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Algunas cuestiones sobre César 

Aira
Publicado por pablomo66 el 20 abril, 2011 en Literatura y afines
Versión completa del  reportaje a Laura Estrin en torno a la obra de César Aira. La entrevista fué
emitida parcialmente (por cuestiones de montaje) en el Canal Encuentro en enero del año en curso y
puede verse nuevamente durante este mes.
“No me gustan las entrevistas. No existe casi nada de lo que uno puede decir en las entrevistas que
valga la pena de publicar… Un pintor, finalmente, afirma su posición a partir de su trabajo. Es por
esto que siempre prefiero callar”( Balthus Klossovski)

1-¿Cuándo se empieza a leer a Aira y cómo se lo lee? ¿Desde cuándo Aira es parte central del
canon literario argentino y cómo fue su ingreso?

Nicolás Rosa siempre decía que cuando se elige escribir sobre un autor se está eligiendo un destino
en la literatura o en la historia literaria…. Él repetía de algún modo a Borges… él escribió sobre
Borges y Sarmiento uno de sus libros más lindos El arte del olvido y sobre Borges y Lamborghini:
“El oro del linaje” y “Vidas paralelas”… Lo que quería decir es que lo que uno elige es lo que
termina eligiéndonos…

Promediando los años ´90 escribí casi al correr de la lectura de las 40 novelas que Aira había escrito
hasta ese momento… comenzando quizá por Ema la cautiva (a la que no sabría por qué pero me
quedó como un tratado sobre la pasión –seguro que eso se dijo en algún lado y yo lo tomé-) y
después seguí y seguí leyendo y todos los días leía un libro y apuntaba cosas… Así encontré esa
velocidad de la inteligencia o de los encuentros y una inopinada lírica de la que hablo cuando me
preguntan por Aira y aunque se entienda otra cosa me hizo pensar en la velocidad de Copi y en la
inteligencia múltiple de la frase de Osvaldo Lamborghini…

Aira tiende una magia literaria, una felicidad literaria… Aira escribe en un ensayo que la literatura es
una “especie de efecto feliz que no tuvo causa… la coincidencia final de la literatura consigo
misma”. Aira hace equivaler novela a milagro, literatura a felicidad, no es poco. Felicidad que me
daban sus pequeñas reflexiones, sus ejemplos de vida. Algunas de sus novelas nos hacen felices, nos
devuelven a la esperanza que suma saber, imagen e historia.

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Vuelvo atrás: antes y después de leer-escribir sobre Aira, escribí sobre Zelarayán, sobre Hebe Uhart,
escribí sobre Raschella, sobre Steimberg, sobre Thonis, sobre Sofía G.Bonorino, sobre Savino, sobre
Jorge Quiroga… pero me llevan por Aira…

Leí y escribí sobre Libertella (su enorme generosidad fue la que me acercó a Aira cuando Nicolás
me repetía: “a los autores no hay que tratarlos… hay que leerlos”… Y Libertella me decía bajito:
“… lo que se pierde”… y yo hago las dos cosas… Aira trabaja el trato y la decepción con el mundo
literario en El mago.

Suelo encontrar que los autores coinciden con su obra, hablan como escriben, son como escriben –
así como te vestís así escribís, parece que decía Chejov-…

Por otro lado pero siempre en la insistencia a que algunos autores nos someten, recuerdo que Sollers
escribe “Propongo pensar la historia de acuerdo al tiempo que tardan los textos en ser leídos”. Y los
reflejos históricos con Aira fueron rápidos… Hace ya más de 10 años escribí el libro. Aira ya sabía
que la facultad y el periodismo (que es más o menos lo mismo, dicho esto también por él, utilitarios
–pienso un poco ahora-) lo hizo tesis porque sus historias se arman, al parecer, como a pedido de
teorías de viajes, de dobles, de monstruos, de replicantes, de géneros… engastando afirmaciones
teóricas sobre la representación, por ejemplo, o sobre reproducciones que miniaturizan lo que uno
puede concebir como arte o paradojas explícitamente literarias… Entre ellas siempre se impone la
realidad porque en Aira no hay angustia de esas influencias teóricas: en sus novelas no terminan
nunca de ocurrir como tentativas desatadas, alocadas, las leyes de la ciencia, de la evolución, de la
adaptación pero una fina percepción de la medida, el arte mismo o su envés -ya lo dije- la felicidad,
son los que en verdad triunfan… “Día de sol, día de sol, yo te saludo…” escribió en La fuente.

