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LA EUCARISTÍA:
MI AUTOPISTA AL CIELO
Biografía del Venerable Carlo Acutis
(1991-2006)
por Nicola Gori

(Traducción española para uso exclusivamente privado)

El papa Francisco le ha declarado venerable el 5 de julio de 2018 continuando


con el proceso de canonización iniciado por el cardenal Angelo Scola, en la
Arquidiócesis de Milán en 2013. La decisión de hacerlo Venerable en tan corto
espacio de tiempo ha sido acogida con entusiasmo y es motivo de consideración
para todos aquellos que ven en Carlo un modelo de evangelizador del siglo XXI.
El siguiente paso es que la Santa Sede reconozca un milagro obrado por
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intercesión de Carlos Acutis, para proceder con su beatificación.

Para su canonización, se requiere que la Iglesia reconozca oficialmente otro


milagro obrado por intercesión del joven italiano.

Muchos recurren a la intercesión y a la ayuda de Carlo, el cual hace sentir todavía


viva su presencia en medio a nosotros.

Quien recibiese gracias o favores atribuidos a la intercesión de Carlo Acutis puede


escribir a la siguiente dirección:

ANTONIA ACUTIS
Via Ariosto 21 – 20145 Milano
Tel: +39 02 48194408
info@carloacutis-.com
www.carloacutis.com

O può scrivere direttamente alla


Dottoressa Francesca Consolini
Collaboratrice dell'Ufficio delle Cause dei Santi della Diocesi di Milano
P.zza Duomo 16 – 20122 Milano
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PRESENTACIÓN
Un adolescente de nuestro tiempo como muchos otros, ocupado en la escuela,
entre los amigos, gran experto, para su edad, en la informática. Sobre todo esto,
hay que añadir su encuentro con Jesucristo.

Carlo Acutis es un testigo del Resucitado, se confía a la Virgen María, vive la vida
de gracia y cuenta a sus coetaneos su impresionante experiencia con Dios.

Se nutre cada día de la Eucaristía, participa con fervor en la Santa Misa,


transcurre horas enteras delante del Santísimo Sacramento.

Su experiencia y su maduración cristiana testifican cuán verdaderas son las


indicaciones del Santo Padre Benedicto XVI en la Exhortación Apostólica
Sacramentum Caritatis: El Sacrificio de la Misa y la Adoración Eucarística
corroboran, sostienen, desarrollan el amor por Jesús y la disponibilidad al
servicio eclesial.

Carlo tiene también una tierna devoción a la Virgen, recita fielmente el Rosario y
sintiéndola Madre amorosa, le dedica sus sacrificios como florecillas.

Este joven, sociológicamente igual a sus compañeros de escuela, es un auténtico


testigo de que el Evangelio puede ser vivido integralmente incluso por un
adolescente.

La breve existencia, proyectada hacia el encuentro con Cristo, ha sido como una
luz arrojada no sólo sobre el camino de cuantos lo han conocido, sino sobre
cuantos conocerán su historia.

Estoy más que confiado en que esta primera biografía de Carlo Acutis hecha por
el Dr. Nicola Gori, con su reconocida capacidad descriptiva ayudará a los
adolescentes de hoy, tan problemáticos y condicionados por los “mass media”, a
reflexionar acerca de la vida y sus valores evangélicos como plena realización de
la misma.

Mirando a este adolescente como a un compañero, que se ha dejado seducir por


la amistad de Jesucristo, y por esto ha experimentado una alegría más verdadera,
nuestros jóvenes serán puestos en contacto con una experiencia de vida que
nada ha quitado a la riqueza de los jóvenes años adolescentes, sino que los ha
valorado todavía más.

El testimonio evangélico de nuestro Carlo no es sólo de stímulo para los


adolescentes de hoy, sino que provoca a los párrocos, sacerdotes, educadores a
preguntarse sobre la validez de la formación que ellos dan a los jóvenes de
nuestras comunidades parroquiales y como volver esta formación incisiva y
eficaz.

S.E. Michelangelo M. Tribilli, osb


Abad general de lod Benedictinos di Monte Oliveto
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PREFACIO

Carlo, tu sonríes aún más allá del sol, donde los Ángeles te han llevado.

Allí, Carlo, ves cada instante el Corazón de Dios.

Recuerdas? Hablabas, explicabas a los amigos, a los compañeros de escuela,


que bajo el tenue velo de pan y de vino del cáliz, cuando el Ministro consagra,
está la Real Presencia de Dios.

Cuantas veces has defendido a Dios hecho hombre, Jesús? Los ojos te brillaban
como estrellas cuando hablabas de Él!

Eras un niño y tenías sólo siete años cuando has querido encontrarlo.

Querías conocerlo cuanto antes! Pero tú, Carlo, entonces no sabías que era Él
que quería habitar enseguida contigo.

No sabías que Él ya te amaba tanto que quería que fueses todo para Él pronto,
muy pronto. Y así, tus años pasaron velozmente, por eso eras tan precoz.

Has aprendido a hablar a los pocos meses, y en tus años de adolescencia ya


leías incluso los libros de ingeniería informática de la Universidad.

Pero tú, Carlo, has sido también verdaderamente niño en aquella infancia que te
ha visto jugar con un blanco corderito de peluche, el primer regalo que has
recibido. Y un pequeño cordero blanco ha atravesado la calle con su pastor el día
que ibas a hacer la Primera Comunión en un convento de clausura.

Cuando el mal que te llevó se reveló, cuántas lágrimas punzantes han sido
derramadas por quienes te tenías como el bien más caro sobre la tierra!

Pero tú, cuando en el hospital los médicos te han dicho la verdad, nunca has
llorado. Dentro de ti, lo sabías. Y has mirado a tu padre y a tu madre con los ojos
secos, pero la mirada era la de los momentos más graves.

Has ofrecido tus sufrimientos y la vida por el Papa y por la Iglesia.

A Asís has regresado con tus restos mortales en la tierra de Francisco, el santo
que tanto amabas.

Estabas como en casa en Asís, pero Jesús, Carlo, estaba como en casa en tu
corazón!

Le hablabas con gran ternura cuando comulgabas, y Él estaba bien en tu corazón,


venía gustoso todos los días a tí y te escuchaba, en aquel misterioso silencio que
revela la Presencia de Dios.
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Ya sabía, Jesús, desde cuando eras sólo un niño, que te habría llamado consigo
muy pronto. Porque Carlo, Jesús ha respondido a tu amor puro, intacto hasta el
último día de tu existencia.

Lo has encantado con tus ojos que brillaban como estrellas, cuando estabas por
recibirlo en el Sacramento de la Eucaristía.

Lo has conquistado cuando anunciabas a los amigos la Buena Noticia del


Evangelio, y tu voz, sonora y segura, era como el Eco de Su Voz.

Cuando consolabas a los afligidos con palabras de caridad y de amor, Él estaba


contigo, en el secreto de tu corazón. Y cuando hacías el apostolado con los
amigos que dudaban para reconducirlos a Él, el Buen Pastor que guiaba tus
pasos indicaba el camino verdadero de la conversión.

Tu vida ha sido breve, Carlo, según el tiempo de los hombres. Pero tus días
transcurrieron veloces en el sucederse de aquellas misiones que el Espíritu de
Jesús, tu Maestro, te asignaba.

Poco antes de morir has tenido como un presentimiento y tu rostro, en aquellos


últimos días, reflejaba ya la luz arcana del Infinito.

Tu, Carlo, entonces te preparabas al último viaje. Hacia el Cielo.

Ahora estás allí con tu alma, y tus restos humanos reposan sobre aquella altura
de la tierra de Asís donde, sobre la lápida de mármol claro, tus amigos continúan
llevando flores.

Miran, tus amigos, la Basílica de San Francisco a lo lejos, y la suave brisa del
atardecer hace murmurar las copas de los árboles.

Sobre la lápida blanca, el Descendimiento de Cristo muestra a todos el dolor de la


Virgen con el Hijo Crucificado en brazos. No tenía más lágrimas María, después
del tormento del Gólgota.

No tiene más lágrimas, Carlo, tu familia, que confía en la certeza de la Fe, en la


promesa de Jesús, que dijo a los suyos, antes de subir al Cielo: “Voy a prepararos
un lugar”.

Giuseppina Sciascia
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INTRODUCCIÓN

¿Qué tiene que ofrecer a nuestra frenética existencia un adolescente que a sus
15 años muere imprevistamente? ¿Cuál es el mensaje que él nos ha dejado a
todos nosotros en el curso de su breve existencia? ¿Qué permanece impreso en
el corazón de aquellos que lo han conocido?

Estos interrogantes vienen a nuestra mente apenas sintonizamos con la vida y la


figura de Carlo Acutis.

Su pasaje sobre esta tierra ha sido breve y rápido, pero ha dejado una huella
indeleble, no sólo en sus familiares y amigos, sino también en todos aquellos que
lo han encontrado en su camino.

Carlo es un joven dotado de una extraordinaria inteligencia, y de una genial


capacidad para el uso de los ordenadores y los programas informáticos. Como
sus coetáneos, ama los dibujos animados, las películas, los juegos. Le gustan los
animales, en casa tiene perros y gatos. Es un chico afectuoso, que ama mucho a
sus padres y pasa el tiempo junto a sus abuelos. Frecuenta la escuela primaria y
secundaria con las Hermanas Marcelinas de Milán, luego pasa al Liceo clásico del
Instituto León XIII dirigido por los jesuitas. Le gustan los viajes, el mar, las
conversaciones, incluso la amistad con el personal doméstico de la casa, es
abierto con todos y a todos da el saludo o la palabra.

Tiene un carácter disponible y solar, no tiene dificultad de hablar sea con los
nobles o los mendigos que se cruza por la calle. Ninguno está excluido de su vida.

Pero ¿qué diferencia a Carlo de tantos de sus coetáneos? ¿Cuál es el aspecto


particular que sus amigos notan en él?

Bien, Carlo, en el curso de su breve existencia ha descubierto una Persona


especial: Jesucristo. Desde pequeño, el encuentro con Cristo conmociona toda su
vida. Carlo encuentra en Él un amigo, un punto de referencia y la razón misma de
la existencia. Sin la presencia de Jesús en su vida cotidiana, no se podría
comprender el comportamiento y el modo de ser de este joven, en todo similar a
sus amigos, pero que conserva dentro de sí un secreto incorruptible.

Ciertamente, el crecimiento humano y espiritual de Carlo ha sido influenciado por


el ambiente cristiano que ha vivido, pero no olvidemos que existe el libre albedrío
y Carlo ha elegido seguir al Señor espontáneamente, con gran entusiasmo,
superando en esto incluso a sus familiares. Él crece en un ambiente
profundamente religioso, en el cual la fe no es sólo profesada, sino testimoniada
con las obras. Carlo es sensible a los ejemplos y enseñanzas de la verdad de la
fe, que asimila prontamente y la hace suya.

En un mundo basado sobre lo efímero y la apariencia, el joven testimonia los


valores evangélicos que la mayoría parece haber perdido y olvidado.
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No tiene temor de presentarse como una excepción o de ir contracorriente, contra


la mentalidad imperante en su ambiente o en la opulenta sociedad.

Sabe que para seguir a Cristo se necesita sacrificio y una gran humildad.

La elección de abrazar los preceptos del Evangelio en un chico de esa edad,


puede parecer excepcional, pero recordemos que él tiene delante de si modelos a
los cuales hacer referencia. Baste pensar en los pastorcitos de Fátima, los
Beatos Jacinta y Francisco, a San Domingo Savio (1842-1857), a San Luis
Gonzaga (1568-1591), sólo por recordar algunos de los niños y jóvenes que la
Iglesia ha elevado a los altares. Si además consideramos a los mártires, entre los
cuales San Tarcisio, mártir de la Eucaristía, Santa Ágata y Santa Inés, el cuadro
es todavía más completo. Además debemos constatar que a menudo los niños
son los interlocutores privilegiados elegidos por Jesús y la Virgen para confiarles
un mensaje para toda la Iglesia y la humanidad.

Baste pensar a Santa Bernardette Soubirous (1844-1879) en Lourdes, que tenía


14 años cuando se le apareció la Virgen; a Melania, también ella de catorce años
y Máximo, 11 años, que en La Salette vieron a la Virgen, además de Lucía de
Fátima y a sus primos ya citados. Y qué decir de la Infancia Espiritual de Santa
Teresita del Niño Jesús y de la Santa Faz (1873-1897), la cual propone su camino
ascético eligiendo el Pequeño Camino, haciéndose humilde y confiada como los
niños? De este aviso es también el Beato Juan Pablo II, el cual en la Carta a los
niños, del 13 de diciembre de 1994, escribe: “El Redentor de la humanidad parece
compartir con ellos la solicitud por los otros: por los padres, por los compañeros y
las compañeras. Él atiende tanto su oración. Que potencia enorme tiene la
oración de los niños! Ella se vuelve un modelo para los mismos adultos: orar con
confianza simple y total quiere decir orar como saben orar los niños”.

Carlo se inserta en esta miríada de pequeños que con su existencia rinden gloria
a Dios.

La elección del joven de apostar todo a Cristo es coherente y no un fuego


pasajero. Él sabe bien que necesita un gran esfuerzo para mantenerse en la
amistad con Jesús e individualiza dos columnas fundamentales, donde obtener la
fuerza necesaria: La Eucaristía y la Virgen María.

La vida de Carlo es enteramente eucarística, en el sentido que no sólo ama y


adora profundamente el misterio del Cuerpo y la Sangre de Cristo, sino que
asume el aspecto oblativo y sacrificial.

El tiene una gran devoción por el Santísimo Sacramento, en el que descubre la


presencia de un Dios que ha querido permanecer cerca de sus criaturas.

Del misterio eucarístico aprender a comprender el infinito amor de Jesus por la


humanidad. Se siente interpelado a corresponder a tanta dilección de parte de
Dios y busca de hacerlo con prisa y generosidad.

El tiempo transcurrido en oración silenciosa delante de la Eucaristía es, para


Carlo, como una escuela de amor, no le basta comportarse bien y correctamente,
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sino que siente que debe hacer más: debe darse a Dios para ser útil a los
hermanos. Nace de aquí su celo por la salvación de las almas. No se limita a orar,
sino que habla a menudo de Jesús, de María, de los Novísimos y del riesgo de
poder perderse. Es fuerte en su mente el peligro que las almas corren de
perderse y de no reunirse con Dios. Carlo busca ayudar sobre todo a las personas
que viven lejos de Jesús, inmersas en el pecado o la indiferencia.
Frecuentemente se ofrece, ora y repara los pecados y ofensas cometidas contra
el amor divino, contra el Sagrado Corazón, que ve palpitar, oculto en la Hostia
consagrada. Como Santa Margarita María Alacoque (1647-1690) también él
siente dentro de sí el deseo de conducir las almas al Corazón de Jesús.

Carlos es muy devoto del Corazón de Jesús y confía en su amor misericordioso,


según las promesas reveladas a su discípula Santa Margarita María. En particular,
todos los Primeros Viernes del mes, según lo solicitado por el Corazón de Jesús,
va a reparar los ultrajes y pecados que ofenden el Corazón Eucarístico. Este
asiduo y frecuente hábito alimenta su ardor en su relación con Jesús y hace de él
su discipulo, como confirman los sacerdotes que lo han conocido.

Tanta profundidad y madurez podrían parecer extrañas para un joven de su edad,


pero el Espíritu le hace quemar etapas. Sólo nosotros, ahora, conocemos el por
qué: su existencia sería breve y su camino a la perfección sería recorrido en poco
tiempo. Pero él no se retracta ni se echa atrás, se deja conducir de la mano,
seguro que Jesús ha elegido para él la parte mejor que no le será quitada. Siente
dentro de sí la certeza de ser amado de Dios y eso le basta para ser a su vez,
anunciador de la Misericordia divina.

Él es apreciado y estimado por sus compañeros de escuela, incluso aunque, a


veces, se burlen de su gran devoción. Sabemos que los niños, a aquella edad,
son vivaces y exuberantes y si uno no se adecúa a la mentalidad imperante, es
tomado como una rareza. Al contrario, Carlo no es un alienado, es sólo una
persona consiente de haber encontrado a Jesús y para permanecerle fiel está
preparado incluso para desafiar la opinión común y las costumbres de la mayoría.
El joven, por lo tanto, no teme las críticas y bromas, las ha tomado como un
elemento ineludible, desde las cuales partir para conquistar a la causa de Cristo
sus amigos.

