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Lleno de esperanza abandonó el campo de batalla donde aullaba la muerte y subió

rápidamente la montaña que al oriente se levanta. Los soldados alzaron sus miradas
consternados pues dudaron de su valentía, porque se alejaba del combate, cual estrella
fugaz se escapa rauda de la noche y deja atrás el mundo y las tinieblas de la guerra. Beilian
subió forzosamente y tropezó cuatros veces, y no volvió a tropezar. Al llegar a la cima vio
con asombro una cueva solitaria, virgen por el tiempo, y le pareció que ningún hombre
jamás habría entrado allí, en la penumbra de aquella cueva angosta. Miró hacia atrás y
desde lo alto observó la batalla con horror, y lo perturbó los gritos agudos de los hombres
que mueren y que se mezclaban con los rugidos roncos de sus verdugos, y las quejas de los
mutilados y los alarido de los samuros que gozan, todos estos sonidos funestos se alzaba al
cielo como miles de llantos guturales que resquebrajan el alma.

Entró a la cueva y toda luz murió, y los gritos de afuera se esfumaron y sólo estaba
él en soledad y rodeado de tinieblas. Caminó por la angosta cueva hasta que un expectante
silencio le chillaba en los oídos, y era como miles de grillos que cantaban en su cerebro. Un
silencio absoluto en su mente callada. Mas sintió la presencia de alguien, y Beilian, ciego
totalmente en la cueva y lleno de un gran respeto rompió el terrible silencio diciendo en voz
solemne, como sintiendo que sus palabras eran escuchadas por alguien furtivo.

- Estoy en pleno silencio, a donde me has llamado, ¡ven! me has dicho, y yo he


concurrido.

Una voz hermosamente profunda sonó de repente, penetrando hondamente en


Beilian, o más bien penetrando en la cueva misma.

Y has asistido a mi llamado-Dijo la profunda voz preciosa- ¡ven! Te he dicho, ahora


veras mi secreto- Beilian no soportó la hermosa voz, que parecía la de un ser increado
que habla por vez primera, y cayó de rodillas, llorando, con el corazón hinchado y lleno
de alborozo.

Una luz hermosa, blanca inmaculada fue apareciendo y develó la cueva, Beilian
lleno de asombro se vio en una tosca y pequeña cámara cerrada, dándose cuenta que
este era el final del camino. Y la luz, preciosa, provenía de una piedra que estaba en la
última pared de la cueva. Y era una luz que él jamás pudo recordar con la mente ni
describir el resto de su vida. Entonces sus ojos se ahogaron en lágrimas y desde la luz
la voz hermosa dijo – No me mires más, y lanza tus ojos hacia la batalla- Entonces el
volteó la vista hacia atrás y recordó el estruendo de la guerra.

- La batalla está allí abajo, donde está la sangre que has de derramar. Beberás agua
para confrontar al desierto, y comerás pan para poder aguantar. Pelearas hasta que
des tu vida, entonces tu vida no se te será quitada.
Beilian se postergó en llanto en un estado superlativo de gozo y respeto dijo.-
¡Muéstrame tu rostro!, ¡¿quién pronuncia esa hermosa voz?! Quisiera ver tus perfectas
facciones y la mirada que te precede. Entonces la voz contestó.

- Te mostraré pronto, y te diré quién soy, entonces entenderás cuando me veas y


escuches.

Ha esto Beilian contestó consternado- ¡No veré más si padezco en la batalla!, pues el
mal acrecienta la tierra, y los míos caen y no habrá aurora si fallo en mi bajada.

- Baja y no caigas- contestó la voz profunda- he traído a mi esposa, reina guerrera,


que bajará contigo.

Entonces Beilian postergado sintió la presencia de la reina, y dijo humildemente.

- Ante ti me postergo, mi señora, reina de reyes, que se digna acompañar a un pobre


campesino.

Hubo un gran silencio, pero la luz aun iluminaba, la voz hermosa rompió el silencio
diciendo.

- Di si puedes, palabras sensatas, y si en tu laringe hay buenos jardines, has que


salgan de tu boca flores y retoños.

Postergado y lleno de felicidad Beilian recitó.

- Maestro, pastor de mi alma, que mis pies has guiado a la roca y conduces mis pasos
por el duro camino. He encendido el fuego que me renueva y purifica. El agua calma mi
sed y el pan cesa mi hambre, me alivia del dolor del cual reflexiono. Sabe pues que estoy
ante ti, arrepentido y postergado rogando clemencia por mí afligida voluntad, pues he
estado mal acompañado, y en el patio cuarto el alma doliente clama compasión. Y mi
espada manchada de la sangre enemiga, sangre que me fue robada, el hedor a veneno no me
causa compasión. Y en la batalla siento soledad y el halito de destrucción me asecha. Pero
¡oh! Escudo invisible, de la flecha mortífera me solapas, y de la espada aguijón desvías la
estocada, salvo estoy gracias a ti. En flores abiertas se esconde el dolor expiado. ¡Maestro
mío!, los fieles llamados concurren, y pedimos el auxilio en la cruenta batalla. En el clamor
del caos de espadas y saetas caemos por libertad.- Estas fueron las palabras de Beilian, hijo
de Baldian, joven guerrero.

La voz contestó de una manera profundamente indescriptible.

- No sueltes la rosa de la boca, aunque tenga espinas. Has llorado arrepentido y has
mostrado valor en donde los demás corren despavoridos. Y has fundado en tu mente
fidelidad, y tu simiente ha subido al sol, cual nube que ronda los cielos. Y con lazo de
hierro sujetas a tus enemigos, sabe pues que en tu pecho está lo que tú más anhelas, y los
lobos nocturnos no podrán ahuyentarte, y al aullido perverso combatirás silencioso. Pero si
has de bajar a pelear, no sueltes mi mano, pues yo te cubriré de la saeta enemiga, y de la
espada que aflija tu pecho.