Intento separar a Aira de las políticas de autor en las que se (lo) envuelve como dice Libertella y me
lo repite ahora un amigo de Luján: ““Para ser Alguien, en aquella tribu en que todos hablan al
mismo tiempo y se canjean unos por otros. Ahí, el que calla y no se canjea es Nadie.” En este
sentido, Aira hace todo lo contrario para tampoco canjearse con nadie, es un tipo molesto: escribe
mucho… para una concepción literaria donde el autor debe ser un casi un filósofo eremita y debe
pensar o hablar de política nacional o de pueblo en su obra… Aira juega la demasía del “sentido de
lo real, porque el arte argentino parece estar creado en la luna” como dice en Una novela china.

Siempre su obra tiene una geografía precisa (Avenida Caseros, Parque Patricios…). Obra visual, de
observación, que lo vuelve singular etnógrafo, la mejor mirada la da siempre la literatura, incluso por
su necesario o constitutivo anacronismo lo hace antes y mejor.
Escribir en la luna es escribir en la filosofía y Aira da una imagen domesticada de la filosofía frente
a una nómade de la literatura.

Leo a Aira con Aira (me apoyo en su misma obra) y tomar a la literatura para hablar de literatura
suele ser considerado violento o confuso, es decir, subjetivo, impresionista, pero es justamente eso lo
que hace de una lectura literatura, algo inútil para los otros sistemas, porque la literatura se escapa.
Sabemos que la crítica o los modelos teóricos domestican, ordenan o como le dice en una carta
Lamborghini a Aira: “los profesores siempre quieren hablar de sí mismos”, creen que uno escribe
para ellos y se empecinan en los propios errores…
Hablamos de profesores-hijos del estructuralismo, del signo -como diría Meschonnic-, donde la
muerte del autor es un regodeo supino y eso arrastra una ética, también…

Alguna vez Aira me dijo que los críticos siempre se equivocan (después de decir que no es quien
para criticar a sus críticos, tal vez remedando la frase de O.Lamborghini: “los editores siempre se
equivocan”) y agregaba: “Les parece que el escritor escribe para hacerlos felices a ellos y eso me
hace reflexionar a mí de mis mismas creencias”.También cuando le aseguré que no me había gustado
Cómo me hice monja me replicó juguetón pero no tanto: “leela de nuevo”…

Lamborghini en una carta a Aira escribe: “Mi más sentido pésame por la muerte de Lezama,
desgracia que yo ignoraba hasta recibir tu carta. Seguramente sos el único lector comprensivo de su
obra; si su muerte te afectó tanto (como cuando chicos la de algún personaje de novela), eso quiere
decir que seguís aferrado con uñas y dientes al lujurioso método de la lectura infantil, prueba que tu
destino es literario. Porque verdaderamente hay que ser muy artista para convertir en cuestión
personal el cese de un existencia que transcurría en el ámbito de los grandes salones de las letras,
mientras nosotros, pequeños, asmáticos, encerrados sin sueños en nuestros cuartos de niños,
mirábamos desfilar las imágenes y le escribíamos arteras cartitas a mamá para lograr el beso de su
cara. Pero (…), es terrible: algún día seremos Lezama, el gran escritor que muere”.

Cuando leo Aira, leo otra cosa que lo que dice Aira, que es lo mismo que decir que no sé qué leen
los otros cuando leen sin pasión y con “metro patrón” –como dice Hugo Savino-.
En realidad, la literatura siempre dice otra cosa que lo que dice, y sus afirmaciones son fuertemente
sísmicas: Para cierta literatura las figuras conocidas de la lengua no alcanzan, ni la ironía, ni nada:
con cierta literatura no hay nada que hacer sino leerla, escribirla.

