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Comentario sobre un comentario - Héctor

Hace unos días se acercó un hombre a donde se encontraba mi novia y mencionó que era tan posible ser
revolucionario sin ser mojigato como siéndolo. Pues dice algo tan falso como verdadero. Aunque bien,
primeramente, ¿qué querría decir aquel hombre cuando menciona la palabra mojigato?: ¿Una excesiva
apelación moral? ¿Una hipocresía que no constituye la unidad entre concepción del mundo y acción práctica?
Mojigato es ser hipócrita. Así, remplazando definiciones por conceptos, la afirmación del tal hombre queda
enunciada de la siguiente manera: un revolucionario es tan revolucionario siendo un hipócrita como no
siéndolo. ¿Era esa en realidad su afirmación?

Ser mojigato, decía, es ser un revolucionario que no consume alcohol, que se niega al placer de las drogas…

- ¡Y todo por la revolución! –se espanta este señor.

¿Y si enlistamos a ello el placer de consumir alcohol y drogas y luego pasar al prostíbulo a consumir el cuerpo
de mujeres explotadas, o el placer del lujo de acariciar la vida del burgués? Efectivamente la revolución es
además de una revolucionarización material es a su vez un salto progresivo de la conciencia. Este último es
pasar de ser un elemento viciado del capital a hacer suya la concepción del mundo del proletariado. Pero,
cuando decimos que los comunistas tenemos tal concepción del mundo no significamos en ello mirar detrás de
los ojos viciados del obrero, sino a través de los ojos más claros de la clase. Sepase, pues, que cada clase tiene,
aunque no los sepa, unos intereses –a diferencia de una voluntad- objetivos. La burguesía, dueña de los medios
de producción, es a su vez dueña del monopolio del lujo y la cultura; la burguesía es dueña de la patria. ¿No
serían sus intereses objetivos acaso defender lo que esta organización social les otorga? Y el caso de los obreros
y jornaleros del campo no puede ser muy diferente salvo que se otorga inversamente. Si el obrero es un
explotado por el patrón, sometido a una vida de trabajos y penurias, sometido al borde del hambre y la miseria,
a la ignorancia y a una organización social que los obliga a competir e incluso a asesinarse entre ellos ¿no es
muy claro que sus intereses objetivos de clase es salir de todo esto y que salir de ello supone la abolición de los
intereses de la otra clase?

- ¿Entonces no habrán lujos? –se afanan los más asustadizos liberales.

Pues no hay por qué afanare cuando el lujo sea el producto del trabajo individual. La característica más
horrenda y despreciable del lujo burgués es que está asentada sobre una hojarasca de obreros explotados, a los
que se les arrebata la vida para dar comodidad a una pequeña parte de la población-propietaria. Cada vez que el
burgués proclama justicia lo hace basado en su concepción del mundo. Para el burgués no es justo que su
imperio sea destrozado, tanto como para el proletario no es justo tener la vida que lleva una bestia.

Entonces, nótese que al llamar intereses objetivos no se refiere al simple interés individual de un proletario, sino
que hace referencia a los intereses de todo el conjunto de la clase obrera. Y la emancipación es la concepción
del mundo de la clase obrera. No queremos someternos al alcoholismo al que ha sido sometida la clase obrera
para ser parte de la revolución, no queremos entrar a los burdeles para dejar escapar los gases de presión luego
del trabajo y tampoco queremos explotar a nadie, ni soñar hacerlo para alcanzar la quimérica vida de lujo al que
el obrero sólo podrá estar cerca en el socialismo y las películas que le restriegan en la cara la vida del burgués-
gentilhombre de novela.

Si nuestra concepción del mundo es esta, y busca librarse la explotación en estas relaciones entre los seres
humanos, de la competencia entre los obreros que lleva a estos a pensar como bestias, a abrazarse a la violencia
que riega sangre sobre las barriadas, por conflictos de droga, por la propiedad de mujeres, por pequeños
negocios de miseria, o simple malentendidos ¿qué sentido tiene hacer lo contrario a lo que oprime a nuestra
clase? No tiene, basado en esto, el mayor sentido imitar las conductas del obrero explotado y del obrero
embriagado de esperanzas de un accenso al que sólo pueden acceder una parte insignificante de los obreros.
¿Qué gana la revolución haciéndonos ociosos y entregándonos a las drogas? ¿No podemos invertir acaso
nuestro tiempo en otras formas de diversión? ¿Somos tan incapaces de ver más allá de las drogas, la
prostitución, el exceso de alcohol? ¿Para que tendrían los comunistas que imitar lo que la clase muy
espontáneamente, y conforme a una condición más material que espiritual, le obliga a someterse?

