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AÑO 2014

Curso online/a distancia.

“LA VIOLENCIA DE GÉNERO”

TEMA VIII. LA VIOLENCIA II

INUPSI
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TEMA OCHO: LA VIOLENCIA II

En el tema anterior nos centramos en el origen de la agresividad y su


inherencia en el ser humano. En ese recorrido hicimos una diferenciación
entre agresividad y violencia, cuestión que nos llevó a articular la violencia
con la sociedad actual occidental, la llamada del primer mundo...

Corresponde en este tema, desarrollar esta cuestión. Ello junto con el


estudio de la violencia intragénero nos dará un punto de referencia de base
para profundizar posteriormente en el tema de la violencia de género y el
maltrato.

Consideraciones sobre la sociedad actual

Freud advirtió tres fuentes de infelicidad en el ser humano: la naturaleza


hostil, la propia constitución del cuerpo mortal y sus enfermedades y la
insatisfacción de la relación con los otros y con las instituciones culturales.

Dos de estas fuentes con inevitables, pero la tercera fuente, aquella que
alude a la relación con los otros y la cultura, pareciera constituida
precisamente para evitar el sufrimiento y no para ser una fuente más del
mismo. Sin embargo, lo es... En realidad, la cultura refleja la esencia del ser
humano, su insatisfacción. La pulsión de muerte, la pulsión destructiva se
manifiesta de mil formas: sentimientos de culpa, el narcisismo que conduce
a la segregación, la ambición de poder, la explotación de los otros, la
agresividad, etc...

Digamos que la cultura es producto de un trauma (el de la instauración del


lenguaje y la sustitución del orden natural por el simbólico) y que moviliza
un malestar que tiene que ver con la domeñación de los instintos y con la
imposibilidad de acceder a lo real. Es por ello que insistirá ese real y
viviremos en un malestar que no puede ser erradicado...

El ser humano desde que nace tiene que atravesar un proceso de renuncia
pulsional y de canalización de la agresividad, tiene que aprender a
relacionarse con el otro, renunciando a su narcisismo. Todo esto está en la
fuente del malestar.

En este siglo, la cultura ha cambiado y sin embargo el malestar no ha


disminuido, si acaso varían sus formas, sus síntomas.

Son malestares productos de una determinada evolución donde prevalece el


decaimiento de la función paterna con todo lo que ello implica de dificultad
para que los individuos puedan sujetarse en una ley que favorezca un
posicionamiento constructivo hacia la autoridad. El precepto hoy en día está
en el goce inmediato, en la ley del consumo. El imperativo, incluso el

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imperativo de donde parece que surge la definición de salud de la OMS, es
el de gozar en su más descarnada versión... Es por ello que surge una
desintegración del sujeto y una acentuación de enfermedades o malestares
narcisistas que surgen en cualquier estructura... Lo común está en como
aluden a la desintegración del sujeto.

La OMS define la salud como: “Estado completo de bienestar mental, físico


y social y no meramente la ausencia de enfermedad o dolencia”.

Es una definición que intenta superar la referencia a lo normal o lo anormal,


pero que cae en una propuesta de salud en términos ideales, la utilización
de las palabras completo y bienestar así lo ratifican.

Alude a la completud, una completud ideal. Tiene que ver con la posición
ideológica predominante actual. El llamamiento al goce de la sociedad
actual, sociedad donde se vende el goce más allá de otra cosa, el goce
puesto en artículos de consumo...

La propuesta de este ideal es confusional para el sujeto... Por un lado, se


anula al sujeto, que por definición es un ser partido por el lenguaje
(desencuentro naturaleza-cultura). Por otro lado, anuda al individuo con
una propuesta de goce completo imaginariamente posible. Se trata de una
propuesta nacida en el seno de la sociedad capitalista y consumista.
Propuesta de la que surge la ideología que mantiene la dirección de los
avances tecnológicos, la cual alude a la posibilidad de la inmortalidad, de
vencer a la vejez y a todas las enfermedades. En realidad, la definición de la
OMS deja fuera de juego lo que es rechazado en la sociedad actual: que el
ser humano es incompleto, que existe el malestar, que los síntomas y las
enfermedades son una expresión de ese malestar que va cambiando sus
formas según las épocas.

Desde esa desintegración del sujeto es desde donde se puede entender


esos malestares y esa tendencia a dividir al sujeto por rasgos y por
síntomas, olvidando las estructuras clínicas clásicas. Pareciera que los
sujetos están todos en un sitio de bordelaine, en esos estados límite entre
la cordura y la locura... Pudiera ser, teniendo en cuenta el decaimiento
paterno al que aludíamos, pero en el borde está el sujeto a pesar de todo...

El DSM IV impone una clasificación forzosa que deja de lado al sujeto que
padece. La propagación de su uso por parte de los profesionales de la salud
es sintomática del momento actual.

Todo parece presionar en la misma dirección: la desaparición del sujeto


como responsable de sus actos. La objetividad se presenta como una meta
imaginaria y la subjetividad es algo prescindible...

Es en este terreno donde surge la violencia actual y otros malestares tales


como los problemas de ansiedad, la depresión o los problemas
alimenticios... Son síntomas de la peculiaridad del malestar actual...

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El síntoma es la evidencia de que algo no funciona, y que esa disfunción
posee un sentido y expresa una verdad desconocida, ignorada o negada.

El contexto social actual, el Otro social ejerce una presión muy grande en la
dirección, no de la prohibición del goce como en otras épocas, sino en la
demanda de goce. Cuando ésta se ejerce en estructuras con una función
paterna débil, que no terminó de constituirse, nos encontramos con los
llamados comportamientos locos como los actings-out, los pasajes al acto,
la violencia, las manifestaciones psicosomáticas, accesos de pánico,
adicciones, etc... Es ello probablemente lo que lleva a la medicina oficial y a
la OMS a poner en juego esas clasificaciones que ayudan a borrar todavía
más al sujeto. Se ayuda a perpetuar de alguna forma el fracaso del síntoma
y del sujeto.