2-Desarrollar el concepto de escritura continua en Aira y su dimensión vanguardista en cuanto


desestabiliza toda posible noción clásica de obra.

-Aira me abrió a una perspectiva del realismo a fines de los ´90: “El registro de la realidad es una
maniobra ´no invasiva´”, dice en Las tres fechas, pero además siempre ha asegurado que es una
forma de intensificación no una opción. Los escritores no eligen, los escritores no tienen proyecto,
los escritores no se consuelan…
Un realismo singular, subjetivo, el de la mayor objetividad o el que reconoce al autor como central,
como entre medio de la obra y la vida y la obra de Aira es vital, no tiene narrador, sólo autor, sino
serían inexplicables todos esos juegos que hace con un personaje que llama César Aira al que no
duda en presentar como genio, travesti y escritor –según recuerdo de Embalse-.

Esa fuerte burla a la que se somete y nos somete convierte a la suya en una escritura realista
indecidible: ¿son una novelas Cumpleaños, La trompeta de mimbre…? Y me atrevería a decir que
hay que leer su Diccionario de autores latinoamericanos en ese mismo sentido, porque así dice más.

Y entiendo a ese particular realismo como realismo de mostración, de presentación y no de


representación, un realismo de la impresión, sin plan, sin consuelo –como repito este año después de
leer unas conversaciones de Néstor Sánchez con Carlos Ricardo. Un continuo desafuero.
Sin plan, sin proyecto, sin ideas: Aira no trabaja ideas, en La fuente creo que dice: tener una idea es
como tener lluvia en un día de sol. Y en algún lugar agrega: “No busco provocar efectos, no quiero
rebajarme a causa”.

Dice Hemingway en París era una fiesta, en el prefacio: “Si el lector lo prefiere, puede considerar el
libro como obra de ficción. Pero siempre cabe la posibilidad de que un libro de ficción arroje alguna
luz sobre las cosas que fueron antes contadas como hechos.” Y “si uno sigue pensando en lo que
escribe, pierde el hilo y al día siguiente no hay modo de continuar (…) Por entonces ya me había
adiestrado a no secar nunca el pozo de lo que escribo”.
Aira en Váramo o en Cumpleaños o en otra novela supone: “La literatura como yo la entiendo es
eso, una extensión –interpolación de sentidos a lo real” o “La transposición literaria de una realidad
exige la presencia de una pasión muy precisa: la literatura”. Es decir la pasión del realismo es pasión
literaria, es querer seguir leyendo, lo único que quiere un lector para Aira.

Con Aira se puede salir del realismo como problema de la mediación (eso que la literatura no tiene,
la literatura no tiene problemas…), se sale de la representación como aprehensión de lo real… Aira
conecta, tiende directo a lo real, va a parar a ella y de ahí, también, que no se pueda hablar de
narrador en su obra sino de autor. Por eso es un escritor que violenta, irrita, porque está ahí, en cada
una de sus novelas. Su obra es directa.
Aira juega y destierra toda problemática del verosímil, su trabajo con lo que Barthes llamó “el efecto
de lo real” que es lo que de algún modo Zola llamaba “tener el sentido de lo real” que, sabemos, es
hacerlo estallar y reponerlo, hacerlo estallar y reponerlo y enloquecernos porque él, Aira, está
enloquecido: la literatura le lleva la vida… En eso lo recuerdo como fiel amigo de Libertella.
Digamos, afinidades electivas.

El suyo es un realismo de anotación y velocidad o precipitación: a mayor velocidad mayor fidelidad.


Dice Aira en Un sueño realizado: “Nunca ´contar´. Decirlo, o anotarlo, como ayuda-memoria: pero
con el mínimo, con una palabra nada más: una taquigrafía, en lo posible con símbolos personales
para que nadie sienta la tentación de curiosear, sobre todo si se trata hechos tan personales como los
míos”.