Si por un lado su gran disposición para la informática hará de él un genio de los


ordenadores, por otro, su fe hará de él un campeón del espíritu. Sus compañeros
de escuela lo buscan para que les enseñe a usar mejor el ordenador y él,
mientras explica el funcionamiento de los programas y los comandos, aprovecha
para dirigir su discurso hacia la vida eterna, hacia Dios. No pierde ocasión para
hacer evangelización y catequesis. Sabe que el ejemplo arrastra, pero es
necesaria también la palabra que explica a la gente los misterios de la salvación.
Y sus amigos están de acuerdo en decir que Carlo ha sido un auténtico testigo de
Cristo y anunciador del Evangelio.

Carlo ha entendido que se necesita un gran esfuerzo misionero para anunciar el


Evangelio a todas las criaturas. A este propósito, él aprecia el impulso apostólico
del Beato Giacomo Alberione (1884-1971), su genial intuición de usar los nuevos
medios de comunicación para ponerlos al servicio del Evangelio. Carlos tiene
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plena confianza en el “mass-media” que, si son bien utilizados, pueden ser un


óptimo instrumento de difusión y de conocimiento de la Palabra de Dios y de la
Persona de Jesús. Esta intuición es tomada por Carlo, el cual no deja nunca de
informarse y de leer revistas católicas que ofrecen a los lectores la posibilidad de
una profundización y de una reflexión sobre temas de actualidad que interpelan a
los cristianos.

Baste recordar las revistas de amplia difusión de los hijos de Alberione que Carlo
conoce muy bien y sobre las cuales sigue los debates teológicos y pastorales. El
objetivo de Carlo coincide plenamente con el de los misioneros que usan el mass-
media: alcanzar a cuantas más personas puedan para hacerles conocer la belleza
y la alegría de la amistad con Jesús. Y es en este contexto que el joven toma
como modelo el Apostol de las Gentes: Pablo, el cual pone todo de si mismo para
llevar la Buena Noticia a cada criatura, hasta dar la propia vida.

Su frecuente participación en las actividades parroquiales y a la vida eclesial


hacen de él un verdadero hijo de la Iglesia. Por ella reza y ofrece sacrificios. Pero
su continuo pensamiento es hacia el Papa, en el cual ve al Vicario de Cristo, y por
el cual ofrece sus penitencias y sus oraciones. El tiene un gran amor no sólo por
la persona del Santo Padre, sino por el Magisterio que el confía a toda la
comunidad eclesial. Carlo es un joven precoz, que obtiene del Arzobispo Mons.
Pascual Macchi, secretario particular de S.S. Paulo VI, el permiso de hacer la
Primera Comunión anticipadamente, es decir, a los siete años y, sobre todo, en un
monasterio de clausura.

Él tiene una experiencia de Dios que no muchos pueden celebrar. Logra


comprender y explicar algunos conceptos de la fe con palabras simples y
comprensibles, que ni siquiera un teólogo podría utilizar mejor. De este don,
quedan maravillados el párroco, los religiosos y las personas que lo escuchan
hablar y con aquellos con los que entra en contacto.

Su capacidad de hacer accesibles a todos, con un lenguaje simple y persuasivo


las verdades de la fe, unida a una gran coherencia de comportamiento con el
credo profesado, favorecerán la conversión al cristianismo de algunas personas
que Carlo frecuenta asiduamente. En particular, estas personas se sienten
interpeladas por la conducta del joven, el cual no solo los evangeliza, sino los
convence de que Cristo es verdaderamente el Salvador esperado de la
humanidad y el único que puede colmar plenamente el corazón del hombre.

La otra columna fundamental sobre la que se funda su edificio espiritual es la


Virgen María. A Ella confía plenamente su vida. A Ella recurre en los momentos
más oscuros y de más necesidad. Ella se vuelve su fiel compañera de viaje, su
segunda Mamá. Sería impensable hablar de Carlo sin considerar su profunda
devoción a la Virgen. El queda fascinado de los relatos de las Apariciones de
Lourdes y de Fátima y quiere seguir los mensajes y recomendaciones hechos por
la Virgen por medio de los videntes. De Fátima aprende a amar el Corazón
Inmaculado de María, a orar y ofrecer sacrificios para reparar las ofensas que los
hombres le hacen.

Esta característica espiritual suya, influenciará toda su vida: él permanece fiel al


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rezo cotidiano del Rosario, se consagra a la Virgen y renueva su consagración


muchas veces, difunde la devoción alla Virgen entre sus conocidos, visita sus
Santuarios y se entretiene en cotidiana oración de tu a tu, con Ella.

De las Apariciones de Lourdes aprende a recitar asiduamente el Rosario y


comprende la necesidad de la penitencia y del sacrificio. Él a menudo relata a sus
familiares la historia de Bernardette y de las visiones de la Gruta de Massabielle
para invitar a todos a seguir las recomendaciones de la Inmaculada. La figura de
Bernardette, esta adolescente analfabeta y pobre hija del pueblo, que es elegida
por la simplicidad y humildad por la Virgen como su confidente, golpea e influencia
mucho la espiritualidad de Carlo.

Por lo que toca a Fátima, Carlo conserva en su corazón las palabras


pronunciadas por la Virgen a los pastorcitos y las hace propias. Nace de aquí su
gran amor al Corazón Inmaculado y la necesidad de agradar a la Virgen mediante
su propia conducta y oración. El joven queda muy impresionado del relato de la
visión del infierno que cuenta Lucia y desde ese momento se decide a evitar que
él u otras almas terminen allí. Lo mismo con respecto al Purgatorio, Carlo está
muy impresionado por el hecho de que muchas almas estén allí necesitadas de
sufragios. Ha conocido el célebre Tratado del Purgatorio de Santa Catalina de
Génova (1447-1510), en el cual la Santa describe en manera clara y detallada las
penas de las almas y su purificación para poder ser admitidas a la visión de Dios.

Carlo, sensible a los sufrimientos de los otros, se empeña en primera persona con
la oración, con la participación a la Santa Misa, con las Comuniones, con el rezo
del Rosario para sufragar las almas del Purgatorio.

En un mundo en que hablar de las últimas verdades de la fe parezca un


anacronismo, una rémora del pasado, un discurso superado por la civilización y el
progreso, Carlo golpea las conciencias e invita a mirar más allá del limitado
horizonte terreno.

Su capacidad de vivir vuelto a la vida que no tiene ocaso, su tensión hacia el


Absoluto, su meterse de llena en la sociedad, y al mismo tiempo, considerarse
ciudadano del Cielo, solo peregrino sobre esta tierra, hacen de él un testigo de la
eternidad.

Carlo ha comprendido que es necesario alzar la mirada por encima de nuestros


problemas cotidianos, lo que sirve para reconocer que nuestra vida está guiada
por Aquel que nos ama sin reservas y sin medida.

El progreso en la fe y en el camino de la unión con Jesús es, para él, la respuesta


al llamado fuerte que siente dentro de sí: llegar a ser santo. La llamada universal
a la santidad es para el un empeño, un deber, un deseo que brota de su corazón y
que debe realizar para corresponder al amor de Dios.

Carlos se siente empujado a orientar su vida según el Evagelio, poniéndose al


seguimiento de Cristo y no teme el juicio de aquellos que le están cerca, sean sus
propios familiares o sus amigos o los compañeros de escuela. Es justamente en
al escuela que el joven tendrá un modo de testimoniar con vigor su experiencia de
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Dios y aprovecha cada ocasión que se le presenta para llevar la conversación a


las verdades de la fe. Es tan celoso de las cosas divinas que se hace paladino de
la ortodoxia de la fe y defiende con fuerza el Magisterio y las enseñanzas de los
Papas delante de las críticas y las interpretaciones personales. Basándose en el
Evangelio y la Tradición de la Iglesia, Carlo llega a madurar una experiencia de fe
no común para un joven de su edad.

Incluso los teólogos y sacerdotes que discuten con él se dan cuenta de tener
delante un interlocutor fuera de serie, una persona que ha profundizado e
interiorizado las verdades cristianas.
Él se vuelve un fuerte defensor de los valores fundamentales de la vida: está
convencido que el aborto es un verdadero delito y lucha como puede para
transmitir un mensaje de esperanza y de firme toma de posición a favor del
derecho a la existencia.

Sobre los valores morales, Carlo no acepta compromisos, no se retrocede delante


de la hostilidad y los pareceres contrarios, sino que afirma con vehemencia y
coraje el punto de vista del Magisterio de la Iglesia sobre los problemas ligados a
la defensa de la vida naciente y sobre los enfermos terminales.

Podemos afirmar que es Jesús mismo y su Madre que lo han instruido y formado
en el silencio y en la oración, más que los libros que haya leído.

Esta característica suya de dejarse plasmar por el Espíritu, de abandonarse y de


hacerse conducir a donde él quiere, le permitirá de librarse hacia horizontes
elevados sin perder el contacto con la tierra.

Estamos frente a un alma noble, inmersa en el misterio de Dios, pero que no


olvida a los hermanos que encuentra en su camino, empezando por los más
necesitados.

Baste recordar la gran caridad que tiene en sus contactos con los mendigos y
pobres que encuentra en las calles de la ciudad, así como su celo por enviar
donativos a los misioneros que anuncian el Evangelio en los Países del Tercer
Mundo. Además, el sostenimiento de las obras de caridad ambrosianas se vuelve,
para él, una obligación fija e improrrogable. En particular, tiene presente las
necesidades de la Obra de San Francisco para los pobres de Milán, dirigida por
los Frailes Menores Capuchinos, donde son acogidos, vestidos y alimentados
numerosos pobres e inmigrantes que llegan a la ciudad. Por ellos, Carlo, se
empeña en primera persona en recoger dinero entre los familiares y conocidos,
logrando así comprometer algunas personas en esta obra de caridad.

Por los testimonios recogidos, podemos afirmar que el ejemplo de Carlo es


contagioso: no solo logra arrastrar a los padres y amigos en las obras de caridad
y de piedad, sino que quiere que este compromiso sea duradero y motivado por el
amor a Cristo y no por pura filantropía.

En particular, muchos de sus coetáneos se han sentido movidos por su aventura


espiritual que ha dejado una huella en sus corazones. Muchos recuerdan su
sonrisa, su serenidad, su profunda bondad, signo de que aquellos que viven
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según las enseñanzas evangélicas, son contagiosos. Carlo es uno de estos


apóstoles de los tiempos modernos que, con los nuevos instrumentos que el
progreso y la técnica han puesto a disposición, llega a anunciar no una palabra,
sino una Persona, un Amigo, con el cual ha tenido un encuentro fulminante y que
conmocionado su existencia.

Utilizando los ordenadores y la informática, sin temor de usar los instrumentos del
“mass-media” por el bien de las almas, se hace promotor y apóstol del anuncio del
Reino. El pone a disposición de Cristo sus cualidades, su habilidad y su
inteligencia, para que las nuevas generaciones se pongan en contacto y puedan
conocer a Aquel que les ama hasta la eternidad.

Carlo quiere que también sus compañeros sean amigos de Jesús, que encuentren
en Él el sentido de la vida, que sean felices no sólo en esta tierra, sino también en
la eternidad.

Para esto no se limita a ayudarlos y a ponerse a su disposición, sino que se


interesa de sus almas, quiere que se salven, busca de hacerles entender que la
amistad con Cristo se mantiene y conquista cada día a costa de sacrificios. A la
base de todo esto, está la continua oración, la participación cotidiana a la
Comunión, porque ha comprendido muy bien que sin la Gracia divina cada
esfuerzo suyo es inútil.

Sus amigos comprenden que Carlo quiere su bien, desea su felicidad y no se


contenta con las medianías ni compromisos. No tiene miedo de hablar claro y de
reprender a alguno que está yendo por un camino equivocado, es más, llega
hasta la corrección fraterna, a la amonestación. Su meta es siempre la de tocar
las almas, de hacer tomar conciencia que Cristo está cercano a ellos y que llama
a la puerta del corazón para entrar y hacer comunión con ellos. Carlo es aquel
que, después de haber descubierto el tesoro escondido, corre hacia los amigos,
para que también ellos participen y se gocen de tan precioso valor. Su gran celo
contagia a muchas personas. Algunas de estas, siendo de origen indio,
pertenecen a otras religiones, se preguntan si verdaderamente aquel Cristo del
cual habla Carlo, sea verdaderamente el Dios por el cual vale la pena vivir. Y
llegan las conversiones...

Observando la vida de Carlo, nos preguntamos espontáneamente: ¿Cuál es el


secreto de su fascinación?

A esta pregunta podemos responder, sea teniendo presente lo que sus amigos
intuyen, es decir que en su vida está la presencia de Otro que ha tomado
posesión de su corazón; sea considerando que su carácter es naturalmente
abierto, disponible y espontáneo. El quiere ser útil, desea ofrecerse y darse por el
bien de los otros, sean ellos sus propios familiares o los amigos o cualquiera que
se cruce por la calle.

En el hacer el bien, Carlo no hace distinción entre amigos ni conocidos ni razas o


religiones. Él ha encontrado una Persona, que ha conmocionado su vida y que
quiere hacer conocer también a su prójimo. Por esto, utiliza su carácter llevado a
la expansividad, a la extroversión y lo pone al servicio del anuncio de Jesús. En
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efecto, Carlo no logra mantener encerrada dentro de si toda la riqueza que ha


descubierto en el encuentro con el Resucitado y arde en el deseo de hacer
partícipes a los otros. Y así, su natural afabilidad se convierte en un don precioso
a Dios para anunciar su Reino.

Pero el joven no se limita al simple anuncio, lo vive y lo encarna en su existencia y


lo trasmite transformado por su propia experiencia personal.

Él es testigo de que es posible vivir según los preceptos evangélicos y confirma


que la vida en unión con Jesús es ya realizable, aunque imperfectamente, desde
ahora.

Su exuberante juventud es reveladora de lo genuino de su experiencia espiritual:


él no es un teórico, un académico, un especulador, es una persona que
cotidianamente está atento a los problemas de la vida, pero los juzga e interpreta
con la mirada vuelta a la eternidad.

Dada la joven edad de Carlo, ¿Cómo pudo haber llegado a una madurez interior
así? Es, un poco, como sucedió a Santa Teresa del Niño Jesús, la cual en 1887, a
los 14 años, tuvo la revelación de la misión que tenía que cumplir. Así escribe la
Santa en Historia de un Alma: “Un domingo, mirando una estampa de nuestro
Señor en la Cruz, fui conmovida por la sangre que caía de una de sus manos
divinas, me causó tan gran pena pensar que aquella sangre caía a tierra sin que
ninguno la recogiese y decidí permanecer en espíritu a los pies de la Cruz para
recibir el divino torrente que se escurría, comprendiendo que debía llevarla sobre
las almas... Incluso el grito de Jesús en la Cruz resonaba continuamente en mi
corazón: “Tengo sed”. Estas palabras encendieron en mí un ardor desconocido e
muy vivo... Quería dar de beber a mi Amor y me sentía devorada por la sed de
almas... No eran aún las almas de los sacerdotes que me atraían, eran las de los
grandes pecadores, me quemaba el deseo de arrancarlas de las llamas eternas...”

Nos parece oportuno acercar esta experiencia de Santa Teresita a la de Carlo,


porque se asemejan, aun teniendo en cuenta la diversidad de época y ambiente.
Pero este es el núcleo fundamental: los dos han tenido la experiencia viva de la
Misericordia de Dios; los dos han sido conmovidos por el infinito amor de Jesús
que muere en la Cruz por la humanidad y ambos buscan el modo de consolarlo.
“Por sus heridas hemos sido curados” escribe el Apóstol Pedro en su primera
carta, y esta verdad se imprime en la mente del pequeño Carlo que comienza a
quemarse de celo por Él.

Él quiere también ayudar a sus hermanos y tiene delante de sí bien presentes los
instrumentos para hacerlo: los méritos de Jesús, la Eucaristía y el Santo Rosario.
De estos tesoros inmensos de la misericordia divina, se sirve para ayudar a los
pecadores, para convencer a los indecisos y para inflamar a los tibios.

Santa Teresa decía: “Mi deseo de salvar las almas crecía cada día más, me
parecía sentir a Jesús que me decía como a la samaritana: “¡Dame de beber!” era
un verdadero intercambio de amor; a las almas le daba la sangre de Jesús, a
Jesús ofrecía esas mismas almas refrescadas por este torrente divino, así me
parecía calmarle la sed y más le daba de beber, más aumentaba la sed de mi
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alma y era esta sed ardiente que Él me daba como la más deliciosa bebida de su
amor...”

