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La incapacidad de organizar el saber disperso
y compartimentado conduce a la atrofia de la
disposición mental natural para
contextualizar y globalizar. La inteligencia
parcelada, compartimentada, mecanicista,
disyuntiva, reduccionista, rompe lo complejo
del mundo en fragmentos separados,
fracciona los problemas, separa lo que está
unido, unidimensionaliza lo
multidimensional. Es una inteligencia miope
que termina normalmente por enceguecerse”.
Edgar Morin
La perspectiva que muestra Morin refiriéndose a una inteligencia
parceladora y fragmentaria, tiene que ver con múltiples ámbitos del
conocimiento y las acciones humanas, se puede tomar como un
referente importante para comprender las segmentaciones o
articulaciones que resultan de la aplicación de una determinada forma
de conocer y re–presentar un lenguaje sobre las elaboraciones sobre el
mundo de las ideas y sus respectivos vínculos o disyunciones con el
mundo de la vida.
La cultura alude al cuerpo de tradiciones
sociales adquiridas que aparecen de forma
rudimentaria entre los mamíferos,
especialmente entre los primates. Cuando los
antropólogos hablan de una cultura humana
normalmente se refieren al estilo de vida
total, socialmente adquirido, de un grupo de
personas, que incluye los modos pautados y
recurrentes de pensar, sentir y actuar. (1981,
p. 27).
Esta otra mirada presenta la cultura como una apropiación, como una
posesión que los humanos toman, pero que a su vez define la existencia
humana. Una posesión que se produce gracias a la interacción entre los
humanos y de estos con el entorno, pero que no podría catalogarse
como supra o infra estructura, dado que el tomar posesión forma parte
de un complejo proceso en el cual los sujetos que producen la cultura
siempre están influidos por las condiciones y las determinaciones que la
cultura les impone.
Respecto al currículo y a la praxis docente como producto y
productores de cultura, resulta de interés destacar que en la medida en
que estos procesos sean más conscientes y deliberados, mayores serán
los efectos formativos que de ellos se derivarán. Cuanto más evidentes
sean los factores que determinan la selección cultural que en todo
currículo aparece como rasgo explícito o implícito, mayores serán las
opciones para que desde la gestión —incluido el diseño— se
configuren estrategias para lograr la autoestructuración de sujetos
capaces de comprenderse como parte de un sistema social en el que
pueden llegar a ser sujetos libres, si de modo deliberado así se lo
proponen.
Entendidas las construcciones culturales como posesiones que se
realizan a lo largo del tiempo, es claro que pueden ser dilapidadas,
manipuladas, moldeadas, enmarcadas y, lógicamente, reconstruidas o
preformadas de acuerdo con los intereses de quienes detentan el poder
y cuentan con el manejo simbólico y material de los mecanismos de
dominación. Así, el currículo y las prácticas docentes como componente
esencial de este, pueden constituirse en un dispositivo de simple
respuesta a los intereses dominantes o representar una singular
alternativa. Por esta razón se requiere el reconocimiento, el análisis y la
valoración crítica de la historia y de las condiciones existentes, para
emprender las acciones de transformación que, desde el presente,
potenciarán la consolidación de la cultura buscada como opción hacia
un mejor ser y un mejor estar.
Para que el análisis del contexto sea mucho más significativo, debe ser
complementado con un riguroso ejercicio de síntesis que valore
críticamente las lógicas de desarrollo social que caracterizan el entorno,
que así mismo caracterice e interpele los escenarios y sujetos de poder
que han producido su devenir histórico, y que a modo de prospectiva,
no de futurología, prevea el posible impacto que estas condiciones de
poder están en capacidad de generar hacia adelante.