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Apología de la delación 

Publicado el 27/12/2020 

27/12/2020 

en A
​ romo​/​El Aromo n° 114​/N
​ ovedades 

Normalmente intelectuales cercanos al kirchnerimo niegan o ignoran las 


facetas represivas del peronismo. A través del caso de despidos de docentes 
antiperonistas en este artículo analizamos las operaciones ideológicas a las 
que recurren cuando reconocen la existencia de algún procedimiento 
represivo, al cual por un lado lo minimizan y, por otro, lo embellecen. 

 
Marina Kabat – TES 

En dos artículos anteriores de ​El Aromo​, “Los pizarrones tienen oídos” 


primera​ y ​segunda parte​, expliqué los mecanismos de control a los que 
estuvieron sometidos los docentes bajo los primeros gobiernos peronistas. 
Ya bajo el gobierno militar de 1943, en el cual Perón alcanza los cargos de 
Secretario de Trabajo, Ministro de Guerra y vicepresidente, numerosos 
docentes judíos, ateos y/o socialistas fueron removidos de sus puestos. El 
gobierno había establecido la enseñanza religiosa obligatoria y consideraba 
un despropósito mantener en sus puestos a docentes que no comulgaran 
con las mismas ideas que se quería impartir con este cambio. 
Desde entonces encontramos documentos oficiales que dan cuenta de 
espionaje sobre docentes, en especial de colegios considerados opositores. 
Sin embargo, este espionaje sobre los docentes se incrementa en la segunda 
presidencia peronista. En 1952 el ministro de Educación Ivanisevich es 
remplazado por Mendez San Martin, el impulsor de los manuales 
peronistas, aquellos famosos por frases como Evita me ama (hasta entonces 
se usaban los mismos manuales de las décadas anteriores). Pero, de nada 
servían los manuales si un sector de la docencia se negaba a usarlos o 
mantenía una posición opositora. Por eso, en ese mismo momento se crea 
una delegación de la CIDE (antecesora de la SIDE) en el Ministerio de 
Educación. A partir de entonces se disparan las cesantías a docentes, a tal 
punto que el sindicato docente UDA que en su inició había promovido las 
cesantías, comienza a quejarse de las mismas cuando estas terminan por 
afectar incluso a los propios docentes peronistas. Estas cesantías se 
realizaban en forma ejecutiva sin ningún tipo de sumario previo y 
respondían a información que el propio estado recolectaba sea por sus 
servicios de inteligencia, u otras vías (por ejemplo, registro de individuos 
que fiscalizaban en las elecciones para partidos opositores) y de denuncias 
procedentes del medio escolar (otros docentes) o extraescolar (como las 
denuncias provenientes de las dirigentes de la rama femenina del Partido 
Peronista). Hasta aquí una síntesis de lo planteado en detalle y con la 
respectiva cita de los documentos probatorios en mis artículos anteriores. 
Veamos cómo se analiza el mismo proceso desde una óptica cercana al 
peronismo. 

Los despidos docentes mediante mecanismos institucionales 

En general los historiadores cercanos ideológicamente al peronismo 


esquivan los temas molestos. No hablan de torturas, desapariciones, 
censura o esas cuestiones. Aún así establecen discusiones elípticas. Por 
ejemplo, ante las denuncias de detenciones ilegales no hablan de ellas, pero 
sí plantean el discurso de los derechos humanos en otro campo: señalan 
cómo se expandió la educación bajo el peronismo al tiempo que aseveran 
que la educación es un derecho humano y que el desempeño del peronismo 
en este campo debe ser integrado a cualquier balance de los derechos 
humanos bajo el peronismo (lo cual es tan ridículo como plantear que en la 
actuación de los derechos humanos de la última dictadura tengamos que 
balancear las escuelas construidas por Cacciatore). De esta manera, tratan 
de instalar una agenda alternativa que responde supuestamente al mismo 
tópico, pero que nunca va al corazón del mismo. 
Ahora qué ocurre cuando discutimos el problema de la represión 
específicamente en el ámbito educativo. Aquí también ha operado un 
desplazamiento que busca redirigir la mirada hacia otros aspectos e incluso 
romantizar y colocar bajo una luz positiva el desarrollo de una dinámica de 
censura, denuncias y despidos docentes. En este sentido operan los trabajos 
de Flavia Fiorucci. La autora tiene tres publicaciones muy similares entre sí 
con una leve modificación del registro en función del medio de la difusión de 
sus ideas.​[i]​ Fiorucci estudió 50 expedientes del Consejo Nacional de 
Educación. No sabemos nada del grado de representatividad que estos casos 
tienen porque la autora no dice qué porcentaje del total de los expedientes 
que había en el fondo documental ella relevó, por eso ella misma señala que 
de su estudio pueden extraerse conclusiones más cualitativas que 
cuantitativas. Sin embargo, como veremos, ella tiende a extrapolar 
conclusiones de su estudio de manera apresurada y burda en términos 
metodológicos. 