Y Beilian, postergado y envuelto en lágrimas no logró mirar al maestro, pues las aguas los
ojos le empañaban a la luz invisible. Y oyó la vos suave hermosa y penetrante de la dama
excelsa.

Seré yo quien desintegre a mis enemigos- dijo dulcemente- y Beilian dijo de improvisto
lleno de clamor.

¡Protégeme contra los míos!, en sarracina por tu amor, me desangro en la batalla. Mi propia
sangre derramada en el recóndito eriazo.

No soltó el maestro la mano de esperanza de Beilian, pero el muchacho bajó el


monte y con respecto bajaba la gran montaña, el miedo se acrecentaba, sus dudas surgían,
el temor recobraba un vigor venenoso, y la densidad de la batalla que a lo lejos se sentía lo
atribulaba. Pero miró a su costado y vio una luz casi transparente, era la dama que lo
acompañaba, y empuñaba la blanca mujer una espada ondulada y en el filo echaba chispas
y a los flancos de la hoja roja decía “agua ígnea, forjada por la voluntad dorada”.
Entonces recobró el vigor y chocó contra la infantería enemiga, empuñando una larga
espada el cual sus enemigos temían. Y vio Beilian por todos lados 7 hermosos generales, de
capa y capacete azul, desbaratando a sus enemigos, y cortaban cabezas y atravesaban los
cueros, y eran guerreros tremendos y agiles y no parpadeaban en el duro combate. Y eran
altos y altivos, y recitaban en coro una melodía dulce, que no se confundían con los
chillidos y alaridos de los que a sus pies caían muertos o mutilados.

Beilian peleaba animado, y ninguna flecha le perjudicaba ni acero le atravesaba la


carne. Y sus enemigos inmundos en sus hombros portaban alacranes terribles de pico largo
que abarrajaban ataques a Beilian, pero él se cubría con gran destreza, y los alacranes
obstinados picaron a sus comandantes, y estos caían asesinados como con su propio
veneno. Un clamor de muerte se alzó en el cielo, y el mismo cielo se estremeció y las nubes
negras estruendosas se agrupaban y acercaban al campo de batalla como queriendo entrar
en la contienda. Y los 7 hermosos generales y sus compañías eran como lumbreras que
disipaban la noche, y sus soldados estrellas que remueven el día.

Beilian cayó al suelo tras el empuje brutal de un contrario, y este en el suelo


indefenso vio como el tosco hombre apuntaba contra él su espada para aniquilarlo, y era
hora de morir si no es porque una larga serpiente mordió el talón del malvado. Y en las
dunas onduladas serpenteaban culebras por todos lados, y echaban veneno por la boca y por
los ojos, y apuñalaban con colmillos de fuego los talones de los enemigos, y eran mil
serpientes, como plaga que nace en la arena. Estas víboras tampoco parpadeaban, y
lanzaban mortales mordeduras a todos lados, y caían muertos montones de ellos. ¡Ah!
Cuantos muertos cayeron ya sea por el miedo o por el veneno del colmillo.

¿Qué sucede?. Exclamó excitado Beilian ¡Serpientes aladas parecen, saltando a la


horta de mis enemigos!- Lejos en la batalla, a unos cincuenta metros vio tenuemente a la
dama blanca batiendo y abatiendo con la espada ondulada a sus enemigos, y en su espada
se enroscaba una terrible serpiente, y la luz de la dama cegaba a los contrarios y les
incineraba con el fulgor de su presencia.

Salome, hermosa guerrera, que blande la espada mientras cabalga vigorosa, el


viento le penetra los cabellos suaves, la mirada honda. Indomable corazón, el fuego
femenino con el cual forjase la templanza, el filo de su acero brilla como estrella que,
asomándose en la noche nublada, trae la esperanza para un hombre extraviado. Y
lanzándose como una fiera cegada por la luz, ya no ve la oscuridad, y blande la espada a los
cuellos inmundos. No había visto Beilian tanta belleza encarnada en una guerra, pues
parecía una angélica mujer que no sufre de odio mientras mata y emputa las extremidades
enemigas. En medio de las hordas grises, los cascos negros y los uniformes sucios, Salomé
resaltaba por su femenina presencia, la cota de malla brilla como estrellas, la reluciente
espada sangrienta parece un relámpago airado, como un rayo que traspasa los cuerpos. Sus
ojos claros son como saetas, su hermoso rostro es como un milagro que aparece en la
fealdad de la batalla. Al lado de Salomé había una mujer traslucida que brilla y monta un
corcel nevado. Y su espada era terrible, y su técnica perfecta.

Los alaridos de los que se topan con su acero amargan las nubes. El sol escondido
entre los negros nubarrones clama al caos el cese de la contienda. Beilian envuelto en ropas
sangrientas, su grito de guerra entre la batalla es escuchado por los hombres que, cubiertos
en pesados escudos empujan las filas enemigas hacia el acero de las tropas en la
retaguardia. Beilian intenta reencontrarse con Salome en medio de cruel matanza. Los
esposos mueren, los hijos caen junto con sus padres. Algunos encuentran el fin por amor,
en paz. Otros caen con el odio, dándose a sí mismo una última estocada. La arena del
desierto se levanta con furia cegando el panorama. Las dunas se tornan rojas, los labios se
resecan. La esperanza es el arma de los fieles.

Le costó a Beilian ocho cruentos minutos llegar al lado de Salomé, se miraron


hermosamente cuando cruzaron sus miradas, sus rostros llenos de sangre sudor y arena.
Los soldados agotados por el calor desértico y el fragor de la batalla, vieron con asombro, y
como hipnotizados por una ilusión sublime, como la pareja peleaba respaldadas por dos
mujeres traslúcidas que emanaban una luz extraña. Como dos diosas que descienden del
cielo mismo, y no se manchan ni se inmutan ante tanta confusión. Una flecha carnívora
muerte el muslo de Beilian, este cae arrodillado en medio de sus enemigos, Salomé,
percatándose horrorizada, salta como una endemoniada fiera con la espada en alto,
despedaza a unos, hiere a otros tres. Las dos damas traslucidas, sin parpadeo alguno pelean
con enemigos más mortíferos.