Y lo simultáneo siempre: un realismo irreversible de evanescencia onírica, o de ciencia ficción o de


superrealidad. Simultáneo de continuo y transformación, realidad e invención frenética. Y esa
continuidad simultánea hace del lector un coleccionista, él mismo lo dice en La vida nueva, esa
historia de editores… donde termina escribiendo: “Me había transformado en un realista, con todo lo
que tiene de pragmático y concreto y hasta brutal el realismo”.

Su continuo hace y dice siempre otra cosa o lo mismo, tan indecidible como la repetición en
Kierkegaard: Dice Aira en Un sueño realizado: “Advierto que lo anterior, con todo su realismo…
que no es realismo propiamente dicho sino algo que pasó, simplemente… y el realismo es otra cosa,
es más bien un artificio para darle aire de realidad a lo que no pasó… advierto, digo, su
inconsistencia, su aspecto de pura maquinación gratuita, el mismo del resto de mis historias.
Definitivamente el realismo es otra cosa (el realismo es siempre otra cosa). Esto es casi abstracto, un
juego de ideas… No presenta la imagen de mi que me proponía dar, la imagen real. El realismo no
resulta en forma automática del relato de hechos que realmente pasaron. Me pregunto por qué…” o
“el hombre realista que sabía vivir recorría un camino oblicuo y con vueltas y curvas” (Las curas
milagrosas del doctor Aira). Lo real es lo inesperado, lo inoportuno, lo que interrumpe, lo que no
queríamos que suceda, lo que más temía -dice Aira.
Aira tienta un realismo que no es el de la definición teórica, ni el histórico clásico del XIX, ni el de
la absoluta autorreferencialidad que hace del lenguaje su fin… sino que hace funcionar una
referencia metafórica indirecta en la que siempre queda implicado algo del mundo, la temporalidad
implacable o lo que llamé el-tiempo-que-hace. Así, sin costura. Como una exigencia de sinceridad
que las palabras tienen que hace sonar, algo así encuentra en Pizarnik.

Aira se opone a la “escasez de la realidad” mientras la experiencia siempre queda en su totalidad


inenarrable. Quizá del modo en que Zola opone la variedad de lo real a la monotonía de la
imaginación. Aira no encaja en ningún bando realista, en ninguno de los dos bandos opuestos, como
se dijo de Dostoievski.
Y cuando en una entrevista le preguntaron “de qué manera plasmas en la novela tu visión de la
realidad”?, responde: “Por algún motivo, siempre he sentido que la realidad es algo que hacen los
otros y que yo estoy condenado a ver desde afuera. Supongo que esa distancia debe darle un tono
especial a lo que escribo, quizás un matiz de extrañeza, quizás (ojalá) de libertad. Pero debo decir
que a mis libros, más que como reflejo o representación, los pienso como instrumentos o
herramientas, para operar sobre la realidad, precisamente”.

De Aira me gustaba el puntillismo extemporáneo de sus descripciones, como en Un episodio en la


vida del pintor viajero, podría decirse que en las novelas de Aira todo es mentira menos los detalles,
la descripción, él dice en La vida nueva vivir en los detalles.
Aira siempre se regala descripciones fabulosas de brillos y estrellas y marasmos y fulgores en la
mitad de las catástrofes. Ese es su realismo extremo.

Aira cree en un realismo que pasó primero en la vida, y de ahí fue a la obra. Cree en una obra libre
de explicación, él dijo: “escribir sin sobreentendidos es condenarse a la explicación”, y no interpreta
porque interpretar es sitiar y afirma que debemos desconocer algo para que la narración avance y la
lectura la siga… Prefiere lo sobrenatural al azar aunque en un momento ese absurdo se haga
procedimiento.

