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Presidente de la Nación

Alberto Fernández

Vicepresidenta de la Nación
Cristina Fernández de Kirchner

Ministro de Cultura de la Nación


Tristán Bauer

Jefe de Gabinete
Esteban Falcón

Secretaria de Patrimonio Cultural


Valeria González

Directora Nacional de Gestión Patrimonial


Viviana Usubiaga
COMENTARIO PRELIMINAR
Bárbara Caletti Garciadiego

Manuel Belgrano es seguramente uno de los próceres más queridos y ad-


mirados por gran parte de la población argentina, asociado en el imaginario
principalmente a la creación de la Bandera y al éxodo jujeño; la memoria co-
lectiva suele tener, en cambio, muy poco presente la Expedición al Paraguay.
Este olvido no es casual y, sin dudas, se debe a la derrota militar sufrida por
el Ejército bajo su mando, que derivó en el alejamiento definitivo de Paraguay
de la órbita de Buenos Aires. No sorprende que no haya en nuestro país gran-
des monumentos que rememoren aquellos sucesos, que no consiguieron
laureles en el fragor de la batalla. Belgrano mismo, al recordar la campaña en
su Autobiografía, parece arrepentido de haberse sumado a un plan que “sólo
pudo caver en unas cabezas acaloradas”.

Sin embargo, la expedición no fue solamente militar, y, en todo caso, su fra-


caso no debería opacar otras aristas de gran interés. Una de ellas es la que
nos proponemos recuperar en esta ocasión: la política desplegada hacia los
pueblos guaraníes. De hecho, apenas unos meses antes, en las mismas pla-
yas de Tacuarí 1 donde el Ejército del Norte fuera abatido en marzo de 1811,
Belgrano redactó el “Reglamento Político y Administrativo y Reforma de los
30 Pueblos de las Misiones”. Este Reglamento, rubricado el 30 de diciembre
de 1810, es el texto más importante y denso –aunque no el único– que nos
permite apreciar cómo procuró conseguir adhesiones en su marcha hacia el
Paraguay. Al igual que otros documentos, fue escrito en español y traducido
al guaraní para facilitar y fomentar su difusión. Pero su peculiaridad reside en
que estaba explícitamente destinado a la población indígena. Más concreta-
mente, se dirigía a los guaraníes que aún residían en las misiones fundadas
y administradas hasta 1768 por los jesuitas, situadas en las actuales provin-
cias de Corrientes y Misiones, en Paraguay y en el sur de Brasil.

Por otra parte, el Reglamento fue mucho más que una proclama que exhor-
taba a los pueblos a adherirse a las nuevas autoridades porteñas, sino que
proponía las pautas políticas, económicas y sociales con las que se regirían

1En lo que actualmente es la localidad paraguaya de Carmen del Paraná, a 35 km


de Encarnación.
dichos pueblos si reconocían al gobierno revolucionario. En este sentido, y a
diferencia de la Autobiografía, se trataba de una herramienta jurídico-política
que aspira a intervenir de manera concreta en su tiempo.

Para contextualizar este texto es preciso ubicarlo en dos horizontes tem-


porales. En primer lugar, el contexto en el que fue escrito, la ya mencionada
Expedición al Paraguay. El principal objetivo de esta campaña era conseguir
el reconocimiento de la Junta de Buenos Aires por parte del Paraguay, don-
de –bajo el auspicio del intendente Bernardo de Velasco– se había jurado
fidelidad al Consejo de Regencia el 24 de julio de 1810. Esta misión era de
vital importancia para el gobierno porteño, que temía la posibilidad de una
alianza regencista entre Asunción y Montevideo que, con el apoyo de Lima,
extendiera su influencia sobre la Banda Oriental, Santa Fe, Corrientes y las
Misiones, dejando incomunicada a la antigua capital virreinal. A estos peli-
gros se sumaba la caliente frontera con el Imperio portugués, cuya vulnera-
bilidad se había revelado pocos años antes con la ocupación lusobrasileña
de las Misiones Orientales.

Por ello, la Primera Junta tomó dos resoluciones: por un lado, ordenó separar
las Misiones de la jurisdicción paraguaya, estableciendo su dependencia di-
recta de Buenos Aires; por otro lado, encomendó a uno de sus vocales mar-
char hacia Paraguay para sofocar las disidencias regencistas y subordinarlo
a las autoridades porteñas. Belgrano salió de Buenos Aires en septiembre
acompañado de una pequeña tropa que pudo ampliarse moderadamente
gracias a la incorporación de reclutamientos en su camino. 2 Ese ejército
tuvo inicialmente una función disuasoria y, hasta suscribirse el Reglamento,
solo se vio sometido a escaramuzas. En este marco, Belgrano buscó deno-
dadamente aclarar que se trataba de una fuerza auxiliadora, y no invasora.

En diciembre de 1810, desde el campamento que estableció en la misión


de Candelaria, Belgrano escribió múltiples cartas a las autoridades civiles,
eclesiásticas y militares del Paraguay, tratando de erosionar la autoridad de
Velasco. Al igual que el Reglamento, esa copiosa correspondencia también
fue traducida al guaraní –idioma ya entonces ampliamente difundido en
Paraguay– para facilitar su difusión y despertar simpatías en la población.

2 Particular mención requieren dos guaraníes que se sumarían bajo las órdenes
de Belgrano y cuya trayectoria posterior es significativa: Andresito Guaçurary
y Artigas, comandante militar de las Misiones con un relevante papel bajo el
artiguismo, y Pablo Areguatí, que en 1824 llegaría a ser comandante militar de
las Malvinas.
Empero, no pudo concitar apoyos significativos del otro lado del río Para-
ná como los había logrado –aunque con ambivalencias– en las misiones
más meridionales. Luego de una escaramuza en Campichuelo, donde las
fuerzas revolucionarias salieron airosas, fueron derrotadas en las batallas
de Paraguary (también conocida como Cerro Porteño) el 19 de enero y, pos-
teriormente, de Tacuarí el 9 de marzo de 1811. Ello significó la capitulación
definitiva y la retirada del Ejército enviado al Paraguay por la Primera Junta.
Tras el armisticio, permanecieron bajo la jurisdicción del gobierno de Buenos
Aires solamente los departamentos de Yapeyú y Concepción.

