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1 La Maldicion de La Gumiho - Katherine Cho
1 La Maldicion de La Gumiho - Katherine Cho
Esta es una obra de cción. Todos los personajes, las organizaciones y los hechos que
aquí se mencionan son producto de la imaginación de la autora o bien se usan de forma
cticia.
Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización
escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la
reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos
la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares
mediante alquiler o préstamo públicos.
ISBN: 978-987-4132-30-7
PARA MI MAMÁ Y MI PAPÁ, KELLO KATIE Y DAVID YOUNG CHO. USTEDES ME ENSEÑARON LO QUE ES EL
AMOR.
1
L A RELACIÓN DE GU MIYOUNG CON LA LUNA ERA COMPLICADA, TAL como lo son las
relaciones centradas en el poder.
Sus músculos vibraron con anticipación mientras se balanceaba en el
borde del techo. La luz de la luna hacía que le picara la piel, como si una cuerda
se estirara hasta quedar muy tensa. Respiró profundamente para calmar su
corazón acelerado, y el hedor de la basura podrida llenó sus fosas nasales.
Su madre le había dicho que fuera agradecida por el poder de la luna. Le daba
fuerza, pero, a veces, a Miyoung le molestaba ser fuerte.
La joven inspeccionó las calles de abajo. Las farolas estaban quemadas,
probablemente desde ya hacía un rato. Pero no le importaba. Ella veía fácilmente
en la oscuridad, como la mayoría de las personas lo hacía a plena luz del día. En
su opinión, las luces rotas solo colaboraban con la estética de los edi cios. Las
grietas surcaban las fachadas desmoronadas, decoradas con oraciones de moho.
Tal vez, las almas más optimistas podrían llegar a ver una belleza extraña en ese
patrón, pero Miyoung no.
Sacó su teléfono móvil y marcó uno de los dos números guardados.
—¿Lo has encontrado, seonbae? —preguntó Nara al atender.
La manera en la que ella tartamudeó «seonbae» hizo que el respetuoso título
sonara extremadamente formal. Como si le estuviera hablando a alguien mayor
que la doblara en edad, en vez de a Miyoung, que solo tenía un año más que ella.
Pero sabía que Nara usaba el título por múltiples razones, una de ellas era que su
nombre ni siquiera había sido Gu Miyoung hacía dos semanas.
—Lo rastreé hasta el mismo callejón. Ha estado viniendo aquí toda la semana,
aunque aún no he podido averiguar cuál es el departamento que ha estado
frecuentando.
—Traté de usar la aplicación de localización de teléfonos móviles —dijo Nara
servicialmente—. Dice que estás justo encima de él. ¿O esa es tu locación? Haz
clic en tu GPS.
Miyoung quería decirle a Nara que se mantuviera conectada con los espíritus,
pero, en lugar de eso, deslizó su pantalla y encendió la opción de rastreo.
—Espera, ahora apareces duplicada —Nara sonaba confundida y su voz se
convirtió en un murmullo apagado. Miyoung puso los ojos en blanco mientras se
mordía la lengua. No serviría gritar. Nara se ponía nerviosa por naturaleza, un
efecto secundario de su capacidad de ver fantasmas desde el momento en que
nació.
Además, ella sabía que Nara tenía buenas intenciones. Sin embargo, Miyoung
no necesitaba buenas intenciones. Necesitaba un blanco.
Para dejar de caminar, se sentó en el borde del techo y dejó que sus pies
colgaran sobre la caída de seis pisos. El hecho de alcanzar un terreno elevado le
permitía vigilar el área, así como a su presa.
De todas formas, solo lo había visto a la distancia, luego de seguir la vaga
descripción de Nara.
Miyoung cerró los ojos y contó hasta diez para calmar sus nervios.
Ante ella se veía el paisaje urbano de Seúl. Los rascacielos de Cheongdamdong,
una meca del entretenimiento y del glamur, el hogar de la moda y el K-pop. La
altura creciente del 63 Building, un símbolo de modernización de la ciudad
capital, ubicado junto al río Han como si fuera un centinela. Y las luces de la
Torre Namsan, donde los amantes y los turistas van para ver el mundo a sus pies.
Miyoung hizo una mueca de desprecio al ver su calzado desgastado, colgando
sobre un callejón lleno de basura.
—¿Qué está haciendo aquí? —masculló Miyoung, sobre todo para sí misma,
pero Nara respondió.
—El espíritu dice que se dirige ahí todas las noches. Su muerte fue demasiado
violenta. —Las palabras de la otra chica se volvieron oscuras—. Ella necesita
justicia antes de pasar a la otra vida.
Miyoung no estaba segura de si lo que ella hacía era justicia. Aun así, era mejor
que nada. Aparte, si tenía que matar, también podría ayudar a algunos fantasmas
rebeldes a superar sus rencores.
No era la primera vez que Miyoung se preguntaba si poner toda su fe en los
espíritus de Nara era una mala idea. No podía alimentarse sin el poder de la luna
llena. No, eso era una mentira. Ella no lo haría sin esa fortaleza.
La luna llena incrementaba los sentidos de Miyoung y le permitía absorber la
energía de los hombres, sin destrozarlos en el proceso. Entonces, si no se
alimentaba esa noche, tendría que esperar un mes más o… se convertiría en un
monstruo. Casi soltó una carcajada porque sabía que, aun cuando las presas que
elegía eran hombres despreciables, eso no signi caba que no fuera una asesina.
Pese a eso, no se rendiría a su instinto más básico, el que la quería ver
desgarrando carne. Descubriendo la energía escondida en las profundidades de
cada criatura viviente. Bebiendo esa energía, sin la necesidad de la luna para
canalizarla.
No, lo aferraría tan suavemente como pudiera y ngiría ser una asesina
benevolente.
Había fallado en esta tarea una sola vez y se había negado a alimentarse de otra
manera, incluso cuando su madre le rogó que lo hiciera. Esa fue la única vez que
había rechazado una petición de su madre. Durante los días siguientes, el cuerpo
de Miyoung había comenzado a debilitarse y no se había recuperado hasta que se
alimentó en la siguiente luna llena. Por eso su madre tenía reglas. Una de ellas era
«nunca dejes pasar una cacería».
Pero Nara era una joven chamana, muy dotada, capaz de contactar espíritus a lo
largo del país. No importaba a dónde se mudara Miyoung, Nara siempre había
podido encontrarle víctimas en cada luna llena, sin excepción. Era una de las
aliadas más útiles que alguien podría tener.
—¿Seonbae?
—¿Qué? —preguntó Miyoung, tal vez demasiado brusco.
—Ten cuidado esta noche. Este mes, muchos hogares han expulsado a los
espíritus malos durante el ritual de Sangdalgosa. Podrían estar vagando.
Molesta, Miyoung se puso de pie para caminar de nuevo.
—No me asustan unos pocos espíritus.
Miyoung miró hacia abajo al escuchar el sonido de una puerta que se abría con
un chirrido. Distinguió los sonidos de la risa y la música del interior antes de que
la puerta se cerrara. Era una suerte de discoteca clandestina. Un hombre salió. Era
bajo y regordete, su cabeza pálida bajo la luna brillante. Ella reconoció el tatuaje
que se asomaba a través del cuello ancho de su camisa: una araña de gran
tamaño. Probablemente, pensó que lo hacía parecer duro, pero solo acentuaba su
cuerpo envejecido de todas las formas equivocadas.
—Lo encontré. Te llamo después. —Miyoung colgó y dio un paso al vacío.
Aterrizó ligeramente en el suelo y provocó una nube de polvo y hedor.
El hombre iba a los trompicones por su ebriedad; Miyoung le siguió el ritmo.
Mientras se alejaba de las sombras, exionando los músculos y preparándose para
matar, él dejó caer una botella de soju de sus manos. Maldiciendo, hizo una
mueca hacia los cristales rotos. Miyoung se ocultó. Fue una reacción rápida, pero
innecesaria. No importaba si él la veía. No le contaría a nadie lo que sucediera
esa noche, excepto a otros espíritus.
Estaba tan enfrascada en sus re exiones que no se dio cuenta cuando el hombre
comenzó a caminar de nuevo por las calles estrechas, dirigiéndose a la
civilización. Se maldijo por haber esperado y recordó otra de las reglas de su
madre: «encuentra un lugar privado para matar».
El olor salado de jjigae hirviendo y el aroma chamuscado de carne frita la
rodeaban en forma de humo y vapor. Bombillas desnudas colgaban de las
esquinas de las gacetas de comida. Sus luces radiantes la distraían y no la dejaban
enfocar su mirada en el yeso agrietado y deteriorado de los edi cios lejanos.
Acababa de mudarse aquí y ya había decidido que no le gustaba el lugar. Había
vivido en Seúl antes, entre los altos rascacielos del distrito concurrido de
Gangnam, o en la sombra del antiguo palacio del barrio Samcheongdong. Pero
este nuevo vecindario no era ni novedoso ni signi cativamente histórico. No tenía
nada llamativo. El aire estaba lleno con los aromas de Tteok-bokki picante y de los
apetitosos pasteles. Se le hizo agua la boca, a pesar de su desprecio por la comida
grasosa.
El hombre se detuvo en un puesto para observar un plato de ojingeo
deshidratado. Las piernas de los cefalópodos secos se torcieron, eran lo
su cientemente quebradizas como para partirse ni bien las tocabas. Duras y
frágiles al mismo tiempo… era una dicotomía que la hacía pensar a menudo. Si
alguien le arrancaba el corazón a Miyoung, probablemente sería un trozo
retorcido de carne. Y frágil, como el ojingeo.
El hombre rompió una de las ocho patas y se la metió en la boca.
—¡Ey! —gritó la ajumma encargada de la gaceta de comida—. ¿Vas a pagar por
eso?
Miyoung sintió que se estaba gestando una pelea y no tuvo paciencia para
esperar a que se resolviera. Así que rompió la última regla de su madre: «no dejes
que nadie te vea cuando estés de cacería».
—¡Ajeossi! —Miyoung deslizó su brazo y aferró el del hombre—. ¡Aquí estás!
—¿Lo conoces? —La ajumma miró a Miyoung de arriba abajo.
—Por supuesto, lo siento por eso. —Dejó un billete rosa sobre la mesa—. No
necesito cambio.
—¿Quién eres? —El hombre la miró con los ojos entrecerrados mientras ella se
lo llevaba.
Miyoung hizo un gesto ante el olor fuerte a soju en su aliento.
—Ha pasado tanto tiempo. Eras un amigo de mi padre. —Se desviaron hacia
una calle menos poblada. Los árboles se alzaban al nal de la acera. Serían un
refugio perfecto.
—¿Quién es tu padre? —Puso los ojos en blanco, como si estuviera buscando el
recuerdo en su cerebro.
Miyoung casi le dice «buena pregunta». Nunca había conocido a su padre. Así
que lo sacó de su imaginación mientras comenzaba a subir por un camino de
tierra. Los árboles se alzaban alrededor de ellos. Al principio, dispersos; luego, se
fueron espesando al adentrarse cada vez más en el bosque, alejándose del camino
principal.
—Fueron a la escuela secundaria juntos. Yo te conocí hace unos años. Has
venido a mi casa y mi madre nos preparó japchae. —Miyoung utilizó cualquier
dato aleatorio que se le viniera a la mente. Serpenteó entre los árboles hacia los
senderos más profundos.
Su plan de llevarlo más lejos se arruinó cuando él prestó atención a su
alrededor.
—¿Dónde estamos?
Miyoung maldijo.
—¿Qué está ocurriendo? —El hombre tiró de su brazo, dio un giro y corrió,
claramente desorientado o ya sabría que se estaba enterrando en las
profundidades del bosque. Miyoung casi sintió lástima por el viejo tonto. Apenas
había dado unos pasos, cuando Miyoung lo atrapó por el cuello. El hombre gritó y
luchó para liberarse.
Ella lo empujó contra el tronco de un fresno, para luego envolver sus dedos
alrededor de su gran cuello. Dio una probada de su sufrimiento al extraer un poco
de su gi, la energía que emana de todos los seres vivos. La energía que necesitaba
robar para volverse inmortal.
—¿Qué quieres?
En vez de responderle, Miyoung sacó su teléfono móvil.
La cara de Nara apareció en la pantalla: un simple óvalo con un equillo que
rozaba su piel pálida. Sus ojos se agrandaron con preocupación. Había ojeras
debajo de ellos, un recuerdo de las últimas noches de insomnio. Se había
quedado despierta para ayudar a Miyoung a vigilar a su presa.
—¿Lo atrapaste?
Giró el teléfono hacia el hombre asustado. La vista que tenía frente a él lo sacó
de su conmoción. Sus ojos se posaron en Miyoung: una joven de dieciocho años
con extremidades largas, cabello oscuro y rostro con forma de corazón. Se relajó
visiblemente al verse complacido por su belleza. Eso solo hizo que ella sintiera
aún más lástima. El ingenuo no sabía que la belleza era el mejor camu aje para
un monstruo.
—¿Es él? —Miyoung ignoró la mirada morbosa del hombre. Ya estaba más que
acostumbrada a ellas.
—Sí. —Miyoung asintió y colgó.
—¿Quién era? —El tono de demanda del hombre era violento, ya que creía que
no estaba en verdadero peligro. Sus víctimas siempre cometían ese mismo error
todos los meses, como si fueran parte de un mecanismo de relojería.
—Una chamana —respondió Miyoung, porque ya no importaba más lo que
dijera. Además, dejando de lado sus mórbidas intenciones, ella era una buena
chica coreana, a quien le enseñaron a respetar a sus mayores.
—Es decir, ¿una adivina embaucadora? —Escupió el hombre.
—La gente ya no tiene respeto por las viejas costumbres. —Miyoung chasqueó
la lengua con desilusión—. Los chamanes de verdad hacen más que leer la
fortuna. Pueden comulgar con los espíritus. Y me re ero a los muertos, como la
chica que mataste el mes pasado.
El hombre empalideció de pronto.
—¿Cómo lo sabes?
—¿No te arrepientes de lo que hiciste? —preguntó Miyoung, como si la pregunta
fuera retórica. Pero realmente esperaba una señal de arrepentimiento.
Como siempre, terminó decepcionada.
—¿Por qué debería lamentarme? Fue su culpa. —Su rostro se volvió de un rojo
intenso—. Tendría que haberse quedado callada. Yo solo traté de que no gritara.
—Entonces, has tomado una decisión. Y yo acabo de tomar la mía.
Miyoung sintió la luna y la oyó susurrándole. Le decía que se alimentara.
Dejó que su energía uyera para liberar una parte de su auténtica gura.
El hombre se quedó sin aliento.
Nueve colas, hechas de luz de luna y polvo, se entrelazaron detrás de ella.
En el último momento, antes de tomar una vida, sentía la necesidad de mostrar
su verdadero ser. No más mentiras o falsas apariencias. Ella sería lo último que
estos hombres verían antes de morir.
Lo agarró por los hombros, dejando que su gi la llenara hasta sentir una
vibración en los músculos. La luna la animaba a que lo soltara, para ceder el
control a sus instintos más básicos. Si le arrancaba el hígado, el proceso habría
acabado en segundos. A pesar de eso, Miyoung no estaba dispuesta a hacerlo. Y
así lo vio morir lentamente, aunque sin dolor, mientras extraía su gi poco a poco.
Tan simple como una persona que está quedándose dormida.
A medida que ella se llenaba, el hombre se desin aba como un globo que
pierde el aire. Amaba cómo la energía la satisfacía, incluso cuando se odiaba a sí
misma por ser un monstruo.
—¿Por qué haces esto? —La voz del hombre se tornó confusa.
—Porque no quiero morir. —Vio cómo la luz se desvanecía de sus ojos.
—Yo tampoco —murmuró justo antes de perder el conocimiento.
—Lo sé —susurró ella a la nada misma.
2
Era tan tarde que el sol apenas iluminaba las calles cuando Jihoon subía por la
colina hacia su casa. Más allá, se veía el bosque que bordeaba la ciudad, el cual
era acogedor durante el día. Familias y excursionistas solían frecuentarlo para
buscar un poco de naturaleza dentro de la bulliciosa metrópolis. De noche, sin
embargo, las ramas parecían más torcidas y las hojas temblaban al ver bestias
invisibles. Jihoon creció juntó a este bosque montañoso y nunca se había atrevido
a poner un pie allí luego de que cayera la noche. Un efecto secundario de las
fábulas que su halmeoni solía contarle acerca de goblins y fantasmas que salían
por la noche a comer niños malos.
—Llegas tarde, Jihoon-ah. Otra vez. —Una anciana estaba sentada afuera de la
tienda de vinos medicinales. Todo el mundo la llamaba Hwang Halmeoni. Era la
persona más vieja del vecindario, y ya había dejado de contar los años que tenía.
Lo último que supo fue que tenía noventa y dos.
—Fue un día largo. —Jihoon le guiñó el ojo.
—¿Estudiando o jugando? —La sonrisa de la Hwang Halmeoni indicaba
complicidad. Estaba sentada en una plataforma baja de madera, mientras pelaba
ajo en un tazón. El olor le escoció las fosas nasales a Jihoon.
—Jugando. —Sonrió—. Como siempre.
Ella chasqueó la lengua y se metió un diente de ajo crudo en la boca. Jihoon
odiaba cuando estaban crudos, pero su propia halmeoni decía que eran buenos
para la salud. Cuando ella tendió su mano, él aceptó obedientemente un poco.
—¿Cuándo va a hacerme el hombre más feliz del mundo y a casarse conmigo?
Ella se río entre dientes y sus ojos desprendieron un brillo particular.
—Tu labia te dará problemas algún día.
—Ya lo ha hecho. —Jihoon guiñó otra vez—. Muchas veces.
—Deja de dar vueltas. Tienes que volver a tu casa y responderle a tu halmeoni.
Jihoon suspiró porque sabía que tenía razón. Hizo una pequeña reverencia,
cruzó la calle oscura hacia el restaurante de su halmeoni y se deslizó en silencio
hasta el departamento del segundo piso. Se quitó el calzado y lo colocó
cuidadosamente al lado de los zapatos desgastados de su abuela. Una pequeña
gura corrió por el pasillo con un ladrido agudo.
—¡Dubu! Shhh. —Intentó silenciar a la diminuta bola de pelo. Ella lo ignoró y
saltó sobre sus piernas para exigir sus caricias diarias.
Jihoon se estremeció cuando una puerta se abrió.
—¡Ahn Jihoon! —gritó su halmeoni—. Estaba a punto de llamar a la policía para
que te busquen por todo Corea.
Jihoon se inclinó a modo de arrepentimiento.
Ella había sido bonita una vez. La prueba estaba en las viejas fotos en blanco y
negro de su mesita de noche. Ahora, la preocupación y la edad surcaban su
rostro. Era una mujer pequeña, que solo llegaba hasta la altura del hombro de
Jihoon, pero él se encogió ante su ira.
—Halmeoni, no deberías ponerte nerviosa. Por tu presión arterial alta,
¿recuerdas?
—¿Dónde has estado? —preguntó severamente.
—Ya sabes dónde. —Jihoon no se molestó en inventar excusas vacías.
Su abuela chasqueó la lengua en desaprobación.
—Eres un chico tan inteligente y lo único que haces es desperdiciar el tiempo
con esos juegos. No te estoy pidiendo que ingreses a una de las tres universidades
más prestigiosas de Corea del Sur. Simplemente quiero que estudies algo. Tu
madre se casó justo después de graduarse, por eso quedó desamparada y sin tu
padre.
Jihoon negó con la cabeza ante la mención de sus padres.
—No necesito ir a la universidad para ayudarte en el restaurante —dijo él—. Tal
vez me convierta en un jugador de videojuegos famoso y luego te compre una
mansión. De cualquier manera, solo quiero quedarme aquí contigo, no ir a un
instituto lujoso.
Su halmeoni arrugó el rostro y cambió su táctica.
—Fui a ver a una chamana. Dijo que algo está oscureciendo tu alma.
—No tendrías que darles tu dinero a esas personas, son solo unos estafadores.
Los únicos espíritus con los que hablan están en una botella. —Jihoon pretendió
tomar un trago.
—Dijo que pronto verás oscuridad. ¿No sabes a qué se re ere?
Jihoon se encogió de hombros y entró a la cocina para evitar la conversación.
Cada vez que su halmeoni vociferaba acerca de su alma, el estómago se le
retorcía.
Esperaba que a ella no se le ocurriera exorcizarlo de nuevo.
—Si sigues pasando tanto tiempo en la computadora, te arruinarás los ojos. —
Ella lo siguió hasta la cocina. No estaba lejos porque el departamento era tan
pequeño como un sello postal.
—No puedo perder mi visión o, de lo contrario, no podré ver tu hermosa cara.
—Jihoon le dedicó uno de sus gestos pícaros y los labios de su halmeoni se
contrajeron. Contuvo su sonrisa y le lanzó una mirada fulminante en su lugar.
—No me vengas con tus halagos. ¿Crees que soy una tonta que caerá rendida
ante unas lindas palabras?
—Nunca pensaría eso. Mi halmeoni es la mujer más inteligente del vecindario.
Probablemente de todo Seúl. —Jihoon la envolvió con sus largos brazos y le dio
un fuerte abrazo.
Resopló resignada. Le dio una palmada rme en la espalda antes de soltarse de
su agarre.
Tomó su mano y colocó un papel amarillo en ella. Se destacaban unos brillantes
símbolos rojos contra el fondo. Él lo reconoció como uno de los talismanes que
colgaba dentro de la puerta principal.
—¿Para qué sirve? —Jihoon lo sostuvo con dos dedos, como si fuera una cáscara
de banana podrida.
—Es un bujeok, un talismán que me dio la chamana. Sirve para alejar al mal.
Guárdalo contigo.
—Esto es ridículo.
—Dices que soy inteligente, así que haz lo que te pido. —Ella dobló sus dedos
alrededor del papel.
—Bien. —Finalmente cedió y se lo guardó en el bolsillo.
—Buen chico. —Palmeó el trasero de su nieto en aprobación—. Ahora come tu
cena antes de que se enfríe. Después saca a la perra.
Goguryeo.
Allí vivía una zorra, de más de quinientos años, que observaba las
príncipe Jumong, el nieto del dios del agua Habaek, famoso por sus
habilidades de caza, no pudo dar con ella. De las cien echas que
disparó, golpeó a sus objetivos las cien veces, hasta que se encontró
Ella deambulaba por las tierras de caza del príncipe Jumong todos
los días. Sus razones no eran del todo conocidas. Algunos decían que
de los ancestros?
Una bella mujer, amada por cualquier hombre que la conociera, pero
Así que ella caminó por la Tierra, sola. No del todo humana, pero
J IHOON DURMIÓ DE MÁS. NO ERA ALGO QUE LE MOLESTARA, excepto que era sábado y
se suponía que debía ayudar en el restaurante.
Se arrastró por el pasillo para ver cómo estaba Dubu. Yacía acurrucada
en su pequeña cama. Con un gemido bajo, ella trató de acercarse a él.
—Oh, eres una niña muy valiente —canturreó Jihoon, dándole un dulce abrazo.
Todavía no sabía con seguridad si estaba enojado con Dubu o aliviado de que
estuviera bien. Probablemente fuera una mezcla de las dos.
Había estado despierto la mitad de la noche con pensamientos de goblins y
gumihos. Su halmeoni solía contarle historias sobre los dokkaebis, que
acostumbraban a engañar humanos, y sobre zorras de nueve colas, que comían
los hígados de sus víctimas. Eran relatos horrorosos, camu ados como fábulas
para enseñar lecciones. Pero ese tipo de historias debían permanecer en los libros,
no cobrar vida y estrangular a Jihoon hasta la muerte.
Había tratado de convencerse a sí mismo de que la noche anterior había sido
solo una intensa alucinación. Pero no podía ignorar el magullón en su sien, que le
recordaba claramente el momento del golpe que se dio con la cabeza de la chica.
Y esa piedra peculiar que había salido de su interior... Los dedos aún le
hormigueaban, como si le hubieran succionado la energía de su cuerpo.
Cuando Jihoon se arrastró por la escalera trasera, el sonido del ajetreado
restaurante lo recibió.
Unas voces se elevaron desde la habitación posterior, pero las ignoró hasta que
las palabras ataque de animal lo frenaron en seco.
—Gracias por venir a avisarnos, o cial Hae —dijo su halmeoni.
—Detective.
—Disculpe, detective Hae.
—Estamos informando a los departamentos y negocios vecinos para que puedan
estar alerta. Parece que un lobo o un perro salvaje ha bajado de la montaña, así
que tengan cuidado.
Jihoon se congeló mientras absorbía las palabras. ¿Un ataque animal? ¿Como el
de un zorro?
—Le haremos llegar esta información a los clientes —dijo ella al abrir la puerta
—. Venga en cualquier momento, si está de humor para una buena comida
casera.
La puerta se cerró y Jihoon escuchó a su halmeoni dirigirse a la cocina de
adelante.
Se preguntó si el ataque podría estar relacionado con esa chica.
En realidad, no debería preocuparse por ella. Le había advertido que no hablara
de la noche anterior, por lo que sería más fácil si la olvidaba por completo.
Cuando entró en la habitación de atrás, Somin se abrió paso a través de la
puerta de la cocina, mientras balanceaba una bandeja de platos sucios. Su
camiseta estampada y sus jeans rotos estaban cubiertos por el delantal del
restaurante, que le llegaba hasta las rodillas.
—¿Qué estás haciendo aquí? —Jihoon parpadeó sorprendido.
—Tu halmeoni dijo que estabas durmiendo como un muerto. No quería
despertarte, entonces llamó a mi madre y a mí. Hay un movimiento de locos por
aquí.
No había ninguna acusación en la voz de Somin, pero sus hombros se
encogieron de culpa.
Jihoon había ayudado en la cocina del restaurante desde que era pequeño. Solía
sentarse durante horas, cortando las colas de los brotes de soja y cerrando la masa
de los dumplings. Ahora tenía el honor de ser parte del personal de camareros y el
repartidor.
—Iba a llamarte —dijo Jihoon, golpeteando un cucharón contra el mostrador
mientras consideraba lo que estaba por decir.
Somin siempre estaba disponible cuando él necesitaba hablar con alguien. Y
luego de lo que había pasado, de nitivamente lo necesitaba. Como habían
crecido juntos, Somin también había escuchado todas las fábulas de la halmeoni.
Pero la amenaza de esa chica seguía rme en su cabeza: «No le dirás a nadie lo
que has visto esta noche».
Entonces, en lugar de eso, preguntó:
—¿Alguna vez has creído en los dokkaebis?
Somin lo pensó durante un momento. Ella era alguien que tomaba las preguntas
de sus amigos muy en serio.
—Claro, cuando era pequeña. He oído que ahora hay una aplicación que les
habla a los niños con voz de dokkaebi para asustarlos y que coman sus vegetales.
—Me re ero a los verdaderos, no a los dokkaebis que nuestros padres usaban
para atemorizarnos.
—Jihoon-ah, sabes que no son reales, ¿verdad? —Somin se echó a reír, y
provocó un sonido que alteró los nervios de Jihoon. De todos modos, se puso
seria al ver la expresión de su amigo.
—Pues, claro que lo sé —dijo Jihoon con rmeza, tratando de convencerse a sí
mismo de sus propias palabras.
—Sabes que puedes decirme si tienes problemas. —Somin inclinó la cabeza—.
O si estás delirando.
—¡Ey! —protestó Jihoon, lanzándole el cucharón.
Somin lo agarró en el aire. Siempre había sido la más atlética de los dos.
Jihoon dejó caer su cabeza sobre el mostrador, derrotado. ¿Cuál era el punto de
resolver todo este enigma? Él nunca volvería a ver a esa chica.
—Necesito cafeína.
—Bueno, tienes suerte. —Somin sacó un paquete de café instantáneo del
bolsillo de su delantal. Jihoon se alegró al escuchar el sonido del papel
rasgándose.
—¿No puedes encontrar una forma de inyectarlo directamente en mis venas? —
Somin usó el paquete vacío como un agitador improvisado. Jihoon tomó la taza
con gratitud. El café le quemó la lengua, pero no le importó—. Eres una diosa —
dijo con un suspiro de satisfacción—. Algún día construirán templos en tu honor y
santuarios a tu imagen y semejanza.
—Ven al frente cuando te sientas completamente humano. —Somin se rio entre
dientes.
Cuando Jihoon entró en la cocina, Moon Soohyun, la madre de Somin, estaba
discutiendo con la halmeoni sobre los condimentos.
—Señora Nam —dijo ella—. Si agrega demasiada salsa de pescado, se arruinará
el sabor. —Hizo un gesto salvaje con su cucharón de madera y Somin se lo
arrebató de la mano antes de que hiciera caer una pila de ollas.
—He golpeado tu trasero con ese cucharón y puedo hacerlo de nuevo —dijo la
halmeoni.
—Señora Nam, todo el mundo ha amado su comida durante años. Pero debe
admitir que está envejeciendo, por lo que sus papilas gustativas y su visión no son
las mismas de antes. Esas dos cosas son las primeras en desaparecer con los años.
—No sé por qué sigo permitiendo que vengas. —La anciana se mofó del
comentario.
—Porque, en el fondo, me ama. —La madre de Somin sonrió.
—Acabo de acostumbrarme a tu presencia —murmuró la abuela de Jihoon—.
Has estado corriendo por este lugar desde que llevabas pañales junto a mi hija
Yoori.
El corazón de Jihoon se aceleró. No le gustaba que le recordaran cómo la madre
de Somin y la suya habían crecido juntas. Habían hecho todo de a dos: habían
jugado e ido al mismo colegio y hasta habían quedado embarazadas al mismo
tiempo. No obstante, la madre de Somin estaba allí y la suya se había ido.
—A mí me gusta cómo cocina. —Somin abrazó a la halmeoni—. Tal vez me
case con Jihoon-ah, así puedo disfrutar de su comida todos los días.
—¿Quién dice que me casaré contigo, Lee Somin? —Jihoon nalmente habló—.
Sabes que odio que otras personas me digan qué hacer.
—¡Jihoon-ah! —dijeron las tres, con diversos grados de afecto y regaño.
—Oh, miren a nuestro Jihoon. ¡Nuestro pequeño Hoonie! —La madre de Somin
le pellizcó la mejilla, con un destello diabólico en sus ojos. Él se lo permitía
porque era ella y, por eso, se aprovechaba—. Tiene suerte, señora Nam. Con un
nieto que puede llegar hasta los estantes altos, se ahorra bastante dinero en
escaleras.
Él contuvo una carcajada.
—Deja de molestarlo —dijo su halmeoni.
La madre de Somin soltó a Jihoon, pero no estuvo libre por mucho tiempo. Su
abuela le examinó el rostro y sus ojos se enfocaron en el magullón de su sien.
—¿Qué te sucedió?
—Nada —dijo Jihoon con rapidez. Él solo podía pensar en las supersticiones de
su halmeoni. ¿A dónde la llevarían si se enterara de lo que había sucedido la
noche anterior?
Ella lo miró con tanta dureza que prácticamente escuchó todos sus
pensamientos. Deliberó acerca de si insistir o no sobre el tema. Por suerte, dejó
pasar lo de su barbilla.
—Anoche tuve un sueño sobre un cerdo —comentó ella.
Jihoon miró a Somin para buscar una explicación, pero ella se encogió de
hombros como respuesta.
—Eso trae buena fortuna. Así que ustedes dos deberían seguir estudiando
mucho. —La anciana movió el cucharón entre Somin y Jihoon.
—Sí, halmeoni. —Hicieron una reverencia al mismo tiempo.
—Coman yeot. Hará que el conocimiento se les quede.
—Sí, halmeoni.
—Ten, lleva esto a la mesa tres. —La anciana le entregó a su nieto una bandeja
con guisos, todavía estaba hirviendo en las ollas de piedra.
—Después regresa aquí. Terminaré de arreglar la sazón de este platillo para que
lo lleves a la mesa seis —dijo la madre de Somin antes de reanudar sus disputas
con la halmeoni.
Somin puso los ojos en blanco y le dedicó a Jihoon una sonrisa mientras recogía
otra bandeja.
Jihoon la siguió, al n agradecido por el caos que era su vida. Al nal de la hora
del almuerzo, casi se había olvidado por completo de las chicas zorro y de los
goblins.
uando la primera gumiho estaba por cumplir mil años, el reino
inmortalidad.
la gran pagoda imperial del dragón con nueve niveles. Era el edi cio
Buda y Silla.
E RA LUNES POR LA MAÑANA Y LA SEÑORITA KWON CALMÓ A LA clase para dar inicio
a la jornada. Cuando todos se acomodaron, ella no se lanzó a hablar de
los anuncios matutinos de inmediato. En cambio, se aclaró la garganta y
echó un vistazo a algo escrito en su cuaderno.
—Tenemos una estudiante transferida el día de hoy: Gu Miyoung. —La profesora
hizo un gesto hacia la puerta abierta.
La joven se movió en silencio hacia el interior del aula. Eso fue lo que Jihoon
notó primero.
El shock de verla una vez más hizo que se levantara a medias de su asiento. En
las docenas de veces que había pensado en ella durante el n de semana, nunca
imaginó que haría algo tan aburrido como asistir a clases. Sin mencionar que
estaba en su mismo colegio.
Su rostro era impresionante a la luz del sol, con todos sus ángulos y planos.
Tenía una nariz recta y los ojos oscuros, enmarcados con largas pestañas y cejas
curvadas. Los chicos del curso se enderezaron, como si fueran títeres y sus hilos
se hubieran tensado.
—Preséntese. —La señorita Kwon invitó a Miyoung a dar un paso adelante.
—Me llamo Gu Miyoung. —Hizo una reverencia—. Mi madre y yo nos
mudamos recientemente a Seúl. Por favor, no sean malos conmigo. —Era una
introducción genérica de cualquier alumno nuevo, pero la forma en que lo dijo
fue como una advertencia: «Manténganse alejados de mí». Sus ojos estaban serios
mientras barrían la habitación. Jihoon esperó ser encontrado. Pero ella ni siquiera
se detuvo cuando lo vio.
—Creo que estoy enamorado —susurró Changwan.
—Deja de babear —dijo Jihoon, sin mirar a su amigo. Estaba demasiado
ocupado observando a Miyoung, quien se negó a devolverle la mirada.
—Puede sentarse junto a Lee Somin —dijo la señorita Kwon.
Miyoung tomó asiento, agachó la cabeza y frustró los intentos de Jihoon por
llamar su atención.
La señorita terminó de dar los anuncios matutinos justo cuando sonó la
campana. Tan pronto como se fue, la habitación estalló con las voces de los
estudiantes. En cada período, mientras los profesores se trasladaban de un aula a
la otra, los chicos aprovechaban ese tiempo de libertad para chismear y comer
bocadillos prohibidos que tenían escondidos.
Jihoon aprovechaba esos minutos para eso último. Sin embargo, esta vez se
apartó de su escritorio para acercarse a Miyoung.
Pero Baek Hana se le anticipó.
—Así que… una estudiante nueva —dijo Hana. Ella era bonita, de una manera
tradicional: cara ovalada, nariz coqueta y labios pequeños y rosas. Su equillo
recto estaba perfectamente arreglado y su falda plisada, perfectamente planchada.
A Jihoon le hacía acordar a las muñecas de porcelana, suponiendo que tuvieran
ojos juiciosos y lenguas a ladas—. ¿De dónde eres?
Miyoung tardó tanto en responder que parecía que intentaba ignorar la
pregunta.
—Provincia de Jeolla del Sur —contestó nalmente.
—Pero ¿de qué parte?
—La ciudad de Gwangju. —Otra respuesta seca.
—Tengo primos en Gwangju. —Hana sonrió, aunque su expresión no denotaba
amabilidad—. Eres muy bonita. ¿Quién fue tu cirujano plástico?
Jihoon puso los ojos en blanco ante tal comentario desubicado. Todos sabían
que Hana les había rogado a sus padres que le permitieran someterse a una
cirugía de doble párpado. Ellos se habían negado, aunque eso no signi caba que
ella estuviera por encima de las cirugías plásticas. Jihoon vio cómo se apretaban
las manos de Miyoung y se preguntó si ella se contenía así para salvar a Hana de
un merecido puñetazo en la boca.
—¿Necesitas algo, Hana-ya? —preguntó Somin, y la mitad de la clase se quedó
en silencio. Algunos se acomodaron para el show.
Hana sintió vergüenza al estar bajo la mirada de Somin. Jihoon no solía
encontrar placer en la incomodidad de los demás, pero tuvo un sentimiento de
satisfacción cuando los ojos de Hana se movieron de un lado a otro, entre Somin
y Miyoung. Parecía que estaba analizando si seguir molestando a su nuevo
objetivo o preservar su pellejo.
Hana levantó la barbilla y Jihoon no pudo evitar pensar que había tomado la
decisión equivocada.
—Estoy saludando a la chica nueva.
—Bueno, ya lo hiciste. Deberías ir a sentarte antes de que llegue el profesor.
—Claro, como sea. —Hana se encogió de hombros con un movimiento brusco,
llena de nervios. Todos sabían que no era buena idea cruzarse con Somin.
—No pedí tu ayuda —dijo Miyoung, provocando que todos se giraran para
observarlas con sorpresa.
—¿Disculpa? —preguntó Somin, y Jihoon tuvo la impresión de estar ante dos
fuerzas poderosas, mientras se empujaba una contra la otra.
—De ahora en adelante, mantente fuera de mis asuntos —replicó Miyoung en
voz baja, pero se escuchó claramente en el aula silenciosa.
Jihoon observó cómo se exionaba la mandíbula de Somin, como si estuviera
reprimiendo una respuesta mordaz. Pero él la conocía. Rara vez lograba controlar
su temperamento.
Era como si toda la clase estuviera conteniendo el aliento, esperando que la
densa tensión del aire se desvaneciera.
En ese momento, la puerta se abrió y el profesor de matemáticas, el señor Hong,
entró.
Esperar a Yena era un in erno. Este era un récord para Miyoung: que la enviaran
con el subdirector en su primer día de clases. Mientras tanto, estaba parada afuera
de la o cina de los profesores mientras esperaba a su madre. Si esa llegada
inminente no era su ciente, también estaba en el lugar perfecto para que los
demás la miraran descaradamente cuando pasaban caminando.
Más que nada, eran miradas furtivas que le lanzaban antes de regresar a las
aulas. Miyoung se mantuvo quieta. Sabía que la mejor reacción era no reaccionar.
De todas formas, podía escuchar con claridad partes de algunas conversaciones.
Escuchó las palabras violenta y fenómeno. Sin lugar a dudas, ese no estaba siendo
su mejor comienzo escolar. Y ella era muy buena para medir eso. Había estado en
una docena de colegios y, en cada uno, había probado que todos los estudiantes
eran iguales. Los chicos, sin importar dónde vivieran, solo querían encajar. Eso
signi caba que les gustaba ridiculizar a cualquier persona que no lo hiciera o no
pudiera. Adaptarse estaba prácticamente en contra de la composición genética de
Miyoung. Siempre que trataba de encajar en los moldes impuestos por la
sociedad, terminaba saliéndose. Era como una clavija en forma de zorro, que
estaba tratando de ajustarse en un agujero con forma humana.
Así que había dejado de intentarlo y había preferido mantener un per l bajo. Si
lograba mantenerse fuera del radar social y demostrar que no era interesante,
entonces sus compañeros la dejarían en paz.
Pero ella ya había ganado atención. Y peor aún, atención negativa. A los
estudiantes les encantaban los chismes sobre alborotadores. La primera
advertencia la tuvo cuando había hablado con Lee Somin esa mañana. No había
tenido intenciones de ser ruda, pero se había sentido muy molesta por haber visto
a Jihoon. Más tarde obtuvo un castigo frente a toda la clase y esa había sido su
segunda advertencia. La tercera fue meterse en una «pelea» en la clase de
educación física.
Había un hilo conductor que conectaba todo eso: Ahn Jihoon.
Ella lo vio caminar por el pasillo con sus amigos. El chico torpe, llamado
Changmin o Changwoo, le dedicó una rápida reverencia cuando la vio. Una
disputa mental cruzó por el rostro de Jihoon antes de acercarse a ella.
Miyoung entrecerró los ojos y sacudió la cabeza, claramente diciendo «Sigue
adelante». Así que Jihoon bajó los ojos y se alejó con prisa. Lee Somin lo siguió,
no sin antes fulminar con la mirada a Miyoung.
Se oía el taconeo de unos zapatos acercándose. Podrían ser de cualquiera, pero
Miyoung sabía que era Yena, incluso antes de levantar la vista.
Mientras los jóvenes ingresaban a sus salones, se veía cómo los cuellos se
estiraban. Hasta los profesores se detenían a mirar. Su madre no parecía darse
cuenta de sus docenas de admiradores. Sus ojos fríos solo veían a Miyoung, quien
se frotaba las sudorosas palmas en la chaqueta de su uniforme. Yena estaba
enojada. Miyoung enderezó sus hombros y apretó sus manos para ocultar su
inquietud.
