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Noche Americana Enviar PDF
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Las pupilas reaccionan a la luz: se contraen en condiciones de mucha luminosidad y se
dilatan en la oscuridad. Como la apertura del diafragma de una cámara, la milimétrica variación
del diámetro de la pupila regula el paso de luz al interior del ojo. Este reflejo, no obstante, no
solo depende de estímulos reales. Investigaciones recientes lo han detectado en el marco de
estudios neuropsicológicos con imágenes mentales.1 Las pupilas también aumentan su tamaño,
así parece, por efecto de pensamientos sobre la oscuridad y la lejanía. ¿Fue esto lo que
experimentaron los más de cuatro millones de venezolanos migrantes durante los apagones
eléctricos de marzo y abril de 2019? ¿Es posible pensar en cuerpos, dentro y fuera del país,
reaccionando simultáneamente, adaptándose a inéditas y simbólicas condiciones de oscuridad?
La migración conlleva una reconceptualización de todo, de la identidad, de las relaciones
con los demás, con el territorio. En este sentido, nueve años después de su creación, la primera
obra en exposición adquiere un nuevo significado. Así como para los que están lejos, durante
los apagones, los afectos desaparecen, no importa cuán insistentemente se busquen en la
pantalla del celular, el funcionamiento de La familia (2010) depende del suministro de energía
eléctrica. Esta ha probado ser una obra resistente. Ha adquirido distintas resoluciones formales,
desde la impresión en papel, enmarcada y colgada en la pared, hasta el fotolibro. Sin embargo,
aquí regresa a su formato original: una instalación con portarretrato digital que permite el paso
de 80 fotografías.
1
Según estudios de Bruno Laeng y Unni Sulutvedt, investigadores de la Universidad de Oslo.
La examinación obsesiva del andamiaje que frágilmente sostiene los portarretratos de
los parientes del artista, despojados de todo sentimentalismo y presentados nada más que como
objetos frente a un fondo blanco, constituye un potente gesto cuestionador de la familia y del
retrato familiar como formatos tradicionalmente establecidos.
La segunda obra en sala es Noche americana (Day for Night) (2019). La expresión da
nombre a una técnica cinematográfica que permite, a través de la subexposición de la película y
el uso de un filtro azul, el rodaje, durante el día, de escenas que parecen nocturnas. Traduce un
fenómeno retiniano, la pérdida de sensibilidad para largas longitudes de onda durante
situaciones de oscuridad, al lenguaje audiovisual. Sometidas a una versión digital de esta técnica,
las fotos panorámicas que componen la serie forman parte del archivo visual y de la memoria
personal de Gutiérrez. Muestran puntos clave de la ciudad de Caracas, como Parque Central, la
Torre de David, el Helicoide y, por supuesto, El Ávila, todos sumergidos en una falsa noche.
Como propuesta, se inscribe tanto en la tradición paisajista del arte venezolano como en la
tendencia de constatar el fracaso del proceso de modernización del país, manifestado en la
crisis eléctrica misma y en los indicadores de pobreza y desigualdad presentes en muchas de las
vistas.
La responsabilidad por la crisis de los apagones ha sido evadida mediante la cansada
estrategia comunicacional de una guerra imperial, ahora de variable eléctrica, que demanda que
se acepte como verdad lo que no es más que una evidente simulación mediática. La obra de
Gutiérrez apunta al desmontaje de esta película, aislando el plano de la secuencia y difiriendo el
efecto de realidad a favor de dejar al descubierto los límites del dispositivo.
La reflexión en torno al aparato perceptivo concluye con el tercer proyecto incluido en
la exposición, Fotofobia (2010). Esta vez, las pupilas no solo se contraen, las miradas se esquivan
del todo, incapaces de soportar el exceso de luz. Gutiérrez emplea el retrato, género que ha
desarrollado durante dos décadas, con el propósito de situar al espectador en esta época de
cegadora sobreproducción de contenidos visuales. Para ello, fotografía a personas albinas,
quienes padecen una relativa intolerancia a la luz y quienes han sido, es importante decirlo,
objeto de discriminación e, incluso, violencia. De gran escala e impresos en papel metalizado
para favorecer el brillo, los retratos de esta serie constituyen algunas de las imágenes más
conocidas del artista, siempre interesado en la exploración del cuerpo y el cuestionamiento de
los cánones.
En palabras de Giorgio Agamben, “... el contemporáneo es aquel que percibe la
oscuridad de su tiempo como algo que le concierne y no deja de interpelarlo, algo que, más que
toda la luz, se dirige directamente a él”.2 Como todo migrante, el distanciamiento de Gutiérrez
es relativo. Convocado por la urgencia de la crisis, se suma al grupo de artistas nacionales
—raros, llenos de coraje, diría el filósofo— que han entrenado sus pupilas para ver en la
oscuridad, a la espera de mejores, más luminosos tiempos.
2
Agamben, G.: “¿Qué es ser contemporáneo?”, Desnudez, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2011, p. 22.