Pero es en un horizonte temporal más amplio en el que el Reglamento ad-


quiere su verdadera riqueza. En efecto, se puede realizar una segunda lectu-
ra de este documento a la luz de las discusiones que existían desde fines del
siglo XVIII sobre la población indígena. Es importante recordar que, tras las
rebeliones andinas, en los ámbitos letrados del Alto Perú ya se venía cues-
tionando fuertemente la legitimidad de la mita. Este clima de ideas contrario
al trabajo indígena forzado y propenso a la igualdad de derechos influyó, sin
dudas, en los hombres de Mayo, e incluso Mariano Moreno fue partícipe de
dicha controversia en sus años universitarios en Charcas.

Las Misiones guaraníes, por su parte, fueron objeto específico también de


intensos debates, avivados al calor de las encendidas opiniones que generó
la expulsión de la Compañía de Jesús y la creciente decadencia de los pue-
blos. De hecho, buena parte de las propuestas del Reglamento redactado
por Belgrano venían siendo planteadas e incluso ensayadas en los últimos
años coloniales.

Recordemos que, bajo el ímpetu reformista borbónico, se había operado un


giro significativo en el gobierno de las Misiones. Se buscaba, fundamental-
mente, romper con el relativo aislamiento que habían tenido las reducciones
guaraníes en la época jesuita, fomentando su integración social en el tejido
social colonial y una mayor inserción en los circuitos mercantiles. Para ello,
se delegó la gestión económica en administradores privados que, además
de aumentar la coerción y la conflictividad local, llevaron adelante una políti-
ca económica rapaz sobre los recursos.

Prontamente, la pronunciada declinación demográfica (fruto de las epide-


mias pero también de la emigración de la población indígena “fuera de sus
pueblos”), la crisis económica y el estado de miseria y abandono provocaron
la alarma. Diversas voces ilustradas señalaron la pervivencia del ‘régimen
de comunidadʼ 3 como la causa de la decadencia misionera y propusieron
como solución la instauración de un sistema de propiedad individual y un
incremento del comercio. Para ello, se consideraba beneficiosa la introduc-
ción de valores y prácticas como el idioma castellano, el mestizaje y la co-
habitación con otros pobladores, todo ello en pos de una mayor asimilación
de la población indígena.

Cuando Belgrano llegó a las Misiones, estaba no solo imbuido de las con-
cepciones ilustradas sino seguramente también estaba al tanto de las dis-
cusiones sobre el declive de las reducciones. En ese contexto, es posible
ver que el Reglamento retoma las preocupaciones previas e incluso que sus
propuestas se enmarcan en directrices políticas ya esbozadas entre fines
de siglo XVIII y principios del XIX. La ‘libertadʼ a la que alude no difiere radi-
calmente de la ya sugerida por los funcionarios borbónicos: es la liberación
de los indígenas de las cargas de trabajo comunitario así como la mayor
autonomía para comerciar e integrarse individualmente en los mercados.
También las disposiciones sobre la convivencia con españoles y la organiza-
ción del espacio tenían continuidades con las desplegadas por el gobierno
monárquico. Conforme a una lógica liberal, se trataba de erradicar las obli-
gaciones pero también los derechos que la Corona les había reconocido tra-
dicionalmente a las comunidades, habilitando una mayor homogeneización
de los guaraníes con el resto del campesinado.

Sin embargo, el contexto había cambiado. En la coyuntura revolucionaria,


problemas tales como la definición de legitimidad política, la soberanía, los
mecanismos de representación, la ciudadanía y la nación cobraron un in-
usitado protagonismo. El mismo lenguaje político se vio ampliado y resigni-
ficado, mientras que la búsqueda de legitimidad obligó a extender la parti-
cipación política a sectores antes excluidos. En este contexto, las palabras
de Belgrano adquirieron otro eco. Ahora se trataba de un reconocimiento y
restitución de derechos cercenados ‘bajo el Yugo del fierroʼ jesuita pero tam-
bién colonial. La promesa de igualdad del Reglamento no se circunscribía
entonces al comercio y a la propiedad, sino que se asociaba a una ciuda-
danía basada en la común pertenencia americana e implicaba, por lo tanto,
la oferta de integración de las comunidades indígenas a la representación
política. Y ante la necesidad de no generar recelos, Belgrano se distanció
de sus antecesores al explicitar que no era su intención erradicar el uso del

3 Por “régimen de comunidad” se entiende el régimen de trabajo colectivo con


rotación de turnos en las tierras de comunes o tupambaé, cuyos excedentes
eran repartidos entre los pueblos y almacenadas para su comercialización. Este
coexistía con las chacras abambaé, donde el trabajo familiar se orientaba a la
agricultura de subsistencia.
guaraní, así como auguró la reunificación del espacio misionero, uno de los
horizontes que tuvieron los pueblos misioneros pocos años después.

Valga resaltar, por último, el carácter verdaderamente precursor del Regla-


mento. Ciertamente este texto fue anterior a la disposición de la Primera
Junta del 10 de enero de 1811 (y acaso la haya inspirado), que establecía la
elección de un diputado indígena, tanto en la Intendencia de Charcas como
en la de Paraguay, como también es previo al célebre discurso de Juan José
Castelli frente a las ruinas de Tiahuanaco. Aunque menos conocido, sin duda
se puede inscribir en la misma línea que la derogación del tributo, la mita, la
encomienda y el yanaconazgo sancionada por la Asamblea General Consti-
tuyente de 1813, así como comparte algunas preocupaciones con el Regla-
mento Provisorio de la Provincia Oriental de 1815.