Ella no lo destaca, pero entre los expedientes vinculados a sumarios a 


docentes que ella encuentra dentro de los expedientes por ella relevados la 
mitad traían a colación la cuestión del antiperonismo. Es decir, la mitad de 
los docentes a los que se les iniciaba algún tipo de sumario esta medida 
estaba de algún modo ligada a su posición contraria al gobierno (fuera esta 
cierta o se tratara de una falsa denuncia). 

Fiorucci destaca la corrección con la que habrían sido llevados los sumarios. 
Subraya la preocupación de los funcionarios por dilucidar si las denuncias 
que originaron los expedientes eran verdaderas o falsas y la desestimación 
de estas últimas. También considera que la última palabra la tenían los 
inspectores quienes contemplaban para su veredicto la forma en que el 
docente era evaluado dentro de comunidad escolar, si era querido o no 
dentro de ella. Fiorucci resalta la corrección de los expedientes y la pulcritud 
de los procedimientos que se mantendrían siempre dentro de los confines 
del mundo educativo. A su juicio esto le daría características mitológicas a 
las acusaciones de que el peronismo reprimió a los opositores: 

“Hay un mito de que el peronismo siempre castigó a los desafectos, ¿no? 


Que en el peronismo, aquellos que no se ajustaban a la normativa serían 
castigados. Lo que yo descubrí al desandar los sumarios es que la suerte de 
estas personas denunciadas dependía casi exclusivamente de lo que decía el 
inspector. Así que los inspectores asumen el rol de árbitros morales y legales 
y mediadores del conflicto que inunda a la comunidad escolar. No es su rol 
difundir el mensaje político sino todo lo contrario, mediar en los conflictos 
que provoca la difusión de este mensaje político. Y lo que se puede ver es que 
revelan cierta aprensión por este problema que surge y frente a la difusión 
del uso de la práctica de la denuncia y que son muy cuidadosos a la hora de 
establecer sanciones.”​[ii] 

La operación realizada es bastante evidente: se estudian los sumarios que se 


realizaron por los canales oficiales en el ámbito educativo y se concluye que 
los despidos a docentes bajo el peronismo siguieron siempre esos pasos 
formales. A partir de ahí se acusa como mitológica la versión que plantea lo 
contrario. Pero, para sostener tal afirmación, Fiorucci debiera demostrar 
que no hay docentes que fueran despedidos mediante otros mecanismos, 
algo que ella no hace. Estudia solo las sanciones decididas en un ámbito y 
extrapola sus conclusiones para el conjunto social. Fiorucci examina las 
canicas azules y luego afirma que, bajo el peronismo todas las canicas 
fueron azules y que, quienes han afirmado lo contrario, se guían mitos o 
prejuicios antiperonistas. 

Fiorucci, estudió 50 expedientes no todos de los cuales terminaron en 


cesantías. Pero dirigentes sindicales de la época señalaron la existencia de 
1500 cesantías.​[iii]​ Se observa cuán poco significativa es la muestra que 
Fiorucci tiene en sus manos. Ocurre, no solo que Fiorucci no revisó todos los 
expedientes de su fondo documental, sino que las cesantías que se 
dispusieron mediante mecanismos formales fueron una minoría. Del grueso 
de ellas no hay rastros en el Consejo Nacional de Educación pues se 
decidieron en otros ámbitos y por otros mecanismos. A la mayoría de los 
docentes los sorprendía la noticia de su despido sin haber mediado 
comunicación alguna previa y luego debían ellos tratar de reconstruir qué 
había pasado y, en caso de querer revisar la medida, intentar probar su 
inocencia, en el sentido de demostrar su afección al gobierno. Tan solo UDA, 
uno de los sindicatos docentes del período, llevaba hacia 1955, 162 
expedientes en los cuales docentes de distintos puntos del país pedían 
revisión de sus sanciones. Pero, naturalmente, quien estudia las canicas 
azules en el archivo donde se conservan las canicas azules difícilmente 
encuentre una verde. 