Yena pasó junto a su hija sin decir ni una palabra y entró en la o cina donde el
subdirector la estaba esperando. Miyoung la siguió, con la cabeza baja.
El subdirector era un hombre grande que, de cierta forma, a Miyoung le recordó
a un rinoceronte.
—H-h-hola —tartamudeó, levantándose de su escritorio como si fuera él quien
acababa de ingresar a la o cina de Yena. Sus manos se aferraron a su chaqueta,
alisándola mientras recuperaba la compostura—. Usted debe ser la eomeoni de
Miyoung.
Una sonrisa se curvó en los labios de Yena, simpática y con un toque de
seducción. Miyoung odiaba esa sonrisa, aun cuando pasaba noches enteras
tratando de imitarla en el espejo de su baño. Cada vez que Yena la usaba, los
hombres hacían lo que ella quería, como si les hubieran lanzado un hechizo.
—Me siento honrada por tener la oportunidad de conocer a un hombre tan
importante como usted, subdirector —dijo Yena, con una voz suave como el
terciopelo. Miyoung se preguntó si las sirenas sonaban igual que ella—. Estoy
segura de que está demasiado ocupado como para lidiar con cosas tan triviales
como esta. —Movió la mano en dirección a Miyoung.
El hombre soltó una risita que era más adecuada para una niña. El sonido
alteraba los nervios de Miyoung.
—Oh, no. Es un placer para mí reunirme con los padres de un nuevo estudiante.
Siempre he dicho que es importante hacer el esfuerzo, ya que nuestros alumnos
son muy valiosos para mí. —Miyoung había visto una vez una caricatura en la
que un hipopótamo bailaba ballet en un intento extraño de lucir elegante. La
postura del subdirector le recordó exactamente a eso.
—Estoy horrorizada por el hecho de que mi hija haya hecho una escena en su
primer día. Debo asumir toda la responsabilidad. Después de todo, cuando un
hijo tiene un comportamiento de ciente, es un claro re ejo de sus padres. —Yena
dejó que le temblaran los labios y parpadeó como si estuviera conteniendo las
lágrimas. Sin embargo, cuando los abrió de nuevo, estaban despejados.
Miyoung casi frunció el ceño ante la actuación merecedora de un premio de su
madre.
—Oh, no, eomma de Miyoung, no debe pensar de esa manera. Estoy seguro de
que el hecho de mudarse en mitad del año escolar debió haber provocado un
gran estrés en nuestra Miyoung.
¿Eomma de Miyoung? ¿Nuestra Miyoung? Ella se mofó del tono familiar que usó
con su madre y estuvo a punto de aplaudir. Las habilidades de Yena estaban
surtiendo efecto rápidamente en el subdirector. Si le preguntaba ahora, era
probable que le asegurara tener aprobado su segundo año completo en el colegio.
—Bueno, no lo culparía si pusiera a mi preciosa hija en libertad condicional por
haber cometido violencia escolar. Confío en su buen juicio. Después de todo,
solo un hombre justo y honesto podría alcanzar una posición tan venerada. —
Yena sujetó la mano del subdirector.
Un rubor se extendió hasta el cuello del hombre.
—Bueno, es solo un pequeño error. Además, escuché que estaban jugando al
dodgeball, un juego muy violento por naturaleza. Nuestra Miyoung parece una
buena chica. La dejaré ir con una advertencia para que tenga más cuidado. ¿De
acuerdo, Miyoung-ah?
Miyoung pestañeó cuando se dio cuenta de que le estaban hablando a ella.
—Por supuesto, subdirector —dijo, esforzándose para que su voz sonara tan
dulce como la de Yena. En su lugar, las palabras le salieron entrecortadas.
—Mi querido subdirector. Es muy amable —dijo Yena, apretando su mano.
Miyoung pensó que se desmayaría en el acto.
Salieron juntas de la o cina. El silencio que las rodeaba era tan espeso que
Miyoung pensó que se ahogaría.
Una vez afuera, Yena ni siquiera miró a Miyoung cuando habló:
—Me decepcionas.
—Lo lamento, madre… —comenzó Miyoung, pero la mano de Yena se levantó
para silenciarla. Ella sabía que su madre nunca le pegaría, pero retrocedió de
todas maneras. En lugar de eso, Yena solo agitó su mano para detener un taxi.
—Te veré en casa —expresó Yena. Miyoung ni siquiera pensó en pedir que la
llevaran porque corría el riesgo de enojar aún más a su madre. Vio cómo Yena se
subía al auto y se alejaba.
Así era mejor. Además, tenía que hacer un recado.
Miyoung miró por la ventanilla del autobús. En el aire se sentía la tormenta que se
avecinaba.
Su estómago se revolvió cuando el vehículo pasó sobre un bache. Se sentía
inestable desde la pelea con ese dokkaebi. Ni siquiera sabía por qué se había
involucrado en una situación que no le incumbía. Tal vez porque se había
horrorizado al ver al goblin atacar a un humano. Incluso aunque ella misma había
asesinado personas, no le gustaba ver a un ser sobrenatural tomando la vida de
alguien inocente. A pesar de eso, Jihoon hizo todo lo posible para que Miyoung
cayera en la cuenta de que él no era tan inocente. La molestó todo el día, aunque
Miyoung sabía que la lucha con el dokkaebi era lo único que la hacía sentir
desequilibrada. Metió la mano en el bolsillo. Al rozarla, la perla se calentó contra
su piel, ajustándose perfectamente a la temperatura de su cuerpo.
Necesitaba volver a ponerla adonde pertenecía. Y para eso necesitaba ayuda.
Una hora después, se bajó del autobús. Las calles estaban llenas de gente y un
trabajador le golpeó el hombro cuando pasó corriendo. Por lo general, Miyoung
lo ignoraría, pero las náuseas se elevaron por su garganta a causa del choque.
Podía sentir la energía de ese hombre, como si el poder de la luna llena la
estuviera guiando, en lugar del sol ardiente en lo alto. Frunció el ceño mientras se
le humedecía la boca. ¿Qué sucedía? No debería tener hambre tan pronto.
Acababa de alimentarse.
Volvió a meter la mano en el bolsillo y frotó la perla. Sabía que todo esto debía
estar conectado. Rápidamente, dobló por un camino, que era más un callejón que
una calle, y se alejó de la multitud. Letreros con forma de sándwiches les
indicaban a los clientes que se dirigieran al segundo y tercer piso. Se ofrecían
desde fundas de teléfonos hasta makgeolli y masajes. Miyoung ignoró los
bastidores de ropa, colocados afuera para atraer a los posibles compradores hacia
las tiendas, que no eran más grandes que una alcoba.
En cambio, entró en un pequeño negocio. Por encima de él, el letrero decía
CHAMANA, 占.
Una nube de incienso la golpeó, pesada y dulzona.
Las mercancías se apoyaban en pilas elevadas. Cestas tejidas creaban pilares
frente a las ventanas y bloqueaban la luz del sol. Las mesas estaban llenas de
incienso, abanicos y pinturas. Platos de cobre, todavía en sus plásticos
protectores, estaban apilados en un mueble superior. A lo largo de la pared
colgaban pinturas hechas sobre papel grueso de color beige, que creaban un tapiz
de retratos dibujados a mano. Rojos audaces, negros, blancos brillantes y azules
profundos representaban las expresiones severas de una docena de hombres y
mujeres nobles. Miyoung evitó sus miradas oscuras.
–¡Eo-seo-o-se-yo! ¡Bienvenido! —canturreó una voz, que venía de la parte de
atrás.
Una joven apareció. Era baja y linda, y su cabello estaba acomodado en un
rodete desordenado. Su hanbok de lino estaba arrugado por la jornada laboral,
pero le quedaba muy bonito en su cuerpo delgado. Se detuvo en seco al ver a
Miyoung.
—Seonbae.
—Nara-ssi —respondió Miyoung—. Veo que estás haciendo un buen negocio.
—Hizo un gesto alrededor de la tienda vacía.
Nara frunció los labios, pero no la corrigió.
—Supongo que, como ahora estás de regreso en Seúl, puedes visitarme más a
menudo —dijo Nara—. Me recuerda a los viejos tiempos.
—Sí, bueno, mi madre y yo ya estuvimos mucho tiempo en el sur. Era tiempo de
hacer un cambio.
—La última vez que te fuiste de Seúl, no estaba segura de si alguna vez
volverías.
—Tenía que suceder con el tiempo. Seúl es enorme y es el mejor lugar para
perderse entre millones de personas.
Una incomodidad colgaba entre las chicas porque, incluso después de cinco
años, Nara no podía evitar intentar cruzar la brecha que Miyoung seguía
insistiendo en mantener.
—¿Tu halmeoni no está? —preguntó Miyoung.
Los ojos nerviosos de Nara se movieron hacia el techo. Miyoung supuso que la
anciana debía estar arriba de la tienda, en el apartamento. Ella sabía que Nara le
ocultaba su amistad a su halmeoni.
Existían historias en torno a la vieja chamana, que habían llegado a oídos de
Miyoung. La abuela de Nara era oriunda de la provincia de Jeju, donde la práctica
del chamanismo era algo común y corriente. Había rumores de que había
acabado con la vida de más espíritus y criaturas oscuras que cualquier otro
chamán de la ciudad. Claramente, no era fanática de gente como Miyoung, que
se aprovechaba de los humanos. Seres malignos.
—No debería quedarme mucho tiempo —dijo Miyoung—. Así que seré rápida.
Tengo un problema y necesito la ayuda de un chamán.
—Ven conmigo. —Nara la llevó a una habitación trasera, que estaba aún más
desordenada que la delantera. Los libros estaban apilados y las gruesas mesas de
roble sostenían las herramientas de un chamán: rollos de pergamino, cuencos de
bronce e incienso.
Nara se movía con facilidad a través del espacio abarrotado. Ella ayudaba a
dirigir la tienda de su halmeoni y sabía dónde encontrar lo que necesitaba en
medio del desorden. Era una chamana que había recibido el llamado a través de
la sangre y no a través de la típica posesión espiritual. El chamanismo era un
negocio y una tradición en su familia.
Mientras pasaban frente a una gran estantería, Nara dejó que sus dedos se
posaran sobre una foto enmarcada. Era lo único que estaba libre de polvo en el
estante saturado. Un hombre y una mujer sonreían a la cámara. Ambos acunaban
a un pequeño bebé. Eran los padres de Nara.
Habían muerto cuando ella era solo una bebé. Ahora, el chamanismo y su
halmeoni eran todo lo que tenía.
—¿Qué puedo hacer por ti, seonbae? —Nara habló con un ligero tartamudeo.
Sus ojos se movieron como si estuvieran buscando espíritus escondidos en las
sombras.
Miyoung se preguntó cuánto poder podría tener alguien tan tímido.
De hecho, lo más valiente que Nara había logrado había sido acercarse a
Miyoung. Cuando tenía doce años, era solo una niña pequeña con ojos grandes y
dedos inquietos. Casi no logró captar la atención de Miyoung, pero solo le bastó
susurrar la palabra «gumiho» para cumplir con ese cometido.
Ahora, Nara le proporcionaba hombres malvados a Miyoung para que ella
pudiera cazarlos cada mes. Y así darles paz a algunos de los espíritus que la
atormentaban.
A veces, Miyoung pensaba que eran una dupla extraña: dos inadaptadas que
nunca podrían encajar en los mundos en los que les había tocado nacer.
Nara miró a Miyoung con ojos expectantes, esperando a que hablara.
—Algo pasó después de la última luna llena. —Miyoung dudó, ya que siempre
estaba acostumbrada a guardar sus secretos. Tomó un abanico de bambú. El papel
de morera estaba pintado a mano con una delicada escena de montañas y
bosques; un tigre le sonreía mientras una urraca reclamaba su atención.
—¿Qué ocurrió? —Nara tenía los ojos muy abiertos.
—Me encontré con un dokkaebi en el bosque y me atacó. —Miyoung no sabía
por qué no estaba mencionando a Jihoon otra vez. Era la segunda vez que había
sentido la necesidad de mantenerlo en secreto.
—¿Estás bien? —Nara agarró las manos de su amiga.
Miyoung se liberó, pero no antes de que los ojos de Nara se pusieran borrosos.
Era la misma mirada que aparecía cuando sentía la presencia de espíritus. Ningún
pinchazo o codazo la traería de vuelta a la realidad antes de que estuviera lista.
Nara se tambaleó y casi chocó contra una gran estantería, que contenía tomos
con cubiertas de cuero, cuencos llenos de arena y pequeños trozos de incienso
quemado. En ese momento, sus ojos se aclararon.
—¿Qué has visto? —preguntó Miyoung.
—Sentí que algo me atravesó. —Nara murmuró las palabras como un canto
bajo.
—Pensaba que los fantasmas o los dioses no podían poseerte.
—En general, no. Mi halmeoni dice… —Nara se calló y sus ojos se posaron en
el suelo.
Miyoung sabía que las habilidades de Nara no eran normales, incluso para una
chamana. Su miedo a los fantasmas que la acosaban le di cultaba la tarea de
controlar sus habilidades. No era la nieta que uno esperaría de una poderosa
chamana, que había exorcizado a muchos espíritus malvados.
Nara siempre había tratado de alcanzar las altas expectativas que le imponían,
pero su familia nunca le había brindado el afecto que necesitaba. Esto era algo
que Miyoung sabía muy bien.
—No era un espíritu o un dios. Era un sentimiento, un desequilibrio. Un destello
del sol y luego, la oscuridad absoluta. —Nara habló mientras caminaba en
círculos y resolvía el rompecabezas en voz alta—. Algo se ha ido. Algo falta.
Miyoung contuvo el aliento.
—¿Qué has perdido? —preguntó Nara, mirando jamente la cara de Miyoung.
Sus ojos se estrecharon, como si la última pieza de su rompecabezas mental
estuviera por n encontrando su lugar—. Tu yeowu guseul.
—Sí —a rmó Miyoung. No tenía sentido negarlo. Era por eso que había ido allí
en primer lugar.
Los ojos de Nara se agrandaron como dos lunas llenas.
—¿Dónde está ahora?
—Segura.
—Si la persona equivocada se da cuenta, podría utilizar esa información en tu
contra. Podrían controlarte. —Con cada palabra, la voz de Nara se alzaba con
agitación.
—Está segura —insistió Miyoung y luchó contra las ganas de revisar su bolsillo.
—¿Tu madre lo sabe? —susurró Nara. Siempre bajaba la voz cuando surgía el
tema de la madre de Miyoung. Era una silenciosa reverencia con una buena dosis
de temor, como si hablar de ella en voz alta fuera capaz de invocarla.
—No, y no tiene por qué saberlo si me ayudas a colocarla de nuevo adonde
pertenece. —La perla de zorro se sentía más pesada en el bolsillo de Miyoung,
como si supiera de qué estaban hablando.
—¿Ahora me crees? Esa es tu alma. Tu alma de gumiho. Controla tu vida y
almacena tu gi.
—Nunca dudé de ti... en teoría —dijo Miyoung—. Pero nunca he escuchado
que el alma de una persona se salga de su cuerpo.
—La gente solía creer que la perla de una gumiho llevaba todo el conocimiento
del cielo y la tierra —comentó Nara en voz baja—. Sin embargo, pocos saben que
su verdadero propósito es el de equilibrar. Sin ella, corres el riesgo de perder el
control sobre tu humanidad.
—¿Qué se supone que signi ca eso? —Los puños de Miyoung se apretaron,
como si se estuvieran preparando para una lucha contra un enemigo invisible.
—Signi ca que podrías perder el control sobre tu lado yokwe. Es decir, tu lado…
monstruoso.
—Bueno… —La voz de Miyoung se quebró y ella se aclaró la garganta—. Es por
eso que tenemos que hacer algo de inmediato.
—Puede que conozca una manera de regresarla a tu cuerpo —dijo Nara con
lentitud. Las palabras largas y prolongadas agitaban los nervios desgastados de
Miyoung.
—¿Cuál es? —preguntó ella con impaciencia.
—No te gustará.
—Dime —presionó Miyoung.
—¿Puedes darme la perla?
Miyoung retrocedió instintivamente.
—No lo creo. —El dolor en los ojos de Nara casi hizo que Miyoung se sintiera
culpable, pero sabía que tenía que protegerse a sí misma. Incluso de Nara.
»Podría ser peligroso si te involucras demasiado. —Era una excusa débil. Por la
expresión tensa de la chamana, era obvio que se había dado cuenta de eso.
—Si no puedes con ar en mí, entonces no voy a poder ayudarte.
—¿No se te ocurre algo más? —preguntó Miyoung.
—Nada que haya hecho antes. —Nara comenzó a darse vuelta, pero no antes de
que Miyoung viera el brillo de algo en sus ojos.
—¿Qué ocurre? —Miyoung sujetó el brazo de Nara.
La chamana vaciló. Sus ojos se movían de un lado a otro y nunca se quedaban
lo su cientemente quietos como para que Miyoung pudiera captarlos con los
suyos.
—No sé si esto funcionará —contestó Nara.
—Estoy dispuesta a intentar cualquier cosa.
Nara asintió mientras agarraba una chaqueta de un perchero repleto de abrigos.
—¿No lo haremos aquí? —indagó Miyoung.
—No, pero él está cerca.
ueles llorar por el corazón vacío y maltrecho de una gumiho?
¿S
Deberías. Aunque ella ha anhelado amor con frecuencia,
siempre se le ha negado.
aterradoras.
árbol por la noche, ya que a los espíritus les gustaba rondar por los
puesto el sol. Vio una gura debajo del árbol y se acercó para
Cuando llegó al árbol, se dio cuenta de que era una niña hermosa.
quienes le dijeron que no era una niña, sino una zorra en su forma
Pero como él había ganado su con anza, tal vez podía obtener algo
que no lo besaba.
ya sabía.
Una vez que sus labios se tocaron, él robó el yeowu guseul, que
Y así todos los mortales que vinieron después de él, solo sabrían de
la tierra también.
8
S I LA CALLE PARA LLEGAR A LA TIENDA DE NARA ERA UN CALLEJÓN, esta era una
canaleta, lo su cientemente ancha para moverse en la, una detrás de la
otra. La proximidad de los edi cios no dejaba entrar los rayos del sol, por
lo que el callejón permanecía a la merced de las sombras.
Nara se detuvo y llamó a una puerta amplia de metal oxidado.
No hubo respuesta por tanto tiempo que Miyoung asumió que no había nadie
en casa. Luego, la puerta se abrió un poco y un ojo las miró a través de la rendija.
—¿Puedo ayudarlas? —La voz era masculina y sospechosa, pero también suave
y culta. No era la voz de alguien que Miyoung hubiera esperado encontrar en una
zona tan deteriorada.
—Necesitamos ver a Junu —tartamudeó Nara.
—Está ocupado, vengan más tarde.
Miyoung detuvo la puerta antes de que se cerrara de un portazo en sus caras. Se
topó con una resistencia fuerte, pero logró abrirla y revelar al misterioso chico de
pies a cabeza.
Miyoung pensó que era un hombre adulto, pero se dio cuenta de que apenas era
mayor que ella. Quizá tenía diecinueve o veinte años. Estaba de pie en sus
pijamas de seda. Su cabello estaba desordenado, como si acabara de salir de la
cama. Miyoung levantó una ceja. Ya estaba anocheciendo. Lo estudió por
completo. Era hermoso: nariz recta, cálidos ojos marrones y pómulos de nidos.
También, era bastante alto, por lo que ella tenía que inclinar la cabeza hacia atrás
para mirarlo a los ojos. Sin embargo, a pesar de su belleza, sintió una aversión
hacia él, como si fueran dos imanes del mismo polo, empujándose uno contra el
otro.
—No me gusta ver a la gente tan temprano…
—Es la hora de la cena —interrumpió Miyoung.
—¿Cuál es tu punto? —El chico suspiró y se alejó antes de que ella respondiera.
Miyoung miró a Nara, que se encogió de hombros. Entraron por la puerta abierta.
Fue como pasar a través de un portal hacia otro mundo. Miyoung había
esperado una habitación destartalada, con paredes de concreto manchadas y
pisos cubiertos de tierra, como en el exterior. En vez de eso, estaban paradas en
una entrada reluciente. Las paredes eran de un blanco brillante, hechas de un
material tan delicado como el cristal. Cuando se sacaron los zapatos, notaron que
el piso de mármol estaba cálido. El calzado para invitados era de un color blanco
prístino, y estaban alineados cuidadosamente. Miyoung se calzó un par.
Caminaron hacia el sonido del choque de objetos metálicos y entraron en una
cocina hecha de granito y acero. El chico sostenía una bolsa de granos de café y
miraba hacia la máquina de capuchinos que parecía tan nueva que Miyoung
dudaba de que alguna vez hubiera sido utilizada.
—Necesitamos ver a Junu. ¿Sabe cuándo volverá? —preguntó Nara y luego le
arrebató la bolsa al chico para verter los granos en el molinillo que estaba
conectado a la máquina. Intervenir y ayudar eran cosas que la chamana no podía
evitar. Según Miyoung, eran sus mayores defectos.
El chico frunció el ceño, pero nalmente se dignó a extender su taza para que
Nara le hiciera su expreso.
—¿Qué quieres de él? —Se apoyó en la encimera, con una pose que parecía
sacada de las páginas de una revista semanal llamada Pijamas desaliñados.
—Tenemos que comprarle algo. Un talismán —explicó Nara, mientras giraba
una perilla. Con un siseo, la máquina empezó a verter el expreso humeante.
—¿Por qué una chamana compraría un talismán, si lo puedes hacer tú misma?
—preguntó él.
—¿Sabes que soy una chamana? —farfulló Nara.
—Chica, prácticamente apestas a fantasmas. —Él la miró de arriba abajo—. Te
digo esto con todo el afecto que un chico puede reunir antes de su cafeína
matutina.
Miyoung estaba por volver a mencionar que no era temprano, pero se rindió.
—¿Puedes decirnos dónde está Junu o no? —preguntó Miyoung. Su molestia
estaba comenzando a sacar lo mejor de ella.
El joven aceptó el café expreso de Nara con una reverencia de agradecimiento,
antes de tomarlo de un trago.
—Bueno, ahora que ha tomado su expreso, él está aquí. —El chico dejó la taza
y le guiñó un ojo a Miyoung. Ella decidió que no con aba en este muchacho
engreído.
—¿Tú eres Junu? —Nara se mostró incrédula mientras lo observaba.
—¿Sorprendida? —Sonrió con calidez, sin perturbarse por la conmoción de
Nara.
—Simplemente no pensé que te verías así —dijo Nara con desprecio.
Miyoung no sabía que la chamana podía ser tan descarada y descortés,
especialmente con alguien de mayor jerarquía.
—¿Pensaste que sería más peludo? ¿Tal vez con la cara roja? ¿Encorvado y
apestoso? —El chico se rio y pasó un dedo con un gesto cariñoso debajo de la
barbilla de Nara.
—Eres un dokkaebi —dijo Miyoung en un tono acusador.
—A su servicio —dijo Junu, haciendo una profunda reverencia. A pesar del
ángulo de noventa grados, se sintió más como una burla que como una muestra
de educación.
—¿Qué tipo de dokkaebi se parece a ti? —preguntó Miyoung.
—Los chonggak.
—Esos no existen. —Miyoung pensó en las historias de los goblins solteros, tan
guapos que sus amantes caían rendidos a sus pies. Se rumoreaba que estaban
hechos para una sola cosa: el amor.
—¿Como tampoco existen las gumihos? —Junu pasó un dedo por la mejilla de
Miyoung. Ella se negó y Junu sonrió—. ¿O debería decir mitad gumiho? Estás
dejando entrever tu lado humano.
Miyoung lo fulminó con la mirada. Apretó los dientes y dejó escapar un gruñido.
—No estés amargada. Tu parte humana es la razón por la que te permito estar
dentro de mi casa. He tenido tratos… desafortunados con gumihos en el pasado.
A Miyoung no le gustaba este chico, o dokkaebi, o lo que fuera.
—Estamos buscando un talismán —dijo Nara, atrayendo la atención de la
habitación hacia ella—. Me dijeron que podías conseguirlo para nosotras.
—Supongo que no debe ser un talismán común. Si no, la nieta de Kim
Hyunsook no vendría a pedírmelo.
—¿Sabes quién es mi abuela?
—Saber cosas es parte de mi negocio —respondió Junu y sus ojos se dirigieron a
Miyoung—. Por eso sé que tu madre es Gu Yena, una de las gumihos más antiguas
con las que he tenido el honor de hacer negocios. Aunque eso fue hace mucho
tiempo.
—¿Fue mi madre la gumiho con la que tuviste malos tratos? —consultó
Miyoung.
—Oh, no. Yena sabe el valor de un buen trato. —Junu dejó escapar una
carcajada antes de aclarar su broma—. Ella paga mucho dinero. Es de las mejores
clientes.
—Bueno, estamos aquí porque necesitamos un talismán gui —especi có Nara.
—¿Taoísta? —Las cejas de Junu se alzaron—. ¿Estás entrenada en esa disciplina?
Por instinto, Miyoung dio un paso atrás ante la mención del taoísmo. Había
historias antiguas que decían que algunos hechiceros taoístas tenían tanto poder
como el dios del sol, Haemosu.
Su madre había hablado de este tipo de práctica una vez, pero solo para
advertirle que nunca se acercara a ella. No era solo desprecio lo que sentía Yena,
sino miedo. Cualquier cosa que asustara a su madre debía ser poderosa. Y
peligrosa.
—¿Por qué estamos aquí para un…? —Se detuvo para recomponerse antes de
continuar—. ¿Para ese tipo de talismán?
—Ese talismán te abrirá para que puedas recibir —dijo Nara deliberadamente.
Miyoung asintió al comprender. Por lo tanto, el talismán le permitiría abrirse a la
perla.
—¿Entiendes las prácticas del taoísmo? —preguntó Junu, con voz baja y seria.
Era un cambio rotundo de tono, con respecto a sus anteriores burlas maliciosas—.
Probablemente pienses que es solo magia, pero es más que eso. Es un equilibrio
entre el cielo y la tierra.
A Miyoung no le gustó lo que escuchó. La hizo sentir como si fueran niñas
necias a punto de ser castigadas.
—¿Tienes el talismán o no?
Miró de un lado a otro entre las chicas, mientras lo consideraba y calculaba.
—Podría tenerlo. ¿Cuánto vale para ti? —Los ojos de Junu se jaron en Miyoung,
como si supiera instintivamente quién sería la responsable del pago.
—El costo no es un inconveniente. Ve y consíguelo. —Ella lo espantó con la
mano, con una clara condescendencia en cada movimiento de sus dedos—. No
me gusta pasar demasiado tiempo en lugares extraños.
—Escucha, cariño, mi casa es de última generación. Mi refrigerador me cuenta
las noticias y mi estufa obedece a mis comandos de voz.
—Hablar con objetos inanimados te debe hacer sentir como en casa. —Miyoung
se burló. En su mente, los dokkaebis eran de los pocos seres que, en comparación
con las gumihos, eran menos humanos. Por lo menos, las gumihos nacían; los
dokkaebis se hacían.
Junu frunció el ceño. Era la primera señal de que estaban llegando a él.
Pero salió de la cocina con pasos pesados.
—No deberías haberlo molestado. Puede que ahora no nos dé el talismán —dijo
Nara en un susurro nervioso.
—Nos lo dará. A los dokkaebis solo les importa el dinero.
Nara se mordió el labio, no estaba tan convencida como Miyoung.
—De todas formas, nunca he escuchado hablar de alguno que trabajara para
conseguir su dinero —re exionó Miyoung—. ¿Qué se trae entre manos?
Nara miró nerviosa hacia el pasillo y luego habló en un susurro.
—Se rumorea que Junu perdió su báculo de goblin hace mucho tiempo, por lo
que no puede invocar riquezas como los otros dokkaebis.
A Miyoung le resultó divertido este hecho. Era gracioso que no tuviera la
herramienta más básica que la mayoría de los dokkaebis poseían y que, a su vez,
actuara tan superado y poderoso. Ella nunca había visto a un goblin usar su
báculo, pero era la base de todos los mitos de los dokkaebis. Un instrumento que
podía invocar mágicamente lo que quisieran, siempre y cuando supieran dónde
estaba.
Nara continuó:
—De cualquier modo, él es bastante trabajador y tiene conexiones en todo el
mundo. Pueden brindarle cualquier cosa que sus clientes necesiten, lo que es una
suerte para nosotras.
—¿Qué hace exactamente este talismán? —preguntó Miyoung.
—Es para una ceremonia en la que buscamos el poder del gui, los cinco
fantasmas. Queremos transformar tu energía del yin y el yang para que estés
abierta a recibir.
—¿Y eso me permitirá reabsorber la perla?
—En teoría —a rmó Nara.
—¿En teoría? —La voz de Miyoung se elevó. No le gustaba la idea de poner su
fe en una teoría.
—Es todo lo que tengo —dijo Nara, extendiendo sus manos.
Junu regresó con un sobre de papel manila. No era exactamente el contenedor
que Miyoung hubiera esperado para una magia tan poderosa, que incluso había
asustado a su madre.
—Preguntaría qué quieren una chamana y una gumiho con un talismán taoísta,
pero realmente no me importa.
—Genial. —Miyoung quiso alcanzar el sobre.
Junu lo apartó rápidamente y agitó un dedo enfurecido hacia ella.
—No, no. Primero, paguen. Un millón de wones.
—¿Un millón de wones? —escupió Miyoung.
—¿No los tienes? También puedo aceptar cien yenes, mil dólares
estadounidenses o sus primogénitos. Todavía no acepto bitcoins, pero he oído que
están creciendo en popularidad.
Miyoung ignoró su sarcasmo y sacó la cartera a regañadientes. No era que no
dispusiera del dinero, ya que tenía bastante. El problema era que sentía que el
dokkaebi estaba in ando injustamente el precio. Por la sonrisa satisfecha de Junu,
ella sabía que estaba en lo cierto con sus suposiciones.
—Bien. —Miyoung estampó los billetes en la encimera. Extendió la mano para
agarrar el sobre, pero Junu lo sostuvo mientras contaba el dinero.
Una vez asegurado, le tendió el talismán. Miyoung resistió el impulso de
arrancarlo de su agarre y, en cambio, lo tomó con delicadeza, asintiendo en lugar
de hacer una reverencia completa. Esperaba que la falta de respeto hubiera sido
más que clara.
—Fue bueno hacer negocios con ustedes. Vuelvan si necesitan algo más. He
oído que hay magia occidental en la que se utiliza ojo de tritón.
—Ja, ja —dijo Miyoung, su voz tan plana como un terreno baldío.
—Gracias. —Nara se inclinó. Sus modales eran demasiado fuertes para su
propio bien.
—Vamos. —Miyoung llevó la delantera y se dirigió a la entrada. Metió los pies
en sus zapatos con tanta fuerza que casi le dolieron.
Junu caminó tras ellas cuando Miyoung abrió la puerta principal. Eso provocó
que la docena de bujeoks pegados en la entrada se agitaran.
—¿Sueles negociar talismanes? —Ella echó un vistazo a todos ellos.
Junu la miró con curiosidad.
—Es un artículo popular entre mi clientela. ¿Por qué preguntas?
—¿Qué hay de los dokkaebis?
—¿Qué hay de nosotros? —preguntó Junu, entrecerrando los ojos.
—¿Se los vendes a los dokkaebis? –indagó Miyoung, pensando en la bestia
corpulenta del bosque. Tenía que haber conseguido ese bujeok de algún lugar.
Los ojos de Junu se oscurecieron ante la pregunta y sus labios se fruncieron.
—No revelo la identidad de mis clientes. Es un servicio del que también se
bene ciarán.
—Vamos, seonbae. —Nara tiró de la manga de Miyoung mientras sostenía la
puerta abierta. Miyoung le dedicó a Junu una última mirada asesina antes de que
la puerta se cerrara entre ellos.
—Creo que pre ero a los dokkaebis jorobados que resoplan. —Miyoung hizo
una mueca por el ruido del metal oxidado de la puerta.
—A mí no me gusta ninguno de ellos —dijo Nara con un estremecimiento—.
¿Por qué le preguntaste sobre los bujeoks?
—¿Muchos dokkaebis tienen talismanes? ¿Eso es común? —Miyoung repreguntó.
—Junu es el único del que he oído hablar. La mayoría de ellos utilizan una
magia más básica, como sus báculos. No necesitan los bujeoks de unos
chamanes.
—Bueno, la otra noche, cuando perdí mi perla, ese dokkaebi había logrado
conseguir uno de estos. —Miyoung frotó su mano contra su pecho, recordando el
dolor abrasador.
—Si lo consiguió aquí, estoy segura de que Junu no hablará. Él tiene una
reputación con base en su discreción.
—No importa. —Ese dokkaebi estaba muerto y ya no importaba saber cuáles
eran sus intenciones. Miyoung necesitaba concentrarse en devolver la perla
adonde pertenecía.
»¿Qué hacemos ahora? —preguntó Miyoung cuando llegaron a la calle principal
de nuevo.
—Esperar a la siguiente luna llena.
—¡Pero faltan semanas! —exclamó Miyoung.
—No tengo experiencia en prácticas taoístas. No quiero correr ningún riesgo.
Quiero usar el poder de la luna llena.
—Bien —asintió Miyoung.
—Todo estará bien, seonbae. Confía en mí. —Nara comenzó a acercarse, pero
Miyoung dio un paso atrás—. Si algo sucede en este tiempo, por favor llámame.
—¿Qué crees que podría pasar?
Nara suspiró, obviamente acostumbrada a la naturaleza sospechosa de Miyoung.
—Me re ero a que si me necesitas, estoy aquí. —La joven chamana hizo una
reverencia antes de irse a casa—. Cuídate.
Miyoung ignoró la parada de autobús en la calle principal y eligió caminar para
despejar su cabeza.
La perla golpeó contra su cuerpo. Era como su propia versión de un corazón
delator, burlándose de ella con su presencia palpitante.
o seas tan tonto como para pensar que toda la magia es igual.
que podía utilizar magia. Como hombre disciplinado, eligió usar sus
poderes con moderación. Aun así, los relatos de sus obras viajaron a
Decían que los ojos de Yi Hwang eran tan intensos que podían
magia.
De vuelta en el autobús, Jihoon apoyó la frente contra el cristal frío, exhausto. Sus
huesos se sentían cansados. De hecho, no se sentían como huesos en absoluto,
sino como palos frágiles que no podían sostener su cuerpo por mucho más
tiempo.
Él quería que su madre le dijera la verdad a su nueva familia. Que era su hijo y
que ella no estaba avergonzada de reconocerlo.Sin embargo, eso no fue lo que
más le molestó. Lo que no pudo superar fue ver cómo acariciaba al bebé tan
suavemente y cómo lo miraba con cariño. Había un amor maternal en sus ojos
que Jihoon no podía recordar de su propia infancia. ¿Eso signi caba que su
mismísima madre no podía amarlo como a su nuevo hijo?
Cuando empezó a llover, la ventana se empañó. Su visión se convirtió en una
neblina por la acumulación de lágrimas no derramadas. Parpadeaba para que no
cayeran. Se rehusaba a llorar por esa mujer.
Tan pronto como bajó del autobús, la lluvia lo empapó. La ropa se le pegaba en
la piel, y le provocaba piel de gallina en sus brazos desnudos. Jihoon pensó de
manera fugaz en la bolsa llena de abrigos. No, él preferiría morir congelado antes
que usar la ropa desechada de ese hombre.
Como todavía no quería regresar a casa, Jihoon se sentó en el banco de la
parada del autobús, donde se resguardó de la lluvia.
Sacó su teléfono y, con rapidez, le envió un mensaje de texto a Changwan. Creía
que un viaje a la sala de informática con su amigo le mejoraría el mal humor.
Observó la pantalla en blanco, deseando que se iluminara con una respuesta.
Como no lo hizo, deslizó su dedo hacia sus contactos y marcó el número de
Somin. Sonó durante un minuto entero antes de que contestara.
—¿Hola? —gritó Somin para hacerse oír sobre el ruido de las multitudes en el
fondo.
—Somin-ah. —Su nombre se escuchó en voz baja.
—Apenas puedo oírte. Tienes que hablar más fuerte.
—¿Dónde estás? —preguntó él.
—No puedo escucharte. Mi madre y yo estamos en el mercado
Gwangjangsijang. Ella se está comiendo todo el kimbap y todo el soondae de
Seúl.
—Somin-ah. —Una voz sonó en el fondo—. ¿Debería pedir otra orden?
—Tengo que irme. Si no la detengo, mi madre comerá tanto que tendré que
hacer que ruede hasta casa. Envíame un mensaje si necesitas algo. —El teléfono
se desconectó.
Jihoon resopló cuando lo guardó.
No debería haber llamado a Somin. La voz de su madre se había saturado con
las risas de fondo. Aunque Somin ngía molestia, había un regocijo en su tono.
Ambas se estaban divirtiendo. Ella no necesitaba que los problemas de Jihoon le
quitaran el buen ánimo.
Su teléfono vibró con la respuesta tardía de Changwan:
Jihoon sabía que estaba mal sentirse celoso de que Changwan tuviera un padre
que lo castigara. Todo esto pasará, se prometió a sí mismo. Esa opresión en el
pecho nunca se quedaba por mucho tiempo.
Inquieto, dejó la seguridad de la parada del autobús.
Siguió caminando por las calles sinuosas decoradas con reductores de velocidad
amarillos. Un muro de piedra separaba la ciudad del bosque, pero unas ramas
todavía llegaban a alcanzar la pequeña barrera con atrevimiento.
—Babo-ya, ¿nunca has oído hablar de un paraguas?
Jihoon se detuvo, apenas perturbado por haber sido llamado «estúpido».
Se quedó mirando las botas relucientes que tenía frente a él, antes de levantar la
vista.
Miyoung estaba de pie bajo la sombra de su paraguas. Todo lo que pudo ver fue
una mueca en sus labios curvados.
—¿Disculpa? —La voz de Jihoon era tan fría como la lluvia.
—¿Quién camina bajo un chaparrón sin abrigo y sin paraguas?
Ella, obviamente, tenía un punto. Pero eso solo logró ponerlo en un estado de
ánimo más oscuro.
—Déjame en paz. —Jihoon entró al pequeño parque de juegos del vecindario
para escapar. Los túneles de plástico se veían descoloridos y grises bajo el cielo
nublado. Los columpios se balanceaban ligeramente, como si recién hubieran
sido abandonados.
Jihoon se dejó caer en uno. No había esperado que Miyoung lo siguiera, pero
ella se paró frente al columpio y lo miró.
—Creo que tenemos que aclarar algunas cosas —comenzó ella.
—Estás preocupada de que cuente todo —interrumpió Jihoon.
El puño de Miyoung se apretó alrededor del mango del paraguas.
—Es por eso que estás aquí, ¿verdad? —preguntó él—. Tienes miedo de que les
diga a todos lo que eres. —Una voz en la parte de atrás de su cabeza le decía que
se callara, que dejara de molestar a la chica que, literalmente, podía arrancarle el
corazón.
Miyoung inclinó su paraguas hacia atrás y dobló su cabeza para estudiarlo.
—Si fuera tú, me callaría. He tenido un mal día.
—Bueno, bienvenida al club —dijo Jihoon al ignorar la advertencia. Era solo la
última de una creciente lista de malas decisiones que había tomado ese día.
»¿Cómo lo hiciste? —preguntó él de pronto. Quería saber. Más bien, necesitaba
saber cómo lo había hecho—. ¿Cómo mataste a esa cosa?
—De la misma forma en la que te mataría si quisiera.
Jihoon tragó saliva. No se había dado cuenta de que no estaba temblando
únicamente por el frío.
—Entonces, ¿es verdad? ¿Todo? ¿Todos los relatos populares y los cuentos
infantiles?
—Probablemente. No es parte de mi negocio catalogar lo que es real y lo que
solo es parte de la tonta imaginación humana.
—Pero ¿por qué no tienes orejas de zorro o un hocico? ¿No se supone que
debes lucir como una… zorra?
—No puedo de nir si eres valiente o estúpido —musitó Miyoung. Su tono era
engañosamente casual. Como si fuera una depredadora que acechaba lentamente
a su presa antes de atacar—. Estás tan dispuesto a no tomarme en serio, cuando
sabes lo que soy en realidad. Podría arrancarte el hígado aquí mismo.
—¿Serías capaz? —Él había convertido toda su indignación en una bola de
fuego en la parte posterior de su garganta para luego disparársela.
El gruñido que torcía los labios de Miyoung solo acentuaba su belleza, en vez
de hacerla más temible.
—Estás cometiendo un error si asumes que no te mataría ahora mismo. No
importa que te haya salvado antes.
—Estás mintiendo —dijo él.
—¿Qué te hace pensar eso?
—Porque vacilaste antes de decir la palabra mataría.
Los dedos de Miyoung se curvaron alrededor de su cuello, antes de que él
siquiera registrara el movimiento. Lo golpeó contra los juegos del parque, tan
fuerte que terminó expulsando todo el aire de sus pulmones.