Aunque no se haya llegado a aplicar, consideramos que este documento


tiene gran riqueza. Revisitar el Reglamento nos invita a recuperar una di-
mensión más política de la campaña belgraniana e, incluso, volver a pre-
guntarnos si estaba tan irremediablemente predestinada al fracaso como
él mismo creía. Pero, sobre todo, es un escrito que permite echar luz sobre
la manera en que la dirigencia revolucionaria concibió y procuró la adhe-
sión de la población indígena. Detenernos, en el fin, en el Reglamento nos
acerca a uno de los aspectos más olvidados y acaso más interesantes de
la obra del prócer.

Ciudad Autónoma de Buenos Aires, 18 de mayo de 2020.


Belgrano a la Junta, remitiendo los treinta
artículos que redactó para organizar el
pueblo de los naturales de Misiones.

Campamento de Tacuarí, 30 de diciembre de 1810.

A consecuencia de la Proclama que expedí para hacer Naturales: Se usó para


saber a los Naturales de los Pueblos de Misiones, que referirse a la población
indígena. Tanto este
venía a restituirlos a sus Derechos de libertad, propie- término como “indio”
dad y seguridad 1 de que por tantas generaciones han fueron impuestos por los
estado privados, sirviendo únicamente para las rapiñas españoles e implicaban
de los que han gobernado, como está de manifiesto una operación de unifica-
hasta la evidencia, no hallándose una sola familia que ción y homogeneización
de una variedad enorme
pueda decir: “estos son los bienes que he heredado de poblaciones étnica y
de mis mayores”; y cumpliendo con las intenciones de culturalmente diversas en
la Excelentísima Junta de las Provincias del Río de la una sola categoría jurídi-
Plata, y a virtud de las altas facultades que como a su co-social, subordinada a
los hispanocriollos.
Vocal Representante me ha conferido, he venido en de-
terminar los siguientes artículos, con que acredito que
mis palabras, que no son otras que la de Su Excelencia,
no son las del engaño, ni alucinamiento, con que hasta
ahora se ha, tenido a los desgraciados Naturales bajo
el Yugo del fierro, tratándolos peor que a las bestias de
carga, hasta llevarlos al sepulcro entre los horrores de
la miseria e infelicidad, que yo mismo estoy palpando
con ver su desnudez, sus líbidos aspectos, y los ningu-
nos recursos, que les han de dejado para subsistir:

Nota del editor: Los textos utilizados en esta edición comentada fueron provistos por el
Instituto Nacional Belgraniano. Encomillado original de Manuel Belgrano.

1 Esta trilogía es característica del lenguaje del pensamiento ilustrado y en particular de


la economía política, en que se concebía estos derechos como naturales e inalienables.
Recientes investigaciones han mostrado que estas ideas entroncaban con una tradición
propia del pensamiento guaraní. En la versión del documento traducida al guaraní por
indígenas letrados de las misiones, diversos vocablos como “derechos” pero también
“felicidad” encuentran su equivalente en el término teko aguygei, que se puede definir
como un estado excelente continuo, pero en el Reglamento se los inserta en un nuevo
registro político.
1ero. Todos los Naturales de Misiones son libres, go- Tributo: Obligación fiscal
zarán de sus propiedades, y podrán disponer de ellas, exclusiva de la población
indígena, de la que estaban
como mejor les acomode, como no sea atentando con- exceptuados los caciques
tra sus semejantes. y la nobleza indígena.
Se trataba de una car-
2do. Desde hoy los liberto del tributo; y a todos los ga personal que debían
Treinta Pueblos, y sus respectivas jurisdicciones 2 los pagar los adultos varones,
aunque se recolectaba
exceptúo de todo impuesto por el espacio de diez años. de manera comunitaria.
Si bien era la expresión
3ero. Concedo un comercio franco y libre de todas sus de su inferioridad jurídica
producciones, incluso la del Tabaco 3 con el resto de y legal, en la medida en
que establecía un vínculo
las Provincias del Río de la Plata.
directo de vasallaje con la
Corona, suponía a cambio
el reconocimiento real de
los derechos indígenas so-
bre las tierras comunales y
garantizaba su acceso a la
justicia.

2 Cada una de las misiones jesuitas constaba de un pueblo donde la población guaraní
había sido reducida, y un espacio rural donde se desarrollaban la agricultura de subsis-
tencia y la producción para exportar. Es interesante que el documento aluda a los ‘Treinta
Pueblosʼ, lo que hace referencia a la cantidad de misiones en su momento de apogeo. Sin
embargo, desde 1801, las llamadas ‘Misiones Orientalesʼ –los siete pueblos que se en-
contraban al este del río Uruguay– habían sido anexadas por los portugueses, pasando a
formar parte de la Capitanía de Río Grande de San Pedro. Ese era un dato que no escapaba
al conocimiento de Belgrano, por lo que es posible pensar que se tratase de una estrategia
diplomática para reclamar la soberanía sobre esos territorios en un futuro.
3 Vale la pena detenerse en la mención explícita al comercio tabacalero, de gran importan-
cia para Paraguay y las Misiones y cuyo flujo se había visto alterado durante aquel convul-
so año. La promesa de eliminación de cargas impositivas –que Belgrano reiteraría en oca-
sión de su capitulación– se vincula con la fuerte oposición que había generado la decisión
borbónica de introducir un estanco sobre el tabaco, es decir, la regulación y monopolio de
la Corona, y cuyos beneficios debían ser enviados a la Real Renta de Tabacos y Naipes en
Buenos Aires. Tras la deposición del intendente Bernardo de Velasco en mayo de 1811,
que sentó las bases de la independencia de Paraguay, una de las primeras medidas toma-
das fue, justamente, la ‘libertad de tabacosʼ. Desde entonces las cargas impositivas sobre
el tabaco fueron objeto de arduas negociaciones entre Asunción y Buenos Aires.
4to. Respecto a haberse declarado en todo iguales a los Empleos de la República:
Españoles que hemos tenido la gloria de nacer en el Durante el Antiguo Ré-
gimen, se utilizaba esta
suelo de América 4, le: habilito para todos los empleos expresión para referirse
civiles, militares, y eclesiásticos, debiendo recaer en a los cargos asociados
ellos, como en nosotros los empleados del gobierno, al gobierno municipal. En
Milicia, y Administración de sus Pueblos. este sentido, “Republica”
no alude a una forma de
gobierno opuesta a la
5to. Estos se delinearán a los vientos N.E., S.O. y N.O. y monarquía sino más bien
S.E. formando cuadras de a cien varas de largo, veinte a la posibilidad de autogo-
de ancho, que se repartirán en tres Suertes cada una bierno de cada ciudad en
con el fondo de cincuenta varas. su interior. La detentación
de uno de estos empleos
era un signo de distinción
6to. Deberán construir sus casas en ellas Todos los que social, usualmente reser-
tengan Poblaciones en la Campaña, sean Naturales o vado a los vecinos más
Españoles 5 y tanto unos como otros podrán obtener prominentes.
los empleos de la República.

