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049 Congar PDF
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Esta manera de considerar la recepción nos parece demasiado reducida; para que exista
se requiere cierta distancia entre el que da y el que recibe. En cambio, si nos
mantenemos en el marco de la Iglesia una, su naturaleza y su exigencia de comunión
imposibilitan que la alteridad sea completa. Por ello proponemos una nueva acepción:
entendemos por "recepción" el proceso por el cual el cuerpo eclesial hace suya una
determinación que no se ha dado él a sí mismo, reconociendo en la medida promulgada
una regla que conviene a su vida.
LOS HECHOS
Los Concilios
Sus decisiones, incluso las dogmáticas, no se han impuesto por sí mismas de golpe y
con facilidad. La fe de Nicea fue plenamente "recibida" sólo después de 56 años
plagados de sínodos, excomuniones, destierros e intervenciones imperiales. El concilio
de Constantinopla marca el fin de esas tensiones; éste, con todo, no debe su carácter
ecuménico a su composición, que no lo era, sino a que su símbolo fue recibido por el
concilio de Calcedonia como expresión más acabada de la fe de Nicea. En efecto, el
símbolo de Constantinopla se leyó a continuación del de Nicea (2.a sesión) y los
cánones de 381 fueron leídos como "synodikon del segundo concilio" en la sesión 17.
Pero el concilio de Constantinopla sólo fue reconocido por Roma como el segundo de
los cuatro primeros concilios en 519, año en que el papa Hormisdas "recibe" la
profesión de fe del patriarca Juan. El mismo concilio de Éfeso sólo pudo alcanzar una
condición mínima de ecumenicidad como fruto del entendimiento de las escuelas de
Alejandría y de Antioquía, que se verificó dos años después de las sesiones; éstas
habían tenido lugar en dos asambleas distintas e independientes.
De la misma manera se podría continuar el estudio de todos los concilios desde el punto
de vista de su "recepción". El segundo concilio de Nicea, de 787, el último en común
con la Iglesia Ortodoxa de Oriente, declaró que, para que un concilio fuese ecuménico,
era necesario que fuese aceptado por los "praesules ecclesiarum" y, en primer lugar, por
el papa. Pero es necesario llegar a 1053 para encontrar en la profesión de fe enviada por
León IX a Pedro de Antioquía una recepción expresa por los papas del citado segundo
de Nicea.
El cuarto concilio de Letrán (1215) fue recibido en Occidente de tal forma que imprimió
sus huellas en la vida de la Iglesia profundamente y de forma duradera: tanto mediante
su profesión de fe Firmiter, que se convierte en esquema de enseñanza para clérigos y
fieles, como mediante sus 70 cánones, de los que 59 pasan al derecho eclesiástico,
incluso al Codex de 1917. En este aspecto la recepción de un concilio se identifica con
su eficacia; perspectiva que será de importancia para una interpretación teológica de la
recepción. El caso del concilio de Trento ilumina lo que venimos diciendo. El problema
y la dificultad de su "recepción" por parte de los protestantes se presenta una y otra vez
en la correspondencia entre Leibnitz y Bossuet. Se trataba ya de un caso de esta
recepción "exógena" que se busca hoy en el movimiento ecuménico, para llegar a
madurar un acuerdo entre iglesias desunidas.
YVES CONGAR
También es un caso de "recepció n" la aceptación del dogma del 18 de Julio de 1870 por
los obispos de la minoría, que habían salido de Roma el día anterior para no tener que
decir "non placet" cuando el voto estaba ya asegurado.
Se han usado diversas expresiones para indicar la recepción, como muestran las
siguientes afirmaciones en torno a la importancia de la acogida de las decisiones
conciliares:
San Juan Crisóstomo: "Las decisiones de los Padres de Nicea han sido aceptadas
por todo el mundo cristiano".
San Agustín enuncia un principio general: "Vides in hac re quid Ecclesiae catholicae
valeat auctoritas, quae ab ipsis fundatissimis sedibus apostolorum usque ad hodiernum
diem succedentium sibimet episcoporum serie et tot populorum consensione firmatur"
(C. Faust. XI, 2; PL 42, 246).
San León usa, al hablar de los cánones conciliares referentes al derecho de los
metropolitanos, la fórmula: "secundum sanctorum patrum cánones Spiritu Dei conditos
et totius mundi reverentia consecratos" (Epist. 14,2: PL 54,672).
Por otra parte, han existido numerosos concilios locales y documentos particulares que
han adquirido valor universal porque la Iglesia ha reconocido en ellos su fe -por vía de
recepción- según un proceso en el que, especialmente en Occidente, la recepción por la
Sede romana ha desempeñado un papel decisivo. Ejemplos de ello son los sínodos de
Antioquía de 629, el antipelagiano de Cartago de 418 (DS 222-230), los textos del
concilio de Orange sobre la gracia (DS 370-397), que fueron recibidos, aunque
tardíamente, atribuyéndoles una autoridad que excede al motivo que reunió a catorce
obispos en Orange en 529. Lo mismo puede decirse del XI concilio de Toledo de 675 y
su símbolo trinitario (DS 525-541), que fue "confirmado" por Inocencio III, y los
concilios de Quierzy (853) y Valence (855) sobre la predestinación. En fin,
precisamente mediante la "recepción" el símbolo Quicumque, de autor desconocido, y el
Filioque han sido reconocidos como expresiones auténticas de fe.
a) la formación del Canon de la Escritura, como puede comprobarse en los textos que
hablan de ella: Fragmento de Muratori (líneas 66, 72,82), Decreto del sínodo romano de
382 y del papa Gelasio "de recipiendis et non recipiendis libris", Decreto de 1441 para
los jacobitas (DS 1334), Decreto del concilio de Trento (DS 1501). Esta recepción
normativa, oficial, ha sido precedida por una recepción de hecho, por el uso de las
Iglesias, como muestran los tratados de historia.
b) las cartas sinodales, que fueron en la Iglesia antigua uno de los medios de
comunicación y de unidad. Los concilios solían mandarlas a los grandes centros de
comunión, como Roma y Alejandría, para comunicar sus decisiones a las otras Iglesias.