Una saeta malintencionada traspasa el hombro de Salomé, hermosa guerrera. Lanza


un grito de dolor que aflige los sentimientos de su esposo. Salomé haciendo un gran
esfuerzo por sostener la espada, alcanza ver a lo lejos, lejos de la batalla, como rostros de
barbados ancianos que se asoman por entre las nubes. Con los ojos atentos en la terrible
sarracina. Beilian También lo ve, en el horizonte occidental asoma en una poderosa nube el
rostro de un preocupado anciano de larga barba y cejas negras tupidas. En el horizonte
oriental otros rostros más jóvenes se asomaban por entre las espesas nubes. Facciones
perfectas de hombres poderosos con túnicas y cascos, mirando penetrantemente la batalla.

¡Son las potestades del cielo que han puestos sus ojos en esta contienda! – gritó
Bohemundo, animando los ejércitos a no abandonar jamás el impetuoso furor. – ¡Pelar,
pelar! Gritaba con el corazón rugiendo ¬ Las divinas jerarquías confían en nosotros. En
vuestra espada está latente la esperanza de un mundo mejor, ¡la morada nueva espera!
La puerta entrecerrada aguarda a los fieles, el fin de está era moribunda concluye
devorada por vuestros enemigos, que el odio no nos aseche en nuestros último respiro,
¡pelar! Una raza noble espera, seamos dignos de la bonanza de un nuevo reino.
Entonces Balduino, similar a un cometa que atraviesa raudo el firmamento nocturno,
apareció galopando exaltadamente y gritando con un ahínco terrible, que alzó en sus
hombres la voluntad de un depredador hambriento que, al ver pastar a los corderos
macilentos, se lanza con el afán de matar a todo el rebaño.

– ¡Escuchad hombres nobles de corazón esperanzado! ¡Pierdan todo escrúpulo


contra nuestros enemigos!, pues la piedad hacia ellos nos cegaría y nos harían caer en
vano, y los dioses que en las nubes nos observan escupirán repudios a nuestros cuerpos
estériles. Y no seremos merecedores de una morada digna y en nuestras caras se
cerraran las puertas sacras al reino prometido– Entonces los hombres perdieron todo
escrúpulo y mancharon el acero de sus lanzas y espadas con las carnes impías de los
hostigados enemigos.

Entonces Sésimo Adimon alentó a los ejércitos gritando majestuosamente y


opacando el alarido funesto del combate – ¡La sombra se extiende en los cuatro puntos
cardinales, y en ellos ha de reposar el reptil de la perdición, que os devoraran si llegasen
a fracasar!. Todo el que desista de la espada, será asesinada por una, todo el que sufriere
de miedo morirá aterrado. Todo el que apagase el fuego de su corazón quedará sin luz y
arderá entre las llamas. Todos los que no beban el agua del desierto morirán de sed.
Todo el que ensucie el agua del desierto morirá infectado. ¡No os quejéis si la saeta
penetrase vuestra fugaz piel!. ¡No os quejéis si la espada traspasa el cuero mundano!, no
os quejéis si agobiados por la sarracina no encuentran aire para subsistir. ¡No os quejéis
del dolor! ¡Morir en silencio mis hermanos! ¡Morir con honor! ¡Morir con amor! ¡Morir
sabiendo que pelearon! Un día nuevo vendrá con su esplendor, y la aurora verá a los
hombres nobles que en medio de la noche sus corazones fueron guiados con la tenue luz
de la fe de un sol venidero. ¡Somos instrumentos de una fuerza! ¡Somos los hijos de la
aurora! ¡Somos el misterio de la espada! Y la sangre que corre por la hoja afilada es la
misma que corre por vuestras venas. Y lo que bebieran agua sin nunca morir ni pelear si
quiera, perderán toda esperanza, y serán aborrecidos por la misma tierra, abortándolos
cual feto deforme debe ser expulsado. – Entonces los soldados alentados y llenos de
vehemencia clamaron a Sésimo Adimon que los aparara en la vanguardia.

Sucedió que Sésimo montado en su robusto caballo negro se precipitó al frente


donde la muerte abunda, y mientras galopaba invicto, las compactadas tropas le
abrieron paso y le gritaban alabanzas y le glorificaban. Entonces Sésimo agitó la espada
en forma amenazante enfrente de sus enemigos y alzó la voz. Los soldados le
escucharon de tal manera que su voz terrible alzó en ellos la tenacidad y Adimon alzó
la voz para subir la moral por segunda vez. – ¡Tengo potestad para aniquilar al que
retroceda!, al cobarde que dé la espalda y sucumba ante el miedo o el odio ¡yo mismo le
degollaré! Soy la sombra de la luz aclarada, y el que no combata las sombras no merece
vivir en el reino de la luz. Autorizado estoy de aniquilar los que no peleen con férreo
empeño la sombra que les esclaviza. Entonces todos los soldados gritaron
vigorosamente y se lanzaron contra el enemigo, como la luz del sol que se abate sobre
la tierra en tinieblas antes del amanecer.