4 A partir de mayo de 1810, se empezó a identificar crecientemente a los ‘españolesʼ


como enemigos de la causa revolucionaria –aprovechando y redireccionando resenti-
mientos sociales previos en las clases populares– a la vez que se iría profundizando la
pertenencia americana. Hasta entonces, la clasificación jurídico-social prevaleciente en
Hispanoamérica había englobado a todos los hombres y mujeres blancos bajo el mote
de “españoles”. Tanto los oriundos de la Península (‘españoles europeosʼ) como aquellos
nacidos en América (‘españoles americanosʼ) se diferenciaban del resto de la población
indígena, negra y mestiza que conformaba las castas, en la medida en que gozaban de
ciertos privilegios, entre ellos el acceso a los cargos de poder.
Este documento nos permite advertir un momento interesante de esa inflexión. Si bien en
el texto Belgrano todavía se identifica como español, al proclamar la igualdad y extender
los privilegios de los españoles a la población guaraní, cuestiona y erosiona los cimientos
de dicha clasificación social. En su enunciación, se propone la igualación entre españoles
americanos e indígenas sobre el origen común americano, como la base para una nueva
comunidad política vinculada a la causa revolucionaria.
5 La aclaración “sean Naturales o Españoles” puede parecer poco significativa; sin embar-
go, no lo es. Las misiones guaraníes habían sido, bajo la administración jesuita, el máximo
ejemplo de una política indigenista de segregación espacial (que en otros espacios no se
cumplió con tanto éxito), pues los blancos, mestizos y negros tenían prohibido el ingreso.
Tras la expulsión de la Compañía de Jesús y el creciente influjo de las concepciones re-
galistas, las autoridades coloniales propiciaron una política asimilacionista, permitiendo
entre otras cosas la residencia de españoles dentro de las misiones. En ese marco, el
Reglamento de Belgrano se inscribe plenamente bajo las directrices borbónicas.
7mo. A los Naturales se les darán gratuitamente las Suertes de tierra: En la
propiedades de las suertes de tierra, que se les seña- tradición hispánica, era
muy usual esta alusión,
len que en el Pueblo será de un tercio de cuadra, y en así como también ”suertes
la campaña según las leguas y calidad de tierra que tu- de estancia” o “suertes de
viere cada pueblo su suerte, que no haya de pasar de chacras”. Este uso provie-
legua y media de frente y dos de fondo. ne de los repartos de tierra
romanos (centuriationis)
en los que se sorteaba
8vo. A los Españoles se les venderá la suerte, que de- el lote de tierra que sería
searen en el Pueblo después de acomodados los Na- asignado a cada propieta-
turales, e igualmente en la Campaña por precios mo- rio; de allí, la acepción de
derados, para formar un fondo, con que atender a los “sors” como “campo de tie-
rra de labor”. En el espacio
objetos que adelante se dirá.
rioplatense, una “suerte de
estancia” equivalía a una
9no. Ningún Pueblo tendrá más de siete cuadras de lar- superficie aproximada de
go, y otras tantas de ancho, y se les señalará por cam- dos mil hectáreas.
po común dos leguas cuadradas, que podrán dividirse
en suertes de a dos cuadras, que se han de arrendar
a precios muy moderados, que han de servir, para el
fondo antedicho, con destino a huertas, u otros sem-
brados que más se les acomodase y también para que
en lo sucesivo sirvan para Propios de cada Pueblo.

10mo. Al Cabildo de cada Pueblo 6 se les ha de dar una


cuadra que tenga frente a la Plaza Mayor, que de nin-
gún modo podrá enajenar, ni vender y sólo edificar para
con los alquileres atender a los objetos de su instituto.

6 Las misiones guaraníes, al igual que otros “pueblos de indios”, replicaban el modelo
de gobierno comunal hispánico. El régimen colonial hispanoamericano se había asen-
tado sobre un imaginario de segregación étnico-espacial, usualmente plasmado en las
denominaciones de “república de españoles” y “república de indios”. De acuerdo con esta
concepción dicotómica, que nunca se concretó del todo, se impuso a las comunidades
indígenas sometidas un patrón de asentamiento urbano y disgregado del resto de la po-
blación, y se trasladó el cabildo como institución de autogobierno municipal, a cargo de
personas de la propia comunidad que gozaran de cierto ascendiente social o prestigio.
En el caso de las misiones guaraníes, los cabildos indígenas se mantuvieron luego de la
expulsión jesuita, articulándose con los nuevos administradores temporales.
11vo. Para la Iglesia se han de señalar dos suertes de Ejido: Del latín exitus, se
tierra en el frente de la cuadra del Cabildo, y como to- refiere al territorio rural de
índole comunal colindan-
dos o los más de ellos tienen un templo ya formados te con una población o
podrán éstos servir de guía, pera la delineación de los situado a sus alrededores.
Pueblos aunque no sean tan exactamente a los vien- Dichas tierras no podían
tos, que dejo determinados. dedicarse a la agricultura,
ni poblarse ni edificarse,
pues debían reservarse
12vo. Los Cementerios se han de colocar fuera de los como tierras de pastoreo y
Pueblos, señalándose en el Ejido una cuadra para este aguadas, o para un even-
objeto, que haya de cercarse, y cubrirse con árboles, tual aumento demográfi-
como los tienen en casi todos los Pueblos, desterrando co. En Hispanoamérica,
eran administradas por el
la absurda costumbre que prohibo absolutamente de
cabildo para el uso común
enterrarse en la iglesia 7. de sus habitantes (tanto
vecinos como moradores),
y podían venderse, cederse
o arrendarse. Las tierras
ejidales de los pueblos de
indios estaban protegidas
por la Corona como tierras
comunales.