—Estás jugando en el límite —gruño Miyoung.
—No me importa. —La adrenalina que se generó por el miedo se mezcló con su
ira, y lo desa ó a presionar un poco más. Tal vez si moría, su madre nalmente se
arrepentiría de haberlo abandonado.
—Te di una advertencia justa. —El puño de Miyoung se disparó hacia adelante.
Él hizo un gesto de dolor mientras esperaba el impacto. En cambio, escuchó el
eco de un ruido sordo cuando la mano de la joven se estrelló contra el tubo de
plástico junto a la cabeza de Jihoon.
Él miró las largas grietas que salían de la gran abolladura a dos centímetros de su
cráneo.
—La próxima vez no me voy a contener.
Sus piernas amenazaron con doblarse cuando ella lo soltó, por lo que él se
agarró del borde del tobogán para apoyarse.
—Está bien. —La voz de Jihoon salió entrecortada.
—¿Qué has visto en el bosque?
—No vi mucho. —Trató de recordar—. Creo que solo vi al dokkaebi. Tus colas.
Y…
—¿Y? —Se inclinó hacia adelante. De cerca, ella era impresionante. Él tenía que
parpadear al verla, como si estuviera mirando directo al sol.
—Esa perla. —Apenas pudo decirlo porque sentía cómo todo su cuerpo estaba
hecho una bola de nervios. A pesar de sí mismo, había buscado en los libros
antiguos de su halmeoni hasta que encontró las historias de la gumiho. Y en una
se había detallado el yeowu guseul, que contenía todo el conocimiento del
universo.
—¿Qué sentiste cuando la tocaste? —Ella zumbó en lo profundo de su garganta.
Él hizo una pausa para buscar la trampa en su pregunta. Cuando no pudo verla
con claridad, respondió:
—Se sentía cálida, como si estuviera viva.
—¿Nada más? —preguntó Miyoung con rudeza, como si ya lo estuviera
culpando por algo, pero él no sabía por qué.
—Nada, hasta el día del sueño. Se sintió real, como si fueras tú y no solo un
recuerdo de ti.
—Las gumihos podemos llegar a los humanos en sus sueños. No es algo
inaudito. —Sacudió la muñeca como si desestimara la preocupación de Jihoon.
Como si visitar los sueños del otro fuera tan simple como visitar el mercado de la
esquina.
—¿Lo harás de nuevo?
—No. —Sus ojos estaban oscuros cuando respondió.
Él quiso empezar a insistir, a exigir mejores respuestas. Pero se quedó callado.
Su halmeoni le había inculcado su cientes supersticiones como para saber que no
era inteligente que una persona buscara problemas entre las cosas que no
comprendía.
—¿Estarás bien? —Jihoon no pudo evitar preguntarle. Y la mirada asombrada de
Miyoung demostró que no esperaba tal pregunta—. Sin tu perla, ¿estarás bien?
Un ceño fruncido estropeó sus suaves rasgos.
—Estaré bien —dijo ella en voz baja, pero su voz temblaba.
No se veía como si estuviera bien. Su rostro parecía tenso y sus ojos estaban
ensombrecidos.
—Mantendré tu secreto a salvo. Hagamos un trato. Prometo no contar tu secreto
si prometes no arrancar mi hígado. ¿Hecho? —Jihoon extendió la mano.
Esperaba un titubeo de su parte, y no el ligero temblor de la mano de Miyoung
cuando esta decidió aceptar el acuerdo.
Cuando cerró sus dedos alrededor de los de él, se calmó, como si nunca hubiera
temblado. No obstante, él sabía lo que había sentido. Ella también tenía miedo de
él. Quizá tanto como él de ella.
—Se supone que debes decir «hecho» —dijo él con una sonrisa amistosa. Sentía
la necesidad de calmar las preocupaciones de Miyoung—. Si no, el trato no está
sellado.
Ella sacudió la cabeza y liberó su mano, dejando una mancha de sangre en la
palma de Jihoon.
—Estás sangrando. —Jihoon volvió a sostener la mano de Miyoung.
—Estoy bien.
—No seas un bebé —dijo él mientras buscaba un pañuelo en su bolsillo.
Chasqueó la lengua al ver la sangre y luego ató un vendaje improvisado alrededor
de su mano—. No tengo nada conmigo, pero deberías limpiar la herida cuando
llegues a casa. De lo contrario, se infectará.
—Suenas como una anciana.
Ella lo miró con mucha atención. Era una mirada entre confundida e intrigada,
que hacía que el corazón de Jihoon se saltara un latido.
Jihoon soltó la mano de Miyoung y secó las suyas en sus pantalones, que
estaban sudorosas.
—Es algo que aprendí de mi halmeoni. —Él empezaba a divagar para ahuyentar
la repentina incomodidad—. Ella te sermonearía durante una hora entera sobre los
malos hábitos. Cuando era más chico, solía morderme las uñas y ella mojaba mis
dedos en jugo de goya todas las mañanas. Ahora creo que me gusta el sabor
porque me recuerda a ella.
—Debe ser hermoso.
—¿Qué?
—Nada —murmuró ella, agarrando su mano toscamente vendada—. Es que no
sé lo que es tener una halmeoni que se preocupe por mí.
Jihoon pestañeó ante el indicio de tristeza que escuchó en la voz de Miyoung.
Parecía tan humano el hecho de desear una familia. La convertía en un misterio
aún más grande, por lo que no pudo evitar preguntar si tenía padres.
Miyoung le frunció el ceño.
—Es decir, pensaba que los mitos decían que las gumihos eran originalmente
zorras —continuó Jihoon.
—Nací igual que tú —dijo ella, casi indignada.
—¿Y tu padre también es un gumiho? —No estaba seguro de si alguna vez había
escuchado que las gumihos fueran algo más que hembras.
—Él era un humano.
—¿Era? —La boca de Jihoon se sintió de repente seca y tragó—. ¿Está muerto?
—¿Cómo debería saberlo? —dijo Miyoung entre dientes—. Nunca lo he
conocido.
—Es tan común y disfuncional —dijo Jihoon. Luego, agradeció a las estrellas
que las gumihos no tuvieran ojos láser o, de lo contrario, la mirada de Miyoung ya
habría derretido su rostro—. Lo siento, no quise decirlo de esa forma. No te estoy
juzgando ni nada —comenzó a divagar otra vez mientras sus ojos oscuros lo
seguían observando—. Es decir, ni siquiera tengo el derecho de juzgar. Yo también
crecí sin padre. No lo he visto desde mis cuatro años.
—Bueno, los humanos apestan a veces —expresó Miyoung. No era la reacción
que solía recibir Jihoon y, de nitivamente, no era la que esperaba de ella.
Él se quedó en silencio un momento, sin saber cómo responder. Luego soltó una
carcajada.
—Gracias.
—¿Por qué? —preguntó ella.
—Por distraerme de mis estúpidos problemas y por ser tú.
—Eres tan extraño. —Miyoung negó con la cabeza—. Debería irme.
Pero no se fue. En cambio, entrecerró los ojos, como si estuviera pensando en
algo. Después, le tendió a Jihoon su paraguas.
—¿Para qué es esto? —preguntó Jihoon.
—Las gumihos no nos enfermamos. No lo necesito.
—Ten cuidado —manifestó él y aceptó el paraguas con una sonrisa—. Podría
empezar a pensar que gustas de mí.
Ella puso los ojos en blanco antes de irse. Se desvaneció mucho antes de que él
pudiera apartar la mirada.
«No es inteligente que una persona busque problemas entre las cosas que no
comprende», se recordó a sí mismo.
Pero parecía que él no era tan inteligente.
10
C UANDO MIYOUNG SE ABRIÓ CAMINO A TRAVÉS DEL BOSQUE, SINTIÓ una pesadez
sobre su pecho. ¿Era una tonta por haber permitido que una persona
vagara con libertad mientras mantenía su secreto?
Yena haría que él se enamorara de ella. Siempre a rmó que cuando los
humanos pensaban que amaban, hacían cualquier cosa. A Miyoung no le gustaba
la idea de que el amor pudiera ser manipulado. Su madre podría estar harta de los
corazones humanos, pero Miyoung todavía no.
Aun así, ella se preocupaba por Jihoon, que tenía ojos curiosos, sonrisa de
demonio y lengua super cial. Era una mala combinación: alguien que sabía
demasiado y se preocupaba muy poco.
Parecía como si pudiera ver a través de las mentiras de Miyoung, como el
momento en el que ella dijo que podía controlar el sueño compartido. En
realidad, había sido una sorpresa tanto para ella como para él. Pero necesitaba
que creyera que era más poderosa de lo que aparentaba. Necesitaba asustarlo
para que se callara. Jihoon había dado su palabra, pero no podía con ar en eso,
aunque quisiera.
«¿Estarás bien?». La pregunta hizo eco en su mente. Sonó como si él estuviera
realmente preocupado por su bienestar. Pensar en eso hizo que le doliera el
corazón.
Miyoung apretó los puños con fuerza y sintió el pañuelo que seguía envuelto
alrededor de su mano derecha. Estaba atado con un lazo cuidado a pesar del
material delicado. Se lo arrancó y pudo ver cómo la piel ya se había curado.
Tal vez sería mejor contarle todo a su madre. Yena siempre sabía qué hacer. Pero
eso podría signi car que Yena tuviera que encargarse de Jihoon, de tal forma que
no hablara con nadie nunca más. A Miyoung no le gustaba que él supiera su
secreto, pero no creía que mereciera morir por eso.
Además, Yena estaría intolerante, sobre todo después de su paso por el colegio.
Sería mejor mantener a Jihoon en secreto un poco más.
La casa de Miyoung se encontraba al nal de la calle. La estructura estaba hecha
de vidrio y madera, abierta a la naturaleza que la rodeaba.
La sala de estar era impecable. No había ni una sola mota de polvo en ninguna
super cie. Habían desempacado todo el mismo día en el que habían llegado. Para
Gu Yena no era una opción vivir con las cajas de mudanza alrededor.
En unas vitrinas se exponían reliquias de sociedades pasadas.
Caballos de terracota posaban para la eternidad con sus cabezas majestuosas en
alto. Se los habían dado a Yena como una muestra de afecto. El hombre los había
ingresado ilegalmente al país como prueba de su amor.
En una corona de seis puntas, colgaban unas piedras de jade y piezas de oro. Era
otro regalo para Yena, pero de parte del primo de un rey.
Había un binyeo de jade; era una especie de horquilla larga y suave. Los
extremos estaban tallados con intricados patrones en forma de laberintos, que
creaban vides delicadas con ores de loto en las puntas. Un conjunto de estas
había sido encargado por un hombre de alto rango de la universidad
Sungkyunkwan.
Un zorro de bronce la miró de soslayo desde el otro lado de la habitación.
Miyoung no estaba segura de quién le había dado ese objeto a su madre, aunque
le gustaba pensar que tenía un buen sentido del humor y una complexión sólida.
Debía de ser así, si esta persona tuvo el coraje de obsequiar tal símbolo a Yena.
A veces, Miyoung se sentía como una de esas antigüedades, como algo que
Yena había recolectado a lo largo de sus siglos de vida. Y ese era su problema:
¿cómo podía competir con ladrones, príncipes y eruditos de la realeza?
Sentía la obligación de ser más fuerte que la terracota, más regia que el oro y
más hermosa que el jade. Si no lo fuera, ¿sería relegada a una vitrina? ¿Sería
guardada donde Yena pudiera recordarla con cariño desde la distancia?
Miyoung metió la mano en el bolsillo y envolvió su yeowu guseul. Era un nuevo
hábito que tenía.
Se dirigió a su habitación. Allí vio el poster de IU, su cantante favorita, colgado
sobre su cama. Al principio, Yena había protestado al respecto. ¿Por qué idolatrar
a los cantantes cuando existían verdaderos dioses y demonios? Miyoung había
insistido y su madre había cedido. Fue una de las pocas veces en las que había
ganado una discusión.
Encendió la televisión, que estaba ubicada en una esquina de la habitación,
porque el sonido de fondo la ayudaba a calmar los nervios. Y así también podía
ahogar los pensamientos generados por la ansiedad y que inundaban su cerebro.
Estaban transmitiendo un drama popular, al que le faltaba prácticamente la mitad
de los episodios para llegar al nal. Eso signi caba que habría menos miradas
angustiosas entre los protagonistas y más confesiones de amor. La parte media de
un drama era la preferida de Miyoung.
Apenas había tenido tiempo de acomodarse en su cama cuando alguien tocó la
puerta. Sin esperar respuesta, esta se abrió.
—Hola, madre. —Miyoung se había puesto de pie para saludarla con una
reverencia.
—Tardaste mucho tiempo en llegar a casa.
—Lo siento —dijo Miyoung.
—No lo sientas. Sé mejor.
Miyoung asintió y agarró el dobladillo de su blusa para que sus dedos se
mantuvieran inmóviles. Un pedazo de pañuelo se le había pegado en el costado
de su nudillo, lo que le hizo recordar cuando Jihoon le había envuelto sus cortes
con cuidado. Juntó las manos para ocultar el papel ensangrentado entre ellas. No
quería que Yena se enterara de Jihoon. Todavía no.
Yena se inclinó hacia delante y miró a los ojos de Miyoung, que estaban
enfocados en el piso.
Por un minuto, le preocupó que su madre viera, a través de su cráneo, los
secretos que escondía. Pero Miyoung sabía que, a pesar de los mitos, las gumihos
que leían mentes estaban extintas desde hacía mucho tiempo.
—Miyoung, ¿quién eres?
Ella casi dio un suspiro de alivio, pero, en lugar de eso, exhaló con lentitud.
—La hija de Gu Yena —respondió a la típica pregunta.
—¿Y qué te hace eso?
—Inteligente.
—¿Y?
—Hermosa.
—¿Y?
—Fuerte.
—Bien —asintió Yena, satisfecha—. No debes dejar que los mortales te afecten.
Mi hija es mejor que eso. Así que espero mejores cosas de ti y que no te vuelvas a
meter en riñas insigni cantes con tus compañeros de clase.
Parecía más una orden que un consuelo, aunque, de todas formas, le terminó
dando fuerzas a Miyoung.
—Lamento haber causado problemas hoy, madre.
—Lo sé —dijo Yena y dejó a su hija sola, en compañía del sonido proveniente
del drama televisivo.
11
Fue un día sin incidentes, sin contar las reiteradas veces que se distrajo
por la mera presencia de la gumiho. Ella ni siquiera hizo mención de la
conversación de la noche anterior. Jihoon se preguntaba si la había olvidado por
completo. Luego, se dio cuenta de que estaba comportándose de la misma
manera que un tonto enamorado. Por eso, decidió que era mejor continuar como
lo haría normalmente, lo que signi caba tomar una siesta en la clase de inglés y
escaparse para jugar videojuegos. Sin embargo, se quedó sentado, sin dejar de
mirar la cabeza de Miyoung mientras ella tomaba notas de manera apresurada.
—¿No crees que las chicas tranquilas son geniales? —re exionó Changwan en
el almuerzo.
Jihoon echó un vistazo para ver de quién hablaba su amigo. No debería haberse
molestado. Changwan estaba mirando a la solitaria Miyoung, que se sentaba en
un rincón del comedor, e ignoraba con determinación a todos los estudiantes que
se le acercaban. Bueno, al menos Jihoon no era el único al que no le hablaba.
Si la soledad fuera un sabor, Jihoon podría probar el de Miyoung y se sentiría
como un regusto amargo en la lengua. No era solo que se negaba a entablar
conversaciones con los otros estudiantes, también era la forma en la que se
encorvaban sus hombros. Además, su rostro se fruncía y sus manos se apretaban,
como si el acto mismo de socializar le causara dolor físico.
Después del colegio, Changwan abandonó a Jihoon para irse a la nueva
academia extracurricular a la que su padre lo había inscripto. Lo que signi caba
no más distracciones o videojuegos que lo ayudaran a ignorar sus
preocupaciones. Por ende, Jihoon se apoyó contra el vidrio de la parada de
autobús, sacó unos auriculares y consideró ir a la sala de informática solo. Desde
allí, tenía una buena vista de las puertas del colegio, por lo que pudo reconocer el
modo de andar suave de Miyoung cuando salía. Mientras ngía que jugueteaba
con su teléfono, la observó acercarse con lentitud a la parada. Identi có el
momento justo en el que ella lo reconoció a él entre los estudiantes. Hizo una
pausa y luego siguió adelante para sentarse en el banco, sin reparar en Jihoon.
Él apoyó la cabeza contra el cristal y la miró por el rabillo del ojo. Estaba
sentada mirando al frente. No sabía por qué le parecía tan extraño, hasta que se
percató de que todos tenían los ojos pegados a sus teléfonos. Todos, excepto
Miyoung y un grupo de estudiantes que charlaban en el otro extremo de la
parada.
—He oído que la expulsaron de su último colegio —dijo un chico lo
su cientemente bajo como para parecer de primer año. Tenía algunas pecas
esparcidas por su nariz respingada y su barbilla puntiaguda. A Jihoon le recordó a
los elfos engañosos de las historias de su halmeoni.
El grupo le disparó miradas tajantes a Miyoung. Sus comentarios crueles eran
exagerados. Ella solo había estado en el colegio por dos días. ¿Qué podría haber
hecho para justi car tal odio?
—Yo escuché que la expulsaron de sus últimos tres colegios —dijo una chica
mientras lamía una paleta que chocaba contra sus dientes. Jihoon los reconoció
como amigos de Baek Hana. Era un grupo que utilizaba la intimidación y los
rumores para mantener su popularidad. Miyoung se encogió en su asiento, como
si pensara que, al ser lo su cientemente pequeña, pudiera hacerse invisible.
—Se dice que ese ni siquiera es su verdadero rostro. —La chica hablaba con un
ligero ceceo por los enormes brackets que le decoraban los dientes. Hacían que
sus labios se hincharan y que tuviera una disposición más ácida que la paleta de
cereza que estaba lamiendo—. Es cirugía plástica. De nitivamente.
—Tienes toda la razón. Hasta puedo ver la cicatriz de la operación —dijo el
chico.
Harto, Jihoon se quitó los auriculares y se los ofreció a Miyoung.
Como ella solo los miró, él mismo se los colocó en los oídos. Ella se echó hacia
atrás por el repentino contacto, pero él persistió hasta que se los puso.
Ella levantó la vista, perpleja.
Él le dedicó una sonrisa y se encogió de hombros a modo de explicación. Volvió
a sentarse y se apoyó contra la parada del autobús una vez más.
Bajó la cabeza, pero mantuvo los auriculares puestos.
El autobús se detuvo y la pandilla sarcástica abordó. Miyoung se puso de pie,
pero Jihoon la contuvo.
—Esperemos el siguiente. —Hizo un gesto hacia la ventana trasera, donde los
chismosos observaban desde sus asientos. Miyoung no respondió, pero sí dejó
que el autobús se alejara sin ellos.
—¿Por qué usarías auriculares sin música? —Ella le devolvió el aparato
silencioso.
—Si escucho música, no puedo entender de qué hablan las otras personas.
—Entonces, ¿espías a la gente? —preguntó ella.
—Yo no los obligo a que hablen sobre su vida privada en público.
—Raro —murmuró Miyoung.
—Tienes una forma extraña de decir gracias. —Jihoon se encogió de hombros.
—¿Por qué lo haría?
—Hice que dejaran de hablar de ti. Cuando no creen que puedes oír, pierden el
interés.
Miyoung lo miró jamente durante tanto tiempo que sintió la necesidad de
moverse con nerviosismo.
—Lo dices como si tuvieras experiencia en eso.
—Parece que te preocupa lo que me haya pasado —expresó Jihoon justo cuando
el siguiente autobús se detuvo frente a ellos.
El labio de Miyoung se curvó antes de subir.
Ella se sentó en la parte de atrás y Jihoon se deslizó a su lado. Frunció el ceño,
pero no protestó.
—¿Por qué dejaste que hablaran de ti? —preguntó Jihoon—. Podrías haberte
encargado de ellos.
—Si causo una escena, comenzarán a prestarme más atención. —Jihoon levantó
una ceja. Parecía que tenían en común la necesidad de privacidad. Se guardó ese
descubrimiento para procesarlo más tarde.
»Muchas gracias. —Las palabras casi se perdieron entre el rumor del vehículo y
el parloteo de los otros pasajeros.
—¿Qué? —preguntó Jihoon y se inclinó más cerca.
—Si no me escuchaste, entonces no lo repetiré —dijo Miyoung.
—De nada. No fue ninguna molestia. En realidad, soy bueno para evitar la
atención negativa.
Miyoung lo estudió. Sus ojos eran tan oscuros y directos que él sintió la
necesidad de alejarse.
—Me parece que te creo.
La mirada compasiva hizo que Jihoon sintiera vergüenza. Para combatir la
tensión nerviosa en sus hombros, se estiró, como si no le importara nada en el
mundo. Finalizó el movimiento al posar su brazo sobre el respaldo del asiento en
una posición relajada.
—Entonces, ¿qué sueles hacer después de clases? —Él le dedicó una sonrisa
pícara, ya que sabía que profundizaría sus hoyuelos.
Ella no dijo nada y deslizó sus ojos hacia la mano de Jihoon, que casi estaba
tocando su hombro. Él retiró su brazo por temor a que se lo arrancara.
—Por lo general, voy a la sala de informática —continuó Jihoon—. ¿Juegas al
League of Legends?
Miyoung miró por la ventana, ignorándolo.
Eso solo hizo que Jihoon estuviera más dispuesto a obtener una reacción de ella.
—Una de mis campeonas favoritas es Ahri. —Jihoon se rio entre dientes y se
inclinó hacia ella—. Si jugaras, entenderías el chiste.
»Es una gumiho —dijo él en un susurro escénico.
Miyoung lo fulminó con la mirada y él sonrió. Ella continuó con el ceño
fruncido, inmóvil a su mejor estrategia. Su sonrisa tembló.
—¿En serio no haces nada por diversión? ¿Deportes? ¿Tejido? ¿Ceremonias de té
antiguas?
—No hago las cosas para divertirme —dijo ella.
—¿Por qué?
—¿Por qué te importa?
—Porque parece que necesitas un amigo. —Jihoon se encogió de hombros.
—No necesito amigos —murmuró Miyoung.
—Todos necesitan amigos —argumentó él, a pesar del ceño fruncido de ella.
—Bien. Miro televisión, leo y como. —Contó cada cosa con sus dedos.
—Entonces, son actividades que puedes hacer solo en tu casa.
—Son cosas que puedo hacer sola —aclaró Miyoung y luego se volvió con
rmeza hacia la ventana.
Jihoon permitió que ella fuera la que terminara la conversación esta vez. Se
imaginaba que un hombre inteligente sabría cuándo dejar de molestar a un oso
dormido. O, en este caso, a una zorra dormida.
L
mundo.
OS DÍAS DE MIYOUNG SE CONVIRTIERON, POCO A POCO, EN UNA rutina. Ella era
fanática del orden. Eso le aseguraba que no hubiera variables imprevistas.
Si sabía lo que cada día traería, entonces podría controlar mejor su
Sin embargo, se sentía extraño tener una rutina mientras había una bomba de
tiempo en su bolsillo. El yeowu guseul era un fuerte recordatorio de que sus días
no eran completamente normales.
Jihoon, por otro lado, era alguien totalmente aleatorio. No era constante en
nada. Le gustaba divertirse en clase o dormir, sin ninguna razón aparente. La
mayoría de las veces estaba en la sala de informática, en lugar de asistir a clases,
para jugar durante el tiempo libre.
Él tenía una extraña habilidad para salirse con la suya, haciendo el menor
esfuerzo posible, y para dar una buena impresión a los profesores.
Probablemente, porque tenía una cara perversa e infantil y una sonrisa traviesa. Le
funcionaba bien para lograr que las cosas se hicieran a su manera.
Ella apenas hablaba con los demás durante la jornada escolar. Era uno de sus
principales mecanismos de adaptación: ignorar a todos hasta que también
empezaran a ignorarla. La única excepción era Jihoon, que la saludaba
casualmente por los pasillos y hasta la invitaba, siempre que podía, a sentarse con
él y sus amigos en el almuerzo (las miradas asesinas de Somin la habrían detenido
si no hubiera empezado a comer sola en las escaleras exteriores).
Pero el único lugar donde no podía evitar a Jihoon era el autobús. Se había
convertido en una parte extraña de su rutina. Siempre se sentaba a su lado y
balbuceaba sobre su día. También hacía preguntas sobre el día de ella. Como
Miyoung nunca respondía, él seguía divagando.
Tener a alguien que le hablara a su lado era una experiencia nueva y extraña. Y
eso le molestaba demasiado.
Comenzó a reconocer los pequeños hábitos de Jihoon. Golpeaba sus dedos
contra cualquier super cie, lo cual no tenía sentido. Aceptaba a todos y, por eso,
la gente gravitaba hacia él. Incluso Miyoung, aunque odiaba admitirlo, estaba
empezando a sentirse más cómoda con su compañía.
Miyoung escaneó el patio al salir del edi cio de la escuela. No para buscar a
una persona especí ca, se dijo a sí misma, pero cuando no vio una gura delgada
con el cabello despeinado, se sintió decepcionada. Habían retenido a Jihoon
después de clase para hablar con un profesor. Era un estudiante terrible, tan malo
que rozaba lo ridículo.
Miyoung arrastró los pies y se alejó de las puertas del colegio. Se mostró reacia a
irse, ya que Jihoon no la encontraría si estaba fuera del campus. Lo que era
absurdo porque la parada estaba a la vista desde los escalones de la entrada. Por
ende, se acomodó contra el cristal de la caseta del autobús.
Dos chicos se acercaron a la parada y se apoyaron contra el lado opuesto del
cristal. Uno era alto y tenía rasgos puntiagudos, como una rata. El otro era ancho
y un poco torpe. El más alto y andrajoso tenía un paquete de cigarrillos, que lo
golpeó contra su palma. Estaban prohibidos en el recinto escolar, pero era
probable que el chico se sintiera con ado al encontrarse a varios metros fuera del
campus. Miyoung sintió que la miraban jamente y decidió ignorarlos.
Estiró el cuello hacia un lado para ver si Jihoon había salido del colegio.
En cambio, vio que Changwan se dirigía hacia ella.
—Miyoung-ssi. —Changwan usó el título formal, como si sus modales fueran
más importantes que el hecho de ser compañeros. Su cortesía era algo que, en
secreto, le gustaba—. ¿Estás esperando el autobús sola? —Miró a su alrededor y
Miyoung supo que estaba buscando a Jihoon.
—¿Por qué no iba a estarlo? —preguntó Miyoung, luego se dio cuenta de que
quizá había sido un poco dura. Además, Changwan tenía algo que le suavizaba el
corazón—. ¿Podrías esperar aquí conmigo?
Changwan se sonrojó y asintió con timidez. Se sentó y mantuvo medio metro de
distancia entre ambos. Ella no pudo evitarlo y sonrió. Estaba acostumbrada a que
los chicos quedaran impresionados con ella, pero la admiración de Changwan era
muy inocente.
—Es un buen chico —dijo Changwan.
—¿Quién?
—Jihoonie. Él es un buen chico. Sé que puede parecer perezoso y que no le
importa nada, pero, en realidad, no es así —expresó él—. Seguramente, te habrás
dado cuenta de que no soy tan genial como él o Somin. Pero nunca me han
hecho sentir que no pertenezco.
—¿Acaso eres su intermediario? —Miyoung no pudo evitar el regocijo en su voz.
—No me pidió que te dijera nada —refutó Changwan con rapidez. Levantó las
manos como si lo hubieran sorprendido haciendo algo malo—. Pero puedo decir
que le gustas. Espero que también sientas lo mismo y, si no es el caso, espero que
se lo digas amablemente. Jihoon muestra una capa de valentía, pero la verdad es
que ha tenido que atravesar algunas cosas.
—¿Atravesar algunas cosas? ¿Como qué?
Changwan negó con la cabeza.
—No me corresponde a mí decirlo…
—Todos saben acerca del padre criminal y de la madre fugitiva de Ahn Jihoon
—interrumpió el chico con cara de rata—. Hace que uno se pregunte qué secretos
está escondiendo. Quizá alguno de esos fue el que hizo que sus padres lo
abandonaran.
Los ojos de Miyoung se dirigieron a la etiqueta de su uniforme: JUNG JAEGIL. Ahora
lo recordaba. Estaba en segundo año, pero en una clase diferente. Lo había visto
en los pasillos mientras intimidaba a los de primero. A veces lo hacía para
quitarles el dinero del almuerzo, a veces solo por diversión. Lo importante era que
ella aborrecía a los matones.
Detrás de él estaba el chico más grande. Su etiqueta decía KANG SEHO. Parecía
que Jaegil era la boca y Seho, el músculo. Era el mismísimo cliché de los matones.
—Eso no es asunto tuyo —dijo Changwan, pero su voz titubeó de miedo.
—Tú eres el que sacó ese tema de conversación —comentó Jaegil, encogiéndose
de hombros—. ¿Estás tratando de impresionar a una chica bonita?
—¡No es eso, en absoluto! —escupió Changwan.
—Bien, porque deberías saber que las chicas no hablan con perdedores como
tú. No importa cuánto dinero gane tu padre.
Changwan se encorvó y Jaegil sonrió. Ya se estaba deleitando con el dolor que
había in igido.
Eso provocó que Miyoung lo despreciara aún más. Tal vez por eso hizo algo tan
poco característico a continuación.
—Él es mi amigo. ¿No es cierto, Changwan-ah? —Miyoung lanzó un brazo
alrededor de sus hombros.
—Sí… —tartamudeó y un rubor cubrió su cuello y sus mejillas.
Jaegil dejó escapar un resoplido, mientras su mirada pasaba de un lado a otro,
entre Miyoung y Changwan.
Un auto se detuvo cerca de ellos y Miyoung no pudo ver el interior porque las
ventanas estaban polarizadas.
Changwan dio un suspiro de alivio.
—Me tengo que ir —le dijo a ella, sin molestarse en mirar a los dos matones que
todavía se cernían sobre él—. Nos vemos mañana, Miyoung. —Hizo una pausa y
luego añadió el modi cador amigable «-ah».
—Nos vemos. —Miyoung forzó una sonrisa cuando corrió hacia el auto.
—Sabes que yo también podría ser tu amigo —dijo Jaegil con una mirada
atrevida.
—Ya tengo su cientes. —La sonrisa se le borró de su rostro cuando se dio la
vuelta, pero Jaegil se movió al mismo tiempo.
—¿Quieres fumar? —Jaegil se alzaba por encima de ella con un cigarrillo
agarrado entre dos dedos. Él creía que la pose era atractiva y era probable que la
hubiese practicado muchas veces antes de hacerla en público para impresionar a
las chicas.
Una pequeña voz en la parte posterior de su cabeza le decía que había una
manera de deshacerse de Jaegil. Una forma de asegurarse de que no la molestara
a ella ni a nadie nunca más. El hambre que la roía se había convertido en un
dolor constante. Y le decía que este chico no merecía su vida si iba a usarla para
causar dolor a otros.
—Te hice una pregunta. —El tono de Jaegil se volvió insistente y los nervios de
Miyoung estaban a punto de perder la paciencia—. Es de mala educación no
contestar. ¿No es así, Seho?
—Muy grosero de su parte —dijo el más grande. Su voz era la de un barítono
burlón.
—No fumo. —Miyoung entrelazó sus palabras con veneno. Aléjense de mí,
pensó, antes de que haga algo de lo que me arrepentiré.
Jaegil no captó la indirecta.
—¿Segura de que no quieres uno? Por lo general no comparto.
Puso un cigarrillo debajo de su nariz para que pudiera oler el tabaco amargo.
Ella se lo quitó de la mano mientras se ponía de pie. Pero, antes de que pudiera
hacer otro movimiento, Jihoon llegó y empujó a Jaegil hacia atrás.
—Déjala.
—Aw, Ahn Jihoon vino a rescatar a su yeo-chin.
Miyoung comenzó a avanzar al escuchar la insinuación de que eran novios,
pero Jihoon la detuvo.
—No creo que patearle el trasero sea una buena opción. Llamarás la atención
aún más.
—¿Crees que podría darme una paliza? Me gustaría verla intentarlo. —Jaegil se
mofó de la situación y Seho dio un paso adelante.
—Confía en mí, realmente no te gustaría —dijo Jihoon.
—No necesito que luches mis batallas —advirtió Miyoung con los dientes
apretados.
—Déjame manejar esto —pidió él.
—¡Dije que no te metas! —El grito de Miyoung hizo eco en el vidrio de la
parada de autobús. Sentía cómo se le acumulaba el calor en los pulmones. Se le
mezclaba con el hambre constante y hacía que su pecho se sintiera demasiado
apretado.
—Supongo que no le gustas mucho después de todo, Ahn Jihoon —dijo Jaegil
con una risa ahogada.
—¡Cállate! —Miyoung se volvió hacia Jaegil y él dio un paso atrás ante la
vehemencia en su voz—. Odio a los chicos como tú, que piensan que pueden
molestarte para conseguir todo lo que quieren. Y estos… —Le arrebató los
cigarrillos de la mano—, te matarán.
Hizo una bola con el paquete. El calor que empujaba su furia se extendió y
palpitó a través de ella, hasta que no pudo pensar con claridad. Giró su puño;
Jaegil se estremeció, anticipando el golpe. Miyoung arrojó los cigarrillos y su ira la
alimentó. La bola de cigarrillos y cartón se estrelló contra la ventana del mercado
que estaba al lado de la parada de autobús. La fuerza hizo que el vidrio se
agrietara y suras con forma de telarañas crecieron desde el punto de impacto. Era
demasiado tarde; Miyoung se dio cuenta de que no solo la había tirado, sino que
también había usado su fuerza sobrenatural de gumiho. En público.
Durante unos segundos tensos, parecía que la ventana no se rompería. Aunque
no fue el caso, ya que el cristal cayó mientras se burlaba de Miyoung con un
delicado coro de fragmentos tintineantes.
—¡Heol! —maldijo Jaegil con los ojos muy abiertos mientras miraba entre
Miyoung y la ventana rota.
Se le hizo un nudo en el estómago. Esto no era algo que una chica normal
pudiera hacer: romper el cristal sólido de una ventana con una bola de basura.
Sus ojos se deslizaron hacia Jihoon, que también miraba jamente a la ventana
rota con la boca abierta. De pronto, el dueño del mercado salió corriendo,
mientras escupía maldiciones una atrás de la otra.
—¿Quién hizo esto? ¡Ya llamé a la policía! ¿Quién pagará por este desastre?
Se escuchaban algunos susurros de los peatones que pasaban y de los que se
habían detenido a echar un vistazo.
Miyoung sintió el calor y el peso de todas las miradas sobre ella. Era como si
tuviera puntos ardientes en su piel, como si alguien hubiera encendido los
cigarrillos de Jaegil y los hubiera puesto contra ella.
Se sentía como si el mundo se estuviera haciendo añicos a su alrededor, al igual
que la ventana.
Saboreó bilis ácida cuando su miedo se convirtió en náuseas.
—¡Corre! Sal de aquí —demandó Jihoon.
—¿Qué? —Ella no podía entender lo que quería decir. ¿No estaba viniendo la
policía? ¿No iba a ser arrestada? Pero su identidad sería revelada. Su madre
tendría que limpiar su desorden, otra vez. ¿Yena mataría a Jihoon cuando se
enterara de todo? Sería su culpa, toda su culpa.
Jaegil y Seho dieron gritos de alarma antes de largarse y el dueño de la tienda los
persiguió calle abajo.
—Tienes que irte antes de que llegue la policía. —Jihoon la empujó un poco y
ella tropezó, pero siguió moviéndose a los trompicones.
Dejó que el impulso la llevara, hasta que empezó a trotar, para luego acelerar y
salir corriendo.
14
J IHOON ESTABA EN UNA SILLA INCÓMODA APOYADA CONTRA UNA pared beige
descolorida. Varios o ciales de policía estaban sentados en sus escritorios,
que se habían colocado por toda la habitación siguiendo patrones
aleatorios.
Había estado solo una vez en una estación de policía, cuando su madre lo había
arrastrado allí para gritarle al o cial que había arrestado a su padre. Un mal
recuerdo agravado por su actual incomodidad. Y el policía que lo estaba
interrogando ahora mismo no estaba ayudando.
—Entonces, dime otra vez, ¿cómo rompiste la ventana? —Era una pregunta que
Jihoon había contestado, al menos, una docena de veces.
—Con una roca. —Mantuvo sus respuestas cortas. Así había menos
posibilidades de ser atrapado con una mentira de ese estilo.
—¿Por qué?
Buena pregunta, pensó Jihoon. ¿Por qué había decidido cubrirla? No era
necesariamente porque se sentía su protector. Dios sabía que Miyoung no
necesitaba a alguien que la cuidara. Quizá porque suponía que ella no esperaba
nada de él y Jihoon quería demostrarle que estaba equivocada. Que él sí se
preocupaba por ella.
Espera. ¿Se preocupaba por Miyoung?
Antes de que pudiera detenerse en ese nuevo pensamiento, el o cial volvió a
hablar:
—Y los chicos que se fueron corriendo, ¿no estaban involucrados?
—No.
—Escucha, niño. No tengo tiempo para esto. Estás enfrentando cargos reales
aquí.
—Lo sé. —Jihoon no tenía intenciones de sonar simplista y super cial, pero las
respuestas cortas no lo ayudaban.
—Estoy muy cerca de perder la paciencia. —El o cial se inclinó sobre el
escritorio, de modo que un poco de su saliva voló y alcanzó la mejilla de Jihoon.
—O cial Noh, ¿por qué no se toma un descanso? —El detective que estaba a su
lado tenía una voz serena y unos ojos a lados que parecían haber visto todo.
Estos inquietaban más a Jihoon que la ira del o cial—. Terminaré con esto.
El escritorio del detective estaba desordenado. Había documentos apilados al
azar contra una caja que contenía una mezcla de tchotchkes, es decir, una gran
variedad de chucherías. Jihoon vio una taza del equipo de baloncesto de los
Gigantes Lotte, un pequeño marco de madera con la imagen descolorida de un
bebé y una gran cruz de madera con escrituras grabadas en ella: «Los ojos del
Señor están sobre los justos, y sus oídos atentos a su clamor. (Salmos 34:15)».
El detective Hae leyó el archivo que había sacado del escritorio del o cial. Su
mandíbula cuadrada y su cabello canoso le recordaban a Jihoon a los actores
conocidos que aparecían en los dramas de época que a su halmeoni tanto le
gustaban. Se imaginó al hombre vistiendo las grandes túnicas de un noble,
mientras gritaba sobre el honor del país.
—Entonces, ¿rompiste una ventana y decidiste que lo más conveniente era ser
grosero con un o cial de policía?
—No fue una decisión activa —dijo Jihoon. El detective frunció el ceño, por lo
que agregó—: Señor.
—¿Te das cuenta de que estás en bastantes problemas? —El detective Hae miró
un papel en su mano—. Ahn Jihoon.
Él decidió hacer caso a sus modales.
—Lo entiendo, señor.
—El dueño de la tienda también dijo que no estabas solo.
Jihoon asintió. Algo acerca de este detective hacía que mentirle fuera
in nitamente más difícil.
—No, señor. Pero ya he confesado.
—Sí, tú eres el que confesó. —El detective Hae dijo esto de tal manera que
Jihoon pensó que el hombre podía ver a través de él—. El dueño del mercado
quiere presentar cargos —continuó hablando con un tono de reprimenda. A
Jihoon se le pusieron los pelos de punta, pero mantuvo su cabeza inclinada en
señal de respeto—. Sin embargo, tu halmeoni fue capaz de hacerlo cambiar de
opinión.
Por primera vez, Jihoon sintió miedo. Sus ojos recorrieron la estación de policía
para buscar a su abuela, sintiendo más aprensión de la que había experimentado
en el duro interrogatorio con el o cial anterior.
El detective dejó escapar una risa, lo cual logró que la atención dispersa de
Jihoon se centrara de nuevo en él.
—Es bueno ver cómo la respetas. Tu halmeoni es toda una mujer. Es una pena
que su reputación se manche por esto.
Ahora, una sensación de culpa se apoderó del cuerpo de Jihoon. Esto no
afectaría al restaurante, ¿verdad?
Luego, procesó el resto de las palabras del detective.
—¿Conoce a mi halmeoni?
—La conocí cuando empecé a trabajar en mi primer caso aquí. Me parece una
buena mujer, fuerte, que no acepta comportamientos tontos. Siento que
cualquiera de sus castigos es peor, en comparación con los que nosotros
podríamos darte. Como no hay cargos o ciales, puedes irte cuando llegue.
Jihoon asintió y miró la puerta, tratando de no ponerse nervioso.
Su teléfono sonó y él se sobresaltó en su asiento antes de mirar el mensaje de
Somin:
NO TE PREOCUPES.