Aconteció que Beilian divisó a lo lejos una terrible mujer preciosa. Su cuerpo
esculpido en curvas, su rostro hermoso como creado por el cielo emanaba una belleza
abismal. Su mirada era penetrante y expresaba ternura, pero en el fondo se escondía
cierto delito. Estaba sin prenda alguna, solo con los zapatos de guerra y el cinturón
donde envainaba la espada. La desnuda carne tersa de su bello cuerpo enamora. Y
empuñaba la espada con mortal técnica, sus movimientos como la de una víbora fatal,
desconcertaba a los soldados. Un puñal en el pecho hirió a Beilia al percatarse de la
dama, y se sintió como desfallecer y las piernas temblequeaban. Entonces armabase de
coraje y se precipitó al frente donde la hermosa dama estaba, una vez frente a ella con
los ojos cerrados sin chocar con su mirada, con un tajo de su espada decapito a la mujer,
su cuerpo hermoso cayó en la arena como un toro muerto y levanto polvo como si fuese
un elemento muy pesado. La cabeza quedando con los ojos abiertos miraba aun hacia
todos lados. La Reina traslucida llegó para amparar a Beilian, y todos los soldados se
sintieron confortados. Entonces la blanca dama levantó al cielo la espada que una
culebra enrollaba y como con fuego pulverizó la cabeza de la lujuriosa mujer macabra.
Sucedió que Beilian alzó la voz con majestuoso ímpetu que incluso la blanca reina se
detuvo para oír sus palabras.
¡Muerte a la entidad venérea!, ¡muerte al veneno delicioso! Pues majestuoso es
recibir en carne y hueso la naturaleza celestial. ¡ ah que dolor han de sentir los que caen
ante el rencor a la vida! ¡ hay de esos que al cáliz

Una mano ajena en el hombro, una voz que me conduce por pasos indecisos

Salome, hermosa guerrera, que blande la espada mientras cabalga vigorosa, el


viento le penetra los cabellos suaves, la mirada honda. Indomable corazón, el fuego
femenino con el cual forjase la templanza, el filo de su acero brilla como estrella que,
asomándose en la noche nublada, trae la esperanza para un hombre extraviado. Y
lanzándose como una fiera cegada por la luz, ya no ve la oscuridad, y blande la espada a
los cuellos inmundos. No había visto Beilian tanta belleza encarnada en una guerra,
pues parecía una angélica mujer que no sufre de odio mientras mata y emputa las
extremidades enemigas. En medio de las hordas grises, los cascos negros y los
uniformes sucios, Salomé resaltaba por su femenina presencia, la cota de malla brilla
como estrellas, la reluciente espada sangrienta parece un relámpago airado, como un
rayo que traspasa los cuerpos. Sus ojos claros son como saetas, su hermoso rostro es un
milagro que aparece en la fealdad de la batalla. Al lado de Salomé había una mujer
traslucida que brilla y monta un corcel nevado. Y su espada era terrible, y su técnica
perfecta.
Los alaridos de los que se topan con su acero amargan las nubes. El sol escondido
entre los negros nubarrones clama al caos el cese de la contienda. Beilian envuelto en
ropas sangrientas, su grito de guerra entre la batalla es escuchado por los hombres que,
cubiertos en pesados escudos empuja las filas enemigas hacia el acero de las tropas en
la retaguardia. Beilian intenta reencontrarse con Salome en medio de cruel matanza.
Los esposos mueren, los hijos caen junto con sus padres. Algunos encuentran el fin por
amor, en paz. Otros caen con el odio, dándose a sí mismo una última estocada. La arena
del desierto se levanta con furia cegando el panorama. Las dunas se tornan rojas, los
labios se resecan. La esperanza es el arma de los fieles.

Le costó a Beilian ocho cruentos minutos llegar al lado de Salomé, se miraron


hermosamente cuando cruzaron sus miradas, sus rostros llenos de sangre sudor y arena.
Los soldados agotados por el calor desértico y el fragor de la batalla, vieron con
asombro, y como hipnotizados por una ilusión sublime, como la pareja peleaba
respaldadas por dos mujeres traslúcidas que emanaban una luz extraña. Como dos
diosas que descienden del cielo mismo, y no se manchan ni se inmutan ante tanta
confusión. Una fecha carnívora muerte el muslo de Beilian, este cae arrodillado en
medio de sus enemigos, Salomé, percatándose horrorizada, salta como una
endemoniada fiera con la espada en alto, despedaza a unos, hiere a otros tres. Las dos
damas traslucidas, sin parpadeo alguno pelean con enemigos más mortíferos.

Una saeta malintencionada traspasa el hombro de Salomé, hermosa guerrera. Lanza un


grito de dolor que aflige los sentimientos de su esposo. Salomé haciendo un gran
esfuerzo por sostener la espada, alcanza ver a lo lejos, lejos de la batalla, como rostros
de barbados ancianos que se asoman por entre las nubes. Con los ojos atentos en la
terrible sarracina. Beilian También la ve, en el horizonte occidental asoma en una
poderosa nube el rostro de un preocupado anciano de larga barba y cejas negras tupidas.
En el horizonte oriental otros rostros más jóvenes se asomaban por entre las espesas
nubes. Facciones perfectas de hombres poderosos con túnicas y cascos, mirando
penetrantemente la batalla.

¡Son las potestades del cielo que han puestos sus ojos en esta contienda! – gritó
Bohemundo, animando los ejércitos a no abandonar jamás el impetuoso furor. – ¡Pelar,
pelar! Gritaba con el corazón rugiendo – Las divinas jerarquías confían en nosotros. En
vuestra espada está latente la esperanza de un mundo mejor, ¡la morada nueva espera!
La puerta entre cerrada aguarda a los fieles, el fin de está era moribunda concluye
devorada por vuestros enemigos, que el odio no nos aseche en nuestros último respiro,
¡pelar! Una raza noble espera, seamos dignos de la bonanza de un nuevo reino.
Entonces Balduino gritó terriblemente, alzando en sus hombres la voluntad de un
depredador hambriento que, al ver pastar a los corderos macilentos, se lanza con el afán
de matar a todo el rebaño.
– ¡Escuchad hombres nobles de corazón esperanzado! ¡Pierdan todo escrúpulo
contra nuestros enemigos!, pues la piedad hacia ellos nos cegaría y nos harían caer en
vano, y los dioses que en las nubes nos observan escupirán repudios a nuestros cuerpos
estériles. Y no seremos merecedores de una morada digna y en nuestras caras se
cerraran las puertas sacras al reino prometido– Entonces los hombres perdieron todo
escrúpulo y mancharon el acero de sus lanzas y espadas con las carnes impías de los
hostigados enemigos. – Entonces Balduino gritó terriblemente, alzando en sus hombres
la voluntad de un depredador hambriento que, al ver pastar a los corderos macilentos, se
lanza con el afán de matar a todo el rebaño.