Pensemos el acting out. Un concepto ingles utilizado por Strachey. Este


concepto alude según Freud, a que el sujeto repite en la cura analítica en
lugar de recordar, el sujeto vive nuevamente sin darse cuenta lo mismo...
Pero es una llamado al Otro. El acting out es una forma de mostración, es la
demostración de un deseo desconocido dirigido al Otro, al otro que ocupe
ese lugar.

El acting, en el proceso psicoanalítico, remite a una escena donde demanda


que el analista aparezca, que no desfallezca, que escuche. Es decir, parece
allí donde el analista no ha puesto la escucha... Desde este punto de vista,
podemos pensar que el Otro social actual no escucha al sujeto, no le da
espacio para la subjetividad, con lo que el sujeto se ve empujado a esos
actos locos... En todo caso, en el acting aún existe un anudamiento al
deseo, sin embargo el acting tampoco suele ser escuchado y cada vez más
se tiende al pasaje al acto donde ya nos encontramos sin deseo, sin sujeto,
podríamos hablar de un empuje a lo real, al goce...

En nuestra sociedad, la del primer mundo, la figura paterna ha funcionado


para favorecer el pasaje del sujeto de la naturaleza a la cultura, de ahí
surge la castración que se refiere a la satisfacción que debe ser sustraída
del sujeto a fin de desprenderlo de su tendencia natural narcisista. La
modernidad se caracteriza por la declinación de la imago paterna como una
crisis psicológica cuyas consecuencias son los nuevos malestares tanto en el
campo de la psicosis como en el de la neurosis. La disolución perversa del
concepto de autoridad muestra sus repercusiones en el debilitamiento de la
transmisión de las insignias del ideal del yo, y acaba por generar efectos de
retorno de agresividad.

Gustavo Dessals habla incluso de que el síntoma de este siglo tiene que ver
con el autismo y la promoción exacerbada del individualismo que se apoya
en el derecho a gozar. Se atreve a decir que existe una modalidad novedosa
del síntoma psíquico cuya estructura no responde a la definición tradicional
del síntoma como metáfora, expresión simbólica del inconsciente, sino que
consiste fundamentalmente en una concentración de goce. Su única verdad
es su efectuación en sí misma, es decir, son síntomas cuyo sentido no es
otro que el goce que comportan.

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Incluso se va más allá del goce sexual, para la posición autista la relación
sexual está fuera de juego.

Sólo a partir de desviar su fin autoerótico es como el goce de uno mismo


puede condescender a buscar algo en el Otro. Para obtener esa errancia,
ese desvío, es preciso que la castración trace un límite, mientras que el
discurso contemporáneo consiste en oponerse a la castración.

El goce y la felicidad, confundidos ambos bajo la definición de la OMS de


salud, se articulan en una coartada de la pulsión de muerte, de la
destrucción. Del ideal que no existe.

El derecho al goce, máxima de la modernidad, es la cara visible de un


imperativo que impulsa a franquear toda barrera que se interponga al goce.
Es el tormento de la felicidad que se ha vuelto obligatoria, en lugar de
deseable.

Es en este contexto donde encontramos actualmente las estructuras


bordelaine...La histeria fue el paradigma de la estructura subjetiva en
finales del XIX y principios del XX, coincidiendo con el inicio del
psicoanálisis, una estructura donde el sujeto está ocupado en el deseo del
Otro. Actualmente notamos otro paradigma, que tiene que ver con sujetos
bordelaine que comentábamos más arriba. Se trata de un paradigma que
tiene más que ver con la esquizofrenia y con el goce autista, ese que no
tiene en cuenta al otro pareciera... Lo que si existe es el Otro, un Otro
donde no se manifiesta la falta, Otro que tiene más que ver con lo tiránico o
con lo primitivo que con lo simbólico.

Resumiendo, hay un decaimiento del sujeto y un fracaso del síntoma,


producto del imperativo social predominante: ¡Goza!

En este contexto se debate la violencia... En el borde del sujeto, en el borde


de lo social... Entre el acting, el pasaje al acto, el síntoma precario... Más
cerca de una modalidad de goce.

Si bien la violencia ha existido siempre, las características psicosociales de


nuestro siglo originan un cierto tipo de violencia, contexto donde
rescatamos a la violencia de género...

La sociedad actual potencia posiciones en el borde de la perversión, en el


borde de la subjetividad...

Se trata de un cierto tipo de violencia que se esfuerza por mantener una


característica sintomática, que apenas se puede llegar a llamarla así. La
violencia está más articulada con el goce y un mandato superyoico que
borra el sujeto y donde por tanto todo es radical...

Podemos incluso hablar de cierta violencia difusa que se mete en los


vínculos interpersonales: familias, parejas, escuelas, etc... Ello da lugar a
continuos microtraumas cotidianos. La violencia entra a formar parte de

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nuestra experiencia expresándose de forma distinta, ya sea simbólica o
física, latente o manifiesta.

La violencia actual se articula desde unos parámetros sociales que la


facilitan. La violencia es imperativa, es una forma de goce que manda
violentar al otro para imponer una forma de pensar o conseguir el domino
directamente o a través de objetos. La violencia borra la subjetividad...

El sujeto violento o grupo se maneja con convicciones autoritarias y


excluyentes. Busca la anulación del deseo y del derecho del otro en tanto
diferente. Al hacerlo, intenta despojarle de la condición de sujeto y quiere
convertirlo en simple objeto.

La cultura que teóricamente debería contener estos accesos, no parece ser


otra cosa que un caldo de cultivo para la proliferación de fundamentalismos
y miedos, posiciones contrarias donde el sujeto no parece tener cabida.

Cuando la violencia se acrecienta y se generaliza, se producen respuestas


contradictorias. Se promueve miedo e inseguridad por un lado. Por el otro,
se banaliza la violencia y se la hace necesaria en las guerras, aludiendo que
son males colaterales...