7 Aquí Belgrano retoma nuevamente algunas de las directrices ilustradas. A fines del pe-
ríodo colonial todavía era común la costumbre de enterrar a los difuntos en el interior de
los templos y en sus patios aledaños, ya que se consideraba que dichos espacios sacros
proporcionaban una mayor cercanía a Dios. De la mano del pensamiento ilustrado y de
un distanciamiento de la piedad barroca, la Corona y los funcionarios reformistas habían
buscado erradicar esta práctica por considerarla poco salubre y propiciaron la creación
de cementerios extramuros, sin mucho éxito. La idea de alejar los muertos de los vivos,
así como las posibles pérdidas de ingresos para la Iglesia, se encontró con muchas opo-
siciones y largas resistencias. El traslado de los camposantos afuera de los espacios
habitados será una batalla que se dará a lo largo de las primeras décadas del siglo XIX.
13vo. El fondo que se ha de formar según los artículos Mancomún e insolidum:
8vo y 9no no ha de tener otro objeto, que el estableci- Locución en latín que
significa “en común y en
miento de Escuelas de primeras letras, artes y oficios, forma solidariaʼ. Es una
y se han de administrar sus productos después de afin- expresión jurídica usada
car los principales, como dispusiese la Excelentísima para designar los derechos
Junta, o el Congreso de la Nación por los cabildos de y obligaciones que debían
cumplirse de manera co-
los respectivos Pueblos, siendo responsables de man-
lectiva. “Poseer en manco-
común, e insolidum los individuos, que los compongan, múnʼ implicaba la gestión
sin que en ello puedan tener otra intervención los Go- colectiva de una propiedad
bernantes, que la de mejor cumplimiento de esta Dis- indivisa de uso manco-
posición, dando parte de su falta, para determinar al munado de tierras, pozos
de agua y montes entre
Superior Gobierno. personas que en un origen
habían estado vinculadas
14vo. Como el robo había arreglado los pesos y medi- por lazos de parentesco.
das, para sacrificar más y más a los infelices Naturales Corregidores y Cabildos:
señalando 12 onzas a la libra, y así en lo demás, mando Son las principales auto-
ridades indígenas en los
que se guarden los mismos pesos y medidas que en la pueblos de indios, junto
Gran Capital de Bs. Aires hasta que el Superior Gobier- con los caciques (quienes
no determine en el particular lo que tuviere conveniente a menudo formaban parte
encargando a los Corregidores y Cabildos que celen el del cabildo). Estos magis-
trados tenían la función de
cumplimiento de éste artículo, imponiendo la pérdida
velar por el bien común,
de sus bienes y extrañamiento de la jurisdicción a los ocupándose de la justicia
que contravinieren a él, aplicando aquellos a beneficio local y de supervisar las
del fondo para Escuelas. actividades económicas.
Emulando el modelo
municipal español, cada
15vo. Respecto a que los curas satisface el Erario el
pueblo o reducción estaba
Sinodo conveniente, y en lo sucesivo pagarán por el es- gobernado por un Corregi-
pacio de diez años de otros ramos; que es el espacio dor que presidía el Cabildo,
que he señalado, para que estos Pueblos no sufran ga- compuesto por dos alcal-
bela, ni derecho de ninguna especie, no podrán llevar des ordinarios (de primer y
de segundo voto) y cuatro
derecho de bautismo ni entierro y por consiguiente les regidores. Los cargos se
exceptúo dé pagar cuartas a los Obispos de las respec- renovaban anualmente,
tivas Diócesis. designados por el cabil-
do saliente, y suponían
una preeminencia social
(uso de “don”, insignias
y vestimentas de presti-
gio). Había otros cargos,
tales como un teniente de
corregidor (que asistía al
corregidor), síndico procu-
rador o secretario, alguacil
y alférez, algunos alcaldes
por oficios y mayordomos.
16to. Cesan desde hoy en sus funciones Todos los Mayordomos de los
Mayordomos de los pueblos y dejo al cargo de los Co- pueblos: Hay dos posibles
acepciones. Por un lado,
rregidores, Cabildos, la administración de lo que haya dentro de los cargos depen-
existente, y el cuidado del cobro de arrendamiento de dientes del cabildo, había
tierras, hasta que esté verificado el arreglo, debién- un mayordomo indígena o
dose conservar los productos de harca de tres llaves, síndico, que era el encar-
que han de tener el Corregidor, el Alcalde de 1er Voto, gado de velar la entrada y
salida de los productos, por
y el Síndico Procurador, hasta que se le dé el destino lo que tenía la llave de los
conveniente que no ha de ser otro que el fondo citado almacenes del pueblo. En la
para Escuelas. época postjesuita, crece su
importancia al calor de la
creciente mercantilización,
17mo. Respecto a que las tierras de los Pueblos están
porque los administrado-
intercaladas, se hará una masa común de ellas, y se res necesitaban su firma
repartirán a prorrata entre todos los pueblos; para que para ciertas transacciones.
unos a los otros puedan darse la mano, y formar una Sin embargo, también es
Provincia respetable de las del Río de la Plata. posible que el Reglamento
aludiera con ‘mayordomoʼ a
los administradores priva-
dos de los pueblos impues-
tos tras la expulsión jesuita,
que fueron acusados de
malversaciones de fondos.
18vo. En atención a que nada se haría con repartir tierra Diezmos de quatropea: El
a los Naturales, si no se les hacían anticipaciones así diezmo es un impuesto de
larga tradición en Occiden-
de instrumentos para la agricultura como de ganados te que debían pagar los
para el fomento de las crías ocurriré a la Excelentísima fieles una vez al año para
Junta, para que se abra una suscripción para el primer el mantenimiento del culto
objeto, y conceda los diezmos de la quatropea de los y el personal eclesiástico.
partidos de Entre Ríos para el segundo; quedando en Consistía en la décima par-
te de la producción anual,
aplicar algunos fondos de los insurgentes, que perma- que los productores rura-
necieron renitentes en contra de la causa de la Patria 8 les debían pagar en espe-
a objetos de tanta importancia; y que tal vez son habi- cie, y del cual la población
dos del sudor y sangre de los mismos Naturales. indígena estaba en teoría
exceptuada (pues contri-
buía con un monto fijo y
no variable). Se cobraba
en distinto tipo de bienes
según las zonas, y el diez-
mo de cuatropea (“cuatro
pies”) era el que estaba
vinculado con la ganadera.
Justamente, la producción
pecuaria vacuna había
crecido de manera notable
en Entre Ríos a fines del
siglo XVIII.

