bello
chico que ahora estaba sentado frente a él.
—¿Por qué un dokkaebi estaría en mi casa? —Los ojos de Jihoon se movieron
con rapidez, en busca de un arma.
—¿Por qué crees que estoy aquí? —Una sonrisa se dibujó en los labios de Junu,
como si acabara de pronunciar un acertijo.
—¿Por Yena?
—¡Ddaeng! —Junu sonaba alegre—. Gumiho equivocada.
Jihoon sintió unos aleteos en su estómago, como libélulas a punto de volar.
—¿Miyoung? —susurró su nombre, como si le diera miedo tener esperanza.
—Está preocupada por ti.
A Jihoon le dolían los ojos, como si los hubiera mantenido abiertos demasiado
tiempo en un día frío. Después se dio cuenta de que en realidad no había estado
parpadeando.
—Me mataría si se enterara de que te dije eso —dijo Junu—. Me pidió que me
asegurara de que no vivieras en la miseria. No creí que volverías tan pronto, pero
yo no soy alguien que se oculta.
—¿Dónde ha estado Miyoung?
—Por ahí. —Junu sacudió la muñeca, como si eso fuera explicación su ciente.
Jihoon decidió que odiaba a ese chico.
—Bueno —prosiguió Junu tras ponerse de pie—. Se está haciendo tarde y me
estoy muriendo de hambre. ¿Crees que todavía hay niños en el área de juegos del
parque?
Los ojos de Jihoon se abrieron con horror, y Junu dejó escapar una carcajada
escandalosa.
—Oh, deberías haber visto tu cara. —Lo golpeó en la rodilla—. Los dokkaebis
no comen gente. Yo tengo un estómago delicado y, por eso, debo tratar a mi
cuerpo como si fuera un templo.
Jihoon jó la mirada en él, sin palabras.
—Debería irme. No estaba bromeando cuando dije que tenía hambre. ¿Debería
comer jjajangmyeon o jjamppong? —se preguntó en voz alta mientras se
bamboleaba hasta la puerta.
—Dile que venga ella misma —soltó Jihoon.
—¿Eh? —Junu lo miró con curiosidad.
—Si está tan preocupada por mí, entonces debería venir ella misma a ver cómo
estoy. —Jihoon agarró los costados de su pantalón para evitar moverse por los
nervios que lo atormentaban.
Junu se tomó un momento para considerar lo que Jihoon había dicho, luego
asintió antes de partir. La puerta se cerró de golpe y el impacto hizo que los
bujeoks junto a esta revolotearan. Ninguno de los talismanes había hecho algo
para mantener al dokkaebi fuera del apartamento. Igualmente, Jihoon no tenía
tiempo para re exionar sobre eso mientras se hundía en el sofá. Estaba
empezando a tener un dolor de cabeza y eso no lo dejaba pensar.
46

H ABÍAN PASADO SEMANAS DESDE QUE MIYOUNG HABÍA VUELTO Y no tenía ningún
interés en intentar encontrar una solución para despertar a la halmeoni
de Jihoon. Al principio, creyó que podía ofrecerle un poco de su propio
gi, pero descubrió con rapidez que estaba muy débil para hacerlo. Después de
intentar forzar la conexión, apenas había conseguido llegar al lavabo para
vomitar. Ese había sido el último de sus intentos.
Sin embargo, ahora tenía un problema más grande. Era difícil admitirlo, pero
Miyoung sabía que necesitaba hablar con Jihoon. Lo había estado posponiendo,
con la esperanza de entrar a la habitación, ayudar a la halmeoni y salir sin ser
vista. Pero sabía que necesitaba acceso a la habitación de la anciana y que no
podía seguir entrando a hurtadillas. Jihoon siempre estaba allí hasta que
terminaban las horas de visita. Por eso, ella no tenía otra opción: debía colarse.
Siempre esperaba a que él saliera para deslizarse al interior. Excepto que hoy una
enfermera la había encontrado y le había hecho demasiadas preguntas. Se había
cubierto a sí misma al decir que había perdido la noción del tiempo. De todos
modos, era probable que a esas alturas las enfermeras con ojos de halcón ya
hubieran memorizado su rostro.
No quería que la enfermera le dijera a Jihoon de su presencia antes de que
pudiera explicarle ella misma por qué había vuelto.
Así fue cómo Miyoung se encontró caminando en su antiguo vecindario, justo
frente al apartamento de Jihoon.
Pasó por delante del pequeño edi cio; debió haber sido la duodécima vez esa
noche. Las ventanas estaban iluminadas en el apartamento encima del restaurante
cerrado. Cuando había visto por primera vez el letrero escrito a mano que decía
CERRADO HASTA NUEVO AVISO, quiso romperlo.
—Eres esa chica yeowu. —La voz era vieja y quebrada, la cual detuvo a
Miyoung en sus pasos. Se dio vuelta para encontrarse con la vieja halmeoni, que
estaba pelando castañas frente a una tienda de vinos medicinales.
—¿Disculpe?
—Eres esa chica, la que nuestro Jihoonie trajo a casa una vez. Tienes secretos y
muy oscuros.
—¿Qué? —Miyoung intentó actuar confundida—. No sé de qué está hablando.
La mujer se rio mientras pelaba otra castaña. Esta vez se la ofreció y Miyoung la
aceptó con las dos manos.
—No intentes esconder cosas a alguien tan viejo como yo. He visto demasiado
como para ser engañada. —Sus palabras hicieron eco de algo que la halmeoni de
Jihoon le había dicho una vez—. No te preocupes, no necesito saber tus secretos.
Tengo su ciente con los míos; los fui acumulando durante toda una vida. Aunque
creo que el tuyo se revelará muy pronto. Si Jihoonie es a quien quieres contárselo,
entonces solo debes hacerlo. Es un chico bueno y amable.
—¿Jihoon está bien? —preguntó Miyoung—. Quiero decir, sin su halmeoni,
¿cómo está?
—¿Por qué no se lo preguntas tú misma? —La anciana hizo un gesto hacia la
calle y Miyoung vio que Jihoon venía caminando, enfrascado en su propio
mundo. Justo cuando estaba a punto de moverse para alcanzarlo, Miyoung notó
otra gura. Una que era demasiado familiar.
—¡Ya! —gritó antes de que pudiera detenerse. Fue un movimiento precipitado
ya que la chica se incorporó, vio a Miyoung y luego salió disparada por una calle
lateral.
A pesar de no alimentarse, Miyoung podía ser rápida si se lo proponía. Al menos
era más rápida que cualquier humano, por lo que pudo alcanzar a su objetivo en
un abrir y cerrar de ojos. Hizo girar a la chica, cuyo pelo negro se balanceaba y le
ocultaba su rostro pálido.
—Song Nara —escupió el nombre—. ¿Qué estás haciendo aquí?
Nara se ajustó la chaqueta, en un intento de mantener una apariencia de
dignidad.
—Escuché que estabas de vuelta en la ciudad.
A Miyoung no le gustó cómo sonaba eso. ¿Acaso la chamana la había estado
vigilando?
Como si leyera la mente de Miyoung, Nara continuó:
—Cuando un dokkaebi y una gumiho vuelven a la ciudad, los espíritus hablan.
No me había dado cuenta de que eras cercana a Junu.
—Con quién paso el tiempo no es de tu incumbencia. ¿Qué quieres? ¿Por qué
me estás siguiendo?
—No te estoy siguiendo a ti —a rmó Nara—. Estaba siguiendo a Ahn Jihoon.
Quería advertirle.
—¿Advertirle? ¿Sobre qué?
—Sobre ti. Supuse que la única razón por la que volverías sería para arrancarle
la perla de su pecho.
Miyoung se sobresaltó ante la mención de su perla. ¿Cómo podría Nara saber
sobre eso?
—No sabes de lo que estás hablando.
—Los espíritus hablan. Lo que has hecho es antinatural. —Nara hizo una pausa.
En sus ojos estaba claro el con icto antes de continuar—. Pero también fue
valiente. Has salvado la vida de Ahn Jihoon. No esperaba eso de ti.
—No me conocías tan bien como pensabas.
—Tal vez —dijo Nara, estudiando a Miyoung—. Pero si realmente te preocupas
por él, entonces lo dejarás en paz. Mi halmeoni todavía tiene planes y ya deberías
saber que nada se interpondrá en su camino.
—¿Me estás amenazando? —Miyoung levantó una ceja—. No me asustas.
Nara arrugó el ceño.
—Si alguna vez con aste en mí…
—Nunca lo hice —mintió Miyoung.
Nara frunció los labios y Miyoung sintió una sombría satisfacción por la
frustración de la joven chamana.
—No ignores mi advertencia. Mi halmeoni nunca olvida y rara vez perdona. Si
yo sé que estás de vuelta, entonces ella también.
—Esa advertencia tiene menos sentido que tu amistad. Nunca traicionarías a tu
halmeoni de esa manera. Si no te molesta, tengo asuntos pendientes.
—Si no estás aquí para recuperar tu perla, entonces, ¿por qué volviste?
—¿Acaso crees que te lo diría? —Miyoung se burló.
—Bueno, si fuera fácil de conseguir, ya lo habrías hecho. Incluso tienes a Junu
de tu lado. Quizá sea porque no tienes una solución para tu problema.
—¿Y tú sí? ¿Estás diciendo que puedes sacar mi perla del cuerpo de Jihoon sin
matar a uno de nosotros?
Nara vaciló.
—No puedo. Aproveché un mes con mucho poder espiritual cuando lo hice la
primera vez. Si lo hago mal… —Su voz se apagó, pero la implicación era clara. Si
algo salía mal, Jihoon moriría.
—Entonces no me sirves —dijo Miyoung y comenzó a retirarse.
—Lo que hice fue por mi familia. —Nara intentó llamarla—. Creí que tal vez
podrías entender eso.
Una furia se apoderó de Miyoung.
—Es gracioso que creas que honrar a tu familia signi ca que debes asesinar.
Tienes razón; es algo que yo puedo entender muy bien. Supongo que eso signi ca
que ambas somos monstruos por derecho propio y que, a partir de ahora, nunca
estaremos a la altura de las expectativas de nuestras familias.
Las palabras apuntaban a herir. Nara se puso rígida cuando estas alcanzaron su
objetivo.
—Jihoon no debería estar afuera esta noche —expresó Nara—. Su cuerpo se ha
curado de las heridas, pero sigue siendo mortal. Además, la perla aumenta su
poder con la luna. Eso podría abrumarlo.
—¿Qué? —preguntó Miyoung con una clara molestia en su voz.
Nara arrugó el entrecejo; después señaló al cielo, hacia la luna llena.
Miyoung maldijo. ¿Cómo pudo haber sido tan estúpida de perder la noción del
tiempo? Y ahora ella era la que estaba en el exterior durante la luna llena. El astro
brillaba sobre ella, lo que hacía que su corazón se estrujara y su respiración se
detuviera.
—¿Estás bien? —consultó la chamana, caminando hacia Miyoung, pero ella
levantó una mano.
—No te preocupes por mí —advirtió Miyoung—. Y no te metas en mi camino.
O tu halmeoni tendrá otra razón para querer vengarse de mi familia.
Eso detuvo a Nara en sus pasos, quien asintió con brusquedad antes de darse la
vuelta para desaparecer por el callejón.
Miyoung echó un vistazo a la luna y se frotó el pecho. Necesitaba encontrar a
Jihoon.
47

E L ÚLTIMO AÑO DE LA SECUNDARIA SE VEÍA EN EL HORIZONTE, posiblemente el más


difícil para cualquier adolescente coreano. Lo único que quería Jihoon
era que llegara más rápido. Odiaba el tiempo que pasaba solo,
acompañado únicamente por sus pensamientos. Changwan se había ido de
vacaciones con su familia para aprovechar las vacaciones escolares, y Jihoon no
podía estar mucho tiempo en lo de Somin sin sentirse preocupado.
Intentó mantenerse ocupado con las visitas a su halmeoni, pero después de su
propia internación en el hospital, las enfermeras se pusieron estrictas con él y lo
obligaban a volver a casa al nal de las horas de visita.
Así que se encontró inquieto, vagando por su barrio. Se sentía claustrofóbico al
estar encerrado en su pequeño apartamento, donde todo le recordaba a su
halmeoni.
Se pasó una mano por el cuello. Le picaba como si unos al leres le estuvieran
pinchando la piel. Echó un vistazo hacia arriba y se encontró con la luna llena.
Eso lo hizo suspirar. Por supuesto que esa era la causa de su incomodidad. Un
recordatorio frecuente de sus errores pasados.
Y Jihoon se dio cuenta de que se había detenido justo al lado de la entrada del
parque de juegos del vecindario. Como si lo hubieran llevado allí para que lo
atormentaran los viejos recuerdos. Debería volver a casa. Sabía que era ridículo,
pero solo el hecho de ver la luna hacía que le doliera el corazón.
En lugar de eso, se giró hacia el parque de juegos y pasó las manos sobre una
calesita hasta hacerla girar en círculos chirriantes. Recordó haberla montado
cuando era niño, girando y girando hasta que sentía que iba a vomitar.
Era curioso que se hubiera olvidado de que alguna vez había adorado ese lugar.
Porque ahora solo le recordaba a ella y lo mucho que se había preocupado antes
de que le rompiera el corazón. Se sentó en uno de los columpios y se balanceó,
inclinándose hacia atrás para ver únicamente las estrellas y el cielo.
De pronto, su corazón se estrujó y su respiración se acortó. Una cara, pálida
como la luna, apareció sobre él. Dejó escapar un grito y se cayó del columpio.
Sus palmas se mancharon con tierra y gravilla mientras se ponía de pie.
Levantó la vista, casi esperando ver un fantasma. Pero lo que había allí era
mucho peor. Miyoung.
Ella era tan bonita como recordaba. La resplandeciente luz de la luna la abrazó.
Su piel brillaba, al igual que sus ojos. El pelo oscuro volaba alrededor de sus
pálidas mejillas gracias a la brisa del invierno. Y, detrás de ella, estaba el fantasma
de sus colas. Jihoon tuvo un momento para preocuparse por si alguien pasaba y la
veía, pero las nubes se movieron y cubrieron la luna, por lo que ella volvió a ser
solo una chica. Pero no solo una chica. Ella nunca había sido una simple chica
para él.
—¿Eres real? —Intentó respirar, sin con ar del todo en su mente. Esta le había
jugado malas pasadas en los últimos dos meses.
—Jihoon-ah.
Él levantó una mano para detenerla. La voz de Miyoung sonaba clara y suave,
tan bonita como recordaba. Se le hacía difícil pensar.
—Ha pasado un tiempo —consiguió decir.
Ella asintió.
—No sé por qué te fuiste y no necesito saberlo —dijo Jihoon, decidido a
mantener la tranquilidad—. Pero necesito tu ayuda. Mi halmeoni está enferma. —
La observó con atención. Su rostro no traicionaba ninguno de sus pensamientos
internos—. Los médicos no saben por qué ha estado en coma tanto tiempo. Sus
ondas cerebrales son fuertes, al igual que su corazón. Llamé a una chamana, y
nos dijo que hay energía oscura en ella, como si hubiera sido maldecida.
Miyoung meneó la cabeza.
—No es una maldición.
—Entonces, ¿qué es? —gritó Jihoon. Se mareó al elevar la voz—. Si Yena le hizo
algo, necesito saberlo.
Miyoung avanzó.
—¡Detente! —Un calor se elevó en su pecho, como una bola de fuego que
quería liberarse.
Ella se detuvo a medio paso.
Jihoon apretó los puños contra sus sienes mientras unos puntos de luz bailaban
en su visión. Ese no era el momento para encontrarse mal. Había esperado más de
dos meses para eso. Obtendría una respuesta a sus preguntas antes de que
Miyoung desapareciera de nuevo.
Sus piernas tambalearon y, antes de que cedieran debajo de él, se volvió a sentar
en el columpio, intentando regular su respiración. A pesar del frío invernal, el
sudor perló toda su piel. Contó hasta diez y después repitió el proceso.
—¿Estás enfermo? —preguntó Miyoung, todavía de pie a un metro de distancia,
como si tuviera miedo de acercarse.
—Estoy bien —murmuró.
—Jihoon-ah —dijo ella y a él le dolió escuchar su nombre de una manera tan
familiar.
—¿Qué se supone que estás haciendo aquí? ¿No deberías estar de cacería? —
escupió—. ¿O crees que tienes a la víctima perfecta justo delante de ti?
Miyoung no se inmutó y eso debería haberlo preocupado. La estaba
presionando cuando sabía perfectamente cómo era ella; no obstante, sabía que no
lo dañaría físicamente. Incluso ahora, todavía seguía creyendo en eso.
—Yo no… —comenzó, después apretó sus labios con tanta fuerza que
palidecieron por la presión.
Jihoon consideró insistir con el tema, pero sabía que no valía la pena. Miyoung
siempre había hecho exactamente lo que quería. Si ella iba de cacería o no, no
era su problema. Frotó los dedos contra su sien para aliviar las palpitaciones
detrás de sus ojos.
—No parece que estés bien —a rmó Miyoung.
Odiaba que ella lo viera cuando estaba en su punto más débil.
—¿Tú crees? Toda mi vida fue destrozada por una chica que dijo que se
preocupaba por mí y después desapareció. Mi halmeoni está en el hospital, las
facturas se siguen acumulando porque el restaurante está cerrado y tengo una
maldita migraña. ¿Cómo te parece que estoy?
Su dolor de cabeza aumentó. Si empeoraba, podría tener otro episodio. Eso no
era algo que necesitara en ese momento, no cuando estaba frente a Miyoung.
—¿Quieres que me vaya?
No respondió. Si decía que no, ella sabría que él todavía se preocupaba. Sin
embargo, si decía que sí, ella podría irse y tampoco quería eso.
—No sé cómo hablar contigo —dijo en su lugar—. No sé cómo estar cerca de ti.
—No me arrepiento —susurró ella.
—¿De haber vuelto?
—De haberme preocupado por ti.
48

E RA LA PRIMERA VEZ QUE HABÍA DICHO ESAS PALABRAS.


garganta.
Miyoung vio a Jihoon batallar con su confesión.
Y SE HABÍAN enredado en su

—No quise admitirlo… antes. —Hizo una pausa, insegura de revivir el pasado,
pero tenía que decirlo al menos una vez—. Me has hecho sentir que podía
dejarme llevar por primera vez en la vida y eso me asustó. He vivido toda mi vida
dejando que el miedo me controle. Y te he hecho daño porque todavía no sé
cómo dejarte ir.
—¿Y crees que ahora que has vuelto y has dicho estas cosas, todo debería ser
perdonado?
Miyoung se alejó de la ira de los ojos de Jihoon. La luna llena apareció
parcialmente en el cielo, libre de las nubes que la ocultaban. Brillaba sobre los
columpios, como un límite entre su espacio y el de él.
La luna la llamaba, instándola a ceder y a renunciar al control. En lugar de sacar
a la bestia de su interior, sacó las palabras de su corazón.
—Nunca quise hacerte daño.
—Bueno, lo has hecho. Estoy dolido todo el tiempo, pero ahora estoy
demasiado cansado como para seguir enfadado.
—Lo siento —dijo ella.
—Quiero perdonarte —admitió.
Miyoung dio un paso; su corazón la impulsaba hacia la luz de la luna. Un dolor
se disparó a través de sus músculos. Como si fuera en el momento justo, Jihoon
hizo una mueca, un eco de su sufrimiento.
Eso le recordó por qué había vuelto. Y no era por un perdón que no se merecía.
Una parte de ella quería revelar lo que le había hecho a la halmeoni de Jihoon.
Eso haría que él se curara de su sufrimiento. Lo haría creer que todavía podía
quererla. Sin embargo, no sería tan tonto de creer eso después de enterarse de lo
que había hecho. Pero su otra parte, la parte egoísta, se guardó el secreto para ella
sola por ahora.
Regresé para ayudar y él no me dejará hacerlo si sabe lo que he hecho, pero ella
sabía que era una mentirosa y una cobarde.
Miyoung dio un paso atrás, lejos de la luz de la luna y de Jihoon.
Él bajó la mirada. La esperanza que mantenía vivos a sus ojos se estaba
oscureciendo hasta la nada misma.
—Solo vete.
—Jihoon-ah.
—¡He dicho que te vayas!
Sus palabras se dispararon hacia ella. Era una orden que no podía desobedecer.
La había dicho con tanta fuerza que sabía que no podía quedarse, ni aunque
quisiera. Pero después de ver la ira en sus ojos, ella no quería quedarse. Y se
consideró a sí misma una cobarde mientras huía.
49

E L ÚLTIMO AÑO ESCOLAR OFICIALMENTE COMENZÓ. MARZO SOLÍA ser el mes que
menos le gustaba a Jihoon, ya que signi caba el inicio de un nuevo año
escolar y el n del breve descanso de las vacaciones de invierno. Pero
ahora la escuela sería una buena distracción de todos los otros sitios donde su
cerebro insistía en ir.
El primer día de clases transcurrió sin incidentes, exactamente lo que quería,
excepto que no podía dejar de pensar en una gumiho en particular. Fue una
nebulosa de profesores que enfatizaban que el tercer año no solo era su último
como estudiantes de secundaria, sino también el más importante, ya que los
exámenes suneung estaban cada vez más cerca.
El último año también traía consigo largas noches en las que los estudiantes de
su clase se quedaban despiertos hasta después de la medianoche para estudiar.
Un destino que siempre había temido, pero del que ahora se aferraba como a un
salvavidas. Solo a la hora de la cena se permitía abandonar la institución para ir al
hospital y ver a su halmeoni.
Estaba saliendo de la escuela con Changwan, quien se dirigía a su academia
extracurricular, cuando un coche deportivo negro se detuvo en su camino, lo que
hizo que retrocediera si no quería correr el riesgo de ser atropellado.
—Guau, ese coche es genial —dijo Changwan.
Jihoon frunció el ceño ante el comentario de su mejor amigo. El coche deportivo
lo había conquistado con mucha facilidad.
Se movió para caminar alrededor del coche, justo cuando la puerta del pasajero
se abrió y Miyoung salió.
—¡Miyoung-ssi! —exclamó Changwan. Después, sus ojos se deslizaron hacia
Jihoon y borró la sonrisa de su rostro—. ¿Cuándo volviste? —preguntó en un tono
más moderado.
—No hace mucho tiempo —comentó Miyoung—. Es bueno verte, Changwan-
ah.
Jihoon no tenía tiempo de quedarse a escuchar una conversación trivial. Antes
de que pudiera dar un paso para irse, Miyoung se interpuso en su camino.
—Jihoon… —comenzó ella.
—Déjame pasar.
—No —dijo—. Tengo algo de lo que hablarte.
—Creo que me iré por allí —murmuró Changwan, dirigiéndose hacia el coche.
Ni Jihoon ni Miyoung le prestaron atención.
Jihoon intentó esquivarla y seguir adelante, pero la luz del semáforo cambió y
observó cómo el autobús se detenía en la parada al otro lado de la calle.
Frustrado y sin ganas de hablar con Miyoung, descargó su ira contra el
conductor. Por otro lado, Junu estaba apoyado contra el capó de su coche
mientras le explicaba sus características a Changwan, quien estaba más que
fascinado. Si hubiera sido un dibujo animado, Changwan tendría corazones en los
ojos. Aunque Jihoon no estaba del todo seguro de si sería por el coche o por Junu.
Su amigo siempre idolatraba a la gente que consideraba cool.
—No deberías acelerar tan cerca de una escuela. Es peligroso —dijo Jihoon al
dokkaebi.
—¿Acaso eres un policía? —Junu arrastró las palabras.
Jihoon apretó los labios con indignación. No debería estar sorprendido de que a
un dokkaebi no le importase a quién le hacía daño.
—¿No quieren que los llevemos? —ofreció Miyoung, quien había notado el
anhelo evidente en los ojos de Changwan cuando se había quedado mirando el
coche de Junu.
—Changwan, ¿no es ese el chofer de tu padre? —preguntó Jihoon antes de
señalar un sedán negro y formal (es decir, aburrido), estacionado junto a la acera.
Un hombre vestido con un traje negro estaba de pie junto a él, observándolos.
—Sí. —Changwan puso mala cara y echó un vistazo hacia atrás, hacia el coche
deportivo. Después, dejó escapar un suspiro de resignación—. ¿Puedo subirme
otro día?
—Claro, Changwan-ah —dijo Miyoung con una sonrisa. Él comenzó a
devolverle la sonrisa, pero deslizó sus ojos cautelosos hacia Jihoon y decidió
poner una expresión sombría en su lugar.
—Nos vemos —saludó Changwan con rapidez. Era obvio que estaba intentando
hacer que las palabras se acortaran, pero solo sonó nervioso antes de trotar hacia
el chofer.
—¿Jihoon? —preguntó Miyoung y él se dio cuenta de que estaba esperando una
respuesta sobre su oferta de llevarlo.
—Estoy bien. Iré en autobús. —Se colocó en el borde de la acera para esperar el
cambio de la señal de cruce de peatones.
—¿Podemos hablar primero? —insistió Miyoung.
No respondió y, cuando ella no continuó, Jihoon se percató de que estaba
esperando que le diera permiso para hablar.
—¿Qué?
—Volví por una razón.
—No me importa, a menos que hayas vuelto para salvar a mi halmeoni.
—Bueno, tienes suerte.
Jihoon notó la frustración en la voz de Miyoung antes de absorber sus palabras.
—Espera, ¿qué?
El rostro de Miyoung era una máscara inexpresiva, que no dejaba entrever nada.
Pero él notó cómo su frente estaba cubierta de sudor. Comenzó a preguntarle si
estaba bien. La preocupación oreció como ores brillantes en su pecho antes de
pisotearlas. Ella ya no era de su incumbencia.
—Está bien, continúa —pro rió Jihoon.
—He vuelto para ayudar, pero no puedo hacer eso sin tu cooperación. Tu
halmeoni tiene muy poco gi.
—¿Cómo sabes eso? —Jihoon entrecerró los ojos.
Miyoung frunció los labios y él supo la respuesta de inmediato. Ella había estado
viendo a su halmeoni sin su permiso.
Pero no quería que su enojo se interpusiera en el camino. Así que se contuvo de
gritarle.
—Entonces, ¿qué signi ca eso? ¿El hecho de que tenga muy poco gi?
—Signi ca que no tiene su ciente energía para despertarse de nuevo.
A Jihoon no le gustaba cómo sonaba eso. ¿Signi caba que su halmeoni nunca se
despertaría?
—Ella podría despertarse de nuevo —a rmó Miyoung, como si estuviera
leyendo sus pensamientos—. En teoría.
—¿Y qué requiere esta teoría?
—Si pudiéramos encontrar una manera de conseguirle gi, entonces este podría
impulsar su cuerpo para que se despierte.
—Bien, ¿de dónde sacamos el gi?
—Todavía estoy trabajando en eso.
—Sácalo de mí —dijo Jihoon—. El gi.
—No —negó Miyoung con tanta vehemencia que Jihoon dio un paso atrás.
—¿Por qué no?
—No puede venir de ti. Eres un chico.
Jihoon hizo un gesto de desaprobación, pero recordó algo de los libros de su
halmeoni acerca de la energía yin de las mujeres y la energía yang de los
hombres. Podría ser verdad, ya que tantas otras cosas lo eran.
—Entonces, ¿me dejarás ayudar? —preguntó Miyoung.
Jihoon quería decir que sí. Quería abrazarla y darle las gracias por haber vuelto.
Pero algo lo retenía. Recordó que Somin una vez lo había regañado por tener
demasiado orgullo, pero lo cierto era que no podía dejarlo de lado. Para empezar,
la madre de Miyoung fue la razón por la cual su halmeoni estaba enferma. Y
luego Miyoung había desaparecido en lugar de encarar las consecuencias. No
podía perdonarla ni con ar en ella en ese preciso momento.
—Lo pensaré —dijo antes de cruzar la calle para esperar el autobús.
50
–¿A SÍ QUE LE HAS MENTIDO? —PREGUNTÓ JUNU CUANDO Miyoung volvió a subir al
coche. Cuando ella le frunció el ceño, él se dio un golpecito en la oreja—.
También tenemos muy buenos oídos.
—No fue una mentira —aseguró Miyoung—. Su energía no es la ideal para su
halmeoni.
—Pero no porque sea un chico. Es por la perla de gumiho que tiene en su
pecho.
—Ese no es el problema que estamos intentando resolver en este momento —
dijo Miyoung y se cruzó de brazos mientras Junu ponía el coche en movimiento.
—Es el único problema del que deberías preocuparte.
—¿Quieres que te paguen o no?
—¿Quieres que tu querida madre descubra dónde está su amada hija?
Miyoung apretó los dientes, derrotada.
Como si fuera una señal, el teléfono móvil de Miyoung sonó y el número de
Yena iluminó la pantalla. Ella fulminó a Junu con la mirada a modo de advertencia
antes de responder.
—Madre.
—Hija, ¿has comenzado a alimentarte de nuevo? —Era siempre la primera
pregunta que Yena le hacía. Miyoung reprimió un suspiro.
—No, no lo he hecho. Pero me siento bien.
—Por supuesto que no. Te debilitarás cada vez más si no te alimentas. Nunca
debí haberte dejado en Japón. Tal vez sea mejor si vienes conmigo.
—No —dijo Miyoung con un poco de fuerza. Respiró hondo y después continuó
con un tono más suave—. En serio, estoy bien. Junu me está preparando ese jugo
asqueroso y lo estoy bebiendo todos los días. Ayuda mucho.
—Me he vuelto demasiado blanda contigo —comentó Yena como si estuviera
hablando consigo misma en vez de estarlo haciendo con Miyoung—. No sé por
qué deje que me convencieras de dejarte atrás.
—Si te preocupa que estoy débil, entonces, ¿no sería malo que viajara? —
Miyoung se arriesgó a usar la lógica de su madre en su contra.
—Bien. Pero recuerda que tienes que responder a cada una de mis llamadas. Si
voy directo al buzón de voz aunque sea una vez, volveré.
—Sí, madre —respondió Miyoung con obediencia.
La llamada terminó sin ni siquiera un adiós. Miyoung se echó hacia atrás y cerró
los ojos, agotada. Le había mentido a su madre. En realidad, se sentía más débil
que nunca y apenas podía respirar. Además, sus músculos ardían, como si se
estuvieran desintegrando poco a poco. Había averiguado los síntomas de la
muerte por inanición y todo indicaba que había alcanzado la etapa en la que su
cuerpo estaba intentando encontrar energía de los tejidos menos ideales.
—¿Cómo está la madre más querida? —bromeó Junu.
En lugar de responder, Miyoung preguntó:
—¿Tienes más de tu brebaje?
Junu la miró y, si ella no lo conociera mejor, habría dicho que parecía
preocupado.
—Me queda algo en casa. —Pisó el acelerador y terminaron pasando un
semáforo en rojo.
Miyoung no tenía la energía necesaria para quejarse de su horrible forma de
conducir.
51