También Carlo, en su pequeñez, se da para extinguir la sed de Jesús y, al mismo


tiempo, se da cuenta que las almas se salvan a precio de la Sangre de Cristo.
Carlos busca colaborar con el Señor para evitar que las almas de los pecadores
caigan de forma definitiva hasta perder la amistad con Dios.

En su célebre “Tratado”, la gran mística Santa Catalina describe así las penas de
las almas del Purgatorio: “La pena de las almas en el Purgatorio consiste
justamente en ver lo que Dios les muestra en su luz y de ser atraídas sin que
puedan seguir aquella seducción, aquel impulso unitivo que el Señor les ha dado
para ligarlos a Sí. La percepción de cuán grave sea este impedimento y el instinto
que el alma tiene de ser atraída por aquella mirada sin impedimentos, constituye
el sufrimiento de los purgantes”.

La familiaridad con estos textos provoca dentro de Carlo la necesidad de consolar


estas almas; él mismo dice que el gran celo por la salvación de las almas lo
obtiene de la Eucaristía. No se limita a amar a sus familiares, sino que alarga su
radio de acción incluso a los más alejados. Su caridad es auténtica, no está hecha
por intereses o por otros motivos si no la de hacer el bien a las personas. La frase
de Pablo: “Caritas Christi urget nos” (el amor de Cristo nos apremia) está muy
presente en la vida de este joven que lo hace propio y lo traduce en obras
concretas, no limitándose sólo a bellas palabras o conceptos. Es este estímulo
continuo que lo hace ofrecer tiempo y dinero para los pobres y que lo conduce a
ponerse en contacto con algunas realidades caritativas presentes en la Diócesis
de Milán. ¿Qué otra cosa podía aún hacer que convencer a padres y familiares de
ayudar a los pobres? Por otra parte, debemos pensar que Carlo, siendo un
adolescente, no dispone de grandes sumas de dinero como para hacer limosnas,
pero en su pequeñez, el da con mucho gusto lo que tiene.

Es por su gran generosidad que muchos sin techo e indigentes lo esperaban y lo


acogían con alegría cuando se acercaba a ellos. Cuantos están en necesidad no
tienen temor de volverse a él, porque están seguros de encontrar un alma
dispuesta a escuchar y gastarse en primera persona por los hermanos, sin
cálculos, ni incertezas.

Para muchas personas Carlo ha sido un poco como aquella sal de la tierra, que
da sabor a todos los alimentos.

Su presencia no deja indiferentes, hace reflexionar, ofrece la posibilidad de hacer


un discernimiento, de efectuar un examen de conciencia sobre el propio
comportamiento. Todo en un clima de alegría y serenidad, características que
distinguen al joven a los ojos de cuantos lo han encontrado.

No olvidemos sus exhortaciones y su ejemplo para alcanzar también nosotros


aquella plena comunión con Dios y participar así en el Banquete Nupcial, al que
Carlos ya participa en la Comunión de los Santos.

Agradecemos de corazón a S.E. Don Michelángelo Tiribilli, Abad General de la


15

Congregación Benedictina de Santa María del Monte Oliveto Maggiore por el


Prefacio del volumen y a los padres de Carlo que nos han dado la posibilidad de
conocer y de ponernos en contacto con este adolescente que puede enseñar a
sus coetaneos y a todos nosotros como amar siempre más al Señor con su
ejemplo luminoso de amor a la Eucaristía y al Santo Rosario.
16

CAPÍTULO 2

EL CAMINO ESPIRITUAL DE CARLO


17

LA IMPORTANCIA DE SAN FRANCISCO Y SAN ANTONIO DE PADUA EN LA


VIDA DE CARLO

La permanencia en Asís favorece en él el conocimiento y la familiaridad con el


mensaje de Francisco.

En particular, Carlo admira y busca de imitar la gran humildad del Santo. En


efecto, el joven había comprendido de la lectura de numerosos libros sobre la vida
del Poverello, que Francisco era tan humilde que los biógrafos lo habían visto
como “Alter Christus”, porque con su gran humildad había logrado más que nadie
a ser un verdadero discípulo de Jesucristo. Según la tradición, cuando Francisco
de Asis murió, fue visto subir al Cielo sobre un carro de fuego, del mismo modo
que el Profeta Elías para ocupar el puesto que había sido dejado vacío, luego que
el Señor había echado a Lucifer del Paraíso. Este “hacerse pequeño” de
Francisco ha sido el motivo por el cual muchísimas personas lo han amado
siempre. Carlo comprende bien que para ser amados por los otros, es necesario
ser humildes y sentirse “nada”, como a menudo dice a sus padres. El joven
considera, por lo tanto, que es un gran error el considerarse “humildes” solo
porque se crea amable o caritativo con el prójimo, porque la humildad, según él
“es la cosa más difícil de lograr, en efecto, todos nosotros somos ilusos porque
apenas nos dicen cualquier cosa que no es de nuestro agrado, nos enfadamos
enseguida”. Él tiene un gran amor y una gran devoción a San Francisco de Asís,
porque ha sido uno de los santos más enamorados de la Eucaristía. La vida del
Santo ha sido tan austera y rica de renuncias (hacía más de 200 días al año de
ayuno a pan y agua), que Carlo se preguntaba muchas veces cómo había hecho
San Francisco para atravesar Italia a lo largo y a lo ancho y evangelizar así tantas
personas. Gracias al ejemplo de San Francisco, Carlo, haciendo sus “pequeñas
florecillas”, ha sido capaz de vencer su gula, logrando así purificar su único “vicio”.
Cuando habla con el Señor, le pide a menudo: “Jesús, hazme santo como quieres
Tú!”. Para Carlo la Vía de la Cruz, recorrida con tanto rigor por San Francisco, era
inimitable. El joven pasa largos períodos en Asis, pero entra en mayor intimidad
con el carisma de la santidad de Francisco en La Verna, el lugar donde el Señor
había impreso en su fiel y perfecto discípulo el sello de los estigmas. En La Verna
Francisco, en sus noches de oración y soledad, pide de probar un poco el amor y
el dolor que Jesucristo sintió en su Pasión. Así rezaba insistentemente: “Oh, mi
Señor Jesucristo, dos gracias te pido me concedas antes de que muera: la
primera, que sienta cuanto es posible, en el alma y en el cuerpo, aquel dolor que
tú, dulce Jesús, has sufrido durante tu Pasión; la segunda es que yo sienta en mi
corazón, por cuanto sea posible, aquel excesivo amor del cual tu, Hijo amado de
Dios, estabas dispuesto a sostener gustosamente en tu Pasión por nosotros,
pecadores”. Y el Señor lo escuchó y, cerca de la fiesta de la Exaltación de la Cruz
de 1224, la liturgia lo recuerda el 17 de septiembre, lo conformó a Sí mismo,
también en el dolor, imprimiéndole en el cuerpo los estigmas.

En la Legenda Maior, San Buenaventura de Bagnoregio describe así el episodio:


“Una mañana, cercana a la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, mientras
oraba al lado de un monte, vi la figura como de un Serafín, con seis alas tan
luminosas como ardientes, descender de la sublimidad del Cielo: con rapidísimo
vuelo, suspendidos en el aire, se acerca al hombre de Dios, y entonces aparece
18

entre sus alas la imagen de un hombre crucificado, que tenía las manos y los pies
extendidos y clavados sobre la cruz. Dos alas se alzaban sobre su cabeza, dos se
desplegaban volando y dos tapaban todo el cuerpo. Esta visión lo llenó de
estupor, mientras la alegría y la tristeza le inundaban el corazón. Sentía alegría
por el comportamiento amable con el cual se veía protegido por Cristo, bajo la
figura del Serafín. Pero el verlo clavado en la cruz le traspasaba el alma con la
espada dolorosa de la compasión. Esa visión tan misteriosa lo llenaba de estupor
y consciente de que la locura de la pasión no podía absolutamente coexistir con la
naturaleza espiritual e inmortal del Serafín, comprende, finalmente, por divina
revelación, el motivo por el cual la Divina Providencia le había mostrado aquella
visión, es decir, hacerle conocer anticipadamente que él, el amigo de Cristo,
estaba por ser transformado en el retrato visible de Cristo Jesús crucificado, no
mediante el martirio de la carne, sino mediante el incendio del espíritu”.

Carlo ama mucho permanecer en La Verna y meditar sobre la Pasión de Cristo y


sobre el sacrificio de la Cruz. Ha intuido la importancia de la Santa Misa que es la
renovación del sacrificio de la Cruz en modo incruento. El joven participa en
diversos retiros espirituales allí. Lo fascina el ardor de Francisco, que ha
despojado de si mismo todo, y justamente cuando el Santo renunció a cada
pretensión de vanidad y de orgullo y la humildad triunfó sobre todas las pasiones,
el Señor le enciende en el corazón el Fuego que lo transformó en Tabernáculo
viviente. Carlo ha comprendido perfectamente que San Francisco es una perenne
acción de gracias al Señor y que eso es debido incluso a su gran humildad que el
Santo había logrado al final de su vida. Esta intuición la confiesa en familia y
todos están de acuerdo con él. Inspirándose al Poverello, como su modelo
privilegiado para aprender la humildad, Carlo ha logrado vencerse y ofrecer
testimonio evangélico. Muchas personas que lo han conocido quedaron
profundamente impresionadas por su modo de vivir: “Recuerdo que Carlo venía
siempre a saludarme y a hablar conmigo. Era un niño humilde y no me hacía
sentir nunca vergüenza por ser extranjero. Era un chico especial”. “Era un joven
muy religioso que iba siempre a Misa. Esto me ha conmovido. Me regalaba
siempre sus cosas y me prestaba siempre todo lo que le pedía, con mucha
generosidad. Yo soy extranjero, pero Carlo me hacía sentir siempre a gusto.
Desde que murió, me ha dejado un gran vacío”.

“La severidad de juicio que Carlo aplicaba a su persona lo llevaba a confesar


incluso las faltas más leves. La humildad que tenía era seguramente un don que
le era dado por el Señor porque en esa familia tan importante nunca se había
visto un joven tan simple y tan cercano a todos”.

“Las virtudes de Carlo y su gran fe cristiana son conocidas por muchas personas
que lo han frecuentado: era un joven dulce, bueno, generoso, caritativo, leal y
altruista. Él nos ha dado simpatía, serenidad de corazón, tranquilidad, infinito
afecto desinteresado e inmenso amor cristiano. Su carga interior nos ha trasmitido
fuerza, coraje, esperanza; su optimismo nos ha enseñado sobre todo a acoger
siempre lo mejor de todo lo que el futuro querrá reservarnos durante la vida”.

“Este niño era muy afectuoso, generoso, educadísimo. Recuerdo que le gustaba
jugar con los cometas... Era un niño muy humilde, no se vanagloriaba nunca de
sus capacidades ni de la importancia de su familia”.
19

“Carlos hizo suya la máxima que “a cada privilegio corresponde otra tanta
responsabilidad”... era extremadamente disponible en ayudar a cualquiera que se
lo pidiese, abierto al voluntariado... me ha quedado impresionada su total
ausencia de prejuicios a la hora de hacer amigos, sobre todo con chicos de
humilde extracción social. Había hecho de la simplicidad su bandera. Hijo único,
no estaba para nada viciado”.

“Carlo trasmitía paz y una sensación de serenidad, era como mirar un ángel. Su
humildad era desarmante, su sonrisa acogedora. Tenía una humildad,
generosidad y caridad infinitas”.

“Todavía recuerdo su grandísima inteligencia, su sensibilidad y educación, y de


las conversaciones que teníamos, se veía que tenía una gran fe y bondad de
ánimo. Lo pongo como un ejemplo de fe, inteligencia y educación para muchas
personas...”

“Era un joven muy humilde, a pesar de pertenecer a una familia pudiente; jamás lo
he sentido hablar de dinero o vanagloriarse de cualquier cosa”.

“Nunca se daba aires y jamás hablaba mal de nadie”.

Un redactor Jefe de la Radio Vaticana dice de él: “Hablar con Carlo no sólo era
placentero, infundía un sentido de bienestar espiritual porque de él emanaba una
gran serenidad. Otro aspecto que emergía de su figura era la simplicidad
acompañada de sincera humildad”.

“Carlo venía cada tanto a pedirme las llaves del oratorio porque era responsable
de los niños que iban allí y me saludaba de una manera tan gentil que era muy
entusiasta de él. Con respecto a los otros jóvenes, Carlo era verdaderamente
especial; no olvidaré nunca su gran gentileza y educación, se veía en él una gran
fe caridad hacia los otros”.

“Recordamos que era un chico educadísimo, muy humilde, generoso y


obediente”.

Carlo, además de la gran devoción a San Francisco de Asís, lo era también de


San Antonio de Padua. De él admiraba, sobretodo, el ejemplo luminosísimo de
humildad y fe profunda en el Dios Eucaristía que se da a todos los hombres de
buena voluntad. Le gusta mucho el relato en el que San Antonio convierte en
Rímini a un hereje que no cree en la presencia real de Jesús en la Eucaristía.
Carlo aprende este episodio de una de las fuentes más seguras de la vida del
Santo: “Este santo hombre discutía con un hereje cátaro que estaba contra el
sacramento de la Eucaristía y el Santo lo había conducido casi a la Fe Católica.
Pero este hereje, después de numerosos argumentos declaró: “Si tú, Antonio,
logras con un prodigio a demostrarme que en la Comunión está realmente el
Cuerpo de Cristo, entonces yo, después de haber abjurado totalmente de la
herejía, me convertiré enseguida a la Fe Católica. ¿Por qué no hacemos una
prueba? Tendré encerrada por tres días una de mis bestias y le haré sentir el
tormento del hambre. Después de tres días la sacaré en público y le mostraré la
20

comida preparada. Tu estarás de frente con aquello que dices que sea el Cuerpo
de Cristo. Se el animal, rechazando el forraje, se apresura a adorar a Su Dios, yo
compartiré la fe de tu Iglesia”. San Antonio aceptó el desafío y la cita fue fijada en
Plaza Grande, a la que también fue una inmensa cantidad de curiosos.

El día fijado, San Antonio con algunos fieles y el hereje cátaro de nombre
Bonovillo, junto con algunos compañeros, se encontraron en el lugar establecido.
El Santo se presentó teniendo entre las manos la Hostia Consagrada encerrada
en el Ostensorio, el hereje llevando la mula hambrienta. San Antonio se dirige a la
mula con estas palabras: “En virtud del nombre de tu Creador, que yo aunque
indigno, tengo entre mis manos, te digo y te ordeno: avanza prontamente y rinde
homenaje al Señor con el debido respeto, así los malvados y los herejes
comprendan que todas las criaturas deben humillarse delante de su Creador que
los sacerdotes tienen en las manos sobre el altar”. Y la mula, rechazando la
comida de su patrón, se acercó delante de la Hostia y se arrodilló”.

Carlo queda muy impresionado por este milagro y decía: “Ciertamente el animal
había sido inspirado directamente por el Señor para confundir la incredulidad de la
mayor parte de los hombres, que seguramente hubieran preferido hacerse una
gran comilona antes que adorar al Señor”. El joven va en diversas ocasiones en
peregrinación a Padua, para rezar sobre la tumba del Santo, al que considera un
modelo de piedad eucarística y un auténtico discípulo de Cristo.

LA CARIDAD DE CARLO

El ejemplo de San Francisco y de San Antonio en la caridad hacia los pobres es,
para Carlo, un estímulo para hacer lo mismo. Él busca de hacer pequeños
progresos para ser más generoso. En Asís, paseando los perros, descubre un
mendigo que duerme en el suelo, en el jardín público desde hace días. La abuela
materna Luana testifica que “Carlo cada tarde me recordaba que preparase la
comida para llevársela al pobre y le metía siempre un euro de su paga, así,
cuando él se despertase lo encontraba cerca de sí”.

Carlo ayuda a los más pobres, las personas menos afortunadas y, a veces, daba
limosna a los que le pedían ayuda en la calle. Significativos son los testimonios de
dos mendigos que han conocido a Carlo y han querido dar un reconocimiento a su
generosidad:

“He conocido a Carlo Acutis al que veía siempre en la Misa durante la semana...
estando sin trabajo, me veía obligado a pedir limosna en la iglesia de Santa María
Segreta. El recuerdo de Carlo, permanecerá en mi corazón por siempre, por su
gran gentileza, bondad y educación. Cada tanto me daba algún dinero, que
pienso provenía de su paga. Chicos como él, desgraciadamente se ven muy
pocos...”