Vigilar y castigar (pero de un modo popular) 

Enfrascada en su mundo de canicas azules, Fiorucci dice que las denuncias 


contra los docentes antiperonistas provendrían de todo tipo de actores 
(docentes de nivel inferior o superior a aquellos denunciados, padres o 
miembros de la comunidad), pero que primarían aquellas donde 
denunciante y denunciado son pares situados a un mismo nivel jerárquico. 
Fiorucci está convencida de la espontaneidad de las denuncias y considera 
que estas no deben ser interpretadas como una prueba de dominación 
política. 

El carácter espontaneo de las denuncias sólo puede ser sostenido sobre la 
base de una descontextualización absoluta del momento histórico en que las 
denuncias se realizan. En un contexto histórico en el cual ya en 1948, mucho 
antes de llegar al clímax de polarización social y mucho antes del primer 
intento de golpe de estado (que serviría de excusa para la violencia estatal, 
que bien podría caracterizarse de terrorismo de estado) la primera dama 
llamaba por radio nacional a que cada peronista estuviera “alerta”. Pedía 
que cada descamisado se transforme en una célula de la patria y pedía que 
“Cada descamisado (a) cualquiera que hable mal de Perón debe romperle ​un 
botellazo en la cabeza​ o la cabeza si es necesario”.  

Haciendo caso omiso, de este contexto donde las máximas autoridades 


políticas llaman a ejercer no solo la denuncia sino la violencia física contra 
los antiperonistas, Fiorucci atribuye un carácter espontaneo y cuasi 
democratizador a las denuncias realizadas. Entiende las delaciones como un 
canal a través del cual, sectores sin poder público empoderados por el 
peronismo, hacían oír su voz. A partir del arribo del peronismo al poder 
estos grupos se consideraban con el derecho a interpelar al Estado e 
informarlo. Por supuesto, Fiorucci no se detiene a pensar tampoco si esa 
misma sensación de alteración de las jerarquías y de acceso a la voz podía 
tenerla bajo el nazismo un portero que denunciara a un opositor al régimen. 

En su argumentación Fiorucci emparenta estas denuncias con las múltiples 


cartas con las cuales distintos sectores y ciudadanos comunes respondieron 
al pedido del gobierno de que se le enviasen propuestas y solicitudes como 
mecanismo de consulta previo del armado del Segundo Plan Quinquenal. De 
tal manera, pareciera que escribir una carta al gobierno pidiendo que se 
pavimente una ruta de un pueblo es más o menos la misma cosa que 
denunciar que un maestro es antiperonista con el fin de que se lo remueva 
del cargo. ​[iv] 

Fiorucci romantiza las denuncias y las presenta como una nueva forma de 
subversión de las jerarquías y ordenamientos previos habilitada por el 
peronismo. Como otra manifestación de la fuerza social y organizativa de la 
clase trabajadora. En definitiva, Fiorucci, usa también el caso de las 
denuncias para intentar negar el carácter verticalista del peronismo. 