8 La Primera Junta tuvo bastantes dificultades para consolidar su influjo en la cuenca


del río Uruguay, donde los alineamientos políticos de las autoridades locales fueron más
bien oscilantes. Si bien el gobierno revolucionario fue reconocido tempranamente por los
cabildos de Concepción del Uruguay, Gualeguaychú y Gualeguay (así como Santo Domin-
go Soriano), pronto la conflictividad política local se articuló con la disputa entre Buenos
Aires y Montevideo, propiciando cambios de alineamientos. En octubre de 1810, enterado
de la expedición regencista comandada por Juan Ángel Michelena al sudeste entrerriano,
Belgrano expresaba su preocupación por las simpatías que despertaban las autoridades
de Montevideo entre los vecinos de la región. Para el momento en que el Reglamento fue
escrito, las villas entrerrianas estaban bajo la égida de Montevideo y habían jurado recien-
temente fidelidad al Consejo de Regencia.
19mo. Aunque no es mi ánimo desterrar el idioma na-
tivo de éstos Pueblos 9; pero como es preciso que sea
fácil una comunicación para el mejor orden, prevengo
que la mayor parte de los Cabildos se ha de componer,
de individuos que hablen el castellano y particular-men-
te el Corregidor, el Alcalde de 1er Voto, el Síndico Pro-
curador y un secretario que haya de extender las actas
en lengua castellana.

20mo. La administración de Justicia queda al cargo del


Corregidor y Alcaldes conforme por ahora a la legisla-
ción, que nos gobierna, concediendo las apelaciones
para ante el Gobernador de los Treinta Pueblos, y de
este para ante el Superior Gobierno de la Provincia en
todo lo concerniente a gobierno y a la Real Audiencia
en lo contencioso.

21ro. El Corregidor será el Presidente del Cabildo, pero


con un voto solamente, y entenderá en todo lo político
siempre con dependencia del gobernador de los Treinta
Pueblos.

9 Con fines evangelizadores, la lengua guaraní fue sistematizada y convertida en un len-


guaje escrito por los misioneros de la Compañía de Jesús y funcionó como lengua franca
en toda la región, dado que fue incorporada por otras etnias indígenas reducidas. Durante
el período jesuita, las autoridades indígenas no solo hablaron sino que escribieron sus
actas capitulares y sus correspondencias en guaraní. Pero, tras la expulsión de la orden,
el nuevo paradigma de asimilación buscó extender el uso del castellano en las misiones,
bajo la premisa de que así los indígenas serían “civilizados” y podrían integrarse más
exitosamente a las actividades comerciales. En este sentido, cuando se implementó la
liberación del régimen de comunidad, se priorizó a las familias que entendiesen español y
que hubieran incorporado “costumbres españolas”. Con esta aclaración, Belgrano busca
evidenciar que no partía de las mismas premisas (probablemente a sabiendas de que no
habían sido ni exitosas ni bien recibidas), sino que su preferencia por el idioma castellano
tenía como fin facilitar la comunicación.
22do. Subsistirán los Departamentos que existen con
las Subdelegaciones 10, que han de recaer en hijos del
País para la mejor expedición de los negocios, que se
encarguen por el Gobernador, los que han de tener suel-
do por la Real Hacienda, hasta tanto que el superior go-
bierno resuelva lo conveniente.

23ro. En cada capital de Departamento se ha de reunir


un individuo de cada Pueblo que lo compone con todos
los poderes para elegir un diputado, que haya de asistir
al Congreso Nacional, bien entendido que ha de tener
las cualidades de probidad y buena conducta, ha de sa-
ber hablar el castellano; y que será mantenido por la
Real Hacienda en atención al miserable estado en que
se hallan los Pueblos 11.

10 En 1774 se suprimió el gobierno general de las misiones guaraníes y se estableció la


creación de cinco departamentos (Yapeyú, Santiago, San Miguel, Concepción y Candela-
ria), cada uno de los cuales comprendía otros pueblos y en cuya cabecera se establecía
un subdelegado (llamado a veces también “teniente de gobernador”). En un contexto de
múltiples modificaciones de la estructura administrativa misionera, esta medida fue rela-
tivamente exitosa (la figura de “departamento” perduró hasta las guerras de independen-
cia). Cabe destacar que esta nueva administración política quebraba la unidad territorial
propia de la Provincia Jesuítica del Paraguay e introducía un elemento de jerarquización
inédito entre los pueblos guaraníes.
11 Aquí el Reglamento de Belgrano se adelantaba unos días a la disposición de la Primera
Junta. En efecto, el 10 de enero de 1811 el gobierno revolucionario dispuso la elección
de un diputado que representara a los naturales en las intendencias de Charcas y Para-
guay. Si bien se trataba de una estrategia política para concitar adhesiones en espacios
con densas poblaciones indígenas y donde la autoridad de Buenos Aires estaba encon-
trando dificultades, es importante destacar que los diputados naturales concurrirían al
congreso general en igualdad de condiciones con el resto de los representantes. En 1813,
las misiones guaraníes que todavía se hallaban en el área de influencia de Buenos Aires
fueron convocadas a participar de la Asamblea General Constituyente. Esta incluso fue
reconocida por algunos pueblos, como fue el caso de Mandisoví, que había sido erigido
como villa, justamente, por Belgrano. La incorporación de un diputado natural, empero, no
se llegó a concretar, y poco después las Misiones se integrarían a la Liga de los Pueblos
Libres, liderada por José Gervasio Artigas.
24to. Para disfrutar la seguridad así interior como ex-
teriormente se hace indispensable, que se levante un
cuerpo de milicias, que se titulará Milicia Patriótica de
Misiones 12, en que indistintamente serán Oficiales así
los Naturales como los Españoles que vinieren a vivir
en los Pueblos, siempre que su conducta y circunstan-
cias los hagan acreedores a tan alta distinción; en la
inteligencia que ya estos cargos tan honrosos no se
deban al favor ni se prostituyen, como hacían los Dés-
potas del Antiguo Gobierno.