“He conocido al joven Carlo Acutis porque pedía limosna en la iglesia Santa María
Segreta. Todos los días, sea en la Misa de las 18:00 o la de las 19:00 h. veía
siempre a Carlo participar. A menudo me daba dinero de su paga, siempre
conversando conmigo para confortarme. Recuerdo todavía su gentileza, su gran
generosidad y su gran fe. Cuando mi amiga Giuseppina, que había conocido en el
21

dormitorio público, a causa de un shock depresivo se estaba dejando morir,


ninguno, excepto Carlo, la madre y yo, se había interesado en ayudarla, que
sangraba y no quería ni comer ni beber. Carlo y su madre habían logrado llevarla
al hospital, donde permaneció por 40 días. En este barrio, ningún chico, excepto
Carlo, se ha interesado nunca en mí. Era muy bueno y puro para esta tierra,
nunca lo olvidaré.

Carlo busca también ayudar a los misioneros. En particular el capuchino Padre


Giulio Savoldi, vice postulador y confesor del Siervo de Dios Fray Cecilio María
Cortinovis, el hermano portero fundador en Milán de un comedor para los más
pobres que distribuye casi 5000 comidas al día, testifica: “Recientemente el Señor
se ha llevado consigo al quinceañero Carlo Acutis para trasplantarlo, como una
espléndida flor, al jardín del Paraíso. Tuve la fortuna de haber tenido varios
encuentros con él; tengo un recuerdo vivísimo, era un joven sereno, de rostro
luminoso, abierto a todo lo que es bueno y bello, ciertamente fortalecido por el
Espíritu del Señor. Sensibilísimo a la pobreza y sufrimientos de los demás, según
sus posibilidades, quería contribuir a mitigar el dolor de quien fuese menos
afortunado que él. Así se explica cómo un día, de pequeño, espontáneamente con
un alto sentido de amor, me llevó el contenido de su hucha para los niños más
necesitados. Con empeño ayudaba a sus contemporáneos que se encontraban
en dificultad para inyectar en ellos confianza y seguridad, para hacer resplandecer
sobre sus rostros el gozo. Nunca juzgaba ni condenaba a quien erraba, y
gustosamente se prestaba a recomponer los ánimos agitados en la serenidad y la
paz como Jesús, enviado por el Padre no para condenar sino para salvar.
Agradezco al buen Dios por habérmelo hecho conocer y admirar. Particularmente
lo siento como guía y faro de fidelidad y santidad para mi vocación según los
misteriosos designios del Buen Dios, siempre marcados de su infinita Bondad y
Misericordia”.

Carlo está particularmente cercado a los más pobres y repite siempre que “las
personas que tienen muchos medios económicos y títulos nobiliarios no se deben
vanagloriar haciendo sentir a los demás, que son menos importantes,
avergonzados”. Carlo remarca a menudo que a él no le interesan estas cosas
porque, para decirlo con sus palabras, “los títulos nobiliarios y el dinero son solo
papel usado; lo que cuenta en la vida es la nobleza de ánimo, o sea la forma con
que se ama a Dios y al prójimo”. Su humildad, su generosidad y su humanidad
son tales que no soporte ninguna forma de injusticia social, porque dice que
“todos los hombres son criaturas de Dios”.

CARLO Y LA ETERNIDAD

En su vida espiritual Carlo siempre tiene presente los Novísimos, que son Muerte,
Juicio, Infierno y Paraíso, llamados así porque tienen que ver con las realidades
últimas.

Su fuerte conciencia sobre estos temas, le ha causado en el pasado pequeñas


persecuciones de parte, sobre todo, de algunos de sus amigos que lo tomaban
por exagerado y un poco “beato”. No obstante estas pequeñas contrariedades,
22

siempre ha testimoniado su visión del Infierno, del Paraíso y del Purgatorio, como
muestran algunas de sus meditaciones: “Si verdaderamente las almas corren el
riesgo de dañarse, como en efecto muchos santos han testimoniado y también las
apariciones de Fátima han confirmado, me pregunto el motivo por el cual hoy no
se hable casi nunca del Infierno, porque es una cosa tan terrible y espantosa que
me da miedo el solo pensarlo”.

A propósito de estas reflexiones que Carlo tiene a menudo, el padre relata: “Mi
hijo vivía una vida absolutamente normal, pero tenía siempre en mente que antes
o después debía morir. En efecto, muchas veces cuando le preguntábamos cosas
sobre el futuro respondía “sí, si todavía estamos vivos mañana y pasado mañana
porque no puedo asegurarte cuantos años viviremos todos, porque el futuro lo
conoce sólo Dios”.

El joven está convencido que necesita absolutamente tener una vida intachable y
que hasta los mínimos pecados deben ser, por lo tanto, confesados para tener
siempre el alma “inmaculada y lista para el encuentro con Dios”. El pensamiento
de su salvación eterna lo empuja siempre a estar vigilante para ese encuentro con
el Señor.

LA DEVOCIÓN DE CARLO AL PAPA

Carlo ha quedado impresionado de la primera visita al Vaticano que hace con


motivo del gran Jubileo del 2000, cuando los Obispos de todo el mundo junto al
Papa Juan Pablo II hicieron la consagración del milenio a la Virgen. Carlo se
conmueve viendo que todo el episcopado mundial está reunido en la Plaza de
San Pedro y que la estatua de la Virgen de Fátima ha sido llevada expresamente
desde Portugal.

En otra ocasión, la madre lleva a Carlo a Roma para visitar los Museos Vaticanos
y una amiga de la madre, que atendía una librería en la Vía de la Conciliación, lo
lleva al interior de los Jardines Vaticanos para ver el lugar donde el Papa suele
pasear. Esta visita lo emociona muchísimo y ha sido para él un gran regalo. El
Papa y la Iglesia, para Carlo, son muy importantes: poco antes de morir ofrece por
ellos sus sufrimientos. Esta ofrenda es su respuesta al llamado de los pastorcitos
de Fátima, los cuales hacen sacrificios por los pecadores y por el Papa.

Carlo siempre ha estado muy ligado a la figura del Pontífice, Jefe y Guía de la
Iglesia universal. A menudo, ha defendido las posiciones de la Iglesia acerca de
algunas verdades morales y doctrinales y, no raramente, se ha enfrentado con
personas contrarias al Magisterio y a las enseñanzas del Papa.

Carlo considera necesario responder a los llamados que, tanto Juan Pablo II,
como Benedicto XVI, han hecho a los católicos invitándolos a la oración y al
ayuno.

La amiga de la madre, que le había hecho visitar los Jardines Vaticanos,


testimonia: “Me ha impresionado mucho el joven Carlo Acutis por su devoción al
Papa y a la Eucaristía y como yo tenía un permiso que me permitía entrar en el
Vaticano, Carlo me preguntó si alguna vez podía hacerle el regalo de visitar los
23

lugares donde vivía el Santo Padre, y yo, viendo cuánto le importaba, le que le
llevaría ese mismo día, porque debía hacer algunos encargos en el supermercado
que estaba en el Vaticano. Lo llevé también a visitar los jardines y el lugar donde
el Papa normalmente hacía su paseo. Carlo estaba muy emocionado de pensar
que podría encontrarse con el Papa y esto me enterneció mucho. Durante la visita
hablamos de numerosos temas y así pude apreciar la gran fe que Carlo tenía;
además, Carlo me contó sobre todas las actividades de voluntariado que
desarrollaba en la parroquia y la escuela y así pude también valorar su gran
caridad. Después de la visita fuimos a la Misa y Carlo me dijo que él iba todos los
días.

CARLO CATEQUISTA

Carlos ora siempre por los miembros de todas las religiones, comenzando por los
hebreos, sobre los cuales ha hecho una investigación especial en la escuela con
su ordenador, con un programa que usan solo los profesionales. Decía que “el
más grande don que Dios ha hecho a los hombres ha sido el de enviar a su Hijo
Unigénito Jesucristo”, le disgustaba que no todos los conocieran. Por esto decía
siempre que “es muy importante orar e interceder para que Jesucristo sea amado
y conocido por todas las personas de la tierra”.

Incluso el diálogo interreligioso era para Carlo fundamental para dar a conocer
bien nuestra fe y los Mandamientos del Evangelio, que comportan tantas
renuncias y sacrificios. Carlo había tenido ocasión de unirse en oración a través
de la televisión, en el Encuentro interreligioso en Asís el 24 de enero de 2002,
querido y presidido por el Papa Juan Pablo II. En aquella ocasión, Carlo había
dicho que “con estos encuentros interreligiosos el Papa había sido seguramente
inspirado por Dios, porque así daba a todos la posibilidad de conocer y amar a
Jesucristo, único salvador del mundo del que depende la salvación de todos los
hombres”.

El joven había estado a menudo, en contacto con personas de otras religiones,


como budistas e hinduistas por los cuales había comenzado a rezar, para que
pudieran conocer a Jesucristo. Decía que “era necesario que el Evangelio fuese
anunciado a todas las personas como había dicho Jesucristo”.

A este propósito, tenemos el testimonio de Rajesh, uno de los colaboradores


domésticos de su casa, que estaba particularmente unido a Carlo porque lo había
conocido desde que el niño tenía 4 años.

Nos parece oportuno explicar brevemente el lazo de amistad que se había


instaurado entre Rajesh y el niño. Rajesh se vuelve una figura de referencia y una
suerte de amigo de juegos y confidencias, al punto que Carlo llega a llamarlo: “mi
amigo de confianza Rajesh”.

A menudo Carlo jugaba con él, que le divertía haciendo “el actor”. Le gustaba
mucho cuando se ponía en el papel de espía internacional, como James Bond,
papel que le venía muy bien. Por esto, el niño se divertía filmándolo con su
cámara y se reían a carcajadas.
24

Este es el vivo testimonio de Rajesh: “Dada la profunda religiosidad y gran fe que


Carlo tenía, era normal que a menudo me diese clases de catequesis sobre
Religión Católica, siendo yo de religión hinduista de la casta sacerdotal bramana.
Carlo decía que tendría un futuro más feliz si me acercase a Jesús y con
frecuencia me instruía utilizando la Biblia, el Catecismo de la Iglesia Católica y la
historia de los santos. El Catecismo de la Iglesia Católica, Carlo lo conocía casi de
memoria y lo explicaba de un modo tan brillante que había logrado
entusiasmarme sobre la importancia de los sacramentos. Carlos estaba muy
dotado para enseñar conceptos teológicos que ni siquiera los adultos eran
capaces de explicar. Poco a poco había comenzado a tomarme las cosas en serio
y los consejos y enseñanzas de Carlo, hasta que decidí bautizarme. Carlo ha sido
para mí un maestro de vida cristiana auténticamente vivida y un ejemplo de
moralidad excepcional. Me he hecho bautizar cristiano porque ha sido Carlo que
me ha contagiado y deslumbrado con su profunda fe, su gran caridad y su gran
pureza, que he considerado siempre fuera de lo normal, porque un chico tan
joven, tan bello y tan rico, normalmente prefiere hacer una vida muy diversa.

Carlo era un ejemplo tan alto de espiritualidad y santidad que he sentido dentro de
mi el deseo de hacerme bautizar cristiano y poder así recibir la Comunión. Me
había explicado la importancia de acercarse cotidianamente a la Eucaristía y de
rezar a la Virgen con el Santo Rosario buscando de imitar de ella las virtudes
heroicas. El joven me decía siempre que “las virtudes se conquistan
principalmente a través de una intensa vida sacramental y que la Eucaristía es
seguramente el cúlmen de la caridad y que a través de este sacramento el Señor
nos transforma en personas completas, hechas a su imagen” y me citaba las
palabras que conocía de memoria del Evangelio del Apóstol San Juan, del
capítulo VI en el cual Jesús dice: “Quien come mi carne y bebe mi sangre vive en
Mí y Yo en él y Yo lo resucitaré en el último día”; y luego me explicaba que la
Eucaristía es el Corazón de Cristo.

Una vez me habló también de la importancia de la devoción de la práctica de los


Primeros Viernes del mes al Sagrado Corazón de Jesús y de los Primeros Cinco
Sábados del Mes al Corazón de María. Decía que “el Corazón de Jesús y el
Corazón de María están unidos indisolublemente y que cuando se hace la
Comunión, se está en contacto directo también con la Virgen y los Santos del
Paraíso. Dios está muy contento si las almas se acercan frecuentemente a sus
grandes dones que son la Eucaristía y el Sacramento de la Confesión”. Me
explicó y preparó también a recibir el sacramento de la Confirmación diciéndome
que era muy importante. Me contó que cuando recibió este sacramento, sintió
dentro de él como una fuerza misteriosa que lo había envuelto y que desde
entonces le había aumentado la devoción eucarística. También yo, cuando recibí
el sacramento de la Confirmación, sentí la misma cosa.

Sobre todo, lo que me ha conmocionado más de Carlo es su gran pureza y su


fidelidad a la Santa Misa cotidiana. Carlo tenía una visión de la Fe Católica tan
luminosa que contagiaba con la serenidad y dulzura con que presentaba las
verdades de fe”.

La señora Sadhna Pooneeth Jugnah, de religión hinduista, testimonia de Carlo:


“Recuerdo que Carlo iba siempre a Misa y que era muy bueno. Al crecer, había
25

mantenido su gran fe, la que he tenido siempre como un ejemplo para mis hijos
tenidos con mi primer marido que era de religión hinduista. Durante la celebración
del funeral de Carlo he recibido como una gracia: me he reconciliado con mi prima
Vanessa con la que no hablaba desde hacía años y me ha venido el deseo de
bautizarme cristiana... Mi primo Rajesh me confió que él, que era hijo de
bramanes de la casta sacerdotal, se hizo bautizar gracias al testimonio de fe de
Carlo que le daba lecciones de catecismo por la tarde y le hacía ver las películas
de la Biblia y de las apariciones de la Virgen de Fátima y de Lourdes que también
les ha mostrado a mis hijos”.

También Satya Cooldeo Jugnah, que ha conocido a Carlo, conserva un vivo


recuerdo de su coherencia de vida cristiana: “Puedo atestiguar que su fe en Dios
y su devoción a la Eucaristía, ha sido siempre un ejemplo muy grande, incluso
para mi que soy hinduista y que pertenezco a la casta braman de la india.
Seguramente estoy convencido de que Carlo está muy alto cerca con el Señor
Dios y que nos ayuda en nuestras necesidades sean materiales o espirituales”.

Seeven Kistnen, dice de Carlo: “He conocido a Carlo Acutis cuando yo todavía no
había sido bautizado y muchas veces había ido a su casa para encontrar a
Rajesh que es un gran amigo mío y Carlo me ilustraba en la Fe Católica y me
daba lecciones de catecismo y me hablaba de las apariciones de la Virgen María
de Fátima, de Lourdes y de los milagros eucarísticos. Este hecho, unido también
a una gracia especial que creo sea fruto de su oración por mi al Señor, me ha
convencido a abrazar la religión católica y hacerme bautizar. Además puedo
atestiguar que él iba todos los días a Misa con la madre y frecuentemente iba yo
con ellos. En Carlo siempre he visto un ejemplo de coherencia cristiana y de gran
generosidad y humildad que no he visto en ninguna otra persona”.

CARLO Y LA EUCARISTÍA

El eje fundamental de la espiritualidad de Carlo era el encuentro cotidiano con el


Señor en la Eucaristía, que para él “era Jesús realmente presente en el mundo,
como en la época de los Apóstoles los discípulos podían verlo en carne y hueso
caminar por las calles de Jerusalén”. Él decía frecuentemente: “La Eucaristía es
mi autopista para ir al Cielo”. Ésta es la síntesis de su espiritualidad y el centro de
toda su existencia transcurrida en la amistad con Dios.

Cuando Carlo era muy pequeño, su madre le regaló un corderillo de pelo blanco.
Fue su primer regalo, y él jugaba y lo cuidaba con cariño. El corderillo parecía casi
prefigurar la gran devoción que Carlo tenía por Jesús Eucaristía, y en efecto, su
vida ha sido un poco como la Eucaristía. Como habíamos dicho, Carlo muriendo
ofrecía sus sufrimientos por el Papa y por la Iglesia en unión a Cristo, el cual en
todas las Misas se ofrece a sí mismo en sacrificio por la salvación de las almas.