Somin contestó tan rápido que se preguntó si ya había escrito el mensaje con
antelación:
NO TE PREOCUPES.
M IYOUNG NO ESTABA SEGURA DE ESTAR LISTA PARA IRSE A CASA. Tenía un nuevo
talismán en su bolsillo, justo al lado de su perla. Eran dos mentiras las
que le estaba ocultando a su madre. Mentiras en las que no quería
pensar en ese momento.
Jihoon estacionó detrás de un edi cio bajo y cuadrado. El sabroso aroma a
doenjang jjigae impregnaba el aire. Era un plato simple, pero ningún coreano
podía olerlo y no sentirse reconfortado.
—¿Dónde estamos? —Miyoung se bajó de la moto.
Antes de que él respondiera, una voz gritó:
—¿Me has reemplazado, Jihoon-ah?
El joven se rio entre dientes y se dirigió a Hwang Halmeoni, que estaba sentada
en una plataforma de madera al otro lado de la calle.
—Nunca. Usted siempre será la número uno.
—Ella es una yeowu —aseguró la anciana.
Jihoon y Miyoung se congelaron en sus lugares e intercambiaron miradas de
asombro.
—Es muy bonita, como una zorra —aclaró la halmeoni con una carcajada
divertida.
—Sí, lo es. —Jihoon dejó escapar un suspiro de alivio.
Ambos se giraron cuando la puerta trasera del restaurante se abrió de golpe.
—¡Jihoon-ah! ¿Dónde has estado? —Una anciana apareció enmarcada por la
puerta. Sus brazos estaban cruzados con rmeza sobre su pecho. Su pelo era
completamente blanco y su rostro estaba arrugado por unas líneas severas.
No era conveniente cruzarse en su camino.
—Halmeoni, ella es Miyoung. Es una nueva estudiante en nuestra clase. —
Jihoon la empujó hacia adelante y se colocó detrás para usarla como escudo.
—¿Qué te he dicho acerca de empujar a la gente? —preguntó la halmeoni, que
sacó un trapo de su delantal para usarlo como látigo. Su puntería era tan precisa
que Miyoung sintió el viento que provocó, sin tener que sentir el escozor del
golpe.
Jihoon trató de escapar hacia el otro costado de Miyoung, pero su halmeoni lo
siguió con una sorpresiva agilidad.
La joven estaba fascinada con la escena que se estaba desarrollando ante sus
ojos. Por lo general, cuando tenía invitados en su casa, las personas se esmeraban
por ser educadas. Todos ocultaban sus dramas familiares detrás de una fachada de
sonrisas brillantes. Pero no era el caso de esta familia. La halmeoni de Jihoon lo
golpeó con el trapo, mientras él gritaba en protesta.
—Te juro, Ahn Jihoon, que eres capaz de hacerme envejecer diez años en un
solo día. ¿Primero te arrestan y luego desapareces toda la noche? ¿Quieres que
tenga un ataque al corazón? —Al escuchar su pregunta, Miyoung dudó de que esa
fuera una mujer que sucumbiera con facilidad a cualquier enfermedad.
—Me detuvieron, no me arrestaron —argumentó Jihoon, y los ojos de su
halmeoni se estrecharon. Incluso Miyoung tenía miedo de cómo respondería.
—Más tarde, Ahn Jihoon. Trataré contigo más tarde. —El humor de la mujer
cambió repentinamente y le sonrió a la chica—. Sospecho que tienes hambre.
Ella se sorprendió por el rápido paso de la ira a la hospitalidad, pero se acordó
de que debía inclinarse en un saludo tardío.
—No, estoy bien.
—Tonterías, eres una adolescente. Ustedes siempre tienen hambre. —La anciana
volvió a entrar y no le dio oportunidad a Miyoung de rehusarse una vez más.
—Vamos. —Jihoon jaló de su brazo, en dirección hacia el restaurante.
—Creo que debería irme —dijo ella, aunque el olor a comida que provenía del
interior le hizo agua la boca.
—Solo deja que te alimente. Nunca te dejará ir hasta que comas algo.
—¿Estás seguro de que no quieres usarme para retrasar tu castigo?
—Por supuesto que sí. Sé una buena amiga y acompáñame. —Jihoon le dedicó
una sonrisa torcida y su corazón se aceleró. Miyoung debería haberlo corregido y
haberle dicho que no eran amigos. Pero, por alguna razón, no lo hizo. Era raro
que, un mes atrás, ni siquiera supiera que este chico existía; y ahora, hasta casi
anhelaba su compañía.
El abarrotado restaurante no era impresionante. El linóleo amarillento estaba
agrietado y el ltro de agua daba un triste gorgoteo en la esquina. Bajo una luz
uorescente se había preparado una pequeña mesa para la cena. Tazones
humeantes de doenjang jjigae llenaron la habitación con el aroma salado de la
pasta de frijoles.
Al sentarse, la silla de Miyoung se balanceó un poco por culpa de las patas
desiguales.
Cuando la halmeoni salió con un tazón extra de jjigae en sus manos, Miyoung se
levantó de un salto y lo agarró para ponerlo en la mesa.
—Buena chica. —La halmeoni le dio una palmadita rme en su trasero en señal
de aprobación.
Miyoung se paralizó. Nunca antes había recibido un gesto tan afectuoso y
casual. Además, no tenía experiencia en cómo comportarse en estos casos.
—Entonces, ¿hace poco te mudaste a la ciudad? —preguntó la halmeoni al
sentarse.
—Sí, con mi madre —respondió Miyoung, mientras regresaba a su asiento.
—¿Y tu padre? ¿De qué trabaja?
—Él no está con nosotras. —Bajó la cabeza ante aquella mención.
—Oh, lamento tu pérdida —dijo la anciana con una sonrisa compasiva.
—No está muerto. —A Miyoung se le erizó la piel al escuchar esa suposición—.
Simplemente nos abandonó.
La halmeoni decidió continuar con el tema, sin perturbarse.
—Bueno, querida, a veces el universo funciona de maneras extrañas, pero la
familia no siempre se forma a través de la sangre.
Incapaz de encontrar una respuesta, Miyoung se sirvió un bocado. La abuela de
Jihoon había colocado un trozo de carne encima de su plato. Un gesto tan simple
y que había visto en miles de dramas televisivos. Uno de alguien que mostraba
que cuidaba del otro. La joven se llevó la comida a la boca a pesar de la tensión
en su garganta.
Jihoon levantó la vista y se encontró con los ojos de Miyoung. Le ofreció una
amplia sonrisa y dejó entrever un poco de kimchi entre sus dientes. Ella odiaba
que eso hiciera que su ridícula sonrisa fuera aún más cautivadora.
Cuando Jihoon y su halmeoni se movían, denotaban mucho respeto el uno por
el otro. Eso era toda una vida de aprendizajes de buenos comportamientos. Ella
puso un poco de carne en el tazón de su nieto. Él, en cambio, empujó su kimchi
de pepino más cerca de su halmeoni para que lo pudiera alcanzar.
Él puso una mano sobre la de ella mientras comían. Su pulgar se movía de un
lado a otro sobre la delgada piel de los nudillos de su abuela. Miyoung se
preguntó si se daba cuenta de lo que estaba haciendo.
¿Cómo podían dos personas estar gritándose en la calle y a los pocos minutos
compartir una comida encantadora? Estaban tan a gusto con su amor: peleaban,
reían y se adoraban abiertamente.
A Miyoung se le cerró la garganta por la ola de emociones que le generaba, por
lo que se atragantó en su siguiente bocado. La miraron con curiosidad. Sus ojos se
empañaron, así que agachó la cabeza sobre su tazón para ocultar las lágrimas que
habían empezado a caer.
Le dolía ver tanto amor cuando ella nunca lo había recibido. Como si se tratara
de una herida del pasado, en la que había aparecido una cicatriz, pero que ahora
se había vuelto a abrir. Era una sensación rara. Se preguntó si alguna vez podría
volver a llenar el vacío que le generaba.
Después de la cena, Miyoung se ofreció a lavar los platos para poder escapar y
acomodar sus pensamientos.
En la pequeña televisión que estaba ubicada en la esquina, estaban pasando un
drama, mientras ella llenaba el fregadero con espuma. El sonido de una discusión
entre dos personajes salió de los parlantes y se unió a su amargura.
Jihoon empujó la puerta y entró con los últimos platos sucios.
Ella quería decirle que se fuera. Su dolor se había traducido en molestia, y él era
su objetivo principal.
Antes de que tuviera la oportunidad de desterrarlo, él se puso el segundo par de
guantes y comenzó a lavar a su lado.
Miyoung clavó sus dientes en el interior de su mejilla. Mientras saboreaba el
gusto metálico de la sangre, se obligó a relajarse para calmar su enojo. Podría
dejarlo que la ayudara. De todos modos, sus manos ya estaban sumergidas en el
agua, restregando una olla gigante.
—¿De qué se trata? —Jihoon movió la cabeza en dirección a la televisión.
Miyoung consideró ignorarlo, pero sabía que la atormentaría hasta que
respondiera.
La escena mostraba a la heroína mientras conducía por una calle oscura,
aparentemente iba en camino a sacri carse por el hombre que amaba. Ella negó
con la cabeza ante la estupidez de tal martirio.
—Ella es pobre y él, rico. La familia del chico no quiere que estén juntos. Creo
que ella va a sufrir un accidente en este episodio. Tendrá amnesia o algo así, y se
separarán por un tiempo.
—Si su familia no aprueba la relación, ¿por qué necesitan crear otra razón
arbitraria para separarlos?
—Porque genera drama.
—Si puedes predecir el show, ¿qué sentido tiene mirarlo?
—Sirve de compañía. —Miyoung se encogió de hombros.
—¿Compañía?
—Cuando no tienes amigos, es lindo poder llenar el vacío con ruido, incluso si
se trata solo de la televisión.
—¿Es eso realmente su ciente? Son solo dramas —dijo Jihoon, mientras el
sonido de un accidente automovilístico irradiaba por los parlantes. Las
uctuaciones de la música acompañaban el desastre que sucedía en cámara lenta
—. No es la vida real.
—Pre ero la vida cticia. Las cosas en el mundo exterior son muy caóticas. —
Miyoung señaló el grupo de policías y trabajadores de emergencia que se estaban
ocupando del accidente—. Necesito estar bajo control. Así es más seguro.
El héroe corría a medida que esquivaba los autos. Fue detenido por un o cial,
mientras sollozaba el nombre de la heroína. Las cámaras se retiraron para mostrar
la desesperación del joven cuando su voz se unió a los sonidos de las sirenas. La
siguiente escena comenzó con el encabezado: CINCO AÑOS MÁS TARDE. Miyoung casi
deseó no ser capaz de predecir tan bien las tramas de estos shows.
—¿Más seguro para quién? —inquirió Jihoon.
Miyoung lo miró jamente mientras la canción principal los rodeó con letras
acerca de un amor perdido y corazones rotos. Una balada triste para una historia
triste.
—¿Acaso importa?
—A mí me importa.
Las palabras de Jihoon no deberían haber causado una aceleración en su pulso.
No deberían haber disparado una emoción de placer a través de su cuerpo. Pero
lo hicieron. Por primera vez en su vida, el control de Miyoung sobre su corazón
aqueó. O, tal vez, nunca lo había tenido en absoluto.
—Haces demasiadas preguntas —dijo ella.
Jihoon suspiró con resignación.
—Te acompañaré a casa.
Esta fue una lección aprendida por un pequeño pueblo a nales del
siglo .
Durante ese tiempo, vivió una gumiho. Ella optó por residir en un
Nunca eligió a sus víctimas entre los humanos con los que vivía,
los mitos de estas criaturas, ella podría con ar sus secretos a sus seres
hogar, una típica casa de estilo hanok. Pero sus espadas no la mataron.
cosechar sus cultivos y a criar a sus hijos. Nada había cambiado para
por primera vez. Mientras ella arrancaba la puerta del frente, unos
L A LUNA LLENA TRAJO CONSIGO UNA TENSIÓN QUE PRESIONÓ EL pecho de Miyoung.
Esta venía acompañada de un sentimiento de anticipación y ansiedad.
Necesitaba que esa noche saliera todo bien. Debía encontrar el equilibrio
de nuevo y se había convencido a sí misma de que lo haría cuando la perla
volviera a estar en su lugar.
Bajó las escaleras al trote, ya que no quería llegar tarde a su encuentro con
Nara. Pero se detuvo en seco cuando vio a su madre en el vestíbulo con una
valija.
—¿Vas a alguna parte? ¿Esta noche? ¿En la luna llena?
—Sí, tengo un viaje importante que no puedo posponer por mucho más.
—Pero necesito… —Miyoung dejó de hablar. No sabía lo que quería de Yena.
Simplemente sabía que se sentía mejor cuando su madre estaba cerca. Además,
esa noche era muy importante.
—Estaré lejos por unos días. Una semana como máximo —dijo Yena.
—¿Por qué? —preguntó Miyoung antes de que pudiera arrepentirse.
—Negocios. —El tono frío de su madre era la prueba de que había dado un
paso en falso. En realidad, no tenía idea de en qué consistía el negocio de Yena;
solo sabía que había vivido lo su ciente como para ganar mucho dinero y que
Miyoung nunca tuviera la necesidad de cosas materiales. Por eso, cuando era una
niña, se cuestionaba por qué su madre todavía necesitaba ir a trabajar. Un día, le
preguntó por qué se iba tan a menudo, a lo que Yena respondió que estaba en
busca de algo. Dar respuestas imprecisas era una de sus marcas personales.
Nunca renunciaba a nada que no quisiera.
»Espero que te comportes cuando no esté aquí. —Era más una orden que una
petición.
—Por supuesto. —Miyoung se inclinó y se quedó en esa posición hasta que
escuchó que se cerraba la puerta detrás de su madre.
Después de ver cómo se alejaba el taxi, Miyoung se dirigió hacia el bosque. El
camino hacia el lugar de encuentro con Nara era estrecho, donde las escaleras de
piedra desgastada daban paso a la tierra y a las rocas.
Esa noche, la luna se sentía más llena que nunca, como un globo a punto de
estallar. Con la excepción de que Miyoung era la que podía estar por explotar.
Sentía una comezón en su piel, como si miles de bichos se estuvieran arrastrando
por todo su cuerpo. El estómago le dio un vuelco, lo cual le advirtió que tenía
niveles de gi peligrosamente bajos. Necesitaba terminar la ceremonia y
alimentarse. Una vez hecho eso, debería sentirse mejor.
Encontró a Nara en la base de un árbol nudoso que había perdido todas sus
hojas a nales de otoño. La luna se asomaba a través de las ramas desnudas y
proyectaba sombras retorcidas sobre la chamana, quien estaba preparando un
altar. En una pequeña mesa de madera había un cuenco de cobre lleno de agua y
otro con arena y un incienso encendido.
—Estoy casi lista —dijo Nara, sin levantar la mirada.
—¿Será rápido?
—La ceremonia sí. —Nara se mordió el labio y revisó una lista de notas escritas
a toda prisa. Miyoung aceptó la media respuesta, ya que entendía que ambas
estaban en un territorio desconocido.
»Siéntate.
—¿Cómo sabías de la existencia de esta ceremonia? —interrogó Miyoung,
mientras se sentaba frente a la chamana. La pregunta era bastante inocente, pero,
aparentemente, era un tema sensible para Nara.
—Mi madre escribió al respecto en uno de sus diarios. Le encantaba estudiar
otras creencias y religiones de nuestra historia. Mi halmeoni decía que eso la
hacía una mejor chamana.
Miyoung notó el dolor de Nara. El anhelo de una chica que nunca había
conocido a la persona que la había dado a luz.
—Estoy segura de que ella estaría orgullosa de ti. En realidad, tanto tu padre
como tu madre lo estarían. —Era un comentario genérico, pero fue lo único que
se le pudo ocurrir a Miyoung.
—Lo mejor que puedo hacer es esforzarme al máximo para estar a la altura de
su memoria. —La determinación iluminó el rostro de Nara. Miyoung pensó que
era hermosa, con sus ojos fuertes y su boca rme.
»Empecemos. —La chamana respiró hondo, pero sus ojos seguían enfocados en
el papel que sostenía en la mano—. ¿Tienes el talismán?
Miyoung sacó el sobre y se lo entregó. El talismán no era diferente a los bujeoks
amarillos que Nara hacía en su propia tienda.
La joven chamana comenzó a entonar un cántico con palabras que invocaron la
energía del yin y el yang. Habló sobre agua limpia y de formas puras. Cantó
acerca del fuego, mientras encendía el talismán. Y dejó que la ceniza cayera en el
recipiente lleno de agua.
Cuando el talismán se había consumido, Nara removió con lentitud el cuenco.
La ceniza se había mezclado con el líquido, el cual se había tornado de un gris
opaco.
Nara introdujo los dedos y dio un paso adelante. Miyoung se echó hacia atrás
instintivamente.
—Quédate quieta —ordenó Nara con tanta severidad que la sorprendió. La
chamana frotó sus dedos cubiertos de ceniza en los párpados y en la frente de la
joven.
Una serie de preguntas se posaron en su lengua, pero las contuvo mientras Nara
le tendía el cuenco.
—Bebe.
El agua olía a fuego y a humo.
—Bebe —le repitió.
El líquido era más cálido de lo que esperaba, como si la llama aún siguiera viva
dentro de las cenizas del talismán. Tuvo que luchar contra las náuseas mientras
sorbía. No podía soportar un trago más, y tosió tan fuerte que temió vomitar.
—Debes beberlo todo. —Había urgencia en la voz de Nara.
El siguiente sorbo la desgarró. Trozos de talismán se pegaron a sus entrañas y la
rasparon. Se dobló de dolor, por lo que el cuenco cayó de sus temblorosas manos
y el líquido se derramó por la tierra.
—¡No! —gritó Nara. Se había adelantado, pero no había nada que pudiera
salvar.
Miyoung apenas podía respirar más allá de la agonía. Su interior estaba
iluminado con brillantes brasas que se extendían por todos sus órganos.
—¿Qué has hecho? —Incluso su voz le raspó la garganta, como si respirara
fuego en lugar de palabras.
—Deberías haberte tomado todo —dijo Nara. El pánico estaba claro en cada
una de sus palabras—. No sé qué pasará ahora.
Las sombras uctuaron y bailaron. Miyoung no estaba segura de si era el vaivén
de los árboles o la disminución de su propia visión. Se puso de pie con di cultad
y casi se cayó cuando sus piernas empezaron a doblarse.
—¡Seonbae!—exclamó Nara, alarmada.
—No me toques.
Miyoung sentía un zumbido en sus oídos. Su cabeza giró y sus músculos se
contrajeron.
La chamana se puso de pie.
—Seonbae, tu perla. ¿Dónde está?
—¡Déjame en paz! —gritó, sin saber si era a la nada misma o a todo.
Miyoung se alejó con rapidez. Las ramas de los árboles le arañaron las mejillas.
Las raíces que estaban levantadas del suelo hicieron que se tropezara. Como si
fuera un milagro, mantuvo el equilibrio y corrió a través del bosque que, por
primera vez, se había vuelto aterrador.
No podía ver nada. ¿Qué había en ese talismán?
Las sombras la persiguieron. Y sabía que no podía dejar que la atraparan.
Miyoung salió de los árboles y se encontró con el resplandor de las luces de la
ciudad. Se desvió para evitar el trá co; los ruidos distorsionados de los autos y de
la gente hacían que su cabeza le diera vueltas. Así que trastabilló hasta encontrar
un callejón, y no le importó haber terminado allí. Los edi cios estaban agrietados
y manchados, construidos tan cerca uno del otro que casi no había espacio entre
los apartamentos en ruinas. Las puertas oxidadas chirriaban desde sus bisagras y
las ventanas estaban cubiertas por barras. Un hedor humano llenó sus fosas
nasales y casi se atragantó.
Una puerta se abrió de golpe y los gritos de una discusión se escucharon desde
la calle. Miyoung se mantuvo en las sombras, ya que no quería que nadie la viera
en ese estado. No tenía ni idea de cómo lucía. ¿Y si sus colas estaban a la vista?
Aun así, siguió avanzando por el camino. En ese momento, sintió que unas
guras oscuras la seguían y la acechaban. Le susurraban cosas y se burlaban,
mientras cojeaba sin ningún sentido de la orientación.
«Asesina».
«Homicida».
«¡Monstruo!».
—No —dijo ella en un susurro ronco—. ¡Déjenme sola!
Tropezó con sus propios pies y se golpeó contra un contenedor de basura, que
cayó al suelo con un estrépito.
Se cubrió la cabeza con los brazos, con la esperanza de que eso mantuviera las
sombras lejos de ella, pero una puerta se abrió y una luz se derramó sobre el
asfalto a su lado. Se apresuró a retroceder, mientras rogaba que nadie la hubiera
visto.
—¿Quién está ahí? —La voz sonaba enojada y grave. No articulaba muy bien
por culpa del alcohol—. ¡Chico! ¡Ven aquí!
—¿Sí, abeoji?
Miyoung entrecerró los ojos ante la voz familiar.
—¿No te he dicho que te aseguraras de que la tapa del contenedor estuviera
bien cerrada para que no entraran los perros callejeros?
—Lo hice. —Lo reconoció ahora. Era Jung Jaegil. Lo que signi caba que el
hombre que lo sujetaba por el cuello de la camisa era su padre.
—Bueno, ¡evidentemente no lo hiciste! —dijo el hombre, seguido de un golpe
sordo y un gruñido. Jaegil se estrelló contra el marco de la puerta, y con su mano
cubrió la mejilla donde el puño de su padre había hecho contacto—. ¡Muchacho
inútil! Lo haré yo mismo. De todos modos, necesito salir a comprar más cerveza.
La puerta se cerró de repente y se llevó la luz consigo. Lo siguiente que escuchó
fueron los pasos arrastrados de alguien mientras se acercaba.
Aquí viene. Listo para cazar.
¿Eran sus pensamientos? ¿O las voces de las sombras? Realmente no le
importaba, porque se dio cuenta de que se estaba muriendo de hambre. Eso
superaba el miedo y el dolor que había estado experimentando segundos antes.
Unas botas crujieron contra la gravilla y a Miyoung se le hizo agua la boca una
vez más.
«¿Puedes saborearlo?».
Tomó impulso para moverse y se agachó junto a los contenedores de basura
caídos.
«Despedázalo. Es para lo que fuiste creada».
Una bota chocó contra su pie.
—¿Qué…?
No le dio la oportunidad de terminar la frase. Se levantó de su escondite y lo
sujetó por la garganta. Los ojos del hombre se hincharon de sorpresa, y ya estaban
inyectados en sangre por la bebida. Por otro lado, su rostro rubicundo mostraba
con claridad que había tenido una larga vida en la que había hecho todo de
manera equivocada.
Es una escoria, se dijo a sí misma. Golpea a su hijo. Es un hombre malo.
Le apretó la garganta, mientras él le arañaba la mano. Podía saborear su gi antes
de que siquiera se abriera para aceptar la energía. La absorbió tan rápido que el
hombre dejó escapar un grito de sufrimiento. Nunca antes la había tomado tan
rápidamente. No era consciente de que podía causarle a alguien un dolor como
ese.
—¿Abeoji? —La puerta se abrió de nuevo y Jaegil apareció. Trató de echar un
vistazo hacia la oscuridad.
Miyoung se congeló en su sitio. ¿Qué estaba haciendo? Este no era otro de sus
criminales y asesinos. Solo era un hombre ebrio. El padre de alguien.
Lo dejó caer, ahora inconsciente, pero vio que su pecho subía y bajaba. Estaba
vivo.
Se escabulló y dobló en la esquina. En ese momento, empezó a correr.
No fue mi intención, se dijo a sí misma. No soy un monstruo.
«Sí, sí querías hacerlo. Sí, sí lo eres».
Miyoung se giró hacia la voz. ¿Alguien la había visto?
—¿Hola? —gritó a la nada misma.
Las sombras danzaban en su visión. Eran formas oscuras que se retorcían y
giraban.
—¿Qué eres?
Las sombras convergieron y se convirtieron en columnas de humo llenas de
rostros. Un tornado de espíritus conformado por todos los hombres cuyas vidas
había reclamado con sus manos.
La acusaban con sus ojos. Y sus bocas abiertas emitieron unos alaridos.
Los fantasmas de su pasado nalmente se habían liberado de su mente y se
arremolinaron a su alrededor. ¿Era este su castigo por vivir a costa de la muerte de
los demás? Se cubrió los oídos con las manos para ahogar el sonido estruendoso
de sus voces. Como eso no funcionó, decidió correr.
ara saber por qué maldicieron a la zorra con un destino fatal,
de su amor.
cumpliría.
hombres.
en un demonio.
E L COLEGIO ERA UNA TORTURA. BUENO, UNA TORTURA MÁS INTENSA de lo habitual.
Miyoung estaba sentada al otro lado del pasillo con el rostro cansado. Lo
estaba ignorando a propósito, pero al menos había vuelto a clases. Jihoon
tomó nota de su piel pálida y de su frente sudorosa. Eso lo preocupaba. Ella le
había dicho que las gumihos no podían enfermarse. Entonces, ¿qué era lo que la
estaba poniendo tan pálida?
Jihoon pensó al respecto mientras volvía de la tienda de la escuela, acompañado
por Changwan. Tenía los brazos cargados de bocadillos. Luego, se detuvo en seco
cuando vio a Miyoung, que venía caminando por el pasillo. Ella reparó en su
presencia y se desvió hacia la derecha para entrar al baño de mujeres.
Obviamente, seguía evitándolo.
—¿Sigue sin hablarte? —preguntó Changwan.
—¿De qué estás hablando? —Jihoon falló miserablemente en hacerse el tonto.
—Todo el mundo lo sabe. —Su amigo se encogió de hombros—. Hay una
apuesta sobre cuándo terminará contigo.
—No puedes terminar algo que nunca ha comenzado —dijo, mientras se
acomodaba para esperar afuera del baño—. Ten, lleva mis bocadillos al aula,
¿puedes?
Changwan aferró las bolsas de papas fritas y de dulces, le deseó buena suerte y
siguió avanzando hacia el salón de clases.
—¿Qué estás haciendo aquí? ¿Eres un pervertido? —Baek Hana abrió la puerta
del baño con arrogancia y aires de grandeza.
—Que yo sepa, esta pared siempre estuvo abierta al público.
Hana puso los ojos en blanco y dejó que la puerta se cerrara en su cara.
Pasaron dos minutos más antes de que Jihoon se rindiera. ¿Qué estaba
haciendo? ¿Esperar ahí afuera para que ella le gritara o lo ignorara? Quizá algo
peor.
Cuando comenzaba a irse escuchó un grito proveniente del interior del baño.
Abrió la puerta a tiempo para ver a Hana empujar a Miyoung con tanta fuerza que
esta se estrelló contra la pared de azulejos.
—Debe ser genial tener una madre rica que pueda pagar para arreglar tus
errores —escupió Hana—. Incluso cuando esas equivocaciones incluyen un
intento de asesinato.
Miyoung no respondió. Su cabeza estaba inclinada, por lo que su pelo le cubría
el rostro.
—¡Ey! ¿Escuchaste lo que dije? —Hana volvió a empujarla contra la pared. Esta
vez, su cabeza chocó contra el azulejo—. Mi primo vive en Gwangju. Cuando le
envié tu foto, dijo que te conocía, pero que tenías un nombre diferente. ¿Lo
cambiaste porque intentaste matar a esa chica?
Somin estaba parada en la esquina y se estaba secando las manos con calma.
Actuaba como si nada malo estuviera ocurriendo.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Jihoon. Las tres chicas lo miraron.
—Cállate, Ahn Jihoon. Sé que sientes algo por ella —se burló Hana—. ¿Te ha
contado por qué la han echado de su antigua escuela? Estuvo involucrada en un
intento de homicidio.
Somin seguía ignorando la escena. Tiró el pedazo de papel al cubo de la basura
y Jihoon extendió una mano para detenerla.
—Somin-ah, estoy decepcionado de ti.
—¿Qué? —Los ojos de Somin se agrandaron.
—Deberías haber detenido esto —declaró Jihoon.
—No tienes derecho a juzgar lo que hago —replicó—. ¡No cuando obviamente
estás ocultándome secretos y excluyéndome!
Jihoon no sabía qué decir, pero no tuvo la oportunidad de responderle ya que la
joven lo empujó y salió de allí, enojada.
—También deberías irte, Hana, si no quieres que le diga a la señorita Kwon lo
que he visto.
Hana se rio, pero se escabulló del baño de todas formas. Evitó los ojos de Jihoon
cuando se retiró.
Él inspeccionó a Miyoung, en busca de lesiones.
—¿Estás herida? —Apartó su cabello a un lado para verle el rostro.
Ella corrió sus manos, como si fuera una niña petulante que estaba rechazando
el cuidado de un padre.
—No las habría lastimado.
—No las detuve porque tuviera miedo de lo que les harías. Lo hice porque
estaban equivocadas.
Los ojos de Miyoung se movieron con nerviosismo hacia un costado.
—No te preocupes. No regresará —le aseguró Jihoon.
Un pequeño gemido escapó de la garganta de Miyoung y sus hombros
comenzaron a temblar. Sus ojos se movieron de derecha a izquierda, como si
estuvieran siguiendo unas sombras que él no podía ver.
Jihoon frunció el ceño. Le preocupaba que el golpe en su cráneo la hubiera
confundido. ¿Las gumihos podían sufrir conmociones cerebrales?
—Es cierto. —La voz de Miyoung se quebró al decir eso.
—¿Qué es cierto?
—Esa chica. Creía que le había robado al novio. Él la había dejado porque
pensó que estaba enamorado de mí. Estúpido humano. —Su expresión se agrió.
Aun así, un fogonazo estalló en el pecho de Jihoon. Era una sensación fugaz de
celos.
»Ella no dejó de molestarme después de eso. Hizo que todo el colegio se
pusiera en mi contra.
Jihoon guardó silencio. Sabía que Miyoung necesitaba contar su historia. Su
halmeoni siempre decía que historias como estas era mejor contarlas que dejarlas
encerradas en nuestro interior.
—Me exalté demasiado. Solo quería que me dejara en paz. Estaba tan cerca y
podía escuchar cómo latía su corazón. Así que la empujé para alejarla de mí. No
debería haberme seguido por ese puente.
—¿Qué le ocurrió? —indagó Jihoon. El temor y la ansiedad cubrían sus palabras.
—Sobrevivió —aclaró—. No asesino a gente inocente. —Lo miró con el rostro
fruncido, a la defensiva. Era una expresión que decía más que mil palabras.
También daba a entender que nunca nadie se había puesto de su lado.
—Entonces, fue un accidente. —Suspiró, aliviado.
—Si no fuera así, ¿estarías aquí todavía? ¿Seguirías hablando conmigo si
pensaras que lastimé a una persona inocente a propósito? —Su voz se elevó.
Jihoon vaciló.
—No lo sé —admitió—. Pero no es el caso.
—Ese es tu problema. Quieres ser amigo del noble monstruo, pero olvidas que
tengo que matar para sobrevivir. No soy una buena persona —replicó—. Nunca
pretendí serlo. —Su voz se volvió a quebrar con desesperación.
—No me olvido de eso —objetó Jihoon—. Pero sé que tienes más para ofrecer
de lo que aparentas.
—No digas eso. —Su voz resonó en las paredes del baño—. ¡No sabes! No
sabes lo que he hecho. Deja de ngir lo contrario.
—Lo que sé es que no me gusta cuando la gente te molesta. Tampoco cuando la
persona que intimida a los demás eres tú.
Jihoon se había dado cuenta de que Miyoung se preocupaba por todo. Mataba
para sobrevivir, pero tenía un corazón frágil y compasivo. El hecho de que su
misma existencia causara dolor a los demás debió haberla destrozado. Y, al saber
eso, el joven sintió empatía, incluso cuando no sabía cómo ayudarla.
—No puedo dejar de verlos. —Su voz tembló—. Me recuerdan lo que he hecho.
—¿A quiénes? —preguntó, desesperado por entenderla. Estaba convencido de
que si podía hacerlo, entonces podría ayudarla.
Ella dejó escapar un suspiro. Unas lágrimas se asomaron por sus ojos, pero
nunca las dejó caer. Su necesidad de control era más fuerte que ella.
El teléfono de Miyoung vibró y leyó el mensaje de texto que había recibido.
Luego, empujó a Jihoon y, sin mirarlo, salió por la puerta.
22
¿P OR QUÉ AHN JIHOON TIENE QUE SER TAN FRUSTRANTEMENTE comprensivo?, pensó
Miyoung.
Su teléfono móvil volvió a sonar. Era otro mensaje de Nara.
Miyoung corrió por el pasillo a pesar de que la campana les había advertido a
los estudiantes que regresaran a clase. No podía volver en ese momento. Su
cabeza palpitaba con el inicio de una migraña y, aunque se negó a reconocerlas,
las sombras de los fantasmas aún giraban a su alrededor. Si se quedaba quieta el
tiempo su ciente, podía distinguir lo que susurraban.
«Asesina».
«Monstruo».
«Yokwe. Bestia».
El yeowu guseul se balanceó en su bolsillo, mientras se dirigía a la puerta
principal del colegio. Se sentía como si se le estuvieran agotando los latidos de
vida cada vez que la perla golpeaba su cuerpo.
Con la puerta principal cerrada, tuvo que trepar por la pared lateral. Con un
poco de suerte, esto la sacaría de la institución y la ayudaría a evitar a Nara.
Sin embargo, no tuvo suerte. Cuando sus pies tocaron el pavimento, escuchó la
voz de Nara que la llamaba.
—¡Seonbae! —Nara corrió hacia ella, casi sin aliento.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—No has respondido a mis llamadas.
—No tenemos nada de qué hablar —dijo Miyoung. Dio una media vuelta y
empezó a caminar por la acera.
—No me ignores —expresó la chamana—. Puedo ayudarte.
Sin decir una palabra, Miyoung cruzó una puerta al azar que conducía a una
estrecha escalera junto a un ascensor abollado. El letrero de al lado daba un
directorio del edi cio: una tienda de teléfonos móviles, un noraebang y un
pequeño café en la azotea.
—¿A dónde vamos? —preguntó Nara.
—A un lugar donde podamos hablar en privado —respondió Miyoung. Dentro
del ascensor, presionó el botón del tercer piso.
—¿Un noraebang? —Nara estaba confundida.
Miyoung no dijo nada mientras las puertas del ascensor se abrieron para dar
paso a un vestíbulo angosto y reducido. Brillantes luces de neón centelleaban
contra las paredes espejadas. Un pequeño puesto de comida ofrecía desde
bocadillos hasta refrescos y alcohol. En un letrero escrito a mano presumían que
tenían las últimas pistas de K-pop para karaoke. Miyoung se acercó al hombre que
estaba sentado detrás del mostrador; la super cie estaba cubierta con alguna
sustancia pegajosa.
—¿Podemos alquilar una cabina por una hora? —consultó.
El hombre echó un vistazo a los uniformes escolares de las jóvenes. Luego, se
encogió de hombros y les informó el precio con un acento perezoso. Parecía que
no le importaba el ausentismo escolar, siempre y cuando le pagaran.
La habitación olía a cerveza rancia y a soju, pero era privada. Justo lo que
necesitaban. Miyoung sujetó el control remoto gigante y eligió una canción sin
prestar mucha atención. Música trot resonó con fuerza por los altavoces. Era
música de la época de sus padres; al menos, de los padres de Nara. La joven
dudaba de que Yena alguna vez escuchara música. Las letras del grupo de música
Love Battery se movían por la pantalla, acompañadas de escenas genéricas de
ores y naturaleza.
Miyoung se volvió hacia Nara.
—Habla.
—Estos espíritus —comenzó Nara y echó un vistazo a su alrededor. Miyoung se
negaba a seguir la mirada de la chamana; se negaba a darle crédito a los
fantasmas que la atormentaban—. Puedes verlos ahora, ¿no?
—¿Lo has hecho a propósito? —Miyoung hizo la pregunta que la había estado
carcomiendo por dentro.
—Vivo con la maldición de ver fantasmas. ¿Por qué le desearía eso a alguien
más? —dijo y unas lágrimas aparecieron en sus ojos.
Miyoung dejó escapar un suspiro, mientras la incertidumbre desaparecía de sus
pensamientos. Por supuesto que Nara no querría hacerle daño.
—¿Qué salió mal?
—Lo siento, seonbae. —Nara meneó la cabeza—. Simplemente no tuve la
habilidad su ciente para redirigir la energía del talismán. No debería haberlo
intentado. Solo quería ayudar. —Juntó las manos como si estuviera rezando,
rogando o confesándose para obtener una absolución.
Miyoung sabía que debía preocuparse por ella, que debía consolarla si lograba
perdonarla. Pero no pudo.
—¿Puedes deshacerte de ellos?
—¿Tal vez con una ceremonia de protección? Creo que hay un ritual kut.
—Nara, no creo que uno de tus bailes de chamana sea su ciente para esto.
—Te sorprenderías. Si me dieras el yeowu…
—No, no te daré la perla. Le contaré todo a mi madre. Debería haberlo hecho
hace mucho tiempo.
—¿Le dirás lo que hemos hecho? —susurró Nara, con un miedo palpable.
—No. Nunca le he contado a mi madre sobre ti y no lo haré ahora. No te
preocupes.
—Está bien —dijo Nara—. Solo recuerda que estoy aquí para apoyarte.
Había una petición en la voz de Nara, como si le pidiera a Miyoung que creyera
en ella.
Los instrumentos potentes se fueron apagando. La habitación se quedó en
silencio y Miyoung miró jamente a la chamana. En ese momento, los susurros
fantasmales comenzaron otra vez. Ella alcanzó el control remoto para poner otra
canción en la lista de reproducción y ahogarlos con el sonido.
—No son nuevos —comentó Nara.
—¿Qué? —Eso la sorprendió y sintió la necesidad de encontrarse con los ojos de
su compañera.
—Estos fantasmas… Siempre te han seguido, demasiado rencorosos como para
seguir adelante y pasar a la otra vida. Tú representas sus asuntos pendientes en la
Tierra. Siento mucho no habértelo dicho antes. Creí que sería una carga muy
grande para ti.
La mano de Miyoung temblaba, por lo que apretó el puño. Sabía que Nara decía
la verdad y que le había ocultado todo eso para protegerla.
—Estos fantasmas son mi problema —a rmó Miyoung—. Son mi carga.
—No tienes que hacer esto sola.
—Sí, debo hacerlo.
—Me pregunto, ¿por qué parece que no puedes con ar en nadie? ¿Es por tu
madre?
—Ella se preocupa por mí. Soy todo lo que tiene.
—Te obliga a estar sola porque no confía en los demás. Pero ella tuvo cientos de
años para tomar esa decisión. ¿Realmente tuviste una opción? —Los ojos tristes de
Nara le suplicaban a Miyoung. Si admitía las verdades en las observaciones de la
chamana, entonces estaría renunciando a la fachada de control que tanto había
trabajado en construir.
—Me gusta estar sola —refutó, aunque notó la mentira en su propia voz. No
importaba lo buena que fuera mintiéndoles a los demás, nunca sería capaz de
dominar la habilidad de mentirse a sí misma.
23
A LA MAÑANA SIGUIENTE, JIHOON CASI ESPERABA QUE MIYOUNG faltara a clases otra
vez. No pudo contener una sonrisa de alivio cuando vio su pelo oscuro
y su gura hundida.
Otros estudiantes estaban sentados en pequeños grupos, mientras se dedicaban
a observarla y a chismorrear. Él suspiró y esperó que los rumores de sus
«problemas de pareja» desaparecieran pronto. Superar ese chisme estaba
tomando más tiempo de lo usual.
Una serie de ruidos en la puerta trasera del salón de clase atrajo su atención
hacia Baek Hana.
Estaba encorvada y acunaba un objeto pesado en sus brazos. Sus amigas, que no
dejaban de parlotear, se apresuraron para ayudarla. Una sacó su teléfono móvil y
se colocó en la esquina. Claramente era un lugar privilegiado para ver lo que
sucedería a continuación.
Hana se dirigió a su objetivo con una mirada burlona.
Miyoung estaba en su banco, cabizbaja. Estaba garabateando unas notas,
distraída e inconsciente de lo que estaba ocurriendo.
Jihoon corrió por el salón cuando vio que Hana sostenía un frasco del que
goteaba una sustancia viscosa y asquerosa. Llegó a tiempo para sostener a
Miyoung y protegerla bajo su cuerpo. En ese instante, sintió algo frío. Una pasta
de frijoles mungo entró por el cuello de su camisa y empezó a resbalar por toda
su espalda.
—¡Ey! —gritó Hana—. ¿Cuál es tu problema, Ahn Jihoon?
Como resultado, el salón de clase se quedó en silencio. Todos estaban
disfrutando del espectáculo.
Hana aún tenía el frasco en las manos. La pasta que no se había derramado
seguía en el fondo. Jihoon se lo quitó en caso de que se le cruzara por la mente
alguna idea maligna.