Aunque entonces se aburre y cambia de tema porque el poder es poder cambiar de tema… qué frase
esa!… creo que de La fuente y en El divorcio anotó: “No hubo un final feliz, pero las historias rara
vez lo tiene. De hecho, es raro que lleguen a tener un final, porque el que las cuenta se cansa en el
camino, se aburre, o teme que se burlen de él”.
Aira dice: “el escritor saca un pie del sobreentendido y lo pone en el malentendido” y agrega en otro
lado que es el destino de la literatura, que salta del sobreentendido al malentendido sin detenerse
nunca en el “entendido”. Luego avanza en otro sentido cuando afirma: “Yo diría que hay un lenguaje
nacional, dentro del que se escribe la literatura. Cuando la literatura cruza las fronteras nacionales,
empieza a enriquecerse con los malentendidos, lo mismo que el tiempo la enriquece con el
anacronismo”.

Explicar es algo del mundo convencional, razonable, abstracto, todo lo contrario de la acción que
lleva a lo real verdadero. El “que lo entienda el que pueda” de La fuente… o el hermetismo, como
quizá lo llamaría, es necesario para toda escritura… realista, es el fundamento de una obra literaria.
Velocidad y acción: en Aira la acción vuelve innecesaria la explicación. Y también, como dice
Lorenzo García Vega: “el que no entiende es porque es muy bruto. Y, ya se sabe, casi todo el mundo
es muy bruto”…

Su humor inteligente, su risa seria, casi trágica, la aparición inaudita de sucesos y personajes reales
hace que su obra sea un ejemplo en el sentido de Kierkegaard –eso me lo decía hace muchos años
Milita Molina-, casi a la manera de ejemplos de vida, más acá de lo filosófico con que se atora a
veces nuestra literatura… Y ésta es una literatura que sirve para vivir, como escribió Benveniste, la
que es absoluta, intempestiva, total, totalizadora. Aira parece “haberlo escrito todo” como cuando
Nicolás decía “yo leí todo… todo no se puede leer, ni escribir, ni decir”: Aira todo el tiempo nos está
diciendo “Madame Bovary soy yo” que es, claro, todo lo contrario de “Yo soy otro”…

En Aira me gustó una lírica, podría decirse que la suya es una obra de frases, frases que uno toma
para la vida. Una obra citable… para mí, más que legible… como dijo de la de Borges Nicolás… o
de lo que es un clásico.
Él dice en La trompeta de mimbre: “estar entregado a la máquina de frases y párrafos que me mueve
y que soy”. Frases como “la nena, qué nena?” o “devolveme la plata que me debés” de Haiku –creo-
que es un pequeño relato que es sólo esa frase… y esas frases se vuelven frases de mi vida… o la
risa que le leía a mi hija cuando tenía 3 o 4 años del “coma, beba/Coma, Beba” de Los dos
payasos…

Aira se abandona a escribir y entonces aparece una lírica muy singular en su obra. Cuando un autor
se abandona (sin plan, sin proyecto) surgen saberes: “la gente pueblerina efectuaba toda su
educación intelectual y afectiva hablando unos de otros” (La cena) o al suponer que para que el arte
se realice es necesario que las intenciones caigan (Las tres fechas).
Y esos saberes provinciales, chiquitos, me son cercanos: “Cuando uno ha vivido en un pueblo, se
dijo, le queda algo especial, un club de sombras con el que se vive siempre. Sobre todo lo asombraba
la verdad que había detrás de esos nombres. Eran algo absolutamente real, refractario a la
imaginación. Y sin embargo, la fantasía de las cosas reales se imponía… pero sin imponerse, como
si hubiera rocas debajo de las pinturas levísimas de un crepúsculo” (El bautismo).

Además, algo teatral, conciente de serlo, aparece siempre: autor-que-sabe (creo que con él comencé
a pensar con esa frase…). También para Aira pensé la frase-figura: “el-tiempo-que-hace” que
muchos años después, casi 10, reencontré en un ruso y en los seminarios de Barthes. Leía Aira
mientras leía Tsvietáieva. En la novela El divorcio, la última novela de Aira que leí, un hada del
hielo tiene su encanto y su misterio de mujer por saber-poder sentir el clima. Los autores que uno
ama nunca están lejos.