La vida del joven ha sido como una Santa Misa, se asemejaba a los corderos
inmaculados, destinados a ser sacrificados durante las fiestas pascuales. La
Eucaristía ha sido el fundamento de su espiritualidad, ha sido su Sol que
contemplaba encantado en aquel Cielo místico donde quería ir a toda costa. Carlo
decía a menudo: “La Virgen es la única Mujer de mi vida!”, y no falta nunca a la
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“cita más galante del día”, que es la del rezo del Santo Rosario.

Carlo sabía que adorando el Santísimo Sacramento por lo menos media hora, o
recitando el Santo Rosario en la iglesia, o en familia o comunidad, se ganaba la
indulgencia plenaria, según las condiciones prescritas por la Iglesia. También por
eso se detenía con frecuencia en la iglesia para hacer la adoración eucarística,
para después aplicar la indulgencia a las almas más necesitadas del Purgatorio.

El joven decía: “Creo que mucha gente no comprende verdaderamente el valor de


la Santa Misa porque si se diera cuenta del gran regalo que el Señor nos ha dado
dándose como nuestro alimento y bebida en la Hostia Santa, iría todos los días a
la iglesia para participar de los frutos del Sacrificio celebrado, y renunciaría a
tantas cosas superfluas!”.

Después de la Primera Comunión, Carlo comienza a ir a Misa todos los días con
el permiso de su padre espiritual, el cual conocía su devoción por la Eucaristía.
Carlo decía con frecuencia que “con los frutos de la Eucaristía cotidiana las almas
se santifican en modo excelso y no están en riesgo de vivir situaciones peligrosas
que perjudiquen su salvación eterna”. A imitación de los pastorcitos de Fátima
ofrece pequeños sacrificios por aquellos que no aman al Señor Jesús presente en
la Eucaristía.

Escribe su padre espiritual con respecto a la gran devoción que Carlo tiene por la
Eucaristía y por los sacerdotes: “Carlo era particularmente sensible para entender
si los sacerdotes celebraban la Misa con devoción y cuando se daba cuenta que
estaban poco ensimismados en la Celebración Eucarística se entristecía; más de
una vez me ha dicho “que siendo los sacerdotes las manos extendidas de Cristo,
el Señor, deben testimoniarlo con entusiasmo y ellos mismos deben ser modelos
luminosos y no repetidores automáticos de un rito litúrgico en el cual no ponen su
propio corazón y del cual no transparenten la propia fe en Dios”.

Carlo también hace la Adoración Eucarística antes o después de la Misa “para


agradecer a Jesús por el gran don que hace a los hombres en hacerse presente
realmente en el sacramento de la Eucaristía”.

Más de una vez me pidió consejo sobre cómo convencer mejor a algunas
personas que no frecuentaban la Misa dominical y me dijo que cuando hablaba
del milagro eucarístico de Lanciano y de la aparición del Ángel de la Eucaristía a
los pastorcitos de Fátima la gente parecía iluminarse. Yo lo animaba siempre a
llevar la Palabra del Señor cuando se le presentaran las ocasiones. Estaba muy
contento de su gran celo apostólico y tenía una gran esperanza que un día Carlo
habría elegido el camino sacerdotal”.

Carlo afirma que el momento decisivo para pedir al Señor las gracias es el de la
Consagración, durante la Celebración Eucarística, cuando el Señor Jesucristo se
ofrece al Padre. Él explica: “Quién más que un Dios, que se ofrece a Dios, puede
interceder por nosotros? Durante la Consagración es necesario pedir las gracias
al Padre por los méritos de su Hijo Unigénito Jesucristo, por sus Santas Llagas,
su Preciosísima Sangre y las lágrimas y dolores de María Virgen que, siendo su
madre, más que nadie puede interceder por nosotros”.
27

Al final de la Consagración decía: “Por el Sagrado Corazón de Jesús y el Corazón


Inmaculado de María, os ofrezco todas mis peticiones y os pido que me
escuchéis”.

A Carlo le gusta mucho una jaculatoria aprendida de una monja de clausura,


porque refleja los momentos más dolorosos de la Pasión del Hombre de dolores.
Recita frecuentemente esta oración: “Llagas de Jesús, bocas de amor y de
misericordia por nosotros, hablad de nosotros al Divino Padre y obtennos una
íntima transformación”.

Cada vez que Carlo recibe a Jesús Eucaristía exclama: “Jesús, entra! Haz como
si estuvieras en tu casa!” y repetía frecuentemente: “Se va derecho al Paraíso si
nos acercamos todos los días a la Eucaristía!”.

Más de una vez Carlo dice estas palabras: “Jesús es muy original, porque se
esconde en un trozo de pan, y sólo Dios podía hacer una cosa tan increíble!”.

A medida que crece va aumentando cada vez más en él el amor a la Eucaristía.


Cuando, por las tareas escolares cada vez más pesadas, no puede ir a Misa, se
recoge profundamente y hace una Comunión espiritual, recibiendo así a Jesús en
su corazón.

La gran devoción que Carlo tiene por la Eucaristía y por el Santo Rosario no le
impiden ser un joven vivaz y lleno de amigos.

Es habitual en él hacer una preciosa obra de apostolado con los compañeros de


escuela y los amigos más dubitativos, así explica a ellos el misterio eucarístico
utilizando los relatos de los milagros eucarísticos más importantes sucedidos en el
transcurso de los siglos. Poco antes de morir había ido en peregrinación al
Santuario de Santarem, en Portugal, donde había tenido lugar un importante
milagro eucarístico: una Hostia robada había comenzado a destilar sangre y a
emanar rayos de luz.

Carlos conoce también los acontecimientos prodigiosos de la Beata Alejandrina


María Da Costa, mística de la Eucaristía, que vivió en Balasar, Portugal. Por
mucho tiempo postrada en cama, se había alimentado por más de trece años sólo
con la Hostia consagrada.

Carlo reflexiona largamente y medita sobre los mensajes que Jesús había dado a
la Beata. Sobre todo lo había impresionado lo que el Señor Jesús había dicho a
Alejandrina: “Te he puesto en el mundo, te hago vivir sólo de Mi para probar a los
hombres lo que vale la Eucaristía y lo que es mi vida en las almas: es luz y
salvación para la humanidad. ¡Estoy tan olvidado! Es más, estoy tan ofendido!
Quiero ser amado en la Santísima Eucaristía: allí está la fuente de todas las
gracias!”.

Cuando Benedicto XVI va a Colonia por la Jornada Mundial de la Juventud en


agosto de 2005, Carlo sigue con gran atención en televisión los eventos más
importantes del viaje del Papa en Alemania. Le impresiona la vigilia del sábado
28

por la noche, cuando en la gran explanada de Marienfeld un millón de jóvenes


escucha las palabras de Benedicto XVI mientras sobre el altar brilla un gran
Ostensorio de oro.

El Papa toma el Ostensorio y lo levanta en alto. Mira a los jóvenes y dice:

“¡Dios se adora de rodillas y en silencio!”. Entonces todos se arrodillaron sobre la


tierra húmeda, y un gran silencio suspende los cantos y los rezos, mientras
Benedicto XVI contempla a su Dios oculto en la Hostia con mirada de amor. Adora
en silencio también él, el Vicario de Cristo. Hablando en Roma a los Obispos del
África central, el Papa había explicado así el significado del silencio: “El silencio
permite ponerse a la escucha del Salvador, que se da a la comunidad que
celebra”.

En Marienfeld – que quiere decir Campo de María – aquel sábado de agosto,


cuando los jóvenes de rodillas callan, habla, en silencio, el Señor. Es la noche de
la contemplación. También Carlo calla, y mira a todos aquellos jóvenes, reunidos
en Colonia de cada parte del mundo, para adorar junto a Benedicto XVI la
Eucaristía. Y el joven, aquella noche, recuerda las palabras del Papa a los
sacerdotes: “Dejaos atraer siempre de nuevo en la Santa Eucaristía, en la
Comunión de vida con Cristo. Considerad como centro de cada jornada poderla
celebrar de modo digno. Conducid a los hombres siempre de nuevo a este
Misterio. Ayudadles, desde Ella, a llevar la Paz de Cristo en el mundo”.

A Carlo jovencísimo, el párroco y el director espiritual de la familia, le reconocen


una naciente vocación al sacerdocio. Ciertamente en el alma del chico ardía
desde hacía tiempo la llama del apostolado, y Jesús está, cada vez con más
frecuencia, “como en casa” en él. Y él cada vez más atraído por la fascinación del
Divino Peregrino, que ha prometido permanecer con nosotros, todos los días,
hasta el fin del mundo.

Por otro lado, también tiene una gran devoción a las almas del Purgatorio. Y le
gusta mucho la iglesia de la Porziuncula de Asis, porque allí apareció la Virgen
con los Ángeles.

El día de la Primera Comunión, mientras se acercaba con los familiares en coche


al Monasterio de Perego, un pastor con un corderillo blanco atravesaba la
carretera. Carlo sonríe contento y le parece un signo enviado por el Señor como
pequeño regalo, ya que a él le gustaban tanto los corderillos.

En los últimos tiempos de su breve existencia, el joven siente misteriosamente


cercano el momento de la separación. Carlo habla todos los días a Jesús, desde
cuando era niño. Habla largamente, en voz baja, cuando hace la Comunión, y
siente crecer en él cada vez más fuerte, en lo íntimo de su vida interior, el llamado
de Dios.

La Eucaristía ha iluminado toda su existencia, y el reflejo de su esplendor, en los


últimos días de su vida, se traslucía en su rostro. Es una señal. Carlo está por
entrar en la misteriosa Casa del Padre, “el lugar” que Jesús ha ido a preparar,
cuando ha dejado el mundo y ha regresado a Su Reino. Allí donde está prometida
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la felicidad. Para siempre.

Los que lo han conocido, aseguran que participaba asiduamente a las


Celebraciones Eucarísticas: “Recordaremos siempre a Carlo porque nos hacía
jugar y siendo muy pequeños éramos felices y él hacía que su madre nos regalara
sus juguetes. Cada verano lo esperábamos con impaciencia porque él era muy
bueno e iba siempre a Misa. Su madre nos dice que ahora que Carlo no está más,
debemos por la noche rezar para que nos proteja y nos haga buenos como él”.

Y otro: “Recuerdo a Carlo que jugaba también con mi hija Nicoletta, que era más
pequeña que él, y frecuentaba la Misa todos los días. Era un chico amable y
educado, ahora que no está, le rezamos para que nos ayude también a nosotros”.

Un ex comandante de la Gendarmería Vaticana describe al joven: “En Carlo se


evidenciaba su genuina fe, su gran interés por el misterio de la Eucaristía que
ciertamente invocaba cotidianamente. Habría sido un sacerdote ejemplar”.

“Carlo iba a Misa todos los días y vivía reservadamente su religiosidad, sin llamar
la atención”. “Cada día iba a Misa y comulgaba con gran devoción”. “El joven
Carlo frecuentaba siempre la parroquia del pueblo por cada iniciativa útil a la
gente y estaba siempre presente en la Santa Misa.”. “Recuerdo que Carlo iba a
Misa diariamente y era un ejemplo para los otros niños”. “Se acercaba todas las
tardes con gran devoción y recogimiento al Banquete Eucarístico”. “Puedo
también yo atestiguar que Carlo iba a Misa no sólo los domingos, sino también
durante la semana, tanto que eso nos había impresionado mucho y un poco
turbado, porque un jovencito así devoto y lleno de cualidades que va a la Misa
todos los días no se ve a menudo”.

Del recuerdo de algunos padres, se deduce la profunda impresión que les ha


dado el comportamiento y la piedad del joven: “Aseguro que Carlo iba a Misa
todos los días, y que era un joven tan bueno y tan dulce que a nosotros adultos,
que no queremos mucho a los niños, estábamos fascinados por su simpatía e
inteligencia fuera de lo común”. “Era siempre muy generoso y paciente con los
amigos y tenía una gran fe que se transparentaba de su persona y daba buen
ejemplo yendo todos los días a Misa”. “Iba a Misa todos los días y alguna vez lo
he visto recitar el Rosario con los otros de la parroquia y alguna vez se quedaba
para la Adoración Eucarística”. “Era un joven bueno, educado, sensible a las
necesidades de los demás, siempre listo para ayudar a sus compañeros y sobre
todo, buen cristiano, enamorado del Señor, en efecto, no pasaba día en que él no
participase de la Santa Misa”. “Estaba muy cercano al Señor. Cuando venía de
vacaciones con los abuelos, lo primero que hacía, era ir a la Santa Misa y luego
iba al mar”. “Era alegre y generoso. Recuerdo que era muy religioso y que iba
siempre a Misa. Esto me ha impresionado mucho”. “Mi madre y yo vamos a Misa
vespertina. Recuerdo con tanta dulzura a este bellísimo joven que se acercaba al
altar a recibir a Jesús con tanto amor. Ha sido un ángel en la tierra y ahora el
Señor lo ha querido en el Cielo. ¡Gracias, Señor, por habérnoslo dado!”.
“Recuerdo que Carlo iba a Misa durante la semana. Me quedará siempre impresa
su gran fe y su caridad, su obediencia y su pureza. Nunca había conocido a un
joven de familia tan importante pero tan humilde”. “El sello de esta relación con
Dios era una asidua y cotidiana frecuentación de la Misa. ¡Soy testigo!”. “Desde
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pequeño participaba en la Santa Misa cada día con gran asombro de todo el
pueblo, que lo recuerda con gran afecto. No podía no darme cuenta de él que
había elegido vivir su adolescencia con Jesús Eucaristía”. “Yo voy a Misa cada
día, y lo encontraba en Misa todos los días cuando estaba en Asís. Recuerdo con
profunda impresión su gran fe y su tierna y angélica sonrisa, en Carlo se
transparentaba y se sentía una gran pureza de corazón... Parecía que este niño
no pertenecía a este mundo, que él viviese en otra dimensión. Estando cerca de
él se sentía una gran paz y serenidad, era como mirar a un ángel. Su humildad
era arrolladora, tenía una bondad y caridad infinitas”. “Recuerdo su ferviente fe en
Dios, alimentada cotidianamente con la oración y la participación en la vida
litúrgica y sacramental”.

Una monja de clausura de la Basílica de Asís dedicada a Santa Clara dice de


Carlo: “Muchas veces lo vi en la Basílica cuando prestaba servicio externo. Venía
siempre a Misa y para un chico de 12-13 años era algo singular”.

El párroco de Céntola delinea así las características de la vida cristiana de Carlo:


“Lo que más ha atraído mi atención hacia él, porque difícilmente se encuentra un
joven así, ha sido su participación a la Celebración de la Eucaristía, vivida
siempre con oración y amor. Constante vida eclesial, testigo valiente de su fe,
simplicidad, serenidad, alegría y afabilidad hacia todos eran los frutos que
manifestaban cómo las raíces de su vida de fe se nutrían de Dios. “Permaneced
en Mi y Yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por si mismo si no
permanece en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en Mi. Yo soy la Vid
verdadera y vosotros los sarmientos. Quien permanece en Mí y yo en él, da
mucho fruto, porque sin Mi no podéis hacer nada” (Jn 15,4-5)”.

Escribe el alcalde de Céntola a propósito de Carlo: “Testifico que Carlo era un


niño muy bueno y de gran espesor sea humano o religioso. Era siempre fiel a la
Misa cotidiana y vivía una vida simple y llena de interés por el prójimo, con gran
humanidad, fe y caridad”.

Un notable teólogo de Céntola escribe de él: “Lograba formar en torno a sí un


clima de religiosidad y llevaba a la frecuencia cotidiana de la Eucaristía, porque el
encuentro con su inocente edad daba alegría y sentido de lo divino. “A los ojos de
los no entendidos, parece que murió, pero Dios lo ha llevado maduro para Sí”.

CARLO Y LA ADORACIÓN EUCARÍSTICA

Las jornadas de Carlo estaban siempre centradas en torno a la Santa Misa y, a


menudo, el joven se iba a hacer la Adoración Eucarística en la Iglesia. Algunas
veces escribía meditaciones sobre el Misterio de Cristo. Aquí os dejamos una de
ellas: “El Señor Jesús se ha encarnado eligiendo una pobre joven de sólo 15 años
como madre y un pobre carpintero como padre putativo. Cuando nació habían
sido rechazados por la gente que no sabía dónde meterlo y finalmente, alguno le
encontró un establo. Si pensamos bien -decía Carlo- el establo de Belén era
seguramente mejor que tantas casas de hoy donde el Señor es también
rechazado y a menudo ultrajado, porque es recibido en una forma indigna. Una
pobre joven de quince años y un pobre carpintero eran los padres de Dios, que ha
elegido la pobreza y no el lujo. Para mí esto es una cosa increíble!...”
31

Para Carlo esta era la meditación más bella que se pudiese hacer delante del
Santísimo Sacramento que para él era “el Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor
Jesucristo presente realmente como en los tiempos en que vivía en Palestina”.