E L SIGUIENTE FIN DE SEMANA, CHANGWAN ARRASTRÓ A JIHOON contra su voluntad


para que viera la luz del día. Según su mejor amigo, había estado
pasando demasiado tiempo en las clases o en el hospital. El pronóstico en
realidad indicaba que habría lluvias, lo que Jihoon señaló malhumorado.
—¿Quieres ir a la sala de informática? —preguntó Changwan cuando entraron a
una cafetería.
—¿No se supone que habíamos salido para tomar algo de sol? ¿No era ese el
punto?
—Ah. —Changwan parecía abatido y Jihoon sucumbió a la oferta.
—Bueno, si lo que quieres es pasar una tarde entera en la que te doy una
golpiza, ¿quién soy yo para negarme?
Changwan sonrió. Parecía absolutamente encantado con la idea de ser
derrotado por Jihoon en los videojuegos. Eso fue su ciente para sacar a Jihoon de
su mal humor. La verdad era que había sido un mal amigo últimamente. Además,
salir con Changwan le daba una excusa para cancelar otra cita innecesaria con el
doctor Choi.
Luego, Changwan echó un vistazo a su alrededor y sus ojos se iluminaron.
—¡Hyeong-nim!
Jihoon puso una cara de fastidio al ver que Junu se acercaba.
—¡Qué casualidad! ¿También has venido a tomar café? —Changwan sonaba
como un fanático junto a su ídolo favorito.
—Es una cafetería —dijo Junu con una sonrisa ladeada, diseñada a la perfección
para su rostro. La chica del mostrador suspiró mientras respondía con una sonrisa.
Jihoon quería golpear al dokkaebi justo en la boca—. No te he visto en línea
últimamente. ¿Cuándo vamos a jugar otra partida de dos contra dos en Starcraft?
—¿Ustedes han estado pasando el tiempo juntos? —preguntó Jihoon, sospecha
en auge.
—Nos hemos encontrado en la sala de informática un par de veces —explicó
Changwan, sus ojos se movían entre Jihoon y Junu—. Es un gran jugador.
Deberías ver sus habilidades.
—Fue una bonita coincidencia. Pero, más que nada, fue un golpe de suerte para
mí. Amo tener a un buen compañero de juego. —Junu sonrió con malicia y
Jihoon entendió que no había sido una coincidencia.
¿Así querían jugar? ¿Vigilándolos a él y a sus amigos? ¿Acaso Miyoung creyó que
eso haría que cambiase su opinión sobre ella? Si era así, estaba muy equivocada.
—Y, ¿cómo estás, Jihoon-ah? —continuó Junu con un tono demasiado familiar y
cercano.
—Estoy bien —escupió.
—¿Puedo comprar tu café, Hyeong-nim? —preguntó Changwan.
—Oh, no. Soy mayor, yo debería estar comprándote el café.
—¡Insisto, Hyeong-nim!
—Gracias, Changwan-ah. —Junu inclinó la cabeza con amabilidad.
—No hay problema, Hyeong-nim. —Changwan sonrió.
—Solo dime Junu-hyeong.
—Sí, Hyeong-nim —dijo Changwan con obediencia.
—Eres gracioso. —Junu se rio—. Me agradas.
Changwan se deleitó con el cumplido al igual que lo haría un hombre
hambriento al recibir un poco de pan.
—Gracias, Hyeong-nim. Estábamos por ir a la sala de informática. Deberías
venir con nosotros.
—Suena divertido —opinó Junu.
—Me acabo de dar cuenta de que tengo un chequeo con el doctor Choi. —
Someterse a más pruebas y análisis sería mejor que pasar toda la tarde con el
dokkaebi.
—Qué pena. —Junu no era ningún iluso. Le dedicó a Jihoon una media sonrisa,
que implicaba que sabía que eso era una mentira—. Creí que nalmente podría
darte un paseo en mi coche. No creas que olvidé que te lo prometimos.
—Oh, es que le prometí a Jihoon que pasaría el día junto a él —le dijo
Changwan a Junu, pero frunció el ceño, como si no estuviera del todo convencido
de querer pasar todo el día en el hospital.
Jihoon suspiró.
—¿Por qué no nos ponemos al día en otro momento, Changwan-ah?
—¿En serio? ¿Estás seguro? ¡Gracias! —Changwan habló tan rápido que Jihoon
no tuvo oportunidad de responderle.
—¿Compramos comida primero? —Junu pasó su brazo por encima del hombro
de Changwan y lo llevó hacia el exterior.
Después de que se habían ido, Jihoon se dio cuenta de que lo habían dejado
solo para pagar todas las bebidas.
52

N O HUBO RESPUESTAS EN HONG KONG.


Una llamada de Yena había con rmado que los monjes y los espiritistas
no tenían respuestas para una gumiho que había perdido su perla. Y
Miyoung tuvo que dar mil vueltas para convencer a su madre de que no volviera a
Osaka, donde encontraría un apartamento vacío como prueba de las mentiras de
su hija.
—No tenemos mucho tiempo —había dicho Miyoung—. ¿No sería mejor que
vayas directo al siguiente lugar en busca de respuestas?
—Bien —había contestado Yena después de una pausa prolongada—. No quiero
que te preocupes, hija. Encontraré una respuesta.
—Confío en ti —había asegurado Miyoung antes de colgar.
Luego, de la nada, una ola de dolor la había golpeado. No había esperado que
Yena encontrara una respuesta en Hong Kong. Pero ahora se daba cuenta de que
una parte de ella sí había tenido esperanzas. Con cada día que pasaba y con cada
ciudad fallida, Miyoung sabía que estaba mucho más cerca de la muerte.
¿Qué sucedería con ella después de la muerte? Siempre había insistido en que
las gumihos no tenían alma, pero la idea de que simplemente dejaría de existir la
aterrorizaba. Era tan injusto. Había vivido su vida caminando sobre una delgada
línea, siempre cuidadosa y obediente. Y la única vez que había intentado vivir en
serio, todo había terminado convirtiéndose en su destrucción. ¿Y ahora estaba
condenada? ¿Solo porque había sido una tonta por tener esperanzas con respecto
a su futuro?
Salir a caminar solía aclararle la mente, pero había estado acechando las calles
durante una hora y solo había demostrado que estaba más débil que nunca. Se
secó el sudor de la frente, a pesar del frío que todavía se aferraba al aire de
comienzos de primavera.
Hizo una pausa y se apoyó contra una parada de autobús. Había vagado hasta
llegar a su antiguo barrio. Si doblaba en la bifurcación de la izquierda, volvería a
su vieja casa. Si seguía por el lado derecho, iría hasta lo de Jihoon.
Un trueno sonó en lo alto.
Miyoung echó un vistazo al cielo nublado. Sentía que el clima se estaba
burlando de ella, o quizá solo se estaba adecuando a su estado de ánimo.
Dio dos pasos y su calzado se empapó. La lluvia caía como una pesada manta,
por lo que apenas veía un metro por delante de ella. Ninguna persona sensata
querría quedar atrapada en esa situación. Sin embargo, siguió caminando.
Se metió las manos en los bolsillos y siguió avanzando, sin sentir el frío que
impregnaba su ropa, su piel, sus huesos.
—Babo-ya, ¿no sabes lo que es un paraguas? —Las palabras hicieron eco desde
lejos.
Jihoon estaba parado frente a ella. Su paraguas era tan grande que creaba un
refugio seguro por debajo.
—¿Me estás siguiendo?
—Por supuesto que no —dijo ella. Era la verdad. No había tenido intenciones de
volver allí. Simplemente… había terminado allí. Luego, se movió para rodearlo,
pero él se corrió para bloquearle el paso.
—Este es mi barrio —señaló Jihoon—. Si no me estás siguiendo, entonces, ¿qué
estás haciendo aquí?
—¿Cómo sabes que no me mudé de vuelta a mi casa?
—¿En serio? —Levantó una ceja, desa ante.
—No. —Miyoung se movió al otro lado y Jihoon la bloqueó de nuevo.
—¿Hablabas en serio antes?
Eso detuvo a Miyoung en su lugar.
—Cuando dijiste que ayudarías a mi halmeoni, ¿lo decías en serio?
—Esa es la razón por la que he vuelto.
—No sé si puedo con ar en ti.
Miyoung asintió y se giró para que él no pudiera ver las lágrimas que se le
estaban formando en los ojos. Ella no tenía derecho a encontrarse herida por su
descon anza. Pero el movimiento fue demasiado rápido, la calle demasiado
empinada y sus piernas demasiado débiles por todas las horas de caminata. Estas
cedieron debajo de ella y comenzó a caer.
Jihoon la atrapó un milisegundo antes de que se golpeara contra el concreto.
Estaban tan cerca que ella sintió cómo el corazón de Jihoon latía con fuerza a
través de su camisa. No tan tranquilo después de todo. El de ella se aceleró para
igualarlo en una carrera frenética; mientras tanto, el calor que irradiaba el cuerpo
de Jihoon se ltró dentro de ella.
El aliento del joven agitó el pelo de Miyoung. Si ella giraba la cabeza, quedarían
cara a cara. Tan cerca que ella podría inclinarse y…
Jihoon dio un paso atrás, liberándola. Ambos estaban empapados ahora. El
paraguas yacía a su lado, donde se había caído.
Ella recordó la otra noche lluviosa, cuando él la había abrazado. Cuando la
había mirado con cariño. Ahora, en cambio, lo hacía con recelo.
—Ten. —Jihoon sujetó el paraguas y se lo ofreció con rudeza.
Miyoung arrugó el entrecejo cuando posó la mirada en el mango, como si fuera
a cobrar vida y morderla.
—¿Por qué?
—Es solo un paraguas. No lo analices demasiado.
—No estoy haciendo eso —insistió, pero sus dedos seguían sin alcanzar el
mango.
—Sujeta el maldito paraguas. —Su orden denotaba fastidio. De pronto, un fuego
se extendió a través de ella, lo que la forzó a levantar sus extremidades. Ella creyó
haber notado una línea brillante que conectaba su corazón con el de Jihoon,
aunque después parpadeó y esta desapareció.
Miyoung sostuvo el mango, su mano rozó la de él.
—No quiero ser así —dijo él, su mano todavía sostenía el paraguas—. No quiero
odiarte.
—Entonces, ¿qué quieres?
—No lo sé. —Finalmente, lo soltó—. Me enoja tanto que hayas vuelto, pero si te
vas de nuevo, te odiaré aún más.
Unas gotas de agua cayeron por las mejillas de Jihoon. Ella no sabía si eran
lágrimas o la lluvia.
—Estoy acostumbrado a que la gente me abandone —continuó—. Es solo que
no estoy acostumbrado a que vuelvan.
Sus palabras atravesaron el corazón de la gumiho, lo que dejó otro agujero en el
órgano maltratado.
—Ten. —Intentó devolverle el paraguas.
—Quédatelo y vete de aquí.
Había una fuerza en su voz y un calor que la recorría una vez más. Sintió que
sus manos se apretaban cada vez más sobre el mango. Era una orden que no
podía desobedecer.
—Lo devolveré.
—Mañana —dijo Jihoon—. En el hospital. Te veré a allí después de clases.
Ella asintió y se alejó con rapidez, sin querer echar un vistazo atrás. Pero lo hizo.
Jihoon estaba parado en el mismo lugar, empapado, mientras observaba cómo ella
se alejaba.

La lluvia se había reducido a una simple llovizna para el momento en el que


Miyoung entró al estrecho callejón que llevaba al apartamento de Junu. Cada
paso se sentía pesado, como si hubiera algo más aparte de los calcetines
empapados que la sobrecargaba. Se tropezó y su visión se desenfocó. Unas luces
parpadearon detrás de sus ojos. Por un segundo creyó que eran fantasmas y
recordó la otra vez que había pasado por ese callejón en busca de ayuda. Parecía
que había sucedido hacía una vida, pero había ocurrido hacía menos de cuatro
meses.
Cayó sobre sus manos y rodillas. Un trozo de cristal desechado cortó su palma y
maldijo. Pero incluso su insulto fue débil. Se habría acostado allí para dejar que la
lluvia enfriara sus mejillas sobrecalentadas, pero una sombra se cernió sobre ella.
—Qué vista —dijo Junu con un chasqueo de lengua—. Normalmente me
regocijaría por tener a una chica bonita tendida delante de mí, esperándome. Pero
sé a ciencia cierta que esta muerde.
Miyoung no tenía la energía necesaria para gritarle o para darle un puñetazo,
aunque ambas cosas eran todo lo que quería hacer en ese momento.
Junu la levantó y se pasó el brazo por encima de su hombro.
Por alguna razón, ella dio las gracias de que no la hubiera cargado sobre su
hombro, como un saco de papas. Estas pequeñas cosas eran las que le habían
servido para aprender a estar agradecida en sus días nales.
La depositó sin contemplaciones en la bañera, donde no ensuciaría el suelo
impecable. Junu volvió con una taza que contenía un líquido humeante, de olor
amargo. Era probable que lo hubiera calentado para que Miyoung entibiara sus
huesos fríos. De alguna manera, eso hizo que el brebaje tuviera peor gusto.
—No recuerdo haber visto que te llevaras un paraguas cuando nos fuimos —dijo
Junu mientras lo levantaba.
—Porque no me llevé ninguno —murmuró Miyoung mientras se quitaba los
zapatos y vertía el agua de lluvia sucia por el desagüe.
—¿Dónde lo has conseguido?
No quería decirlo, pero sabía que Junu adivinaría de todos modos.
—Jihoon.
—Qué caballeroso.
—No quería sujetarlo. —A continuación, Miyoung se quitó los calcetines.
—¿Usó la magia de la perla en ti?
—No la llames así. —Le arrojó los calcetines, aunque no atinó a su objetivo. Se
estrellaron contra la pared y el agua sucia salpicó por todas partes. Junu hizo una
mueca. Odiaba que hubiera tierra y suciedad en su casa.
—Él posee tu perla. Podría obligarte a hacer cualquier cosa que quisiera. ¿De
qué otra forma debería llamarla? —preguntó Junu y le tendió una toalla.
—Excepto que no sabe que la tiene. —Miyoung salió de la bañera. Ahora se
sentía un poco más estable.
—¿Eso le ha impedido ordenarte que hagas cosas?
Miyoung enfureció, incapaz de responder.
—¿Lo ves?
—No te pago para que expreses tu opinión —advirtió Miyoung. Hizo todo lo
posible para canalizar a su madre, lo cual no funcionó, ya que parecía una rata
ahogada.
—No importa si lo digo en voz alta o no. Él es peligroso para ti.
—Y él también está en peligro. Creo que la perla le está haciendo daño. Su
cuerpo de mortal no está preparado para albergar algo tan poderoso.
—No te estás alimentando por temor a que eso lo lastime. Has vuelto para
ayudarlo con su halmeoni. ¿No es su ciente?
—Nada es su ciente. Incluso si tuviera diez bocas para disculparme, no sería
su ciente. —Miyoung empujó a Junu para salir del baño.
—¡Ya! Estás goteando. —Junu la regañó.
Lo ignoró y entró en su habitación. Cuando él intentó seguirla, ella le cerró la
puerta en la cara. Fue muy infantil de su parte, pero satisfactorio. Se quitó la ropa
mojada y la dejó caer con un plaf. Después de eso, se envolvió con una bata.
Se tiró sobre la cama y se golpeó la cabeza contra la cabecera. El dolor era una
cosa más para sumar a su miserable día.
Junu tenía razón y odiaba que eso sucediera tan a menudo. Jihoon tenía su perla
y, por lo tanto, tenía un poder sobre ella. Es decir, una forma de controlarla.
Cuando él le exigía que hiciera algo de la manera correcta, Miyoung sentía un
fuego en su pecho. A partir de ese momento, no podía negarse a sus comandos.
Echó un vistazo hacia el calendario que tenía colgado en la pared. Faltaban tres
semanas para la próxima luna llena y un mes para el centésimo día. Una cuenta
regresiva que había comenzado la noche en la que su madre había atacado a
Jihoon. La primera noche en la que no se había alimentado. Y con cada luna llena
que pasaba y ella elegía no alimentarse, Miyoung se debilitaba más y más. Corría
el riesgo de que llegara el día en el que simplemente se desvanecería. Levantó su
mano y casi esperó poder ver a través de ella, como si fuera un fantasma. A pesar
de estar un poco pálida, todavía seguía allí. Por ahora.
Yena no era la única que había estado buscando una respuesta. Miyoung había
visitado una buena cantidad de monjes y chamanes.
Había ideado sus propias teorías.
Había más de una razón por la que se negaba a alimentarse. Creía que si
debilitaba su perla lo su ciente, podría retirarla de Jihoon en el centésimo día.
Justo antes de que ella se desvaneciera para siempre.
Miyoung volvió a preguntarse qué ocurría con las gumihos cuando morían.
¿Realmente tenían almas? ¿O solo dejaban de existir?
Le quedaba un mes antes de que tuviera que averiguarlo.
l aislamiento es el enemigo de la humanidad. La soledad es una amenaza para

E empatía.

Tal vez así fue cómo la gumiho creció con odio en su corazón. Todavía no había

adquirido el nombre de Gu Yena. No obstante, su nombre anterior es

irrelevante aquí.

Rechazada por su familia, vivía sola en una cabaña en lo alto de las montañas.

Se alimentaba de la energía de los viajeros extraviados mientras planeaba cómo

vengarse de la humanidad.

A medida que Seúl crecía alrededor de las montañas que contenían a los

santuarios y a los templos, la ciudad seguía aumentado por las laderas.

Un día conoció a un hombre. Tenía ojos a lados y manos ásperas. La hacía

sentir más bonita que los mil pretendientes que le confesaban su amor.

Él consiguió que se arrepintiera de su estilo de vida solitario. Hizo que su

helado corazón se templara.

Con él, ella se permitió soñar con una vida libre del odio que había

acumulado durante cientos de años.

Sin embargo, para ella, amor signi caba incertidumbre.

Había vivido durante siglos y había aprendido que no debía con ar su secreto

a los humanos. Porque eso haría que le tuviesen miedo o, peor aún, lo usarían

para manipularla.

Así que le mintió al hombre sobre lo que en realidad era. Ella consideraba que

ese era el pequeño precio que debía pagar por el amor.

Pero el amor y las mentiras nunca se llevan bien.


53

M IYOUNG ODIABA LOS HOSPITALES. LOS ENFERMOS Y LOS moribundos expulsaban


gi como si fuera agua a través de la grieta de una represa. Además, la
tentación de probarlo era demasiado grande.
Caminó por el pasillo, absorta, cabizbaja. Sus pasos eran un rápido staccato.
—¿Qué estás haciendo aquí?
Miyoung se estremeció ante la dura voz y levantó la mirada para encontrarse
con la de Somin.
—Yo… —se interrumpió, sin saber qué era mejor: decir la verdad o una mentira.
Los ojos de Somin se clavaron en ella como si estuviera esperando a que revelara
un nefasto plan.
—Yo le pedí que viniera —dijo Jihoon, que venía caminando por el pasillo—. Y
llegas tarde —dirigió esa declaración a Miyoung.
—¿Por qué le has dicho que venga? —preguntó Somin.
—Somin-ah, tú eres la que me dijo que la llamara.
Miyoung enarcó las cejas, sorprendida.
La otra chica lanzó una mirada furiosa a Jihoon y le dijo en un susurro hostil:
—He dicho que la llamaras para dar vuelta la página.
—Volví por mi cuenta —aclaró Miyoung, molesta por tener que escuchar cómo
hablaban de ella como si no estuviera allí.
—Bueno, entonces, puedes irte por tu cuenta. Lo has hecho antes. —Somin le
dedicó a Miyoung una mirada fulminante.
—Somin-ah, se está haciendo tarde —comentó Jihoon.
—¿Y? —La chica cruzó sus brazos con obstinación.
—Estoy bien —a rmó el joven—. Dijiste que necesitaba dar vuelta la página.
Déjame hacerlo a mi tiempo.
Eso pareció atravesar la terquedad de Somin.
—Llámame si me necesitas.
—Siempre. —Jihoon le dio un abrazo. Aunque Miyoung sabía que no tenía
sentido, sintió que los celos la acuchillaban al ver el cariño que compartían los
dos amigos.
Una vez que se fue, Jihoon miró a Miyoung y levantó una ceja. Luego entró a la
habitación de su halmeoni.
Ella suspiró. Al parecer no intercambiarían trivialidades ni galanterías. Irían
directo al problema.
La habitación estaba oscura y las cortinas, cerradas. Y la segunda cama estaba
vacía, aunque Miyoung estaba segura de que eso no duraría mucho si tenían en
cuenta la superpoblación del hospital.
Miyoung sacó unos suministros que había comprado en una tienda de
chamanes. No la de Nara y, si era sincera, no estaba segura de si ese lugar había
sido legítimo. Pero cuando sacó un bujeok amarillo, este chispeó contra su piel.
—¿Qué planeas hacer con eso?
—No es para ella, es para mí —dijo Miyoung. El talismán hacía que le picara la
piel, pero servía para bajar sus defensas y debilitarla. Esperaba que eso le
permitiera absorber el gi suelto que había sentido por todo el hospital para luego
pasárselo a la halmeoni.
»Si te soy honesta, nunca antes había hecho algo así. —Miyoung encendió el
incienso.
Jihoon la observó con cuidado sobre la llama del encendedor.
—Estoy con ando en ti. Aunque eso va en contra de mi buen juicio.
—Lo sé. —Bajó la mirada, incapaz de mirarlo a los ojos.
Asió la mano de la halmeoni y sostuvo el bujeok con la otra. Luego, se abrió a la
anciana, en busca de su gi. Era incluso más endeble que la última vez. Como una
brasa a punto de apagarse.
Tenía miedo de tocar la energía. ¿Y si el sabor hacía que la rabiosa bestia de su
hambre aumentara? En lugar de eso, intentó encontrar una forma de conectarse
que no fuera a través de la energía de la halmeoni.
«Pobre niña». La voz era un susurro. Estaba allí, y desapareció como una
llamada en el viento.
Miyoung se esforzó para entender lo que decía. El sonido se había sentido tan
cálido y familiar.
«Perdónate».
Eso la hizo fruncir el ceño.
No tenía tiempo de preguntarse si su mente le estaba jugando una mala pasada
o no. A esa altura, ya podía sentir cómo uctuaba el tenue control que tenía sobre
el gi de la halmeoni. Intentó absorber la energía de los enfermos y de los
moribundos. Esta se resistía a su agarre, como una docena de serpientes
resbaladizas que se deslizaban por sus manos.
Expulsó su propia energía e intentó buscar el gi que se escabullía por el hospital.
«No. De esta manera no», dijo la voz en su cabeza. «No quiero vivir a expensa
de otros».
La voz era distante, pero ahora la reconocía.
¿Halmeoni?, Miyoung se quedó sin aliento en su mente. Su voz hizo eco, como
si estuviera en un sueño.
«Déjalo ir, niña». Y entonces sintió que estaba cayendo sin parar. Una caída que
se sentía interminable. Hasta que pudo ver sin abrir los ojos. Después, una luz
cegadora llenó toda su mente.
Por favor, déjeme ayudarla. ¡Necesito hacer esto por Jihoon!, suplicó Miyoung.
«No necesitas hacer esto para ganar su perdón». La voz de la halmeoni era
amable y comprensiva. Eso le partió el corazón.
Cuando se entere de lo que he hecho… Miyoung no pudo terminar el
pensamiento.
«No necesitas decírselo. Solo necesitas amarlo».
No puedo, respondió Miyoung. No me lo merezco.
«Niña, eso no es algo que tú decidas».
Y Miyoung sintió como si la hubieran traído de vuelta a la realidad. Intentó
alcanzarla de nuevo; intentó darse prisa para volver a encontrar la conexión. Pero
se rompió con un chasquido y un destello. Sintió la punzada del vínculo roto
cuando abrió los ojos y vio a Jihoon arrodillado a su lado.
—Ay, gracias a Dios, creí que ibas a hacerte daño. —La preocupación quedó
grabada en sus rasgos. Estaba preocupado por ella. Eso hizo que un cálido rubor
se asentara en ella.
—¿Me he hecho daño? —preguntó Miyoung. Se dio cuenta de que estaba tirada
en el suelo. Se incorporó y se frotó la nuca. Debió haberse golpeado cuando se
cayó.
—Sí, estabas dando vueltas y no pude detenerte. —Se tocó la cara y Miyoung
vio el comienzo de un magullón en su mejilla.
—¿Estás bien? —Tocó la parte morada y él se retiró. La preocupación
desapareció de su rostro y fue reemplazada con una máscara de piedra.
—¿Y bien? ¿Funcionó? —Los ojos de Jihoon se dirigieron a la gura inmóvil de
su halmeoni. Ella creyó sentir su decepción.
Seguía escuchando la voz de la halmeoni en su cabeza y se preguntó si había
sido real o si simplemente lo había imaginado.
—No, no creo que haya funcionado. —Miyoung decidió que lo mejor era no
decirle lo que había oído en caso de que todo hubiera sido su imaginación.
—Entonces, no puedes hacerlo.
—Seguiré intentando —aseguró y recogió sus cosas.
Jihoon no respondió. Se sentó en la silla que ella había dejado vacía y sujetó la
mano de la halmeoni en la suya.
«Solo necesitas amarlo», había dicho la mujer.
¿Cómo podría hacerlo si lo único que hacía era causarle dolor?