Cabe considerar también que las configuraciones familiares actuales son


diferentes a las de la familia burguesa de Freud. Aparecen unas formas
vinculares que expresan el malestar actual y que están cerca del borde de
estructura.

Hay nuevas expresiones de la identidad sexual en relación con la disociación


entre la sexualidad y la reproducción, la pulsión y el amor. La posibilidad de
clonación en el ser humano abre también el camino de las incertidumbres.
Todavía no existe un lenguaje adecuado para simbolizar las nuevas
configuraciones de parentesco... Una configuración sin la modalidad de
mediación anterior.

En este contexto de acelerados cambios, hay una especie de circulo vicioso


puesto que cuanto mayor es la precarización y la rigidez en los vínculos
familiares primarios fundantes del psiquismo, mayor es la vulnerabilidad
vincular e individual, y por tanto, promotora de enfermedad mental.

Centrándonos más en lo concreto, vemos como en los estudios sobre


conductas criminales se han encontrado siempre grandes referencias a la
interacción familiar y los estilos de crianza. La falta de supervisión sobre las
actividades de los hijos, así como una disciplina punitiva, permisiva o
inconsistente son factores predictores de delincuencia. Diferentes autores
han puesto de manifiesto que un estilo con autoridad, que combine apoyo
afectivo y control normativo, promueve el desarrollo del autocontrol y la
competencia social - Baumrind, 1978 -, mientras que tanto los estilos
rígidos y punitivos como los caracterizados por permisividad o indiferencia
provocan conductas agresivas y antinormativas. Además, se han hecho
análisis minuciosos del flujo de interacciones en familias de niños
problemáticos y se ha encontrado que son frecuentes los intercambios

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coercitivos entre padres e hijos, de forma que, involuntariamente, la
conducta antinormativa es reforzada: le permite al niño lograr la atención
de los padres, escapar de situaciones que le resultan desfavorables o, a
través del “contraataque”, conseguir que los padres desistan en su castigo -
Patterson, Reid y Dishion, 1992- .

Finalmente, otro resultado bien establecido es el poder predictivo de la


conducta antisocial de los padres sobre la conducta antisocial de los hijos;
este resultado se ha encontrado tanto en adultos como en adolescentes y
en niños con trastorno de conducta - Lahey et al., 1988 -.

La escuela es un campo propicio para la expresión de la violencia actual. Ya


comentamos algo de ello en el tema anterior. En principio, se sabe por
estudios estadísticos que las escuelas difieren en sus tasas de delitos y de
otras conductas problemáticas, aunque al analizar la relación entre las
características escolares y la delincuencia es necesario tener en cuenta las
diferencias previas en el tipo de alumnos que reciben los colegios. Algunos
estudios investigaron estas relaciones, controlando las características
previas del alumnado, y encontraron que, efectivamente, existen variables
asociadas a la progresión en los problemas de conducta. Por ejemplo, altos
niveles de delincuencia se relacionan con un estilo disciplinario rígido y
coercitivo, expectativas negativas de los profesores sobre los alumnos y
etiquetado de los jóvenes problemáticos - Rutter et al., 1979 -.

Uno de los malestares actuales que resaltan los educadores es el


resquebrajamiento de los lazos institucionales, manifestados en las
agresiones del alumno con su maestro, de los alumnos entre sí, y en el
debilitamiento de los lazos de trabajo entre los docentes mismos.

Si la escuela está actualmente estructurada para un sujeto pedagógico que


ya no existe, lo lógico es que el fracaso vaya en aumento.

Para analizar la temática de la violencia escolar, podemos partir de las


reflexiones sobre cuál es la ficción que tenemos hoy del sujeto pedagógico
y si es la misma que la de épocas pasadas.

Hegel, filósofo del siglo XIX, en su texto “Filosofía del derecho”, plantea la
necesariedad de la violencia pedagógica en su función de culturalizar al
hombre, en la medida que posibilita ir contra la barbarie y la ignorancia.

Más tarde, Hérbart -fundador de la Pedagogía- en su texto “Pedagogía


general”, considera que el sujeto de la educación debe disponerse al arduo
trabajo civilizatorio, consintiendo a una cierta violencia o coacción
pedagógica. Es decir, que el educando para poder aprender debe separarse
de lo instintual, limitar sus apetencias y constreñir el capricho de hacer lo
que se le diera en gana, para canalizarlos en la dirección que cada cultura
establece.

Hérbart, planteaba la estructura de la relación educativa constituida por tres


variables que se debían poner en juego: El agente de la educación, quien
tiene el deber de transmitir los contenidos culturales, a través de suscitar el

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interés del alumno por aprender, sin saber de antemano cuáles son los
intereses particulares de sus alumnos, en tanto éstos dependen de sus
historias y apetencias personales.

La otra variable es el educando o el sujeto del aprendizaje, el que por


naturaleza no quiere aprender. De allí que debe consentir a dejarse enseñar
por su maestro para poder realizar su experiencia del aprendizaje.

La tercer variable son los contenidos culturales que reemplazamos por el


término saber, frente al cual también hay una disparidad entre el maestro y
el alumno. Para el maestro, la relación al saber es expuesta, en tanto que
con su acto de enseñar se dispone todos los días en su aula a lo
imprevisible del acontecimiento aprendizaje, apostando a causar el interés
de sus alumnos por aprender. Pero, el maestro primero debe estar mordido
por un deseo decidido de enseñar a rajatabla, por un “es más fuerte que
yo”, para poder causar a otros en querer saber. Ello implica que no se
puede causar a otros si no se está causado.