En otra meditación se descubre el valor que para él reviste la oración delante del
Santísimo Sacramento: “Jesucristo se ha encarnado para venir a salvarnos sea
del pecado original heredado de nuestros progenitores, sea de aquellos que todos
nosotros, cada día hacemos, incluso involuntariamente, porque somos demasiado
limitados, y la Eucaristía, no es otra cosa que la Comida Celestial para evitar caer
en tentación. Cuando en el Padrenuestro se dice “danos el pan nuestro de cada
día y no nos dejes caer en tentación”, Jesús quería decir: “Danos hoy también la
Eucaristía cotidiana”.

En ocasión de una invitación hecha por el padre para unirse a una peregrinación a
Jerusalén organizada por algunos sacerdotes amigos, Carlos respondió: “Prefiero
permanecer en Milán porque también hay Tabernáculos en las iglesias donde
puedo ir a encontrar a Jesús en cada momento y, por lo tanto, no tengo necesidad
de ir a Jerusalén”. Y añadió: “Si Jesús permanece con nosotros siempre, en
cualquier lugar donde haya una Hostia consagrada, qué necesidad hay de hacer
una peregrinación a Jerusalén para visitar los lugares donde ha vivido Jesús hace
2000 años? ¡¡ Si ahora se visitasen también los Sagrarios con la misma
devoción!”. Su padre quedó muy asombrado por esta respuesta de Carlo que
demostraba la gran devoción que el hijo tenía por la Eucaristía.

A continuación, presentamos algunos testimonios de personas que lo han visto en


la Adoración Eucarística: “He podido observar a Carlo muchas veces recogido en
oración, durante la Santa Misa o en la Adoración delante del Santísimo
Sacramento, o rezar el Rosario”.
“Todos los días iba a la Santa Misa y también acompañaba a su madre a una
pequeña iglesia para la Adoración Eucarística”.

“Puedo asegurar que Carlo iba muy a menudo a hacer la Adoración Eucarística y
en diversas ocasiones, he tenido también la oportunidad de seguirlo, sea en La
Verna, a Asís o a Santa Margarita Ligure donde a veces iba a encontrarse con los
abuelos paternos que tenían una casa donde pasaba parte de las vacaciones”.

Escribe su padre espiritual a propósito de este amor de Carlo por la Eucaristía:


“Carlo practicaba varias veces a la semana la Adoración Eucarística y todas las
veces que lo encontraba me contaba cuáles habían sido los progresos que había
tenido con esta piadosa práctica. Poco antes de morir, nos encontramos en
Bologna y él me dijo que había logrado resultados muy positivos haciendo la
Adoración Eucarística. Me explicó que ya no se distraía más durante la Adoración
Eucarística y que gracias a ella su amor por el Señor había crecido mucho”.

CARLO Y EL SACRAMENTO DE LA RECONCILIACION

Para llevar una vida a la luz de los valores evangélicos Carlos se aprovecha
regular y asiduamente a la Gracia Divina de los sacramentos. En particular, ha
32

comprendido que sin su colaboración constante y activa a las mociones del


Espíritu Santo no habría nunca podido permanecer en la amistad de Cristo. Por
esto vive una fuerte experiencia de oración y se acerca a menudo al sacramento
de la Confesión. Normalmente se confiesa todas las semanas y cada vez busca
de progresar en el camino de la santidad, proponiéndose mejorar en los pequeños
defectos que tiene: la gula, el hablar demasiado en clase o las distracciones que
le vienen durante el rezo del Rosario.

Don Mario Perego, sacerdote de su parroquia, ha sido uno de sus confesores


privilegiados. En sus frecuentes encuentros con Carlo, él ha tenido oportunidad de
conocer las íntimas pulsiones de su alma y nos ha dejado un testimonio que traza
un perfil del joven: “Era un muchacho de una transparencia excepcional,
limpísimo. Deseaba mejorar en todo:
− Sea en el amor hacia los padres con los cuales aprendía el amor al Señor,
participando activamente en los encuentros de la comunidad y también en
la Eucaristía en los días de semana;
− Sea en perfeccionar la amistad con los coetaneos, con los compañeros de
escuela;
− Sea aplicándose seriamente a profundizar en los conocimientos escolares,
informáticos, culturales e, incluso de otras religiones.
Para agradecer al Señor y para sentirse más obligado en mejorar, se acercaba
semanalmente al sacramento de la Reconciliación, contento de escuchar la voz
del Señor. Aunque haya sido llamado de improviso a la gloria de Dios, mi recuerdo
permanece tan vivo que lo siento cercano como una ayuda concreta para el
discernimiento del Espíritu”.

A propósito de la importancia que Carlo atribuye al sacramento de la Confesión,


su padre espiritual dice: “Venía a buscarme cada mes a Bologna; casi siempre el
joven Carlo al final pedía de confesarse. La severidad de juicio que Carlo aplicaba
a su persona lo llevaba a confesarse aún de las faltas más leves”.

Para Carlo es importante confesarse frecuentemente, porque ha comprendido que


aún los mínimos pecados pueden ser obstáculo al progreso espiritual, como
repite: “El más pequeño defecto nos tiene anclados a la tierra, lo mismo que
sucede a los globos que están sujetos por un hilo que se tiene en la mano”.

Él utiliza gustosamente las metáforas para explicar las cosas o para hacer
comprender también las verdades de la fe. Recordamos una en particular, en la
cual Carlo habla del globo aerostático para hacer comprender la necesidad de la
Confesión, como remedio de las caídas y pecados del hombre: “El globo
aerostático, para subir hacia lo alto, tiene necesidad de descargar peso, así como
el alma, para elevarse al Cielo, tiene necesidad de quitar los pequeños pesos que
son los pecados veniales. Si acaso hay un pecado mortal, el alma recae a la tierra
y la Confesión es como el fuego que hace subir al globo nuevamente hacia el
Cielo. Necesitamos confesarnos a menudo porque el alma es muy compleja”.

El sacramento de la Reconciliación, por lo tanto es para Carlo una especie de


“ducha”, una suerte de purificación de los pecados para estar nuevamente en
amistad con Dios.
33

Durante sus numerosas lecturas, Carlo ha tenido oportunidad de ponerse en


contacto con los escritos de los Santos, que dejaron en él una huella profunda. En
particular, había leído, y había copiado, dos episodios extraídos de las biografías
de San Juan Bosco y de San Francisco de Asís sobre el peligro de morir en
pecado mortal y había meditado seriamente sobre el riesgo que se corría en
presentarse delante de Dios sin haberse confesado. El primer episodio relata un
milagro de San Juan Bosco a favor de un joven de quince años: “El Oratorio
fundado en Torino por San Juan Bosco era frecuentado también por un joven de
quince años llamado Carlo. Mientras Don Bosco se encontraba lejos de Torino, el
joven se enfermó gravemente, a punto de morir. Había expresado varias veces el
deseo de tener cerca a Don Bosco para confesarse por última vez, como él no
regresaba, fue el Capellán a recoger las últimas palabras de Carlo. Cuando Don
Bosco llegó, pocas horas después de la muerte del joven, el Santo, avisado de lo
sucedido, exclamó: “Lo creéis muerto, pero Carlo solamente duerme”. Don Bosco
se llegó apresuradamente a la casa donde estaba el joven y entró en la habitación
donde yacía envuelto en una sábana. Después de orar con particular fervor,
bendice los restos y llamó dos veces al joven: “Carlo, Carlo levántate!” Como si se
hubiese sido despertado por aquella voz Carlo se sentó, preguntando cómo se
encontraba allí. Luego, reconociendo a Don Bosco, le dijo: “He deseado tanto que
llegase a tiempo, y Dios me lo ha enviado”. Ha hecho bien en despertarme;
estaba teniendo un horrible sueño: la última vez que me he confesado he callado
un pecado y por esto había sido condenado al fuego del infierno. Pero una Señora
me ha impedido que yo fuese arrojado entre las llamas y luego... Ud. me ha
despertado”.

Don Bosco, entonces lo invitó a volver a confesar todo sin callar nada. Finalmente
lo absolvió y le dijo: “Ahora estás en gracia de Dios: el Cielo está abierto para ti.
Quieres ir allí o permanecer con nosotros?”. Y Carlo respondió: “Deseo ir al Cielo”.
“Por lo tanto, nos veremos en el Paraíso”, le dijo el Santo. Y Carlo recae sobre la
almohada y se duerme en el Señor” (Cfr. Teresio Bosco, Don Bosco, Elledici 1979
-reedición 1999) pp. 206-208).

Leyendo las Fuentes Franciscanas, exactamente la “Leyenda Mayor de San


Francisco, por San Buenaventura de Bagnoregio, Nº 1263”, Carlo ha encontrado
otro episodio similar al de San Juan Bosco, referido a San Francisco de Asis: “En
el barrio de Monte Marano, cerca de Benevento, había muerto una mujer
particularmente devota de San Francisco. Por la tarde fueron los clérigos para las
exequias y ya se disponían para celebrar la vigilia con el rezo de los Salmos,
cuando improvisamente, a la vista de todos, la mujer se sentó sobre la cama y
llamó a uno de los sacerdotes presentes, que era su padrino, y le dijo: “Padre,
quiero confesarme: escucha mi pecado. Cuando había muerto, debía ser arrojada
en una horrenda prisión, porque no había confesado el pecado que estoy por
decirte. Pero por mí ha rogado San Francisco, al cual siempre he servido con
devoción durante mi vida y así me ha sido concedido de volver al cuerpo, para
confesar aquel pecado y merecer la Vida Eterna. Después de que lo haya
confesado, me apresuraré a ir a la paz prometida”. Temblando se confesó con el
sacerdote y, recibida la absolución, se extendió con paz sobre el lecho y se
durmió felizmente en el Señor”.

Estos dos textos fueron utilizados por Carlo para catequizar a aquellos que, según
34

él, no vivían coherentemente según las enseñanzas de Jesús. El joven está


convencido profundamente de cuanto, a menudo, la gente ignora sobre el peligro
de morir en pecado moral y dice frecuentemente: “Si la gente verdaderamente se
diera cuenta del riesgo que corre contraviniendo los Mandamientos de Dios,
pondría mucha más atención y no cometería más pecados graves y se procuraría
más a amonestar a los propios hermanos que viven en modo poco coherente con
el Bautismo que han recibido”.

Notamos una madurez espiritual que en un adolescente despierta respeto y


profunda admiración; sobre todo Carlo no se limita a enunciar la verdad y a poner
en guardia de los peligros, sino que actúa en primera persona por el bien de los
hermanos que encuentra en su camino, orando e intercediendo por ellos”.

LAS MONJAS DE CLAUSURA

Carlo está fascinado de la espiritualidad de las monjas de clausura, de su estilo


de vida, de su continua donación al Señor, de su vivir en forma profética,
proyectadas en aquel Reino que se realizará en la última venida de Cristo sobre la
tierra donde todos los hombres resucitarán, retomando cada alma el cuerpo que
tenía en esta vida. En particular, Carlo aprecia mucho dos conventos de clausura
que visitaba a menudo, uno se encuentra en Spello y el otro en Perego, donde,
entre otras cosas, ha hecho su Primera Comunión.

Las monjas Romitas de la orden de San Ambrosio en Nemus de Perego, han sido
para Carlo como los “ángeles custodios”: lo han recordado siempre en sus
oraciones y lo tienen presente en su corazón. Él tiene por ellas un gran afecto y
está particularmente agradecido a estas religiosas también porque le han
permitido de hacer la Primera Comunión en su monasterio anticipadamente según
la edad requerida.

Por las visitas y encuentros con la comunidad, Carlo instaura una relación de
amistad y de estima con las monjas, las cuales le aseguran su constante oración
por él. El joven está convencido que sus oraciones le harán evitar los pecados a
los que normalmente caen los jóvenes de su edad, sea a nivel sexual o de vicios
que arruinan su salud, como las drogas o el alcohol. Carlo afirma siempre que,
según él, los padres que rezan a Dios para que les ayude con sus hijos,
interceden significativamente para que ellos no se extravíen ni pierdan su alma.
Carlo desea que los padres y las madres recen y hagan rezar a los hijos junto a
ellos, para sostenerlos en el camino de la fe, de manera que no se pierdan por
toda una eternidad. A propósito de esto, Carlo dice: “Se aún sucediese un día que
extraviasen el camino que lleva a Dios, el Señor, antes o después, se recordará
de las oraciones que habían recitado en familia y los reconducirá al redil”.

San Carlo Borromeo, San Juan Bosco y San Pio X insistían mucho para que los
jóvenes se acercaran a la Comunión desde pequeños, ya que estos santos
conocían bien los riesgos que se corren teniendo una vida lejana de la Eucaristía
y de la oración.

Carlo queda impresionado por la vida de las monjas de clausura que se da en la


total renuncia a las cosas del mundo.
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Ciertamente su vida es especialísima, ya que pasan tantas horas al día recitando


la Liturgia de las Horas, que es la oración oficial de la Iglesia. Algunas órdenes
religiosas como los Benedictinos y los Cartujos, tienen una Liturgia especial que
comprende la lectura de los 150 salmos presentes en la Sagrada Escritura en una
semana, en lugar de ser en un mes: los Salmos son recitados por entero,
mientras que en el breviario utilizado oficialmente por la Iglesia algunos Salmos
han sido abreviados.

Es muy importante el rezo de la Liturgia de las Horas, baste pensar que San Juan
Bosco a menudo recitaba los Salmos delante de las “casas de citas” de una vez y
obtenía muchas conversiones. No era raro que algunas de aquellas jóvenes
dejasen de llevar aquel género de vida y fuesen a trabajar con San Juan Bosco
poniéndose a disposición de su gran Obra por los niños. Después de la lectura de
la Liturgia de las Horas las monjas participan cotidianamente en la Misa que
normalmente un sacerdote externo les celebra y luego se dedican también a
pequeños trabajos manuales que les ayuda económicamente. Su sustento está
dado por los donativos de los fieles que vienen a pedirles oraciones.

La jornada de las monjas de clausura está dividida en dos momentos


complementarios: el trabajo manual y la oración; en muchos monasterios de
practica la Adoración Eucarística por lo menos una hora al día. Una cosa que
puede dar una idea de la devoción al Señor realmente presente en la Eucaristía
es el hábito de las monjas Clarisas de Santa Clara de Asís cuyo velo, en la parte
baja, está cortado en forma circular como la hostia, porque, como explicó una
hermana a Carlo, “las Clarisas deben ser como hostias vivientes que se dedican
a los otros y se sacrifican por la salvación de muchos”.

Además de las monjas de clausura, otras religiosas de las que Carlo ha tomado
su espiritualidad, son las hermanas mendicantes pertenecientes a la nueva
Congregación religiosa nacida en Francia. La espiritualidad de este nuevo
Instituto está fundado sobre el seguimiento de Jesús pobre y crucificado, según la
escuela de Santo Domingo de Guzmán y de San Francisco de Asís. Estas
hermanas, van en busca de la oveja descarriada, pidiendo de puerta en puerta la
limosna del pan cotidiano. La experiencia y la contemplación del Misterio de Cristo
crucificado manan de la Eucaristía que es el corazón de su vida y de la Liturgia de
las Horas que se prolonga en la Adoración Eucarística. Carlo las ha conocido en
Asís, porque han llamado a su puerta pidiendo cualquier cosa para comer y él las
ha acogido e invitado a la comida, estableciendo amistad con ellas. Estas
hermanas tienen Adoración Eucarística dos horas al día. También Carlo ama
permanecer delante del Santísimo Sacramento para entretenerse en íntimo
coloquio con Jesús, como hace un enamorado delante de la persona amada. Se
lamenta, sin embargo, de disponer de poco tiempo, porque “hubiera deseado
dedicar mucho más tiempo a la Adoración Eucarística”.

Algunas de las monjas de clausura que han conocido a Carlo nos han dado su
testimonio. Os damos algunas de sus conmovedoras palabras. Esperamos que el
ejemplo de Carlo de confiarse a las oraciones de estas religiosas que se ponen a
disposición de Dios y del prójimo, reparando con sus sacrificios los pecados de la
humanidad, sea imitado por todos aquellos que, tal vez, no conozcan ni
36

comprendan el valor de las personas que se dedican asiduamente a la oración


durante toda su vida.