Pasaron dos semanas sin ningún progreso. La halmeoni había tenido razón. Si
Miyoung hubiera tomado el gi que había en el hospital, podría haber drenado la
energía de todas las personas por accidente y haberlas matado en el proceso.
Sería el monstruo que ya no quería ser.
Entonces, Miyoung recorrió la ciudad para encontrar reliquias y objetos que,
según los rumores, mantenían algo de energía en ellos. En un momento dado,
pasó toda una tarde intentando ver si podía extraer energía de un viejo jarrón de
la dinastía Joseon. Al parecer, alguna vez había sido un dokkaebi. No obstante, lo
único que consiguió fue romperlo.
Y con su energía menguando, no podía estar a la altura de las demandas físicas
que conllevaba investigar en toda la ciudad.
Miyoung se inclinó sobre el lavabo del baño y dejó que el agua uyera a través
de sus manos ahuecadas. Daba las gracias de que no hubiera muchos visitantes
en esta ala del hospital, así podía sentirse pésima en privado. Su boca aún tenía
sabor a bilis y su estómago aún se movía como si estuviera parada en un barco en
el medio del mar.
Se apoyó en la encimera y estudió su pálido rostro en el espejo. No había dudas:
estaba empeorando.
Cuanto más se acercaba la marca de los cien días, peor se sentía. A veces estaba
tan confundida que sentía que estaba caminando a través de un sueño. Uno del
que no podía despertar. Sin embargo, cuando el dolor estaba en su apogeo, ella
anhelaba ese estado de fuga.
—No pierdas la cabeza, Gu Miyoung —dijo a su re ejo—. No necesitas durar
mucho más. —Las palabras de ánimo no fueron particularmente efectivas, pero
una parte de ella creyó que si estaba hablando, al menos no estaba vomitando.
Se dirigió por el pasillo hacia la habitación de la halmeoni. Se quedó un minuto
afuera para acomodarse la camisa. Frotó una pequeña mancha; rogó que no fuera
vómito, aunque no descartó por completo esa posibilidad.
Finalmente, abrió la puerta y dio un pequeño suspiro de alivio cuando vio que
Jihoon todavía no había llegado. Solo la halmeoni y su nueva compañera de
cuarto, que estaba dormida. El único sonido que se escuchaba era el que provenía
de los monitores.
Miyoung se sentó y apoyó la cabeza en el frío brazo de la halmeoni. Le
preocupaba que la piel de la mujer estuviera fría al tacto, pero los sensores
medían los lentos latidos de su corazón y le aseguraban que la anciana todavía
estaba viva. Por ahora.
Casi dio un salto cuando sintió el zumbido de su teléfono móvil.
El nombre de Yena apareció en la pantalla. Quería ignorarla, pero recordó la
advertencia de su madre acerca de las llamadas perdidas.
—¿Hola? —Apenas consiguió decir antes de escuchar los gritos de Yena al otro
lado de la línea.
—¿Estás en Seúl? ¿Por qué has vuelto sin mi permiso?
—Porque…
—Encima, has hecho que Junu me mienta con mi propio dinero, como si no
fuera a notar las grandes sumas de dinero que retiraron.
La expresión de Miyoung cambió.
—Así que él te contó. Traidor.
—No le eches la culpa. Es culpa tuya y de tu terrible criterio. ¿Estás con él? —
Miyoung sabía que Yena no estaba hablando de Junu ahora.
—Su halmeoni está enferma. Estoy ayudándolo…
—No te acerques a ese chico mientras tenga tu perla. ¿Olvidas que podría
controlarte si lo supiera?
—Pero no lo sabe —señaló Miyoung.
—A menos que sea un completo idiota, lo cual no descartaría por completo, él
se dará cuenta pronto. No te acerques a ese chico, Miyoung.
Estaba a punto de darse por vencida. La furia en la voz de Yena todavía la
congelaba de miedo. Pero estaba tan cansada y agotada por todas las semanas de
fracaso y hambre que solo quería algo a lo que aferrarse. Y aunque Jihoon nunca
parecía feliz cuando pasaba tiempo con ella, el hecho de verle la cara todos los
días era un pequeño impulso que mantenía su agotamiento a raya por un tiempo.
Así que añadió un poco de fuerza a su voz.
—Ya no puedes decirme qué hacer, madre.
Y colgó.
—¿Era tu madre? —preguntó Jihoon desde la puerta.
54
–¿Y ENA HA VUELTO? —PREGUNTÓ JIHOON AL ENTRAR A LA habitación.
Miyoung se giró y sostuvo el teléfono móvil detrás de ella, como si estuviera
escondiendo la evidencia de un crimen. Luego levantó la barbilla y recuperó la
compostura.
—Mi madre no es asunto tuyo.
—Lo es si ha dañado a mi halmeoni. Esta podría ser la solución que hemos
estado buscando. ¿Por qué no me dijiste que había vuelto?
—Es complicado. —Las comisuras de los labios de Miyoung se movieron hacia
abajo.
—Dijiste que me ayudarías.
—No te estaría ayudando si te digo dónde está Yena.
Podía darse cuenta de que había algo que ella no le estaba contando. Le
enfurecía que guardara secretos cuando la vida de su halmeoni estaba en juego.
—Quizá ella nos pueda decir qué le ha hecho a mi halmeoni. —Jihoon luchó
para mantener un tono uniforme en su voz, pero era evidente que cada sílaba
seguía impregnada de frustración.
Miyoung meneó la cabeza con fervor.
—No puedes culpar a mi madre por lo que sucedió con tu halmeoni.
Jihoon no podía dar crédito a lo que estaba oyendo. No podía creer la
vehemencia con la que defendía a su madre. Como si realmente creyera que no
había hecho nada malo. Su halmeoni había permanecido en coma durante casi
tres meses y Miyoung todavía creía que Yena no era la culpable.
—Mi halmeoni es todo lo que tengo. A tu madre no le importó eso cuando me la
arrebató.
Eso pareció tocar una bra sensible en Miyoung. Sus puños se apretaron contra
sus costados. Su cara se enrojeció.
—Tu halmeoni no está en el hospital por culpa de mi madre. Es una mujer
mayor y una mortal. Los mortales mueren. ¡Es lo que ocurre con todos ustedes!
¡Está en su naturaleza!
La visión de Jihoon se convirtió en una nebulosa. La gente dice que el color de
la ira es el rojo, pero el suyo era el blanco. Un blanco puro que se tragaba el
mundo a su alrededor y llenaba su mente hasta el punto de hacerlo estallar en
una explosión de luz.
—Por supuesto que dirías eso —gritó—. No tienes idea de lo que es tener una
familia. ¡Tu madre es un monstruo y tu propio padre ni siquiera te quería!
Lamentó las palabras al instante de haberlas dicho.
Miyoung extendió su mano para darle una bofetada en la mejilla.
Salió de la habitación enfurecida y Jihoon no la detuvo.
55

J IHOON LLAMÓ A MIYOUNG AL DÍA SIGUIENTE, PERO NO RESPONDIÓ. Sospechaba que


estaba ltrando las llamadas. Su turno en la tienda CU Mart era como un
pequeño trozo de in erno. Estaba atrapado detrás del mostrador y lo que
realmente quería hacer era encontrar a Miyoung y explicarse. No quería sentir esa
culpa que le oprimía el pecho y lo perseguía como un demonio insolente.
—Si tanto te preocupa, ve a su casa. —Somin se apoyó en el mostrador mientras
tomaba una bebida de yogur.
—Lo haría si supiera dónde está viviendo ahora. —Jihoon pulsó las teclas de la
caja registradora mientras se hundía en la desgracia. Se dijo a sí mismo por
vigésima vez ese día que no había sido su culpa. Ella solo lo había hecho enfadar.
—Te dije que era una mala idea dejar que esa chica volviera a tu vida —señaló
Somin inútilmente.
—No necesito otro sermón. —Jihoon dejó caer su cabeza con frustración sobre
el mostrador. Se había aprovechado de ese punto sensible cuando discutió con
Miyoung porque sabía que le haría daño. Eso era todo lo que había querido en
ese momento: que sufriera tanto como él. Se sentía horrible porque su halmeoni
lo había educado para ser una mejor persona.
La puerta del mercado se abrió y él se irguió. Se dejó caer de nuevo cuando vio
que era Junu.
—¿Qué quieres? —preguntó Jihoon.
—Estoy bastante seguro de que ese saludo no está en el manual de capacitación
para empleados.
—Estoy bastante seguro de que no has venido solo para comprar ramyeon —
replicó Jihoon.
Junu se echó a reír y después se percató de la presencia de Somin. Estaba de pie
frente a Jihoon con las piernas abiertas, como si estuviera lista para pelear.
—¿Y quién es tu maravillosa amiga? —preguntó Junu.
—Lee Somin, este es Junu. —Jihoon movió los dedos en dirección al dokkaebi,
como si estuviera espantando a un mosquito.
—¿No tienes ningún nombre de familia? —insinuó Somin—. ¿Acaso te crees un
ídolo musical como Rain o TOP?
—No, mucho más guapo —dijo Junu con una risa y un guiño.
Somin frunció el ceño y, por primera vez, Junu no sonrió en todo su esplendor.
Jihoon se preguntó si era la primera vez que una chica se había resistido a sus
encantos. Se inclinó hacia adelante, completamente entretenido.
—Se me hace tarde para ir a estudiar. Te veré mañana, Jihoon-ah. —Somin
agarró su paquete de Cheetos picantes del mostrador y se fue sin saludar a Junu.
La mirada del dokkaebi se perdió mientras la joven salía.
—Tu amiga es muy fría. —Hizo una pausa para sonreír—. Me agrada.
—Aléjate de mis amigos —advirtió Jihoon.
Junu levantó sus manos con inocencia.
—No he venido por eso.
Jihoon puso los ojos en blanco.
—¿Qué quieres?
—Creo que la pregunta es: ¿qué es lo que tú necesitas?
—¿Estás hablando con acertijos porque eres un dokkaebi? ¿O solo porque eres
irritante?
—He venido para ayudar —dijo Junu—. Hay una chica muy enojada en mi
apartamento. Ha estado furiosa todo el día y ya me está dando dolor de cabeza.
—He estado intentando llamarla. —Suspiró. No le importaba estar junto a Junu.
Necesitaba desahogarse con alguien—. ¿Cómo puedo decirle que lo siento si no
responde mis llamadas o mis mensajes?
—Qué lástima que no haya nadie cerca que tenga poderes sobrenaturales para
atraer a las mujeres. Ningún chonggak dokkaebi que sea tan guapo para que las
chicas se desmayen a sus pies.
Jihoon puso cara pensativa. ¿Estaba realmente pensando en hacer eso? ¿Seguir el
consejo de alguien a quien odiaba?
—Bien.
—Tu teléfono. —Junu extendió su mano.
Jihoon obedeció y observó al dokkaebi mientras escribía frenéticamente.
—¿Qué estás escribiendo? —preguntó Jihoon al inclinarse sobre el mostrador
para ver la pantalla.
Junu retrocedió.
—No te preocupes. No lo enviaré sin mostrártelo.
Jihoon intentó esperar, pero a medida que Junu escribía, consideraba, eliminaba
y volvía a escribir, él empezó a perder la paciencia.
Finalmente, Junu le devolvió el móvil.
El mensaje era una mezcla de emoticones de ores, corazones y letras en
negrita.
—No. —Jihoon negó con la cabeza para hacer énfasis—. No enviaré algo como
eso. —Pulsó un botón para eliminarlo.
—¡Ya! —protestó Junu.
—Ni siquiera suena como yo. Sabrá que fuiste tú.
—Bien. Entonces, ¿qué escribirías?
Jihoon redactó un mensaje breve:
DEBEMOS HABLAR.

Junu hizo una mueca ante el mensaje aburrido, como si le produjera dolor
físico. Intentó quitarle el teléfono móvil, pero Jihoon lo alejó de su alcance. Junu
suspiró.
—Cuando escribes mensajes de esa forma, se ven simples y vacíos. Tienes que
añadirles volumen.
—¿Volumen? —inquirió Jihoon, perplejo.
—Sí, pon un corazón o un emoticón después del texto —sugirió Junu.
—No. —Jihoon puso un límite con respecto a las caritas sonrientes en los
mensajes.
—Bien, entonces agrega una ola. —Junu sonrió mientras señalaba el símbolo ~.
Jihoon puso los ojos en blanco, pero añadió el ~ antes de enviarlo.
—¿Por qué me ayudas?
—Te lo dije. No me gusta estar rodeado de gente gruñona. Me pone de mal
humor.
—¿En serio? —Jihoon no creía nada que saliera de la boca del dokkaebi. Era
demasiado persuasivo y demasiado bueno para las mentiras.
Cuando menos lo esperaba, su teléfono sonó. El nombre de Miyoung apareció
en la pantalla. Jihoon miró a Junu con sorpresa, quien levantó los pulgares para
alentarlo. Jihoon le sonrió y se dio cuenta de lo amistoso que estaba siendo con el
dokkaebi. Así que dejó de sonreír.
Leyó el mensaje:

ESTOY EN NAMSAN.

Namsan era una montaña alta en el centro de la ciudad. Aunque había muchos
restaurantes que presumían su famoso wang donkatsu a lo largo del camino, la
atracción principal era la Torre Namsan. Un destino popular para citas y un sitio
al que Jihoon no iría, ni aunque le pagaran. Excepto que ahora, irónicamente, se
encontraba metido en uno de los teleféricos que conducían a la parte superior. No
le gustaba que hubiera mucha gente, ya que le daba dolor de cabeza. O quizá eso
era solo el resultado de haber estado impaciente todo el día.
Después de haber llegado al nal, aún tenía que subir unas escaleras que
obligaban a los turistas y a los amantes a pasar cerca de los puestos de comida.
Jihoon miró los perritos calientes empalados, cubiertos de papas fritas, y recordó
que una vez le había prometido a Miyoung comprarle uno. No cabía duda alguna
de que habían sido un Jihoon y una Miyoung diferentes en ese entonces.
Era difícil encontrarla entre la multitud de cuerpos. Estiró el cuello para echarle
un vistazo a la cima de la torre y se preguntó si tendría que subir hasta allí. Estaba
bastante seguro de que era necesario tener una reserva para ir al restaurante de
arriba.
Apreció el paisaje en la base de la torre. La valla que había por todo el
perímetro estaba cubierta de candados, tan abundantes y coloridos que creaban
un tapiz de metal. Los candados también creaban árboles de navidad metálicos
en el medio del jardín.
Mientras se acercaba a la valla, Jihoon tuvo que admitir que la vista era estelar.
A medida que el sol se acercaba al horizonte, este hacía que la ciudad
resplandeciera. Podía delimitar los patrones de Seúl desde allí arriba, donde los
viejos techos de tejas de los hanoks se fusionaban con el metal y el hormigón más
nuevo de la ciudad. Por un lado, estaban las antiguas casas que contaban con
calefacción central de carbón debajo del suelo y con paredes de papel de arroz.
Por el otro, estaban los rascacielos más modernos. En pocas palabras, era un lío
de edi cios opuestos. Pero en Seúl, esa dicotomía funcionaba y prosperaba. Al
parecer, los opuestos sí encontraban un equilibro de vez en cuando.
Luego la vio, de pie junto a uno de los visores que mostraba la ciudad que había
debajo.
Jihoon se acercó de a poco, preocupado de que ella pudiera aprovechar el sitio
para lanzarlo por un lado de la montaña. Pero lo reconfortó el hecho de que a
Miyoung no le gustaba hacer una escena.
—Miyoung.
—¿Sí? —respondió con frialdad y se negaba a mirarlo.
—Me has dicho que hablarías.
—Te he dicho dónde estaba. Tú eras el que quería hablar —corrigió Miyoung.
Jihoon bulló de ira. Su frustración estaba a dos centímetros de salir a la
super cie. Hizo que su cabeza latiera, pero respiró hondo y lo intentó de nuevo.
—Bien, quería decirte que lo siento —expresó y esperó a que ella aceptara sus
disculpas. No lo hizo y, en lugar de eso, se quedó estudiando los candados que
decoraban la valla. Estaban cubiertos con juramentos eternos de amistad y amor.
Un hermoso arcoíris lleno de promesas.
»¿Me has oído?
—Sí —respondió Miyoung mientras prestaba atención a otro candado.
Jihoon la giró para quedar enfrentados.
—Estoy intentando disculparme.
—¿Por qué?
Jihoon parpadeó, sorprendido.
—¿A qué te re eres?
—¿Por qué quieres disculparte? Me has dejado en claro que soy la razón por la
cual todo salió mal en tu vida.
—Eso es un poco exagerado.
—No quiero una disculpa. No de ti.
—Escucha, no debería haber mencionado a tu padre —dijo Jihoon—. Si no me
dejas disculparme, nunca me sentiré bien al respecto.
—Bien —escupió Miyoung con la mandíbula tan apretada que sus mejillas se
tensaron visiblemente—. Acepto tus disculpas. Ahora, ¿me dejarás en paz?
Jihoon se dio cuenta de lo cansada que estaba. Unas bolsas ensombrecían sus
ojos y su piel estaba muy pálida. A su vez, tenía los hombros caídos.
—¿Disculpa? —Una joven morena estaba de pie detrás de él—. ¿Puedes
tomarnos una foto? —preguntó.
—Claro. —Jihoon aceptó su teléfono y esperó a que se acomodara junto a sus
dos niños pequeños que no paraban de pelear. La familia se apiñó y el marido los
abrazó a los tres por detrás. Era una imagen encantadora de una familia normal y
corriente. Los ojos de Jihoon se deslizaron hacia Miyoung, que miraba a cualquier
lado menos a la feliz familia. Ninguno de ellos tenía una foto como esa.
Después de devolverle el móvil, la mujer preguntó:
—¿A ustedes dos les gustaría una foto?
—No, no. Estamos bien. —Miyoung dio un paso atrás, como si la mujer fuera a
hacerle daño físico.
—Deberían sacarse fotos, incluso si es la primera cita. —La mujer sonrió—. Mi
marido y yo todavía tenemos una de la nuestra.
—No es nuestra primera cita. —Las mejillas de Miyoung se sonrojaron.
—Ah, ¿es un aniversario? —La mujer era persistente.
—¿Sabe qué? Nos encantaría una foto —dijo Jihoon para evitar más preguntas.
Le pasó su teléfono y se paró al lado de Miyoung.
—Deberías poner tu brazo alrededor de ella —sugirió el marido con un guiño.
Jihoon obedeció. Era más fácil que la incomodidad de rehusarse.
—Y… ¡sonrían! —gorjeó la mujer.
Él lo hizo y sintió la cara rara. Quizá fue muy forzado.
—Parece una primera cita —a rmó la mujer antes de bajar el teléfono de Jihoon
—. Se ven tiesos como un par de tablas.
Miyoung miró por encima a Jihoon y levantó las cejas a modo de pregunta.
—Está bien, una más. —Esta vez, atrajo a Miyoung hasta que se acomodó contra
su costado. Ella lo miró con una sonrisa sarcástica. Sus ojos parecían decir: «Solo
nosotros podemos meternos en una situación como esta». Le devolvió la sonrisa
porque era cierto.
—Perfecto. —La mujer sonrió—. Hacen una bonita pareja.
Cuando la familia se alejó para entrar a la torre, Jihoon se volvió hacia Miyoung,
que se había alejado unos pasos de distancia. Sus hombros temblaban. ¿Estaba
llorando?
Colocó una mano vacilante en su brazo y estaba a punto de preguntarle si se
sentía bien justo cuando vio su amplia sonrisa. Se estaba riendo.
—Te juro, Ahn Jihoon, cuando esa mujer preguntó si éramos pareja, tu rostro se
puso tan blanco que cualquiera hubiera creído que te estabas enfrentando a un
demonio come hígados.
Jihoon dejó escapar una risa al escuchar eso. Acto seguido, cayeron en un
arrebato de alegría juntos. Se sostuvieron el uno al otro hasta que las carcajadas
se convirtieron en unas risitas acompañadas de hipos.
—Es tu culpa, ¿lo sabes? —indicó Jihoon—. ¿Por qué vendrías sola a Namsan, la
capital del romance?
Ella se encogió de hombros y sus ojos se posaron en la mano de Jihoon, que aún
seguía en su brazo. Él la dejó caer rápidamente y la tensión aumentó entre ellos.
—Supongo que siempre ha estado en mi lista de deseos. Creí que era un buen
momento para empezar a trabajar en ella. —Echó un vistazo hacia la ciudad.
Jihoon frunció el ceño ante la idea de que una gumiho inmortal tuviera una lista
de deseos.
—Escucha, acepto tus disculpas —dijo Miyoung, todavía de espaldas a él—.
Ahora puedes irte a casa con la conciencia limpia.
Jihoon no sabía cómo responder a eso. Había ido hasta allí para pedir perdón y
ella lo había permitido. Eso era todo lo que había querido y lo había conseguido.
Excepto que la culpa que había estado en su pecho todo el día se solidi có. Se
convirtió en algo más pesado y ahora lo sentía en el estómago, como si hubiera
hecho algo mal otra vez.
Aun así, no podía pensar en ninguna razón para quedarse, así que se dispuso a
abrirse paso entre la multitud hacia los teleféricos. Por costumbre, sacó su
teléfono y lo desbloqueó mientras caminaba. La foto con Miyoung cubrió toda la
pantalla. Se detuvo y una joven pareja se chocó con él por accidente. Murmuró
una disculpa, pero sus ojos nunca abandonaron la imagen.
En ella, Miyoung lo miraba. Sus ojos eran suaves y su mano derecha estaba
sujetando el frente de su chaqueta. Jihoon ni siquiera la había sentido.
El aspecto de su propia cara era raro. Al principio, no podía discernir su
expresión. No obstante, se dio cuenta de que era alegría y satisfacción. En ese
momento, atrapado en los brazos de Miyoung y en sus propios recuerdos, había
sido feliz.
Jihoon no estaba seguro de qué hacer con ese razonamiento. Su instinto le decía
que debería seguir enfadado con ella. Miyoung guardaba secretos. No podía
con ar del todo en ella. Pero le resultaba cada vez más difícil mantenerse
enojado.
Ella había sido sincera sobre quién y qué era. Le había dicho que escapaba
cuando las cosas se ponían difíciles. Sin embargo, esta vez había vuelto para
ayudarlo con su halmeoni. Eso debería contar para algo, ¿no era así? Después de
todo lo que Jihoon había tenido que atravesar, ¿no se merecía ser feliz?
Jihoon retrocedió entre la multitud. La gente se arremolinaba mientras
deambulaba por el espacio en diferentes direcciones. Parejas agarradas de la
mano, niños que corrían mientras gritaban y se reían. El aire de marzo era fresco
con el comienzo de la primavera; se sentía como si toda la ciudad estuviera en
Namsan para aprovecharlo.
Tardó demasiado tiempo en llegar a Miyoung, cuando todo lo que Jihoon quería
era estar junto a ella.
Cuando la alcanzó, jaló de su hombro para girarla y quedar cara a cara.
—¿Jihoon-ah? —Cuando lo vio, dijo su nombre como una pregunta, pero esta
fue devorada por el viento de la montaña con rapidez.
—Estoy harto. —Jihoon dejó que sus dedos recorrieran el pelo de Miyoung a la
altura de su sien, tan suave como la seda.
—Está bien —dijo Miyoung, mientras Jihoon levantaba la otra mano para
ahuecar su rostro—. ¿Harto de qué?
—De todo. —Y Jihoon expulsó toda la ira, la tensión y el miedo. Soltó todo con
un suspiro de alivio.
—Está bien —aseguró de nuevo. Lo susurró, así que solo él la oyó.
Él se inclinó.
Ella se quedó quieta.
Él suspiró su nombre.
Ella tomó aire.
El corazón de Jihoon golpeaba sus costillas, como si necesitara estar más cerca
de ella y no le importara arrastrar el resto de su cuerpo para conseguirlo. Dejó que
sus manos se deslizaran por sus mejillas y que sus dedos se movieran sobre su
suave piel. El aliento de Miyoung se entrecortó.
La demostración de debilidad de la joven ante su mero contacto lo mareó. Lo
hacía sentir poderoso; un chico que podía hacer que una gumiho se estremeciera.
Sus labios estaban a un centímetro de distancia y los ojos de Miyoung ocupaban
toda su visión. Eran unas piletas oscuras que capturaban su re ejo. Sentía que
podía quedar atrapado en ellas, pero no le importaba. Daría la bienvenida a la
jaula con gusto.
Algo jalaba de él y lo instaba a avanzar. Bajó la cabeza con lentitud y deslizó su
mano sobre la nuca de Miyoung.
Luego apoyo sus labios sobre los de ella, más suaves que el roce del viento
contra la piel.
Ella unió sus brazos alrededor del cuello de Jihoon y lo acercó.
Y el beso que él había querido que fuera suave se convirtió en uno apasionado
en cuestión de segundos. Absorbió el jadeo de Miyoung y las manos se le
enredaron en su pelo negro. Luego, los dientes de ella rasparon el labio inferior de
Jihoon mientras lo besaba. Ahora él era el que respiraba entrecortadamente.
La presión en su pecho creció hasta convertirse en un calor que lo envolvió.
Unas estrellas estallaron detrás de sus ojos. Esta vez, cuando se quedó sin aliento,
fue porque estaba adolorido. Se tambaleó hacia atrás; sus piernas temblaban y
terminaron cediendo debajo de él.
Escuchó cómo Miyoung gritaba su nombre, un sonido confuso que se mezclaba
con el zumbido en sus oídos.
Luego cayó y cayó, y no se detuvo hasta que perdió el conocimiento.
56