–¡Escuchad hombres nobles de corazón esperanzado! ¡Pierdan todo escrúpulo


contra nuestros enemigos!, pues la piedad hacia ellos nos cegaría y nos harían caer en vano,
y los dioses que en las nubes nos observan escupirán repudios a nuestros cuerpos estériles.
Y no seremos merecedores de una morada digna y en nuestras caras se cerraran las puertas
sacras al reino prometido– Entonces los hombres perdieron todo escrúpulo y mancharon el
acero de sus lanzas y espadas con las carnes impías de los hostigados enemigos.

Lleno de esperanza más que de angustia abandonó el campo de batalla donde aullaba la
muerte y subió rápidamente la montaña que al oriente se levantaba el cual limitaba con el
diserto y un oasis. Los soldados consternados dudaron de su valentía porque se alejaba del
combate hacia la empinada montaña, y parecía una estrella fugaz que escapa rauda de la
noche y deja atrás el mundo y las tinieblas de la guerra. Beilian subió forzosamente y
tropezó cuatros veces con cuatro piedras angulares, y no volvió a tropezar. Al llegar a la
cima vio con asombro una cueva solitaria, virgen por el tiempo, y le pareció que ningún
hombre jamás habría entrado allí, en la penumbra de aquella cueva angosta. Miró hacia
atrás y desde lo alto observó la batalla con horror, y lo perturbó los gritos agudos de los
hombres que mueren y que se mezclaban con los rugidos roncos de los que asesinan, y las
quejas de los mutilados y los alarido de los samuros que gozan, todos estos sonidos
funestos se alzaba al cielo como miles de llantos guturales que resquebrajan el alma.

Entró a la cueva y toda luz murió, y los gritos de afuera se esfumaron y sólo estaba
él en soledad y rodeado de tinieblas. Caminó por la angosta cueva hasta que un expectante
silencio le chillaba en los oídos, y era como miles de grillos que cantaban en su cerebro. Un
silencio absoluto y su mente callada. Mas sintió la presencia de alguien, y Beilian, ciego
totalmente en la cueva y lleno de un gran respeto dijo en vos solemne como sintiendo que
sus palabras eran escuchadas por alguien furtivo.

- Estoy en pleno silencio, a donde me has llamado, ¡ven! me has dicho, y yo he


concurrido.

Y en la cumbre montañosa se erguía aquel castillo indomable, hermoso, esplendoroso


lleno de luz de fuego. Sus paredes eran de mármol y había místicas figuras pintadas en sus
paredes representando los primeros días de los hombres, y la ascensión de los guerreros a la
morada de los dioses luego de la primera gran batalla, en tiempos remotos. El sol naciente
iluminaba sus paredes blanquecinas, y a lo lejos los viajeros veían como una estructura
inmaculada en medio del desierto, rodeada también por la ciudad mundana. Parecía el
castillo una representación arquitectónica del cielo, mostrando su majestad, y como si sus
obreros hubieran sido los mismos ángeles y arcángeles y comandados por dioses inefables
que dirigen la gran obra.

Beilian observó inspiradamente la arquitectura superlativamente divina y hermosa, y se


le aguaron los ojos cuando suspiró profundamente.

- Que mis ojos no estén soñando, ni encantados por pócima alguna. Y que mi alma
resguarde entre llaves y espadas este hermoso recuerdo. ¡Qué glorioso palacio real!
Qué santas manos talló esas paredes, ¡esas grandes piedras están posesas por dios, y
dios queriendo bajar a la tierra encontró donde morar!.

Arrió a Rapaz ligero y subió los serpenteantes caminos que subían hacia el palacio.
Al llegar vio las gigantescas puertas. No había arqueros ni centinela alguno. Parecía
vacío e inhóspito el sagrado lugar, como si hubiera sido abandonado hace siglos, y aun
así su hermosura no menguara. Tocó la puerta y esperó nueve minutos, tres veces su
caballo relinchó con afan por entrar. Su espera fue asistida, las puertas se abrieron.
Belian bajó del caballo y entro lenta y asombradamente, un pasillo largo, rodeado de
pinos gigantescos y estatuas de antiguos valerosos guerreros, que median cuatros
metros de largo. Esculturas hermosas. Entró caminando junto con su corcel, y le extrañó
que hubiera un silencio misterioso. Escondidos en los pinos se asomaron unos hermosos
niños, riendo y jugueteando, como si se divirtieran espiando al nuevo visitante. Muchos
niños entre los 5 y 7 años salieron a recibir a Beilian, entre risas y caricias le abrazaban
las piernas y jugaban con él, el joven, maravillado, se arrodilló para abrazar a los niños
y acariciarles los cabellos.

– ¡¿Quiénes son ustedes, donde están los grandes?, los adultos quiero decir!

No están en este momento- Contestó uno de los niños con una gran sonrisa-¡Ahora
estamos a cargo nosotros!, ¡nosotros somos los más grandes!

Beilian sin saber qué contestar no le quedó más remedio que sonreír.

- ¿Iras a la fiesta? ¿Iras? ¿Iras?, es un secreto, sssh- Dijo una morena niña poniéndose
el dedo índice en medio de la boca.

Estoy muy cansado, quisiera tomar algo de agua, y esperar a mi señor, rey de este
castillo- Los niños sólo reían jocundos.

Al fin uno de ellos habló – Soy Zifael- Dijo el niño con una sonrisa- Soy el mayor de
todos, no puedes descansar aun, debes limpiarte, pues has llegado sucio.