Una "recepción" era la respuesta a este envío. Lo mismo puede decirse de las cartas
sinódicas o de entronización que los papas o los patriarcas de Oriente enviaban a las
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sedes más importantes, con su profesión de fe, para anunciar su elección y establecer la
comunión con ellas.
Liturgia
Si estudiamos el modo como las fiestas litúrgicas se han extendido a toda la Iglesia en
los primeros momentos de su historia, nos encontramos con otro fenómeno en el que la
"recepción" ha jugado un papel decisivo. Así, numerosas fiestas marianas de Oriente
fueron recibidas en Occidente, como la Purificación, la Natividad y la Presentación. Lo
mismo ocurrió con la fiesta de la Inmaculada Concepción, procedente de Inglaterra, y
con la conmemoración de los difuntos, introducida por San Odilón (1025-1030) en los
monasterios cluniacenses e incorporada a la Iglesia latina por "recepción".
Derecho y disciplina
Los datos que hemos analizado anteriormente han dejado patente que los teólogos y la
vida de la Iglesia no han esperado a los juristas para hablar de recepción. De entre los
primeros puede citarse a Nicolás de Cusa en Concordantia catholica, lib II, cc 9 y 10.
En cuanto a la praxis eclesial, creemos que queda suficientemente aclarada nuestra
afirmación con el análisis realizado. Hemos citado también casos de "no-recepción". En
los tiempos recientes tenemos el caso anodino de la Veterum Sapientia de Juan XXIII,
prescribiendo la utilización del latín en la enseñanza de los clérigos (1960 ), y el más
delicado de la no recepción de la doctrina de la Humanae Vitae de Pablo VI por una
parte del pueblo cristiano y aun de teólogos católicos. ¿"No recepción"?,
¿"desobediencia"?, o ¿qué?, ¿una cierta dialéctica de recepción desplegada durante
varios años? Los hechos están ahí...
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a) La aceptación por la comunidad es un elemento necesario para que exista una ley. En
efecto, esos elementos son: 1) el acto de institución, 2) la promulgación, 3) la
aprobación, por la práctica, del grupo involucrado.
El primer gran canonista que formula esta tesis parece haber sido Francisco Zabarella
(1335-1417 ). Poco después, Nicolás de Cusa asumía la idea de "recepción" en una
eclesiología de bases filosóficas y teológicas profundas. Él hablaba en estos términos:
"Quod ad validitatem statuti tria sunt necessaria: potestas in statuente, approbatio per
usum et eius publicatio". Para el cusano la aprobación o la recepción parece asegurada
por la asamblea conciliar. Todos los autores evocan reiteradamente el famoso dictum de
Graciano sobre D. IV c. 3 "Leges instituuntur cum promulgantur, firmantur cum
moribus utentitum approbantur" inspirado en textos del derecho romano y de San
Agustín. Graciano tenía tal autoridad, que su texto fue empleado universalmente,
incluso por los adversarios católicos de Lutero.
Los galicanos van más lejos. La "recepción" implica que las Iglesias locales no queden
reducidas a La "recepción" implica que las Iglega". Rechazan el absolutismo papal, y
relacionan la recepción con una concepción del poder apostólico que se expresa en dos
citas bíblicas: La autoridad en el cristianismo no es dominio (Mt 20,26; Lc 22,25) ; el
poder es dado "non ad destructionem sed ad aedificationem" (2 Co 13,10).
Este proceso estuvo íntimamente ligado a otro: el paso de la primacía del contenido de
la verdad, que toda la Iglesia tenía la misión de guardar, a la primacía de la autoridad.
Esto, enfocado desde el punto de vista de la teología de la Tradición, implica el paso de
la Traditio passiva a la Traditio activa, o también de lo traditum al tradens, que fue
identificado con lo que dio en llamarse "Iglesia docente". Con esto se cambió algo la
primera perspectiva, según la cual los ministros jerárquicos ejercen un servicio, una
misión, que comporta la gracia o el carisma necesario para su cumplimiento; y este
carisma no puede ser interpretado en términos de poder jurídico. Sin embargo, existe
este poder: es la autoridad jurisdiccional quien, con respecto a los miembros de la
Iglesia, añade a la proposición auténtica de la verdad una obligación que la constituye
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Estatuto eclesiológico
Puede pensarse, como de hecho hacen los ortodoxos, que esta postura eclesiológica
queda iluminada por la teología trinitaria, en la que la consideración de las hipóstasis no
queda asfixiada por el reconocimiento de la unidad de naturaleza. La tradición
eclesiológica sería la comunión de sujetos personales en una unidad que no les viene
impuesta de forma asfixiante.
Estatuto jurídico