—Sal de aquí antes de que llame a la profesora.
—¿Por qué la proteges? —preguntó Hana—. ¿Es realmente tu yeo-chin?
—Sí, es mi novia. Así que déjala en paz.
Todos se quedaron en sus lugares, sin saber cómo reaccionar. Era la primera vez
que Jihoon había manifestado eso en voz alta.
Miyoung se levantó de pronto. La fuerza hizo que su silla se golpeara contra el
escritorio de atrás. Miró a Jihoon con sus ojos oscuros e inescrutables. Después, le
pasó por al lado y salió del salón.
24
M IYOUNG EMPEZÓ A LLEVAR UNA MUDA DE ROPA TODOS LOS DÍAS. Como lo había
previsto, el ataque preferido de los chicos siempre incluía comida. Los
ingredientes que cubrían su cuerpo eran su cientes para preparar el
menú del día de Acción de Gracias coreano, mejor conocido como Chuseok.
Tuvo suerte de que Yena todavía no hubiera vuelto a casa. Eso le daba
privacidad para poder ahogarse en su propia humillación.
Miyoung se dirigió al salón después de la clase de Educación Física. Había sido
una hora particularmente horrenda en la que trató de evitar objetos voladores que
«accidentalmente» se escapaban de las manos de sus compañeros. Lo que no
habría sido tan problemático, si no fuera porque su equilibro estaba afectado por
los fantasmas que la acechaban. Era casi como si hubieran unido fuerzas con los
matones para bombardearla al mismo tiempo.
Por otro lado, no podía olvidar las palabras de Nara. Los fantasmas no eran
nuevos. La habían estado siguiendo, como banderas de su vergüenza, desde que
los había asesinado para prolongar su vida. Ellos eran su castigo.
La campana sonó por última vez, lo que le indicó que había sido un error
haberse dado una ducha extra larga para evitar a los otros alumnos después de la
clase de Educación Física.
Iba apresurada por el pasillo cuando un brazo se interpuso en su camino.
Miyoung miró rápidamente a Jung Jaegil. Podía distinguir un magullón
descolorido en su ojo derecho y, por eso, recordó la ansiedad en su cara cuando
había estado buscando a su padre por la acera sucia y oscura. La culpa le revolvía
el estómago.
—Sal de mi camino —advirtió Miyoung, con un agregado de acero en su voz—.
Estoy llegando tarde.
—Todos estamos llegando tarde. —Jaegil hizo un gesto a sí mismo y a Seho, que
estaba detrás de él.
—No tengo tiempo para esto. —Intentó caminar alrededor de Jaegil, pero su
amigo le bloqueó el paso.
—He oído que tienes antecedentes —dijo Jaegil, riéndose—. Nunca pensé que
habría alguien peor que yo en esta escuela.
Miyoung intentó abrirse paso de nuevo, pero él la empujó tan fuerte que sus
hombros golpearon la pared con un ruido sordo.
«Es lo que te mereces después de lo que le hiciste a su padre», susurró una voz
fantasmal. En realidad, no sabía si era uno de sus fantasmas o sus propios
pensamientos.
—Algo sobre ti me molesta. —Jaegil hablaba con lentitud y alargaba las vocales
innecesariamente. Dio un paso adelante, por lo que Miyoung pudo oler jugo de
naranja y papas con gusto a camarón en su aliento—. ¿Cómo rompiste la ventana
de la tienda?
—Te dije que te apartaras de mi camino —repitió. Podía sentir cómo estaba
perdiendo su autocontrol.
—¿Qué crees que puedes hacer para lograrlo? —Jaegil pasó un dedo por su
mejilla.
Miyoung corrió su mano con una palmada.
Los ojos del chico lanzaban destellos de una rabia que ella pudo reconocer. Era
la mirada de alguien que había sido maltratado por la vida. Se preguntó si Jaegil
era como su alma gemela, aunque no lo quería admitir completamente. Después
de todo, ambos habían cedido a su naturaleza violenta. Él levantó su mano: era su
preparación antes del impacto.
Pero su cuerpo salió disparado lejos de ella y se deslizó por el suelo de
baldosas.
Somin se había colocado entre ellos, como un escudo que protegía a Miyoung
del matón aturdido en el suelo.
—Ey, Lee Somin. ¡Nappeun gijibae! —maldijo Jaegil, mientras Seho corría a
ayudarlo. En ese momento, se abrió una puerta al nal del pasillo y un profesor de
segundo año asomó la cabeza.
—¿Qué están haciendo fuera de clase? ¿Quién es su profesor?
Jaegil y Seho salieron disparados. Estaban bien entrenados en el arte de escapar.
Somin y Miyoung no tuvieron tanta suerte.
L A LUNA LLENA ESTABA CERCA. ERA DOMINGO Y MIYOUNG NOTÓ QUE la casa estaba
extrañamente tranquila mientras se movía a través de su habitación y se
ponía un suéter y unos vaqueros.
Se sentía curiosamente tranquila. Tenía la sensación de que, sí o sí, las cosas se
arreglarían esa noche. Yena estaría en casa antes del anochecer y Miyoung le diría
toda la verdad.
Si tenía cuidado con la forma en que lo formulaba, y se cuidaba de no hacer
mención a las chamanas o talismanes, su madre de nitivamente encontraría la
manera de solucionarlo todo.
Y después podría intentar decirle a Yena que quería quedarse allí,
permanentemente. Un verdadero hogar, con amigos de verdad.
Su teléfono móvil sonó y el número de Nara iluminó la pantalla. Miyoung dudó
un segundo antes de responder.
—No creo que estés llamando solo para saludar.
—Esta noche hay luna llena. —Nara sonaba tensa.
—He oído rumores al respecto.
—Si quieres hacer algo…
—Le diré todo a mi madre. No necesito de tus rituales de chamana para arreglar
esto.
—¿Rituales de qué? —Al oír la voz de Yena, Miyoung giró y dejó caer su móvil
con un estrépito.
Yena miró a Miyoung con tranquilidad desde la puerta, como si hubiera
preguntado por el clima. Pero ella vio los puños apretados de su madre y cómo
sus uñas le dejaban unas marcas en la piel.
—Puedo explicarlo. —¿Podría? Parecía difícil poner en orden sus pensamientos
ante la furia de su madre.
—Sabes que confío en que hagas lo que te pida.
—Eso hago.
Los ojos de Yena se encendieron.
—También espero que me digas la verdad.
Yena caminó hasta el escritorio de Miyoung, abrió una gaveta, sacó todos los
papeles y los dejó caer al suelo antes de tirar de la siguiente. Era una inspección,
como si su hija fuera la sospechosa de un crimen.
—Te he dicho que nunca hables con chamanes. —Cada vez había más papeles
esparcidos por el suelo, junto con cuadernos y bolígrafos—. Son enemigos de
nuestra especie. Solo buscan lastimarnos o hacernos algo peor.
—Madre.
Yena la interrumpió con una mirada fulminante.
—No te explico todas mis reglas porque hay cosas en este mundo que son muy
difíciles de entender, incluso para personas como nosotras. —Yena sacó la última
gaveta y dejó caer su contenido; después, soltó la gaveta de madera también.
»Todo lo que hago es para ti. Todo. —Yena sujetó la chaqueta del colegio de su
hija, que estaba en el respaldo de la silla de escritorio, y sacó los bolsillos para
afuera. El talismán salió revoloteando hasta el piso. Era como una bandera
amarilla que dejaba en evidencia la culpa de Miyoung. Su madre lo recogió
utilizando el pulgar y el índice, y su rostro se contorsionó con indignación—. Y
así es cómo decides jugar con mi con anza.
—¡Por favor! —suplicó Miyoung.
No importaba lo que dijera. Su madre no cambiaría de opinión. Con
movimientos lentos y deliberados, Yena rasgó el talismán por la mitad y el papel
dorado chispeó. Miyoung observó cómo el poder del amuleto se liberaba y se
dispersaba por el aire.
No pasó ni un segundo antes de que las sombras se levantaran y se derramaran
por las paredes.
—¿Por qué haces todo esto? —preguntó Yena mientras las sombras detrás de ella
se estiraban y se congelaban en el lugar para convertirse en formas amenazantes.
—Lo siento —tartamudeó Miyoung y pestañeó tan fuerte que luces blancas
ardieron detrás de sus párpados.
—Dime —insistió Yena mientras las guras amenazadoras se alzaban sobre ella
y se preparaban para apresarla con los brazos extendidos.
—¡Madre! —gritó, pero los demonios se movieron rápidamente a través de Yena,
quien no se inmutó de lo que estaba sucediendo.
Miyoung quería sollozar. Su vida era un completo desastre y solo pretendía
remediar las cosas. A n de cuentas, mentir era su mejor habilidad, y resultó que
nalmente había aprendido a mentirse a sí misma.
—Lo siento —repitió. No sabía si se estaba disculpando con su madre o con los
rostros fantasmales de sus víctimas.
—¿Qué has hecho?
Miyoung se alejó de la ira de su madre y de los fantasmas detrás. Representaban
una serie de amenazas que no podía manejar. Estos mostraron sus dientes, y el
odio se veía con claridad en sus rostros. Sus ojos eran como dos agujeros negros y
la miraban, juzgándola.
—Déjame en paz.
—No uses ese tono conmigo —advirtió Yena. Sus fosas nasales parecían escupir
fuego por culpa de una rabia que apenas podía contener.
Los espectros se movían por el aire, como si danzaran en sintonía con la furia de
su madre. Aprovecharon el momento y se lanzaron hacia adelante.
—¡Aléjate! —gritó Miyoung y se balanceó para correrla. No obstante, sus uñas
rasparon la mejilla de su madre. Enseguida aparecieron unos tajos rojos, de los
que manaban gotas de sangre, a lo largo de su piel pálida.
—¡Miyoung! —El rugido llenó la habitación y despejó el miedo y la
desesperación de su mente. Parpadeó hasta que pudo enfocarse en su madre. Los
fantasmas habían retrocedido, y ella se miró la mano, la cual estaba manchada
con la sangre de Yena.
—No quise hacerlo. —Su voz oscilaba entre la angustia y la disculpa—. Estaba
tratando de arreglarlo. Song Nara me dijo… —Apretó los labios al darse cuenta de
su error.
—Song. Nara. —Yena pronunció cada palabra con lentitud—. ¿La chamana con
la que estuviste hablando se llama Song Nara?
Miyoung asintió, resignada.
Sin decir ni una palabra más, Yena giró sobre sus talones.
—¡Espera! —Miyoung la llamó—. ¿A dónde vas?
Pero su madre decidió no responder e irse corriendo, furiosa.
Con dedos torpes, Miyoung marcó el número de teléfono de Nara.
—Nara, si te doy la perla, ¿puedes garantizarme que eres capaz de arreglar todo
esto?
—Sí, creo que puedo, seonbae.
—Dime dónde nos encontramos.
28
J IHOON USABA SUS TARDES DE DOMINGO PARA UNA COSA: JUGAR videojuegos.
Sus momentos de felicidad eran cuando no tenía clases o cuando su
halmeoni le daba un respiro después de haber ayudado en el restaurante.
Encendió el viejo ordenador de su apartamento y consideró si valía la pena
ponerse unos pantalones de verdad para ir a la sala de informática, que tenía una
mejor conexión a Internet. Decidió sacar un par de la pila de ropa que su
halmeoni había doblado. Un papel amarillo cayó del bolsillo, lo que lo hizo
suspirar. No importaba que hubiera dejado el bujeok para lavar a propósito, ella
lo encontró y lo guardó meticulosamente, para después dejarlo con cuidado en su
bolsillo otra vez. Jihoon estaba a punto de meterlo dentro de una gaveta, pero se
detuvo. De todas las personas, él ahora sabía que estas cosas no eran simples
supersticiones. Así que se lo guardó en la chaqueta antes de ponérsela.
El sonido del timbre de la puerta principal lo confundió al principio. Casi nadie
subía hasta allí cuando el restaurante estaba abierto en el piso de abajo.
Los bujeoks amarillos alrededor de la puerta ondearon cuando la abrió.
El detective Hae estaba al otro lado.
—Detective. ¿Está buscando a mi halmeoni? Ella está abajo.
La mirada perspicaz del detective se posó en la arrugada ropa de Jihoon y en sus
ojos adormecidos.
—En realidad, te estaba buscando a ti. Tu vecina, la señora Hwang, me ha dicho
que fuiste al bosque hace unas semanas.
—¿Cuándo fue eso? —Aunque Jihoon ya lo sabía.
—Tiene que haber sido hace unos dos meses.
Dos meses atrás. Cuando Jihoon conoció a Miyoung por primera vez. Cuando la
vio matar a un dokkaebi.
Su mente se aceleró. ¿Debería mentir? Determinó que una verdad a medias sería
lo mejor. Era más fácil decir la verdad, incluso si no estaba completa.
—No recuerdo todas las noches en las que estoy afuera, pero intentaré ayudarlo
si puedo.
—¿Recuerdas haber visto algo raro? —preguntó el detective Hae.
—¿A qué se re ere?
—Simplemente cualquier cosa. —El detective estaba siendo igual de reservado.
—No, el vecindario es bastante tranquilo después del anochecer.
—¿Has oído algo proveniente del bosque?
—¿Se re ere a excursionistas?
—Lo que sea. —El detective observaba a Jihoon tan de cerca que sintió que, si
parpadeaba de manera incorrecta, el hombre descubriría toda la verdad.
—Realmente no me doy cuenta de las cosas que pasan.
El detective Hae suspiró.
—Todo esto es acerca del archivo que viste en la estación. Ese hombre
desapareció hace dos meses. Encontramos su cuerpo anoche. —Enfatizó la
palabra «cuerpo» para ver si conseguía una reacción de su parte.
Jihoon mantuvo su expresión en blanco mientras repasaba en detalle la última
estrategia de batalla de sus videojuegos.
—Lo siento, no puedo ayudarlo.
—Escucha. —El detective vaciló por un momento—. Esto sonará raro, pero creo
que este es un patrón. Ha habido otros ataques similares.
—¿Similares? ¿Como cuáles? —preguntó Jihoon.
—Eso es información con dencial —respondió, pero Jihoon no necesitaba
escuchar nada más, porque ya se hacía una idea. Hombres desaparecidos,
despojados de sus hígados. Hombres que parecían haber sido atacados por un
lobo… o una zorra.
»Pero estoy bastante seguro de que habrá otro ataque, y pronto. Ahora, ¿estás
seguro de que no has visto nada?
—Sí, estoy seguro. —La boca de Jihoon era una línea dura y severa, un truco
que había aprendido de su halmeoni.
El detective Hae buscó en su bolsillo y sacó su tarjeta.
—Bueno, si recuerdas algo, házmelo saber.
Jihoon la aceptó y se aseguró de mantener los dedos rmes.
Este hombre se estaba metiendo en su cabeza. Miyoung no era la única gumiho
que vagaba por la ciudad. Además, por lo que le había dicho, Yena era
despiadada. Los ojos de Jihoon se movieron hacia los bujeoks detrás de la puerta.
Recordó el que había usado el dokkaebi contra Miyoung esa primera noche.
Cómo la había debilitado.
—Espere —gritó Jihoon. Se sentía un tonto, pero ¿y si el detective se lastimaba
sin haber hecho algo malo? Por eso, jaló de un talismán y se lo ofreció.
—¿Un bujeok de protección?
—¿Ya sabe lo que es? —Jihoon levantó las cejas, sorprendido.
—Mi esposa solía estar obsesionada con estas cosas.
—Debería llevárselo. Parece que tiene un trabajo muy peligroso.
El detective se rio y le dio una palmadita en el hombro. Era un gesto
extrañamente paternal, por lo que Jihoon retrocedió al sentir una repentina
incomodidad.
El hombre asintió con la cabeza una última vez y Jihoon se inclinó en una
reverencia.
Se apoyó con pesadez contra la puerta, después de haberla cerrado. Intentó
llamar a Miyoung. Ella le había hecho prometer que solo usaría su número de
teléfono en caso de emergencia. El joven supuso que esto clasi caba como una.
No respondió. Maldijo mientras abría la puerta de nuevo y salía corriendo.
Jihoon subió la colina en dirección a la casa de Miyoung. Vaciló al nal del largo
camino y echó un vistazo al cielo, que se estaba oscureciendo con el atardecer.
Pero logró reunir el coraje su ciente para seguir adelante.
Un movimiento en los árboles lo hizo detenerse y se quedó inmóvil hasta que
pudo reconocer la chaqueta del uniforme de su escuela. Miyoung.
No era un buen momento para una caminata casual. Seguramente se estaba
preparando para cazar. Si ese detective estaba patrullando, Jihoon no quería
pensar en lo que podría pasar.
—¡Miyoung! —vociferó, pero estaba demasiado lejos o solo lo estaba
ignorando.
Se apresuró para seguirla y se preguntó cómo se movía tan rápido sin hacer
ningún ruido.
El sendero era estrecho, lleno de grandes raíces y rocas escarpadas. La pendiente
era tan empinada que Jihoon se cansó de inmediato. Se preguntó si era
físicamente posible que a una persona se le salieran los pulmones de tanto toser,
pero realmente no quería averiguarlo. Así que tomó un breve descanso y se apoyó
contra un árbol. Allí, la altura era vertiginosa. La ciudad estaba tan abajo que
parecía una réplica de juguete. Lamentablemente, el descanso le había hecho
perder tiempo valioso. Cuando se volvió hacia el camino, Miyoung no estaba a la
vista.
—Gu Miyoung —exclamó, sin obtener respuestas. No es que realmente hubiera
esperado una.
»Miyoung-ah, si puedes oírme, respóndeme. —Sus gritos hicieron que algo se
sacudiera en la maleza. Él se deslizó hacia atrás, muy cerca de la saliente.
Alguien lo agarró a tiempo y se terminó cayendo sobre una pila de hojas.
Miyoung estaba de pie sobre él, con los brazos cruzados. Por la expresión de su
rostro, no solo estaba molesta, sino también enojada.
—¿Qué quieres? —preguntó.
—Ellos… —titubeó y dejó de hablar. Se puso de pie y se limpió la suciedad que
tenía adherida a los pantalones mientras trataba de calmarse—. Han encontrado
un cuerpo en el bosque.
La expresión de Miyoung era ilegible.
—Era un hombre que había desaparecido —prosiguió Jihoon—. Están
sospechando. Están buscando al culpable y creen que va a atacar otra vez.
Miyoung asintió, la única señal de que había escuchado lo que dijo.
—Hay un policía que está investigando y haciendo preguntas.
—Solo porque esté indagando, no signi ca que sepa algo. —Miyoung frunció el
ceño.
—Quizá no deberías estar afuera esta noche.
—Necesitas dejar de intervenir en esto. No es seguro que estés aquí. —Miyoung
apoyó una mano en su vientre y sus ojos se movieron de un lado a otro, como si
vieran algo que él no podía ver. Asimismo, su piel había adquirido una extraña
palidez verdosa.
—¿Estás bien?
—Vete a casa. —Miyoung no esperó una respuesta y regresó al bosque.
Parecía distraída. Si lo estaba, eso signi caba que podría cometer un error.
Jihoon no se dio tiempo para pensar. Mientras la luz del sol menguaba, empujó
las ramas para avanzar por el camino y seguirla hacia las profundidades del
bosque.
29
J IHOON DEJÓ CAER LA PERLA Y SE QUEDÓ MIRANDO LAS QUEMADURAS que provocó en
sus palmas, tal y como si hubiera agarrado una brasa en lugar de una
simple piedra.
El rostro perplejo de la chamana casi lo hizo inclinarse instintivamente a modo
de disculpa. Miyoung aprovechó el momento y corrió hacia los árboles.
Jihoon se fue tras ella y le pidió que esperara, aunque no lo escuchó. La perdió
de vista justo después de haber dejado atrás la luz del claro.
Una vez lejos de las velas encendidas de aquel sitio, Jihoon notó que la luna no
atravesaba el espeso follaje de los árboles. Todo a su alrededor le parecía igual y
allí fue cuando cayó en la cuenta de que se encontraba solo en mitad del bosque,
en plena luna llena.
Un grito perforó el silencioso movimiento de los árboles y su corazón dio un
salto que le terminó generando un nudo en la garganta.
Reconoció la cadencia. Era demasiado brusca como para ser el aullido del
viento y demasiado tormentosa como para provenir de un animal. Era el llanto de
una persona.
Jihoon la encontró debajo de un árbol nudoso, que se inclinaba sobre sí mismo
antes de alcanzar el cielo.
Miyoung estaba acurrucada en sí misma, con las extremidades dobladas contra
su cuerpo en un claro re ejo del árbol deformado. Enterró su cara en sus rodillas.
Había nueve colas fantasmales que estaban ondeando a su alrededor, bajo la luz
moteada de la luna.
—Miyoung-ah. —A pesar de que Jihoon se acercó con lentitud, no pudo evitar
tropezarse con algunas raíces y piedras.
Avanzó de a poco, como si se estuviera acercando a un animal herido.
Miyoung apretó los puños sobre su cabeza y jaló de sus mechones de color
ébano con tanta fuerza que Jihoon tuvo miedo de que los arrancara de su cuero
cabelludo.
El joven acortó la distancia entre ellos e intentó no mirar las colas ondulantes.
Sin embargo, una rozó contra su brazo. No sabía muy bien qué esperar, pero el
suave roce del pelaje le puso la piel de gallina a lo largo de todo su cuerpo.
—Estoy tan cansada —murmuró Miyoung—. Tengo mucha hambre.
—¿Miyoung-ah? —repitió.
Un estremecimiento se apoderó del cuerpo de la joven y su murmullo se detuvo.
El mismísimo aire del claro se calmó, como si el bosque estuviera conteniendo la
respiración.
Levantó la cabeza, giró lentamente y se inclinó. Sus ojos oscuros divisaron la
luna y dejó escapar un gruñido gutural.
De un momento a otro, Jihoon se hallaba de espaldas en el suelo y ella se
encontraba en cuclillas encima de él.
A Miyoung se le había acumulado mucha saliva alrededor de la boca. Esta
goteaba de sus labios y comenzó a caer sobre la mejilla del joven.
La gumiho bajó la cara hasta estar a centímetros de la suya. Sus ojos estaban
dilatados y sus labios se curvaron en la sonrisa complacida de un depredador.
—¡Miyoung-ah! —Trató de empujarla, pero ella ni se inmutó—. ¡Gu Miyoung!
—repitió su nombre con la esperanza de recordarle su identidad.
A modo de respuesta, ella se apoyó en sus hombros; las piedras del suelo se
presionaban dolorosamente contra su espalda.
No podía mover ninguna de sus extremidades. Entonces, Jihoon hizo lo primero
que se le vino a la mente. Se incorporó y le mordió el hombro a Miyoung.
La gumiho aulló de dolor y su agarre se a ojó.
Jihoon cayó sobre su vientre y se escabulló.
Ella se recuperó muy rápido. Sus manos se envolvieron alrededor de sus rodillas
y sus dientes encontraron su pantorrilla. Estos pudieron cortar la tela y atravesar la
carne. Jihoon gritó y su alarido fue tan agudo que hizo eco por todo el bosque.
Intentó dar patadas y arañar para zafarse mientras ella lo hizo rodar sobre su
espalda.
—Me estoy muriendo de hambre. —Las palabras vibraron por todo su torso justo
cuando lo inmovilizó nuevamente en el suelo.
Jihoon no se podía mover y ella se agachó un poco más. Sus pesados resoplidos
movían su pelo.
—Miyoung-ah —suplicó Jihoon, tratando de impregnar cada palabra con
desesperación.
Ella se detuvo y frunció el ceño.
—Por favor, soy yo, Ahn Jihoon. —En su exasperación, comenzó a divagar—.
Odias mis chistes y crees que hablo demasiado. Tienes miedo al agua. Mi
halmeoni te preparó doenjang jjigae. Dijiste que no me matarías. Dijiste que no lo
harías. —Una lágrima cayó por su mejilla.
Miyoung se sobresaltó y sus ojos se aclararon.
—¿Jihoon?
En ese momento, su cuerpo comenzó a convulsionar. Se estremeció y cayó
sobre el hombro de Jihoon.
Él se liberó de su peso y se inclinó para ver cómo estaba.
—Si fuera tú, la dejaría en paz. —La chamana salió de entre los árboles.
Jihoon tuvo una sensación de déjà vu al ver su rostro.
—¿Te conozco?
—¿Qué? No. —La voz de la chamana era mordaz.
—Ah —respondió Jihoon, pero no pudo ignorar esa extraña impresión.
—Tú eres la luminosidad —dijo la chica—. Eres el sol perseguido por las
sombras. Y ella representa esas sombras.
—No sabes nada de nosotros —refutó Jihoon y se movió para proteger a
Miyoung.
La chamana mayor salió de la oscuridad del bosque y sus ojos se endurecieron
cuando se jaron en la joven gumiho.
—Sabemos mucho más de lo que crees —aseguró la halmeoni.
—Bueno, no me importa lo que ustedes crean. Déjennos solos
—¿Alguna vez te has preguntado si ella se merece tu lealtad? Es una asesina. —
La voz de la joven denotaba una clara acusación.
—Espera, ahora recuerdo dónde te he visto —dijo Jihoon cuando el
reconocimiento se asentó en su mente.
—Nunca nos hemos visto.
—No. —Jihoon pronunció la palabra mientras intentaba aferrarse a la memoria.
Recordó una gura fantasmal que retrocedía en dirección al bosque cuando
luchaba desesperadamente contra un dokkaebi—. Te he visto antes.
—No, no es cierto —insistió ella.
—Estabas allí, cuando conocí a Miyoung por primera vez. Creí que eras un
fantasma, pero estuviste en el bosque cuando ella perdió esa perla.
—¿Qué? —La pregunta se abrió paso por el bosque. Miyoung se sentó detrás de
Jihoon.
—Nara. —Los ojos de Miyoung se encendieron al posarse en la chica—. Dime
lo que has hecho.
Pero fue la vieja chamana quien respondió.
—Hizo lo que debía hacer para librar a este mundo de un demonio.
31
—No lo sé. —Jihoon frunció el ceño, sin saber con certeza qué lo había sacado
tan repentinamente de su sueño.
De pronto, se oyó un estrépito. Se levantó, sin conocer el motivo por el cual su
boca estaba tan seca.
Miyoung también se puso de pie.
—¿De dónde viene ese ruido?
—Del restaurante —sentenció mientras caminaba hacia la puerta trasera—.
¿Halmeoni? —gritó, pero no hubo respuesta.
El sobresalto que Jihoon había sentido al despertar se había concentrado en su
vientre. De allí se movió a su pecho a medida que la ansiedad lo inundaba.
—¿Halmeoni? —chilló, esta vez mientras corría.
—¡Espera! —dijo Miyoung, pero no la escuchó. Siguió corriendo por las
escaleras y bajó los escalones de dos en dos.
En el restaurante, todo estaba oscuro y tranquilo. Parecía abandonado, y Jihoon
se preguntó si no se había imaginado el estruendo en la cocina.
—Jihoon-ah. —La voz de Miyoung era cautelosa, pero él corrió hacia donde
supuestamente se había originado el sonido.
Una vez allí, se detuvo en seco, incapaz de procesar lo que estaba viendo. Su
halmeoni yacía en el piso, con el delantal lleno de manchas color carmesí. Los
fragmentos rotos de una pila de platos estaban esparcidos a su alrededor y cubrían
toda la super cie.
Entonces, una gura alta y esbelta salió de las sombras. Tenía un hermoso
cuerpo, cabello negro azabache y ojos a juego: Gu Yena.
—Humano estúpido —dijo un segundo antes de golpearlo.
34
gemido de angustia.
—Estoy decepcionada de ti, hija.
LA SORPRESA CASI la hizo gritar,
pero el sonido quedó atrapado en su garganta y, en cambio, soltó un
E L GRITO DE MIYOUNG SE SINTIÓ COMO UNA ESPECIE DE ALARIDO. Se dejó caer al lado
de Jihoon, en donde se empapó las rodillas con sangre.
—Te sugiero que absorbas su gi y que termines su sufrimiento.
Olvidémonos de tus errores, así te dejaré empezar de nuevo. —Yena ni siquiera
les echó un vistazo a los cuerpos tendidos en el piso cuando se retiró con
delicadeza por la puerta.
—Por favor. Por favor. Por favor —repitió Miyoung una y otra vez mientras
presionaba sus manos contra la herida del joven. No servía de nada, ya que había
perdido mucha sangre. Así que recogió toallas, trapos y cualquier otra cosa que
pudiera servir para detener el sangrado.
Cuando Miyoung presionó su mano manchada de sangre en su cuello, no pudo
sentirle los latidos del corazón. Ante esa situación, los de ella se detuvieron.
—No. No. No. —Era lo único que podía decir mientras apoyaba la oreja contra
su pecho, con la esperanza de sentir el pulso que lo mantenía con vida.
Lamentablemente, solo había silencio.
Miyoung pro rió un grito ahogado mientras trataba de revivir el corazón de
Jihoon. Sus sollozos la hicieron temblar y algo terminó por caer de su bolsillo.
Era el yeowu guseul. Su pequeña y sencilla perla estaba en el piso de linóleo
manchado. La recogió y la sostuvo con fuerza antes de desplomarse contra él.
—Lo siento —susurró, aunque las palabras se sintieron vacías e inservibles. La
perla quemaba en su palma, por lo que Miyoung la dejó caer al piso antes de que
pudiera chamuscarle la piel.
De pronto, Jihoon se sacudió con ella y jadeó con desesperación.
—¿Jihoon? —Su nombre sonó como una pregunta.
El joven se atragantó y un poco de sangre escapó de sus labios, la cual terminó
salpicando el rostro de Miyoung. Su cuerpo se detuvo y sus ojos se pusieron en
blanco. De su boca goteaba una mezcla de sangre y ema.
—¡Espera! —Una vez más, le aplicó presión a la herida con sus manos, pero
solo parecía hacer que la sangre uyera más rápido a través de sus dedos—. Por
favor, dime qué hacer —le suplicó a Jihoon, a los dioses y a ella misma.
Entonces, se oyó un murmullo.
—La perla.
Miyoung observó el yeowu guseul con temor. Sospechaba que la voz provenía
de la piedra misma.
—Usa la perla. —La halmeoni de Jihoon se arrastró y se podía ver claramente
cómo tenía sangre seca por todo su cuero cabelludo.
—Halmeoni —susurró Miyoung, un poco aliviada y un poco desesperada.
—Usa el yeowu guseul. —La mujer sujetó la mano de su nieto; su respiración
era tan super cial que parecía inexistente.
—¿Cómo sabes sobre eso?
—Los ancianos vemos y sabemos más de lo que crees. Por favor, salva a mi
nieto. —Sus lágrimas cayeron a través de las arrugas de su cara.
Miyoung recogió el yeowu guseul con cuidado. El calor que emanaba era tan
intenso que hizo que su piel se arrugara. Casi la soltó por no estar acostumbrada a
que su propia perla le causara dolor. En cambio, la sujetó con rmeza.
Jihoon comenzó a vomitar mientras intentaba respirar.
Ella, por otro lado, presionó la perla sobre su corazón.
La piedra le abrasaba la piel mientras la mantenía en su lugar. Él se retorcía por
el dolor, pero ella se movió junto a él.
Un ataque de tos se apoderó de Jihoon, que no paraba de sacudirse. Sus mejillas
y su barbilla estaban pintadas de carmesí.
La perla se enfrió en sus manos. Eso signi caba que la energía se estaba
escapando de ella.
Miyoung maldijo mientras presionaba un poco más.
—No te mueras —suplicó.
El cuerpo del joven no escuchaba. Estaba estremeciéndose en sus últimas
agonías y cediendo a sus heridas fatales.
—¡No está funcionando! —gritó mientras golpeaba el pecho de Jihoon con los
puños.
Después de eso, Jihoon dejó de convulsionar, paró de toser sangre y todo se
detuvo, incluido su corazón bajo las manos de Miyoung.
—¡No! —Siguió golpeándolo en el pecho una y otra vez, como si ella pudiera
encargarse de hacer que su corazón bombeara.
La halmeoni se acercó para detenerla.
—Necesita más energía.
—Lo estoy intentando. —Abrió las manos y dejó al descubierto unas manchas
rojas. La piedra estaba en el pecho de Jihoon, impregnada de la sangre de ambos.
La anciana la sujetó por los hombros.
—Necesita gi.
—No tengo su ciente.
—Lo sé. Absorbe mi energía.
—¿Qué? —Quería preguntarle cómo sabía todo eso, pero dijo—: Nunca me he
alimentado del gi de una mujer. No sé si puedo.
—Bueno, supongo que lo averiguaremos. —La halmeoni acogió las manos
ensangrentadas de Miyoung entre las suyas.
La joven vaciló al mirar el cuerpo inmóvil de Jihoon.
—Por favor, rápido —imploró la anciana.
Miyoung cerró los ojos y formó el vínculo.
Quiso tirar del gi, pero no pudo alcanzarlo. No obstante, no se rindió y
nalmente la terminó inundando en una ola de calor, como si la halmeoni hubiera
empujado la energía hacia ella.
La perla levantó temperatura y la anciana guio sus manos unidas hasta el pecho
de Jihoon, donde presionaron la piedra.
El gi de la halmeoni entró al cuerpo de la joven y sació su hambre. De allí pasó
inmediatamente a la piedra. Todo el proceso era como un ujo de agua que la
satisfacía, para luego ser exprimida nuevamente. Ella era simplemente un puente
entre la energía de la abuela del joven y la piedra.
Los ojos de Jihoon revolotearon detrás de sus párpados. Su pecho se elevó con
respiraciones entrecortadas y poco profundas.
Miyoung intentó cerrar la conexión, pero la perla jaló de la energía. Estaba
vulnerable y atrapada en una corriente. Era un efecto cascada que no podía
controlar, como tampoco era posible revertir la gravedad.
Intentó liberar las manos para romper el vínculo, pero las manos de la halmeoni
se ciñeron aún más.
—Funcionó —susurró Miyoung—. Deténgalo ahora.
—Todavía no —insistió la halmeoni.
Unas gotas de sudor aparecieron en la frente de la anciana y se mezclaron con
su sangre.
Miyoung sintió que la energía de la halmeoni se desvanecía. Un pozo que
pronto quedaría seco y vacío.
Un rastro de sangre goteó de la nariz de la mujer y manchó la unión de sus
manos. Los ojos de Jihoon se abrieron de golpe. Se quedó sin aliento como un
pez sofocado en tierra rme.
Después, se quedó quieto.
La halmeoni se desplomó, y Miyoung la atrapó antes de que su cabeza se
golpeara contra la baldosa.
El joven jadeó con di cultad, pero estaba respirando.
El silencio se adueñó de la cocina en ruinas.
Y la perla había desaparecido.
36
—No murió. —Yena estaba sentada junto a Miyoung en la sala de espera. A pesar
de que el equipo médico había revivido a Jihoon, ella no se había atrevido a
regresar a la habitación.
—No —con rmó la joven.
—¿Qué has hecho?
—Usé la perla. —No valía la pena mentir. Su madre se enteraría tarde o
temprano.
—Niña estúpida.
—Me mentiste. —Miyoung estaba enfadada y se aferró a ese sentimiento porque
signi caba que no sentiría ninguna de las otras emociones que estaba tratando de
ignorar.
—¿Qué? —La voz de Yena era grave y fría.
—Me dijiste que los yeowu guseuls no existen. Si me hubieses dicho… si
hubiese sabido…
—No te lo he dicho porque siempre fuiste demasiado inmadura como para
saberlo. Y tenía razón porque perdiste tu perla y ahora la tiene ese patético chico
en su interior.
La verdad en las palabras de Yena hizo que la ira de Miyoung disminuyera y que
se sintiera completamente agotada.
—¿Qué hacemos ahora?
—Quiero arrancársela de su pecho —escupió Yena.
Miyoung giró para ver la expresión de resignación en el rostro de su madre.
—Pero no puedes hacerlo sin lastimarme, ¿verdad?
—Podría dañar la perla —con rmó Yena—. No me importa la vida del chico,
pero a ti no te arriesgaré.
Miyoung debería haber estado agradecida y reconfortada. En cambio, se sintió
vacía.
—No puedes estar cerca de él —agregó Yena—. Si tiene tu yeowu guseul,
entonces tiene control sobre ti.
—Jihoon no sería capaz de hacerme daño. Confío en él.
—Yo no.
—¿Estás diciéndome que lo deje solo cuando su única familiar se está muriendo
al nal del pasillo? —argumentó Miyoung.
—Yo no maté a la anciana.
Miyoung suspiró. Su madre tenía razón, ya que la responsabilidad recaía
directamente sobre sus propios hombros.
—Si me alimento, ¿saldrá herido? —preguntó Miyoung.
—No hay manera de saberlo. —Yena hablaba como una política preparada para
evadir el tema. Eso hizo que la sospecha de Miyoung creciera diez veces más
hasta no tener más espacio en su mente, ni siquiera para un poco de aire o para
algún pensamiento racional.
—La perla está conectada a mí, incluso cuando está dentro de Jihoon. ¿Qué
crees que le pasará si me alimento? ¿Y si eso hace que la energía de la perla
estalle? Eso podría matarlo.
Yena se encogió de hombros, indiferente a lo que podría ocurrirle a Jihoon.
—Sin tu perla, tienes que alimentarte más a menudo. Tienes que hacerlo
directamente de la carne de tu presa. Absorber energía ya no es una opción. Esta
es la única forma de garantizar tu supervivencia.
—No me alimentaré.
—¿Qué? —Los ojos de Yena se entornaron.
—Has arruinado la vida de Nara solo para alimentarte. No tendrías que haber
matado a sus dos padres. ¿Nunca pensaste en cómo eso la afectaría?
—No veri co el estado familiar de todas mis presas —respondió Yena tan a la
ligera que el corazón de Miyoung se encogió.
—No me alimentaré esta noche.
—¿Por qué? ¿Solo porque he asesinado a los padres de esa chamana? ¿O es por
ese chico?
—No —rea rmó Miyoung. ¿Cómo podía explicarle a su madre que siempre
había tenido problemas con la idea de que otros tuvieran que morir para que ella
pudiera vivir? ¿Cómo podía explicarle que simplemente no creía que su vida
valiera más que las vidas de sus víctimas? ¿Cómo podía explicarle que lo de esa
noche no solo había sido doloroso por la traición de Nara? En realidad, el
problema era que entendía por qué la joven chamana había hecho todo eso: una
venganza por la injusta muerte de sus padres. Además, era cierto lo que las
chamanas creían. Yena y Miyoung eran las malas de la historia. Sus decisiones
tuvieron una serie de consecuencias que ni siquiera ellas pudieron anticipar.
Hubo gente que salió lastimada, como Jihoon.
»Esta noche no, madre. Además, ya está amaneciendo. Es solo que… —La voz
de Miyoung se fue apagando antes de dejar caer la cabeza entre sus manos—.
Esta noche no.
—Bien —espetó y Miyoung supo que la conversación no había terminado. Solo
estaba en pausa hasta la próxima luna llena—. Pero si queremos encontrar una
manera de recuperar esa perla, entonces necesitaremos buscar respuestas. Nos
tenemos que ir. Hoy. —Había rmeza en las palabras de Yena.
Miyoung no se movió. Su cuerpo permaneció inmóvil, pero su mente iba a cien
kilómetros por hora. Levantó la vista y vio que Somin y Changwan pasaban frente
a la estación de enfermería. Ni siquiera la miraron. Todo lo que ella creía que
podía tener aquí, ahora ya no era posible. Era una tonta por haber pensado que se
merecía algo bueno en esta vida.
—Miyoung-ah, ¿me has oído?
—Sí —contestó nalmente—. Te he oído. Nos iremos hoy.
37
J IHOON DESPERTÓ Y SE DIO CUENTA DE QUE SU VIDA ERA UN DESASTRE. La buena noticia
era que su cuerpo estaba completo. Había esperado encontrarse con algún
tipo de escena quirúrgica espantosa cuando levantara la sábana, pero el
vendaje solo era un simple cuadrado de gasa sobre su abdomen.
En un principio, una parte de él había estado convencida de que todo eso era
solo un sueño, aunque ya supiera la verdad de los hechos.
El joven pasó la Navidad en el hospital. Somin y su madre lo habían ido a visitar
con regalos y sombreros ridículos de Santa Claus. Pero eso solo hizo que fuera
más consciente de que su halmeoni estaba en coma en la otra habitación al nal
del pasillo. Era la primera Navidad que había pasado sin ella en trece años.
Tres días después de que le hubieran dado de alta, tuvo el primer episodio. Fue
un dolor de cabeza que comenzó detrás de sus sienes y se convirtió en una
migraña en cuestión de segundos. Después, el dolor se transformó en una ola
nauseabunda. Apenas había podido llegar al baño antes de vomitar y decidió no
contárselo a nadie. De todas formas, luego de desmayarse en la sala de
informática, terminó por despertarse nuevamente en el hospital.
Allí, le dijeron que había sufrido una crisis epiléptica.