J IHOON SE DESPERTÓ CON PITIDOS Y SUSURROS, LOS SONIDOS DEL hospital con los que ya
estaba familiarizado. Mantuvo los ojos cerrados para darse tiempo de
recuperar la cordura. Mientras dejaba que su mente se adaptara, notó que
los susurros eran en realidad gimoteos bajos, como si alguien estuviera
conteniendo sollozos.
Jihoon abrió los ojos y parpadeó unas cuantas veces para adaptarse a la luz. La
cabeza de Miyoung estaba apoyada en sus brazos, sobre el borde de la cama de
hospital.
—¿Miyoung? —Le dolió la garganta solo con decir su nombre.
—¡Jihoon! —chilló, sorprendida.
—Estoy bien. —Apartó los dedos insistentes de Miyoung—. ¿Por qué estoy en el
hospital?
—Comenzaste a convulsionar. Fue… —Su voz se detuvo—. Me asustaste.
—Lo siento.
—No digas eso. No deberías ser el que tenga que disculparse.
Jihoon meneó la cabeza, pero eso empeoró las punzadas sordas que sentía
detrás de sus ojos.
—No quería que me vieras así.
Miyoung no podía mirarlo a los ojos. Unas lágrimas colgaban de sus pestañas y
amenazaban con caerse. La garganta del joven se cerró al ver eso. En un
principio, no quería que ella presenciara uno de sus episodios porque no quería
que creyera que él era débil. Y ahora tampoco porque era obvio que estaba
preocupada. Odiaba hacer que las personas que amaba se preocuparan por él.
Arrugó la frente ante el pensamiento inesperado. ¿Todavía la amaba? Suspiró.
Por supuesto que sí. Solo alguien a quien amaba podía hacerlo enfadar tanto
como ella.
—Miyoung, ven aquí. —Palmeó su costado.
Se sentó precariamente en el borde de la cama, así que estaba más inclinada
que sentada.
Con un fuerte suspiro, él la sujetó de la mano. Estaba transpirada y temblaba
ligeramente en la suya.
—No te preocupes por mí. Soy más fuerte de lo que parezco. —Jihoon le colocó
el pelo detrás de su oreja para poder verle la cara.
Sus lágrimas creaban ríos a lo largo de su piel blanquecina.
—No llores. Te prometo que estaré bien. —Limpió la humedad de sus mejillas y
la mano de la gumiho se acercó para atrapar la suya. Ya no temblaba.
—Es mi culpa —dijo de nuevo—. Mi perla es la que está causando esto.
—¿Por qué dirías eso?
—Porque… —Hizo una pausa para respirar profundamente. Lo hizo tan rápido
que tuvo miedo de que se hiperventilara.
—Me estás asustando —confesó Jihoon—. Solo dilo.
—Está dentro de ti.
—¿Qué? ¿Cómo? —No se dio cuenta de que había corrido sus manos hasta que
las vio acunadas en su pecho.
—Casi mueres cuando mi madre te atacó. No sabía si sobrevivirías. —Miyoung
se puso de pie y eso hizo que estuvieran más distanciados—. Tu halmeoni me dijo
que usara la perla.
—¿Mi halmeoni? —Jihoon estaba confundido.
—Comenzó a curarte, pero no fue su ciente. Necesitaba más gi.
—¿De quién? —preguntó Jihoon, aunque el peso que sentía en el estómago le
indicaba que ya lo sabía.
Miyoung no respondió. No podía mirarlo a los ojos.
—Dime. ¿De quién era el gi?
—El de tu halmeoni.
La incredulidad se extendió a través de él como una cubeta de agua helada. No
podía sentir los dedos de los pies ni de las manos, y tampoco su corazón.
—Ella quiso que vivieras. Fue su último deseo. —Las manos de Miyoung se
juntaron, como si le estuviera rogando que entendiera.
—¿«Último deseo»? —escupió Jihoon mientras la indignación le retorcía el
estómago—. Es por eso que no se despierta del coma. —La comprensión de lo
que había ocurrido se derramó sobre él como una ola que rompía contra las rocas
—. No fue Yena. Fuiste tú.
—Lo siento. Era la única manera de salvarte.
—¿Es por eso que has vuelto? ¿Solo porque te sentiste culpable después de
haberle hecho eso a mi halmeoni? —Jihoon intentó recuperar el aliento. Esperaba
no tener que vomitar cuando las náuseas se enroscaran en su interior.
—Esto es a lo que me re ero —insistió Miyoung con urgencia en su voz—. Te
estás enfermando por tener mi perla dentro de ti. Un cuerpo mortal nunca estuvo
preparado para contener la perla de una zorra.
—No tenías derecho. —Jihoon no estaba seguro de a qué se refería con eso.
¿Que hubiera cambiado la vida de su halmeoni por la suya? ¿Que lo hubiera
salvado para después abandonarlo? ¿O que hubiera vuelto para hacer que se
enamorara de nuevo?
—Jihoon-ah, lo siento mucho. —Ella se acercó y él se echó hacia atrás.
—No me toques. —Su pecho se expandió con un calor que hubiera atribuido a
su enojo, si no fuera por la nueva realidad de las cosas. Sintió una calidez
persistente, que cubrió todas sus costillas y hombros. Después se centró en su
pecho, justo sobre su corazón, como una bola de fuego. Si se concentraba, casi
podía oír otro latido, uno que se re ejaba con el suyo: el corazón de Miyoung.
Los ojos de la gumiho destellaron cuando bajó su mano con un movimiento lento
y brusco, como si estuviera luchando contra una fuerza invisible.
Un recuerdo le hizo cosquillas en el fondo de su mente: cuando Miyoung le
había dicho que un hombre podía controlar a una gumiho si este poseía su perla.
—Por eso has vuelto. —Casi se rio de lo ingenuo que había sido—. No lo hiciste
para ayudar a mi halmeoni. Lo hiciste porque necesitas tu perla. De eso se trata,
¿verdad? La perdiste y has intentado recuperarla desde que nos encontramos.
—No. —Miyoung negó con la cabeza—. Volví por ti.
—¡Deja de mentir!
El calor de su corazón disminuyó a un simple brillo. Cerró los ojos y se
concentró en su propia respiración. Inhalar, mantener el aire y exhalar.
Cuando volvió a hablar, su voz era baja, pero rme.
—No eres mejor que tu madre. Manipulas a todos a tu alrededor para obtener lo
que deseas. —Jihoon no sabía cómo sentirse. Estaba preocupado de haber
perdido esa habilidad junto con todo lo demás.
—Por favor —suplicó ella mientras lo sujetaba del brazo—. Me equivoqué. Yo…
—¡Detente! —Al parecer, todavía podía sentir. Y estaba furioso.
Ella se calló tan de repente que fue como si él hubiera presionado el botón de
silencio.
Se sentaron durante un momento. Jihoon seguía como una piedra y Miyoung
estaba siendo atormentada por las lágrimas silenciosas que no podía derramar.
Hubo un golpe y el detective Hae abrió la puerta.
—Ajeossi —dijo Jihoon. Parecía una súplica. Necesitaba que alguien lo ayudara
y le diera sentido a todo lo que le estaba sucediendo.
—Jihoon-ah, ¿qué ha ocurrido? —El detective Hae entró en la habitación y se
detuvo cuando vio a Miyoung—. Oh, no sabía que tenías visitas.
Miyoung se dio prisa para secarse las lágrimas con las manos y se puso de pie.
—Te pareces a ella —susurró el hombre, lo que detuvo a Miyoung en mitad de
su reverencia.
—¿A quién? —preguntó Miyoung mientras lo evaluaba. Se sentía una tigresa que
estaba decidiendo si el hombre frente a ella era una presa o un enemigo.
—¿Ajeossi? —Jihoon no entendía el reconocimiento que veía en los ojos del
detective Hae.
—Te pareces a tu madre. —El detective Hae dio un paso brusco, atrapado en un
jalón de gravedad.
—¿Cómo conoce a mi madre? —El tono de Miyoung implicaba que había
decidido que ese hombre era un enemigo.
El detective Hae inhaló aire y, en ese momento, Jihoon contuvo su respiración.
No entendía lo que estaba pasando, pero de alguna manera sabía que era
importante.
—Ella era mi esposa —reveló—. Lo que signi ca que tú eres mi hija.
57

N O ERA CIERTO. NO PODÍA SER VERDAD. MIYOUNG SALIÓ CORRIENDO del hospital e
ignoró los gritos de las enfermeras y los pacientes molestos.
Su padre era un desperdicio de espacio. Su madre siempre decía que
no era alguien a quien buscar porque estaba avergonzada de haber amado a un
hombre como él.
Pero el detective Hae era un hombre honorable. Al menos así lo había descripto
Jihoon. Y era alguien que buscaba salvar vidas.
¿Era posible que Yena, en lugar de estar avergonzada del detective Hae,
estuviera avergonzada de ella misma? A n de cuentas, ambas eran monstruos
que mataban, mientras que el hombre que su madre una vez amó era una buena
persona.
Solo había una forma de averiguarlo. Miyoung llamó a Yena.
—¿Hola?
Al oír su voz, Miyoung se congeló. No sabía cómo explicar que se sentía herida
por todos los secretos que Yena había guardado. Pero también necesitaba a su
madre en ese momento más que nadie.
—¿Hola? ¿Miyoung? ¿Eres tú?
—Madre. —La palabra sonó con un murmullo ronco. Miyoung tosió para
aclararse la garganta y lo intentó de nuevo—. Madre, necesito preguntarte algo y
necesito que seas honesta conmigo.
Hubo una larga pausa cargada de suspenso antes de que Yena respondiera.
—¿Qué ocurre?
—Mi padre.
—Miyoung, no quiero…
—¡Lo conocí! —soltó de golpe—. No es una persona horrible como tú siempre
has dicho. Es un detective y parece un buen hombre. Me lo ocultaste y…
—¡No hables con ese hombre! —La voz de Yena era un chillido agudo que
obligó a Miyoung a sostener el teléfono lejos de su oído—. No hables con él, ¿me
oyes?
—¡Así que lo admites! Sabías que estaba en Seúl.
Yena suspiró.
—Hace poco descubrí dónde estaba. Esta es una de las razones por las que te he
dicho que no volvieras. Ese hombre no es lo que parece, Miyoung. No te acerques
a él ni a ese chico otra vez. No hasta que yo haya vuelto.
—Pero es mi padre.
—¡Prométemelo! —exigió Yena.
Miyoung vaciló bastante tiempo.
—Prometo… —Con un pitido, la línea se cortó.
Miyoung miró jamente su pantalla y se preguntó si su teléfono se había
quedado sin batería. Pero se encendió y mostró el tiempo de duración de la
llamada antes de volver a la pantalla de inicio. Volvió a marcar el número de
Yena, pero fue directo al buzón de voz.
Colgó y ahora no podía parar de preguntarse dónde estaba Yena. Probablemente
en un aeropuerto en su camino de vuelta para reprender a Miyoung por todas las
malas decisiones de su vida.
Con un suspiro, se guardó el móvil en el bolsillo y caminó sin saber a dónde
iba. Solo sabía que necesitaba tomar un poco de aire. Y tal vez una bebida.
58

J IHOON ABRIÓ LA PUERTA DE SU CASA CON TANTA FUERZA QUE SE estrelló contra la
pared. Maldijo por el ruido que provocó y luchó para quitarse el calzado.
—Guau, estás de buen humor.
Jihoon ni siquiera se sorprendió al ver a Junu.
—Sabes, es de mala educación entrar en la casa de alguien sin permiso. Dos
veces. —Jihoon consiguió quitarse los zapatos y los pateó hacia la esquina.
—¿Dónde está ella? —preguntó Junu.
—¿Quién?
—El presidente —dijo Junu con un tono de indiferencia—. Miyoung.
Jihoon ignoró la preocupación y su mal humor, y empujó a Junu para entrar a la
cocina.
Su vida era un desastre. Miyoung había confesado lo que había hecho. El
detective Hae había aparecido y había dicho que era el padre de Miyoung. Luego,
ella se había ido; simplemente se fue por la puerta sin decir ni una palabra. Él
sabía que debería haberla detenido, pero estaba muy enojado. Y ahora ni siquiera
sabía lo que sentía. Abrió la heladera y se quedó mirando el mísero contenido.
—¿Qué ocurrió? —preguntó Junu.
—Su padre —dijo Jihoon sin apartar la mirada de la heladera casi vacía.
—¿Qué sucede con él?
Jihoon cerró la heladera sin haber sacado nada.
—Está aquí.
Los labios de Junu se torcieron en una mueca que parecía fuera de lugar en su
bonita cara.
—Algo va mal.
—¿Qué cosa?
Junu lo miró. Estaba claro que el dokkaebi no estaba dispuesto a compartir lo
que sabía. Así que Jihoon puso sus cartas sobre la mesa.
—Escucha, acabo de descubrir que mi halmeoni cedió su gi para que yo pudiera
vivir con la perla de Miyoung dentro de mí. Es probable que esa sea la causa de
mis convulsiones. Entonces, si algo está pasando con Miyoung, creo que debería
saberlo. De alguna forma, mi vida está en juego.
Junu asintió.
—Yena ha desaparecido. No puedo contactarla.
—¿Y?
—Y… que las gumihos no deberían desaparecer. Ellas son las que hacen
desaparecer a la gente.
—Soy muy consciente de eso.
—Yena nunca se esfumaría en un momento como este.
—¿Un momento como este? —A Jihoon no le gustaba que el dokkaebi fuera
ambiguo e impreciso a la hora de hablar.
Junu ignoró la pregunta.
—Es importante que Yena esté aquí antes de la próxima luna llena.
—Tal vez Miyoung está mejor sin su madre cerca —concluyó Jihoon.
La expresión del dokkaebi se volvió mordaz, como si hubiera juzgado a Jihoon
antes de considerarlo de ciente.
—Sean cuales sean tus sentimientos con respecto a Yena, ella protege a su hija.
Todo lo que hace es por Miyoung.
—No me importa lo que haga Yena.
—Oh, sí te importa —refutó Junu—. Te importa porque crees que te arrebató a
Miyoung. Crees que, sin la in uencia de Yena, ella no te habría dejado.
—No es de mi incumbencia si Miyoung elige a su madre en vez de a mí —
aseguró Jihoon con obstinación.
—Miyoung te eligió. —Junu le dio un golpecito a Jihoon en la frente—. Se fue
por ti y volvió por ti. Mientras tanto, tú estás aquí, comportándote como un gran
llorón porque ella tiene la audacia de querer a la madre que la ha apoyado
durante toda su vida. En todo caso, deberías sentir pena por Yena. Tú eres el que
está destruyendo a su hija.
—Nada de lo que dices tiene sentido.
—Haz las cuentas. Has tenido la perla de Miyoung en tu cuerpo de humano
debilucho durante casi cien días. —Junu hablaba lentamente, como si estuviera
por explicarle álgebra a un niño de tres años—. Si Miyoung no la absorbe de
nuevo y no comienza a alimentarse en la próxima luna llena, estará en un
verdadero problema.
—¿No ha estado alimentándose? —preguntó Jihoon—. Si pasa cien días sin
alimentarse, morirá.
—¡Ding-dong-daeng! ¡Díganle al joven lo que ha ganado! —anunció Junu como
un presentador, pero su sonrisa de hombre de espectáculo no alcanzó sus ojos.
—¿Por qué no me ha dicho esto?
—No lo sé. Tal vez estaba intentando protegerte de la responsabilidad de elegir
entre tu vida y la de ella.
—No tiene derecho a tomar esa decisión por mí.
Junu se rio entre dientes.
—¿Sabes qué? No me desagradas tanto después de todo.
—¿Qué pasará si Yena aparece de improviso? —preguntó Jihoon.
—En ese caso, te aconsejaría que encontraras una armadura porque es muy
probable que venga y te saque esa bonita perla del pecho.
Jihoon se frotó el esternón con una mano, justo donde empezó a sentir un dolor
repentino.
—¿Por qué estás ayudándonos?
—Porque me están pagando.
Jihoon puso los ojos en blanco.
—Si me permites darte un consejo… —dijo Junu.
—¿No has hecho eso todo este tiempo? —preguntó Jihoon con amargura.
Junu continuó como si Jihoon nunca lo hubiera interrumpido.
—Si fuera tú, correría. ¿Cuál es el punto de quedarse aquí cuando tienes a dos
gumihos acechándote y tú única familia es una carga?
Los puños de Jihoon se levantaron. Quería usarlos para golpear su mandíbula
perfecta.
El dokkaebi se movió hacia atrás con agilidad y levantó sus manos para
protegerse, pero le dedicó una sonrisa descarada que demostraba que no estaba
preocupado por la rabia de Jihoon.
—Da igual, no puedes decir que no te he advertido. —Junu se fue por la puerta
principal y dejó a Jihoon solo con su enojo sin sentido.
59

M iyoung caminó por el apartamento. Su cuerpo estaba tan frío que no


podía dejar de temblar.
Escuchó cómo el agua uía en alguna parte. Sintió unas náuseas que le
revolvían el estómago.
Al nal del pasillo, su madre yacía acurrucada sobre ella misma. Miyoung corrió
hacia ella. El rostro de Yena estaba retorcido por el dolor, pero Miyoung pudo ver
que todavía estaba respirando.
—¿Madre? —Miyoung sacudió el hombro de Yena. Ninguna respuesta.
Unas gotas de agua cayeron sobre el rostro de su madre. Ella las secó, pero fueron
reemplazadas rápidamente.
Miyoung se dio cuenta de que el agua venía de ella. Estaba empapada, de pies a
cabeza, y su pelo goteaba sobre el suelo como una melodía a destiempo.
Y, detrás de ella, el torrente de agua se intensi có, como si estuviera escuchando el
agua de una cascada chocando contra una roca.
Miyoung se volvió hacia el sonido.
Una luz brillante emanaba de la grieta debajo de la puerta del baño.
Se puso de pie y se estiró hacia adelante.
Con cada paso, su cuerpo temblaba hasta el punto de hacer que sus huesos
vibraran con inquietud también.
Sujetó el pomo de la puerta del baño, pero no se atrevió a girarlo.
Una mano cubrió la suya, por lo que sus dedos congelados se calentaron hasta
que su temblor cesó. Un hilo rojo conectaba las dos muñecas.
Echó un vistazo hacia arriba y se encontró con los ojos de Jihoon.
—No la abras —dijo él.
—Tengo que hacerlo. —Ella no entendía cómo lo sabía, pero tenía que entrar y
ver qué había detrás de la puerta.
—Entonces, la abriremos juntos.
Ella asintió.
La mano de Jihoon se apretó alrededor de la de ella. La puerta se abrió con
suavidad hacia adentro.
Al principio, solo vio los resplandecientes azulejos blancos y la reluciente grifería
cromada. La bañera estaba abierta, e inundaba la habitación. El agua se iba directo
al desagüe que estaba en la mitad del suelo, pero no era su ciente para evitar que
el agua se acumulara en un lago arti cial.
Jihoon caminó hacia la bañera. Sus piernas creaban ondas en el agua.
—Miyoung-ah. —Su nombre hizo eco en la habitación.
—¿Qué? —Se quedó mirando el desagüe mientras se formaba un pequeño
remolino en el agua. Comenzó a sudar porque temía que el agua que se agitaba
pudiera jalarla hacia abajo y llevársela.
—Miyoung-ah —dijo Jihoon con más urgencia.
Intentó responder pero algo llenó su garganta. Tosió y de sus labios brotó bastante
agua, como una fuente.
Jihoon la llamó mientras el agua lo devoraba.
Intentó nadar, pero el miedo se apoderó de ella. No le gustaba el agua. Luego, la
corriente jaló de sus extremidades, ahogándola.
Empezó a patear con desesperación y jaló del hilo rojo que la conectaba con
Jihoon, pero se partió en sus manos. Buscó y buscó, pero no encontró nada. Sus
músculos cedieron ante el gran peso del agua que la empujaba hacia abajo.
60

J IHOON NO ESTABA MUY SEGURO DE POR QUÉ ESTABA VAGANDO POR el barrio a las
03:00 a. m. Se había despertado cubierto de sudor, con una sensación de
as xia por su propia respiración, como si realmente se hubiera estado
ahogando. Todo estaba tan claro en su mente. El pasillo, la gura inconsciente de
Yena, el baño inundado. Y ahora sabía que lo más probable era que no hubiera
sido solo un sueño. Con la perla dentro de él, sabía que estaba conectado con
Miyoung.
Eso signi caba que todos esos malditos sueños en los que le rogaba a Miyoung
que volviera no habían sido solamente suyos. ¿Ella también lo había visto? ¿En su
punto más vulnerable? Las preguntas hicieron que le doliera la cabeza.
A pesar suyo, ese sueño lo hizo preocuparse por Miyoung. Era imposible volver
a dormirse con la ansiedad que le había generado esa situación. Así que había
dado un paseo para tranquilizar su acelerado corazón y había terminado en el
viejo parque de juegos del vecindario. Los árboles más lejanos parecían estatuas
grises que protegían los columpios abandonados.
Miyoung estaba sentada en la calesita. Debería haber estado más sorprendido,
pero era casi como si supiera que la encontraría allí.
—¡Jihoon-ah! —balbuceó con una botella de soju en la mano. Otra botella
verde ya estaba vacía a su lado.
Miyoung cerró un ojo para servir la bebida con mayor precisión en un vaso de
plástico. Su lengua sobresalía por un lado de su boca mientras se concentraba en
la tarea.
—¿Por qué estás aquí? —preguntó Jihoon.
—No podía dormir. Tuve pesadillas. —Bebió el soju de un trago.
—¿De dónde has sacado eso? —Jihoon echó un vistazo a la botella extra que
tenía junto a ella, dentro de una bolsa de plástico donde también había más
vasos.
—En el CU Mart. Me atendió ese chico adulador y me hizo prometerle que no
le diría a nadie que me había vendido esto. Creo que está enamorado de mí.
Pyopyo, o algo así. —Puso la mejor sonrisa de borracha.
Jihoon se habría reído por el cambio de nombre de Pyojoo, pero estaba
demasiado preocupado por Miyoung, que podría caerse en cualquier momento
de la calesita.
—Pareces haber estado disfrutando. —Jihoon se sentó en el borde de la calesita
y arrastró sus pies en el suelo para detenerla.
—Te serviré un vaso. —Miyoung inclinó la botella sobre un segundo vaso. La
mayoría del líquido se derramó por el costado.
—Estoy bien.
—¡Tonterías! —Levantó su taza—. Somos adolescentes. Se supone que debemos
ser imprudentes y descuidados. Ahora que tengo un padre, debería recuperar todo
el tiempo perdido desa ándolo. Bebe —dijo Miyoung, más bien exigió, con ojos
expectantes. Jihoon suspiró y levantó el vaso. Ella brindó con torpeza—.
¡Geonbae!
Cuando inclinó la cabeza hacia atrás para beber todo de un solo trago, Jihoon
decidió tirar su bebida a un costado.
—Kaaah —dejó escapar un ruido gutural en agradecimiento, o tal vez porque lo
había escuchado en demasiados dramas. Después le tendió su vaso a Jihoon para
que le sirviera más. Como el joven no se movió, ella sacudió su mano.
»¿No has oído que es de buenos modales servirle a los demás?
Siguió sin moverse y ella suspiró antes de buscar la botella por sí misma.
—¡Bien! —Se sirvió tan rápido que derramó la mitad de la botella en la tierra.
Jihoon vio eso como una bendición, ya que ahora tenía menos líquido para tomar
—. Nunca fui tan impaciente. Quizá porque tenía todo el tiempo del mundo.
Dejó escapar otra risa. Sus ojos ya se notaban borrosos y desenfocados.
—¿Sabes lo que es vivir para siempre? —articuló con di cultad. Ese último vaso
de nitivamente la había sumido en la locura.
Jihoon se dio cuenta de que ella lo estaba mirando mientras esperaba una
respuesta.
—No.
—Bueno, se suponía que yo sí. —Miyoung se sirvió otra vez—. Y cuando crees
que vivirás para siempre, las cosas no son tan serias. Padres ausentes, madres
estrictas. La gente que te odia todo el tiempo por ninguna buena razón. Quiero
decir, excepto el hecho de que podrías arrebatarles la vida. —Se rio de su chiste
morboso.
»Los mortales creen que todo es de vida o muerte. Una de mis situaciones
favoritas es cuando no saben cuánto tiempo les va a llevar pagar sus productos en
una tienda. ¡Se vuelven locos! —Miyoung hizo un gesto descontrolado con la
mano al decir eso, por lo que algo de su bebida se derramó por los costados.
»Y luego cuando la gente se mete en peleas y uno de ellos termina gritando:
«¿Cuál es tu problema?», como si no fuera del todo obvio que el problema es que
algún día morirán.
La expresión de Miyoung se ensombreció. Dejó su vaso y Jihoon lo quiso
alcanzar, pero lo levantó de nuevo antes de que pudiera sostenerlo.
—Todo mi mundo siempre estuvo asociado con ser una gumiho. Mi madre, mi
inmortalidad. Así que es raro encontrarme con mi padre mortal ahora que me
estoy muriendo. ¿Crees que sea una señal? Una señal de que debería ser una
humana, una… pfft. —Se pasó un dedo por el cuello para simbolizar la muerte.
—Miyoung-ah, ¿eso es lo que sucederá si no te alimentas durante cien días? —
preguntó Jihoon. Necesitaba escucharla decirlo.
Ella parpadeó y sus labios se curvaron hacia abajo en una mueca profunda.
—En realidad, no quieres saber eso.
—Sí, quiero.
—No estoy segura —dijo Miyoung—. Pero sí, parece que ese es el nal del
juego. Las gumihos solo traen muerte y destrucción. Incluso a nosotras mismas.
Jihoon negó con la cabeza.
—Si dejaste de alimentarte por mí, no quiero tener la responsabilidad de lo que
ocurra. Mi halmeoni ya está en coma por mi culpa. —Y se dio cuenta de que
parte de la razón por la que había estado tan enojado no era por lo que Miyoung
había hecho a la halmeoni, sino por lo que él le había hecho. Había sido un
terrible nieto y, aun así, ella había dado todo por él.
De pronto, sintió que emborracharse era una gran idea. Sujetó la botella y vertió
más en su vaso para después beber todo de un solo trago. Siseó cuando el líquido
le quemó la garganta.
—Si muero, no es por ti. Será por mí.
—¿Qué se supone que signi ca eso? —Jihoon no estaba seguro de si no tenía
sentido lo que decía porque estaba ebria o porque era Miyoung. Probablemente,
una mezcla de las dos cosas.
—Miro a mi madre y me doy cuenta de lo solitaria que es.
Jihoon no sabía de dónde había venido ese giro en la conversación. No estaba
de humor para tener simpatía por Yena. Tomó otro trago y este bajó por su
garganta con un poco más de facilidad.
—Nunca me preocupé por las cosas que me estaba perdiendo. Como tener
amigos o relaciones. Creo que siempre creí que habría tiempo para eso más
adelante. Pero ahora… —Suspiró—. Todo me recuerda que mi tiempo se está
acabando. Ahora estoy más débil y tengo cicatrices. —Trazó con un dedo la
marca blanca en la palma de su mano, que era una gemela de la que tenía Jihoon.
»Mi madre me dijo que tome una decisión. Así que eso hice —prosiguió y lanzó
los brazos al aire, lo que la hizo perder el equilibro. Jihoon la atrapó antes de que
se cayera. Miyoung puso las manos sobre sus hombros para equilibrarse—. Cada
día decido seguir haciendo esto y sé que es lo que tengo que hacer. No por ti. No
por mi madre. Yo tomé esta decisión. Es mía. Es lo único que es completamente
mío. —Una punzada de dolor sacudió el cuerpo de Jihoon y parecía como si se le
hubieran contraído los pulmones.
Acarició la mejilla de Miyoung con suavidad. ¿Por qué no pudo admitir antes
que echaba de menos hacer eso? Escuchar su voz, pasar los dedos por su pelo, ver
sus ojos tan de cerca que podía trazar el patrón de sus iris, que eran como dos
ores en su máximo esplendor. Había echado de menos todo eso con
desesperación.
—Miyoung-ah —dijo su nombre en voz baja mientras movía una mano por su
cuello—. No quise…
—No lo sientas —respondió Miyoung—. Ambos decimos «lo siento» todo el
tiempo. Somos una pareja que lo siente. —Se rio entre dientes por su broma—.
Ojalá las cosas pudieran ser como antes —dijo con un suspiro melancólico—.
¿No podemos volver a ser Miyoung y Jihoon de nuevo? ¿No podemos estar bien
solo por cinco minutos?
—Creo que puedo hacer eso.
—Bien. —Ella sonrió con dulzura—. Porque voy a vomitar.
Corrió hasta el borde del parque y vomitó en la maleza.
Jihoon recogió su pelo hacia atrás y lo sostuvo mientras largaba todo.