¿Cuántos años tienes Zifael? Sí, me caería bien un baño, pues estoy cubierto de barro y
polvo, no recuerdo la última vez que toque una tina. También muero de hambre, ¿tiene
algo de pan? Disculpe mi atrevimiento.

Tengo siete años- Contestó Zifael, y luego jugueteo con Beilian.

Fue llevado Beilian al gran salón suntuoso, el cual, al entrar se extasió por su
poderosa y divina arquitectura. Salones brillantes con pisos lujosos de color dorado en
el cual se dibujaban pinturas majestuosas de símbolos extraños. Beilian levantaba la
cabeza a menudo para ver los altivos techos en forma de cúpula, y sus paredes gigantes
describían pinturas excelsas donde se relataba la última batalla librada en la era anterior.
Sus ojos pardos no alcanzaron a detallar ni la cuarta parte de ese salón, había tantas
pinturas tan bien pintadas, tan bien detalladas y talladas en alto relieve. Aunque hubiera
estado semanas completas escrutando cada pintura de ese gran salón, haría falta años
para darse cuenta de los miles de detalles ocultos que cada pintura guardaba
disimuladamente.

Beilian fue llevado a los baños del palacio, donde se bañó con rosas rojas y con
plantas amargas. Posterior a esto fue conducido a un cuarto con escasa luz donde un
humo le cegaba y le limpiaba. Fue llevado después a un modesto comedor, que parecía
más bien una casucha humilde y se le sirvió un vaso de agua cristalina, minutos después
los niños entre risas y juegos le sirvieron deliciosas comidas y frutas de gran variedad. –
No pensé que un lugar tan humilde existiera dentro de este palacio tan lujoso. Dijo
maravillado Belian mientras bebía el agua.

-Es un fundamento-Contestó uno de los niños mientras reía. Luego fue conducido a
las recamaras del palacio, donde durmió plácidamente y tuvo un sueño hermoso que
jamás olvidó en vida. Al despertar, se vio en soledad en la estancia lujosa, ¿dónde
estoy?- Se preguntó maravillado y confundido- ¡Ah!, ¡cierto!, cierto…- Dijo suspirando
y una lagrima de alegría se le deslizó por el rostro. Se quedó sentado en la cama largo
rato, gozando de lo que sentía, como disfrutando del momento silencioso. Luego se
dispuso a caminar por el castillo, a solas, perderse en semejante palacio gigante,
extraviarse en sus pasillos. Camino a solas y afortunadamente se vio perdido, habían
pasillos larguísimos, anchos y angostos, todas las paredes eran de gran tamaño, las más
pequeñas eran de seis metros, y llegó a conseguir pasillos donde sus paredes median 12
metros, y salones con la cúpula coronada a 20 metros, era impresionante. Aunque
caminaba solo, no sentía soledad, no se sentía desorientado, aunque no supiera donde
estaba. Se sentía acompañado por una hermosa presencia que vivía en la misma roca de
cada pared. Todo estaba vivo. El olor incesante a rosas, dulces flores, se respiraba una
alegría exagerada, y el corazón en todo momento lo mantuvo hinchado de júbilo.

Al fin, de tanto caminar se encontró con un señor, era anciano y usaba bastón, de
piel negra, gordo, cabello corto y churco y blanco como la nieve. – ¡Joven Beilian, lo
hemos estado buscando! ¿Dónde se había metido?.

Beilian sintió un súbito respeto por este anciano memorable, que expresaba con su
sola presencia una solemnidad indescriptible. – maestro, es un gusto conocerlo, he
estado caminando por todas partes, quería perderme y lo logré, ¡muchos pasillos,
muchos salones gigantes! Qué belleza, ¿cómo es su nombre?. El anciano sonrió y
contestó- ¿Cómo te ha ido en tus sueños? ¡Dormiste bien por lo que veo!. Si, esto es un
lugar grande, pero jamás podrás perderte aquí.

Ven, sígueme- Dijo el anciano- Te estamos esperando, el señor de este lugar te espera,
pues has llegado, y todos los visitantes son bien agasajados, aunque sea campesino o un
altivo rey.

Caminaron y no hablaron en casi todo el trayecto, hasta que Beilian rompió el silencio
preguntando- ¿cuánto mide este palacio, cuáles son sus dimensiones?

Tiene 10 dimensiones. Es decir, bueno, me refiero a que son diez kilómetros cuadrados.

-lo que me extraña- contestó Beilian- Es que, aunque es tan extenso, solo tiene un
piso, hay algunas gradas, pero siempre dentro de la primera planta, me refiero a que no
veo escaleras hacia arriba que me lleven a una segundo piso- El anciano guardó
silencio.

Beilian fue conducido a una augusta estancia de deliciosos aromas dulces donde
sonaba exquisitamente la música del cielo, piano, violines, bajos, tenores y sopranos
cantaban hermosamente. El salón era gigantesco, el techo era un domo
extraordinario donde la luz dorada traspasaba suavemente. En el gran salón había
numerosas estatuas gigantes de serpientes aladas. En el fondo de la gran cámara
estaba el trono precedido por tres gradas, allí estaba el rey, señor del castillo, con
una ligera sonrisa y la mirada penetrante, escrutando las almas. a los costados
habían numerosas sillones elegantes de madera, al lado izquierdo del rey estaban los
varones, allí estaban sentados solemnemente altos señores de altos honores, en las
primeras filas habían ancianos altivos de cabellos blancos y grises, afeitados o con
barbas largas y cortas, y en las ultimas sillas estaban los jóvenes virtuosos, de alma
esplendorosa, con los ojos abiertos. Al lado derecho estaban taciturnas las mujeres
hermosas, preciosas damas de largos cabellos dorados, castaños claros y oscuros de
pieles blancas, trigueñas y negras. Todas tenían los ojos cerrados, como sumergidas
en una meditación remota.