25to. Este cuerpo será una legión completa de Infante-


ría y Caballería que se irá disponiendo por el goberna-
dor de los Pueblos como igualmente que el cuerpo de
Artillería, con los conocimientos que se adquieran de
la Población; y estarán obligados a servir en ella según
el arma a que se les destina desde la edad de diecio-
cho años hasta los cuarenta y cinco, bien entendido es
que su objeto es defender la Patria, la Religión y sus
propiedades; y que siempre que se hallen en actual
servicio se les ha de abonar a razón de diez pesos al
mes al Soldado y en proporción a los Cabos, Sargentos
y Oficiales.

12 Cabe recordar que las misiones guaraníes tenían una larga e importante tradición
miliciana que se remontaba casi al momento mismo de su fundación. Hacia 1640, los
padres jesuitas movilizaron y adiestraron a los indígenas reducidos para enfrentar a los
bandeirantes paulistas que los capturaban y esclavizaban. La victoria de la alianza jesui-
ta-guaraní permitió consolidar las misiones del Paraguay así como refrenar el avance
portugués en la región. En vistas de este éxito, la Corona española convalidó la existencia
de estos cuerpos armados reconociéndolos como “Milicias del Rey”. Si bien la colabo-
ración militar indígena no fue excepcional en el marco del régimen colonial, las milicias
guaraníes se destacaron por su gran dimensión (llegaron a reunir entre tres mil y siete mil
hombres) y por su nivel de organización y autonomía relativa, pues contaban con coman-
dantes indígenas y fábricas de armas locales (aunque siempre bajo la supervisión de la
orden ignaciana y aplicando técnicas militares europeas). Al constituir una fuerza militar
permanente entrenada para la guerra, poco costosa y que podía ser movilizada a puntos
distantes, las milicias guaraníes se convirtieron en el principal pilar defensivo en la fron-
tera hispano-portuguesa y en una herramienta militar irremplazable para las autoridades
coloniales. Por otra parte, la voluntad de disolver las barreras estamentales en los cuer-
pos militares fue una temprana iniciativa de la Primera Junta, aunque siguieron existiendo
cuerpos de castas y morenos diferenciados de las otras compañías a lo largo de todo el
período revolucionario.
26to. Su uniforme para la infantería es el de los Patri- Patricios de Buenos
cios de Bs. As. sin más distinción que un escudo blanco Aires: Creado a partir de
la primera invasión ingle-
en el brazo derecho, con esta cifra “M. E de Misiones” sa de 1806, el cuerpo de
[Ilustre Pueblo de Misiones], y para la caballería el mis- Patricios de Buenos Aires
mo con igual escudo y cifra; pero con la distinción de era una fuerza miliciana
que llevarán casacas cortas, y vuelta azul. conformada por hombres
nacidos en la ciudad de
Buenos Aires y la campaña
27mo. Hallándome cerciorado de los excesos horroro- circundante. De hecho, su
sos que se cometen por los beneficiadores de la hierva nombre venía del térmi-
13 no sólo talando los árboles que la traen sino también no “Patria”, que en aquel
con los Naturales de cuyo trabajo se aprovechan sin entonces se usaba para
referirse al lugar de origen.
pagárselos y además hacen padecer con castigos es-
El Regimiento de Patricios
candalosos, constituyéndose jueces en causa propia, -donde Belgrano había sido
prohibo que se pueda cortar árbol alguno de la hierva sargento mayor- tuvo una
so la pena de diez pesos por cada uno que se cortare, enorme importancia en
a beneficio la mitad del denunciante y para el fondo de el proceso revolucionario
rioplatense, con Cornelio
la Escuela la otra. Saavedra, el Presidente de
la Primera Junta, como
comandante.

13 El texto se refiere al “beneficio yerbatero”, una de las formas que adquirió el trabajo
coactivo de la población indígena en el Paraguay colonial. Este consistía en la asignación
de un grupo de indios para la recolección de la planta silvestre y la preparación de la yerba
mate por un período de seis a ocho meses, a cambio de un magro salario. Recordemos
que la yerba mate era el principal producto de la economía paraguaya y que en el siglo
XVII su consumo se había extendido mucho, pues se comercializaba desde Guayaquil
hasta Santiago de Chile, e incluso en Nueva España. Si bien en los yerbatales convivían
distintos tipos de relaciones de trabajo, esta práctica estuvo tan extendida que se conci-
bió como “mita yerbatera”. De todas maneras, es preciso recordar que esta obligación re-
cayó, sobre todo, sobre los naturales Itatines de las reducciones franciscanas de Caazapá
y Yutí, por lo que es difícil adivinar cuál fue la recepción de esta propuesta en las misiones
guaraníes, que habían estado exentas de esta forma de trabajo coactivo.
28vo. Todos los conchabos con los Naturales se han de Conchabos: Se trata de
contratar ante el Corregidor o Alcalde del Pueblo donde una modalidad de trabajo
caracterizado por su con-
se celebren y se han de pagar en tabla y mano en dinero dición de libre, temporal y
efectivo, o en efectos si el Natural quisiera con un diez asalariado que estuvo muy
por ciento de utilidad deducido el principal y gastos que presente en el Río de la
se tengan desde su compra en la inteligencia de que Plata en los siglos XVIII y
no ejecutándose así, serán los beneficiadores de hierba XIX. En la región del litoral
era muy común que los
multados por la primera vez en diez pesos, por la segun- campesinos se concha-
da en con quinientos y por la tercera embargados sus basen como peones de
bienes y desterrados, destinando aquellos valores por estancia para completar
la mitad al delator y fondo de la Escuela. sus ingresos.