Y su conciencia-saber de lo real es algo insustituible, irrepresentable, instantáneo y sin futuro. Así,


su obra, es una obra que sabe que: “Fuera de la literatura, me era en extremo difícil vivir a si que no
dejé casi nada afuera”, dirá eso en Cumpleaños?.

Aira siempre dice lo que hace: hay una reflexión constante sobre el contar historias, sus
desproporciones, simetrías, neutralizaciones, elegancias. Dice lo que hace porque sabe. Y también
sabe la insatisfacción que trae contar historias, y que comprender es dominar entonces más vale no
hacerlo y así deja sus historias con algo que falla, que no se entiende: “se podía vivir sobre el
disparate, siempre que se aceptaran su colaterales de representación y felicidad”, y esta es una cita de
La confesión.

Vuelvo: podría pensarse que su idea del continuo es sobre la que se establece esa felicidad de la que
hablo: felicidad del autor y felicidad del lector. También ese continuo lo hace autor de una sola
obra… Él mismo dice: “no pienso en novelas por separado, sino en un solo trabajo que se extiende
por toda mi vida”…
Esos saberes pueden estar en cualquier lado del relato. Son como restos inauditos, intempestivos.
Todavía quiero una literatura que me haga aprender cosas.

Creo, siento, que Aira fue adelgazando en sus últimos años y en sus últimas novelas esa cantidad
reflexiva de saberes y poesía que había en las primeras, por ejemplo en Ema, la cautiva, en Madre e
hijo, yo la vi hasta Un episodio… pero debo ver mal porque estoy abajo… como dice Tsvietáieva…
Historias que se abrían a historias, sin fin. En La confesión decía: “Habría que vivir, haciendo caso
omiso del hecho de que las historias siguieran acumulándose” y sigue después: “Mantener a raya las
historias por el momento. Recordar que una historia, así estuviera contada a medias, esbozada,
sugerida, siempre arrastra consigo el pasado entero, por la ley de la asociación”… o “su vida era un
proliferación de historias. En lo cual no era una excepción, pues en general las vidas estaban hechas
de historias, y las historias también estaban hechas de historias”. Y en El divorcio: El transcurso de
las historias, pensaba, debería haberle enseñado humildad. Pero estaba el hecho de que no había
habido tanto un ´transcurso´ como un ´consumo´ de historias”. Aira sigue siendo el que fue, está
visto… Mary McCarthy suponía sobre Flaubert: “Estas conjeturas interminables por parte del
público son el precio que un novelista del realismo paga por escribir acerca de lo que sabe´”… y
leímos alguna vez de que a Flaubert le asustaba la necesidad de inventar…

3-¿Cuál es la marca que deja Aira en la literatura argentina y cuál es la influencia más notoria
que ve hoy de esa escritura?

Siempre vi en Aira algo que no puedo mostrar y eso mismo lo hace gran literatura, como dice Hugo
Savino que dice Sánchez, es una literatura que no se puede contar por teléfono. Su compleja
simplicidad y su “que lo entienda el que pueda”, es decir, su caballeresca, invertida, aristocrática, no
obligatoria, concepción literaria, su singular lectura de la literatura argentina, de la gauchesca, por
ejemplo, lo muestran.
Y vuelvo a la primera frase de su primer obra: “Un día, de madrugada, por las lomas inmóviles del
Pensamiento bajaba montado en potro amarillo un horrible gaucho” y pienso que si como dice Milita
Molina los Lamborghini se repartieron la gauchesca o directamente Hernández… qué hizo Aira con
lo que ellos hicieron (para parafrasear una conocida frase nietzscheana?: Aira enloqueció la literatura
argentina… Hizo algo nuevo en la literatura argentina, algo de eso cuenta la leyenda que circulaba
sobre la escritura de Las ovejas y El vestido rosa…
Porque quizá la leyó bien, leyó bien a Mansilla, a Arlt, quiero decir, los leyó solo, fuera de toda
escuela literaria. Y escribió sin miedo, suelto.
Hay una libertad en la obra de Aira y eso no se perdona aunque ahora se lo canonice que es una
forma de la ceguera literaria, se sabe.

