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A veces puede resultar seductor abusar del débil. Desde nuestra más tierna infancia y
desde la inconsciencia que a veces conlleva, en algún momento sentimos la necesidad
de doblegar al menor sólo para hacernos valer o, simplemente, porque podemos.
Después, al crecer, este sentimiento no desaparece, y se le suman otras razones e
intereses.
De vez en cuando, nos damos cuenta de nuestro error y rectificamos. Ojalá el resultado
fuera siempre este. Cabría entonces un lugar para la esperanza.
Quizá el ser víctima de nuestra soberbia nos mire a los ojos y nos perdone.
Así es esta historia, porque este pequeño libro es esencialmente una historia.
Esta es una historia de perdón. El que le ofrece el turpial al niño protagonista y el que el
niño por fin siente hacia sí mismo cuando consigue el primero, pero también de libertad.
Servirá para entender que habita en nosotros, niños o pájaros, nadie puede dárnosla o
privarnos de ella.
Esta es la historia de un encuentro. El encuentro entre dos seres distintos que descubren
un lugar en que hermanarse.
Entonces, en medio del silencio, el muchacho hizo algo que nadie, ni siquiera él mismo,
esperaba.
Quisiera de nuevo resaltar el contenido y no tanto la forma de esta pequeña obra, quizá
en su edición la elección del color ha sido lo menos acertado, pero es un alivio encontrar
un libro que propicia el entendimiento entre seres diferentes, que explica la posibilidad
de mirar de otra manera para encontrar los caminos de la comprensión y la solidaridad,
que siempre existen, aún en tiempos tan difíciles como los que nos está tocando vivir.