A diferencia del maestro, la relación al saber del alumno es supuesta,


supuesta en algún Otro, en su maestro y no en todos los maestros. Es
decir, que la transferencia o el amor al saber del alumno se localizan en su
maestro, quien la soporta y la encausa hacia los contenidos culturales de los

Es evidente que hoy día ya no abunda el amor al saber, más bien escasea el
gusto por querer aprender suponiendo el saber en los otros o también que
todos tienen el saber de forma paritaria – de tal forma que todo sujeto está
habilitado para hablar o participar del saber, de todo el saber al igual que
cualquier otros sujeto: No existe, pues, un plus en un sujeto que se
diferencie de otro; plus de saber -. Se ha roto el triángulo que sostenía el
lazo educativo que planteaba Hérbart.

El tema de la violencia escolar es uno de los malestares actuales que


resaltan los educadores en el resquebrajamiento de los lazos institucionales
manifestados en las agresiones del alumno con su maestro, de los alumnos
entre sí, y en el debilitamiento de los lazos de trabajo entre los docentes
mismos.

Es a través del lenguaje, como podemos observar los cambios actuales y el


grado de violencia que se pone en juego. También es válido hablar de la
violencia en el lenguaje, presente muchas veces en grupos escolares o
laborales. Hablamos de conductas abusivas que se manifiestan en
comportamientos, palabras, actos, gestos y escritos que atentan contra la
integridad de un individuo. Dichas manifestaciones suelen ser avaladas por
un contexto social. En el caso de la violencia ente varones, la
representación de una masculinidad identificada con la violencia misma
suele ser el marco en que se genera.

Ivonne Bordelois relaciona también la violencia verbal con la reducción del


vocabulario. Ella ve al lenguaje como un bien subversivo, porque es
gratuito, solidario e inagotable, y porque en él reside la raíz de toda crítica.
Considera que para un sistema consumista como el que nos tiraniza, es

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indispensable la reducción del vocabulario y la exclusión de matices, y lo
expone claramente:

“El lenguaje congrega y comunica, la violencia obtura y destruye. Cuando la


violencia se apodera del lenguaje tenemos la repetición compulsiva del
insulto, la blasfemia de la agresión sexual -hijo de puta- el incesto verbal
-go fuck your mother-. Cuando es el lenguaje quien se apodera de la
violencia tenemos a Esquilo, a Shakespeare, a Quevedo, a Isaías, a Cristo:
la maldición sacra, el exorcismo necesario, la expulsión de los demonios
íntimos y sociales.”

Consideraciones sobre el terrorismo actual.

En principio, podríamos considerar al terrorismo como expresión sin sujeto


de un pasaje al acto, sin embargo el grado de estructuración y el apoyo
social que conlleva en muchas ocasiones, nos obliga a hacer algunas
reflexiones...

Desde el psicoanálisis podemos explicar este fenómeno desde el concepto


de cuerpo social, entendido éste como algo más que la reunión de un grupo
de individuos, entendido como un cuerpo que se mantiene unido en un
universo simbólico que origina un tejido social.

Partiendo del concepto de cuerpo social, podemos acercarnos a la


comprensión del terrorismo desde la histeria y la hipocondría. Podemos ver
así como se pone en juego, en el discurso terrorista, un fenómeno similar al
de la histeria. Existe un síntoma que se desprende de un yo escindido entre
lo uno de la humanidad o del interés social y lo otro.

Desde los estudios de la realidad histérica e hipocondríaca, podemos pensar


en la relación entre el cuerpo real (constituido por una red de hábitos y
costumbres históricas), un cuerpo simbólico (las instituciones y las leyes) y
un cuerpo imaginario que son representaciones divergentes que confrontan
el cuerpo real con el simbólico.

Desprovisto del lenguaje ideológico maniqueo, el terrorismo como forma de


violencia puede ser ejercida por diferentes actores:-(Human Rights Watch,
1998)
* Agentes del estado.
* Agentes paramilitares: Particulares que actúan con el apoyo, tolerancia, o
aquiescencia de las autoridades del Estado.
* Agentes Insurgentes que combaten contra el estado o contra el orden
social vigente

Hay un dolor físico evidente, una lesión orgánica, pero luego de la pérdida
del equilibrio, ¿dónde duele el duelo por la pérdida?

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En los rostros de los deudos se muestran componentes de una identidad
colectiva basada en un pretendido pacto social de no-agresión, y el dolor
confirma que el pacto de construcción de un proyecto social está roto.

Los grupos de terror paraestatales o antiestatales se reconocen


mutuamente excluidos de una integridad originaria, la familia humana. El
dolor que causan no les toca, por su tranquilidad pueden apelar al
mecanismo de autonegación y asegurar no habérselo causado, o por
mecanismo de autoafirmación pueden asumirse como una identidad
diferenciada.

Evocan la figura del histérico que con su lesión orgánica responde a un


problema que no se atreve a contar de manera explícita. Su daño expresa
representaciones inconscientes reprimidas, hace referencia a lo no-dicho, a
un silencio por decodificar.

¿En el terrorista, cuáles son las representaciones inconscientes reprimidas?.

Es evidente que se enfrentan y golpean particularmente en la fálica


representación del poder masculino, la fuerza militar institucional, el
dominio económico, el exclusivo ministerio religioso masculino, atacan a
muerte la majestad del "padre", la "patria", las sinagogas, las mezquitas,
las torres de dominio de las ciudades, o como en la inquisición, se enfilan
contra las brujas en repudio feroz a sus instrumentos, viriles símbolos de
poder, (la escoba metida en la olla, la escoba puesta entre las piernas).

Los agentes del terror han escindido una identidad colectiva, se han opuesto
a un cuerpo real y a todo lo que lo representa, el cuerpo simbólico, y han
construido un cuerpo imaginario desde el cual se lucha contra el poder de
las reglas o contra las reglas del poder.

El terrorista, - incrustado en el Estado o en la subversión a lo establecido a


través de una organización que representa -, manifiesta haber construido
un cuerpo imaginario para invocar y desde el cual atacar al cuerpo social
real - a la gente en relaciones de producción e intercambio -, y para dejarle
marcas a ese cuerpo simbólico - al ordenamiento arquitectónico, cultural,
formal, legal, político, militar, religioso -.