Lo habían escaneado y examinado; hasta le habían extraído litros de sangre.
Todos los resultados mostraban que había sanado completamente. Ni siquiera
tenía coágulos de sangre o tumores. Era un chico perfectamente sano que seguía
teniendo migrañas tan fuertes que lo hacían terminar en la sala de emergencias.
También pasó Año Nuevo en el hospital. No le estaba gustando esta tendencia
de celebrar sus vacaciones vestido con una bata. Por lo tanto, al estar tan cerca
del Año Nuevo Lunar, estaba decidido a evitar los dolores de cabeza.
No ayudó que las facturas del hospital y del alquiler se acumularan, y tampoco
el hecho de que Miyoung no hubiera regresado. Jihoon esperaba que ella se
comunicara, convencido de que no se iría sin decir ni una palabra. La vida no
podía ser tan cruel. Sus padres lo abandonaron, su halmeoni estaba tan enferma
que no podía despertarse y ahora Miyoung se había ido. Sin embargo, a medida
que pasaban los días y las semanas, se dio cuenta de que se había equivocado al
tener tanta fe. La vida no era justa: se burlaba de él mientras jalaba de los frágiles
hilos de su vida hasta que amenazaran con romperse.
—Te has saltado la cena del domingo —lo regañó Somin mientras se dejaba caer
a su lado.
Jihoon no levantó la vista de la pantalla de su ordenador. El sonido de los
teclados y los videojuegos llenaban el aire de la sala de informática.
—Mi madre está empezando a preocuparse. Podría volver a llamar a la tuya si
no…
—Bien —dijo Jihoon—. Iré la próxima semana. —Siguió con la vista enfocada
en la pantalla.
—Tu halmeoni estará orgullosa de ti cuando se despierte.
Jihoon no respondió, pero su garganta se cerró mientras hacía clic con el mouse
en un examen de práctica. Ponerse al día tras años sin hacer deberes escolares era
como un trabajo de tiempo completo. Lo bueno era que había aprendido que la
mente estratégica que usaba para jugar era bastante buena para estudiar.
—Jihoon-ah, ¿no crees que deberías dormir un poco? ¿Comer algo? —Somin se
inclinó, lo olfateó y después arrugó la nariz—. ¿Y ducharte?
—No te molestes, Somin-ah —aconsejó Changwan desde el otro lado, en donde
la pantalla le anunciaba su derrota—. Le he sugerido que vayamos a un jjimjilbang
y fue un fracaso.
—Como si tu padre te dejara ir a un sauna coreano —murmuró Jihoon.
—¡Jihoon-ah! —Somin lo reprendió y allí supo que había cruzado una línea.
Ella nunca se ponía del lado de Changwan.
—Nuestro segundo año está a punto de terminar. El mes que viene, una vez que
comience nuestro último año, no tendré tiempo para ponerme al día —les
recordó Jihoon.
—Debes cuidarte o se te quemará la cabeza. —Somin estudió a Jihoon. Esa
semana había vuelto a cambiar su pelo. Ahora era negro, con un corte
despuntado que le llegaba a la barbilla. El equillo era recto, como el de una
muñeca de porcelana. Se ajustaba a su complexión pequeña y a su cara redonda.
Un rostro que actualmente lo miraba con profunda preocupación.
»Anoche dormiste otra vez en el hospital, ¿verdad? —Somin lo agarró de su
chaqueta arrugada—. ¿Es porque no estás cómodo en tu casa? Podrías quedarte
con nosotras. A mi madre no le importaría y Dubu te extraña.
—No, no tengo problemas con mi casa —insistió Jihoon sin apartar la vista de la
pantalla.
—¿Sigue siendo tu casa? —preguntó Somin—. Tu madre está pagando las
cuentas del hospital. Estoy segura de que ayudaría también con el alquiler si
supiera que el propietario ha cambiado el contrato de arrendamiento de largo
plazo a uno mensual. Sabes que está tratando de echarte mientras tu halmeoni
está en el hospital, ¿no?
—No necesito la caridad de esa mujer. —Jihoon cerró los ojos para evitar un
dolor de cabeza que lo único que hacía era empeorar. Para él, había sido bastante
difícil aceptar la ayuda de Yoori para pagar las facturas del hospital, pero Somin
había señalado que era su deber como hija y como madre. Además, el chico se
había negado a admitir que necesitaba más ayuda económica, especialmente
cuando su madre ni siquiera le había ofrecido un sitio para quedarse con ella y su
nueva familia perfecta. Yoori tenía que saber que él diría que no, aunque ella aún
no se hubiera arriesgado a preguntarle.
Somin lo sujetó de los hombros y lo dio vuelta para poder ver su tez pálida.
—Jihoon-ah, estoy preocupada por ti.
—No tienes que estarlo. Tengo todo bajo control. —Apretó sus manos
temblorosas y las guardó en sus bolsillos para que los ojos de águila de Somin no
las vieran.
—Tal vez deberías llamarla.
—Te he dicho que no voy a llamar a mi madre.
—A ella no —dijo Somin—. A Gu Miyoung.
El simple sonido de su nombre hizo que a Jihoon le doliera el corazón.
—¿Por qué me dices que haga eso? Nunca has con ado realmente en ella.
—Ella guarda secretos. Si sabe quién te lastimó…
—Te he dicho que no estaba allí cuando sucedió. Nos encontró después. —
Jihoon odiaba mentirle a Somin, pero era mejor así. Era más seguro mantenerla en
la oscuridad.
Somin negó con la cabeza, muy confundida.
—Ese no es el punto. Solo creo que sería mejor si tuvieras algún tipo de cierre.
Estás tan triste todo el tiempo, Jihoon-ah. No me gusta.
—No estoy triste. Estoy ocupado, eso es todo —mintió, sin darle importancia a
su declaración.
—No dejes que esta vez tu orgullo se interponga en el camino.
—¿Esta vez? —Jihoon frunció el ceño y ngió leer su pantalla, aunque no estaba
entendiendo ninguna de las palabras.
—Crees que si admites que extrañas a las personas te convertirás en alguien
débil —re exionó Somin—. Aunque quizá eso te ayude a dejarlas ir.
—No necesito tu terapia de principiante —aseguró Jihoon, haciendo clic en una
respuesta aleatoria en el cuestionario de práctica. Maldijo cuando vio que era la
opción incorrecta.
—Solo me preocupo por ti, Jihoon —repitió.
Ese era el problema. Jihoon no quería que los demás se preocuparan por él
porque eso haría más doloroso el momento en el que ya no estuvieran junto a él.
38
E L HOSPITAL ERA UN EDIFICIO ALTO Y GRIS, CON UN GRAN CAMINO que conducía a la
puerta principal de vidrio. Los carteles se habían cambiado para desearles
a todos un feliz Año Nuevo Lunar. Eso signi caba que pronto llegaría el
nal del mes de enero y el comienzo de las vacaciones de invierno. A su vez, se
cumpliría un mes de cuando Miyoung le destrozó la vida y lo abandonó.
—Jihoon-ah, ¿cómo te fue en los exámenes nales? —preguntó la enfermera
Jang mientras él se aproximaba a la estación de enfermería del séptimo piso.
—Fui el tercero de mi clase.
—Tu halmeoni estaría orgullosa.
Jihoon sonrió, una débil imitación de las típicas sonrisas que solían marcarle los
hoyuelos.
—Asegúrate de volver a casa esta noche —dijo la enfermera Jang—. A tu
halmeoni no le gustaría que te quedaras durmiendo aquí.
—Sí, señora.
El pitido de los monitores le dio la bienvenida cuando entró a la habitación de la
anciana. La segunda cama estaba vacía hoy, pero pronto se ocuparía de nuevo.
No podían pagar una habitación privada, pero generalmente los otros ocupantes
nunca se quedaban mucho tiempo. Jihoon frunció el ceño al recordar al harabeoji
que había ocupado la otra cama la última vez. Era un hombre grande y había
estado bastante enfermo.
—Estoy aquí, halmeoni. —Jihoon bajó el humidi cador. Sacó un bálsamo labial
y le levantó la máscara de oxígeno para aplicárselo—. Si no usas esto, tus labios
se secarán mucho. Odias que tu piel se agriete.
Después de eso, extrajo una hoja de papel de su mochila.
—Obtuve el tercer puesto en el orden de mérito de los exámenes de n de año,
halmeoni. No lo podrás creer nunca si no lo ves tú misma.
Hablaba con un poco de esperanza, como si eso fuera su ciente para que sus
ojos se abrieran por primera vez en un mes.
Ella, en cambio, se quedó quieta y tranquila.
—Lo sé, te estás preguntando por qué no salí primero —dijo Jihoon en un tono
conversacional—. Podría haber estado más motivado si hubieras estado allí para
regañarme. —No hubo ninguna reacción de su parte y él, desanimado, dejó
escapar un suspiro.
—¿Jihoon-ah?
Se dio la vuelta e identi có al detective Hae.
—Ajeossi. —Jihoon hizo caso a sus modales y se dirigió al señor.
—¿Cómo se encuentra hoy?
—Creo que tiene más color —dijo Jihoon, aunque no estaba del todo seguro.
—Se ve bien. —El detective Hae le dio un apretón en el hombro. Lo había
hecho para consolarlo, aunque solo logró que el joven se tensara. Esta clase de
gestos paternales le resultaban extraños. Además el detective con su forma de
actuar hacía que Jihoon se preguntara cómo serían las cosas si hubiera tenido una
gura paterna en su vida. Sin embargo, era inútil perder tiempo con esa incógnita,
ya que su padre era un criminal y un hombre egoísta. Incluso si estuviera cerca,
no sería como el detective Hae, que era estable y amable.
Jihoon se aclaró la garganta y miró hacia el otro lado de la habitación.
—Parece que tendremos un nuevo vecino.
—Sí, el señor Kim falleció anoche. Sus hijas están hablando con las enfermeras
en este momento. Pobres chicas.
La boca de Jihoon se secó. Le pasaba eso cuando escuchaba la noticia de alguna
muerte. Estaba muy sensible esos días; tenía miedo de ser la persona por la cual
todos susurrarían con pena. Se convertiría en el pobre chico que había perdido a
alguien que amaba.
—No recuerdo haberlo visto tan mal.
—Ahora está en paz y su alma nalmente puede descansar.
—¿Realmente cree en eso? —curioseó Jihoon. El detective Hae era un cristiano
devoto. Aunque lo hubiera tomado por sorpresa, eso lo había reconfortado en el
último mes mientras trataba de enfrentarse a la condición de su halmeoni.
—A veces, en la vida, no podemos encontrar la salvación que necesitamos. En
ese caso, todo podría terminar en muerte.
—Bueno, pero en algunos casos la gente no debería morir tan pronto. No es
justo.
El detective Hae asintió y Jihoon no sabía si era porque coincidía con él o no.
—¿Qué está haciendo aquí?
—Todavía sigo siendo tu contacto de emergencia para el hospital. Me llamaron
porque no has ido a tu última cita.
El suspiro de Jihoon no iba dirigido al detective, aunque fue el único que lo
recibió. Cuando Jihoon estuvo en el hospital, después del accidente, el detective
Hae fue el que se terminó encargando del caso. Como no había nadie más a
quien llamar, el hospital tomó su información de contacto y Jihoon nunca la
cambió.
—Te lo dije. Si me llaman, siempre vendré para ver cómo estás.
—Lo sé —contestó Jihoon—. Lo siento.
El detective Hae había demostrado ser más que un policía que estaba tratando
de cerrar un caso. Se había involucrado personalmente en el ataque que había
sucedido en el restaurante de la halmeoni. En algunas ocasiones, los vecinos le
comentaban a Jihoon que lo habían visto recorrer el área con diligencia. El joven
sabía que la atacante nunca sería llevada ante la justicia, pero era importante
saber que alguien se preocupaba.
—Jihoon-ah, cuando un hombre da su palabra, debe cumplirla.
Esta clase de sermones era algo que Jihoon hubiera ignorado un mes atrás, pero
asintió obedientemente.
—Sí, señor.
El detective era un hombre con un claro sentido del bien y del mal. Hacía
cumplir la ley, era una buena persona y tenía una vida digna.
—¿Has pensado en lo que te he preguntado la última vez?
Jihoon se encorvó, reacio al tema en cuestión.
—Sí —musitó.
—¿Y? ¿Quieres que trate de encontrar a tu padre? Tenerlo cerca podría hacer
que sea más fácil… —El detective se calló porque sabía que era un tema delicado
para Jihoon. Él era bueno en su trabajo; de hecho, solo le había llevado un día
descubrir quién era la madre del chico y dónde vivía. Pero había respetado el
deseo de Jihoon de no llamarla y eso había ayudado para ganarse la con anza del
joven.
—Estaré bien una vez que mi halmeoni se despierte —aseguró Jihoon mientras
se ponía de pie. Quería ponerle un n a esa conversación—. Ahora, si me
disculpa, iré a esa cita. —Y, con una última reverencia, escapó.
conocer.
Allí vivía un hombre con tres hijos y ninguna hija. Rezaba todos
los días para que naciera una niña. Un día, su esposa llegó a casa y lo
para averiguar por qué las vacas y los caballos se estaban muriendo.
un caballo.
verte!
Los dos hijos mayores vagaron por distintas tierras hasta que se
volvieron a casa.
El maestro taoísta les otorgó tres botellas: una blanca, una azul y
una roja. Los hermanos le dieron las gracias por los regalos y se
marcharon.
Le preguntaron qué había pasado y ella les contó que sus padres y
no había terminado.
C UANDO JIHOON TUVO UNO DE SUS EPISODIOS (TAL COMO LO llamaban los
médicos), soñó algo tan vívido que podría pintar un cuadro si tuviera
algún talento artístico.
A veces soñaba con su halmeoni y sobre lo felices que ambos habían estado con
sus simples vidas. Despertaba de esos sueños con una felicidad pasajera que se
disipaba con mucha rapidez.
A veces soñaba con sus padres, una falsa realidad en la que nunca lo
abandonaban y lo querían de la forma en la que todo padre debería. Se
despertaba de esos sueños amargado por las cosas que nunca supo y nunca
sabría.
Esta vez, tuvo uno de los que más odiaba, uno de esos que lo despertaban con
un anhelo desesperado. Había soñado con Miyoung.
Un hilo rojo iluminó su camino. A menudo, soñaba con seguir una cuerda para
encontrar a Miyoung al nal de ella. Al principio había sido dorada como el sol, pero
con el tiempo se había oscurecido hasta convertirse en color escarlata.
Ella estaba sentada en un banco, a la luz de la luna. Levantó el rostro; había una
sonrisa en sus labios.
—¿Qué estás haciendo? —Jihoon se sentó a su lado.
—Hablando con la luna —dijo y descansó su cabeza en el hombro de Jihoon.
Encajaba en la curva de su cuello a la perfección.
—¿Sobre qué?
—Solo la estaba saludando.
—La luna no es muy habladora —respondió él.
—No es lo que dice, sino cómo lo dice. —Inclinó la cabeza hacia atrás para
echarle un vistazo—. Me preguntaba cuándo me encontrarías.
—Es fácil con esto. —Jihoon levantó el hilo. Se desvaneció en la noche,
disolviéndose ahora que su propósito había sido cumplido.
—Un hilo rojo. ¿Eres mi alma gemela, Jihoon-ah?
El joven sonrió ante el antiguo mito: un hilo rojo que une a dos almas
predestinadas.
—¿Quieres mi corazón? —preguntó él—. Está bastante maltratado.
—Tú ya tienes el mío. —Miyoung le ofreció sus labios. Jihoon los aceptó con un
delicado beso y después sonrió, antes de echarse hacia atrás.
Algo húmedo, con sabor a sal y metal, goteaba por sus labios y llegaba hasta su
lengua. Se llevó la mano a la boca y sus dedos terminaron manchados de rojo.
Sus ojos se dispararon en dirección a Miyoung, a quien le estaba sangrando la
nariz. Se habían creado regueros de sangre hasta su barbilla y todos terminaban
goteando sobre su regazo.
—No puedo quedarme —sonó una clara disculpa en su voz.
—No puedes irte —dijo él—. Necesito respuestas.
—¿Respuestas? —Se la veía pálida, casi transparente.
—Mi halmoni está enferma.
—¿Qué? —La palabra sonó dura mientras hacía eco a su alrededor.
—¿Qué ha hecho tu madre? Por favor, dime. Por favor, ayúdanos.
Jihoon se acercó.
Sus manos agarraron solo aire.
Ella desapareció. Y Jihoon quedó solo, con nada más que la luna para hacerle
compañía.
42
Había sido otro sueño vívido, de los que la hacían sospechar que
había algo más que un recuerdo o un anhelo, que la hacía creer que él realmente
estaba allí. Pero, esta vez, algo la preocupaba y necesitaba examinar el sueño,
que ya se estaba desvaneciendo, para volver a encontrarlo.
Se sentó e ignoró la protesta de sus músculos adoloridos. Su cuerpo se sentía
rígido y entumecido, como si hubiera corrido una maratón. Se estiró para alcanzar
un poco de agua.
El vaso en su mesita de noche estaba vacío.
Miyoung caminó por el pasillo del silencioso apartamento.
Se arrastró hasta la cocina, donde volvió a llenar el vaso. Durante el último mes,
nunca se sintió completamente llena. Nada podía menguar el hambre persistente
que sentía en su vientre. Siempre tenían que comprar muchos alimentos, ya que
Miyoung comía día y noche. Sin embargo, sabía que el gi era lo único que
acabaría con su hambre voraz.
Tomó más agua e inclinó la cabeza hacia atrás para beber las últimas gotas antes
de que una luz se encendiera.
—Apágala —gruñó.
Miró, molesta, a Junu cuando abrió la heladera, la cual usó para empujar a
Miyoung a un lado.
La luz de la heladera acentuaba los planos del rostro de Junu. Su tez clara se
veía perfecta, incluso cuando portaba una mirada severa.
—Eres muy gruñona por las mañanas —dijo y sacó un jugo de naranja.
—Eres un idiota. —Miyoung guardó el agua en su lugar—. ¿Cuándo te irás de mi
apartamento?
—Cuando tu madre deje de pagarme por cuidar de su niñita. Sus ofertas son
difíciles de dejar pasar. ¿Qué clase de tonto diría que no a un viaje con todo
incluido? —Junu sorbió el jugo y sacó una rebanada de pan de leche.
—¡Ey! ¡Esa era la única que quedaba!
—Es la rebanada nal —comentó antes de darle otro gran bocado—. Odias las
rebanadas de los extremos.
—Bien —concedió Miyoung, porque tenía razón.
—¿Tuviste una pesadilla? —preguntó Junu.
Miyoung no respondió, lo que hizo que él insistiera.
—¿Soñaste con Jihoon?
—¿Cómo supiste?
—Soy bueno para ver cuando alguien está desanimado —respondió él con una
sonrisa socarrona.
—Vete al diablo. —Miyoung le dio un puñetazo en el hombro.
Él se frotó el brazo con indignación.
—Tal vez debería pedir un seguro de riesgo.
Miyoung frunció el ceño. No le gustaba que Junu y Yena se conocieran, y
mucho menos que se hubieran conocido hacía muchas décadas. Hizo que, de
alguna manera, todos sus tratos sombríos con él parecieran peores de lo que en
realidad eran. Por otro lado, cuando su madre había necesitado a alguien que
fuera bueno para obtener información y a alguien que tuviera conexiones en su
mundo, la mejor opción terminó siendo Junu. En la primera semana después de
haberlo contratado, se había generado un ambiente tenso porque Miyoung no
paraba de preguntarse si mencionaría el talismán taoísta y a Nara. De todos
modos, el dokkaebi parecía saber que no debía agitar ese nido de avispas, incluso
cuando pasaba la mayor parte del tiempo molestando a Miyoung de mil maneras
distintas.
—¿Dónde está mi madre?
—En Hong Kong.
—¿Cuándo volverá? —La voz de Miyoung se elevó con sorpresa.
—No lo hará. Se supone que debemos encontrarnos con ella cuando su
pequeño ángel se haya recuperado de estar al borde de la muerte.
—¿En serio crees que me estoy muriendo? —Nunca se había atrevido a hacerle
esa pregunta a Yena. No obstante, creyó que Junu le daría una respuesta directa y
sincera.
—¿Por qué no te alimentas y listo?
Así que no fue una respuesta directa, pero fue una respuesta al n y al cabo. Él
también creía que Miyoung moriría si no absorbía gi.
—No puedo.
—Los humanos mueren todos los días, pero nosotros somos demasiado bonitos
como para ocultar nuestros rostros al mundo. —Junu le lanzó una sonrisa
maliciosa.
Miyoung no se molestó en explicarle. Sabía que él no podía entender la idea de
que una gumiho pudiera valorar las vidas humanas por encima de la suya. Él era
un dokkaebi. Todo lo que había hecho en su vida siempre había sido para
bene cio personal.
Entonces recordó las palabras de su madre. Que la decisión de no alimentarse
no era una elección completa. Después de todo, ella se había escapado y eso la
convertía en una cobarde.
Por último, recordó las palabras del Jihoon de su sueño. «Mi halmeoni está
enferma. Por favor, ayúdanos».
¿Su halmeoni estaba viva? Miyoung había asumido que la mujer se rendiría
debido a la falta de gi, pero parecía que era más fuerte de lo que aparentaba. Aun
así, si estaba enferma, entonces era probable que la falta de energía la estuviera
afectando más lento de lo que Miyoung había creído. ¿Cómo alguien podía
recuperarse tras haber perdido tanto gi?
La súplica de Jihoon resonó en su mente una y otra vez. «Por favor, ayúdanos».
Su desesperación había sido tan intensa que magni có la culpa que ya sentía en
su propio pecho.
Miyoung echó un vistazo por la ventana a la ciudad de Osaka, donde todos
apenas estaban despertándose para aprovechar un nuevo día.
—Supongo que mi parte kitsune no nos trajo nada positivo —dijo Miyoung,
todavía con la mirada posada en el paisaje urbano. Había carteles brillantes que
iluminaban las calles mientras la ciudad esperaba a que saliera el sol. Todo era
bonito y emocionante, pero no era su hogar—. No quiero ir a Hong Kong.
—¿Quieres quedarte aquí?
—Quiero ir a Seúl.
—Sabes que no puedo permitir que vayas allí.
—Si mi madre no encuentra una solución pronto, no me quedará mucho
tiempo. Piensa en esto como mi último deseo. —Miyoung decidió que no le diría
a Junu la verdadera razón de su deseo: si no había nada que pudiera salvarla,
entonces ella podría salvar a alguien más. Quizá esa era la mejor opción en ese
momento, en el que se sentía como un fantasma inquieto. Además, Jihoon y la
halmeoni eran sus asuntos pendientes.
—A las gumihos no se les conceden últimos deseos.
—A esta gumiho sí. No quiero estar aquí, ni en Hong Kong ni en ningún otro
sitio en donde mi madre crea que puede encontrar respuestas. Solo quiero irme a
casa. —Miyoung dejó que su voz se convirtiera en una súplica con el n de
parecer desesperada. ¿Qué era el orgullo para una gumiho moribunda?
—Hay una falla en tu plan —señaló Junu—. Tu madre nunca lo aprobaría.
—Allí es donde entras tú —replicó Miyoung con una sonrisa astuta.
Junu se echó a reír y sacudió la cabeza.
—Esto te costará.
—Lo suponía. —Miyoung levantó una ceja y esperó a que Junu considerara sus
propias lealtades.
El dokkaebi engulló lo que quedaba del pan y se sacudió las migajas de las
manos.
—Empezaré a empacar.
43
La habitación estaba a oscuras por las largas cortinas que había sobre las
ventanas. La anciana yacía con las manos cruzadas sobre su vientre. Seguro era
algo que las enfermeras habían hecho, ya que se la veía más serena de esa
manera.
—Halmeoni. —Jihoon sujetó su mano entre las suyas. Se sentía igual de liviana
que un papel, como si sus huesos fueran tan huecos como los de un pájaro—.
Estoy mejor ahora. Estabas preocupada, ¿verdad?
El silencio de su abuela le escoció los ojos. No le gustaba su rostro pálido.
Había estado tan llena de vida cuando lo regañaba por estar fuera de casa hasta
tarde o cuando volvía del instituto con malas cali caciones. Esta versión, vacía y
sin emociones, no era su halmeoni.
—Volveré a verte mañana. No te preocupes por mí. —Apoyó la mano de su
halmeoni con suavidad sobre las sábanas, levantó su mochila de un jalón y se fue.
No se dirigió al vestíbulo, sino que fue por el cruce peatonal que lo llevaba hasta
el otro lado del campus del hospital. Se subió al autobús que se detuvo en la calle
principal justo cuando salía del edi cio.
44
¡¿EN QUÉ ESTABAS PENSANDO?! ¿YÉNDOTE SOLO? ¡NUNCA VOLVERÉ A HABLAR CONTIGO, AHN
JIHOON!
Aunque lo esperaba, no pudo evitar sentirse culpable. Pero si se hubiera ido con
Somin y su madre, ambas habrían tratado de persuadirlo para que fuera a casa
con ellas. Y lo cierto era que quería estar solo en ese momento.
El siguiente texto era del detective Hae:
Jihoon sonrió al leer el mensaje: tenía que ser bueno y mantenerse saludable.
Un minuto después, recibió otro mensaje de Somin:
Las ventanas delanteras del restaurante estaban oscuras. Las sillas estaban dadas
vuelta y apiladas encima de las mesas vacías. Había un letrero escrito a mano en
la puerta: CERRADO HASTA NUEVO AVISO. Si Jihoon se concentraba lo su ciente, podía
imaginar el olor de uno de los jjigaes de su halmeoni impregnando el aire, el ruido
de los platos y la risa de los clientes. Pero no pudo. Los recuerdos le dolían
porque sabía que siempre había dado por sentada esa vida. Hasta incluso la
presencia de su halmeoni.
Cuando Jihoon dejó que la puerta del apartamento se cerrara, unos bujeoks se
agitaron alrededor del marco. Se quitó el calzado y lo colocó con cuidado junto
al de su halmeoni, que casualmente era su par de zapatos preferido para trabajar.
Además, eran negros y estaban desgastados.
Aunque solo había pasado un mes, parecía que el sitio echaba de menos la
presencia de la halmeoni tanto como Jihoon. Nada se había movido, pero todo se
sentía un poco más aburrido y apagado. Casi esperaba ver a Dubu corriendo por
el pasillo y ladrando con felicidad, a modo de saludo. Sin embargo, la perrita
estaba mejor en lo de Somin, donde recibía atención diaria. El problema era que
Jihoon pasaba más noches en la habitación de hospital de su halmeoni que en el
apartamento.
—Este sitio es un desastre.
Jihoon se giró justo para ver cómo una gura emergía de la oscuridad de la
cocina.
—¿Quién eres? —Jihoon levantó los puños, listo para defenderse.
—No soy tu enemigo —dijo la voz. No había dudas de que era una voz
masculina.
—Si no eres mi enemigo, entonces déjame ver tu cara.
El chico que dio un paso adelante era apenas mayor que él. Quizá tenía veinte
años, aparte de una cara cincelada y unos ojos claros.
—Encantado de conocerte. Me llamo Junu. —El joven dejó al descubierto su
sonrisa deslumbrante.
—Me presentaría, pero no estoy acostumbrado a hacerlo con personas que
quieren robarme.
—¿Te parece que estoy aquí para robarte? —preguntó Junu.
Era una pregunta válida. El chico parecía haber salido de las páginas de una
revista de moda. Tenía unos pantalones oscuros y un largo abrigo de lana, que
enmarcaba su cuerpo alto. Un reloj de oro se asomaba por debajo de sus largas
mangas. Era probable que fuera lo su cientemente caro como para terminar de
pagar algunas de las facturas que tenía apiladas sobre la mesa.
—¿Por qué estás aquí? —Jihoon echó un vistazo rápido hacia el sofá, donde
había arrojado su chaqueta. Su teléfono móvil estaba en el bolsillo.
—A veces me pregunto eso. ¿Por qué me involucro en estas situaciones? —Junu
se sentó junto a la chaqueta de Jihoon y cruzó las piernas para acomodarse—.
Creo que es por mi cara. Es bonita, y por eso la gente quiere estar cerca de mí. Me
encanta eso; no puedo negarme a una buena compañía. —Finalizó con un guiño
descarado.
¿Quién es este chico?
—Soy un buen oyente. Así que la gente cree que puede revelarme mucha
información sobre sí misma de forma desinhibida. Es solo cuestión de tiempo
hasta que me cuenten sus secretos más oscuros. Encima, uno pensaría que la
mayoría de las personas tendría miedo de un dokkaebi. —Junu se encogió de
hombros.
Jihoon se echó hacia atrás. Miró jamente a Junu con un ojo más crítico. Se
suponía que los dokkaebis eran feísimos, como la bestia que había visto en el
bosque. Realmente no había nada similar entre ese goblin exaltado y el bello
chico que ahora estaba sentado frente a él.
—¿Por qué un dokkaebi estaría en mi casa? —Los ojos de Jihoon se movieron
con rapidez, en busca de un arma.
—¿Por qué crees que estoy aquí? —Una sonrisa se dibujó en los labios de Junu,
como si acabara de pronunciar un acertijo.
—¿Por Yena?
—¡Ddaeng! —Junu sonaba alegre—. Gumiho equivocada.
Jihoon sintió unos aleteos en su estómago, como libélulas a punto de volar.
—¿Miyoung? —susurró su nombre, como si le diera miedo tener esperanza.
—Está preocupada por ti.
A Jihoon le dolían los ojos, como si los hubiera mantenido abiertos demasiado
tiempo en un día frío. Después se dio cuenta de que en realidad no había estado
parpadeando.
—Me mataría si se enterara de que te dije eso —dijo Junu—. Me pidió que me
asegurara de que no vivieras en la miseria. No creí que volverías tan pronto, pero
yo no soy alguien que se oculta.
—¿Dónde ha estado Miyoung?
—Por ahí. —Junu sacudió la muñeca, como si eso fuera explicación su ciente.
Jihoon decidió que odiaba a ese chico.
—Bueno —prosiguió Junu tras ponerse de pie—. Se está haciendo tarde y me
estoy muriendo de hambre. ¿Crees que todavía hay niños en el área de juegos del
parque?
Los ojos de Jihoon se abrieron con horror, y Junu dejó escapar una carcajada
escandalosa.
—Oh, deberías haber visto tu cara. —Lo golpeó en la rodilla—. Los dokkaebis
no comen gente. Yo tengo un estómago delicado y, por eso, debo tratar a mi
cuerpo como si fuera un templo.
Jihoon jó la mirada en él, sin palabras.
—Debería irme. No estaba bromeando cuando dije que tenía hambre. ¿Debería
comer jjajangmyeon o jjamppong? —se preguntó en voz alta mientras se
bamboleaba hasta la puerta.
—Dile que venga ella misma —soltó Jihoon.
—¿Eh? —Junu lo miró con curiosidad.
—Si está tan preocupada por mí, entonces debería venir ella misma a ver cómo
estoy. —Jihoon agarró los costados de su pantalón para evitar moverse por los
nervios que lo atormentaban.
Junu se tomó un momento para considerar lo que Jihoon había dicho, luego
asintió antes de partir. La puerta se cerró de golpe y el impacto hizo que los
bujeoks junto a esta revolotearan. Ninguno de los talismanes había hecho algo
para mantener al dokkaebi fuera del apartamento. Igualmente, Jihoon no tenía
tiempo para re exionar sobre eso mientras se hundía en el sofá. Estaba
empezando a tener un dolor de cabeza y eso no lo dejaba pensar.
46
H ABÍAN PASADO SEMANAS DESDE QUE MIYOUNG HABÍA VUELTO Y no tenía ningún
interés en intentar encontrar una solución para despertar a la halmeoni
de Jihoon. Al principio, creyó que podía ofrecerle un poco de su propio
gi, pero descubrió con rapidez que estaba muy débil para hacerlo. Después de
intentar forzar la conexión, apenas había conseguido llegar al lavabo para
vomitar. Ese había sido el último de sus intentos.
Sin embargo, ahora tenía un problema más grande. Era difícil admitirlo, pero
Miyoung sabía que necesitaba hablar con Jihoon. Lo había estado posponiendo,
con la esperanza de entrar a la habitación, ayudar a la halmeoni y salir sin ser
vista. Pero sabía que necesitaba acceso a la habitación de la anciana y que no
podía seguir entrando a hurtadillas. Jihoon siempre estaba allí hasta que
terminaban las horas de visita. Por eso, ella no tenía otra opción: debía colarse.
Siempre esperaba a que él saliera para deslizarse al interior. Excepto que hoy una
enfermera la había encontrado y le había hecho demasiadas preguntas. Se había
cubierto a sí misma al decir que había perdido la noción del tiempo. De todos
modos, era probable que a esas alturas las enfermeras con ojos de halcón ya
hubieran memorizado su rostro.
No quería que la enfermera le dijera a Jihoon de su presencia antes de que
pudiera explicarle ella misma por qué había vuelto.
Así fue cómo Miyoung se encontró caminando en su antiguo vecindario, justo
frente al apartamento de Jihoon.
Pasó por delante del pequeño edi cio; debió haber sido la duodécima vez esa
noche. Las ventanas estaban iluminadas en el apartamento encima del restaurante
cerrado. Cuando había visto por primera vez el letrero escrito a mano que decía
CERRADO HASTA NUEVO AVISO, quiso romperlo.
—Eres esa chica yeowu. —La voz era vieja y quebrada, la cual detuvo a
Miyoung en sus pasos. Se dio vuelta para encontrarse con la vieja halmeoni, que
estaba pelando castañas frente a una tienda de vinos medicinales.
—¿Disculpe?
—Eres esa chica, la que nuestro Jihoonie trajo a casa una vez. Tienes secretos y
muy oscuros.
—¿Qué? —Miyoung intentó actuar confundida—. No sé de qué está hablando.
La mujer se rio mientras pelaba otra castaña. Esta vez se la ofreció y Miyoung la
aceptó con las dos manos.
—No intentes esconder cosas a alguien tan viejo como yo. He visto demasiado
como para ser engañada. —Sus palabras hicieron eco de algo que la halmeoni de
Jihoon le había dicho una vez—. No te preocupes, no necesito saber tus secretos.
Tengo su ciente con los míos; los fui acumulando durante toda una vida. Aunque
creo que el tuyo se revelará muy pronto. Si Jihoonie es a quien quieres contárselo,
entonces solo debes hacerlo. Es un chico bueno y amable.
—¿Jihoon está bien? —preguntó Miyoung—. Quiero decir, sin su halmeoni,
¿cómo está?
—¿Por qué no se lo preguntas tú misma? —La anciana hizo un gesto hacia la
calle y Miyoung vio que Jihoon venía caminando, enfrascado en su propio
mundo. Justo cuando estaba a punto de moverse para alcanzarlo, Miyoung notó
otra gura. Una que era demasiado familiar.
—¡Ya! —gritó antes de que pudiera detenerse. Fue un movimiento precipitado
ya que la chica se incorporó, vio a Miyoung y luego salió disparada por una calle
lateral.
A pesar de no alimentarse, Miyoung podía ser rápida si se lo proponía. Al menos
era más rápida que cualquier humano, por lo que pudo alcanzar a su objetivo en
un abrir y cerrar de ojos. Hizo girar a la chica, cuyo pelo negro se balanceaba y le
ocultaba su rostro pálido.
—Song Nara —escupió el nombre—. ¿Qué estás haciendo aquí?
Nara se ajustó la chaqueta, en un intento de mantener una apariencia de
dignidad.
—Escuché que estabas de vuelta en la ciudad.
A Miyoung no le gustó cómo sonaba eso. ¿Acaso la chamana la había estado
vigilando?
Como si leyera la mente de Miyoung, Nara continuó:
—Cuando un dokkaebi y una gumiho vuelven a la ciudad, los espíritus hablan.
No me había dado cuenta de que eras cercana a Junu.
—Con quién paso el tiempo no es de tu incumbencia. ¿Qué quieres? ¿Por qué
me estás siguiendo?
—No te estoy siguiendo a ti —a rmó Nara—. Estaba siguiendo a Ahn Jihoon.
Quería advertirle.
—¿Advertirle? ¿Sobre qué?
—Sobre ti. Supuse que la única razón por la que volverías sería para arrancarle
la perla de su pecho.
Miyoung se sobresaltó ante la mención de su perla. ¿Cómo podría Nara saber
sobre eso?
—No sabes de lo que estás hablando.
—Los espíritus hablan. Lo que has hecho es antinatural. —Nara hizo una pausa.
En sus ojos estaba claro el con icto antes de continuar—. Pero también fue
valiente. Has salvado la vida de Ahn Jihoon. No esperaba eso de ti.
—No me conocías tan bien como pensabas.
—Tal vez —dijo Nara, estudiando a Miyoung—. Pero si realmente te preocupas
por él, entonces lo dejarás en paz. Mi halmeoni todavía tiene planes y ya deberías
saber que nada se interpondrá en su camino.
—¿Me estás amenazando? —Miyoung levantó una ceja—. No me asustas.
Nara arrugó el ceño.
—Si alguna vez con aste en mí…
—Nunca lo hice —mintió Miyoung.
Nara frunció los labios y Miyoung sintió una sombría satisfacción por la
frustración de la joven chamana.
—No ignores mi advertencia. Mi halmeoni nunca olvida y rara vez perdona. Si
yo sé que estás de vuelta, entonces ella también.
—Esa advertencia tiene menos sentido que tu amistad. Nunca traicionarías a tu
halmeoni de esa manera. Si no te molesta, tengo asuntos pendientes.
—Si no estás aquí para recuperar tu perla, entonces, ¿por qué volviste?
—¿Acaso crees que te lo diría? —Miyoung se burló.
—Bueno, si fuera fácil de conseguir, ya lo habrías hecho. Incluso tienes a Junu
de tu lado. Quizá sea porque no tienes una solución para tu problema.
—¿Y tú sí? ¿Estás diciendo que puedes sacar mi perla del cuerpo de Jihoon sin
matar a uno de nosotros?
Nara vaciló.
—No puedo. Aproveché un mes con mucho poder espiritual cuando lo hice la
primera vez. Si lo hago mal… —Su voz se apagó, pero la implicación era clara. Si
algo salía mal, Jihoon moriría.
—Entonces no me sirves —dijo Miyoung y comenzó a retirarse.
—Lo que hice fue por mi familia. —Nara intentó llamarla—. Creí que tal vez
podrías entender eso.
Una furia se apoderó de Miyoung.
—Es gracioso que creas que honrar a tu familia signi ca que debes asesinar.
Tienes razón; es algo que yo puedo entender muy bien. Supongo que eso signi ca
que ambas somos monstruos por derecho propio y que, a partir de ahora, nunca
estaremos a la altura de las expectativas de nuestras familias.
Las palabras apuntaban a herir. Nara se puso rígida cuando estas alcanzaron su
objetivo.
—Jihoon no debería estar afuera esta noche —expresó Nara—. Su cuerpo se ha
curado de las heridas, pero sigue siendo mortal. Además, la perla aumenta su
poder con la luna. Eso podría abrumarlo.
—¿Qué? —preguntó Miyoung con una clara molestia en su voz.
Nara arrugó el entrecejo; después señaló al cielo, hacia la luna llena.
Miyoung maldijo. ¿Cómo pudo haber sido tan estúpida de perder la noción del
tiempo? Y ahora ella era la que estaba en el exterior durante la luna llena. El astro
brillaba sobre ella, lo que hacía que su corazón se estrujara y su respiración se
detuviera.
—¿Estás bien? —consultó la chamana, caminando hacia Miyoung, pero ella
levantó una mano.
—No te preocupes por mí —advirtió Miyoung—. Y no te metas en mi camino.
O tu halmeoni tendrá otra razón para querer vengarse de mi familia.
Eso detuvo a Nara en sus pasos, quien asintió con brusquedad antes de darse la
vuelta para desaparecer por el callejón.
Miyoung echó un vistazo a la luna y se frotó el pecho. Necesitaba encontrar a
Jihoon.
47
—No quise admitirlo… antes. —Hizo una pausa, insegura de revivir el pasado,
pero tenía que decirlo al menos una vez—. Me has hecho sentir que podía
dejarme llevar por primera vez en la vida y eso me asustó. He vivido toda mi vida
dejando que el miedo me controle. Y te he hecho daño porque todavía no sé
cómo dejarte ir.
—¿Y crees que ahora que has vuelto y has dicho estas cosas, todo debería ser
perdonado?
Miyoung se alejó de la ira de los ojos de Jihoon. La luna llena apareció
parcialmente en el cielo, libre de las nubes que la ocultaban. Brillaba sobre los
columpios, como un límite entre su espacio y el de él.
La luna la llamaba, instándola a ceder y a renunciar al control. En lugar de sacar
a la bestia de su interior, sacó las palabras de su corazón.
—Nunca quise hacerte daño.
—Bueno, lo has hecho. Estoy dolido todo el tiempo, pero ahora estoy
demasiado cansado como para seguir enfadado.
