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EL PAPEL DE LA DOCENCIA EN LA TRANSFORMACIÓN DE SI MISMO Y DE LOS


ALUMNOS.
José Martínez Arellano1.
15 DE MAYO DE 2020.

Es un hecho patente, la globalización ha modificado la cuadrícula mundial y sus efectos han


permeado los sistemas productivos, financieros, en la tecnología y la ciencia, propician nuevas formas
de vida, de producción y de trabajo; lo cual demanda que la educación, las políticas educativas y los
responsables de la enseñanza en los salones de clase orienten sus propósitos educativos a la formación
de sujetos integralmente desarrollados. Individuos creativos-generativos, con habilidades para
enfrentar los desafíos del presente siglo y para participar de forma creativa e innovadora en la solución
de los problemas de su entorno.

Vivimos tiempos difíciles, los cambios que vive nuestra sociedad, y los que ha sufrido en los
últimos treinta años redunda en una comunidad de docentes y de estudiantes que también va
cambiando. La revisión de nuestras conductas, la capacidad de autocrítica que lleva a nuestra
constante actualización y superación, responde a la idea de que es posible prever “el mañana”.

Desde esta perspectiva, los tiempos de crisis son al mismo tiempo, momento de oportunidades y
nuevas esperanzas. Los docentes debemos ser congruentes con los nuevos cambios y demandas que
la enseñanza ofrece, lo cual implica, que el ejercicio de la profesión se alimente constantemente de
una formación que recupere nuestra identidad y vocación: formadores de estudiantes adolescentes,
que con nuestro “decir” y “mostrar”, hacemos de la docencia una fuente inagotable del diálogo y el
afecto.

La imagen del docente nos remite a la de una persona dedicada a la creación, una persona que al
investigar, enseñar, o interactuar con su entorno, que renueva la esperanza. Su relación con la escuela
como parte central de su proyecto de vida, en el que cada jornada es una jornada de aportación y de
enriquecimiento personal que tiene una influencia benéfica en sus colegas y estudiantes. En suma, un
docente que es en esencia un oficiante, un artista. Entendiendo al artista como alguien dedicado a

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Profesor de la materia de Filosofía de la Escuela Preparatoria Oficial No. 16, Chimalhuacán, Estado de
México y estudiante de la Maestría en Docencia para Educación Media Superior, Facultad de Filosofía y
Letras, Universidad Nacional Autónoma de México.
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vivir primero para sí mismo, buscando su propia realización, aislado de las demandas de los demás
("bajo la protección de una caverna" como Platón dijo), con capacidad de concentrarse en su trabajo,
de tomar conciencia de sus potencialidades, de su posibilidad de perfeccionarse, mientras cumple y
rehace constantemente su proyecto personal, cuya realización enriquece y aporta a todos los que se
encuentran bajo su influencia, alumnos y colegas.

Por ello, se considera que el ser humano ha nacido para vivir intensa, plenamente y en
perfección, como lo señala Aristóteles. Cuando pueda hacerlo sin limitar la libertad de otros, sin
lastimar a nadie y sus actividades le sean agradables, será más sano, más civilizado, más humano.
Será más el mismo, será un “docente de carne y hueso”. Cuando una persona está auténticamente
feliz, quiere decir que está en armonía consigo mismo, con su ambiente y con su vocación.

Si existe un privilegio para los que se dedican a la tarea educativa es que se trata de una tarea
destinada a cuidar y desarrollar todo lo bueno que sea posible en cada ser humano y en la sociedad.
El docente es aquel que acerca a los estudiantes a la experiencia viva del aprendizaje, donde su tarea
primordial es la formación, no sólo información, que siempre busca que sus estudiantes sean mejores
personas.

Por ello, cuando el docente que se erige en evaluador y busca ejercer su autoridad, se
convierte en el confeso enemigo del académico y de sí mismo. Al buen académico no le importa. Es
él el que en su interior conoce lo que es y también lo que no es. Nadie se pertenece solo a sí mismo.
Ser autónomos no significa ser sujetos aislados y autosuficientes que se limitan al discurso del “deber
ser”, sin otorgarle sentido y significación a la práctica educativa, a lo que puede ser.

Muchos pueblos antropófagos abren o abrían el cráneo de sus enemigos para comer parte de su
cerebro, en un intento de apropiares así de su sabiduría, de sus mitos y de su coraje. Si me permiten,
nuestros estudiantes, deben alimentarse de los conocimientos, de la experiencia, de la relación que
guardan todos los días con sus profesores. Jóvenes; no se pierdan de este alimento, sin embargo; por
nuestra parte, solo queremos apropiarnos a mordiscos de una buena porción del tesoro que les sobra:
juventud intacta.

Cada uno de nosotros estamos obligados a no dejar de narrar, a no dejar de alimentarnos del
cerebro de los demás, de urdir cada noche una nueva ruta, que no es otra cosa que un nuevo plan, un
nuevo proyecto, una nueva forma de ejercer la docencia, necesario para poder seguir viviendo, puesto
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que la palabra es el único hilo que conecta nuestra existencia relativa, el mismo que le da sentido a
nuestra condición de educadores, a nuestro ser preuniversitario.

La escuela no es ese edificio que nos cobija, ni el organigrama que nos organiza formalmente.

La escuela somos nosotros, sus habitantes, que junto a los estudiantes marchamos como aquellos

soldados cuya vida transitaba entre encuentros, guerras y epopeyas, pasando de un territorio a otro,

de una nacionalidad a otra, muriendo en cada batalla, para renacer una y otra vez en nuevas contiendas

y en nuevas campañas. El docente es un organizador mediador, por eso, hoy en día, no basta con

“saber” para “enseñar”, así, la calidad del aprendizaje depende necesariamente de la habilidad del

docente que interpreta a sus alumnos y les ofrece lo que necesitan ante los cambios que experimentan

en su adolescencia.

Finalmente, la docencia que enfrenta los cambios vertiginosos, no debe soslayar un


acercamiento a la pedagogía y al campo de la didáctica, no se deben ver como saberes ya terminados
o agotados. Una pedagogía centrada en el alumno y una enseñanza que se construye con los “demás”,
son las branquias de una educación que construye ciudadanos responsables y sustentables. La
docencia y la escuela piden, en nuestro contexto, el desarrollo de valores éticos y morales,
humanísticos, que fomenten la democracia, la justicia, la tolerancia y la pluralidad, que permita la
apertura del Otro.

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