La sintomatología es similar a los casos de histeria que muestran lesiones


orgánicas causadas desde una consciencia escindida entre la "víctima" y el
"victimario".

"El suceso traumático puede cambiar su estatuto de sufrimiento si el sujeto


habla y el suceso transcurre en "las cadenas asociativas"."(Freud, 1890).

¿Cómo ayudar a verbalizar el problema que no se atreve a decir de manera


explícita?.

La violencia es una muestra de su rechazo a un pacto de no-agresión,


significa la quiebra del vínculo simbólico de la lealtad a un proyecto

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colectivo donde se ubicaban actores, que ahora aparecen como
antagonistas, contradictores desde medios y modos de producción.

Desde este panorama de pactos denunciados, habría en el terrorismo otra


perspectiva que no está suficientemente explicada, el espacio argumental
para el terror, la denuncia del poder de las reglas o el rechazo a las reglas
del poder.

El terrorista, (paraestatal o contraestatal) estaría entonces del lado del


rebelde, del revolucionario o del contrarrevolucionario? ¿Con el pueblo, o
contra el pueblo?

El dato a analizar es si tanto el uno como el otro, proclives a pronunciarse


en su identidad simbólica con el pueblo, desde su identidad imaginaria
atacan al cuerpo real, al elemento material del estado.

El dato objetivo es que si agrede a quien dice representar con su voz, si


hiere a su realidad concreta, material, la conducta del terrorista semeja más
a la del histérico.

VIOLENCIA INTRAGENERO. Violencia entre varones

Como ya anticipábamos anteriormente, en los últimos años se ha observado


un aumento en la aparición de conflictos que desencadenan en situaciones
de violencia en los grupos escolares. Si bien este fenómeno se encuentra en
los grupos de ambos sexos, es mayoritariamente en los de varones donde
se desarrollan los más violentos.

Por parte del contexto social se estimula a los varones a elaborar los
conflictos, enfatizando el uso del cuerpo de forma mecánica sin la
posibilidad de mediatizar las emociones a través de la palabra. Por otro lado
se fortalece la escisión con respecto a las representaciones de la
masculinidad, de una imagen de varones supuestamente fuertes que
corresponde a las representaciones de la masculinidad hegemónica y de
imágenes de varones supuestamente débiles asociados a aspectos
femeninos y por lo tanto desvalorizados.

En la construcción de la subjetividad masculina se puede observar una


fuerte conflictiva entre una representación única de masculinidad,
contrapuesta a representaciones más novedosas de diversos tipos de
masculinidad. La tramitación de las emociones en los varones los enfrenta
con el profundo temor a parecer femeninos y por lo tanto "poco hombres" y
por esto en muchos casos la aparición de la violencia surge como reaseguro
de angustias más profundas de desindentificación.

Esto nos lleva a pensar acerca de cómo se define la masculinidad en el


ámbito de las representaciones sociales. Lynn Segal en su articulo
"Repensado la heterosexualidad" realizó una importante puntuación en la

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relación de la definición de heterosexualidad con respecto a las ideas que
prevalecen sobre la masculinidad dominante: "El primer impedimento para
poder pensar la heterosexualidad radica obviamente en los hombres. ¿Cómo
son y cómo se los representa en las ideas dominantes sobre la
masculinidad?". Hay una total coincidencia en equiparar las
representaciones sociales de la masculinidad con las cuestiones alrededor
del poder.

Si bien en general los varones se ubican mayoritariamente en los sistemas


de poder, la mayoría de ellos no se sienten poderosos (Kimmel 1992) y
mucha de la literatura actual se está ocupando de dilucidar el impacto que
tiene en la subjetividad de los varones, la relación entre el poder y las
representaciones sociales de la masculinidad.

La masculinidad social se ha definido por un uso supuesto de la asertividad


más que la emocionalidad, la independencia más que la dependencia y de la
fortaleza en contraposición con la supuesta vulnerabilidad femenina
asociada a las emociones. Muchas de los atributos de la masculinidad social
se definen desde la negativa a lo que se considera típicamente femenino
(Bandinter, 1993). Según Robert Connell (1996) las representaciones
sociales acerca de la masculinidad marcan que una persona poco masculina
es un varón más pacifico que violento, conciliatorio más que dominante,
escasamente preparado para jugar al fútbol y poco dispuesto a la conquista
sexual.

La masculinidad todavía es pensada a través de un concepto único, y toda


desviación del mismo va a ser catalogada de femenina, no permitiendo por
la misma rigidez de este concepto la posibilidad de pensar en diferentes
tipos de masculinidades. Esta rigidez traerá diversas problemáticas en el
desarrollo de la subjetividad, la representación de una masculinidad
hegemónica produciría al interior del mismo género conflictos acerca de
cómo resolver que el hecho de la existencia de una gran variabilidad de
masculinidades reales, produzca una escisión entre los miembros que
cumplirían con los aspectos que en el imaginario social de identifican como
netamente masculinos y el resto a los que se equipararía con los grupos
dominados.

La masculinidad hegemónica puede definirse como la configuración de


prácticas de género que legitimen el patriarcado y que garanticen una
posición dominante de los varones y subordinada de las mujeres (Connell,
1996), pero esto traería aparejado una lucha al interior del mismo género
como forma constante de validar cuales son los rasgos por los que se define
que un tipo de masculinidad va a tener más legitimación dentro del grupo
que otro.

Las características a las cuales se adscribe la masculinidad social, ser


racional, sobrevalorando los rasgos instrumentales por sobre los
emocionales, ser fuerte e individualista, adquiere una supuesta
representación única para el imaginario social de lo que es el varón en esta
cultura. Habría una creencia de homogeneidad en un colectivo que por lo
que todos sabemos tiene muchas diferencias al interior del mismo.