Jihoon llevó a Miyoung en su espalda por las calles con pendiente. Sus brazos y
piernas colgaban de él como enredaderas, que se balanceaban hacia adelante y
hacia atrás mientras entraba y salía de su estado de ebriedad.
—Siento mucho haber utilizado el gi de tu halmeoni —musitó Miyoung.
Él se tensó, sin estar seguro de si quería hablar de eso ahora o no. Entonces se
percató de que la mayor parte de su ira se había evaporado.
—Sé lo obstinada que puede ser. Si te pidió que absorbieras su energía para mí,
lo más probable es que te haya resultado imposible decirle que no.
—Soy una terrible gumiho —murmuró—. Ni siquiera pude decirle que no a una
halmeoni. No sirvo ni para ser inmortal.
Jihoon se rio. Luego se movió para asegurar su agarre y levantarla un poco más.
Le dio las gracias a las estrellas cuando vio su apartamento al otro lado de la
calle.
—Siento haberme ido —expresó ella—. Creí que estaba haciendo lo correcto.
No quería hacerte daño.
—A nadie le gusta un mártir.
Comenzó a subir las escaleras. Sus piernas no paraban de temblar mientras lo
hacía.
—¿Sabes qué es lo que más eché de menos? —susurró Miyoung en su oído.
—¿Qué? —Intentó ignorar el cosquilleo a lo largo de su piel, provocado por el
aliento de la joven.
—Nuestra amistad.
—¿Eh?
—Eras mi mejor amigo. —Apoyó la mejilla contra su hombro—. Echo de menos
a mi mejor amigo.
—Yo también te echo de menos —dijo, pero ya se había quedado dormida.
61

M IYOUNG SE PREGUNTÓ SI ALGUNA VEZ A ALGUIEN SE LE HABÍA salido el cerebro de


su cráneo. Porque, incluso cuando la niebla del sueño aún estaba
sobre ella, era seguro que eso le iba a suceder. Las palpitaciones
detrás de sus ojos hacían que fuera casi imposible abrirlos. Cuando lo intentó, los
volvió a cerrar de inmediato con un gemido.
—Veo que la alcohólica está despierta —dijo Jihoon desde la puerta de la
habitación—. Uf, te ves horrible. —Parecía particularmente satisfecho con ese
hecho.
Miyoung consiguió abrir solo su ojo derecho para fulminarlo con la mirada. El
sol brillaba a través de las ventanas, lo que agravaba su dolor de cabeza.
—¿Acaso no sabes lo que son las cortinas? —Su voz sonaba como una piedra
pómez raspando gravilla.
—Sí, pero tampoco bebo dos botellas de soju solo.
—¿Fueron solo dos botellas? —murmuró Miyoung. Cerró los ojos de nuevo y se
tapó con las sábanas—. Podría haber jurado que habían sido cien.
—Nop, eres una debilucha. Asúmelo. —Jihoon jaló de las mantas sin piedad y
se ganó un quejido de Miyoung.
»Vamos, preparé bugeoguk —agregó Jihoon, demasiado alegre para su gusto.
Miyoung nalmente sintió el sabroso aroma de la sopa y se incorporó con los
ojos aún cerrados.
Lo siguió hasta la sala de estar. La noche anterior no había prestado atención,
pero el sitio se veía exactamente igual a como lo recordaba. El sofá bajo y
abultado, que pedía a gritos que alguien se sentara sobre él. El rincón de la cocina
era pequeño, quizá con más platos sucios que antes. Las estanterías todavía
estaban repletas de cuadros. Y, como siempre, los bujeoks ondeaban como
brillantes banderas amarillas a lo largo del marco de la puerta.
Miyoung se sentó en la mesa baja, que estaba desgastada y bien usada. Contenía
dos tazones de sopa de abadejo. Dejó que el vapor alcanzara su cara.
—La mejor cura para la resaca —anunció Jihoon. Sumergió una cuchara en la
sopa de Miyoung y la llevó a sus labios. Ella sorbió el caldo salado con
obediencia. Era un buen bálsamo para su dolor de garganta.
—No sabía que podías cocinar. —Le quitó la cuchara y tomó más sopa con
entusiasmo.
—Soy más que una cara bonita. —Jihoon guiñó un ojo.
—Bien, veo que tu viejo sentido del humor sigue intacto. —Miyoung frunció el
ceño, pero en su interior, su corazón se aceleró.
Jihoon se rio por lo bajo y se dispuso a comer. En el sofá había una pila arrugada
de almohadas y mantas. Debió haber dormido allí para que ella pudiera quedarse
en su habitación.
El pelo de Jihoon era un desastre y su mejilla estaba arrugada por la almohada.
Había un agujero en su camiseta y sus pantalones estaban deshilachados en el
dobladillo. Todavía tenía una mirada soñolienta en sus ojos, pero se había
levantado lo su cientemente temprano para preparar una comida completa. En
ese momento, era el chico más guapo que jamás había visto.
—Gracias. —Miyoung no podía dejar de mirarlo.
—No hay problema —murmuró, avergonzado por la repentina atención.
—¿Es raro que haya echado de menos este lugar? ¿A pesar de que solo he estado
aquí una vez? —Las palabras salieron de su boca antes de que pudiera
re exionarlas. Y con ellas recordó lo sucedido la última vez que estuvieron allí.
En ese mismo sofá, en el que Jihoon había dormido. Un rubor subió por sus
mejillas.
Jihoon tosió por los nervios que sentía, lo cual dejaba en claro que su cerebro
había ido directo al mismo recuerdo.
—¿Es raro que me sienta normal al tenerte aquí? —Se sirvió una cucharada más
—. De hecho, no sé cómo sentirme al respecto.
—Puedo irme…
—No, quédate. Creo que es hora de dejar el pasado atrás. No puedo estar
enojado contigo para siempre. En realidad, me di cuenta de esto gracias a Junu.
¿Quién lo hubiera dicho?
—¿Qué te dijo? —A Miyoung no le gustó la idea de sentir gratitud hacia Junu,
pero tenía que admitir que el dokkaebi era bastante persuasivo.
—Me hizo darme cuenta de que no podía culparte porque quisieras a tu madre.
Yo quiero a mi halmeoni. Haría cualquier cosa por ella, al igual que tú harías lo
mismo por Yena. No puedo enfadarme contigo por haberla escuchado y haberte
marchado. La verdad es que creo que fue solo una excusa por mi parte. Cuando
estás tan acostumbrado a que la gente se vaya, empiezas a creer que algo podría
estar mal contigo. Era más fácil estar enojado que sentir que, una vez más, yo no
era lo su cientemente bueno.
Miyoung no sabía qué decir, pero se salvó de tener que responder gracias al
teléfono móvil de Jihoon, que había empezado a sonar. Los ojos de él se movieron
de la pantalla a Miyoung, y ella supo quién estaba llamando.
—Responde —dijo ella.
Obedeció y deslizó la pantalla.
—¿Hola?
Jihoon escuchó un momento, sus labios fruncidos por estar concentrado.
Respondió solo con una serie de síes y noes. Lo que frustró a Miyoung; no le
gustaban las ambigüedades y la falta de claridad.
Finalmente, Jihoon colocó su mano sobre el micrófono.
—Quiere venir.
El primer instinto de Miyoung era decir que no. Porque había tenido diecinueve
años para venir a verla. Abrió la boca para decir eso.
—Sí.
Jihoon vaciló. Sus cejas se levantaron para darle una oportunidad más para
pensarlo antes de la con rmación nal.
Y ella también hizo una pausa. ¿Quería ver a su padre? La había dejado antes de
que pudiera siquiera conocerlo, pero la había mirado ayer con tanto anhelo.
Había soñado con ver esa mirada al menos una docena de veces sin darse cuenta.
Jihoon esperó con paciencia, observándola con ojos comprensivos. Ella sabía
que se arrepentiría si rechazaba la propuesta.
Miyoung asintió, segura de sí misma.
—Dile que venga. Yo también quiero verlo.
62

M IYOUNG ESTABA SENTADA EN UNA MESA DEL ANTIGUO restaurante de la


halmeoni. Estaba por encarar a su padre por primera vez en la vida.
Estaba sorprendida porque no tenía ganas de llorar o de vomitar, dos
cosas que había temido que le sucedieran. De hecho, se sentía muy tranquila.
Por otro lado, el detective Hae estaba jugueteando con su teléfono, aunque sus
ojos nunca abandonaron la cara de su hija. Su mirada era tan intensa que
Miyoung sentía la necesidad de comprobar si tenía alguna mancha o suciedad en
su mejilla.
—Lo siento — nalmente habló el detective Hae—. Sé que esto debe ser difícil
para ti. No estaba seguro de si querías verme.
—Yo tampoco. —Miyoung no tenía ninguna intención de facilitarle las cosas.
—Entonces, ¿ahora tu nombre es Gu Miyoung? —preguntó el detective Hae.
Como Miyoung no respondió, se aclaró la garganta con torpeza—. Solía ser Hae
Mina.
Miyoung permaneció en silencio, sin saber qué hacer con la información
ofrecida aleatoriamente.
—He pensado en ti constantemente desde…
—Desde que nos abandonaste.
—Sí. —El detective Hae bajó la mirada en señal de remordimiento. Eso la ayudó
a armarse de valor.
—¿Qué quieres de nosotras? —Miyoung fue al grano. Habló de ella y de su
madre en conjunto, como una unidad, a propósito. Ellas eran una y el detective
Hae estaba separado y solo por otro lado.
—Sé que está pasando algo que involucra a Jihoon.
Miyoung no respondió. No le gustaba lo familiar y cercano que actuaba con
Jihoon. Además, odiaba que parte de eso fueran sus celos.
El detective Hae suspiró.
—Sé que no confías en mí, pero estoy preocupado.
Preocupado por Jihoon. Pero no por ella. Quería gritarle y preguntarle por qué la
había abandonado. A su vez, una parte de ella se preguntaba cómo habría sido su
vida si él se hubiera quedado. ¿Habría sido una mejor persona? ¿Podría haber sido
una mejor persona? ¿O siempre estuvo condenada a su destino monstruoso?
Nunca lo sabría.
—Creí que estabas muerta —contó el hombre—. Cuando dejé a tu madre, hubo
una pelea donde saliste herida.
—No, te fuiste antes de que yo naciera.
El detective Hae meneó la cabeza.
—No, estuve con ustedes hasta que cumpliste un año.
Miyoung frunció el ceño, ya que no recordaba eso. Si era verdad, signi caba
que Yena le había mentido.
—Cuando me trans rieron de vuelta a Seúl, me enteré de los supuestos ataques
de animales y algo sobre ellos me resultó familiar. Así que indagué un poco más.
—Se detuvo, pero Miyoung llenó los espacios en blanco. Jihoon le había contado
cómo el detective había estado investigando los asesinatos de su madre. Ahora
tenía sentido la razón por la que había sido tan persistente con el tema.
»Una vez creí que podía salvar su alma. Y ahora temo haberte maldecido con
un destino atroz por haberte dejado con ella.
—No. —Miyoung se levantó a medias de su silla—. No te atrevas a hablar como
si mi madre fuera la villana aquí. Tú te fuiste. Tú me abandonaste. Ella fue la que
me crio, cuidó y am… —Se interrumpió, en parte porque su cabeza no paraba de
dar vueltas por su rabia, en parte porque no podía terminar de decir la palabra.
Sabía que Yena la amaba, pero no podía decirlo en voz alta. Se dejó caer de
nuevo en la silla, exhausta.
—¿Miyoung-ah? —El detective Hae rodeó la mesa con dos pasos rápidos, pero
ella negó con la cabeza antes de que pudiera alcanzarla. Le dolía escucharlo
decir su nombre como un padre preocupado. No estaba lista para perdonarlo. De
pronto, le dolía todo el cuerpo.
—¿Te arrepientes? —susurró, aunque las palabras se ahogaron en su garganta—.
¿Te arrepientes de haberme dejado?
—Todos los días. —Sonaba tan sincero, y tenía muchas ganas de creerle.
—¿Estás aquí porque quieres ser parte de mi vida otra vez?
—Oh, Miyoung, no puedo prometer nada sin tu madre aquí… —Su voz se
apagó.
—Deberías irte. —No podía mirarlo a los ojos. No quería que viera las lágrimas
que le quemaban los ojos.
—Pero…
—Solo. Vete —espetó entre dientes. Esperó hasta que la puerta del restaurante se
cerrara con un tintineo antes de dejar caer la cabeza entre sus manos y soltar
todas las lágrimas que había estado conteniendo.
63

–N O TENÍAS QUE TOCAR —DIJO JIHOON MIENTRAS ABRÍA LA puerta principal. Se


quedó helado porque no era Miyoung. Era Nara, que estaba de pie
frente a él, con las manos unidas y la cabeza gacha.
—¿Qué estás haciendo aquí? —Jihoon no quiso que su voz sonara tan plana;
simplemente salió de esa manera.
—Necesito… —Se calló. Lo intentó de nuevo y falló. Sus intentos suavizaron la
actitud de Jihoon—. ¿Puedo entrar? —susurró.
Él dudó. A pesar de su pequeña estatura y sus hombros encorvados, sabía lo
peligrosa que era esa chica.
Pero lo miró con tanta esperanza que derritió el resto del hielo que tenía
alrededor de su corazón.
Abrió más la puerta para dejarla entrar.
Nara se acomodó sobre los almohadones del sofá de la halmeoni. Se hundió un
poco y eso la hizo parecer más pequeña.
—¿Estás aquí para ver a Miyoung? —preguntó nalmente Jihoon.
Nara negó con la cabeza.
—¿Estás aquí porque necesitas ayuda?
Sacudió su cabeza de nuevo.
—Escucha, no puedo hacer nada a menos que digas algo.
—¡Ella debería irse! —soltó Nara, quien había levantado la cabeza para mirarlo.
Se preguntó si había cometido un error al dejarla entrar.
—¿Por qué?
—Aquí no es seguro.
—¿Por qué? —La pregunta surgió con sospecha—. ¿Acaso le harás daño de
nuevo?
Otra sacudida de cabeza.
—Mi halmeoni. No se detendrá hasta conseguir su venganza.
—¿Y ella te envió aquí para hacer su trabajo sucio?
—Antes estaba haciendo lo que pensaba que era correcto. Me criaron para creer
que Yena era un monstruo. Que su hija era igual de malvada. —Nara extendió las
manos, como si estuviera intentando ofrecerle esas palabras como castigo.
—¿Y ahora has cambiado de opinión por arte de magia? —preguntó Jihoon, sus
palabras sonaron más duras de lo que pretendía.
Nara se encogió de hombros y Jihoon suspiró.
—Entonces, ¿qué es lo que quieres ahora?
—Esta vez quiero advertirle antes de que sea demasiado tarde.
—Bueno, díselo tú misma. —Los ojos de Jihoon se movieron hacia la puerta y se
preguntó cómo estarían yendo las cosas abajo entre Miyoung y el detective Hae.
—Lo he intentado. No me escucha. —La voz de Nara se quebró con
desesperación—. Pero a ti sí te escuchará si le dices que se vaya.
Jihoon vaciló. No quería creerle a Nara. De todos modos, había aprendido que
era imprudente y arriesgado no prestar atención a esa clase de advertencias. La
última vez que no las escuchó fue cuando Miyoung le dijo que corriera, y su
halmeoni fue la que terminó pagando las consecuencias.
—¿Y si no se va? —argumentó Jihoon.
—Entonces, morirá.
Jihoon se puso rígido.
—¿No hay ninguna manera de detener a tu halmeoni?
—Es demasiado poderosa. No podría detenerla ni aunque lo intentara —dijo
Nara—. Además, ahora me está ocultando cosas. Creo que ha encontrado a
alguien más que la está ayudando. La otra noche la oí hablando por teléfono. Al
parecer, tiene algo que ha estado buscando. Dijo que las cosas deberían haber
sido siempre así y que ahora el castigo será diez veces peor. Miyoung necesita
irse.
—Eso no sucederá.
Jihoon se dio la vuelta y vio que Miyoung estaba entrando en el apartamento.
—Si tu halmeoni no deja sus rencores en el pasado, entonces tal vez deba
deshacerme de la amenaza. —La voz de Miyoung era tan fría que podía apagar
un incendio.
—Por favor —tartamudeó Nara—. He venido hasta aquí de buena fe. Por favor,
no dañes a mi halmeoni.
Después de un segundo eterno de indecisión, Miyoung respondió:
—No la mataré. Ya no hago eso.
—Gracias. —Nara largó todo el aire que estaba conteniendo.
—Entonces, viniste para advertirme y lo hiciste. ¿Ya terminaste? —La cara de
Miyoung se convirtió en una máscara inexpresiva. Pero Jihoon vio la confusión y
el desconcierto que escondía. Era como una tormenta que se avecinaba detrás de
sus ojos rmes.
Nara titubeó, sus ojos se movían entre Jihoon y Miyoung.
—¿Hay más? —preguntó Jihoon con delicadeza, porque sentía que estaba
parado junto a dos puntos de presión que estaban a punto de estallar.
—La perla —dijo Nara—. Es el centro de todo esto. Mi halmeoni todavía la
quiere. Cree que si puede controlarte, puede herir a Yena.
—¿Eso signi ca que vendrá por mí? —inquirió Jihoon.
—Creo que puedo hacerlo —dijo Nara en lugar de responderle—. Creo que
puedo sacarte la perla con la ceremonia que hice hace un tiempo.
—Dijiste que no tenías su ciente poder —recordó Miyoung.
Jihoon no necesitaba ver su cara para saber que estaba preocupada. Lo sintió en
el aire, como electricidad. O tal vez fue la conexión con la perla dentro de él.
—Sola no. —Nara se mordió el labio—. Pero me di cuenta de que esta luna
llena signi ca algo.
—No, no es cierto. No es el solsticio de invierno ni el de verano. Ni siquiera es
una luna de cosecha.
—Pero es la última luna llena antes de tus cien días. La tercera desde que dejaste
de alimentarte. Esos números tienen importancia —dijo Nara—. Esta luna es
importante para ti. Y eso podría ser más poderoso.
—¿Estás diciendo que puedes sacar la perla y que Jihoon estará bien?
El silencio de Nara respondió por ella.
—No —dijo Miyoung con rmeza. Era su respuesta de nitiva.
—No puedo decir con certeza que funcionará. Pero puedo decir que es tu mejor
opción, la única en la que puedes tener esperanza de que ambos sobrevivan.
—Si llego a los cien días sin alimentarme, entonces tal vez la perla esté lo
su cientemente débil como para salir por sí sola.
—¿Y si mueres mientras la perla todavía sigue en su interior? ¿Cómo puedes
saber que él no morirá también?
—Tiene razón —aseguró Jihoon—. La perla me está enfermando. Las migrañas,
las convulsiones. En mi opinión, las cosas no pueden seguir como están ahora. Si
no hacemos nada, las probabilidades de que alguno de nosotros no sobreviva
serán muy altas. O ninguno de los dos. Pre ero hacer algo y fracasar, antes que
simplemente rendirme.
Miyoung se dio por vencida.
—¿Qué tenemos que hacer?
Nara se dispuso a hablar cuando sonó el teléfono de Jihoon.
El joven miró a Miyoung, sin saber si interrumpir el momento o no.
—Responde —dijo ella—. Necesito un poco de aire fresco para pensar.
Jihoon contestó con impaciencia.
—¿Hola?
Escuchó la voz seria al otro lado de la línea mientras sus ojos siguieron a
Miyoung hasta la puerta principal, que se abrió con una ráfaga de aire frío.
—¿Qué? —preguntó con brusquedad. Miyoung lo miró con curiosidad.
—Lo siento —dijo la persona al otro lado de la línea—. Odio tener que informar
este tipo de noticias por teléfono. Es su halmeoni.
64

J IHOON TENÍA UN BRAZALETE BLANCO EN EL BRAZO CON DOS LÍNEAS negras, lo que
indicaba que él era el familiar de la difunta. Miró jamente a los médicos
de su halmeoni, mientras aceptaba sus inclinaciones de respeto.
El funeral tuvo lugar en el jangryesikjang del hospital. Estaba lleno de salas para
velar y rendir homenaje a los fallecidos; un pasillo donde cada puerta escondía
muerte y dolor.
Las habitaciones al nal del pasillo acogían funerales de otros pacientes.
Algunos tenían docenas de coronas fúnebres alineadas en la entrada, como si
enseñaran la clase social del difunto.
Jihoon se sentía aturdido. Estaba de pie al lado del retrato de su halmeoni, el
cual había sido colocado sobre una mesa entre crisantemos e inciensos. Desde su
lugar, observaba las reverencias de cada visitante.
«Nos inclinamos una vez para los vivos, y dos veces para los muertos». Su
halmeoni siempre le decía eso cuando visitaban la tumba de su harabeoji. El
abuelo de Jihoon había muerto antes de que él naciera. Igualmente, le había
parecido natural saludar su lápida en señal de respeto. Pero ahora, cada vez que
alguien se inclinaba por segunda vez ante su halmeoni, su corazón daba un
vuelco.
Apenas notaba a la gente que lo saludaba, la gente que comía la comida del
funeral en las mesas contiguas a la sala de homenajes o la gente que le ofrecía
dinero por condolencia.
Su madre estaba de pie junto a él y saludaba a cada uno con un gesto recatado.
Intentó mantener las apariencias para demostrar que era un nieto bueno y
responsable, incluso cuando sabía que le había fallado a su halmeoni. Todo lo
que había hecho, la había hecho sufrir. Se negó a ser un buen estudiante a pesar
de sus súplicas. Iba a la sala de informática después de clases en vez de volver a
casa para ayudarla en el restaurante. Y, lo peor de todo, su abuela salió herida por
su culpa. Le había dado gi a su nieto y ahora había muerto. Por su culpa.
Miró a Miyoung, que se movía entre el ajetreo de las mesas y los dolientes
mientras comía, recogía platos y repartía sopa. Tenerla allí lo consolaba, pero no
sabía si se merecía eso. Su halmeoni había fallecido por culpa de ellos.
Tal vez si se hubiera tragado el orgullo y le hubiera devuelto la llamada a
Miyoung, entonces ella le habría hablado de la perla. Tal vez si Miyoung no
hubiera mentido y huido, todo eso podría haberse resuelto. Tal vez si ella lo
hubiera dejado morir como se suponía que tenía que pasar, su halmeoni todavía
estaría viva.
Muchos «tal vez», pero no valía la pena preocuparse por ninguno porque el
hecho era que su halmeoni estaba muerta y él no. Y deseaba con todo su corazón
que hubiera sido al revés.
65

M ERA CORTÉS QUE la gente comiera


IYOUNG SE ENCARGÓ DE SERVIR LA COMIDA.
un poco antes de irse: arroz, sopa y banchan. En ese momento,
cargaba una bandeja que le servía para recoger los platos vacíos. Era
lo único en lo que podía concentrarse. Incluso Somin, que atendía junto a ella, no
protestó por la ayuda de Miyoung.
Jihoon estaba junto a su madre, quien vestía un tradicional hanbok de luto y el
pelo recogido con un hilo blanco. Su cara pálida parecía demacrada, pero recibía
a cada uno de los visitantes. Por otro lado, los ojos de Jihoon estaban jados al
frente, sin enfocarse en su madre ni en ninguno de los invitados. Ya no había nada
que realmente quisiera ver.
Era una escena tan triste que la podía hacer llorar, pero Miyoung contuvo sus
lágrimas. Ese no era el lugar para su dolor.
Después de que todos se fueron, Miyoung se sentó un rato. Miró a Jihoon y a su
madre que estaban en la recepción como dos estatuas inmóviles. Él parecía un
creyente en una iglesia; tenía la cabeza inclinada, así que solo ella podía ver la
oscura corona de su cabeza.
—Puedes irte ahora —dijo Jihoon.
Su madre no respondió, su expresión era tranquila.
—He dicho que ya puedes irte. —La voz de Jihoon hizo eco en la habitación
vacía.
Su madre no contestó.
Jihoon nalmente levantó la vista.
—¿No me estás escuchando?
—Ella era mi madre. —Las palabras salieron discretas, pero rmes.
—¿Desde cuándo actúas como una hija responsable? —preguntó Jihoon—. ¿Le
prestabas atención a tu madre cuando dejaste que trabajara hasta el límite de sus
articulaciones para cuidarme? ¿O estabas cumpliendo con tu deber de hija
cuando dejaste que se pudriera en el hospital?
—Jihoon-ah. —Miyoung lo agarró del brazo—. Detente.
Él se sacudió.
—Dime —insistió—. Dime cuándo te preocupaste por ella.
La madre de Jihoon nalmente se enfrentó a él, su expresión era tranquila como
un lago en calma.
—Mi madre y yo tuvimos una relación mucho antes de que tú nacieras. No
sabes lo que ella signi có para mí.
—Hablas de ella como si hubiera muerto hace meses. No es así. Ella ha estado
viva todo este tiempo. Aún seguiría viva si tú… —Las palabras de Jihoon se
cortaron en mitad de la oración. Su respiración era pesada, por lo que Miyoung
colocó una mano en su brazo.
»Me gustaría hablar en privado con mi madre —dijo Jihoon tras aparentar una
serenidad en su rostro.
Miyoung se debatía entre su necesidad de respetarlo y su deseo de consolarlo.
Al nal, salió de la habitación. Esperaba estar haciendo lo correcto.
66

–U NA VEZ, LA HALMEONI ME LLEVÓ A QUE ME EXORCIZARAN

con un tono casual.


Su madre lo miró sorprendida.
—comenzó Jihoon

—Creyó que había un espíritu maligno dentro de mí porque, después de que te


fuiste, no comía ni dormía. Ella no se dio cuenta de que era porque estaba
haciendo un exorcismo por mi cuenta. Estaba extrayéndote a ti.
»Pero estaba tan absorto en cómo me hiciste sentir que nunca me pregunté si
estaba afectando a la halmeoni de alguna forma. —Sintió un nudo en su garganta
y casi no pudo pronunciar las palabras, pero consiguió continuar.
»Ella me apoyó y se preocupó por mí. Y no hice nada más que castigarla por
ello al no cumplir nunca con sus expectativas de lo que quería para mi vida. Igual
que tú.
Una ira le obstruyó el pecho y empezó a respirar agitadamente. El aire se sentía
espeso, como si estuviera respirando a través del lodo. Se inclinó e intentó
aclararse la garganta. Una niebla se apoderó de su visión.
—¡Jihoon! —gritó su madre—. Jihoon-ah, contéstame.
No podía, ni siquiera podía decirle que lo dejara en paz. Se derrumbó cuando
sus temblorosas piernas cedieron debajo de él.
—Que alguien llame a un médico. ¡Ayuda! ¡Mi hijo no puede respirar!
Y con los gritos de su madre resonando en su cabeza, se desmayó.
67

J IHOON SE DESPERTÓ LENTAMENTE POR EL SONIDO DE UNOS murmullos.


El olor a alcohol del desinfectante llenó sus fosas nasales y supo que estaba
en el hospital.
—…debe haber estado molesto. Es comprensible con el funeral de su halmeoni,
pero este es el peor ataque que he visto hasta ahora. —Jihoon casi no reconoció
la voz del doctor Choi. El neurólogo debió haber creído que era importante estar
presente al lado de su cama.
—¿Qué está intentando decir acerca de mi hijo? —preguntó la madre de Jihoon.
«Mi hijo». Su cerebro y su corazón se sujetaron a la frase.
—No creí que se deterioraría tan rápido. No hay nada malo con él físicamente,
pero las pruebas muestran que su corazón continúa debilitándose. Si esto sigue
empeorando, podría ser fatal. —El médico no tuvo pelos en la lengua cuando
habló. En cualquier otro momento, Jihoon habría apreciado eso.
Cuando el doctor Choi se fue, Jihoon buscó a su madre, quien había jado su
mirada en la puerta, con las manos apretadas contra su pecho.
Quería llamarla como lo solía hacer en su niñez, cuando tenía tres años. ¿Se le
acercaría? ¿Lo consolaría? ¿O lo haría solo por lástima al ver que se estaba
muriendo? Ese pensamiento le hacía difícil respirar. Muriendo. Se estaba
muriendo. Parpadeó para hacer que sus lágrimas desaparecieran antes de hablar.
—Debes sentirte aliviada por librarte de una carga como yo. —Su voz parecía el
croar de una rana.
Su madre se dio la vuelta, con los ojos bien abiertos, cuando se percató de que
estaba despierto.
—Jihoon-ah.
—¿Por qué no viniste antes? —cuestionó, su voz era una sencilla súplica—. ¿Por
qué tuvo que morir la halmeoni antes de que vinieras? Deberías haber sabido que
te necesitaba. Eres mi madre.
—Jihoon-ah. —Su nombre era un sollozo en sus labios. El dolor de su madre
debería haberlo fortalecido. Finalmente, como prueba de que Jihoon tenía que
estar al borde de la muerte para que su madre se preocupara, ella le dijo—: Lo
siento mucho.
—Solo quería que estuvieras allí para mí —dijo Jihoon—. Eso es todo lo que
siempre he querido. —Su cuerpo temblaba debido a las lágrimas.
Estaba demasiado débil para seguir conteniéndolas.
Su madre se acercó y lo sostuvo con sus cálidos brazos. Ese gesto hizo que su
orgullo se disolviera. Se sujetó fuerte a su madre por primera vez desde que era un
niño pequeño.