Lo que le hizo Aira a la literatura, también cuantitativamente, eso que también le arrastra epígonos
innumerables, aunque él se haga el distraído y lo niegue y en eso su humildad es borgeana…- eso
mismo que hace que todos ahora se quieran en su estela-, es llevarla a un callejón sin salida porque
la literatura de callejones sin salida es la que da el salto… El salto libre, sin red, de escribir en un
registro descolocante, como Los misterios de Rosario, rara continuación de La operación Masotta,
quizá… y prolegómeno de Los sospechados… Aira hace de la estructura una ambigüedad loca y eso
vuelve indecidible el querer decir porque lo dice todo. Eso desespera, a veces, también fascina.

Por último, me gustaría decir que Aira destaca en los autores que lee y sobre los que ha escrito, y
este es otro perfil de su generosidad… y eso queda otra vez patentizado en su seria y fuerte estampa
de El efecto Libertella, digo que destaca la singularidad, marca al autor mismo, Aira cree en el estilo,
también dice que el estilo es la coincidencia con una lengua lejana, por eso puede recuperar la
biografía al leerlos… En “Particularidades absolutas” dirá que “en la experiencia coinciden la vida y
la obra”. Y Aira cree en los dones: don de narrar o arte de narrar, don de conversar, se cuenta una
historia para que la conversación no se vuelva interrogatorio -dice en La confesión que es una novela
rara porque no se cierra, y comienza en el accidente, modulación con que sus obras anteriores
anegaba alguno de sus centros-.

Aira cree en la idea de genio… por eso la encubre en la de novedad. Aira recomienda ser nuevo y no
bueno pero él lee a los clásicos que le garantizan no tener que salir al ruedo del juicio: se sabe ya que
son buenos –dice haciéndose un poco el vivo… Y Aira se ríe de nosotros, no pierdo eso de vista,
mientras inventa historias desopilantes y dice que lo real suple la imaginación (por ejemplo de un
personaje) y pone nombres reales como apellidos de una novela: los nombres para él son mundos de
sentido infinitos. Lugares de definición y peligro supremo en toda literatura.

Aira no le teme ni a las frases hechas, ni a los adjetivos esperables. Su idea de la cortesía como
indiferencia y la contraria, de verdad como poder (o la de comprender como dominación hace que
entonces un relato deba dejar hilos sueltos que el tiempo anuda… Es un autor que puede jugar a
escribir: “Al final él iba a ser el único que ignoraba su propio secreto”…
Aira es un autor generoso, que devuelve en su obra la gracia que para un autor realista es el mundo,
las cosas, todas las cosas: “no hay objeto en el universo que no merezca atención y que no
recompense el pensamiento que se le dedica” (La princesa primavera). Los objetos nos salvan…
suelo decir.

Sé que se podría pensar su obra como irritante, monstruosa… si convenimos en decir que la
literatura es inhumana, es mejor que los hombres y es terrible, todo a la vez.
Algunos lo califican como raro… es decir alguien que no hace escuela, grupo, con su escritura, que
escribe como le exige su temperamento (como decía Zola). Monstruoso o raro, Aira dijo: “no es el
arte el que los hizo raros, sino que la rareza los llevó al arte”…
Por todo esto, con su literatura uno no sabe qué hacer, frustra o alegra sin solución de continuidad,
casi como el mismo Aira… es como una libertad que da a leer y supone al mismo tiempo toda su
obra. En Un episodio en la vida del pintor viajero escribió: “el arte era más útil que el discurso”
aunque no lleva a mejor… pero conlleva algunos saberes disímiles, instrucciones infalibles para
actuar y triunfar, como dice en El divorcio-, mientras nos acerca… y hasta tienta algo de la eternidad
en su fugacidad inaudita.
El presente en sus novelas se extiende en las digresiones, esculpe el tiempo -como diría Tarkovski-:
“al ser el Presente, por definición, tan breve, era fácil colmarlo” (El divorcio). Y la felicidad es
siempre un momento… presente… no sigue más adelante.

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