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Esta representación social es el correlato subjetivo del principal actor del
sistema patriarcal y capitalista y no es casual que esta imagen esté en crisis
cuando el sistema ha entrado en crisis para brindar privilegios a un grupo
determinado por un género. Muchas de las problemáticas que traen los
varones a la consulta tienen que ver con la crisis ante la cual se hallan los
varones por la ruptura de este modelo hegemónico de varón dentro del
sistema patriarcal.

La violencia puede ser utilizada como forma de validación de un modelo de


masculinidad por sobre los otros. Puede ser una modalidad de demarcar
fronteras y realizar la exclusión, y también de hacer valer los derechos de
un cierto sector de varones sobre un grupo en conflicto (Connell, 1996). No
debemos olvidarnos que la masculinidad social está fuertemente
condicionada por la fantasía de omnipotencia, y que la violencia aumenta
cuando se amenaza esta representación.

Esta crisis del modelo del varón en la cultura patriarcal, podría explicar en
alguna medida el fuerte resurgimiento de los grupos fundamentalistas,
quienes en general se hallan bajo el mando de un líder carismático ( que
mayoritariamente es un varón) y que marca de manera rígida las formas
correctas de ser y vivir. Este encolumnamiento dogmático permitiría a los
que se someten a este tipo de formaciones quedar inundados de una cierta
aura de omnipotencia. Lo que subyace sería la creencia de que la
pertenencia a un "grupo de verdad revelada", por un lado les permitiría vivir
sin la sombra de la duda, vivencia que en general provoca una extrema
angustia, y por el otro lado esta pertenencia les permitiría adquirir por
carácter transitivo la omnipotencia tanto del líder como de las "verdades
absolutas" que este ofrece al grupo.

Todo ser humano tiene una fuerte vivencia de fragilidad que trataría de
paliar con diferentes acciones, la pertenencia a este tipo de agrupación
serviría en algunos casos como forma de reaseguro. Cuando la
omnipotencia fracasa, y aparece el miedo a la fragilidad humana, se haría
tan intolerable que podría surgir la violencia como forma de restablecer la
omnipotencia perdida. Sigmund Freud en su texto de 1921 "Psicología de
las masas y análisis del yo" dice: "La iglesia y el ejercito son masas
artificiales, esto es, masas sobre las que actúa una coerción exterior
encaminadas a preservarlas de la amenaza de disolución y a evitar
modificaciones en su estructura......entonces surgiría una ilusión
preservadora de la disgregación que sería la presencia visible o invisible de
un jefe que ama con igual amor a sus miembros y que los resguardaría de
la amenaza de disolución".

El caudillo sería el representante del temido padre punitivo, pero la


búsqueda del amor del mismo y también el deseo de ser dominado por él
representaría una forma mágica de restauración de la sensación
omnipotente de ser y pertenecer a un colectivo privilegiado. La relación de
este fenómeno con la modalidad prototípica de la masculinidad patriarcal
salta a la vista: en general estos grupos son netamente masculinos o
exaltan la imagen de una masculinidad hasta ahora sobrevalorada.

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Cuando por los cambios históricos el colectivo masculino se siente
amenazado de perder los privilegios que siempre han sustentado como
grupo dominante, la aparición de la violencia contra alguien o contra un
sector serviría para fortalecer la unidad y fomentar la cohesión. En este
sentido la adhesión al líder carismático y violento posibilitaría que por el
fenómeno de transposición toda la omnipotencia que se le atribuye al
mismo, pase a los miembros del grupo que este lidera, y la vivencia de
pertenencia al grupo los defendería de lo más temido: quedar ubicados en
el lugar de lo desvalorizado.

La reacción ante el temor a la disgregación y por ende a la perdida de los


ideales del colectivo masculino de ser sujetos únicos de la historia, podría
estar justificando que así como lo prototípico sea la aparición de violencia
de los varones hacia las mujeres, aparezca también violencia al interior del
mismo género con los miembros que no cumplan con los roles tradicionales
y que por lo tanto provocarían una cierta zozobra en la seguridad
corporativa.

La tensión aparecería cuando el grupo tiene que soportar las diferencias al


interior del mismo, y sobre todo cuando estas diferencias resuenan en lo
que históricamente se ha definido como femenino.

Actualmente muchos varones no cumplen con las características esperadas


desde las representaciones de la masculinidad hegemónica y cuando hay
violencia al interior del mismo género parecería que se produce una
dicotomía por la cual un grupo se reviste imaginariamente de estas
características, para depositar en el/los otros, los aspectos de una supuesta
debilidad y/o feminidad.

Dice Victor Seidler (1995) "Con los retos del feminismo y los movimientos
de liberación gay, los hombres han tenido que repensar su relación con la
heterosexualidad, como parte de una exploración para replantear lo que
significa "ser hombre", en que ámbitos se convierten los niños en hombres
y como se relacionan estos con las diferentes masculinidades disponibles".

Irene Meler (2000) se pregunta "¿por qué el comportamiento sádico


representa un aspecto exacerbado de la actividad masculina?", podríamos
pensar que las instituciones se harían cómplices de esta situación al
desestimar el desarrollo de episodios de violencia como forma de fortalecer
la supuesta masculinidad de los implicados. Este fenómeno de
desestimación aumentaría cuando la violencia se expresa en forma verbal,
ya que subyace el supuesto de que los varones toleran mejor que las
mujeres este tipo de hostilidad, produciéndose un efecto de desmentida de
las consecuencias de someter a una persona a este tipo de violencia.

Los niños aprenden a probarse a sí mismos de acuerdo a reglas extremas, y


se vuelve muy difícil desarrollar emociones si éstos aprende que mostrarlas
son signo de debilidad (Seidler, 1995).

Cuando la violencia se desencadena dentro de un grupo de varones


parecería que es más difícil de visualizar como contraproducente y se

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posterga tanto la intervención como la elaboración del conflicto, esto se
produce porque entre varones todavía pesa la representación de una
masculinidad identificada con la violencia misma, y todo lo que se aparte de
esta representación será identificada con los rasgos de una supuesta
vulnerabilidad asociada a la feminidad.