Por eso, la afirmación del hombre que dijo que es posible ser tan revolucionario siendo hipócrita como no
siéndolo es tan falsa como verdadera, cuando de ella se desprende la preocupación moral del revolucionario. Si
hay una moral comunista, efectivamente, y difiere de la de los señores anarquistas en cuando al sentido burgués
de la libertad, incluso, de hacer de la vida de un revolucionario la vida de un drogadicto revolucionario, sin
mayores complicaciones. La moral comunista es práctica, atiende a que la concepción del mundo se construye,
se gana y se evalúa en la acción concreta.

¡No quiero y me niego a aceptar un mundo donde al proletario le sea propio soportar todo cuando es quien
todo lo sufre por humildad, por injusticia social, por debilidad o por indiferencia!

Que un obrero sufra el peso de la explotación y el peso de la dependencia sicotrópica es algo más que suficiente
para decir basta. No es una degradación moral entonces por la cual no deba el obrero consumir drogas, es una
degradación de su propia vida, de por cierto insoportable. ¡Ah pero si es este el bálsamo de su miseria! ¡Pues
que se adhiera a una vida donde su bálsamo sea dejar de buscar bálsamos para su vida!

No es moral en la condición del obrero, pero es moral ante la concepción del mundo del obrero. ¿Cómo busco
que este luche por su liberación cuando a la salida de una huelga o durante ella me luzco las cadenas
embriagándome y perdiendo en ocasiones el control del cuerpo cuando se es más vulnerable a los perros
disciplinados del cuerpo de policía nacional? Las drogas y el alcoholismo no deberían estar dentro de las filas
de la revolución, y aun sabiendo ello, están porque las contradicciones que hacen girar a los hombres alrededor
de ellas persisten.

Entonces, tanto es cierta como falsa la afirmación de aquel hombre. Si se puede ser un revolucionario siendo un
hipócrita, pero no deja ello de ser una actitud horrenda para quien ha visto surgir ante sus ojos la posibilidad de
otra vida. Puede ser un hipócrita, pero sólo es despreciable quien se acomoda a ello. ¡Nadie ha nacido entre
nosotros tan puro y limpio, tan revolucionario como lo es ahora!

Hace algunos años, la Liga Marxista-Leninista de Colombia luchaba en los campos de una buena parte del país,
entre los campesinos por forjar una nueva cultura, unas nuevas costumbres. En Sucre, alguna vez se les vio
extendiendo sus banderas contra las corralejas –las cuales eran las muestras del dominio de terrateniente y el
gamonal-.

- ¡Contra la cultura, querrá decir! –corregirá el terrateniente y los comensales de su alcaldía

Es decir, llamar a no participar en la tradición es llamar a dar saltos en la conciencia. No necesitaron los
marxistas-leninistas de la Liga participar en las corralejas porque esta era la costumbre de los jornaleros. Por el
contrario, denunciaron que de ello sólo podía extraerse un estado cada vez mayor de sumisión ante el
terrateniente, que aquello fomentaba la compra de mujeres, el desprecio por las mujeres feas, y el soborno con
licor a los jornaleros. Sin duda, algunos de los testimonios que recoge el señor Aldo García Parra señalan que
había cierta hipocresía en las filas de la Liga, de parte de algunos de sus miembros, que pretendiendo de palabra
luchar contra la degradación de la mujer salían en busca del consumo de prostitución. ¿Con qué coherencia
práctica asumen los comunistas la tarea de denunciar el peso de la prostitución sobre la mitad del género
humano si de ello se beneficia como un vil hedonista? Y aun así avanzaron en la lucha por encender la chispa
en las praderas del campesinado.