Las Romitas de San Ambrosio en Nemus de Perego, recuerdan con gozo los
momentos felices de la Primera Comunión que Carlo había hecho en su
monasterio a la edad de siete años por un permiso especial del Arzobispo Macchi,
secretario del Papa Paulo VI. Así describe aquel día la Madre Superiora del
monasterio: “Está viva en mí, como en toda la Comunidad Monástica, la memoria
de aquel día 16 de junio de 1998, el martes después de la Solemnidad del Corpus
Christi, día en que Carlo ha recibido su Primera Santa Comunión sobre el Altar de
nuestra Iglesia Monástica, en forma privada, no teniendo todavía la edad prevista
para acercarse al sacramento de la Eucaristía con sus compañeros, pero estando
ya listo y deseoso de recibir a Jesús. Compuesto y tranquilo durante el tiempo de
la Santa Misa, ha comenzado a dar signos como de “impaciencia” mientras se
acercaba el momento de recibir la Santa Comunión. Con Jesús en el corazón,
después de haber tenido la cabecita entre sus manos por breve tiempo en actitud
de recogimiento, ha comenzado a moverse como si no lograra más a estar quieto.
Parecía que hubiera sucedido algo en él, sólo notado por él, algo demasiado
grande que no lograba contener”.

La religiosa sigue en su testimonio recordando las impresiones de sus hermanas:


“Las monjas más cercanas al Altar no podían hacer otra cosa que mirarlo con
profunda conmoción, a través de las cortinas de las rejas, intuyendo que Carlo
había apagado el deseo de una larga espera. Por esto ha permanecido en el
corazón de todas... Me ha impresionado su armónico desarrollo físico, pero
todavía más la limpieza de su mirada, la luminosidad de su sonrisa y la paz que
se leía en su rostro de lineamentos tan bellos! Se presentaba un niño distinguido
pero no afectado, simple y libre en las expresiones, siempre muy educado.
Recuerdo que volviéndose a sus padres lo hacía con espontaneidad filial muy
cordial y respetuosa, oso decir, hasta un poquillo anticuada para nuestros días!...
Me ha impresionado mucho el hecho de que, al despedirse, me pidiera que lo
acompañara con la oración para que pudiera realizar los proyectos que el Señor
tenía sobre su vida de estudiante y de joven perteneciente a una época histórica
como la nuestra...”

La Madre Superiora describe ahora la felicidad de Carlo por haber recibido el


Sacramento de la Confirmación: “Fui informada telefónicamente por la madre que
Carlo se estaba preparando para el sacramento de la Confirmación, el cual
recibiría el 24 de mayo de 2003. Con las oraciones de la Comunidad Monástica
ha sido acompañado espiritualmente y también con afecto en este segundo
importante momento de su vida cristiana y qué gran sorpresa, el día siguiente, 25
de mayo, “lleno del Espíritu Santo”, Carlo con sus padres, volvió al Monasterio.
También en esta circunstancia he podido admirar la alegría del Espíritu Santo que
reflejaba su rostro, permítaseme decir esta palabra “grande” pero verdadera: un
rostro angélico).

Otros encuentros tenidos en el locutorio durante los años sucesivos me dejaban


siempre, con estupor, la impresión de un joven que vivía en plenitud su
adolescencia, con el corazón puro. Carlo y sus padres llegaron a ser y son
considerados entre los más queridos a nuestro Monasterio, personas siempre
37

presentes en el corazón y la oración. Por ello, ha sido muy dolorosa para mi y


para todas, la llamada telefónica del 8 de octubre de 2006, donde nos explicaban
que Carlo estaba en peligro de muerte por la inesperada manifestación de una
enfermedad muy grave. Inmediatamente me vino a la mente la Palabra de Dios
del Libro de la Sabiduría (4,10): “Porque se hizo agradable a Dios, el justo fue
amado por él, y como vivía entre los pecadores, fue trasladado de este
mundo”.

Una monja a la cual Carlo estaba muy ligado, escribe a sus padres: “Refiero con
verdad y humildad, el recuerdo indeleble que Carlo ha dejado en mi alma y en la
de las hermanas que han tenido la fortuna de conocerlo… Sus pedidos de oración
por sus intenciones, son siempre del tipo religioso (una familia admirable!), entre
ellas, el Santo Padre, los sacerdotes, la salvación de las almas y llevar el
Evangelio a todos, hacer conocer a Jesús, especialmente a los niños. De Carlo
conservo un recuerdo verdaderamente edificante, por su comportamiento
extremadamente educado, sonriente, abierto, comunicativo, pero, sobre todo, por
su profunda fe, tan limpia y sincera, y por su ardiente amor a Jesús Eucaristía!
Tenía, entre otras, una filial devoción a la Virgen María, que veneraba
especialmente con el rezo del Santo Rosario. Le había gustado mucho saber que
en nuestro Monasterio hay diariamente Adoración Eucarística: nos rogaba que
recordáramos a todos los que para él eran más importantes: los enfermos, sus
amigos y los pecadores. Se entristecía de ver que el mal llegaba a arraigarse
también en algunos de sus amigos… Un día convenció a su primo de venir a
vernos, seguro de que de las monjas de clausura podía recibir oraciones y
palabras espirituales para acercarlo más a Jesús.

Carlo, después de haber recibido el Sacramento de la Confirmación, estaba más


espiritualizado; sus ojos dejaban ver un alma limpia: parecía otro “Domingo
Savio”!”.

La religiosa continúa su testimonio sobre Carlo escribiendo: “Incluso para su vida


cotidiana y sus estudios acudía a Jesús; se encomendaba a Él para los
exámenes; el 2 de junio de 2005 nos escribía: “Agradezco mucho vuestras
oraciones, me han servido mucho: me han ayudado a concentrarme durante los
escritos, a no tener tanta ansia durante el oral… y la nota ha sido “sobresaliente”.
Una vez más, gracias, con afecto, Carlo”.

En su última visita al Monasterio, dos meses antes de que Jesús lo llamase para
sí, habíamos hablado de cuánto son aceptables al Señor los pequeños sacrificios
para obtener gracias espirituales, etc., y él con un comportamiento tan convencido
y sentido me dijo: “Sor Luigina, rece para que yo pueda ser menos holgazán!”. He
quedado impresionada, admirada, porque no es fácil encontrar un jovencito que
desee una perfección tan profunda.

Cuando sus padres nos han comunicado la gravedad de su inesperada y


fulminante enfermedad, hemos tenido la sensación de que Jesús quería recoger
una flor demasiado bella y preciosa para dejarla estropear por el desorden del
mundo y lo ha trasplantado a los jardines celestiales. Desde el momento en que
Carlo retornó a la Casa del Padre, lo siento muy cercano y lo invoco
espontáneamente por ayuda espiritual que antes él me pedía a mí; y junto a la
38

Madre Abadesa y las hermanas le confiamos a las personas que se encomiendan


a las oraciones de la Comunidad. Estamos seguras que continuará su “misión de
dedicación y de amor” por el bien del prójimo y de cuantos confían en su válida
intercesión”.

CARLO Y LOS ÁNGELES

Carlo ha sido siempre muy devoto de los Ángeles Custodios y ha rezado


diariamente a su Ángel desde que era pequeño, experimentando su ayuda
concreta en lo que le pedía.

Sería muy oportuno redescubrir la importancia de los Ángeles en nuestra vida,


como Carlos hizo desde la infancia; en efecto, su relación íntima con estos
mensajeros de Dios inicia más o menos a la edad de cinco años, cuando su
madre le lee la biografía de Santa Gema Galgani (1878-1903), conocida por su
particular devoción a los Ángeles Custodios.

Carlos ha quedado impresionado también por la gran devoción del Padre Pío de
Pietrelcina (1887-1968) por los Ángeles.

De las experiencias de los dos santos ha aprendido a recurrir al Ángel de la


Guarda, para que le ayude a vencer sus defectos que son la gula y la pereza.
Carlo dice que su Ángel de la Guarda le ha inspirado la lectura de un episodio de
la vida del Padre Pío que lo ha ayudado mucho a vencer su holgazanería. En
efecto, un día le llegó a sus manos una biografía del Padre Pío, donde se cuenta
como el Santo había sufragado muchas almas del Purgatorio que durante la vida
habían sido particularmente perezosas. Referimos el texto integralmente:
“Una fría tarde del 1921-1922, mientras los frailes se encontraban cenando en el
refectorio, el Padre Pío estaba absorto rezando en el coro. Por aquel entonces, le
sucedía a menudo, autorizado por el superior, de no bajar al refectorio para la
cena, y, por lo tanto, compartir con los hermanos el “fuego común”, un cuarto
donde había una chimenea que se encendía durante el invierno.

En aquel tiempo no había calefacción en el convento ni en las casas del pueblo


de San Giovanni Rotondo.

Este cuarto donde estaba la chimenea, a una cierta hora, en invierno, adquiría la
importancia del salón actual. El resto del día y en las otras estaciones era
destinado para depósito de cosas inútiles o para guardar los útiles que no se
usaban de continuo.

Por ello, los hermanos, después de cenar, iban al “fuego común” para calentarse y
quien quería, podía llevarse un poco de brasas a la propia celda.

Padre Pío, terminada la cena, suspendía también él la oración y acudía al “fuego


común”, que estaba delante del refectorio.

Aquella tarde, después de levantarse de su lugar, oyó un extraño rumor, similar a


un crujido, proveniente de los altares laterales de la iglesia. Miró, pero le dio poca
importancia. Inmediatamente oyó otro fuerte ruido, como el que hacen los
39

candelabros cuando caen, proveniente del altar mayor. En un primer momento


pensó que era algún seminarista distraído, que había ido a la iglesia por algún
motivo, que hacía ruido. Luego se acercó a la baranda de madera del coro para
darse cuenta del hecho. En lugar del seminarista, vio un joven hermano inmóvil
sobre el altar.

“¿Qué haces allí?”, le pregunta el Padre Pío con autoritaria voz. No recibiendo
respuesta continuó, siempre con el mismo tono, en dirección al joven sobre el
altar:
“Apresúrate bien con las tareas domésticas! En lugar de poner las cosas en
orden, rompes velas y candelabros!”.

El joven hermano permanece aún mudo y absolutamente inmóvil. El silencio era


total. Entonces el Padre Pío gritó con tono imperativo: “Tú, ¿qué haces?!”.

El fraile entonces respondió: “Soy el hermano…. De…”. Recibida aquella


respuesta, el Padre Pío le preguntó, entre la curiosidad y el asombro, aún con una
cierta dureza en el tono de su voz: “¿Y qué haces a esta hora, ahí?”.

Y el hermano: “Estoy haciendo mi purgatorio aquí. He sido estudiante seminarista


en este convento y ahora me toca expiar los pecados cometidos durante mi
permanencia aquí, porque no fui diligente en el cumplimiento de mis deberes en
esta iglesia!”.

El Padre Pío tomó conciencia inmediatamente del caso, y decidió ir al encuentro


del hermano. Con voz dulce y tono paternal, compenetrado de la situación del
joven, dijo: “Entonces, escucha! Diré una Misa por ti mañana, pero no vengas más
aquí”.

Con el ánimo un poco tembloroso, el Padre Pío dejó el coro y se encaminó al


“fuego común”, donde encontró a los hermanos que lo esperaban. Ellos notaron
enseguida el estado un poco agitado del Padre Pío y le preguntaron la razón. Él
evitó sus preguntas y sus miradas diciendo que tenía frío.

Después de diez minutos, el Padre Pío preguntó a uno de los presentes, un joven
que enseñaba letras a los seminaristas y que había publicado el episodio en un
volumen de 1926 con el nombre de Giuseppe de Rossi: “¿Has estado en la
iglesia?”

La pregunta era oportuna porque el joven todas las noches iba a la iglesia a
cambiar la mecha a la lámpara del Santísimo. El joven, que también tenía las
llaves de la iglesia, respondió que iría más tarde.

El Padre Pío le dijo sonriendo: “Mire si encuentra a alguno, vaya, vaya a ver que
encontrará también algunas velas en el suelo”. El joven tomó la lámpara y junto a
otro hermano se encaminó hacia la iglesia. Los dos inspeccionaron la iglesia, pero
no encontraron ninguna vela fuera de lugar. Al regresar, informaron al Padre Pío
que en la iglesia no había nada que les hubiera llamado la atención.

El Padre Pío, decidido, replicó: “Es imposible, vamos a ver”. Fueron todos a la
40

iglesia. Apenas la comitiva llegó a la iglesia, el Padre Pío invitó a mirar sobre el
altar, luego invitó al joven a tomar una silla y controlar sobre el Sagrario: allí,
contra el muro había una candela, intacta, entre el Sagrario y el cuadro de la
Virgen, en una posición donde en ningún modo habría podido caer naturalmente.
Regresaron al “fuego común”, todos querían saber qué había sucedido.

El Padre Pío, sonriendo, relató el hecho del que había sido espectador, añadiendo
el final del coloquio entre él y el joven acólito:
“Entonces, ¿qué estás haciendo?”. El acólito: “Estoy acomodando los altares que
he descuidado durante mi vida”.

Padre Pío: “¡Otra que acomodar! Me parece que tu destrozases cada cosa”.

Hablando a menudo de este hecho, habitualmente lo terminaba con esta


observación: “Por falta de diligencia en el cumplimiento de sus deberes, aquel
hermano estaba todavía en el Purgatorio sesenta años después de su muerte!
¡Imagináos cuánto tiempo durará y como será de duro el Purgatorio para aquellos
que se manchan con culpas más graves!”.

Se hizo luego la verificación de los datos y se supo que aquel hermano había
estado en el convento de San Giovani Rotondo antes de su primera clausura con
la supresión de las órdenes religiosas por el Estado Unitario Italiano, en 1866”
(Padre Alessio Parente, Padre Pío e las almas del Purgatorio, Ediciones P. Pio de
Pietrelcina, San Giovanni Rotondo 1998, pp.123-128).

Durante uno de los viajes culturales hechos con la abuela y la madre de Carlo,
que lo llevaban por Italia para conocer las bellezas artísticas de la que es rica, van
a visitar los lugares donde vivió Santa Gemma Galgani. Carlos tiene 7 años en
1998. Antes fueron al Santuario a ella dedicado donde se conservan sus restos
mortales y luego fueron a la casa Giannini, donde la santa ha transcurrido gran
parte de su adolescencia luego de la desaparición de sus padres. Carlo queda
muy impresionado de los relatos que hace la hermana que los acompaña, a
propósito de la relación que tenía Santa Gema con su Ángel de la Guarda. Por
ejemplo, la hermana cuenta a Carlo cómo el Ángel reprende a Santa Gema
porque a veces se distrae durante la Santa Misa o porque le sucede de pegarse
mucho a los objetos, como le había sucedido con un reloj de oro que le habían
regalado.

Gracias a un particular permiso dado por la hermana a Carlo, se pudo sentar en la


misma sillita sobre la cual normalmente se sentaba Santa Gema. Probablemente
la religiosa había quedado impresionada por las preguntas y la dulzura del rostro
de Carlo y por el interés por la santa, tanto que afirma: “Parece un angelito”.
Luego pudo visitar la habitación de Santa Gema, donde hay un mueble que ella
utilizaba para poner por la noche las cartas que escribía a su director espiritual,
que vivía en Verona. Por las noches, su Ángel de la Guarda, se ocupaba de llevar
las cartas a su director espiritual. Así, Santa Gema no utiliza nunca el correo
normal porque su Ángel las lleva directamente.

En cuanto a la devoción de Carlo por el Padre Pío de Pietrelcina, debemos


agregar que el Santo ha sido el director espiritual de una tía de su madre. Cada
41

tanto, esta tía hablaba de la maravillosa capacidad de introspección del Padre


Pío. Una vez contó que había ido a San Giovanni Rotondo sólo para verlo,
aunque fuera de lejos, a causa del gentío que lo circundaba. Ella rezó en su
corazón al Señor para tener un pequeño signo a través del fraile: le pidió si podía
recibir una caricia sobre su cabeza. El Santo atravesó el largo pasillo entre la
muchedumbre de fieles que querían verlo y pasó delante de la tía sin detenerse,
pero cuando llegó al final del pasillo regresó por al menos 20 metros, fue donde
estaba la tía, le acarició la cabeza y la bendijo. Ciertamente el hecho maravilló a
todos los presentes porque la tía entonces era una jovencita pequeña y poco
evidente con respecto a las personalidades famosas presentes entre los fieles.
Este episodio, que la tía contaba a menudo, impresionó mucho a Carlo, tanto que
pidió a sus padres que lo llevaran al convento del Padre Pío para ver el famoso
pasillo. Su madre, en el 2004, en ocasión de una peregrinación a la Virgen del
Rosario de Pompeya, hace un pequeño desvío y lleva a Carlo a visitar también el
convento en San Giovanni Rotondo. Allí encuentran un taxista que había sido hijo
espiritual del Padre Pío; él cuenta a Carlo que el Santo a menudo le pedía que
llevase a ciertas personas que estaban poseídas por el demonio directamente al
Santuario de San Miguel Arcángel, perche “solo en aquel lugar –decía el Padre
Pío- es posible que obtengan la curación del alma y del cuerpo”.