Los varones, tanto los ancianos como los jóvenes al lado derecho de sus
cinturas envainaban hermosas espadas con empuñaduras de serpientes o cabeza de
leones, o dragones. Las damas y los caballeros vestían prendas hermosas de
diversos colores. Algunos incluían capa, otros capacetes. Pero el rey, que estaba
sentado en el trono, en su cintura ceñía una serpiente, que le servía como espada
mortífera. Beilian sintió una gran solemnidad, como un profundo respeto que no
sabía cómo expresas. El señor que le acompañaba, aquel personaje anciano y
barrigón secretó a Beilian – acércate al rey, pues se acerca el momento en que
recibirás lo que buscaste. Beilian camino erguido pero con gran humildad hacia el
trono y se detuvo en el primer escalón, miró detenidamente al rey y lo reconoció.

- ¡Eres el anciano vagabundo, el que me insultó, te vi pidiendo comida largo tiempo


en las calles hietmitas!

Y a pesar de mis insultos te mostraste muy cortes- Respondió el rey sonriendo.

¿Cómo es posible que seas rey y vagabundo a la vez? ¿Y por qué me insultaste siendo
tu alguien tan excelso?.

Te diré que un verdadero rey puede cambiar su ropa a voluntad, puedo vestir de
pordiosero y seguir siendo un rey, pues el reinado interno no mengua con ropas
desdeñadas, ni aumenta con coronas de diamante. Por otro lado, mis insultos hacia ti
fueron necesarios, necesitaba saber quién eras.

Tus insultos me han dolido, me hirieron en el fondo, pero aquí estoy, sano y salvo. ¡Qué
cosas estas de la vida!.

¡Así es! El maestro manda fieras hambrientas al aspirante, y si sobrevives, se conviertes


en un discípulo.

Abajo, en catatumbas Beilian fue vendado, todo era oscuro, al final del noveno
subterráneo en una cámara secreta fue puesto en cautiverio. Todo era negro, aunque los
ojos mantuviese abiertos no veía nada. A las seis de la mañana con pan y agua era
alimentado y no volvia a ingerir nada hasta pasadas veinticuatro horas. Las primeras
horas de encierro se alegró, pues pensó que era parte de algún rito especial que
precedida un evento extraordinario. Se veía él sentado en aquellas augustas sillas de
madera elegantemente talladas, con túnica y espada y meditabundo con los otros
ancianos compañeros. Pasaron seis horas, y sentado a oscuras en la cámara secreta se
quedó dormido. Tuvo pues sueños extraños, ciertamente luctuosos. Despertó y se sentía
desorientado, no sabía cuántas horas habían pasado, empezó a asustarse. Pasaron seis
horas más, en oscuridad total, creyó que ya era suficiente tiempo y deseaba salir de una
vez. Empezó a tantear con las manos cada ranura de la pared, intentado buscar alguna
puerta. Pero todo fue en vano. En un rincón se agachó y en posición fetal cayó en una
terrible tristeza.

Así pasaron los primeros quince días. Había perdido toda percepción de tiempo, hora,
día, mes y año. En realidad nunca le importó. Ya estaba acostumbrado a la oscuridad, y
por ocio, si es que se le puede decir ocio, intentaba ver en la oscuridad imágenes de
flores y rosas hermosas. Al principio le era imposible penetrar la penumbra, pero luego
su imaginación se hizo poderosa, llegando incluso a imaginar con ojos abiertos el
nacimiento de un retoño, sus flores preciosas acariciadas por los vientos, la llovizna
que empaña los pétalos con delicadas gotas del cielo. Sintió en oportunidades imaginar
ser el mismo retoño ser él mismo las flores nacientes. Así se entretenía él en la
oscuridad de la caverna. En momentos el hambre le acuchillaba el estómago, las tripas
le rugían, el pan era mezquino, el agua apenas saciaba su sed. El silencio siempre era
absoluto, su mente ya no vagabundeaba, todo era silencio.

El día treinta y nueve de cautiverio a las 11:57 de la noche recitó un poema para si
mismo.
A donde lo llevan, pronto lo sabrás y te armaras de voluntad en la densidad. Y te
iluminaras en la oscuridad, más carecerás de velas y fogatas.

Salome, oasis del desierto, sediento he estado en el sendero solitario

A mis labios traes agua ¡oh mujer hermosa!

En el lago sacro purgamos nuestros males.

Amor por tus errores y tú por los míos.

A sufrir, ¡ay! Al mismo infierno acudir debemos

Salome, el agua hirviendo hiere

Intrepidez frente al espejo verdadero

Amor por el que me maldijo. Prudencia con el imprudente

Silencio a los quejidos. Reflexión ante el dolor

Salome, a tu corazón me inclino y beso tus pies

Nupcial ritual para los amados

Ritual sagrado por el fuego renovado

La piedra en alto por el agua bautizado

Al calor del cáliz los dioses se convocan

Arde la aflicción, ¡oh víbora celeste!

Alada eres, no te quemas con el fuego

Acude cascabel, ¡tu veneno me revive!

¡Esbelta eres en la corona triple!

Salome, tu calor con el mío arde

Y en voces sacras que vibran en las llamas

Se invocan la presencia de una reina muy terrible

Salome enamorado estoy de ti


Y de tu reina cascabel que ama a mi gran amado.

Balduino hombre de presteza, que has atiborrado a los enemigos más amargos, sabe pues
que una daga se te entrega. Para que la empuñes en los momentos más nefastos. Balduino
hombre de grandeza, que pastas donde el pastor te ha ordenado, mira cómo se agitan en los
corrales las ovejas, al encuentro con la noche con los lobos asechando. Oveja eres en el
barro más mugriento, oveja pastora que pasta con paciencia, tenaz eres ante el aullido
predador, pues pastas sin cesar ante los canes asesinos.

Balduino el silencio ha invocado, con palabras santas que no entienden los mendigos. Los
puercos pisotean las bellezas que los imprudentes cosecharon con sudor. ¡Ah! ¡Balduino!
¡Ruego tu prudencia! y no entregues el tesoro al rufián que fisgonea. Fugaz curioso no ha
venido por clamor, si no a promulgar sus falacias que el horrendo profanó. Acude oh
silencio y dame la templanza de oír la voz que viene de tu son.