¿No serán los comunistas faltos de imaginación para dar con formas mejores de ocio y diversión que la de
lamberle los brazos y las rodillas a los terratenientes?
Entonces, ¿son unos santos los comunistas? Pues no, señores, se equivoca el que así piense. Buscamos crear una
nueva cultura, un nuevo horizonte donde lo que el burgués considere justo, honrado y moral sea en realidad lo
injusto, deshonroso y amoral. Hoy es justo para el burgués conservar su imperio y su comodidad a costa del
despojo de las nueve décimas partes de la población, pero no para el obrero; el libertad para él hacerse rico con
la vida de las gentes, pero no para el obrero; es honrado para las mujeres alquilar sus cuerpos a un arrendatario
de esclavos, pero no para las mujeres ni para las mujeres proletarias. Los comunistas son amorales, no porque
no tengan una, sino porque su moral no corresponde con la barbarie del sistema burgués. Pero repito, el
comunista puede estar en el campo de las drogas y el alcoholismo y esto no le hace menos revolucionario sino
un revolucionario en problemas –deber y lucha de la organización, camaradería sobre todo, el hacerle notar que
entre todos debemos elevarnos a la más alta categoría humana-. Pero es cierto, entonces, lo que señaló el
hombre también: el revolucionario no es hipócrita. Si los vicios burgueses no contribuyen a la revolución y si la
hacen retroceder, debe abandonarlos, por él y por toda la sociedad.

¡Para el burgués un hombre en las drogas se ha echado a perder por cuanto no produce porque no puede ver más
en los hombres que un ser que lo hace rico! Se confunde todo aquel que piense que llamar a robarle los obreros
a las drogas, al consumo de pornografía y prostitución, del alcoholismo signifique ya una vida echada a perder.
Para nosotros el trabajador no deja de ser hombre por dejar de producir, por el contrario, deja de ser hombre
cuando para el burgués el obrero se encuentra realizado: cuando este se hace bestia y no vive para menos que
para crear riqueza para él. El obrero se hace un miserable cuando una labor tan humana como el trabajo lo hace
en realidad un esclavo que pierde su vida.

Destruyen a la gente con el trabajo ¿y para qué?, me digo. Yo en la fábrica de Nefédov dejé mi vida, y nuestro
patrón obsequió a una cantante una jofaina de oro para lavarse y ¡hasta un bacín de oro! En aquel vación
había parte de mi energía, de mi vida. Ahí fue a parar. Aquel hombre me asesinó con el trabajo para
complacer a su amante con mi sangre: ¡le compró un bacín de oro con mi sangre!

Estas fueron las palabras Ribin, el mujik de la novela de Gorki. ¿No puede permitirse el obrero la violencia ante
tanta injusticia? ¿No puede permitirse revelarse? Pues si debe permitirse porque el obrero consiente comienza a
ver más que objetos en lo que produce, y comienza a notar su vida, su tiempo y su sangre. Por ello, es una bestia
este Mujik cuando trabaja y su labor no le diferencia de una bestia. Y todo para alimentar el monopolio del lujo
de los ricos. ¡Nada de esto se llama envidia! Como pretenden llamarlo algunos, sino sentido de lo justo. No
queremos que los obreros que se han alejado de las drogas y el alcoholismo empleen el tiempo que no usan en
las drogas y las riñas en producirles riquezas a los ricos. Sacarlos de los vicios es proponerles una nueva
sociedad en la tierra, al que cada vez se nos hace más parecida a él dantesco mundo del infierno.

No queremos eso para los obreros que no consumen drogas y no están sometidos al alcoholismo. Y no quererlo
para otros significa no hacerlo con nosotros mismos, también. Sólo la ignorancia educa en la ignorancia, así
como el obrero doblegado por la droga y el alcohol. Decirle no a las drogas no es un acto cristiano, ni un acto de
buena fe, es un acto de educación: una nueva cultura, una nueva sociedad, unas nuevas relaciones en el
socialismo son posibles. La conducta humana no es tan humana, así como las tradiciones en realidad no son tan
eternas.

Ser hipócrita o mojigato no es la actitud de un revolucionario, pero convive en nuestra mesa. Alguna razón tuvo
el presidente Mao para escribir su notable texto: Contra el liberalismo. Por eso no deja de ser revolucionario
aquel que enviciado con las drogas y el alcoholismo, el liberalismo y el machismo, porque producto son ellos de
la sociedad en la que vivimos. Pero no es revolucionario quien aprendiéndolas desea conservarlas y no luchar
contra las suyas y contra las del pueblo. Es por eso que es tan revolucionario el mojigato como el que no lo es
mientras luche a contracorriente por extirparlas de sí mismo.

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