De nuevo, canicas azules y verdes 

En las cartas de denuncia que dan origen a los expedientes que ella estudia 
Fiorucci descubre una suerte de guerra entre los propios trabajadores y 
vecinos. En ese punto hay una veta de verdad en su análisis, una veta que 
muchas veces oculta en otros autores que asumen una homogénea y 
unánime adhesión del colectivo obrero al peronismo. Frente a Daniel James 
que prácticamente dice que Perón crea a la clase obrera argentina al 
unificarla tras su ideario y mediante su discurso político, el micromundo de 
las cartas de denuncia nos devuelve la imagen de una profunda fractura.​[v] 

Sin embargo, esa cuota de verdad está incorporada a una interpretación 


mayor completamente falsa. Fiorucci, reconoce la existencia de una 
vigilancia omnipresente, la que vendría de abajo y entre sujetos unidos por 
relaciones horizontales entre sí. Esas son las canicas azules que encuentra. 
De nuevo, ante la vista de sus canicas azules, Fiorucci no puede ceder a la 
tentación de proclamar la inexistencia de canicas verdes. Y de nuevo, lo hace 
acusando de mito la idea de que pueda haber existido una canica verde: “La 
preeminencia de esa vigilancia difusa explicaría algunos de los mitos que 
circulan en el imaginario público sobre el control que pesaba sobre la 
sociedad en esos años.” (Fiorucci, 2013, p. 21). 

Es decir, según Fiorucci, si la gente sentía una atmósfera asfixiante (algo 


que ella reconoce) no era porque el Estado vigilara, sino tan solo porque lo 
hacían en forma espontánea los vecinos y compañeros de trabajo. No es que 
la Sección Especial de la Policía vigilara, ni Control del Estado, ni la División 
Informaciones Políticas, ni la S​ IDE​, ni la Sección Especial de la Subsecretaría 
de Prensa, ni la Alianza Libertadora Nacionalista, ni el Ministerio de 
Asuntos Políticos donde trabajaba ​Bernardo Neustadt​. Otra vez, porque 
encontró canicas azules Fiorucci niega la existencia de canicas verdes de las 
cuales hay sobradas pruebas. En este caso la extrapolación es aún más 
arbitraria: porque encontró denuncias realizadas por trabajadores contra 
docentes en el ámbito educativo, Fiorucci deduce que el malestar de la 
población en todos los ámbitos de la vida social frente al evidente control y 
vigilancia sobre la misma se debía a esta vigilancia horizontal y no a otros 
mecanismos. 
Fiorucci, quien parece no poder formular una apreciación histórica sin 
realizar una extrapolación indebida acusa de ideológicas y mistificadoras las 
interpretaciones antiperonistas. A diferencia de quienes ignoran por 
completo la represión peronista Fiorucci reconoce un aspecto parcial, pero 
solo reconoce la existencia de un árbol con el fin de ocultar un bosque. 

 
[i]​ Fiorucci, F. (2012a). El Campo Escolar bajo el Peronismo 1946-1955. 
Revista de historia de la educación latinoamericana, 18​ (14), pp. 139 – 154. 

Fiorucci, F. (2012b). La denuncia bajo el peronismo: el caso del campo 


escolar. D
​ ocumento de trabajo​, Escuela de educación, Universidad de San 
Andrés, Victoria, Provincia de Buenos Aires, Argentina, 41, agosto, pp. 1-27. 

Fiorucci, F. (2013). La denuncia bajo el peronismo: el caso del campo escolar. 


Latin American Research Review​ 1 (48), pp. 3-23. 
http://www.jstor.org/stable/41811585 

[ii]​Fiorucci, F. (2012b). La denuncia bajo el peronismo: el caso del campo 


escolar. D​ ocumento de trabajo… op. cit., p
​ . 10​. 

[iii]​ La cifra aparece en AGN, AI, FNRP, com. 20, expte. 23965 2°cuerpo, 
testimonio de José A. Nuñez, Secretario General de UDA, fs. 273. 

[iv]​ No queremos dejar de señalar que dicha consulta popular previa al 
armado del Segundo Plan quinquenal fue centralmente un mecanismo para 
dotar de legitimidad popular a un plan económico que implicaba un feroz 
ajuste y que establecía entre otras medidas, el congelamiento salarial. Sin 
embargo, muchos historiadores filoperonistas se entretienen examinando 
las cartas a las que la consulta dio lugar sin mencionar en ningún momento 
este pequeño detalle. 

[v]​ James, Daniel. R


​ esistencia e integración​. Buenos Aires: Sudamericana, 
1991. 

[vi]​ La autora de esta nota ha invitado a Flavia Fiorucci a disertar en la 


cátedra Historia Argentina III, invitación que nunca fue siquiera contestada. 

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