En el fondo, prevalece siempre el mismo drama... Nadie posee el falo... Sin


embargo, aunque de una forma ilusoria, el falo tiene una influencia decisiva
en la producción del orden simbólico, en la construcción social de la
autoridad y en la producción social del sentido de mascarada en torno al
cual parece esconderse un secreto: creer que los hombres poseen falo. Es
sobre esta mascarada sobre la que se construye el orden simbólico. La
noción que los hombres tienen del falo es una mentira que necesita ser
encubierta y ocultada. El hombre se ve obligado a estar simbólicamente
castrado y, al mismo tiempo, actuar como si no lo estuviera...

Aquí está el origen de la homofobia... El homófabo asgresor exterioriza el


odio con el fin de ocultar la mentira. El gesto violento quiere marcar el
límite menos ambiguo de todos: la exclusión. Sin embargo, en el acto
mismo, construye aquello que quiere destruir: la homosexualidad. Pero esto
último sería otro tema

Introducción a la violencia de Género...

El hombre (el portador de un carácter masculino) por lógica fálica, portador


del órgano de la significación, expresará sus deseos asesinos de manera
directa. Esto es, ejerciendo un poderío muscular fálico, en forma violenta.
Son crímenes visibles y aparatosos. La destructividad en el hombre y las
mujer (de carácter masculino) sean estos heterosexuales u homosexuales,
encuentra su expresión en la capacidad muscular sádica...

En la mujer, al saberse no-toda, desarrolla un resentimiento, que conduce a


la específica capacidad de maldad oculta que tienen las mujeres (de
carácter femenino). Sus deseos asesinos encontrarán una vía de expresión
a través de métodos ocultos y secretos. La salida del carácter femenino (en
un hombre o en una mujer) es indirecta, utilizando los recursos de planes,
estrategias y cómplices. Son crímenes menos visibles. La mujer y el hombre
de carácter femenino buscan el desquite y la venganza, testimonio
inconsciente del resentimiento infantil, por haber nacido mujeres y no
hombres... Envidia del pene diría Freud...

Ahora bien, en el seno de la configuración masculina, se puede encuentra


una mentira, se trata de la renegación de la castración, de la ilusión de que
la madre tiene pene... En realidad, gracias a la renegación, se pone en la
mujer lo que el hombre no tiene. La mujer no toda es, La mujer tiene otra
cosa o es de otra forma...

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Desde la legalidad actual, la cuestión de la violencia de género está bien
definida. Podemos basarnos en la Ley de Cantabria 1/2004, de 1 de abril,
Integral para la Prevención de la Violencia contra las Mujeres y la Protección
a sus Víctimas.

A los efectos de esta Ley, se entiende por violencia de género toda conducta
activa u omisiva de violencia o agresión, basada en la pertenencia de la
víctima al sexo femenino, así como la amenaza de tales actos, la coacción o
privación ilegítima de libertad y la intimidación, que tenga como resultado
posible o real un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico, tanto si
ocurre en público como en la vida familiar o privada.

Formas de violencia de género.

Se consideran, a los efectos de esta Ley, formas de violencia de género en


función del medio empleado y el resultado perseguido, y con independencia
de que las mismas estén o no tipificadas como delito o falta penal o
infracción administrativa por la legislación vigente en cada momento, las
consistentes en las siguientes conductas:

a) Malos tratos físicos, que incluyen cualquier acto de fuerza contra el


cuerpo de la mujer, con resultado o riesgo de producir lesión física o daño
en la víctima.

b) Malos tratos psicológicos, que incluyen toda conducta que produce en la


víctima desvalorización o sufrimiento, a través de amenazas, humillaciones
o vejaciones, exigencia de obediencia o sumisión, coerción verbal, insultos,
aislamiento, culpabilización, limitaciones de su ámbito de libertad y
cualesquiera otros efectos semejantes.

c) Malos tratos económicos, que incluyen la privación intencionada y no


justificada legalmente de recursos para el bienestar físico o psicológico de la
víctima y de sus hijos e hijas o la discriminación en la disposición de los
recursos compartidos en el ámbito familiar, en la convivencia de pareja o en
las relaciones posteriores a la ruptura de las mismas.

d) Agresiones sexuales, que incluyen cualquier acto de naturaleza sexual


forzada por el agresor o no consentida por la víctima, abarcando la
imposición, mediante la fuerza o con intimidación, de relaciones sexuales no
consentidas y el abuso sexual, con independencia de que el agresor guarde
o no relación conyugal, de pareja, afectiva o de parentesco con la víctima.

e) Abusos sexuales a niñas, que incluye las actitudes y comportamientos,


incluida la exhibición ante ellas y la observación de las mismas realizada por
un adulto para su propia satisfacción sexual o la de un tercero, bien
empleando la manipulación emocional, el chantaje, las amenazas, el engaño
o la violencia física.

f) Acoso sexual, que incluye aquellas conductas consistentes en la solicitud


de favores de naturaleza sexual, para sí o para una tercera persona,

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prevaliéndose el sujeto activo de una situación de superioridad laboral,
docente o análoga, con el anuncio expreso o tácito a la víctima de causarle
un mal relacionado con las expectativas que la víctima tenga en el ámbito
de dicha relación, o bajo la promesa de una recompensa o premio en el
ámbito de la misma. Se incluye el acoso ambiental que busque la misma
finalidad o resultado.

g) El tráfico o utilización de mujeres y niñas con fines de explotación sexual,


prostitución y comercio sexual, cualquiera que fuere el tipo de relación que
una a la víctima con el agresor y el medio utilizado.

h) Mutilación genital femenina, que comprende el conjunto de


procedimientos que implican una eliminación parcial o total de los genitales
externos femeninos o lesiones causadas a los órganos genitales femeninos
por razones culturales, religiosas o, en general, cualquier otra que no sea
de orden estrictamente terapéutico, aun cuando se realicen con el
consentimiento, expreso o tácito, de la víctima.

i) Violencia contra los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres,


que comprende cualquier tipo de actuación que impida o restrinja el libre
ejercicio por las mujeres de su derecho a la salud reproductiva y, por tanto,
que afecte a su libertad para disfrutar de una vida sexual satisfactoria y sin
riesgos para su salud, a su libertad para acceder o no a servicios de
atención a la salud sexual y reproductiva, anticonceptivos, y para ejercer o
no su derecho a la maternidad.

j) Cualesquiera otras actuaciones o conductas que lesionen o sean


susceptibles de lesionar la dignidad o integridad de la mujer.