—Lo siento —dijo ella.
—Quiero perdonarte —admitió.
Miyoung dio un paso; su corazón la impulsaba hacia la luz de la luna. Un dolor
se disparó a través de sus músculos. Como si fuera en el momento justo, Jihoon
hizo una mueca, un eco de su sufrimiento.
Eso le recordó por qué había vuelto. Y no era por un perdón que no se merecía.
Una parte de ella quería revelar lo que le había hecho a la halmeoni de Jihoon.
Eso haría que él se curara de su sufrimiento. Lo haría creer que todavía podía
quererla. Sin embargo, no sería tan tonto de creer eso después de enterarse de lo
que había hecho. Pero su otra parte, la parte egoísta, se guardó el secreto para ella
sola por ahora.
Regresé para ayudar y él no me dejará hacerlo si sabe lo que he hecho, pero ella
sabía que era una mentirosa y una cobarde.
Miyoung dio un paso atrás, lejos de la luz de la luna y de Jihoon.
Él bajó la mirada. La esperanza que mantenía vivos a sus ojos se estaba
oscureciendo hasta la nada misma.
—Solo vete.
—Jihoon-ah.
—¡He dicho que te vayas!
Sus palabras se dispararon hacia ella. Era una orden que no podía desobedecer.
La había dicho con tanta fuerza que sabía que no podía quedarse, ni aunque
quisiera. Pero después de ver la ira en sus ojos, ella no quería quedarse. Y se
consideró a sí misma una cobarde mientras huía.
49
E L ÚLTIMO AÑO ESCOLAR OFICIALMENTE COMENZÓ. MARZO SOLÍA ser el mes que
menos le gustaba a Jihoon, ya que signi caba el inicio de un nuevo año
escolar y el n del breve descanso de las vacaciones de invierno. Pero
ahora la escuela sería una buena distracción de todos los otros sitios donde su
cerebro insistía en ir.
El primer día de clases transcurrió sin incidentes, exactamente lo que quería,
excepto que no podía dejar de pensar en una gumiho en particular. Fue una
nebulosa de profesores que enfatizaban que el tercer año no solo era su último
como estudiantes de secundaria, sino también el más importante, ya que los
exámenes suneung estaban cada vez más cerca.
El último año también traía consigo largas noches en las que los estudiantes de
su clase se quedaban despiertos hasta después de la medianoche para estudiar.
Un destino que siempre había temido, pero del que ahora se aferraba como a un
salvavidas. Solo a la hora de la cena se permitía abandonar la institución para ir al
hospital y ver a su halmeoni.
Estaba saliendo de la escuela con Changwan, quien se dirigía a su academia
extracurricular, cuando un coche deportivo negro se detuvo en su camino, lo que
hizo que retrocediera si no quería correr el riesgo de ser atropellado.
—Guau, ese coche es genial —dijo Changwan.
Jihoon frunció el ceño ante el comentario de su mejor amigo. El coche deportivo
lo había conquistado con mucha facilidad.
Se movió para caminar alrededor del coche, justo cuando la puerta del pasajero
se abrió y Miyoung salió.
—¡Miyoung-ssi! —exclamó Changwan. Después, sus ojos se deslizaron hacia
Jihoon y borró la sonrisa de su rostro—. ¿Cuándo volviste? —preguntó en un tono
más moderado.
—No hace mucho tiempo —comentó Miyoung—. Es bueno verte, Changwan-
ah.
Jihoon no tenía tiempo de quedarse a escuchar una conversación trivial. Antes
de que pudiera dar un paso para irse, Miyoung se interpuso en su camino.
—Jihoon… —comenzó ella.
—Déjame pasar.
—No —dijo—. Tengo algo de lo que hablarte.
—Creo que me iré por allí —murmuró Changwan, dirigiéndose hacia el coche.
Ni Jihoon ni Miyoung le prestaron atención.
Jihoon intentó esquivarla y seguir adelante, pero la luz del semáforo cambió y
observó cómo el autobús se detenía en la parada al otro lado de la calle.
Frustrado y sin ganas de hablar con Miyoung, descargó su ira contra el
conductor. Por otro lado, Junu estaba apoyado contra el capó de su coche
mientras le explicaba sus características a Changwan, quien estaba más que
fascinado. Si hubiera sido un dibujo animado, Changwan tendría corazones en los
ojos. Aunque Jihoon no estaba del todo seguro de si sería por el coche o por Junu.
Su amigo siempre idolatraba a la gente que consideraba cool.
—No deberías acelerar tan cerca de una escuela. Es peligroso —dijo Jihoon al
dokkaebi.
—¿Acaso eres un policía? —Junu arrastró las palabras.
Jihoon apretó los labios con indignación. No debería estar sorprendido de que a
un dokkaebi no le importase a quién le hacía daño.
—¿No quieren que los llevemos? —ofreció Miyoung, quien había notado el
anhelo evidente en los ojos de Changwan cuando se había quedado mirando el
coche de Junu.
—Changwan, ¿no es ese el chofer de tu padre? —preguntó Jihoon antes de
señalar un sedán negro y formal (es decir, aburrido), estacionado junto a la acera.
Un hombre vestido con un traje negro estaba de pie junto a él, observándolos.
—Sí. —Changwan puso mala cara y echó un vistazo hacia atrás, hacia el coche
deportivo. Después, dejó escapar un suspiro de resignación—. ¿Puedo subirme
otro día?
—Claro, Changwan-ah —dijo Miyoung con una sonrisa. Él comenzó a
devolverle la sonrisa, pero deslizó sus ojos cautelosos hacia Jihoon y decidió
poner una expresión sombría en su lugar.
—Nos vemos —saludó Changwan con rapidez. Era obvio que estaba intentando
hacer que las palabras se acortaran, pero solo sonó nervioso antes de trotar hacia
el chofer.
—¿Jihoon? —preguntó Miyoung y él se dio cuenta de que estaba esperando una
respuesta sobre su oferta de llevarlo.
—Estoy bien. Iré en autobús. —Se colocó en el borde de la acera para esperar el
cambio de la señal de cruce de peatones.
—¿Podemos hablar primero? —insistió Miyoung.
No respondió y, cuando ella no continuó, Jihoon se percató de que estaba
esperando que le diera permiso para hablar.
—¿Qué?
—Volví por una razón.
—No me importa, a menos que hayas vuelto para salvar a mi halmeoni.
—Bueno, tienes suerte.
Jihoon notó la frustración en la voz de Miyoung antes de absorber sus palabras.
—Espera, ¿qué?
El rostro de Miyoung era una máscara inexpresiva, que no dejaba entrever nada.
Pero él notó cómo su frente estaba cubierta de sudor. Comenzó a preguntarle si
estaba bien. La preocupación oreció como ores brillantes en su pecho antes de
pisotearlas. Ella ya no era de su incumbencia.
—Está bien, continúa —pro rió Jihoon.
—He vuelto para ayudar, pero no puedo hacer eso sin tu cooperación. Tu
halmeoni tiene muy poco gi.
—¿Cómo sabes eso? —Jihoon entrecerró los ojos.
Miyoung frunció los labios y él supo la respuesta de inmediato. Ella había estado
viendo a su halmeoni sin su permiso.
Pero no quería que su enojo se interpusiera en el camino. Así que se contuvo de
gritarle.
—Entonces, ¿qué signi ca eso? ¿El hecho de que tenga muy poco gi?
—Signi ca que no tiene su ciente energía para despertarse de nuevo.
A Jihoon no le gustaba cómo sonaba eso. ¿Signi caba que su halmeoni nunca se
despertaría?
—Ella podría despertarse de nuevo —a rmó Miyoung, como si estuviera
leyendo sus pensamientos—. En teoría.
—¿Y qué requiere esta teoría?
—Si pudiéramos encontrar una manera de conseguirle gi, entonces este podría
impulsar su cuerpo para que se despierte.
—Bien, ¿de dónde sacamos el gi?
—Todavía estoy trabajando en eso.
—Sácalo de mí —dijo Jihoon—. El gi.
—No —negó Miyoung con tanta vehemencia que Jihoon dio un paso atrás.
—¿Por qué no?
—No puede venir de ti. Eres un chico.
Jihoon hizo un gesto de desaprobación, pero recordó algo de los libros de su
halmeoni acerca de la energía yin de las mujeres y la energía yang de los
hombres. Podría ser verdad, ya que tantas otras cosas lo eran.
—Entonces, ¿me dejarás ayudar? —preguntó Miyoung.
Jihoon quería decir que sí. Quería abrazarla y darle las gracias por haber vuelto.
Pero algo lo retenía. Recordó que Somin una vez lo había regañado por tener
demasiado orgullo, pero lo cierto era que no podía dejarlo de lado. Para empezar,
la madre de Miyoung fue la razón por la cual su halmeoni estaba enferma. Y
luego Miyoung había desaparecido en lugar de encarar las consecuencias. No
podía perdonarla ni con ar en ella en ese preciso momento.
—Lo pensaré —dijo antes de cruzar la calle para esperar el autobús.
50
–¿A SÍ QUE LE HAS MENTIDO? —PREGUNTÓ JUNU CUANDO Miyoung volvió a subir al
coche. Cuando ella le frunció el ceño, él se dio un golpecito en la oreja—.
También tenemos muy buenos oídos.
—No fue una mentira —aseguró Miyoung—. Su energía no es la ideal para su
halmeoni.
—Pero no porque sea un chico. Es por la perla de gumiho que tiene en su
pecho.
—Ese no es el problema que estamos intentando resolver en este momento —
dijo Miyoung y se cruzó de brazos mientras Junu ponía el coche en movimiento.
—Es el único problema del que deberías preocuparte.
—¿Quieres que te paguen o no?
—¿Quieres que tu querida madre descubra dónde está su amada hija?
Miyoung apretó los dientes, derrotada.
Como si fuera una señal, el teléfono móvil de Miyoung sonó y el número de
Yena iluminó la pantalla. Ella fulminó a Junu con la mirada a modo de advertencia
antes de responder.
—Madre.
—Hija, ¿has comenzado a alimentarte de nuevo? —Era siempre la primera
pregunta que Yena le hacía. Miyoung reprimió un suspiro.
—No, no lo he hecho. Pero me siento bien.
—Por supuesto que no. Te debilitarás cada vez más si no te alimentas. Nunca
debí haberte dejado en Japón. Tal vez sea mejor si vienes conmigo.
—No —dijo Miyoung con un poco de fuerza. Respiró hondo y después continuó
con un tono más suave—. En serio, estoy bien. Junu me está preparando ese jugo
asqueroso y lo estoy bebiendo todos los días. Ayuda mucho.
—Me he vuelto demasiado blanda contigo —comentó Yena como si estuviera
hablando consigo misma en vez de estarlo haciendo con Miyoung—. No sé por
qué deje que me convencieras de dejarte atrás.
—Si te preocupa que estoy débil, entonces, ¿no sería malo que viajara? —
Miyoung se arriesgó a usar la lógica de su madre en su contra.
—Bien. Pero recuerda que tienes que responder a cada una de mis llamadas. Si
voy directo al buzón de voz aunque sea una vez, volveré.
—Sí, madre —respondió Miyoung con obediencia.
La llamada terminó sin ni siquiera un adiós. Miyoung se echó hacia atrás y cerró
los ojos, agotada. Le había mentido a su madre. En realidad, se sentía más débil
que nunca y apenas podía respirar. Además, sus músculos ardían, como si se
estuvieran desintegrando poco a poco. Había averiguado los síntomas de la
muerte por inanición y todo indicaba que había alcanzado la etapa en la que su
cuerpo estaba intentando encontrar energía de los tejidos menos ideales.
—¿Cómo está la madre más querida? —bromeó Junu.
En lugar de responder, Miyoung preguntó:
—¿Tienes más de tu brebaje?
Junu la miró y, si ella no lo conociera mejor, habría dicho que parecía
preocupado.
—Me queda algo en casa. —Pisó el acelerador y terminaron pasando un
semáforo en rojo.
Miyoung no tenía la energía necesaria para quejarse de su horrible forma de
conducir.
51
E empatía.
Tal vez así fue cómo la gumiho creció con odio en su corazón. Todavía no había
irrelevante aquí.
Rechazada por su familia, vivía sola en una cabaña en lo alto de las montañas.
vengarse de la humanidad.
A medida que Seúl crecía alrededor de las montañas que contenían a los
sentir más bonita que los mil pretendientes que le confesaban su amor.
Con él, ella se permitió soñar con una vida libre del odio que había
Había vivido durante siglos y había aprendido que no debía con ar su secreto
a los humanos. Porque eso haría que le tuviesen miedo o, peor aún, lo usarían
para manipularla.
Así que le mintió al hombre sobre lo que en realidad era. Ella consideraba que
Pasaron dos semanas sin ningún progreso. La halmeoni había tenido razón. Si
Miyoung hubiera tomado el gi que había en el hospital, podría haber drenado la
energía de todas las personas por accidente y haberlas matado en el proceso.
Sería el monstruo que ya no quería ser.
Entonces, Miyoung recorrió la ciudad para encontrar reliquias y objetos que,
según los rumores, mantenían algo de energía en ellos. En un momento dado,
pasó toda una tarde intentando ver si podía extraer energía de un viejo jarrón de
la dinastía Joseon. Al parecer, alguna vez había sido un dokkaebi. No obstante, lo
único que consiguió fue romperlo.
Y con su energía menguando, no podía estar a la altura de las demandas físicas
que conllevaba investigar en toda la ciudad.
Miyoung se inclinó sobre el lavabo del baño y dejó que el agua uyera a través
de sus manos ahuecadas. Daba las gracias de que no hubiera muchos visitantes
en esta ala del hospital, así podía sentirse pésima en privado. Su boca aún tenía
sabor a bilis y su estómago aún se movía como si estuviera parada en un barco en
el medio del mar.
Se apoyó en la encimera y estudió su pálido rostro en el espejo. No había dudas:
estaba empeorando.
Cuanto más se acercaba la marca de los cien días, peor se sentía. A veces estaba
tan confundida que sentía que estaba caminando a través de un sueño. Uno del
que no podía despertar. Sin embargo, cuando el dolor estaba en su apogeo, ella
anhelaba ese estado de fuga.
—No pierdas la cabeza, Gu Miyoung —dijo a su re ejo—. No necesitas durar
mucho más. —Las palabras de ánimo no fueron particularmente efectivas, pero
una parte de ella creyó que si estaba hablando, al menos no estaba vomitando.
Se dirigió por el pasillo hacia la habitación de la halmeoni. Se quedó un minuto
afuera para acomodarse la camisa. Frotó una pequeña mancha; rogó que no fuera
vómito, aunque no descartó por completo esa posibilidad.
Finalmente, abrió la puerta y dio un pequeño suspiro de alivio cuando vio que
Jihoon todavía no había llegado. Solo la halmeoni y su nueva compañera de
cuarto, que estaba dormida. El único sonido que se escuchaba era el que provenía
de los monitores.
Miyoung se sentó y apoyó la cabeza en el frío brazo de la halmeoni. Le
preocupaba que la piel de la mujer estuviera fría al tacto, pero los sensores
medían los lentos latidos de su corazón y le aseguraban que la anciana todavía
estaba viva. Por ahora.
Casi dio un salto cuando sintió el zumbido de su teléfono móvil.
El nombre de Yena apareció en la pantalla. Quería ignorarla, pero recordó la
advertencia de su madre acerca de las llamadas perdidas.
—¿Hola? —Apenas consiguió decir antes de escuchar los gritos de Yena al otro
lado de la línea.
—¿Estás en Seúl? ¿Por qué has vuelto sin mi permiso?
—Porque…
—Encima, has hecho que Junu me mienta con mi propio dinero, como si no
fuera a notar las grandes sumas de dinero que retiraron.
La expresión de Miyoung cambió.
—Así que él te contó. Traidor.
—No le eches la culpa. Es culpa tuya y de tu terrible criterio. ¿Estás con él? —
Miyoung sabía que Yena no estaba hablando de Junu ahora.
—Su halmeoni está enferma. Estoy ayudándolo…
—No te acerques a ese chico mientras tenga tu perla. ¿Olvidas que podría
controlarte si lo supiera?
—Pero no lo sabe —señaló Miyoung.
—A menos que sea un completo idiota, lo cual no descartaría por completo, él
se dará cuenta pronto. No te acerques a ese chico, Miyoung.
Estaba a punto de darse por vencida. La furia en la voz de Yena todavía la
congelaba de miedo. Pero estaba tan cansada y agotada por todas las semanas de
fracaso y hambre que solo quería algo a lo que aferrarse. Y aunque Jihoon nunca
parecía feliz cuando pasaba tiempo con ella, el hecho de verle la cara todos los
días era un pequeño impulso que mantenía su agotamiento a raya por un tiempo.
Así que añadió un poco de fuerza a su voz.
—Ya no puedes decirme qué hacer, madre.
Y colgó.
—¿Era tu madre? —preguntó Jihoon desde la puerta.
54
–¿Y ENA HA VUELTO? —PREGUNTÓ JIHOON AL ENTRAR A LA habitación.
Miyoung se giró y sostuvo el teléfono móvil detrás de ella, como si estuviera
escondiendo la evidencia de un crimen. Luego levantó la barbilla y recuperó la
compostura.
—Mi madre no es asunto tuyo.
—Lo es si ha dañado a mi halmeoni. Esta podría ser la solución que hemos
estado buscando. ¿Por qué no me dijiste que había vuelto?
—Es complicado. —Las comisuras de los labios de Miyoung se movieron hacia
abajo.
—Dijiste que me ayudarías.
—No te estaría ayudando si te digo dónde está Yena.
Podía darse cuenta de que había algo que ella no le estaba contando. Le
enfurecía que guardara secretos cuando la vida de su halmeoni estaba en juego.
—Quizá ella nos pueda decir qué le ha hecho a mi halmeoni. —Jihoon luchó
para mantener un tono uniforme en su voz, pero era evidente que cada sílaba
seguía impregnada de frustración.
Miyoung meneó la cabeza con fervor.
—No puedes culpar a mi madre por lo que sucedió con tu halmeoni.
Jihoon no podía dar crédito a lo que estaba oyendo. No podía creer la
vehemencia con la que defendía a su madre. Como si realmente creyera que no
había hecho nada malo. Su halmeoni había permanecido en coma durante casi
tres meses y Miyoung todavía creía que Yena no era la culpable.
—Mi halmeoni es todo lo que tengo. A tu madre no le importó eso cuando me la
arrebató.
Eso pareció tocar una bra sensible en Miyoung. Sus puños se apretaron contra
sus costados. Su cara se enrojeció.
—Tu halmeoni no está en el hospital por culpa de mi madre. Es una mujer
mayor y una mortal. Los mortales mueren. ¡Es lo que ocurre con todos ustedes!
¡Está en su naturaleza!
La visión de Jihoon se convirtió en una nebulosa. La gente dice que el color de
la ira es el rojo, pero el suyo era el blanco. Un blanco puro que se tragaba el
mundo a su alrededor y llenaba su mente hasta el punto de hacerlo estallar en
una explosión de luz.
—Por supuesto que dirías eso —gritó—. No tienes idea de lo que es tener una
familia. ¡Tu madre es un monstruo y tu propio padre ni siquiera te quería!
Lamentó las palabras al instante de haberlas dicho.
Miyoung extendió su mano para darle una bofetada en la mejilla.
Salió de la habitación enfurecida y Jihoon no la detuvo.
55
Junu hizo una mueca ante el mensaje aburrido, como si le produjera dolor
físico. Intentó quitarle el teléfono móvil, pero Jihoon lo alejó de su alcance. Junu
suspiró.
—Cuando escribes mensajes de esa forma, se ven simples y vacíos. Tienes que
añadirles volumen.
—¿Volumen? —inquirió Jihoon, perplejo.
—Sí, pon un corazón o un emoticón después del texto —sugirió Junu.
—No. —Jihoon puso un límite con respecto a las caritas sonrientes en los
mensajes.
—Bien, entonces agrega una ola. —Junu sonrió mientras señalaba el símbolo ~.
Jihoon puso los ojos en blanco, pero añadió el ~ antes de enviarlo.
—¿Por qué me ayudas?
—Te lo dije. No me gusta estar rodeado de gente gruñona. Me pone de mal
humor.
—¿En serio? —Jihoon no creía nada que saliera de la boca del dokkaebi. Era
demasiado persuasivo y demasiado bueno para las mentiras.
Cuando menos lo esperaba, su teléfono sonó. El nombre de Miyoung apareció
en la pantalla. Jihoon miró a Junu con sorpresa, quien levantó los pulgares para
alentarlo. Jihoon le sonrió y se dio cuenta de lo amistoso que estaba siendo con el
dokkaebi. Así que dejó de sonreír.
Leyó el mensaje:
ESTOY EN NAMSAN.
Namsan era una montaña alta en el centro de la ciudad. Aunque había muchos
restaurantes que presumían su famoso wang donkatsu a lo largo del camino, la
atracción principal era la Torre Namsan. Un destino popular para citas y un sitio
al que Jihoon no iría, ni aunque le pagaran. Excepto que ahora, irónicamente, se
encontraba metido en uno de los teleféricos que conducían a la parte superior. No
le gustaba que hubiera mucha gente, ya que le daba dolor de cabeza. O quizá eso
era solo el resultado de haber estado impaciente todo el día.
Después de haber llegado al nal, aún tenía que subir unas escaleras que
obligaban a los turistas y a los amantes a pasar cerca de los puestos de comida.
Jihoon miró los perritos calientes empalados, cubiertos de papas fritas, y recordó
que una vez le había prometido a Miyoung comprarle uno. No cabía duda alguna
de que habían sido un Jihoon y una Miyoung diferentes en ese entonces.
Era difícil encontrarla entre la multitud de cuerpos. Estiró el cuello para echarle
un vistazo a la cima de la torre y se preguntó si tendría que subir hasta allí. Estaba
bastante seguro de que era necesario tener una reserva para ir al restaurante de
arriba.
Apreció el paisaje en la base de la torre. La valla que había por todo el
perímetro estaba cubierta de candados, tan abundantes y coloridos que creaban
un tapiz de metal. Los candados también creaban árboles de navidad metálicos
en el medio del jardín.
Mientras se acercaba a la valla, Jihoon tuvo que admitir que la vista era estelar.
A medida que el sol se acercaba al horizonte, este hacía que la ciudad
resplandeciera. Podía delimitar los patrones de Seúl desde allí arriba, donde los
viejos techos de tejas de los hanoks se fusionaban con el metal y el hormigón más
nuevo de la ciudad. Por un lado, estaban las antiguas casas que contaban con
calefacción central de carbón debajo del suelo y con paredes de papel de arroz.
Por el otro, estaban los rascacielos más modernos. En pocas palabras, era un lío
de edi cios opuestos. Pero en Seúl, esa dicotomía funcionaba y prosperaba. Al
parecer, los opuestos sí encontraban un equilibro de vez en cuando.
Luego la vio, de pie junto a uno de los visores que mostraba la ciudad que había
debajo.
Jihoon se acercó de a poco, preocupado de que ella pudiera aprovechar el sitio
para lanzarlo por un lado de la montaña. Pero lo reconfortó el hecho de que a
Miyoung no le gustaba hacer una escena.
—Miyoung.
—¿Sí? —respondió con frialdad y se negaba a mirarlo.
—Me has dicho que hablarías.
—Te he dicho dónde estaba. Tú eras el que quería hablar —corrigió Miyoung.
Jihoon bulló de ira. Su frustración estaba a dos centímetros de salir a la
super cie. Hizo que su cabeza latiera, pero respiró hondo y lo intentó de nuevo.
—Bien, quería decirte que lo siento —expresó y esperó a que ella aceptara sus
disculpas. No lo hizo y, en lugar de eso, se quedó estudiando los candados que
decoraban la valla. Estaban cubiertos con juramentos eternos de amistad y amor.
Un hermoso arcoíris lleno de promesas.
»¿Me has oído?
—Sí —respondió Miyoung mientras prestaba atención a otro candado.
Jihoon la giró para quedar enfrentados.
—Estoy intentando disculparme.
—¿Por qué?
Jihoon parpadeó, sorprendido.
—¿A qué te re eres?
—¿Por qué quieres disculparte? Me has dejado en claro que soy la razón por la
cual todo salió mal en tu vida.
—Eso es un poco exagerado.
—No quiero una disculpa. No de ti.
—Escucha, no debería haber mencionado a tu padre —dijo Jihoon—. Si no me
dejas disculparme, nunca me sentiré bien al respecto.
—Bien —escupió Miyoung con la mandíbula tan apretada que sus mejillas se
tensaron visiblemente—. Acepto tus disculpas. Ahora, ¿me dejarás en paz?
Jihoon se dio cuenta de lo cansada que estaba. Unas bolsas ensombrecían sus
ojos y su piel estaba muy pálida. A su vez, tenía los hombros caídos.
—¿Disculpa? —Una joven morena estaba de pie detrás de él—. ¿Puedes
tomarnos una foto? —preguntó.
—Claro. —Jihoon aceptó su teléfono y esperó a que se acomodara junto a sus
dos niños pequeños que no paraban de pelear. La familia se apiñó y el marido los
abrazó a los tres por detrás. Era una imagen encantadora de una familia normal y
corriente. Los ojos de Jihoon se deslizaron hacia Miyoung, que miraba a cualquier
lado menos a la feliz familia. Ninguno de ellos tenía una foto como esa.
Después de devolverle el móvil, la mujer preguntó:
—¿A ustedes dos les gustaría una foto?
—No, no. Estamos bien. —Miyoung dio un paso atrás, como si la mujer fuera a
hacerle daño físico.
—Deberían sacarse fotos, incluso si es la primera cita. —La mujer sonrió—. Mi
marido y yo todavía tenemos una de la nuestra.
—No es nuestra primera cita. —Las mejillas de Miyoung se sonrojaron.
—Ah, ¿es un aniversario? —La mujer era persistente.
—¿Sabe qué? Nos encantaría una foto —dijo Jihoon para evitar más preguntas.
Le pasó su teléfono y se paró al lado de Miyoung.
—Deberías poner tu brazo alrededor de ella —sugirió el marido con un guiño.
Jihoon obedeció. Era más fácil que la incomodidad de rehusarse.
—Y… ¡sonrían! —gorjeó la mujer.
Él lo hizo y sintió la cara rara. Quizá fue muy forzado.
—Parece una primera cita —a rmó la mujer antes de bajar el teléfono de Jihoon
—. Se ven tiesos como un par de tablas.
Miyoung miró por encima a Jihoon y levantó las cejas a modo de pregunta.
—Está bien, una más. —Esta vez, atrajo a Miyoung hasta que se acomodó contra
su costado. Ella lo miró con una sonrisa sarcástica. Sus ojos parecían decir: «Solo
nosotros podemos meternos en una situación como esta». Le devolvió la sonrisa
porque era cierto.
—Perfecto. —La mujer sonrió—. Hacen una bonita pareja.
Cuando la familia se alejó para entrar a la torre, Jihoon se volvió hacia Miyoung,
que se había alejado unos pasos de distancia. Sus hombros temblaban. ¿Estaba
llorando?
Colocó una mano vacilante en su brazo y estaba a punto de preguntarle si se
sentía bien justo cuando vio su amplia sonrisa. Se estaba riendo.
—Te juro, Ahn Jihoon, cuando esa mujer preguntó si éramos pareja, tu rostro se
puso tan blanco que cualquiera hubiera creído que te estabas enfrentando a un
demonio come hígados.
Jihoon dejó escapar una risa al escuchar eso. Acto seguido, cayeron en un
arrebato de alegría juntos. Se sostuvieron el uno al otro hasta que las carcajadas
se convirtieron en unas risitas acompañadas de hipos.
—Es tu culpa, ¿lo sabes? —indicó Jihoon—. ¿Por qué vendrías sola a Namsan, la
capital del romance?
Ella se encogió de hombros y sus ojos se posaron en la mano de Jihoon, que aún
seguía en su brazo. Él la dejó caer rápidamente y la tensión aumentó entre ellos.
—Supongo que siempre ha estado en mi lista de deseos. Creí que era un buen
momento para empezar a trabajar en ella. —Echó un vistazo hacia la ciudad.
Jihoon frunció el ceño ante la idea de que una gumiho inmortal tuviera una lista
de deseos.
—Escucha, acepto tus disculpas —dijo Miyoung, todavía de espaldas a él—.
Ahora puedes irte a casa con la conciencia limpia.
Jihoon no sabía cómo responder a eso. Había ido hasta allí para pedir perdón y
ella lo había permitido. Eso era todo lo que había querido y lo había conseguido.
Excepto que la culpa que había estado en su pecho todo el día se solidi có. Se
convirtió en algo más pesado y ahora lo sentía en el estómago, como si hubiera
hecho algo mal otra vez.
Aun así, no podía pensar en ninguna razón para quedarse, así que se dispuso a
abrirse paso entre la multitud hacia los teleféricos. Por costumbre, sacó su
teléfono y lo desbloqueó mientras caminaba. La foto con Miyoung cubrió toda la
pantalla. Se detuvo y una joven pareja se chocó con él por accidente. Murmuró
una disculpa, pero sus ojos nunca abandonaron la imagen.
En ella, Miyoung lo miraba. Sus ojos eran suaves y su mano derecha estaba
sujetando el frente de su chaqueta. Jihoon ni siquiera la había sentido.
El aspecto de su propia cara era raro. Al principio, no podía discernir su
expresión. No obstante, se dio cuenta de que era alegría y satisfacción. En ese
momento, atrapado en los brazos de Miyoung y en sus propios recuerdos, había
sido feliz.
Jihoon no estaba seguro de qué hacer con ese razonamiento. Su instinto le decía
que debería seguir enfadado con ella. Miyoung guardaba secretos. No podía
con ar del todo en ella. Pero le resultaba cada vez más difícil mantenerse
enojado.
Ella había sido sincera sobre quién y qué era. Le había dicho que escapaba
cuando las cosas se ponían difíciles. Sin embargo, esta vez había vuelto para
ayudarlo con su halmeoni. Eso debería contar para algo, ¿no era así? Después de
todo lo que Jihoon había tenido que atravesar, ¿no se merecía ser feliz?
Jihoon retrocedió entre la multitud. La gente se arremolinaba mientras
deambulaba por el espacio en diferentes direcciones. Parejas agarradas de la
mano, niños que corrían mientras gritaban y se reían. El aire de marzo era fresco
con el comienzo de la primavera; se sentía como si toda la ciudad estuviera en
Namsan para aprovecharlo.
Tardó demasiado tiempo en llegar a Miyoung, cuando todo lo que Jihoon quería
era estar junto a ella.
Cuando la alcanzó, jaló de su hombro para girarla y quedar cara a cara.
—¿Jihoon-ah? —Cuando lo vio, dijo su nombre como una pregunta, pero esta
fue devorada por el viento de la montaña con rapidez.
—Estoy harto. —Jihoon dejó que sus dedos recorrieran el pelo de Miyoung a la
altura de su sien, tan suave como la seda.
—Está bien —dijo Miyoung, mientras Jihoon levantaba la otra mano para
ahuecar su rostro—. ¿Harto de qué?
—De todo. —Y Jihoon expulsó toda la ira, la tensión y el miedo. Soltó todo con
un suspiro de alivio.
—Está bien —aseguró de nuevo. Lo susurró, así que solo él la oyó.
Él se inclinó.
Ella se quedó quieta.
Él suspiró su nombre.
Ella tomó aire.
El corazón de Jihoon golpeaba sus costillas, como si necesitara estar más cerca
de ella y no le importara arrastrar el resto de su cuerpo para conseguirlo. Dejó que
sus manos se deslizaran por sus mejillas y que sus dedos se movieran sobre su
suave piel. El aliento de Miyoung se entrecortó.
La demostración de debilidad de la joven ante su mero contacto lo mareó. Lo
hacía sentir poderoso; un chico que podía hacer que una gumiho se estremeciera.
Sus labios estaban a un centímetro de distancia y los ojos de Miyoung ocupaban
toda su visión. Eran unas piletas oscuras que capturaban su re ejo. Sentía que
podía quedar atrapado en ellas, pero no le importaba. Daría la bienvenida a la
jaula con gusto.
Algo jalaba de él y lo instaba a avanzar. Bajó la cabeza con lentitud y deslizó su
mano sobre la nuca de Miyoung.
Luego apoyo sus labios sobre los de ella, más suaves que el roce del viento
contra la piel.
Ella unió sus brazos alrededor del cuello de Jihoon y lo acercó.
Y el beso que él había querido que fuera suave se convirtió en uno apasionado
en cuestión de segundos. Absorbió el jadeo de Miyoung y las manos se le
enredaron en su pelo negro. Luego, los dientes de ella rasparon el labio inferior de
Jihoon mientras lo besaba. Ahora él era el que respiraba entrecortadamente.
La presión en su pecho creció hasta convertirse en un calor que lo envolvió.
Unas estrellas estallaron detrás de sus ojos. Esta vez, cuando se quedó sin aliento,
fue porque estaba adolorido. Se tambaleó hacia atrás; sus piernas temblaban y
terminaron cediendo debajo de él.
Escuchó cómo Miyoung gritaba su nombre, un sonido confuso que se mezclaba
con el zumbido en sus oídos.
Luego cayó y cayó, y no se detuvo hasta que perdió el conocimiento.
56
J IHOON SE DESPERTÓ CON PITIDOS Y SUSURROS, LOS SONIDOS DEL hospital con los que ya
estaba familiarizado. Mantuvo los ojos cerrados para darse tiempo de
recuperar la cordura. Mientras dejaba que su mente se adaptara, notó que
los susurros eran en realidad gimoteos bajos, como si alguien estuviera
conteniendo sollozos.
Jihoon abrió los ojos y parpadeó unas cuantas veces para adaptarse a la luz. La
cabeza de Miyoung estaba apoyada en sus brazos, sobre el borde de la cama de
hospital.
—¿Miyoung? —Le dolió la garganta solo con decir su nombre.
—¡Jihoon! —chilló, sorprendida.
—Estoy bien. —Apartó los dedos insistentes de Miyoung—. ¿Por qué estoy en el
hospital?
—Comenzaste a convulsionar. Fue… —Su voz se detuvo—. Me asustaste.
—Lo siento.
—No digas eso. No deberías ser el que tenga que disculparse.
Jihoon meneó la cabeza, pero eso empeoró las punzadas sordas que sentía
detrás de sus ojos.
—No quería que me vieras así.
Miyoung no podía mirarlo a los ojos. Unas lágrimas colgaban de sus pestañas y
amenazaban con caerse. La garganta del joven se cerró al ver eso. En un
principio, no quería que ella presenciara uno de sus episodios porque no quería
que creyera que él era débil. Y ahora tampoco porque era obvio que estaba
preocupada. Odiaba hacer que las personas que amaba se preocuparan por él.
Arrugó la frente ante el pensamiento inesperado. ¿Todavía la amaba? Suspiró.
Por supuesto que sí. Solo alguien a quien amaba podía hacerlo enfadar tanto
como ella.
—Miyoung, ven aquí. —Palmeó su costado.
Se sentó precariamente en el borde de la cama, así que estaba más inclinada
que sentada.
Con un fuerte suspiro, él la sujetó de la mano. Estaba transpirada y temblaba
ligeramente en la suya.
—No te preocupes por mí. Soy más fuerte de lo que parezco. —Jihoon le colocó
el pelo detrás de su oreja para poder verle la cara.
Sus lágrimas creaban ríos a lo largo de su piel blanquecina.
—No llores. Te prometo que estaré bien. —Limpió la humedad de sus mejillas y
la mano de la gumiho se acercó para atrapar la suya. Ya no temblaba.
—Es mi culpa —dijo de nuevo—. Mi perla es la que está causando esto.
—¿Por qué dirías eso?
—Porque… —Hizo una pausa para respirar profundamente. Lo hizo tan rápido
que tuvo miedo de que se hiperventilara.
—Me estás asustando —confesó Jihoon—. Solo dilo.
—Está dentro de ti.
—¿Qué? ¿Cómo? —No se dio cuenta de que había corrido sus manos hasta que
las vio acunadas en su pecho.
—Casi mueres cuando mi madre te atacó. No sabía si sobrevivirías. —Miyoung
se puso de pie y eso hizo que estuvieran más distanciados—. Tu halmeoni me dijo
que usara la perla.
—¿Mi halmeoni? —Jihoon estaba confundido.
—Comenzó a curarte, pero no fue su ciente. Necesitaba más gi.
—¿De quién? —preguntó Jihoon, aunque el peso que sentía en el estómago le
indicaba que ya lo sabía.
Miyoung no respondió. No podía mirarlo a los ojos.
—Dime. ¿De quién era el gi?
—El de tu halmeoni.
La incredulidad se extendió a través de él como una cubeta de agua helada. No
podía sentir los dedos de los pies ni de las manos, y tampoco su corazón.
—Ella quiso que vivieras. Fue su último deseo. —Las manos de Miyoung se
juntaron, como si le estuviera rogando que entendiera.
—¿«Último deseo»? —escupió Jihoon mientras la indignación le retorcía el
estómago—. Es por eso que no se despierta del coma. —La comprensión de lo
que había ocurrido se derramó sobre él como una ola que rompía contra las rocas
—. No fue Yena. Fuiste tú.
—Lo siento. Era la única manera de salvarte.
—¿Es por eso que has vuelto? ¿Solo porque te sentiste culpable después de
haberle hecho eso a mi halmeoni? —Jihoon intentó recuperar el aliento. Esperaba
no tener que vomitar cuando las náuseas se enroscaran en su interior.
—Esto es a lo que me re ero —insistió Miyoung con urgencia en su voz—. Te
estás enfermando por tener mi perla dentro de ti. Un cuerpo mortal nunca estuvo
preparado para contener la perla de una zorra.
—No tenías derecho. —Jihoon no estaba seguro de a qué se refería con eso.
¿Que hubiera cambiado la vida de su halmeoni por la suya? ¿Que lo hubiera
salvado para después abandonarlo? ¿O que hubiera vuelto para hacer que se
enamorara de nuevo?
—Jihoon-ah, lo siento mucho. —Ella se acercó y él se echó hacia atrás.
—No me toques. —Su pecho se expandió con un calor que hubiera atribuido a
su enojo, si no fuera por la nueva realidad de las cosas. Sintió una calidez
persistente, que cubrió todas sus costillas y hombros. Después se centró en su
pecho, justo sobre su corazón, como una bola de fuego. Si se concentraba, casi
podía oír otro latido, uno que se re ejaba con el suyo: el corazón de Miyoung.
Los ojos de la gumiho destellaron cuando bajó su mano con un movimiento lento
y brusco, como si estuviera luchando contra una fuerza invisible.
Un recuerdo le hizo cosquillas en el fondo de su mente: cuando Miyoung le
había dicho que un hombre podía controlar a una gumiho si este poseía su perla.
—Por eso has vuelto. —Casi se rio de lo ingenuo que había sido—. No lo hiciste
para ayudar a mi halmeoni. Lo hiciste porque necesitas tu perla. De eso se trata,
¿verdad? La perdiste y has intentado recuperarla desde que nos encontramos.
—No. —Miyoung negó con la cabeza—. Volví por ti.
—¡Deja de mentir!
El calor de su corazón disminuyó a un simple brillo. Cerró los ojos y se
concentró en su propia respiración. Inhalar, mantener el aire y exhalar.
Cuando volvió a hablar, su voz era baja, pero rme.
—No eres mejor que tu madre. Manipulas a todos a tu alrededor para obtener lo
que deseas. —Jihoon no sabía cómo sentirse. Estaba preocupado de haber
perdido esa habilidad junto con todo lo demás.
—Por favor —suplicó ella mientras lo sujetaba del brazo—. Me equivoqué. Yo…
—¡Detente! —Al parecer, todavía podía sentir. Y estaba furioso.
Ella se calló tan de repente que fue como si él hubiera presionado el botón de
silencio.
Se sentaron durante un momento. Jihoon seguía como una piedra y Miyoung
estaba siendo atormentada por las lágrimas silenciosas que no podía derramar.
Hubo un golpe y el detective Hae abrió la puerta.
—Ajeossi —dijo Jihoon. Parecía una súplica. Necesitaba que alguien lo ayudara
y le diera sentido a todo lo que le estaba sucediendo.
—Jihoon-ah, ¿qué ha ocurrido? —El detective Hae entró en la habitación y se
detuvo cuando vio a Miyoung—. Oh, no sabía que tenías visitas.
Miyoung se dio prisa para secarse las lágrimas con las manos y se puso de pie.
—Te pareces a ella —susurró el hombre, lo que detuvo a Miyoung en mitad de
su reverencia.
—¿A quién? —preguntó Miyoung mientras lo evaluaba. Se sentía una tigresa que
estaba decidiendo si el hombre frente a ella era una presa o un enemigo.
—¿Ajeossi? —Jihoon no entendía el reconocimiento que veía en los ojos del
detective Hae.
—Te pareces a tu madre. —El detective Hae dio un paso brusco, atrapado en un
jalón de gravedad.