Cuando Jihoon volvió a abrir los ojos, no supo cuánto tiempo había pasado.
Horas o días.
La cara de Miyoung se enfocó. Se sentó y reconoció el pitido de las máquinas
del hospital y el vapor del humidi cador. Se dejó caer contra las almohadas de
nuevo, ya que el mero acto de sentarse lo dejó sin aliento.
—¿Cómo te sientes? —preguntó Miyoung.
No contestó, solo la miró jamente mientras le ajustaba las mantas y le
esponjaba la almohada.
—Tu madre salió, pero ya volverá. —Miyoung habló deprisa, como si quisiera
llenar el silencio.
—Deberías alimentarte —dijo él.
—¿Qué?
Él sujetó su mano entre las suyas.
—Deberías alimentarte.
Ella sacudió la cabeza.
—No sabemos cómo podría afectarte. Después de este episodio, es obvio que
estás demasiado vulnerable. No me arriesgaré.
—Si no lo haces, morirás.
—No me importa.
—¿No sería mejor que al menos uno de nosotros viva?
—No —enfatizó Miyoung.
—¿No lo entiendes? —insistió Jihoon. Los monitores empezaron a sonar porque
notaron un aumento en su ritmo cardíaco—. No quiero vivir más. Mi halmeoni
está muerta por mi culpa y mi cuerpo está llegando al límite. Solo aliméntate. No
quieras ser una mártir, porque yo no quiero ninguna.
—Descubriremos otra solución.
—Tú misma lo dijiste. Estás demasiado acostumbrada a tener todo el tiempo del
mundo. Pero ya no es algo ilimitado.
—Como es mío, lo usaré como yo quiera —refutó Miyoung.
—Si recuperas la perla, puedes vivir para siempre. ¿Por qué desaprovecharías
eso?
—Solo puedo seguir viviendo si mato a otros. Y no lo haré. Ya no.
—¿Eres una gumiho inmortal y te preocupan unos simples mortales? —murmuró
—. Todos moriremos en algún momento. Es lo que ocurre con nosotros. Está en
nuestra naturaleza.
Miyoung se contrajo de dolor cuando Jihoon usó sus propias palabras en su
contra.
—No me importa la inmortalidad. Me importas tú.
Un mes antes, incluso una semana antes, él se habría aferrado a esas palabras
como a la preciosa luz del sol. Pero no se las merecía, no después de haberle
fallado por completo a su halmeoni.
—Yo no soy ni debería ser la razón de la felicidad de los demás.
—Eso no es cierto.
—Mi halmeoni murió antes de que pudiera demostrarle que yo sí valía la pena.
Sacri có tantas cosas por mí y simplemente se murió creyendo que su nieto era
un fracaso. Un don nadie de último lugar.
—Jihoon-ah, tu halmeoni nunca pensó eso.
Soltó su mano y se apartó de ella.
—Déjame en paz. Para eso eres la mejor.
Cerró los ojos hasta que oyó que la puerta se entornaba detrás de ella.
68

J IHOON NO SABÍA CUÁNDO SE HABÍA QUEDADO DORMIDO.


una serie inestable de imágenes.
DE TODOS modos, soñó con

—Jihoon-ah. —Ella era como la recordaba: piel clara, ojos oscuros y pelo
tan blanco como la luna.
—Halmeoni. ¿Eres real?
La halmeoni sonrió. Era la clase de sonrisa que le arrugaba la piel alrededor de
los ojos y los hacía centellear.
—No importa si soy un espíritu que viene de visita o un producto de tus sueños,
solo dime lo que necesites decirme, nieto.
—Lo siento. —Unas lágrimas calientes y espesas cayeron por sus mejillas—. En
mi próxima vida, espero renacer como tu nieto. Así puedo atesorarte y honrarte
como te lo mereces.
—Oh, Jihoon-ah, todavía puedes hacer eso en esta vida. Espero que puedas
vivirla lleno de alegría. Creo que es una gran manera de honrarme.
—¿Cómo hago eso después de lo que te he hecho?
—He tomado mis propias decisiones. No quieres morir, nieto. Todavía hay
mucho que espero que tengas en esta vida.
Cerró los ojos con fuerza, justo cuando derramaba la última de sus lágrimas.
Cuando los abrió de nuevo, la anciana se había ido y él estaba afuera. Parpadeó
hacia el cielo. Yacía en el bosque bajo tantas estrellas que destacaban sobre el
manto de oscuridad.
—Parece que no me necesitabas para meterte en problemas.
Jihoon ojeó a Yena a su lado, sentada con las piernas cruzadas sobre el césped
alto. Estaba observando el cielo en lugar de a él. ¿Por qué su mente le haría eso?
¿Acaso su imaginación le había quitado a su halmeoni para reemplazarla con esta
mujer?
—Es posible que ames a tu hija, pero nunca podré perdonarte lo que hiciste.
—Nunca he pedido tu perdón. Pero si amas a mi hija, entonces déjala vivir. —Se
veía una clara súplica en el rostro de Yena. Sus ángulos tenían una suavidad que
nunca antes había notado.
—No quiero que muera.
—Pero tú también quieres vivir. —La voz de Yena se volvió dura.
Cuando le dijo eso, Jihoon sabía que era la verdad. Nuevas lágrimas brotaron de
sus ojos y eso hizo que la luz de las estrellas se arremolinaran hasta mezclarse
dentro de una poción de polvo de estrellas que lo cegó. No podía mirar a los ojos
a su muerte inminente y mucho menos aceptarla. Quería vivir con tanta
desesperación que le dolía.
—Al menos hay una vida después de la muerte para los humanos —dijo Yena—.
A las gumihos no se les puede prometer tales cosas.
Jihoon se quedó en silencio, incapaz de responder.
—Miyoung es mi ancla con la humanidad —comentó Yena con delicadeza y un
brillo en los ojos. Jihoon pestañeó. Sentada así, Yena casi parecía humana—. Una
vez tuve una familia humana. Me traicionaron e intentaron matarme. Me llamaron
monstruo y después me convirtieron en uno. Creí que no era merecedora de una
familia hasta que tuve a Miyoung.
—¿Por eso estás luchando tan duro por ella? —inquirió Jihoon—. ¿Tienes miedo
de convertirte en un monstruo?
—No temo mi propio destino. Me traicionaron porque pensé con mi corazón en
vez de seguir mis instintos. No dejaré que le pase lo mismo a mi hija.
Yena se puso de pie, sus ojos negros como una piedra ónix.
—Es por eso que debes morir —sentenció.
Y Jihoon se dio cuenta de que no estaba soñando.
69

M IYOUNG FRUNCIÓ EL CEÑO CUANDO UN MENSAJE AUTOMÁTICO le informó que el


buzón de voz estaba lleno. Había estado llamando a Nara todo el día,
y la chamana no le había respondido.
Se metió el móvil en el bolsillo y echó un vistazo por las ventanas que
bordeaban el camino que conducía de vuelta a las habitaciones de los pacientes.
El cielo estaba nublado, pero vio la luna llena más allá de la bruma.
Apretó las dos botellas de leche de banana con más fuerza, por lo que sus dedos
dejaron unas pequeñas hendiduras en el plástico. Nara volvería a llamar. Sabía lo
importante que era eso. No quería seguir pensando en la con anza que estaba
depositando en la chamana.
Es demasiado tarde, no hay otra opción, se dijo a sí misma.
Se detuvo abruptamente. Un dolor la atravesó, frío y agudo.
Su corazón se detuvo por un instante. Uno de los envases cayó de sus manos y
salpicó su calzado.
Corrió a la habitación de Jihoon. Tuvo que moverse entre enfermeras y pacientes
asustados para luego encontrarse con la cama arrugada y vacía. Las sábanas
estaban enredadas al pie, como si las hubieran pateado. Dejó caer la segunda
leche de banana cuando se giró para sujetar a la enfermera más cercana. La mujer
se sentía amenazada, con los brazos llenos de gasas.
—¿A dónde se fue el paciente de la habitación 1696? —La voz de Miyoung se
elevó debido al pánico que sentía.
—No lo sé. Tal vez se lo llevaron para hacerle una tomografía. —La enfermera
se liberó del agarre de Miyoung y se alejó con rapidez mientras lanzaba miradas
curiosas sobre su hombro.
—No —dijo Miyoung, a nadie en particular. Presionó una mano contra su
acelerado corazón. No importaba lo que hiciera, no podía ralentizarlo—. Algo no
está bien.
Unas luces nublaron su visión y parpadeó con temor a perder el conocimiento si
no se tranquilizaba. Pero estas entraban, salían y se estiraban a través de su campo
de visión.
Somin se acercó y observó a Miyoung con suspicacia.
—¿Dónde está Jihoon? —consultó al ver la cama vacía.
—No lo sé. —Miyoung cerró los ojos con fuerza. Cuando los abrió, las luces
comenzaron a unirse en una sola y notó que estaban pulsando. Un latido, como
el de un corazón. Y la llamaba. Entonces supo que no era solo su imaginación o
el delirio de su estado de deterioro. Era la perla que la estaba llamando, que la
estaba guiando hacia Jihoon. Se dejó abrazar y rodear por ella. Eso provocó un
resplandor en su pecho que fue creciendo hacia afuera. Ahora, cuando abrió los
ojos de nuevo, las luces se habían convertido en una línea estable de un brillante
color carmesí. Y decidió seguirla.
La puerta automática se abrió para dejarla salir, pero Junu le bloqueó el paso.
—Miyoung.
Ella intentó sobrepasarla, pero él la detuvo.
—¿Qué? —preguntó ella, exasperada.
—Es Yena.
Un miedo se asentó en el estómago de Miyoung.
—¿Qué has hecho?
—Yo no hice nada.
Miyoung entrecerró los ojos ante su cuidadosa elección de palabras.
—Te re eres a que no la detuviste.
Junu extendió las manos.
—No me involucro en situaciones que pueden matarme.
—Deberías haberla detenido.
—Ella me ha pagado bien para no hacerlo. Y me ha pagado para mantenerte
aquí.
—Quiero verte intentarlo. —Miyoung se meció sobre las puntas de sus pies, lista
para pelear.
—Si descubre que te he dejado ir con tanta facilidad, podría venir a buscarme.
—Entonces será mejor que corras.
Junu suspiró, como si hubiera esperado esa respuesta. Su mano se cerró
alrededor de la muñeca de la gumiho.
—No puedo dejar que te vayas de este hospital. Y no estás en condiciones de
pelear conmigo.
Miyoung se retorció para liberarse, pero Junu tenía razón. Él tenía fuerza
sobrehumana y ella era tan débil como una niña. Pero Miyoung todavía tenía su
ingenio y su desesperación. Aún atrapada por la mano de Junu, decidió morder la
parte carnosa de su palma.
Con un grito de dolor la soltó y ella se escapó. Pero Junu era más rápido, por lo
que la atrapó y la mantuvo en su sitio.
—Si simplemente dejaras de pelear, sería más fácil para ti. Deja que tu madre
recupere la perla, así nos olvidamos de que todo esto sucedió.
—¡No! —gritó ella, arañando sus brazos.
De pronto, Junu dejó escapar un aullido de sorpresa y sus brazos se a ojaron
mientras lo arrastraban. Miyoung se alejó del dokkaebi y vio cómo Somin lo
jalaba del pelo.
—¡Suéltame! —Junu intentó liberarse, pero el agarre de Somin debió haber sido
como el hierro porque solo gritó de nuevo. Unas lágrimas de dolor brotaron de
sus ojos.
—Bueno, no estoy segura de por qué estaban discutiendo, pero no me gusta ver
cómo maltratas a mi amiga —replicó Somin.
«Mi amiga». Miyoung levantó las cejas al oír esas palabras.
—Esto no es de tu incumbencia —dijo Junu con los dientes apretados. Ahora
estaba doblado por la cintura, ya que Somin era muy baja de estatura y se negaba
a soltarle el pelo.
—Ese es el problema. Parece que no puedo evitar involucrarme en los asuntos
de Miyoung. Soy muy entrometida. —Somin se encogió de hombros.
—¿Miyoung? ¿Somin? ¿Qué está pasando aquí? —indagó el detective Hae
mientras se acercaba con los ojos jos en la escena.
—Ajeossi —balbuceó Somin, que nalmente había liberado a Junu. Escondió las
manos detrás de su espalda, como si estuviera ocultando alguna evidencia.
—Joven, creo que deberías irte —dijo el detective Hae. Corrió su chaqueta hacia
atrás de manera tal que su placa quedara al descubierto. Miyoung se preguntó si
practicaba el movimiento para hacerlo bien.
Los ojos de Junu se movieron de un lado a otro entre el detective y Miyoung.
—Esto no vale lo que me pagan. No digas que no te lo advertí. —Dicho eso, se
alejó enfurecido.
—¿Alguna de ustedes me va a decir qué está pasando?
—No podemos encontrar a Jihoon —dijo Somin.
—¿Qué? —Los ojos del detective Hae se dirigieron a Miyoung en busca de
con rmación.
—Está de vuelta. Ella lo tiene.
La cara del detective Hae se volvió de piedra y Miyoung supo que había
entendido a lo que se refería.
—Vamos, tengo mi coche.
—¡Espera! —bramó Somin—. ¿Qué está pasando? ¿Alguien se lo llevó? ¿Cómo
lo sabes?
—Simplemente lo sé —dijo Miyoung, con impaciencia—. Espera aquí, lo
encontraremos.
—¿Cómo? —demandó Somin.
—Se me ocurrió una manera —manifestó Miyoung. La línea roja aún brillaba a
su lado, palpitando con urgencia.
—¿Cuál? —preguntó Somin, con una expresión obstinada en su cara.
Miyoung miró al detective, pero él se encogió de hombros.
—No puedo…
—Tengo derecho a saber —insistió—. Por favor. —El susurro indicaba que
estaba asustada, casi desesperada.
—Somin, lo que voy a decirte sonará ridículo, pero es cierto y tienes que
creerme. —Miyoung respiró hondo y luego se lanzó de cabeza a su confesión—.
No soy humana. Al menos, no por completo.
Somin se rio, pero enmudeció al ver que Miyoung hablaba en serio.
—Está bien, ¿qué eres?
Miyoung vaciló. Nunca antes lo había dicho directamente en el acto. No de esa
manera, pero no tenía tiempo para pensar en las palabras correctas. Seguiría los
pasos de Jihoon y sería sincera y categórica.
—Una gumiho, al igual que mi madre. Jihoon dijo que creciste con él, por lo
que también has escuchado las historias de su halmeoni. Eso signi ca que una
parte de ti debe haber creído alguna vez en ellas. Voy a depender de esa parte y
te pediré que confíes en mí. Jihoon tiene algo que mi madre quiere y, si ella lo
consigue, él podría morir.
Somin se quedó mirando a Miyoung durante un momento, con la boca abierta.
Era frustrante que la gumiho no pudiera leer la reacción de su compañera. Luego,
miró más allá de Miyoung, hacia el detective Hae, quien asintió levemente.
—Está bien —dijo Somin—. Tráelo de vuelta, sano y salvo.
Miyoung frunció el ceño. Le había pedido a Somin que con ara en ella, pero se
dio cuenta de que realmente no había esperado que lo hiciera.
—Me aseguraré de que a Jihoon no le hagan daño —prometió Miyoung.
—Ni a ti tampoco —añadió Somin.
—¿Qué?
—Asegúrate de que no te hagan daño.
—Miyoung, tenemos que irnos —interrumpió el detective Hae desde su coche.
Miyoung corrió para unirse a él y se deslizó en el asiento del acompañante.
Cuando el coche se alejó, presionó la palma de la mano contra sus costillas y
observó a Somin en el espejo retrovisor hasta que se convirtió en una pequeña
mancha en la distancia.
—¿A dónde vamos? —dijo el detective Hae para atraer su atención hacia la
carretera.
—Gira a la izquierda por aquí —dirigió Miyoung. Estaba utilizando la curva del
hilo rojo como guía.
—Salvaremos a Jihoon.
—Y a mi madre. —Miyoung lo observó y él la miró con amabilidad antes de
poner una mano sobre la suya para tranquilizarla. Aunque Miyoung todavía no lo
había perdonado por completo, le sujetó la mano. Necesitaba el consuelo—.
También quiero que esté a salvo. Quiero que ambos lo estén.
—Haremos todo lo que podamos para conseguirlo —prometió el detective Hae,
que le dio un apretón en la mano. Durante un momento, ella le creyó.
70
–¿V AS A MATARME? —preguntó Jihoon.
—Estás en lo correcto. —La luz de la luna hacía que la piel de Yena pareciera tan
pálida que se veía como un fantasma que venía a llevarse su alma. Pero, en
realidad, era un demonio que venía a arrancarle el corazón.
—Tiendo a no irme por las ramas cuando mi vida está en juego —comentó
Jihoon.
—Me gusta eso —re exionó Yena—. Es probable que te sorprenda, pero nunca
te he odiado. Es solo que me niego a dejar que mi hija muera por ti.
—Yo tampoco quiero eso.
—Entonces tú y yo estamos de acuerdo.
—¿Me vas a matar ahora? —preguntó de nuevo. No sabía si quería saber la
respuesta, pero la necesitaba.
—Tengo que esperar.
—¿Qué cosa?
—A él.
71

M IYOUNG SE MOVIÓ EN SILENCIO A TRAVÉS DE LOS ÁRBOLES, seguida por el


detective Hae. Estaba más callado de lo esperado, probablemente por
su entrenamiento de policía. Daba las gracias por su presencia.
Encarar a su madre ya sería bastante difícil, pero al menos sabía que tenía a
alguien para ayudarla si las cosas salían mal.
—He pensado al respecto —dijo el detective Hae en voz baja.
Miyoung casi lo hizo callar. No era conveniente que Yena los escuchara
acercándose. Al nal, no lo hizo.
—¿En qué pensaste?
—Me preguntaste si quería empezar a formar parte de tu vida.
El corazón de Miyoung, que ya estaba tenso por el miedo, se aceleró
dolorosamente mientras ella esperó a que continuara hablando.
—Si pudiera, me encantaría tener a mi hija de vuelta. La hija que amé desde el
momento en que nació. —A pesar de haber susurrado, Miyoung escuchó un rastro
de lágrimas en la voz del hombre. Como si realmente lamentara todo el tiempo
que habían perdido.
—Siempre me pregunté si mi padre era un buen hombre —confesó Miyoung—.
Si quizá por eso fue tan difícil para mí… sobrevivir de la forma en que lo hice.
—Intento hacer lo correcto.
—Lo sé.
Caminaron de nuevo en silencio, pero ella levantó el puño para golpearse el
pecho. De pronto, le resultaba difícil respirar, como si una nube pesada hubiera
llenado sus pulmones.
No podía pensar en las viejas heridas. Tenía que concentrarse en seguir el hilo
que la llevaría a Jihoon. Y a su madre.
Si tuviera que luchar contra Yena para proteger a Jihoon, ¿podría? Si eso
terminara mal, ¿podría seguir adelante? Miró el per l de su padre y creyó por
primera vez que, tal vez, Yena no era lo único que tenía en su vida después de
todo.
De a poco, el hilo se hizo más fuerte. Era tan brillante que iluminaba su camino.
Miyoung prestó atención al detective Hae, pero él no parecía ver el hilo. Solo era
visible para ella. Era una conexión con su perla. Una conexión con Jihoon.
Mientras serpenteaba entre los gruesos troncos, inhaló el aroma del bosque
primaveral. Nuevos brotes y hojas verdes. El comienzo de algo nuevo. Pero
cuando las cosas nuevas empezaban, las viejas tenían que terminar. Estaba lista
para que todo terminara esta noche. De una manera u otra.
Y luego, percibió el sonido de una voz a través de los árboles y se esforzó para
escucharla. Era clara y suave. Una voz que reconocería en cualquier parte: la de
su madre. Estaban cerca.
72

–T E CONTARÉ UNA HISTORIA. —Yena hablaba con un tono melódico que


habría sido calmante si Jihoon no tuviera todos los nervios de punta.
»Miyoung solía adorar mis historias. Después de cada una, me
preguntaba si eran reales. —Yena sonaba como una madre que añoraba a su hijo
perdido.
—¿Y esta es real? —preguntó Jihoon.
—Eso lo decidirás después de que te la cuente —sentenció Yena—. Había una
vez una zorra que siempre estaba sola. Su familia la había rechazado, la había
golpeado y la había ahuyentado. Ella creció y se volvió inteligente. Aprendió que
aquellos con los que vivía no eran aliados, sino su presa.
La historia parecía como cualquier otro relato de gumihos que la halmeoni de
Jihoon solía contar, hasta que Yena dijo:
—Entonces, conoció a un hombre.
Yena ya no miraba a Jihoon mientras hablaba. Sus ojos re ejaban la luna, como
si leyera la historia desde la cara blanca del astro.
—Era carismático y guapo. Pero sobre todo, amable. Ella nunca creyó que la
bondad fuera algo que anhelara, pero eso cambió cuando realmente la tuvo.
Entonces la zorra se dio cuenta de que sentía un dolor en su interior.
Jihoon no quería simpatizar con el corazón roto que Yena había descripto. Ver
su rostro fue su ciente para hacerle recordar la noche en la que entró a su casa y
la destrozó.
—Este hombre le dio amor, un hogar y una hija. Era todo lo que había soñado.
Pero cuando alguien da, también puede quitar.
Jihoon no quería escuchar esa parte. El abandono que Yena usaría para justi car
sus horribles acciones. Para explicar por qué Jihoon tenía que morir.
—Cuando descubrió lo que ella era, la traicionó con una familia de chamanes
que quería usar su gi para curar la vista de su hija. Lamentablemente, la energía
afectó al infante y la condenó a ver espíritus.
Era probable que estuviera hablando de la familia de Nara. Jihoon se preguntó si
la joven chamana conocía esa versión de la historia.
—No tenía intenciones de matarlos. Aunque ahora me gustaría haber matado a
la anciana también. Si no se hubiera escapado, nada de esto estaría sucediendo.
»Iba a decirle la verdad de mi identidad. Era bastante tonta y creía que todavía
me amaría después de eso. Pero Chamana Kim llegó a él primero. Le contó todo
lo que había ocurrido. Y, en lugar de permanecer a mi lado, el hombre se dejó
manipular por ella, que lo volvió contra mí. Pero eso no es lo peor. También se
volvió contra nuestra Miyoung. Dejó que Chamana Kim se la llevara.
Esa no era la historia que se suponía que debía escuchar. No se suponía que
sintiera simpatía por Yena.
—Era un intercambio simple. Mi yeowu guseul por mi hija. Me lo ofrecieron
como una opción. Pero esa no es una opción para una madre.
—Renunciaste a tu perla por Miyoung.
—Él se apoderó de mi perla e intentó matar a Miyoung. Porque dijo que era un
monstruo como yo. La ahogó en la bañera y nos abandonó a las dos a nuestra
merced.
73

M IYOUNG NO PODÍA RESPIRAR.

las palabras de su madre.


SENTÍA COMO SI LA LUZ DE LA luna estuviera
quemándole la piel. Además, su cabeza no paraba de dar vueltas por

Eso no podía estar bien. Nunca había escuchado esa historia, pero se sentía tan
familiar que le dolía.
«Cuando dejé a tu madre, hubo una pelea donde saliste herida». El detective
Hae le había dicho eso y ella creyó que se refería a algo insigni cante, una simple
disputa entre cónyuges. No un intento de asesinato.
Su mundo se inundó de una niebla cuando recordó su sueño. El agua que corría
sin parar y el baño inundado. Ahora podía ver lo que había adentro. Un bebé con
la piel tan transparente que parecía azul. Esa era la razón por la que le tenía
miedo al agua: esta ya había intentado matarla una vez.
Le dolía la cabeza por el recuerdo. Luego, escuchó un poco de movimiento
detrás de ella. Se dio la vuelta y vio al detective Hae, con el rostro escondido en
las sombras.
—Ojalá no hubieras oído eso.
Un dolor le partió el cráneo y cayó en la oscuridad.
74

J IHOON NO PODÍA ENTENDER LA HISTORIA DE YENA. NO TENÍA ningún sentido. ¿El


detective Hae había intentado matar a Miyoung? Pero si él la amaba.
Hablaba de su hija y de su esposa con anhelo y arrepentimiento.
Nada de eso era cierto. Yena era una mentirosa; haría cualquier cosa para
conseguir lo que quisiera.
—Entonces, ¿estás diciendo que el detective Hae está detrás de todo esto? ¿Él es
la razón por la que me matarás? —Jihoon necesitaba seguir hablando; tal vez, si
ganaba el tiempo su ciente, Miyoung lo encontraría.
—No estoy aquí para matarte, sino para entregarte.
—¿Qué? —Jihoon dio un paso atrás, en busca de un buen escape. Sabía que
sería inútil correr. Yena lo alcanzaría en cuestión de segundos. Pero tenía que
intentarlo.
Había retrocedido tres metros completos antes de darse cuenta de que no lo
estaba siguiendo. De hecho, Yena no se movió de su sitio mientras él estaba allí.
—¿Por qué no me estás atacando? —preguntó. Ella frunció el ceño.
»Dijiste que él tiene tu perla —dijo Jihoon lentamente—. Eso signi ca que tiene
control sobre ti.
—Qué chico tan inteligente —a rmó Yena—. Sí, él es el que me ordenó que te
trajera aquí. Y me ordenó que no te hiciera daño.
Jihoon comenzó a huir. Luego parpadeó confundido al ver al detective Hae, que
caminaba hacia él con Miyoung en los brazos como si fuera una muñeca de
trapo.
Yena dejó escapar un gruñido grave detrás de él.
—No está herida. —El detective Hae puso a Miyoung en mitad del claro, entre
Yena y Jihoon. Con suavidad, pasó una mano sobre su pálida frente y corrió su
pelo hacia atrás.
—¿Qué está pasando aquí, ajeossi? —preguntó Jihoon—. ¿Qué le pasó a ella?
—Muchas cosas. Pero estoy a punto de arreglarlo todo.
—Estás loco —dijo Yena, su voz llena de odio.
—Estoy corrigiendo un error. Uno que fue mi culpa, así que me toca
solucionarlo.
Una gura blanca emergió del bosque como un fantasma que se mani esta
entre los árboles. A medida que se acercaba, Jihoon reconoció a Chamana Kim,
cuyos pasos pateaban el dobladillo de su hanbok para que este se moviera a su
alrededor.
—Yena, si te soy honesta, es un placer verte de nuevo. —Una amplia sonrisa
estiró las mejillas de Chamana Kim, delgadas como el papel.
—Tu búsqueda de venganza es agotadora, Kim Hyunsook —espetó Yena.
—Y tus mentiras nalmente te han atrapado.
Chamana Kim sacó un bujeok de su manga. Jihoon se echó hacia atrás.
—Quédate quieto o te dolerá más —advirtió Chamana Kim.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Jihoon.
—Te estoy salvando. —La sonrisa maníaca de la vieja chamana era la de alguien
a punto de probar la victoria.
Jihoon se quedó en su lugar; el miedo lo mantuvo inmóvil. Esa chamana con sus
bujeoks y su deseo de venganza lo asustó más que Yena con sangre en los dientes.
Se dio cuenta de que Junu había tenido razón. Yena estaba motivada por su amor
a Miyoung. En cambio, Chamana Kim estaba motivada por el odio.
—¿Me has usado todo este tiempo? —le preguntó Jihoon al detective cuando la
anciana le colocó el talismán sobre el pecho.
—Por supuesto que no. —El detective Hae arrugó el entrecejo como si estuviera
realmente molesto por la pregunta—. Solo estaba salvando tu alma de la
perdición, que surgió por asociarte con los demonios. Sé lo que es estar sometido
a sus hechizos, Jihoon-ah. Confía en mí cuando digo que esto es lo mejor para ti.
Chamana Kim comenzó su baile antes de que Jihoon pudiera seguir
preguntando. Entonó un canto gutural y grave. Su cuerpo se balanceó y levantó
un papel blanco para prenderlo fuego. Jihoon recordó que la halmeoni le había
hablado sobre esa parte del kut, las danzas que los chamanes hacían para
comunicarse con los espíritus y con sus poderes. El blanco se usaba por la pureza,
la cual era necesaria para conectarse con los dioses.
Un frío lo atravesó. Comenzó en los dedos de sus pies; se congelaron y no los
podía sentir. Luego, la sensación subió por sus piernas, en donde parecía correr
hielo por sus venas.
Apretó los dientes para luchar contra el dolor, tan frío que ardía. Sus dedos y
extremidades estaban dobladas debido a una agonía desgarradora. Cayó de
rodillas y el suelo se levantó para encontrarse con él mientras su cuerpo se
detenía.
75

M IYOUNG SE DESPERTÓ CON EL SONIDO DE UNOS CANTOS Y UNA sensación de dolor.