En todas las culturas, épocas y países, la mujer ha sido maltratada,


subyugada, en mayor o menor medida, siendo en las últimas décadas
cuando se ha comenzado a considerar un problema grave, con una
importante repercusión en la Sociedad, y por tanto necesario de legislar.

Como ya hemos visto, desde el origen de la humanidad ha habido una


dominancia del hombre sobre la mujer (el hombre traía la comida, iba a la
guerra, tenía acceso al saber, al poder, a las armas y la mujer quedaba
relegada a los cuidados de la familia y el hogar en lo que podemos llamar
una “servidumbre real”. Atrapada entre la naturaleza, que le da la
capacidad de procrear, y la cultura que se desarrollaba frente a ella, se ve
obligada a la renuncia y al sacrificio de sus deseos. Esta “ética de los
cuidados” será trasmitida como ideales femeninos de madres a hijas, con
todo el peso que suponen los ideales, y habrán de pasar siglos, hasta las
sufragistas inglesas, para que tenga voz y voto y forme parte del
intercambio y la plusvalía del progreso, aun así siguen siendo victimas,
objeto, de maltrato. En un informe reciente de Amnistía Internacional sobre
“la violencia sobre las mujeres en los conflictos armados” se señala que esta
se comete no solo durante y después del conflicto sino antes, señalando
algunos autores que un nivel creciente de violencia contra las mujeres
podría servir de alerta de un posible conflicto.

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La emancipación de la mujer y su entrada en el mercado laboral tras la
revolución industrial ha movido los cimientos de la sociedad occidental
cuestionando la dominancia masculina. Pero todavía estamos en medio del
camino... Los valores socioculturales son importantes a la hora de definir lo
que se conoce como “violencia estructural” de una cultura. En la definición
de violencia de género, El rasgo fundamental es la necesidad de “control y
poder” sobre la víctima. Esta violencia puede ser física, psicológica o sexual.

El maltrato psicológico se va instalando poco a poco, de forma insidiosa y


consiste en ir anulando la subjetividad de la víctima mediante insultos,
descalificaciones, humillaciones reiteradas, desvalorizaciones permanentes y
una culpabilización sistemática (tú no vales, tú no sirves, si me hicieras
caso, estas loca, como te vistes así……,). Todo este con el objetivo de
producir el aislamiento tanto afectivo, económico, como social. Hay un
efecto inmediato de indefensión pero también de dependencia, que deja a la
mujer a expensas del hombre.

El daño de este maltrato psicológico es bastante invisible y la mujer tarda


tiempo en contarlo, este tiempo es fundamental respetarlo ya que se tiene
que sentir acogida y respetada y no juzgada ni muchos menos culpabilizada
ante nuestros ojos (no tienes que aguantar, no sigas con él). Por muy
incomprensible que nos parezca desde fuera no es sencillo salir de esta
situación. Es muy doloroso aceptar el fracaso de un proyecto vital y lo viven
como una derrota desoladora que genera vergüenza y culpa (poner en
riesgo a los hijos…..), por eso en ocasiones banalizan lo sucedido (perdió los
nervios, no es para tanto, me quiere mucho…). Este daño no es sin
consecuencias: aparecen síntomas como ansiedad, insomnio, tristeza,
irritabilidad, un correlato parecido al Síndrome de estrés postraumático,
donde una mirada o el sonido de las llaves al abrir la puerta bastan para
desencadenarlo. No es de extrañar que se lo compare con la tortura o el
terrorismo.

En este fenómeno de la violencia de género hay unos efectos colaterales


muy graves sobre los hijos que en muchas ocasiones son testigos mudos de
escenas de violencia. Esto les provoca una conmoción emocional ya que es
papa y mama quienes se insultan, se pegan y sienten un sin fin de afectos
contradictorios (siempre hay que evitar que tomen partido).

Otra consecuencia es como se posicionaran en sus relaciones de pareja ya


que son inevitables las identificaciones con los modelos parentales: Los
niños con el padre y las niñas con la madre, pudiendo llegar a ser futuras
víctimas o verdugos.

El camino está recorrido para el siguiente tema donde estudiaremos en


profundidad la violencia de género y el maltrato.

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PREGUNTAS:

1- Elabora la modalidad de Otro en al sociedad actual

2- Terrorismo e histeria

3- Motivos de la violencia masculina

BIBLIOGRAFÍA

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Editorial Paidós.

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- Introducción al narcisismo
- Más allá del principio de placer (1920)
- Tótem y Tabú.
- Pulsiones y destinos de pulsión.
- 1890 "Psicoterapia de la histeria"

Lacan, J.: Escritos I y II. Siglo XXI...

- La agresividad en psicoanálisis. Escritos (Vol. 1, pp. 94 - 116). Buenos


Aires: Siglo XXI. (Dictado originalmente en 1948)
- El estadio del espejo como formador de la función del yo [je] tal como se
nos revela en la experiencia psicoanalítica.

Foladori, H. (2006). Notas para una conceptualización de la violencia.


Santiago: Escuela de Psicología Grupal y Análisis Institucional "Enrique
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19
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Zuberman José El síntoma histérico, el fenómeno psicosomático y el


discurrir hipocondríaco, Escuela Freudiana de Buenos Aires.
http://edupsi.com/cuerpo

20

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