29no. No se les será permitido imponer ningún castigo


a los Naturales 14, como me consta lo han ejecutado
con la mayor iniquidad, pues si tuvieren de que quejarse
ocurrirán a los jueces para que se les administre justi-
cia, so la pena que si continuaren en tan abominable
conducta, y levantaren el palo para cualquier natural se-
rán privados de todos sus bienes, que se han de aplicar
en la forma arriba descrita, y si usaren el azote, serán
penados hasta el último suplicio.

14 Los castigos públicos corporales –principalmente azotes– eran una práctica conside-
rada legítima en el Antiguo Régimen, en que se los usaba con fines ejemplificadores. No
por ello esta práctica dejaba de estar regulada, y su aplicación se adecuaba a las jerar-
quías sociales existentes, de acuerdo con una concepción corporativa del derecho según
la cual la justicia se asentaba sobre la desigualdad jurídica. En las misiones guaraníes,
estos castigos eran implementados por las autoridades del cabildo indígena, siempre
con autorización superior, y los caciques estaban exceptuados. A partir de la nueva admi-
nistración secular y las crecientes disputas de poder entre las diferentes autoridades en
los pueblos, hubo una proliferación de maltratos y castigos. En ese contexto, vale la pena
destacar un caso particularmente significativo, del que acaso estuviera enterado Belgra-
no. En 1778, el teniente de gobernador de Yapeyú, Juan de San Martín, castigó –con cepo
y grillos– a un cacique principal y alcalde, lo que produjo gran indignación en la población
indígena y desencadenó el “motín de Yapeyú”.
30mo. Para que estas disposiciones tengan todo su
efecto, reservándome por ahora el nombramiento de
sujetos que hayan de encargarse de la ejecución de va-
rias de ellas, y lleguen a noticia de todos los pueblos,
mando que se saquen copias para dirigir al gobernador
Don Tomás de Rocamora 15 y a todos los Cabildos para
que se publiquen en el primer día festivo, explicándose
por los padres curas antes del Ofertorio y notoriándo-
se por las respectivas jurisdicciones de los predichos
Pueblos hasta los que vivan más remotos de ellos: re-
mítase igualmente copia a la Excelentísima Junta Gu-
bernativa de las Provincias del Río de la Plata para su
aprobación, y archívense en los cabildos los originales
para el gobierno de ellos, y celo de su cumplimiento.

15 Nacido en Nicaragua en 1740, Tomás de Rocamora fue un funcionario militar borbóni-


co con una importante trayectoria en el Río de la Plata, a donde llegó con la creación del
Virreinato. Suele recordarse su papel de fundador de las “villas entrerrianas” (Gualeguay,
Concepción del Uruguay y Gualeguaychú) en 1783, en el marco del poblamiento de fron-
teras alentado por la Corona como nueva política defensiva frente al imperio portugués.
Menos conocida tal vez fue su actuación en las Misiones Guaraníes. Nombrado a fines
de 1809 por el virrey Cisneros, fue refrendado como gobernador de las Misiones por la
Primera Junta. Desde ese cargo, Rocamora buscó movilizar la adhesión de los pueblos
misioneros al proceso revolucionario, aunque no logró retener su ascendiente sobre los
departamentos misioneros que pertenecían al obispado de Asunción.
Bárbara Caletti Garciadiego es profesora y li-
cenciada en Historia de la Facultad de Filosofía y
Letras de la Universidad de Buenos Aires, donde
ejerce como ayudante de primera. Además se des-
empeña como docente en el ISJVG y en el ISFD
45. Es especialista en Gestión Cultural y Políticas
Culturales de IDAES- UNSAM. Forma parte del Ins-
tituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio
Ravignani”, donde participa de proyectos de inves-
tigación colectivos e integra el Grupo de Historia
Popular y el Área de Historia Digital. Su investiga-
ción se centra en la conflictividad política y juris-
diccional en la cuenca del río Uruguay entre fines
del período colonial y las guerras revolucionarias.
Coordinación general
Luciana Delfabro - Viviana Usubiaga

Editor
Gabriel Lerman

Equipo
Ana Pironio
Maria Torre
Silvana Sara
Micaela Marinelli
CASo - Centro de arte sonoro

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Corrección
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Jorge Bonilla - Claudia Arguello- Andrea Antonussi

Prensa y Comunicación

Jefa de Prensa
Florencia Ure
Equipo
Micaela Marinelli - Mariana Poggio
Guillermina Flores - Hernán Oviedo
Obra de portada:

Demersay Alfred y Sorrieu Frédéric, Le Paraguay et les missions - Récolte du maté sur
les bords du Parana, ca. 1860-65, litografía, 0.40 x 0.57, Paris, musée du quai Branly -
Jacques Chirac, inv. 75.2012.0.2355

Belgrano, Manuel
Reglamento para el Régimen Político y Administrativo y Reforma de los Pueblos de las
Misiones / Manuel Belgrano ; comentarios de Bárbara Caletti Garciadiego. - 1a ed revisada.
- Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Ministerio de Cultura de la Nación, 2020.
Libro digital, PDF - (Sobre Manuel Belgrano ; 3)

Archivo Digital: descarga y online


ISBN 978-987-4012-48-7

1. Misiones . 2. Historia Argentina. I. Caletti Garciadiego, Bárbara, com. II. Título.


CDD 982

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