Se preguntó si había muerto y si yacía en una de las doce puertas que
conducían al más allá.
—Miyoung-ah.
Yena estaba a un metro de distancia. Su voz era un susurro áspero de
preocupación.
—¿Dónde está Jihoon? —Miyoung tosió. Su pecho se sentía como si estuviera en
llamas. Y buscó el hilo rojo, con la esperanza de que la llevara a Jihoon.
—Miyoung-ah, tienes que recomponerte. Debes salir de aquí.
Finalmente recordó dónde estaba y lo que había estado haciendo. Levantó los
dedos temblorosos hacia la parte posterior de su palpitante cabeza. Siseó de dolor
y su mano salió manchada con sangre de una herida, en donde el detective Hae
la había golpeado.
Cuando Yena vio los dedos ensangrentados de Miyoung, sus ojos centellearon
con furia.
—Lo mataré.
—No si yo lo hago primero —gruñó Miyoung antes de incorporarse con la
ayuda de sus manos y rodillas.
Solo podía distinguir dos guras al otro lado del terreno. Entrecerró los ojos para
verlas con claridad y reconoció al detective Hae. Entonces, con un sobresalto, sus
ojos enfocaron la gura danzante de Chamana Kim.
Por un segundo no vio a Jihoon. Luego, su cuerpo se sacudió, tendido en el
suelo entre el detective y la halmeoni de Nara.
Con un grito de rabia, Miyoung se levantó. Pero el simple hecho de pararse hizo
que su cabeza diera vueltas, como si hubiera gastado toda su energía solamente
en esa tarea.
—Mantén el equilibrio —dijo Yena mientras se extendía para sostener a su hija.
Miyoung respiró con di cultad mientras observaba el cuerpo de Jihoon que se
sacudía en ángulos aterrorizantes.
—¡Detente! —clamó Miyoung antes de darse la vuelta hacia Yena—. Madre, haz
algo.
—No puedo.
—Si él muere, yo también. Mi perla todavía está dentro de él.
—No puedo —repitió Yena, y Miyoung nalmente notó que su madre estaba
plantada en su lugar, como si de sus piernas hubieran brotado raíces que ahora
alcanzaban el suelo.
Los ojos de Miyoung se movieron hacia el detective Hae mientras recordaba el
nal de la historia de su madre. Ella había cambiado su perla por la vida de
Miyoung. La ironía de eso no le había pasado desapercibida. De tal madre, tal
hija; ambas se sacri caban por los que amaban.
Jihoon dejó escapar un aullido de dolor. Su agonía hizo eco en el pecho de
Miyoung, tan punzante y caliente que casi se cayó sobre sus rodillas de nuevo.
Pero Yena la mantuvo erguida.
El brillo de la luna era un re ector para su tortura compartida. Luego, el dolor
disminuyó, aunque la cabeza de Miyoung siguió girando mientras se
tranquilizaba. Y vio que Jihoon también estaba quieto.
Chamana Kim se arrodilló, colocó sus manos sobre el pecho de Jihoon e hizo
una serie de ochos con sus palmas. Después, las presionó sobre el vientre del
joven. De pronto, se levantó como un títere, cuyos hilos habían sido movidos. El
yeowu guseul salió disparado de sus labios antes de caer de nuevo, inconsciente.
Chamana Kim sujetó la perla con respeto, como si estuviera recogiendo la luna
misma.
—¡Jihoon-ah! —gritó Miyoung, pero no hubo respuesta. Entonces, fulminó con
la mirada a Chamana Kim—. ¿Estás feliz? ¿Has visto el dolor que has causado?
—Estaré feliz cuando haya terminado —dijo la chamana.
—¿Por qué involucras a mi hija en tu ridícula venganza? —inquirió Yena.
—¡Porque mataste a la mía! —exclamó Chamana Kim. Su estridente furia envió
un gélido escalofrío por la espalda de Miyoung—. Me quitaste a mi hija, así que
quise quitarte la tuya. Sin embargo, esta vez encontré una forma de asesinarte a ti
también. ¿Quién sabe si tienes un corazón para llorar su muerte? Será mejor
matarlas a los dos.
Acto seguido, le entregó un papel blanco al detective Hae.
—Debes quemarlo para puri car. De esa manera, podremos conectarnos con los
dioses. Invoca a tus antepasados y pídeles que nos den fuerzas para nuestro
propósito.
—Hae Taewoo, no hagas esto —imploró Yena. Miyoung nunca había escuchado
a su madre suplicar. Así que le sujetó la mano para consolarla y, por primera vez,
Yena entrelazó sus dedos a través de los de Miyoung, y los sostuvo con fuerza.
—Tengo que hacerlo —objetó el detective Hae—. Soy responsable de todas las
almas que ambas se han llevado en los últimos diecisiete años. Debo expiar mis
debilidades. Nunca debí haberlas dejado vivir.
El hombre metió la mano en su bolsillo y sacó otra perla. Esta tenía un fulgor
más suave que la de Miyoung, como si hubiera perdido su brillo con el tiempo.
—Al principio, me arrepentí de haberte perdido —susurró el detective Hae con
respeto mientras miraba la piedra en su mano—. Intenté ordenarte que volvieras a
mí miles de veces. Nunca viniste. Estabas demasiado lejos para que mi comando
te alcanzara.
—Estoy aquí ahora. Así que deja que nuestra hija se vaya.
El detective Hae negó con la cabeza mientras sus ojos también recorrían a
Miyoung.
—Ambas tienen el mal en su interior. Tengo que salvarlas de ello.
—¿Matándonos?
—En la muerte encontrarán la absolución.
—Taewoo, por favor, si alguna vez me amaste…
—¡Todavía te amo! —gritó el detective Hae.
—Es hora. —Chamana Kim extendió su mano para recibir la perla de Yena y
envolverla en un bujeok brillante. Después hizo lo mismo con la de Miyoung.
Dos esferas perfectas envueltas en colores oro y rojo.
Mientras el detective Hae prendía fuego el papel blanco, Chamana Kim dispuso
un pañuelo, también blanco, y colocó las perlas encima. Luego encendió unos
inciensos y los clavó en el suelo, y formó un círculo alrededor de las esferas.
Chamana Kim comenzó a cantar. Y con sus palabras, empezó a bambolearse.
Sus movimientos se volvieron largos y rítmicos, los cuales iban acorde a su
canción.
Le recordó a Miyoung aquella noche, tres meses atrás, cuando la chamana había
jalado del alma de Miyoung con tanto empeño que creyó que se la sacaría del
cuerpo.
Y mientras la chamana bailaba, la luz de la luna irrumpió en el claro, mil veces
más poderosa que el resplandor del sol.
Los cegó a todos. Convirtió la noche en día y el frío en calor.
Miyoung gritó mientras seguía sosteniendo con fuerza la mano de Yena. Sus
lamentos se mezclaron con los de su madre.
—Lo siento. —La cara de Yena se llenó agonía. Su piel blanquecina se
enrojeció, como si alguien la estuviera sujetando sobre un fuego abrasador.
—No puedes rendirte —dijo Miyoung con los dientes apretados.
Yena sonrió, una sonrisa feroz que le dio esperanza a Miyoung.
—Nunca. —Entonces, su cuerpo se estremeció y su mano se apretó. Los ojos de
Yena derramaban sangre, al igual que su nariz y sus labios. Por último, cayó al
suelo.
Miyoung intentó moverse, pero sus músculos se contrajeron e hicieron que se
desplomara al lado de la gura postrada de Yena.
Unas llamas de agonía se elevaron dentro de ella, tan grandes que estaba segura
de que la quemarían por completo.
76

M IYOUNG QUERÍA DEJAR QUE EL DOLOR LA SUMIERA EN LA


en ese caso, su tormento terminaría.
oscuridad. Al menos,

—Si mueres, estarías yendo en contra de mis deseos. —Las palabras


salieron de un gruñido de Yena, quien tenía los ojos cerrados para soportar el
dolor. Miyoung casi se rio. ¿Acaso tenía que permitir que su madre le ordenara
que siguiera viviendo?
—Como desees, madre.
Miyoung se incorporó y se puso de pie. Aunque al principio se tambaleó. El aire
chisporroteaba y vibraba a causa de una energía eléctrica creada con magia y
poder, que servía para mantener bajo control a una gumiho.
Reunió lo que le quedaba de fuerza y empezó a caminar. Con cada paso, el
dolor la envolvía. Era como si mil voltios estuvieran recorriendo su cuerpo.
Los ojos del detective Hae se agrandaron al verla: tenía sangre y espuma en la
boca. Se la veía rabiosa y cada paso que daba la hacía gritar de agonía.
—Dijiste que no sentirían dolor.
Miyoung casi se rio por la preocupación tardía de su padre. Pero, en lugar de
eso, gimió de dolor.
Un fuego bailaba alrededor de ella, a través de ella y dentro de ella.
El dolor se convirtió en su mundo.
A continuación, una voz la llamó.
—¡Miyoung! ¡Lucha!
¿Jihoon? ¿Estaba vivo? ¿O la estaba llamando para que se uniera a él en el
mundo de los muertos? Sus ojos se abrieron y se encontraron con los de él, que se
encontraba tirado en el suelo. El bujeok pegado a su pecho ardía, tan vivo como
las llamas alrededor de Miyoung. No obstante, la observaba con tranquilidad.
—Lucha —dijo de nuevo.
—¡Seonbae! —Como un espíritu vengador que surge de las sombras, Nara se
hizo visible en la escena. Sujetó la perla de Miyoung del improvisado altar en el
suelo. Y, cuando acunó la piedra envuelta por el bujeok, comenzó a gritar.
—¡No! —exclamó Chamana Kim, quien tuvo que interrumpir su baile.
Durante un momento de felicidad, el dolor de Miyoung disminuyó.
Nara yacía en el suelo, con los brazos cubiertos de ampollas. Se las llevó al
pecho y no pudo evitar llorar. Unas lágrimas corrieron por sus mejillas y se
acumularon en la tierra.
Chamana Kim reanudó el baile, incluso mientras su nieta yacía quemada y
maltratada a sus pies. Cuando su canción llegó a un crescendo, levantó las manos
hacia el cielo. La perla de Yena se incendió. El bujeok se consumió con una llama
que se elevó en el aire. Cuando el fuego se apagó, reveló cenizas en lugar de la
perla.
—¡No! —Fue pensado como un grito, pero salió como un susurro de la garganta
seca de Miyoung.
Se giró hacia Yena y casi se cayó por el shock. Donde antes había estado
acostada su madre, ahora había una bella zorra. Larga y esbelta, con músculos
exibles y pelaje frondoso. Sus nueve colas se extendieron detrás de ella. Como si
estuviera volviendo a su forma original en su camino hacia la muerte.
Chamana Kim se inclinó para abrir los dedos de Nara. La chamana más joven
gimió de dolor.
—Niña tonta —dijo Chamana Kim con un gruñido. Después de eso, arrebató la
perla de Miyoung de las manos de Nara.
—Esto está mal —sollozó Nara—. No somos asesinas.
—No puedes asesinar a un demonio —murmuró la chamana tras colocar la
perla de Miyoung en el centro del círculo de inciensos, es decir, sobre los restos
de la perla de su madre.
—Dijiste que sería rápido. —El detective Hae miró jamente la perla,
estupefacto, como si se preguntara cómo él había llegado allí.
—¡Otra vez! —dijo Chamana Kim antes de retomar el cántico.
Miyoung se levantó y sus pies no paraban de temblar.
Su marcha era tan lenta y di cultosa que sabía que no llegaría a la chamana
antes de que terminara el kut.
—Dijiste que te preocupabas por mí. —Miyoung apuntó la acusación a su
padre, que seguía mirando el altar cubierto de cenizas.
Hicieron contacto visual y él dio un respingo.
—Estoy haciendo esto porque me preocupo —aseguró el detective Hae—.
Ustedes son malas. Es mejor que se vayan de este mundo, donde ya no puedan
hacerle daño a nadie.
—Si me vas a enviar a la otra vida… —Miyoung se tambaleó hacia adelante, su
voz gorgoteando con su propia sangre—… entonces déjame llevarte conmigo.
Con todas sus fuerzas, se lanzó contra el cuerpo de su padre. Él chilló de dolor
cuando se extendieron por el altar. Ella sintió la quemadura del incienso cuando
se le clavó en la piel. Unas estrellas explotaron detrás de sus ojos mientras se
deslizaba a través de la dura tierra.
Cuando parpadeó, ya libre de la agonía, vio a su padre que se estaba arrastrando
por el claro; quería alcanzar la perla, que ahora ardía envuelta en llamas dentro
del bujeok.
—¡No! —gritó Miyoung, pero no pudo llegar a tiempo.
Un rastro de color. Un gruñido grave. Un chasquido de dientes. Yena, bella y
elegante, saltó. Sus colas se desplegaron y bailaron en el aire. Su padre dejó
escapar un alarido mientras luchaban.
La perla era un faro luminoso, un fuego que lamía los dedos del detective Hae
cuando la sujetó con la mano. Ante esa situación, los dientes de Yena se cerraron
sobre sus puños.
Miyoung observó cómo sus padres combatían para apropiarse de su perla.
Como si lucharan por su mismísima alma.
Una luz palpitó a través de ellos. El claro se inundó con una luminiscencia. Se
extendió y engulló los árboles, el cielo y las estrellas.
Miyoung levantó una mano para protegerse los ojos.
En el medio del claro había una gura. Al principio, era una silueta sombría que
Miyoung no pudo distinguir. Después, cuando la luz se desvaneció, vio las colas
que se entretejían detrás de su madre, en su forma humana, con la piel desnuda
brillando a la luz de la luna.
El detective Hae yacía a los pies de Yena. Era una gura destrozada, con las
extremidades dobladas y la carne quemada. Un cuerpo irreconocible que una vez
había sido el hombre que había ayudado a crearla. El hombre que había querido
matarla.
—Nunca volverás a hacerle daño a mi hija —sentenció Yena. Pero cuando dio
un paso, sus piernas se doblaron debajo de ella y se desplomó en el suelo con un
ruido sordo.
Miyoung corrió y se deslizó sobre sus rodillas para llegar a Yena. Se quitó la
chaqueta con rapidez y la colocó sobre su madre.
—¿Madre? —¿Esa era su voz? Sonaba tan joven y asustada—. ¿Qué tengo que
hacer?
—Aliméntate. Vive —susurró Yena y unas lágrimas cayeron por sus suaves
mejillas.
—No puedo —respondió ella.
—Miyoung-ah. —Jihoon se acercó a los trompicones e hizo una mueca de dolor
cuando se arrodilló a su lado.
Ella echó un vistazo alrededor del claro para buscar a las demás, pero las
chamanas se habían ido.
Yena extendió su mano, apretada con fuerza.
—Parece que el humano protegió bien la perla. —Echó un vistazo a Jihoon
mientras dejaba caer el yeowu guseul en la mano de su hija.
La perla se calentó en la palma de Miyoung y empezó a latir. Coincidía con su
pulso, como si estuviera sosteniendo su propio corazón agitado. El calor la
reconfortó, como si el hecho de haber estado dentro de Jihoon hubiera avivado la
llama con tanta intensidad que ahora podía arder por sí sola.
El cuerpo de Yena comenzó a temblar tan violentamente que parecía estar a
punto de romperse.
—¡No! —Miyoung se quedó sin aliento. Con sus manos ahuecadas, sostuvo la
perla sobre el corazón de Yena.
Jihoon la sujetó del brazo y la detuvo.
—¿Qué estás haciendo?
—Se está muriendo —dijo Miyoung—. Tengo que ayudarla.
—Miyoung-ah. —Todas las súplicas del mundo estaban comprimidas en esa
única palabra—. No sabemos cómo esto podría afectarte. Además, sigues estando
demasiado débil y eso podría matarte.
—Mi perla no es lo que me está matando. Nunca podría vivir en un mundo
donde no intente salvarla.
Parecía que Jihoon quería seguir discutiendo, pero asintió con comprensión y la
liberó.
Yena había dejado de temblar, y ahora estaba tan quieta que podría haber sido
tallada en mármol.
—No te preocupes —canturreó Miyoung—. Voy a salvarte.
Colocó la perla en el pecho de su madre. Latía con fuerza debajo de sus manos.
Era un ritmo constante que la tranquilizaba.
Concentró el gi que pudo reunir de adentro. No se requería mucho, solo una
chispa para que la perla arrancara. A esa altura, la piedra ya le quemaba las
palmas de las manos como si hubiera tocado un horno encendido.
Zumbó cuando una luz blanquecina se escapó entre sus dedos presionados.
El cuerpo de Yena se sacudió, como una persona recién resucitada.
—Creo que está funcionando —susurró Jihoon a su lado.
La perla era tan brillante en sus manos que temía que redujera a su madre a
cenizas antes de que la reviviera. El cuerpo de Yena comenzó a convulsionar.
—¿Qué hago? —preguntó Miyoung a nadie en particular.
—Continúa —respondió Jihoon. Se quitó la chaqueta y la puso debajo del cuello
de Yena.
Miyoung presionó la perla hirviendo con todas sus fuerzas.
El cuerpo de Yena se estremeció como si unas olas de energía le recorrieran el
cuerpo. Su boca se abrió y su clamor perforó el aire.
Luego, un silencio retumbante. El cuerpo de Yena ya no temblaba. Y la perla ya
no estaba.
Miyoung miró la cara de Yena.
—¿Eomma?
Los ojos de su madre se abrieron y Miyoung dejó escapar un suspiro de alivio.
—Funcionó.
Los labios agrietados de Yena se ladearon en una dulce sonrisa. Después, la
mujer se asió de las manos de Miyoung.
—Te llevaremos a un sitio donde puedas descansar, eomma.
—No me has llamado así desde que eras una bebé. —La voz de Yena sonaba
apagada, como si hablara desde un sitio lejano.
—Te llamaré así todos los días, si quieres.
—Estoy orgullosa de ti, hija —dijo Yena—. Nunca te lo he dicho lo su ciente.
—Bueno, ahora tienes una oportunidad de hacerlo. —Las lágrimas de Miyoung
quedaron atrapadas en el pelo de Yena como estrellas fugaces.
—Hay tantas cosas que nunca tuve la oportunidad de decirte. —Yena hizo una
pausa para recuperar el aliento antes de continuar—. Y eso fue culpa de mi
orgullo.
—¿Por qué hablas como si esto fuera todo? ¿No lo entiendes? Lo he conseguido.
Te he salvado. —Miyoung sujetó la mano de su madre porque un miedo
desesperado se arraigó en ella.
—Me arrepiento de tantas cosas que ahora no puedo compensar.
—No hables así. No hables como si todavía te estuvieras muriendo —exigió
Miyoung—. Me estás asustando.
—No, nada puede asustar a mi valiente hija. —Yena suspiró—. Miyoung, ¿quién
eres?
Miyoung intentó responder, pero se le escapó un sollozo. A pesar de que estaba
temblando, respiró hondo y volvió a intentarlo.
—La hija de Gu Yena.
—¿Y qué te hace eso?
—Inteligente.
—¿Y?
—Bella.
—¿Y?
—Fuerte.
—Y amada.
Miyoung sintió cuando la vida de su madre abandonó su cuerpo. Las frías
manos de Yena a ojaron el agarre. Su cuerpo dejó escapar un último suspiro con
el alivio de dejarse llevar.
—No —se lamentó Miyoung—. Te he salvado. Te he salvado. Te he salvado —
repitió las palabras una y otra vez. Un mantra al que no podía renunciar.
Al nal se detuvo. Y lloró.
Lloró mientras el cuerpo de Yena se desvanecía por completo. Ni siquiera
quedaron sus restos, sino que se convirtió en aire y vapor.
77

D ESPUÉS DE QUE MIYOUNG SE QUEDARA SIN LÁGRIMAS POR LLORAR, abandonó el


claro sin mirar los restos carbonizados que en algún momento habían
sido su padre. Los cuervos ya se encargarían de él. Ella, por otro lado, se
dio prisa para dirigirse a la tienda de las chamanas. Nara tendría que ayudarla, ya
que era justo que los chamanes deshicieran lo que habían creado, pero el sitio
estaba vacío. El espacio estaba tan bien despejado que ni siquiera había una mota
de polvo sobre el suelo de madera desgastado. Miyoung se derrumbó en el medio
de la tienda vacía para llorar su ira y desolación. Hasta que Jihoon la encontró.

Colocaron un cartel para Yena debajo de un árbol maehwa. Las ores del ciruelo
orecerían en invierno a pesar del frío. Era un árbol resistente, pero hermoso
cuando orecía. A Miyoung le recordó a Yena, así que allí fue donde la pusieron a
descansar.
Fue una simple ceremonia, iluminada por la luna menguante. Cuando Junu
llegó, no intercambiaron ni una palabra. Y Miyoung no tenía fuerzas para
obligarlo a que se fuera.
Sin ningún otro sitio adonde ir, se quedó con Jihoon. La habitación del joven se
convirtió en su santuario, donde ella esperaba su muerte. Su perla había
desaparecido con el cuerpo de Yena. Sin su alma, esperaba unirse pronto a su
madre. Como estaba acostada con las cortinas cerradas para bloquear el sol, no
sabía cuántos días habían pasado.
La luna llena había marcado el nonagésimo día, lo que signi caba que tenía
diez días para sentir cómo su dolor la consumiría. Diez días de luto antes de irse
al olvido.
Una ebre la invadió como ráfagas de fuego que arrasan con un bosque.
Dormía durante el día y lloraba durante la noche. Y, cada vez que se despertaba,
Jihoon estaba allí, ya fuera limpiándole la frente sudada o durmiendo una siesta a
su lado.
Era su único consuelo: él estaría con ella hasta el nal. Aunque sintió pena
cuando vio el dolor en sus ojos.
—Esto tiene que parar — nalmente dijo Jihoon un día que se había acercado a
las cortinas para apartarlas—. No te estás muriendo, Miyoung.
Ella no respondió, ni siquiera se movió para bloquear la luz.
—Miyoung-ah —insistió Jihoon, con un tono más suave—. No sé qué hacer por
ti. ¿No puedes decirme?
Ella lo miró jamente con la mejilla apoyada contra la almohada, que aún
estaba húmeda de sus lágrimas.
—Cuando muera…
—No empieces con eso.
—Cuando muera —continuó—, no te lamentes ni llores por mí. Olvídame y vive
la vida que deberías haber tenido antes de que yo me metiera en ella.
—Miyoung-ah. —Jihoon se sentó al lado de la joven y colocó sus piernas
dobladas debajo de él—. Si mueres, siempre te recordaré. Eso no signi ca que no
vaya a vivir una vida plena. Es cierto que la gente nos deja y que nuestras vidas
nunca serán las mismas. Pero si simplemente nos olvidamos de todas esas
personas, entonces, ¿qué dice eso de nuestra persona y de cómo las valoramos?
—¿Cuándo te volviste tan sabio? —preguntó Miyoung.
—Cuando pasó el centésimo día.
—¿Qué? —Miyoung se sentó y el movimiento repentino hizo que su cabeza
girara.
—No quería decir nada porque tenía miedo de estropearlo. Pero ayer fue el
centésimo día —dijo Jihoon—. Y todavía estás aquí.
—No. —Miyoung negó con la cabeza. Intentó calcular el tiempo, pero todo era
una nebulosa de dolor y sueño—. No puede ser. No tengo mi perla. Debería estar
muerta.
—¿Es realmente tan terrible? —preguntó Jihoon, con una sonrisa que inclinó las
esquinas de sus labios—. ¿La idea de vivir una vida humana conmigo?
Miyoung soltó el aire que no sabía que había estado obstruyendo sus pulmones.
Y se permitió creer. Con eso vino una ligereza, como si fuera a otar sin tener a
Jihoon para anclarla a la tierra. Se echó a reír y lanzó sus brazos alrededor de él
para abrazarlo.
—Estoy viva. —Decir esas palabras la hicieron marearse, y dejó escapar otra
carcajada—. Estoy viva.
—Estás viva —con rmó Jihoon y ella escuchó la alegría en su respuesta y en su
voz. Se abrazaron de nuevo.
Luego se puso seria cuando el peso de la realidad cayó sobre ella.
—Así que ahora tendré que vivir sin ella —susurró Miyoung.
Jihoon le apretó las manos.
—Ambos aprenderemos a vivir sin ellas.
Miyoung suspiró al recordar a la halmeoni. El luto no era exclusivamente de ella.
—No sé cómo. —Volvió a suspirar y eso hizo que su cuerpo se estremeciera—.
Ella era mi todo.
—Tal vez sea incorrecto para nosotros tener a una persona como nuestro mundo
entero. Tal vez… —La voz de Jihoon se fue apagando con una expresión rara—.
Tal vez sea incorrecto por nuestra parte deberle toda nuestra felicidad o tristeza a
una persona.
—¿Qué ocurre, Jihoon? —preguntó Miyoung con una expresión preocupada.
—Nada. Solo creo que quizá le debo una visita a alguien —comentó Jihoon—.
Pero eso puede ser más tarde. En este momento, voy a prepararte sopa.
—La sopa suena bien. —Miyoung sonrió.
78

A JIHOON LE TIRITABA LA MANO CUANDO GOLPEÓ LA ELEGANTE puerta de metal.