Salome, hermosa guerrera, que blande la espada mientras cabalga vigorosa, el viento le
penetra los cabellos suaves, la mirada honda. Indomable corazón, el fuego femenino
con el cual forjase la templanza, el filo de su acero brilla como estrella que,
asomándose en la noche nublada, trae la esperanza para un hombre extraviado. Y
lanzándose como una fiera cegada por la luz, ya no ve la oscuridad, y blande la espada a
los cuellos inmundos. No había visto Beilian tanta belleza encarnada en una guerra,
pues parecía una angélica mujer que no sufre de odio mientras mata y emputa las
extremidades enemigas. En medio de las hordas grises, los cascos negros y los
uniformes sucios, Salomé resaltaba por su femenina presencia, la cota de malla brilla
como estrellas, la reluciente espada sangrienta parece un relámpago airado, como un
rayo que traspasa los cuerpos. Sus ojos claros son como saetas, su hermoso rostro es un
milagro que aparece en la fealdad de la batalla. Al lado de Salomé había una mujer
traslucida que brilla y monta un corcel nevado. Y su espada era terrible, y su técnica
perfecta.

Los alaridos de los que se topan con su acero amargan las nubes. El sol escondido entre
los negros nubarrones clama al caos el cese de la contienda. Beilian envuelto en ropas
sangrientas, su grito de guerra entre la batalla es escuchado por los hombres que,
cubiertos en pesados escudos empuja las filas enemigas hacia el acero de las tropas en
la retaguardia. Beilian intenta reencontrarse con Salome en medio de cruel matanza.
Los esposos mueren, los hijos caen junto con sus padres. Algunos encuentran el fin por
amor, en paz. Otros caen con el odio, dándose a sí mismo una última estocada. La arena
del desierto se levanta con furia cegando el panorama. Las dunas se tornan rojas, los
labios se resecan. La esperanza es el arma de los fieles.

Le costó a Beilian ocho cruentos minutos llegar al lado de Salomé, se miraron


hermosamente cuando cruzaron sus miradas, sus rostros llenos de sangre sudor y arena.
Los soldados agotados por el calor desértico y el fragor de la batalla, vieron con
asombro, y como hipnotizados por una ilusión sublime, como la pareja peleaba
respaldadas por dos mujeres traslúcidas que emanaban una luz extraña. Como dos
diosas que descienden del cielo mismo, y no se manchan ni se inmutan ante tanta
confusión. Una fecha carnívora muerte el muslo de Beilian, este cae arrodillado en
medio de sus enemigos, Salomé, percatándose horrorizada, salta como una
endemoniada fiera con la espada en alto, despedaza a unos, hiere a otros tres. Las dos
damas traslucidas, sin parpadeo alguno pelean con enemigos más mortíferos.

Una saeta malintencionada traspasa el hombro de Salomé, hermosa guerrera. Lanza un


grito de dolor que aflige los sentimientos de su esposo. Salomé haciendo un gran
esfuerzo por sostener la espada, alcanza ver a lo lejos, lejos de la batalla, como rostros
de barbados ancianos que se asoman por entre las nubes. Con los ojos atentos en la
terrible sarracina. Beilian También la ve, en el horizonte occidental asoma en una
poderosa nube el rostro de un preocupado anciano de larga barba y cejas negras tupidas.
En el horizonte oriental otros rostros más jóvenes se asomaban por entre las espesas
nubes. Facciones perfectas de hombres poderosos con túnicas y cascos, mirando
penetrantemente la batalla.

¡Son las potestades del cielo que han puestos sus ojos en esta contienda! – gritó
Bohemundo, animando los ejércitos a no abandonar jamás el impetuoso furor. – ¡Pelar,
pelar! Gritaba con el corazón rugiendo – Las divinas jerarquías confían en nosotros. En
vuestra espada está latente la esperanza de un mundo mejor, ¡la morada nueva espera!
La puerta entre cerrada aguarda a los fieles, el fin de está era moribunda concluye
devorada por vuestros enemigos, que el odio no nos aseche en nuestros último respiro,
¡pelar! Una raza noble espera, seamos dignos de la bonanza de un nuevo reino.
Entonces Balduino gritó terriblemente, alzando en sus hombres la voluntad de un
depredador hambriento que, al ver pastar a los corderos macilentos, se lanza con el afán
de matar a todo el rebaño.

–¡Escuchad hombres nobles de corazón esperanzado! ¡Pierdan todo escrúpulo contra


nuestros enemigos!, pues la piedad hacia ellos nos cegaría y nos harían caer en vano, y
los dioses que en las nubes nos observan escupirán repudios a nuestros cuerpos
estériles. Y no seremos merecedores de una morada digna y en nuestras caras se
cerraran las puertas sacras al reino prometido– Entonces los hombres perdieron todo
escrúpulo y mancharon el acero de sus lanzas y espadas con las carnes impías de los
hostigados enemigos.

A ti madre que te he olvidado,

Inmaculada que me has guiado, condúceme con tu amor discreto

Madre, cuantos dolores te he hecho pasar

Madre mia, a la vera del camino me he perdido

Dama hermosa perdona mis insultos, ahora dedico para ti estas palabras, palabras que
hace tiempo debí dedicar. La femenina diosa que llora, el dolor de un dios es más
quebrantable, tu corazón de luz no lo puedo imaginar, tu excelsa presencia, pido tu
perdón, soy malicioso y planeo falsedades. Perdóname señora y dame bendición, quiero
conocer tus caricias en mi cuerpo, quiero conocer a mi madre en mi pecho, madre mía
quiero conocer tu presencia en mi pecho y que mires en mis ojos lo que una madre
mira. Perdóname mamá porque he sido muy grosero.

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