Te recuerdo como si hubieras muerto ayer, así desidratados con bienaventuradas fechas de
de claro, pero no me venís a la mente con frecuencia: vencimiento.
tengo demasiadas cosas que hacer. Pero sí hablé de Aprendí muy rápido a no intentar distraerte vos, con Ayuda. Una vez. Le pregunté si estaba bien lo cuando vigilabas. Al principio, me aterrorizaba que le que había hecho, si ella hubiera hecho lo mismo. Pero dispararas a alguien por error, por ejemplo a esa hippie aunque Ayuda hace lo que dice su nombre, nunca lo desafiante de ochenta años que volvía caminando por hace como yo quisiera. Y me dijo que, si quería un el barrio después del toque de queda. Una vez, llegué indulto, ella no podía dármelo. "Además", agregó con hasta pegar un grito y después me justifiqué, tono cansado, "ya nada es lo mismo". patéticamente, diciendo que me había clavado una Me acuerdo que vivía arriba del todo, en un astilla. Por supuesto, en el mundo de ahora es cuarto que era casi un armario, con restos de imperdonable el culatazo que me diste. No quisiera ver empapelado celeste y graffiti amarillo, rojo, negro. Al la cara de lástima de Ayuda, si le contara. Pero que principio, me negué rotundamente a instalarme ahí, nadie me discuta su efectividad pedagógica. Desde pero me convenciste diciéndome que querías que entonces, te acompañé en silencio. durmiera lo más lejos posible del sótano. Otra cosa: era Del amor y otras explosiones, así podría desde ahí que vigilabas la plaza, todas las tardes, con tu llamarse esto, pero está bien que no tenga título. No es rifle. Cuando pienso en vos me acuerdo, sobre todo, de un cuento. Por amor, te seguí a vivir en los techos y esos momentos en que terminaba tu guardia, y yo no abajo del cemento. Estábamos aislados del mundo, y sabía si ibas a poner el arma en un rincón del cuarto y eso era una fiesta. Al principio, siempre al principio. acostarte conmigo en la cama diminuta, o colgártela de A veces salía, vestida de gris, durante la hora de la espalda y bajar las escaleras sin decirme una palabra. la Paz. Subía a los techos y me envolvía de esa luz Creo que, aunque todas lo parecían, ninguna irreal y sanguinaria que antes se llamaba amanecer. casa del barrio estaba abandonada. Todas tenían las Esperaba en el rincón de una terraza a que empezaran ventanas y puertas tapadas de tablones y abundancia de los juegos artificiales. Entonces, gritaba con todas mis clavos, y nunca podías estar segura de si habías visto fuerzas, o cantaba algo obsceno o alegre. En la lejanía, una luz o no. Una multitud de ilegales las ocupaba, me parecía escuchar a otros haciendo lo mismo, entrando y saliendo por accesos secretos, viviendo de aprovechando ese breve momento en que había comida que rescataban de la basura y de latas y seguridad sin silencio. Parecía imposible que la ciudad fuera a una tarea trivial de la que siempre alguien se quejaba. sobrevivir. ¿Acaso no ardía cada mañana y cada tarde? No hubo caso. Era como un circo, un mecanismo de toldos y metal A veces murmurabas el último fragmento de un que está hecho para asombrar y cambiar de ciudad poema de H. Perry, el único "no burgués", aunque, que antes de que el espectador tenga tiempo de notar las yo sepa, nunca fue parte de la causa. Mi corazón sigue telas rasgadas y la celulitis de las equilibristas, pero un latiendo al ritmo de esos versos que hablan de una circo atrapado en el fuego, incapaz de renovar la tierra que no conozco: fantasía. Yo misma me sentía artífice de ese fuego. Venía Ábrete, palabra. también de mi casa, una casa en la que era la única Todos necesitamos mujer. Todavía teníamos derecho a los crímenes y ver caer algo, logros de los hombres que teníamos cerca. A mí me sobre todo si bajamos tocaba el fuego, que era las dos cosas. las escaleras de la locura Eran tiempos extraños, vivíamos en un estado y vemos cómo las cosas se acomodan de suspensión. Habíamos vuelto a elegir las estrellas y al dibujo que hace el aire. la luz por sobre las manos acusadoras de los relojes. La Las llanuras de este país hora de la Paz terminaba en el momento exacto en que arden sin quemarse, se avistaba un punto de oro líquido en el horizonte. y todos saben el secreto Nunca estuve enamorada de la ciudad como en de caer y ver caer, esos días. Cuando me animé, tímidamente, a y salvarse. mencionarlo en una de las comidas que compartíamos (siempre en la cocina, sentados en círculo como "Caer y ver caer, y salvarse", decías bajito, el miembros de alguna secta), los otros me dijeron que cuerpo del rifle contra la madera desgastada y blanca era típico de burguesa, encontrar el encanto en lo de esa ventana que pertenecía al cuarto de un decadente y lo maldito. hermanito o hermanita. Eran tiempos de excitación y también de aburrimiento atroz. Llegué a rogarte que me dejaras ayudar, aceitando las armas o al menos contando balas,