Apretó el puño hasta que el temblor cesó. En general, él había vuelto a
la normalidad, pero le habían quedado algunas secuelas. Los médicos le
habían asegurado que eran solo los últimos efectos de superar una enfermedad
tan aguda y que ya se desvanecerían pronto. Sin embargo, todavía no tenían un
nombre para lo que le había sucedido. Supuso que no sería conveniente explicar
las partes sobrenaturales de la historia. Era más fácil que el hospital lo viera como
una rareza médica.
La puerta se abrió y apareció la cara sorprendida de su madre.
—Jihoon-ah —dijo con precaución en sus ojos—. ¿Qué estás haciendo aquí?
—Tengo algo que decirte. —Hizo una pausa. A lo largo del camino había
practicado su discurso una y otra vez. Pero ahora, frente a ella, no estaba seguro
de qué palabras utilizar. Así que, las soltó abruptamente—. Lo entiendo.
—¿Qué? —La voz de su madre titubeó con una emoción escondida.
Por alguna razón, eso hizo que Jihoon se sintiera más rme.
—Entiendo por qué te fuiste.
Su madre vaciló y miró detrás de ella. De pronto, pareció llegar a una con ictiva
decisión.
—¿Por qué no entras? Te haré un té.
Era un paso. Pero no uno que quería dar en ese momento. Había reunido
su ciente coraje para hablarle, pero no para pasar tiempo con ella. Aún no.
—No me quedaré mucho tiempo. Solo necesito decir algo.
—Está bien. —Ella juntó las manos y esperó con paciencia a que él continuara.
—Entiendo que, cuando te fuiste, creíste que me estabas haciendo un bien.
Utilicé lo que hiciste como una excusa para alejar a la gente durante mucho
tiempo. Para mí era más fácil echarte la culpa por mis inseguridades, pero ahora
puedo ver que tenías razón en una cosa. Que me criara la halmeoni fue la mejor
vida que me pudo haber tocado.
—Oh, Jihoon-ah…
—He decidido dejar de echarte la culpa. No quiero seguir enojado.
—Jihoon-ah, siento mucho cómo terminaron las cosas.
—Gracias —dijo Jihoon—. Y tal vez te perdone. Algún día.
Ella le dedicó una pequeña sonrisa.
—Eso espero.
79

M IYOUNG ESTABA ESPERANDO BAJO LA BRILLANTE LUZ DEL SOL. Se sentía bien estar
en el exterior. Era primavera y se percibía una pesadez en el aire, llena
de polen y césped. Respiró hondo.
Su sentido del olfato se había apagado. Lo mismo había pasado con su visión, su
velocidad y su fuerza. Le llevó un poco de tiempo acostumbrarse.
No se sentía completamente humana, pero tampoco sentía el hambre de energía
que alguna vez la había atormentado.
Miyoung estaba atrapada en una especie de limbo, no del todo gumiho y no del
todo humana. Y aunque todavía no le había dicho a nadie, sabía que estaba débil,
incluso para un humano. La recuperación había sido más lenta de lo que había
esperado, pero no era algo con lo que cargar a nadie. Sobre todo porque no había
ningún antecedente para su situación.
—¡Ya! ¡No estás pedaleando bien!
Miyoung echó un vistazo a su alrededor y contuvo una sonrisa al ver a Somin
reprendiendo a Changwan mientras intentaban, y fallaban, montar una bicicleta
tándem.
—Tus piernas son más cortas que las mías —se quejó Changwan mientras sus
extremidades inferiores se arrastraban por el suelo para detenerlos.
—Tienes que hacer lo que yo haga —le ordenó Somin desde el asiento
delantero.
Junu estaba apoyado contra la barandilla.
—¿No se supone que el chico siempre se sienta adelante? —Detrás de él, el río
Han uía pací camente. El olor del agua saturaba el aire que soplaba contra las
mejillas de Miyoung.
—El mejor conductor se sienta al frente —corrigió Somin, quien lo miró con una
expresión que solo reservaba para el dokkaebi.
Una extraña tregua se había formado entre Miyoung y Junu. El dokkaebi no
había desaparecido después de la muerte de Yena como ella había esperado.
Sorprendentemente, había sido Jihoon quien le había dicho que le diera a Junu
otra oportunidad.
—Parece que se está quedando por aquí porque necesita enmendarse. —Había
dicho Jihoon—. Creo que ambos podemos entender cómo se siente eso.
Entonces, Miyoung había aceptado a regañadientes al dokkaebi cada vez que
aparecía arbitrariamente. Como hoy, cuando llegó con la bicicleta tándem y
Changwan.
—¡Miyoung-ah! ¡Ven a salvarme de estos chicos! —Somin la llamó.
—No, gracias. —Rio por lo bajo.
Somin suspiró, luego le hizo un gesto a Junu.
—Ven, es tu turno entonces.
Se acercó con una sonrisa de complicidad en su rostro.
—¿Quieres que lo intente, cariño? —preguntó Junu con sarcasmo.
Changwan comenzó a bajarse cuando Somin lo detuvo.
—No, creo que ustedes hacen un buen dúo. —Somin sonrió mientras se bajaba
de la bicicleta.
Junu levantó una ceja, luego se encogió de hombros y se acomodó en el asiento
que había estado ocupando Somin.
—Está bien, Changwan, mostrémosle cómo se hace.
Partieron y Junu empezó a pedalear demasiado rápido. El grito alarmado de
Changwan los siguió de cerca mientras se alejaban.
Somin se rio con Miyoung.
Las chicas habían formado lo que podía llamarse una amistad solo en las últimas
semanas. Somin tenía muchas preguntas, algunas de las cuales Miyoung no había
respondido todavía, en parte porque no podía. Somin quería saber las cosas más
raras, como por qué las gumihos comían alimentos si solo necesitaban gi para
sobrevivir. O por qué las gumihos eran criaturas solitarias si podían ser mucho
más fuertes en manada.
Una vez, Miyoung había atrapado a Somin mirándola.
«¿Qué?», le había preguntado Miyoung.
«Creo que envejecerás bien», re exionó Somin. «Tienes la estructura ósea para
ello. Supongo que ahora podremos averiguarlo».
Ese comentario había hecho que las chicas se echaran a reír.
Por extraño que pareciera, a Miyoung le gustaba la curiosidad de Somin. En
cierto modo, la hacía pensar en su estado de gumiho de manera diferente. No
como un monstruo, sino como otro ser intentando descubrir cómo existir en el
mundo.
—Te ves cansada —dijo Somin.
—Vaya, gracias. —Miyoung se rio, pero en realidad le preocupaban los a lados
ojos de Somin—. Estoy bien, pero no dormí mucho anoche.
Somin asintió y no insistió. Sabía que Miyoung todavía tenía pesadillas sobre la
noche en la que había muerto su madre.
—¿En serio no quieres dar un paseo en la bicicleta? Es divertido. —Somin hizo
una mueca y consiguió sacarle una sonrisa a Miyoung.
—Tal vez cuando llegue Jihoon.
Somin puso los ojos en blanco.
—Buena suerte, ese chico es peor que Changwan con la coordinación entre
manos y ojos.
—¡Cuidado! —gritó Junu mientras pasaban junto a Somin, demasiado cerca para
su comodidad.
—¡Ya! —chilló ella antes de ir tras ellos.
Miyoung se estaba riendo de la escena cuando alguien puso las manos sobre sus
ojos.
—Adivina quién.
Sujetó las muñecas de Jihoon y jaló de ellas hasta que la abrazó por detrás.
—¿Qué estás haciendo? —le susurró Jihoon al oído.
—Nada —respondió Miyoung. Lo soltó para que pudiera dar la vuelta al banco
—. Hablando con el sol.
—¿Qué dice? —Se sentó y pasó un brazo alrededor de los hombros de Miyoung.
—No mucho. Solo «hola».
—No es muy hablador, ¿eh?
—No tiene por qué serlo —dijo Miyoung—. El sol y yo tenemos una buena
relación. —Ella apoyó la cabeza en su hombro. Su propio sol personal, arrancado
del cielo.
—Finalmente pudiste venir al río Han. ¿Es todo lo que creías que sería? —
preguntó—. ¿Lleno de magia y unicornios?
Miyoung soltó una carcajada.
—Los unicornios no existen.
—He aprendido a nunca descartar la existencia de nada —comentó Jihoon—. Y
no has respondido mi pregunta.
Miyoung sonrió mientras miraba a sus amigos. Somin estaba maldiciendo a los
cuatro vientos mientras Junu la perseguía con la bicicleta.
—De nitivamente no es como lo había imaginado.
—¿Y?
—Es perfecto. —Sonrió a medida que el sonido de las risas se elevaba en el aire
a su alrededor.
Unió su mano con la de Jihoon.
No sabía cuánto tiempo le quedaba en ese mundo. Cien días, cien meses o cien
años.
En ese momento, mientras observaba a sus amigos y se aferraba a Jihoon, estaba
feliz. Y seguiría encontrando felicidad en cada momento, hasta que no tuviera
más momentos para disfrutar.
EPÍLOGO

El bosque estaba oscuro a pesar de la luna llena. Las ramas tenían


tanto follaje que creaban una barrera entre el cielo y la tierra. La luz
de la luna ya no le hacía daño. Aun así, Miyoung daba las gracias por
la protección.
Había evitado el bosque después de haber perdido a su madre. Pero
echaba de menos la seguridad que sentía allí. Los recuerdos que
guardaba ese sitio eran tanto consuelo como dolor. Y ahora, mientras
se abría paso entre las retorcidas raíces y las largas ramas, respiró
profundamente. El olor a tierra y madera tranquilizaban sus nervios.
A ojó el agarre de las ores que llevaba en la mano. No quería
romper los delicados tallos. ¿Había sido una idea inútil llevar ese
obsequio? Yena odiaba las ores; para ella, estas hacían un lío cuando
se marchitaban. Pero su madre no podía expresar su desaprobación
por el regalo. Ya no.
Miyoung se secó los ojos, empapados con sus lágrimas.
Cuando se acercó al árbol maehwa que conmemoraba a su madre,
parpadeó y se preguntó si su visión llena de lágrimas le estaba
jugando una mala pasada.
Cerró los ojos con fuerza y los abrió de nuevo. Pero todavía estaba
allí. Una X oscura quemada en el árbol. La fea marca todavía echaba
humo.
«Miyoung-ah».
Se dio la vuelta al escuchar un susurro. Había sonado tan cerca,
como si alguien le hubiera hablado al oído.
El bosque detrás de ella estaba vacío. Las sombras de las ramas de
los árboles se retorcían siniestras.
«No eres libre».
Giró hacia el árbol maehwa y retrocedió sorprendida. Las ramas se
extendieron, como a ladas manos de madera. Querían sujetarla.
Intentó correr, pero sus pies se hundieron en el suelo. Unas raíces se
levantaron para enroscarse alrededor de sus piernas. La apretaron con
tanta fuerza que le cortaron la circulación.
Las ramas la sujetaron en un cruel abrazo y le dañaron los brazos.
Sintió toda la corteza áspera contra su piel.
Es un sueño, se dijo Miyoung. Esto no es real. Tienes que
despertarte.
Intentó liberarse, pero las ramas se mantuvieron rmes. Intentó
patear, pero sus pies estaban atrapados entre la tierra y las raíces.
Esto no es real, se repitió a sí misma. Aun así, su corazón se aceleró.
Lágrimas cayeron por sus mejillas. Intentó romper su prisión hasta que
sus dedos empezaron a sangrar. Fue un esfuerzo en vano.
Cuando las ramas se cerraron a su alrededor, se vio rodeada por la
oscuridad.
«Miyoung-ah. Vete».
—No puedo. —No podía respirar. Si eso era un sueño, ¿por qué no
podía respirar?
«Si te quedas, morirás».
—¡No! —Arañó las ramas con los dedos ensangrentados.
«Crees que se acabó, pero no es así. Crees que eres libre, pero no lo
eres».
De la oscuridad apareció un rostro pálido, bello y frío. Los ojos de
Yena capturaron los de Miyoung.
—Eomma —sollozó ella—. Ayúdame.
Yena echó sus labios hacia atrás y reveló unos dientes a lados.
—¡Soluciónalo sola!
Miyoung se despertó bruscamente. Luchó contra la maraña de
sábanas que se había enroscado a su alrededor. Mientras recordaba el
sueño, supo que había algo más y que eso no era todo.
Aún sentía como si no pudiera respirar. Por eso, golpeó un puño
contra su pecho para despejar sus pulmones. Finalmente pudo tomar
un poco de aire.
Al cerrar los ojos de nuevo, ella todavía podía imaginarse el rostro
de su madre. Feroz. Frío. Casi amenazante.
Eso había sido más que un sueño. Era una advertencia.
AGRADECIMIENTOS

Mucha gente contribuyó a que La maldición de la gumiho sea real.


¡Les estaré siempre agradecida por haberme ayudado a que mis
sueños se hagan realidad!
Primero, quiero darle las gracias a mi asombrosa agente, Beth
Phelan. Has creído en mi historia, incluso durante los momentos en
los que creí que era demasiado difícil darle vida. También me has
mantenido en un alto nivel que me impulsó a crecer como escritora.
Tu incansable entusiasmo y tu increíble visión me ayudaron a crear
una historia que ni yo sabía que podía contar. ¡Has dado esperanza a
tantos creadores diversos que me siento afortunada cada día de tenerte
en mi equipo!
También quiero darle las gracias a mi editora, Stacey Barney.
Siempre fui una admiradora de tu trabajo mucho antes de tener la
oportunidad de trabajar contigo. La fe que tuviste en mi historia me ha
dado un impulso cada vez que he tenido el placer de hablar contigo.
Estoy asombrada por tu visión y me siento inspirada por lo mucho que
has luchado por mi libro. Soy una de las escritoras más afortunadas
del mundo al ser una de tus autoras.
A mi equipo de Putnam/Penguin, ¡muchas gracias por todo lo que
han hecho por mi libro!
A mis colegas y a mis lectores de prueba, ¡esta historia no sería lo
que es sin su increíble ayuda y consejos! Liz Mallory, gracias por leer
mi libro cuando era prácticamente un primer borrador mientras yo me
estresaba al pensar en conseguir un agente literario. Me has dado la
fuerza necesaria para seguir adelante. Akshaya Raman, eres una amiga
fantástica y tengo tanta suerte de que tu cerebro y tu talento me
ayuden cuando estoy luchando contra un bloqueo de escritor. Katy
Pool, el entusiasmo que has tenido desde el comienzo por este libro
signi có todo para mí. ¡Eres una estrella para mí y estoy tan
emocionada de que te guste mi historia! Rena Baron, has leído
algunos de los capítulos del primer borrador y no puedo agradecerte
lo su ciente por haberme dado tantos incentivos. Sarah Suk, ¡gracias
por alentar mi historia y por leerla como una de mis lectores de
prueba!
A Rebecca Kuss, Deeba Zargarpur, Emily Berge y Alexa Wejko. He
aprendido mucho sobre la escritura y la industria editorial de cada una
de ustedes. ¡El último año y medio ha sido una alegría debido al
tiempo que he podido pasar con ustedes, mis queridas mujeres! ¡Sé
que todas ustedes harán grandes cosas para la comunidad editorial!
A los Especuladores: David, Anitra, Dave «Dadvid», Helen, Nikki y
Alex. ¡Ustedes fueron el primer gran grupo de escritores del que formé
parte y su apoyo me ha ayudado a superar la ansiedad de publicar mi
trabajo!
A mis amigas del ChiYA: Ronni Davis, Samira Ahmed, Gloria Chao,
Anna Waggener y Lizzie Cooke. Tengo tanta suerte de haberlas tenido
a mi lado mientras estaba en el festival de libros juveniles de Chicago.
Echo de menos nuestros brunches del ChiYA, pero ¡sé que siempre
estarán allí para compartir noticias de libros y de la vida!
A mis hermosas amigas Karuna Riazi y Na za Azad. Son una fuente
constante de alegría en mi vida. Gracias por compartir sus historias
conmigo y por siempre animarme a escribir. ¡Estoy tan feliz de
conocerlas a ambas!
A mi culto de escritoras, ¡cada una de ustedes es una estrella por
derecho propio y las adoro! Janella Angeles, Ashley Burdin, Alex
Castellanos, Mara Fitzgerald, Amanda Foody, Christine Lynn Herman,
Tara Sim y Melody Simpson. Desde nuestros retiros de escritura, hasta
el karaoke no o cial con ollas, el barril de vino y las experiencias
cercanas a la muerte con el cisne o la cocina, ¡hemos pasado por
mucho juntas! No existe nadie más con quien pre era llorar viendo
Hamilton. Doy las gracias todos los días por tenerlas como amigas.
A las autoras que vinieron antes de mí, que me dieron consejos y me
orientaron, ¡gracias! Ellen Oh, tus libros fueron los primeros en donde
vi a un personaje principal coreano en un escenario de fantasía
juvenil. Eso me inspiró a contar mis propias experiencias con mi
cultura y mi identidad. ¡Gracias por todos los increíbles consejos y el
apoyo que me has brindado en este camino! Julie Dao, tu gracia e
inteligencia han sido una luz guía en mi camino hacia la publicación.
Zoraida Cordova, gracias por tu asombroso consejo. Nuestras
discusiones sobre la industria editorial y el año debut me han ayudado
a navegar este viaje y mantener la cabeza sobre mis hombros (la
mayor parte del tiempo).
A mi amiga Meg Kohlmann. Gracias por lidiar con mis colapsos con
la escritura (y con la vida) mientras trabajaba en este libro. ¡Eres mi
«hija» favorita y me alegra que hayamos podido vivir juntas en nuestro
minúsculo apartamento! Siento mucho que nunca hayamos tenido ese
cachorro que de nitivamente querías.
A mi mejor amiga y esposa de Twitter, Claribel Ortega. No hay
su cientes palabras para explicar lo importante que te has vuelto para
mí en los últimos tres años. Ya sé que nos hemos conocido a través de
nuestros escritos, pero has sido una amiga que ha apaciguado mi
alma. Soy una mejor persona desde que te conozco y estoy muy
emocionada de apoyar tu carrera como siempre has apoyado la mía.
¡Te amo!
A mi familia, tengo tanta suerte de haber crecido con personas tan
amorosas a mi alrededor. Todos ustedes han estado allí para mí.
Halmeoni, ¡me encanta lo rme que eres como la jefa de nuestra
gigante familia! Emo Helen, tío Doosang, Emo Sara, tío Warren, tío
John, tía Heejong, Emo Mary y tío Barry, ¡no podría haber pedido unos
tíos más alentadores que ustedes! Adam, Alex, Saqi, Sara Kyoung,
Wyatt, Christine, Kevin, Bryan, Josh, Scott y Camille, ¡son los mejores
primos y me encanta tener aventuras con ustedes! ¡Los amaré por
siempre!
A mi prima y amiga Axie Oh. Eres mi heroína. No estaría aquí si no
fuera por ti. Me inspiran tu talento, tu espíritu y tus dulces, dulces
chistes. Nunca tuve que sentirme como si estuviera sola en esta
industria porque siempre te tuve a mi lado. Eres mi autora favorita. Te
amo, prima.
A mi cuñado, Jim Magiera. Cuando te casaste con mi hermana,
inmediatamente me trataste como si fuera parte de tu familia. Nunca
tuve un hermano mientras crecía, pero me alegro de que ahora lo
seas. Eres un fantástico marido para mi hermana, un gran padre para
Lucy y un maravilloso hermano. Gracias por leer cincuenta páginas de
mi libro.
A mi sobrina, Lucy. Todavía no puedes leer este libro, pero espero
que cuando puedas, ¡lo hagas!
A mi hermana, Jennifer Magiera. Tú eres mi persona, por siempre.
Has estado allí cuando he tenido momentos increíbles, y has sido mi
pilar cuando he estado en mis peores momentos (cuando hemos
estado juntas en nuestros peores momentos). No podría haber pedido
una mejor hermana, mejor amiga, heroína y modelo a seguir. ¡Y te
amo mucho!
A mis padres, Kello Katie y David Young Cho. Cada historia que
tengo en mi interior comenzó con ustedes. Ambos encendieron en mí
un amor hacia la lectura y la escritura que se convirtió en una llama y
luego en un fuego tan grande que llenó de luz todo mi ser. He
aprendido a ser fuerte cuando los vi con problemas. He aprendido a
ser compasiva cuando los vi con otros. He aprendido a querer gracias
a todos los momentos que nos brindaron como familia. Todo lo bueno
que tengo en mí, se lo debo a ustedes. Los echo de menos. Los amo.
GLOSARIO

63 Building (63 스퀘어): anteriormente llamado Hanwha 63 City, un


rascacielos en la isla de Yeouido, con vistas hacia el río Han en Seúl.
Fue construido como un sitio emblemático para los Juegos
Olímpicos de Verano de 1988.
-ah / -ya (-아 / -야): terminación honorí ca informal para los nombres,
que implica que el hablante es cercano a la persona a la que se está
dirigiendo.
-nim (-님): terminación honorí ca usada cuando se habla con alguien
superior en la escuela o en el lugar de trabajo (o con alguien que
está en una posición más elevada en general).
-ssi (-씨): terminación honorí ca formal para los nombres, que se usa a
menudo con compañeros con los que no eres tan cercano; a veces,
un anciano lo usará para referirse formalmente a una persona.
abeoji (아버지): padre.
aissi (아이씨): expresión de irritación o de molestia, traducida de
manera general como «maldición».
ajeossi (아저씨): hombre de mediana edad.
ajumma (아줌마): mujer de mediana edad.
Apgujeong (압구정): uno de los barrios más ricos de Seúl, ubicado en
la orilla sur del río Han.
appa (아빠): papá, papi.
babo (바보): tonto.
banchan (반찬): guarniciones coreanas, como el kimchi.
banmal (반말): tipo de discurso informal en el idioma coreano.
bindaetteok (빈대떡): panqueque de porotos mung.
binyeo (비녀): horquillas tradicionales que se usan para sostener los
rodetes de las mujeres, llamados chignons. También se usan como
adornos.
bugeoguk (북어국): sopa hecha con tiras secas de abadejo y rábanos.
Se dice que es una gran cura para la resaca.
bujeok (부적): talismán creado por un chamán o un monje, que se usa
con frecuencia para la suerte, el amor o para aliviar el estrés (ver
Notas).
Cheongdamdong (청담동): zona sur del río Han, donde se encuentran
muchos estudios de grabación; también, se considera el eje central
de la moda y el K-pop.
chonggak dokkaebi (총각도깨비): el apuesto «soltero goblin» que es
conocido por atraer a los humanos.
Chuseok (추석): festival de la cosecha de otoño; un día festivo que se
celebra en la víspera de otoño, donde las familias se reúnen
tradicionalmente en sus pueblos ancestrales para festejar con
comida.
ddaeng (땡): onomatopeya usada en los programas de variedades, que
implica una respuesta incorrecta.
doenjang jjigae (된장찌개): guiso hecho con pasta de soja fermentada,
verduras, tofu, mariscos y carne.
dokkaebi (도깨비): goblin; criatura legendaria de la mitología coreana
que posee poderes extraordinarios y habilidades que utiliza para
interactuar con los humanos, a veces jugando con ellos y a veces
ayudándolos.
eo-seo-o-se-yo (어서오세요): saludo casual, que signi ca
«bienvenido», utilizado por los propietarios de las tiendas.
eomeoni (어머니): madre.
eomeonim (어머님): título para dirigirse a la madre de otra persona,
generalmente para referirse a una suegra.
eomma (엄마): mamá, mami.
galbi-jjim (갈비찜): plato que se prepara con los costillares de una
vaca, cocidos a fuego lento.
geonbae (건배): «¡Salud!». Se dice cuando se bebe alcohol.
gi (기): energía humana, también conocida como qi, chi o ji en otras
culturas del este de Asia.
Goguryeo (고구려): del 37 a. e. c. al 668 e. c., uno de los Tres Reinos
de Corea, junto con Baekje y Silla; estaba ubicado en las partes del
norte y del centro de la actual península de Corea, así como en las
partes del sur y del centro de Manchuria.
gu (九, 구): nueve.
Gwangjangsijang (광장시장): mercado tradicional en Seúl, que se
convirtió en el primer mercado permanente de la ciudad.
Habaek (하백): el dios Goguryeo del río Amnok (o río Yalú); a veces
llamado «el dios del mar».
Haemosu (해모수): dios del sol.
halmeoni (할머니): abuela.

hanbok (한복): vestido tradicional coreano.


hanja (한자): palabra coreana para de nir a los caracteres chinos Han,
que fueron adoptados del chino e incorporados al coreano con su
respectiva pronunciación.

hanok (한옥): casa tradicional coreana, hecha con materiales


totalmente naturales que no causan contaminación, como madera,
piedra y papel.
harabeoji (할아버지): abuelo.
heol (헐): término de la jerga coreana para expresar sorpresa.
Hwarang (화랑): «Los Guerreros de Flor», un grupo élite de guerreros
varones en Silla, uno de los Tres Reinos de Corea.
hyeong (형): hermano mayor; también se usa para un hombre mayor al
hablante, siempre y cuando este último lo considere cercano.

janggu (장고 / 장구): tambor con forma de reloj de arena, a veces


denominado seyogo («tambor de cintura delgada»); los dos extremos
producen sonidos con tonos y timbres tan distintos que, cuando se
tocan juntos, se cree que representan la armonía del hombre y la
mujer.
jangryesikjang (장례식장): el edi cio donde se lleva a cabo un funeral,
a menudo ubicado cerca de un hospital.
japchae (잡채): deos de almidón de papa dulce salteados con
verduras y carne.

Jeollanam-do ( 라남도): provincia en el sur que literalmente signi ca
«Jeolla del Sur». La ciudad más grande de este lugar es Gwangju.
jjajangmyeon (짜장면): plato de la gastronomía china coreana, que
consiste en deos gruesos de trigo, cubiertos con una salsa espesa
hecha de chunjang (pasta de soja salada negra), carne de cerdo en
dados y verduras.
jjamppong (짬뽕): sopa coreana de deos con un caldo a base de
mariscos picantes, o a base de cerdo, condimentado con gochugaru
(pasta picante de chiles rojo).
jjigae (찌개): guiso.
jjimjilbang (찜질방): baño público de Corea (mejor conocido como
sauna coreano), donde hay saunas, duchas, mesas de masaje y áreas
para descansar y relajarse.
kimbap o gimbap (김밥): plato coreano hecho con arroz, algas
comestibles y un relleno de carne o verduras; el arroz y el relleno se
enrollan en las algas y se cortan en pequeños discos para facilitar su
consumo.
kimchi (김치): verduras fermentadas, generalmente rábanos o repollos
chinos (repollos napa), servidos como acompañamiento en la cocina
coreana.
kitsune: zorra de nueve colas en la mitología japonesa.
kut o goot (굿): ritos realizados por chamanes coreanos, que incluyen
ofrendas y sacri cios, para comulgar con los dioses y los
antepasados; a través del canto y la danza, el chamán ruega a los
dioses que intervengan en la fortuna de los humanos.
maehwa (매화나무): ciruelo asiático en or, también llamado maesil
(매실나무) al enfatizar la fruta.
makgeolli (막걸리): vino de arroz espumoso y lechoso.
miyeokguk (미역국): sopa hecha a partir de algas. Se sirve a menudo
en el cumpleaños de una persona o para alguien que se está
recuperando de una enfermedad.
mul gwishin (귀신): fantasma de agua.
nappeun gijibae (나쁜기지배): término de la jerga coreana utilizado
como un insulto contra las chicas; en el último tiempo, algunas
mujeres han comenzado a reclamar la frase, como la rapera CL en
su canción The Baddest Female (나쁜 기집애).
noraebang (노래방): sala de karaoke privada.
ojingeo (오징어): calamar.
Palgongsan (팔공산): gran montaña en la cordillera de Taebaek.
ramyeon (라면): deos instantáneos.
saekki (새끼): término de la jerga coreana, traducido de manera
general como «bastardo».
Samcheongdong (삼청동): barrio de Seúl con sitios históricos, como
los palacios Gyeongbok y Changdeok (de la dinastía Joseon) y el
Cheong Wa Dae (o cina ejecutiva y residencia o cial del
presidente, también llamada «la Casa Azul»). A su vez, se encuentra
cerca del barrio Insadong.
samjokgu (삼족구): perro sobrenatural de tres patas, perteneciente al
folclore coreano, que puede ver a través del disfraz de una gumiho.
Sangdalgosa (상달고사): «décimo mes», una ceremonia que se realiza
durante el mes de octubre, después de la cosecha, para expulsar a
los espíritus de los hogares, para pedir a los dioses de la casa paz y
estabilidad familiar y para darles las gracias a los dioses por un año
próspero.
sansin (산신): dios de la montaña.
seolleongtang (설렁탕): sopa elaborada con hueso de pierna de buey.
seonbae (선배[님]): alguien superior en la escuela o en el trabajo.
soju (소주): bebida alcohólica destilada de color claro, generalmente
hecha de arroz, trigo o cebada.
soondae (순대): tipo de morcilla, una comida callejera popular de
Corea.
suneung (수능): Test de Aptitud Escolar Universitaria, conocido con las
siglas en inglés CSAT (대학수학능력시험), otorgado a los estudiantes
de tercer año (es decir, último año) de las escuelas secundarias de
Corea cada noviembre; el día del examen, los mercados de valores
abren más tarde y se incrementa el servicio de autobuses y metros
para evitar atascos que podrían impedir que los estudiantes lleguen
a tiempo a la evaluación.
Sungkyunkwan (성균관): el mejor instituto educativo durante las
dinastías Goryeo y Joseon; su sitio original ahora es parte de la
moderna Universidad Sungkyunkwan de Seúl.
sunsaengnim (선생님): profesor; saem es el término abreviado, usado
a menudo con cariño o afecto.
Torre Namsan / Torre N de Seúl (N서울타워): torre de comunicación
y observación en la cima de la montaña Namsan; se considera un
sitio turístico popular que ofrece vistas de la ciudad de Seúl,
frecuentado por las parejas que acostumbran a dejar un candado
como símbolo de su amor.
tteok-bokki (떡볶이): aperitivo de arroz picante.
wang donkatsu (왕돈까스): «rey donkatsu», una chuleta de cerdo
gigante rebozada.
yeo-chin (여친): abreviación del término yeoja chingoo (여자 친구) de
la jerga coreana, que literalmente signi ca «novia».
yeot (엿): una variedad de hangwa (dulce tradicional coreano). Puede
hacerse con arroz al vapor, arroz glutinoso, sorgo, maíz, papa dulce
o cereales variados.
yeowu (여우): zorra, también signi ca «astuta» o «bonita» cuando se
hace referencia a una mujer.
yeowu guseul (여우구슬): perla de una zorra/gumiho.
yogoe (요괴): monstruo, demonio.
NOTAS

En Corea, cuando las mujeres se casan, ellas no toman los


apellidos de sus esposos. Por eso la madre de Somin tiene un
apellido diferente (Moon, en vez de Lee).
En Corea, una persona tiene un año de edad cuando nace, y
todos cumplen dos al año siguiente. Por lo tanto, aunque Jihoon,
Miyoung y Somin se consideran a sí mismos como adolescentes
de dieciocho años, en realidad tienen diecisiete
cronológicamente. Todos ellos cumplirían diecinueve años (edad
coreana) el año entrante.
Los bujeoks contienen letras o patrones y se cree que cargan el
poder necesario para ahuyentar fantasmas malignos y prevenir
calamidades. En la religión popular coreana, las láminas que
funcionan a modo de amuletos se hacen, en general, pintando
letras o imágenes en rojo en una hoja de papel amarillo. Hoy en
día, estos talismanes están hechos con letras desordenadas, las
cuales se combinan para crear formas abstractas en un trozo de
papel. Los bujeoks se suelen utilizar antes de un examen
importante o antes de una entrevista.

También podría gustarte