—¿Cómo conoce a mi madre? —El tono de Miyoung implicaba que había
decidido que ese hombre era un enemigo.
El detective Hae inhaló aire y, en ese momento, Jihoon contuvo su respiración.
No entendía lo que estaba pasando, pero de alguna manera sabía que era
importante.
—Ella era mi esposa —reveló—. Lo que signi ca que tú eres mi hija.
57
N O ERA CIERTO. NO PODÍA SER VERDAD. MIYOUNG SALIÓ CORRIENDO del hospital e
ignoró los gritos de las enfermeras y los pacientes molestos.
Su padre era un desperdicio de espacio. Su madre siempre decía que
no era alguien a quien buscar porque estaba avergonzada de haber amado a un
hombre como él.
Pero el detective Hae era un hombre honorable. Al menos así lo había descripto
Jihoon. Y era alguien que buscaba salvar vidas.
¿Era posible que Yena, en lugar de estar avergonzada del detective Hae,
estuviera avergonzada de ella misma? A n de cuentas, ambas eran monstruos
que mataban, mientras que el hombre que su madre una vez amó era una buena
persona.
Solo había una forma de averiguarlo. Miyoung llamó a Yena.
—¿Hola?
Al oír su voz, Miyoung se congeló. No sabía cómo explicar que se sentía herida
por todos los secretos que Yena había guardado. Pero también necesitaba a su
madre en ese momento más que nadie.
—¿Hola? ¿Miyoung? ¿Eres tú?
—Madre. —La palabra sonó con un murmullo ronco. Miyoung tosió para
aclararse la garganta y lo intentó de nuevo—. Madre, necesito preguntarte algo y
necesito que seas honesta conmigo.
Hubo una larga pausa cargada de suspenso antes de que Yena respondiera.
—¿Qué ocurre?
—Mi padre.
—Miyoung, no quiero…
—¡Lo conocí! —soltó de golpe—. No es una persona horrible como tú siempre
has dicho. Es un detective y parece un buen hombre. Me lo ocultaste y…
—¡No hables con ese hombre! —La voz de Yena era un chillido agudo que
obligó a Miyoung a sostener el teléfono lejos de su oído—. No hables con él, ¿me
oyes?
—¡Así que lo admites! Sabías que estaba en Seúl.
Yena suspiró.
—Hace poco descubrí dónde estaba. Esta es una de las razones por las que te he
dicho que no volvieras. Ese hombre no es lo que parece, Miyoung. No te acerques
a él ni a ese chico otra vez. No hasta que yo haya vuelto.
—Pero es mi padre.
—¡Prométemelo! —exigió Yena.
Miyoung vaciló bastante tiempo.
—Prometo… —Con un pitido, la línea se cortó.
Miyoung miró jamente su pantalla y se preguntó si su teléfono se había
quedado sin batería. Pero se encendió y mostró el tiempo de duración de la
llamada antes de volver a la pantalla de inicio. Volvió a marcar el número de
Yena, pero fue directo al buzón de voz.
Colgó y ahora no podía parar de preguntarse dónde estaba Yena. Probablemente
en un aeropuerto en su camino de vuelta para reprender a Miyoung por todas las
malas decisiones de su vida.
Con un suspiro, se guardó el móvil en el bolsillo y caminó sin saber a dónde
iba. Solo sabía que necesitaba tomar un poco de aire. Y tal vez una bebida.
58
J IHOON ABRIÓ LA PUERTA DE SU CASA CON TANTA FUERZA QUE SE estrelló contra la
pared. Maldijo por el ruido que provocó y luchó para quitarse el calzado.
—Guau, estás de buen humor.
Jihoon ni siquiera se sorprendió al ver a Junu.
—Sabes, es de mala educación entrar en la casa de alguien sin permiso. Dos
veces. —Jihoon consiguió quitarse los zapatos y los pateó hacia la esquina.
—¿Dónde está ella? —preguntó Junu.
—¿Quién?
—El presidente —dijo Junu con un tono de indiferencia—. Miyoung.
Jihoon ignoró la preocupación y su mal humor, y empujó a Junu para entrar a la
cocina.
Su vida era un desastre. Miyoung había confesado lo que había hecho. El
detective Hae había aparecido y había dicho que era el padre de Miyoung. Luego,
ella se había ido; simplemente se fue por la puerta sin decir ni una palabra. Él
sabía que debería haberla detenido, pero estaba muy enojado. Y ahora ni siquiera
sabía lo que sentía. Abrió la heladera y se quedó mirando el mísero contenido.
—¿Qué ocurrió? —preguntó Junu.
—Su padre —dijo Jihoon sin apartar la mirada de la heladera casi vacía.
—¿Qué sucede con él?
Jihoon cerró la heladera sin haber sacado nada.
—Está aquí.
Los labios de Junu se torcieron en una mueca que parecía fuera de lugar en su
bonita cara.
—Algo va mal.
—¿Qué cosa?
Junu lo miró. Estaba claro que el dokkaebi no estaba dispuesto a compartir lo
que sabía. Así que Jihoon puso sus cartas sobre la mesa.
—Escucha, acabo de descubrir que mi halmeoni cedió su gi para que yo pudiera
vivir con la perla de Miyoung dentro de mí. Es probable que esa sea la causa de
mis convulsiones. Entonces, si algo está pasando con Miyoung, creo que debería
saberlo. De alguna forma, mi vida está en juego.
Junu asintió.
—Yena ha desaparecido. No puedo contactarla.
—¿Y?
—Y… que las gumihos no deberían desaparecer. Ellas son las que hacen
desaparecer a la gente.
—Soy muy consciente de eso.
—Yena nunca se esfumaría en un momento como este.
—¿Un momento como este? —A Jihoon no le gustaba que el dokkaebi fuera
ambiguo e impreciso a la hora de hablar.
Junu ignoró la pregunta.
—Es importante que Yena esté aquí antes de la próxima luna llena.
—Tal vez Miyoung está mejor sin su madre cerca —concluyó Jihoon.
La expresión del dokkaebi se volvió mordaz, como si hubiera juzgado a Jihoon
antes de considerarlo de ciente.
—Sean cuales sean tus sentimientos con respecto a Yena, ella protege a su hija.
Todo lo que hace es por Miyoung.
—No me importa lo que haga Yena.
—Oh, sí te importa —refutó Junu—. Te importa porque crees que te arrebató a
Miyoung. Crees que, sin la in uencia de Yena, ella no te habría dejado.
—No es de mi incumbencia si Miyoung elige a su madre en vez de a mí —
aseguró Jihoon con obstinación.
—Miyoung te eligió. —Junu le dio un golpecito a Jihoon en la frente—. Se fue
por ti y volvió por ti. Mientras tanto, tú estás aquí, comportándote como un gran
llorón porque ella tiene la audacia de querer a la madre que la ha apoyado
durante toda su vida. En todo caso, deberías sentir pena por Yena. Tú eres el que
está destruyendo a su hija.
—Nada de lo que dices tiene sentido.
—Haz las cuentas. Has tenido la perla de Miyoung en tu cuerpo de humano
debilucho durante casi cien días. —Junu hablaba lentamente, como si estuviera
por explicarle álgebra a un niño de tres años—. Si Miyoung no la absorbe de
nuevo y no comienza a alimentarse en la próxima luna llena, estará en un
verdadero problema.
—¿No ha estado alimentándose? —preguntó Jihoon—. Si pasa cien días sin
alimentarse, morirá.
—¡Ding-dong-daeng! ¡Díganle al joven lo que ha ganado! —anunció Junu como
un presentador, pero su sonrisa de hombre de espectáculo no alcanzó sus ojos.
—¿Por qué no me ha dicho esto?
—No lo sé. Tal vez estaba intentando protegerte de la responsabilidad de elegir
entre tu vida y la de ella.
—No tiene derecho a tomar esa decisión por mí.
Junu se rio entre dientes.
—¿Sabes qué? No me desagradas tanto después de todo.
—¿Qué pasará si Yena aparece de improviso? —preguntó Jihoon.
—En ese caso, te aconsejaría que encontraras una armadura porque es muy
probable que venga y te saque esa bonita perla del pecho.
Jihoon se frotó el esternón con una mano, justo donde empezó a sentir un dolor
repentino.
—¿Por qué estás ayudándonos?
—Porque me están pagando.
Jihoon puso los ojos en blanco.
—Si me permites darte un consejo… —dijo Junu.
—¿No has hecho eso todo este tiempo? —preguntó Jihoon con amargura.
Junu continuó como si Jihoon nunca lo hubiera interrumpido.
—Si fuera tú, correría. ¿Cuál es el punto de quedarse aquí cuando tienes a dos
gumihos acechándote y tú única familia es una carga?
Los puños de Jihoon se levantaron. Quería usarlos para golpear su mandíbula
perfecta.
El dokkaebi se movió hacia atrás con agilidad y levantó sus manos para
protegerse, pero le dedicó una sonrisa descarada que demostraba que no estaba
preocupado por la rabia de Jihoon.
—Da igual, no puedes decir que no te he advertido. —Junu se fue por la puerta
principal y dejó a Jihoon solo con su enojo sin sentido.
59
J IHOON NO ESTABA MUY SEGURO DE POR QUÉ ESTABA VAGANDO POR el barrio a las
03:00 a. m. Se había despertado cubierto de sudor, con una sensación de
as xia por su propia respiración, como si realmente se hubiera estado
ahogando. Todo estaba tan claro en su mente. El pasillo, la gura inconsciente de
Yena, el baño inundado. Y ahora sabía que lo más probable era que no hubiera
sido solo un sueño. Con la perla dentro de él, sabía que estaba conectado con
Miyoung.
Eso signi caba que todos esos malditos sueños en los que le rogaba a Miyoung
que volviera no habían sido solamente suyos. ¿Ella también lo había visto? ¿En su
punto más vulnerable? Las preguntas hicieron que le doliera la cabeza.
A pesar suyo, ese sueño lo hizo preocuparse por Miyoung. Era imposible volver
a dormirse con la ansiedad que le había generado esa situación. Así que había
dado un paseo para tranquilizar su acelerado corazón y había terminado en el
viejo parque de juegos del vecindario. Los árboles más lejanos parecían estatuas
grises que protegían los columpios abandonados.
Miyoung estaba sentada en la calesita. Debería haber estado más sorprendido,
pero era casi como si supiera que la encontraría allí.
—¡Jihoon-ah! —balbuceó con una botella de soju en la mano. Otra botella
verde ya estaba vacía a su lado.
Miyoung cerró un ojo para servir la bebida con mayor precisión en un vaso de
plástico. Su lengua sobresalía por un lado de su boca mientras se concentraba en
la tarea.
—¿Por qué estás aquí? —preguntó Jihoon.
—No podía dormir. Tuve pesadillas. —Bebió el soju de un trago.
—¿De dónde has sacado eso? —Jihoon echó un vistazo a la botella extra que
tenía junto a ella, dentro de una bolsa de plástico donde también había más
vasos.
—En el CU Mart. Me atendió ese chico adulador y me hizo prometerle que no
le diría a nadie que me había vendido esto. Creo que está enamorado de mí.
Pyopyo, o algo así. —Puso la mejor sonrisa de borracha.
Jihoon se habría reído por el cambio de nombre de Pyojoo, pero estaba
demasiado preocupado por Miyoung, que podría caerse en cualquier momento
de la calesita.
—Pareces haber estado disfrutando. —Jihoon se sentó en el borde de la calesita
y arrastró sus pies en el suelo para detenerla.
—Te serviré un vaso. —Miyoung inclinó la botella sobre un segundo vaso. La
mayoría del líquido se derramó por el costado.
—Estoy bien.
—¡Tonterías! —Levantó su taza—. Somos adolescentes. Se supone que debemos
ser imprudentes y descuidados. Ahora que tengo un padre, debería recuperar todo
el tiempo perdido desa ándolo. Bebe —dijo Miyoung, más bien exigió, con ojos
expectantes. Jihoon suspiró y levantó el vaso. Ella brindó con torpeza—.
¡Geonbae!
Cuando inclinó la cabeza hacia atrás para beber todo de un solo trago, Jihoon
decidió tirar su bebida a un costado.
—Kaaah —dejó escapar un ruido gutural en agradecimiento, o tal vez porque lo
había escuchado en demasiados dramas. Después le tendió su vaso a Jihoon para
que le sirviera más. Como el joven no se movió, ella sacudió su mano.
»¿No has oído que es de buenos modales servirle a los demás?
Siguió sin moverse y ella suspiró antes de buscar la botella por sí misma.
—¡Bien! —Se sirvió tan rápido que derramó la mitad de la botella en la tierra.
Jihoon vio eso como una bendición, ya que ahora tenía menos líquido para tomar
—. Nunca fui tan impaciente. Quizá porque tenía todo el tiempo del mundo.
Dejó escapar otra risa. Sus ojos ya se notaban borrosos y desenfocados.
—¿Sabes lo que es vivir para siempre? —articuló con di cultad. Ese último vaso
de nitivamente la había sumido en la locura.
Jihoon se dio cuenta de que ella lo estaba mirando mientras esperaba una
respuesta.
—No.
—Bueno, se suponía que yo sí. —Miyoung se sirvió otra vez—. Y cuando crees
que vivirás para siempre, las cosas no son tan serias. Padres ausentes, madres
estrictas. La gente que te odia todo el tiempo por ninguna buena razón. Quiero
decir, excepto el hecho de que podrías arrebatarles la vida. —Se rio de su chiste
morboso.
»Los mortales creen que todo es de vida o muerte. Una de mis situaciones
favoritas es cuando no saben cuánto tiempo les va a llevar pagar sus productos en
una tienda. ¡Se vuelven locos! —Miyoung hizo un gesto descontrolado con la
mano al decir eso, por lo que algo de su bebida se derramó por los costados.
»Y luego cuando la gente se mete en peleas y uno de ellos termina gritando:
«¿Cuál es tu problema?», como si no fuera del todo obvio que el problema es que
algún día morirán.
La expresión de Miyoung se ensombreció. Dejó su vaso y Jihoon lo quiso
alcanzar, pero lo levantó de nuevo antes de que pudiera sostenerlo.
—Todo mi mundo siempre estuvo asociado con ser una gumiho. Mi madre, mi
inmortalidad. Así que es raro encontrarme con mi padre mortal ahora que me
estoy muriendo. ¿Crees que sea una señal? Una señal de que debería ser una
humana, una… pfft. —Se pasó un dedo por el cuello para simbolizar la muerte.
—Miyoung-ah, ¿eso es lo que sucederá si no te alimentas durante cien días? —
preguntó Jihoon. Necesitaba escucharla decirlo.
Ella parpadeó y sus labios se curvaron hacia abajo en una mueca profunda.
—En realidad, no quieres saber eso.
—Sí, quiero.
—No estoy segura —dijo Miyoung—. Pero sí, parece que ese es el nal del
juego. Las gumihos solo traen muerte y destrucción. Incluso a nosotras mismas.
Jihoon negó con la cabeza.
—Si dejaste de alimentarte por mí, no quiero tener la responsabilidad de lo que
ocurra. Mi halmeoni ya está en coma por mi culpa. —Y se dio cuenta de que
parte de la razón por la que había estado tan enojado no era por lo que Miyoung
había hecho a la halmeoni, sino por lo que él le había hecho. Había sido un
terrible nieto y, aun así, ella había dado todo por él.
De pronto, sintió que emborracharse era una gran idea. Sujetó la botella y vertió
más en su vaso para después beber todo de un solo trago. Siseó cuando el líquido
le quemó la garganta.
—Si muero, no es por ti. Será por mí.
—¿Qué se supone que signi ca eso? —Jihoon no estaba seguro de si no tenía
sentido lo que decía porque estaba ebria o porque era Miyoung. Probablemente,
una mezcla de las dos cosas.
—Miro a mi madre y me doy cuenta de lo solitaria que es.
Jihoon no sabía de dónde había venido ese giro en la conversación. No estaba
de humor para tener simpatía por Yena. Tomó otro trago y este bajó por su
garganta con un poco más de facilidad.
—Nunca me preocupé por las cosas que me estaba perdiendo. Como tener
amigos o relaciones. Creo que siempre creí que habría tiempo para eso más
adelante. Pero ahora… —Suspiró—. Todo me recuerda que mi tiempo se está
acabando. Ahora estoy más débil y tengo cicatrices. —Trazó con un dedo la
marca blanca en la palma de su mano, que era una gemela de la que tenía Jihoon.
»Mi madre me dijo que tome una decisión. Así que eso hice —prosiguió y lanzó
los brazos al aire, lo que la hizo perder el equilibro. Jihoon la atrapó antes de que
se cayera. Miyoung puso las manos sobre sus hombros para equilibrarse—. Cada
día decido seguir haciendo esto y sé que es lo que tengo que hacer. No por ti. No
por mi madre. Yo tomé esta decisión. Es mía. Es lo único que es completamente
mío. —Una punzada de dolor sacudió el cuerpo de Jihoon y parecía como si se le
hubieran contraído los pulmones.
Acarició la mejilla de Miyoung con suavidad. ¿Por qué no pudo admitir antes
que echaba de menos hacer eso? Escuchar su voz, pasar los dedos por su pelo, ver
sus ojos tan de cerca que podía trazar el patrón de sus iris, que eran como dos
ores en su máximo esplendor. Había echado de menos todo eso con
desesperación.
—Miyoung-ah —dijo su nombre en voz baja mientras movía una mano por su
cuello—. No quise…
—No lo sientas —respondió Miyoung—. Ambos decimos «lo siento» todo el
tiempo. Somos una pareja que lo siente. —Se rio entre dientes por su broma—.
Ojalá las cosas pudieran ser como antes —dijo con un suspiro melancólico—.
¿No podemos volver a ser Miyoung y Jihoon de nuevo? ¿No podemos estar bien
solo por cinco minutos?
—Creo que puedo hacer eso.
—Bien. —Ella sonrió con dulzura—. Porque voy a vomitar.
Corrió hasta el borde del parque y vomitó en la maleza.
Jihoon recogió su pelo hacia atrás y lo sostuvo mientras largaba todo.
Jihoon llevó a Miyoung en su espalda por las calles con pendiente. Sus brazos y
piernas colgaban de él como enredaderas, que se balanceaban hacia adelante y
hacia atrás mientras entraba y salía de su estado de ebriedad.
—Siento mucho haber utilizado el gi de tu halmeoni —musitó Miyoung.
Él se tensó, sin estar seguro de si quería hablar de eso ahora o no. Entonces se
percató de que la mayor parte de su ira se había evaporado.
—Sé lo obstinada que puede ser. Si te pidió que absorbieras su energía para mí,
lo más probable es que te haya resultado imposible decirle que no.
—Soy una terrible gumiho —murmuró—. Ni siquiera pude decirle que no a una
halmeoni. No sirvo ni para ser inmortal.
Jihoon se rio. Luego se movió para asegurar su agarre y levantarla un poco más.
Le dio las gracias a las estrellas cuando vio su apartamento al otro lado de la
calle.
—Siento haberme ido —expresó ella—. Creí que estaba haciendo lo correcto.
No quería hacerte daño.
—A nadie le gusta un mártir.
Comenzó a subir las escaleras. Sus piernas no paraban de temblar mientras lo
hacía.
—¿Sabes qué es lo que más eché de menos? —susurró Miyoung en su oído.
—¿Qué? —Intentó ignorar el cosquilleo a lo largo de su piel, provocado por el
aliento de la joven.
—Nuestra amistad.
—¿Eh?
—Eras mi mejor amigo. —Apoyó la mejilla contra su hombro—. Echo de menos
a mi mejor amigo.
—Yo también te echo de menos —dijo, pero ya se había quedado dormida.
61
J IHOON TENÍA UN BRAZALETE BLANCO EN EL BRAZO CON DOS LÍNEAS negras, lo que
indicaba que él era el familiar de la difunta. Miró jamente a los médicos
de su halmeoni, mientras aceptaba sus inclinaciones de respeto.
El funeral tuvo lugar en el jangryesikjang del hospital. Estaba lleno de salas para
velar y rendir homenaje a los fallecidos; un pasillo donde cada puerta escondía
muerte y dolor.
Las habitaciones al nal del pasillo acogían funerales de otros pacientes.
Algunos tenían docenas de coronas fúnebres alineadas en la entrada, como si
enseñaran la clase social del difunto.
Jihoon se sentía aturdido. Estaba de pie al lado del retrato de su halmeoni, el
cual había sido colocado sobre una mesa entre crisantemos e inciensos. Desde su
lugar, observaba las reverencias de cada visitante.
«Nos inclinamos una vez para los vivos, y dos veces para los muertos». Su
halmeoni siempre le decía eso cuando visitaban la tumba de su harabeoji. El
abuelo de Jihoon había muerto antes de que él naciera. Igualmente, le había
parecido natural saludar su lápida en señal de respeto. Pero ahora, cada vez que
alguien se inclinaba por segunda vez ante su halmeoni, su corazón daba un
vuelco.
Apenas notaba a la gente que lo saludaba, la gente que comía la comida del
funeral en las mesas contiguas a la sala de homenajes o la gente que le ofrecía
dinero por condolencia.
Su madre estaba de pie junto a él y saludaba a cada uno con un gesto recatado.
Intentó mantener las apariencias para demostrar que era un nieto bueno y
responsable, incluso cuando sabía que le había fallado a su halmeoni. Todo lo
que había hecho, la había hecho sufrir. Se negó a ser un buen estudiante a pesar
de sus súplicas. Iba a la sala de informática después de clases en vez de volver a
casa para ayudarla en el restaurante. Y, lo peor de todo, su abuela salió herida por
su culpa. Le había dado gi a su nieto y ahora había muerto. Por su culpa.
Miró a Miyoung, que se movía entre el ajetreo de las mesas y los dolientes
mientras comía, recogía platos y repartía sopa. Tenerla allí lo consolaba, pero no
sabía si se merecía eso. Su halmeoni había fallecido por culpa de ellos.
Tal vez si se hubiera tragado el orgullo y le hubiera devuelto la llamada a
Miyoung, entonces ella le habría hablado de la perla. Tal vez si Miyoung no
hubiera mentido y huido, todo eso podría haberse resuelto. Tal vez si ella lo
hubiera dejado morir como se suponía que tenía que pasar, su halmeoni todavía
estaría viva.
Muchos «tal vez», pero no valía la pena preocuparse por ninguno porque el
hecho era que su halmeoni estaba muerta y él no. Y deseaba con todo su corazón
que hubiera sido al revés.
65
Cuando Jihoon volvió a abrir los ojos, no supo cuánto tiempo había pasado.
Horas o días.
La cara de Miyoung se enfocó. Se sentó y reconoció el pitido de las máquinas
del hospital y el vapor del humidi cador. Se dejó caer contra las almohadas de
nuevo, ya que el mero acto de sentarse lo dejó sin aliento.
—¿Cómo te sientes? —preguntó Miyoung.
No contestó, solo la miró jamente mientras le ajustaba las mantas y le
esponjaba la almohada.
—Tu madre salió, pero ya volverá. —Miyoung habló deprisa, como si quisiera
llenar el silencio.
—Deberías alimentarte —dijo él.
—¿Qué?
Él sujetó su mano entre las suyas.
—Deberías alimentarte.
Ella sacudió la cabeza.
—No sabemos cómo podría afectarte. Después de este episodio, es obvio que
estás demasiado vulnerable. No me arriesgaré.
—Si no lo haces, morirás.
—No me importa.
—¿No sería mejor que al menos uno de nosotros viva?
—No —enfatizó Miyoung.
—¿No lo entiendes? —insistió Jihoon. Los monitores empezaron a sonar porque
notaron un aumento en su ritmo cardíaco—. No quiero vivir más. Mi halmeoni
está muerta por mi culpa y mi cuerpo está llegando al límite. Solo aliméntate. No
quieras ser una mártir, porque yo no quiero ninguna.
—Descubriremos otra solución.
—Tú misma lo dijiste. Estás demasiado acostumbrada a tener todo el tiempo del
mundo. Pero ya no es algo ilimitado.
—Como es mío, lo usaré como yo quiera —refutó Miyoung.
—Si recuperas la perla, puedes vivir para siempre. ¿Por qué desaprovecharías
eso?
—Solo puedo seguir viviendo si mato a otros. Y no lo haré. Ya no.
—¿Eres una gumiho inmortal y te preocupan unos simples mortales? —murmuró
—. Todos moriremos en algún momento. Es lo que ocurre con nosotros. Está en
nuestra naturaleza.
Miyoung se contrajo de dolor cuando Jihoon usó sus propias palabras en su
contra.
—No me importa la inmortalidad. Me importas tú.
Un mes antes, incluso una semana antes, él se habría aferrado a esas palabras
como a la preciosa luz del sol. Pero no se las merecía, no después de haberle
fallado por completo a su halmeoni.
—Yo no soy ni debería ser la razón de la felicidad de los demás.
—Eso no es cierto.
—Mi halmeoni murió antes de que pudiera demostrarle que yo sí valía la pena.
Sacri có tantas cosas por mí y simplemente se murió creyendo que su nieto era
un fracaso. Un don nadie de último lugar.
—Jihoon-ah, tu halmeoni nunca pensó eso.
Soltó su mano y se apartó de ella.
—Déjame en paz. Para eso eres la mejor.
Cerró los ojos hasta que oyó que la puerta se entornaba detrás de ella.
68
—Jihoon-ah. —Ella era como la recordaba: piel clara, ojos oscuros y pelo
tan blanco como la luna.
—Halmeoni. ¿Eres real?
La halmeoni sonrió. Era la clase de sonrisa que le arrugaba la piel alrededor de
los ojos y los hacía centellear.
—No importa si soy un espíritu que viene de visita o un producto de tus sueños,
solo dime lo que necesites decirme, nieto.
—Lo siento. —Unas lágrimas calientes y espesas cayeron por sus mejillas—. En
mi próxima vida, espero renacer como tu nieto. Así puedo atesorarte y honrarte
como te lo mereces.
—Oh, Jihoon-ah, todavía puedes hacer eso en esta vida. Espero que puedas
vivirla lleno de alegría. Creo que es una gran manera de honrarme.
—¿Cómo hago eso después de lo que te he hecho?
—He tomado mis propias decisiones. No quieres morir, nieto. Todavía hay
mucho que espero que tengas en esta vida.
Cerró los ojos con fuerza, justo cuando derramaba la última de sus lágrimas.
Cuando los abrió de nuevo, la anciana se había ido y él estaba afuera. Parpadeó
hacia el cielo. Yacía en el bosque bajo tantas estrellas que destacaban sobre el
manto de oscuridad.
—Parece que no me necesitabas para meterte en problemas.
Jihoon ojeó a Yena a su lado, sentada con las piernas cruzadas sobre el césped
alto. Estaba observando el cielo en lugar de a él. ¿Por qué su mente le haría eso?
¿Acaso su imaginación le había quitado a su halmeoni para reemplazarla con esta
mujer?
—Es posible que ames a tu hija, pero nunca podré perdonarte lo que hiciste.
—Nunca he pedido tu perdón. Pero si amas a mi hija, entonces déjala vivir. —Se
veía una clara súplica en el rostro de Yena. Sus ángulos tenían una suavidad que
nunca antes había notado.
—No quiero que muera.
—Pero tú también quieres vivir. —La voz de Yena se volvió dura.
Cuando le dijo eso, Jihoon sabía que era la verdad. Nuevas lágrimas brotaron de
sus ojos y eso hizo que la luz de las estrellas se arremolinaran hasta mezclarse
dentro de una poción de polvo de estrellas que lo cegó. No podía mirar a los ojos
a su muerte inminente y mucho menos aceptarla. Quería vivir con tanta
desesperación que le dolía.
—Al menos hay una vida después de la muerte para los humanos —dijo Yena—.
A las gumihos no se les puede prometer tales cosas.
Jihoon se quedó en silencio, incapaz de responder.
—Miyoung es mi ancla con la humanidad —comentó Yena con delicadeza y un
brillo en los ojos. Jihoon pestañeó. Sentada así, Yena casi parecía humana—. Una
vez tuve una familia humana. Me traicionaron e intentaron matarme. Me llamaron
monstruo y después me convirtieron en uno. Creí que no era merecedora de una
familia hasta que tuve a Miyoung.
—¿Por eso estás luchando tan duro por ella? —inquirió Jihoon—. ¿Tienes miedo
de convertirte en un monstruo?
—No temo mi propio destino. Me traicionaron porque pensé con mi corazón en
vez de seguir mis instintos. No dejaré que le pase lo mismo a mi hija.
Yena se puso de pie, sus ojos negros como una piedra ónix.
—Es por eso que debes morir —sentenció.
Y Jihoon se dio cuenta de que no estaba soñando.
69
Eso no podía estar bien. Nunca había escuchado esa historia, pero se sentía tan
familiar que le dolía.
«Cuando dejé a tu madre, hubo una pelea donde saliste herida». El detective
Hae le había dicho eso y ella creyó que se refería a algo insigni cante, una simple
disputa entre cónyuges. No un intento de asesinato.
Su mundo se inundó de una niebla cuando recordó su sueño. El agua que corría
sin parar y el baño inundado. Ahora podía ver lo que había adentro. Un bebé con
la piel tan transparente que parecía azul. Esa era la razón por la que le tenía
miedo al agua: esta ya había intentado matarla una vez.
Le dolía la cabeza por el recuerdo. Luego, escuchó un poco de movimiento
detrás de ella. Se dio la vuelta y vio al detective Hae, con el rostro escondido en
las sombras.
—Ojalá no hubieras oído eso.
Un dolor le partió el cráneo y cayó en la oscuridad.
74
Colocaron un cartel para Yena debajo de un árbol maehwa. Las ores del ciruelo
orecerían en invierno a pesar del frío. Era un árbol resistente, pero hermoso
cuando orecía. A Miyoung le recordó a Yena, así que allí fue donde la pusieron a
descansar.
Fue una simple ceremonia, iluminada por la luna menguante. Cuando Junu
llegó, no intercambiaron ni una palabra. Y Miyoung no tenía fuerzas para
obligarlo a que se fuera.
Sin ningún otro sitio adonde ir, se quedó con Jihoon. La habitación del joven se
convirtió en su santuario, donde ella esperaba su muerte. Su perla había
desaparecido con el cuerpo de Yena. Sin su alma, esperaba unirse pronto a su
madre. Como estaba acostada con las cortinas cerradas para bloquear el sol, no
sabía cuántos días habían pasado.
La luna llena había marcado el nonagésimo día, lo que signi caba que tenía
diez días para sentir cómo su dolor la consumiría. Diez días de luto antes de irse
al olvido.
Una ebre la invadió como ráfagas de fuego que arrasan con un bosque.
Dormía durante el día y lloraba durante la noche. Y, cada vez que se despertaba,
Jihoon estaba allí, ya fuera limpiándole la frente sudada o durmiendo una siesta a
su lado.
Era su único consuelo: él estaría con ella hasta el nal. Aunque sintió pena
cuando vio el dolor en sus ojos.
—Esto tiene que parar — nalmente dijo Jihoon un día que se había acercado a
las cortinas para apartarlas—. No te estás muriendo, Miyoung.
Ella no respondió, ni siquiera se movió para bloquear la luz.
—Miyoung-ah —insistió Jihoon, con un tono más suave—. No sé qué hacer por
ti. ¿No puedes decirme?
Ella lo miró jamente con la mejilla apoyada contra la almohada, que aún
estaba húmeda de sus lágrimas.
—Cuando muera…
—No empieces con eso.
—Cuando muera —continuó—, no te lamentes ni llores por mí. Olvídame y vive
la vida que deberías haber tenido antes de que yo me metiera en ella.
—Miyoung-ah. —Jihoon se sentó al lado de la joven y colocó sus piernas
dobladas debajo de él—. Si mueres, siempre te recordaré. Eso no signi ca que no
vaya a vivir una vida plena. Es cierto que la gente nos deja y que nuestras vidas
nunca serán las mismas. Pero si simplemente nos olvidamos de todas esas
personas, entonces, ¿qué dice eso de nuestra persona y de cómo las valoramos?
—¿Cuándo te volviste tan sabio? —preguntó Miyoung.
—Cuando pasó el centésimo día.
—¿Qué? —Miyoung se sentó y el movimiento repentino hizo que su cabeza
girara.
—No quería decir nada porque tenía miedo de estropearlo. Pero ayer fue el
centésimo día —dijo Jihoon—. Y todavía estás aquí.
—No. —Miyoung negó con la cabeza. Intentó calcular el tiempo, pero todo era
una nebulosa de dolor y sueño—. No puede ser. No tengo mi perla. Debería estar
muerta.
—¿Es realmente tan terrible? —preguntó Jihoon, con una sonrisa que inclinó las
esquinas de sus labios—. ¿La idea de vivir una vida humana conmigo?
Miyoung soltó el aire que no sabía que había estado obstruyendo sus pulmones.
Y se permitió creer. Con eso vino una ligereza, como si fuera a otar sin tener a
Jihoon para anclarla a la tierra. Se echó a reír y lanzó sus brazos alrededor de él
para abrazarlo.
—Estoy viva. —Decir esas palabras la hicieron marearse, y dejó escapar otra
carcajada—. Estoy viva.
—Estás viva —con rmó Jihoon y ella escuchó la alegría en su respuesta y en su
voz. Se abrazaron de nuevo.
Luego se puso seria cuando el peso de la realidad cayó sobre ella.
—Así que ahora tendré que vivir sin ella —susurró Miyoung.
Jihoon le apretó las manos.
—Ambos aprenderemos a vivir sin ellas.
Miyoung suspiró al recordar a la halmeoni. El luto no era exclusivamente de ella.
—No sé cómo. —Volvió a suspirar y eso hizo que su cuerpo se estremeciera—.
Ella era mi todo.
—Tal vez sea incorrecto para nosotros tener a una persona como nuestro mundo
entero. Tal vez… —La voz de Jihoon se fue apagando con una expresión rara—.
Tal vez sea incorrecto por nuestra parte deberle toda nuestra felicidad o tristeza a
una persona.
—¿Qué ocurre, Jihoon? —preguntó Miyoung con una expresión preocupada.
—Nada. Solo creo que quizá le debo una visita a alguien —comentó Jihoon—.
Pero eso puede ser más tarde. En este momento, voy a prepararte sopa.
—La sopa suena bien. —Miyoung sonrió.
78
M IYOUNG ESTABA ESPERANDO BAJO LA BRILLANTE LUZ DEL SOL. Se sentía bien estar
en el exterior. Era primavera y se percibía una pesadez en el aire, llena
de polen y césped. Respiró hondo.
Su sentido del olfato se había apagado. Lo mismo había pasado con su visión, su
velocidad y su fuerza. Le llevó un poco de tiempo acostumbrarse.
No se sentía completamente humana, pero tampoco sentía el hambre de energía
que alguna vez la había atormentado.
Miyoung estaba atrapada en una especie de limbo, no del todo gumiho y no del
todo humana. Y aunque todavía no le había dicho a nadie, sabía que estaba débil,
incluso para un humano. La recuperación había sido más lenta de lo que había
esperado, pero no era algo con lo que cargar a nadie. Sobre todo porque no había
ningún antecedente para su situación.
—¡Ya! ¡No estás pedaleando bien!
Miyoung echó un vistazo a su alrededor y contuvo una sonrisa al ver a Somin
reprendiendo a Changwan mientras intentaban, y fallaban, montar una bicicleta
tándem.
—Tus piernas son más cortas que las mías —se quejó Changwan mientras sus
extremidades inferiores se arrastraban por el suelo para detenerlos.
—Tienes que hacer lo que yo haga —le ordenó Somin desde el asiento
delantero.
Junu estaba apoyado contra la barandilla.
—¿No se supone que el chico siempre se sienta adelante? —Detrás de él, el río
Han uía pací camente. El olor del agua saturaba el aire que soplaba contra las
mejillas de Miyoung.
—El mejor conductor se sienta al frente —corrigió Somin, quien lo miró con una
expresión que solo reservaba para el dokkaebi.
Una extraña tregua se había formado entre Miyoung y Junu. El dokkaebi no
había desaparecido después de la muerte de Yena como ella había esperado.
Sorprendentemente, había sido Jihoon quien le había dicho que le diera a Junu
otra oportunidad.
—Parece que se está quedando por aquí porque necesita enmendarse. —Había
dicho Jihoon—. Creo que ambos podemos entender cómo se siente eso.
Entonces, Miyoung había aceptado a regañadientes al dokkaebi cada vez que
aparecía arbitrariamente. Como hoy, cuando llegó con la bicicleta tándem y
Changwan.
—¡Miyoung-ah! ¡Ven a salvarme de estos chicos! —Somin la llamó.
—No, gracias. —Rio por lo bajo.
Somin suspiró, luego le hizo un gesto a Junu.
—Ven, es tu turno entonces.
Se acercó con una sonrisa de complicidad en su rostro.
—¿Quieres que lo intente, cariño? —preguntó Junu con sarcasmo.
Changwan comenzó a bajarse cuando Somin lo detuvo.
—No, creo que ustedes hacen un buen dúo. —Somin sonrió mientras se bajaba
de la bicicleta.
Junu levantó una ceja, luego se encogió de hombros y se acomodó en el asiento
que había estado ocupando Somin.
—Está bien, Changwan, mostrémosle cómo se hace.
Partieron y Junu empezó a pedalear demasiado rápido. El grito alarmado de
Changwan los siguió de cerca mientras se alejaban.
Somin se rio con Miyoung.
Las chicas habían formado lo que podía llamarse una amistad solo en las últimas
semanas. Somin tenía muchas preguntas, algunas de las cuales Miyoung no había
respondido todavía, en parte porque no podía. Somin quería saber las cosas más
raras, como por qué las gumihos comían alimentos si solo necesitaban gi para
sobrevivir. O por qué las gumihos eran criaturas solitarias si podían ser mucho
más fuertes en manada.
Una vez, Miyoung había atrapado a Somin mirándola.
«¿Qué?», le había preguntado Miyoung.
«Creo que envejecerás bien», re exionó Somin. «Tienes la estructura ósea para
ello. Supongo que ahora podremos averiguarlo».
Ese comentario había hecho que las chicas se echaran a reír.
Por extraño que pareciera, a Miyoung le gustaba la curiosidad de Somin. En
cierto modo, la hacía pensar en su estado de gumiho de manera diferente. No
como un monstruo, sino como otro ser intentando descubrir cómo existir en el
mundo.
—Te ves cansada —dijo Somin.
—Vaya, gracias. —Miyoung se rio, pero en realidad le preocupaban los a lados
ojos de Somin—. Estoy bien, pero no dormí mucho anoche.
Somin asintió y no insistió. Sabía que Miyoung todavía tenía pesadillas sobre la
noche en la que había muerto su madre.
—¿En serio no quieres dar un paseo en la bicicleta? Es divertido. —Somin hizo
una mueca y consiguió sacarle una sonrisa a Miyoung.
—Tal vez cuando llegue Jihoon.
Somin puso los ojos en blanco.
—Buena suerte, ese chico es peor que Changwan con la coordinación entre
manos y ojos.
—¡Cuidado! —gritó Junu mientras pasaban junto a Somin, demasiado cerca para
su comodidad.
—¡Ya! —chilló ella antes de ir tras ellos.
Miyoung se estaba riendo de la escena cuando alguien puso las manos sobre sus
ojos.
—Adivina quién.
Sujetó las muñecas de Jihoon y jaló de ellas hasta que la abrazó por detrás.
—¿Qué estás haciendo? —le susurró Jihoon al oído.
—Nada —respondió Miyoung. Lo soltó para que pudiera dar la vuelta al banco
—. Hablando con el sol.
—¿Qué dice? —Se sentó y pasó un brazo alrededor de los hombros de Miyoung.
—No mucho. Solo «hola».
—No es muy hablador, ¿eh?
—No tiene por qué serlo —dijo Miyoung—. El sol y yo tenemos una buena
relación. —Ella apoyó la cabeza en su hombro. Su propio sol personal, arrancado
del cielo.
—Finalmente pudiste venir al río Han. ¿Es todo lo que creías que sería? —
preguntó—. ¿Lleno de magia y unicornios?
Miyoung soltó una carcajada.
—Los unicornios no existen.
—He aprendido a nunca descartar la existencia de nada —comentó Jihoon—. Y
no has respondido mi pregunta.
Miyoung sonrió mientras miraba a sus amigos. Somin estaba maldiciendo a los
cuatro vientos mientras Junu la perseguía con la bicicleta.
—De nitivamente no es como lo había imaginado.
—¿Y?
—Es perfecto. —Sonrió a medida que el sonido de las risas se elevaba en el aire
a su alrededor.
Unió su mano con la de Jihoon.
No sabía cuánto tiempo le quedaba en ese mundo. Cien días, cien meses o cien
años.
En ese momento, mientras observaba a sus amigos y se aferraba a Jihoon, estaba
feliz. Y seguiría encontrando felicidad en cada momento, hasta que no tuviera
más momentos para disfrutar.
EPÍLOGO