Carlo pide enseguida que lo lleven también a ese Santuario y grande es su


asombro al ver que está dentro de una gruta profundísima. Una de las guías del
Santuario explica a Carlo que la profundidad de la gruta está para indicar que
cuantos vayan a visitar a San Miguel Arcángel deben hacer un camino interior
muy profundo de purificación de los pecados para poder salir luego curados. La
madre recuerda que Carlo comenzó el descenso de la larga escalera con gran
emoción. El joven sabía que el Arcángel se había aparecido directamente en
aquella gruta dejando la impronta de una de sus alas sobre la roca. El Arcángel,
en aquella aparición, había dejado este mensaje: “Yo soy el Arcángel Miguel y
estoy siempre en la presencia de Dios. La caverna es para mí sagrada, es mi
elección; yo mismo soy el custodio. Allí donde se abre la roca pueden ser
perdonados los pecados de los hombres… Aquel que pida aquí en la oración,
será escuchado. Ve, por eso, sobre la montaña y dedica la gruta al culto
cristiano”.

Había sido el Papa Gelasio I, en 493, a conceder su asentimiento a la dedicación


de la gruta de las apariciones al Arcángel Miguel como lugar de culto. El 5 de
42

marzo de 1997 la Penitenciaria Apostólica, por orden del Sumo Pontífice Juan
Pablo II concedió la indulgencia plenaria in perpetuum bajo las habituales
condiciones (confesión sacramental, comunión eucarística y oración según las
intenciones del Santo Padre), a lucrarse por los fieles en el Santuario de San
Miguel Arcángel cuando asistan devotamente a una sagrada función o recitando
al menos el Padrenuestro y el Credo. Entre los más celebres peregrinos que
visitaron la gruta, recordamos a San Francisco de Asís, que llega al Monte
San’Angelo en preparación a la Cuaresma del 1221.

Carlos queda profundamente impresionado por este lugar sagrado y desde ese
momento toma el hábito de recitar la Corona Angélica dedicada a los Nueve
Coros de Ángeles. Consiste en 27 Avemarías y en 9 Padrenuestros dedicados a
las legiones angélicas. Según la tradición, esta Corona Angélica había sido
revelada por el mismo San Miguel Arcángel a la Sierva de Dios Antonia de
Astonac en Portugal. El Arcángel, le reveló que quería ser venerado con nueve
invocaciones en honor a los nueve Coros. Le prometió que cualquiera que lo
hubiese venerado con ella antes de la Comunión, sería acompañado al altar por
un Ángel de cada Coro y sería su particular protección y la de todos los Ángeles,
ya sea durante la vida, o en el Purgatorio después de la muerte.

LA CONSAGRACIÓN DE CARLO A LA VIRGEN

Vista la gran devoción que Carlo tiene por la Virgen, recita cotidianamente el
Santo Rosario. Se hace consagrar más veces a la Virgen María para renovarle el
propio afecto y para impetrarle su ayuda, para que le conceda las gracias
necesarias para corresponder al amor de Dios. Él ha comprendido que, sin la
ayuda de la Virgen, el camino que lleva al encuentro con Cristo sería muy dificil y
lleno de obstáculos. En efecto, Carlo ama a la Virgen más que a todos los santos.

Entre los títulos con los cuales es honrada la Virgen y los Santuarios a ella
dedicados, el de la Virgen del Rosario de Pompeya, asume una importancia
fundamental en la vida del joven. A este Santuario está muy ligada la familia
paterna de la madre de Carlo.

También la bisabuela materna de Carlo está ligadísima al Santuario de Pompeya


porque allí se había casado y había hecho un voto el día del matrimonio,
prometiendo a la Virgen que toda la vida sería fiel al rezo del Santo Rosario y
Carlo, sabiendo esto, va allí muchas veces en peregrinación durante su infancia.

Un día, delante de la imagen de la Virgen de Pompeya, Carlo ora mucho por la


conversión de una señora, madre de un querido amigo de la familia, que hacía 30
años que no se acercaba al sacramento de la Eucaristía y a la confesión. Gracias
a sus fervientes oraciones, después de algún tiempo, esta señora se confiesa y
vuelve a comulgar. Esta conversión impresiona mucho a Carlo y, sobre todo, lo
convence del gran poder de intercesión que la Santa Virgen tiene ante el Señor.

En el Santuario de Pompeya es tradición que los peregrinos puedan, pidiéndoselo


a los sacerdotes en la sacristía, hacer un particular rito de consagración a la
Virgen.
43

Apenas sabe el joven de esta posibilidad, desea hacer la consagración también


él. En el transcurso de su vida cumple siete actos de confiarse a la Virgen de
Pompeya.

Es tan intensa la devoción que tiene Carlo a la Virgen, que no pierde ocasión de
consagrarse a Ella cada vez que puede. En Milán, en una iglesia de la calle San
Antonio, hay un sacerdote que, después de la celebración de la Santa Misa, hace
la consagración a la Virgen de aquellos fieles que lo piden. En recuerdo del acto,
el sacerdote regala a cada uno una medalla con una cinta azul. Carlos ha
coleccionado muchísimas de aquellas medallas y son de las cosas que más
quiere él!.

Un año llegaron a Milán sus primos romanos a pasar la Noche Vieja y en aquella
ocasión, Carlo los acompañó a hacer la consagración a la Virgen en la iglesia de
la calla San’Antonio. Sus primos recuerdan que “una Noche Vieja la pasamos en
Milán y nos consagramos a la Virgen y un señor delante de Il Duomo, nos regaló
muchos rosarios y con Carlos los recitamos juntos…”.

LA DIVINA MISERICORDIA Y LAS PROFUNDAS INTUICIONES TEOLOGICAS


DEL JOVEN CARLO

Carlo ama mucho la figura del Pontífice, el Vicario de Cristo en la tierra, y es para
él un deber seguir lo que el Papa, con su Magisterio, indica.

Desde que Juan Pablo II, en el año 2000, había instituido la fiesta de la Divina
Misericordia, el primer domingo después de Pascua, llamada domingo in Albis,
Carlos pide a sus padres recitar juntos con la novena que precede a la fiesta;
novena que Jesús mismo había dictado a Santa Faustina Kowalska prometiendo
estas cosas:
“Deseo que el primer domingo después de Pascua sea la Fiesta de mi
Misericordia. Hija mía, habla a todo el mundo de mi inconmensurable
Misericordia! El alma que en aquel día se confiese y comulgue, obtendrá la plena
remisión de culpas y castigos. Deseo que esta Fiesta se celebre solemnemente
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en toda la Iglesia. En aquel día, quien se acerque a la fuente de la vida,


conseguirá la remisión total de las culpas y las penas… verteré todo un mar de
gracias sobre las almas que se acerquen a la fuente de mi Misericordia… Ningún
alma tenga miedo de acercarse a mi, aunque sus pecados fuesen de color
escarlata”.

A Carlo le importaba mucho recitar esta novena porque tenía, como habíamos
dicho precedentemente, miedo de caer en el Purgatorio. Este temor le había
aumentado, después de la lectura del Tratado del Purgatorio de Santa Catalina de
Génova que así describe la visión: “En el Purgatorio las almas tienen una pena
tan extrema, que no encuentra lengua que la pueda explicar…” y podemos
imaginar el resto!

Carlos estaba convencido que era muy difícil no terminar allí y había tomado nota
de algunos de estos escritos para mostrárselos a aquellos que no creían en la
existencia del Purgatorio o del Infierno. Entre estos escritos que él ha escogido,
transcribimos uno sobre el Purgatorio y otro sobre el Infierno, extraídos del Diario
de Santa Faustina Kowalska:

“Me encontré en un lugar neblinoso, invadido por el fuego y allí, una enorme
cantidad de alma sufrientes. Estas almas rezan con gran fervor, pero sin eficacia
para si mismas: solamente nosotros podemos ayudarlas. Las llamas que las
queman, no me tocaban. Mi Ángel de la Guarda, no me abandonó un solo
instante. Le pregunté a aquellas almas cuál era el mayor tormento. Y
unánimemente me respondieron que su mayor tormento era el ardiente deseo de
Dios. Descubrí a la Virgen que visitaba a las almas. Ellas le llamaban María
“Estrella del Mar”. La Virgen les daba refrigerio. Hubiera querido hablar más
tiempo con ellas, pero mi Ángel me hizo señal de salir. Y salimos de la puerta de
aquella prisión de dolor. Oí en mi interior una voz que dijo: Mi Misericordia no
quiere esto, pero lo exige la justicia”.

El texto relativo al Infierno, descrito por Santa Faustina, había impresionado


mucho a Carlo: “Es un lugar de grandes tormentos por toda su extensión
espantosamente grande. Estas son las varias penas que he visto: la primera, la
que constituye el Infierno, es la pérdida de Dios; la segunda, los continuos
remordimientos de la conciencia; la tercera, la conciencia de que este destino no
cambiará nunca; la cuarta pena el fuego que penetra el alma, pero no la aniquila;
es una pena terrible: es un fuego puramente espiritual, encendido por la ira de
Dios; la quinta pena es la oscuridad continua, una horrible y sofocante fetidez, y
aunque sea oscuro los demonios y las almas condenadas se ven entre ellas y ven
todo el mal de los otros y el propio; la sexta pena es la compañía continua de
Satanás; la séptima pena es la tremenda desesperación, el odio de Dios, las
imprecaciones, las maldiciones, las blasfemias. Estas son penas que todos los
condenados sufren juntos, pero esto no es el fin de los tormentos. Hay tormentos
particulares para las diversas almas que son los tormentos de los sentidos. Cada
alma es atormentada con aquello que ha pecado en manera tremenda e
indescriptible”.

Carlo conoce muchas personas que no creen en estas cosas, comenzando por
los familiares más próximos. Esto hecho siempre ha desafiado a Carlo para
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instruirse y llevar a la fe a los incrédulos. Una vez, Carlo tuvo una discusión, nada
menos que con un sacerdote que negaba la existencia del Purgatorio y del
Infierno!.

A propósito de su formación y espiritualidad, debemos reconocer que Carlo, a


pesar de su joven edad, ha sido siempre muy iluminado en la comprensión de las
verdades de fe que normalmente sólo los teólogos saben explicar bien. Su
padrino de Confirmación, que está estudiando para ser doctor en teología
dogmática, ha dejado un testimonio que arroja luz sobre la profunda interioridad
del joven:

“Carlo estaba particularmente dotado desde el punto de vista intelectual y


espiritual y a menudo me ha sucedido de constatar su capacidad de comprender
conceptos teológicos difíciles y complejos que yo estaba convencido que en él
hubiese alguna especial predisposición para ser un futuro teólogo. En particular
me vienen a la mente dos preguntas que le había hecho cuando tenía cerca de
ocho años y que relato a continuación. La primera versaba sobre el primado
petrino y se lo hice a propósito en forma errónea, fingiendo no saber cuál fuese la
respuesta acertada y la formulé de este modo: “¿Sabes que el Papa es solamente
un simple Obispo como todos los otros?”. La respuesta de Carlo no tardó en
llegar: me citó el episodio de la confesión de Cesarea de Filipo en la cual Jesús
dice: “Tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi Iglesia, y las puertas del
infierno no prevalecerán sobre ella. Y te daré las llaves del Reino de los Cielos; y
todo lo que hayas atado en la tierra será atado también en el Cielo y todo lo hayas
desatado en la tierra será también desatado en el Cielo”. Me dijo que “ha sido
claramente Jesús a establecer el Papa como Cabeza y el Papa es el Vicario de
Cristo en la tierra”. Se había detenido sobre todo en el hecho de que el nombre
Pedro es la transliteración de la palabra hebrea piedra, símbolo de la roca sobre
la cual Jesús ha puesto su Iglesia. Carlos decía que “si Jesús hubiera querido
decir que su sucesor era solo Pedro, la Iglesia habría ya terminado, en efecto
¿Quién hubiera ordenado a los otros Obispos y sacerdotes si Jesús no hubiera
dado el mandato a Pedro y a sus sucesores de hacerlo?”.

La otra pregunta que le había hecho tenía que ver con la verdad sobre la
presencia de Jesús en el sacramento de la Eucaristía y la había formulado de
esta forma:

“Según tú, la Hostia, después de la consagración, ¿es solamente un símbolo que


nos permite recordar a Jesús y la Última Cena?”. La respuesta de Carlo fue la
siguiente: “En la Eucaristía Jesús está presente realmente con su Cuerpo, su
Sangre, su Alma y su Divinidad y no es un símbolo”.

Y luego le repliqué: “Pero cuando tu comes la Hostia consagrada tienen siempre


el mismo sabor, el mismo olor, el mismo color, ¿Cómo entonces es el Cuerpo, la
Sangre, el Alma y la Divinidad de Jesús?”. Carlo entonces comenzó a explicarme
toda la cuestión de la transustanciación diciéndome que “la sustancia de la hostia
antes de la consagración es la sustancia del pan, pero luego de la consagración
es la sustancia del Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Jesucristo y que,
además, las especies del pan, siempre son las mismas, por lo que su sabor, olor,
color no cambian”. Finalmente le pregunté que era la sustancia y él me respondió
46

“la esencia más profunda”. Luego le hice esta última objeción: “Pero para algunos
la Eucaristía sólo es un símbolo!”, y él me replicó en modo convencido: “No
razonan en el modo correcto y se equivocan”.

EL SAGRADO CORAZÓN Y CARLO:

Carlo tienen una profunda devoción al Sagrado Corazón de Jesús. Èl gusta


mucho de repetir que “El Sagrado Corazón de Jesús es la Eucaristía” y a menudo
cita como ejemplo el milagro Eucarístico de Lanciano del año 750, cuando el
sacerdote que estaba celebrando la Santa Misa fue asaltado por fuertes dudas
acerca de la real presencia de Jesús en el pan y el vino consagrados, pero en el
momento en el que tenía lugar la Consagración, la Hostia que sostenía en sus
manos se transformó en Carne y el vino en Sangre.

Asombroso es el resultado de los estudios científicos de las reliquias llevados a


cabo en 1970 por el científico Edoardo Linoli, profesor de anatomía, histología,
química y microscopia clínica:

“1. La “carne milagrosa” es verdaderamente carne constituida por tejido muscular


estriado del miocardio.
2. La “sangre milagrosa” es verdadera sangre. El análisis cromatográfico lo
demuestra con certeza absoluta e indiscutible.
3. El estudio inmunológico manifiesta que la carne y la sangre son ciertamente de
naturaleza humana y la prueba inmunohematológica permite afirmar con toda
objetividad y certeza que ambas pertenecen al mismo grupo sanguíneo AB.
4. Las proteínas contenidas en la sangre están normalmente repartidas, en
porcentaje idéntico al que corresponde a un trazado sero-protéico de sangre
fresca normal.
5. Ninguna sección histológica ha revelado la presencia de sales o sustancias
conservantes utilizadas en la antigüedad para la momificación”.

La gran devoción de Carlo por la Eucaristía no puede no tomarse en


consideración este asombroso milagro que, si bien no es un dogma de fe, es, de
todos modos, un signo especialísimo enviado por el Señor, a los hombres
incrédulos para demostrar que la Eucaristía es verdaderamente su Corazón. Eso
explica por qué Carlo, después de haber recibido la Primera Comunión en 1998,
insistiese para que toda la familia se consagrase al Sagrado Corazón de Jesús.
En efecto, la Consagración la han hecho pocos días después en el Centro San
Fidel de Milán, delante de un padre jesuita.

En el Corazón de Jesús, Carlo ve la inmensidad del Amor de Dios que ha


derramado sobre los hombres. Él ha leído y conoce muy bien la vida de Santa
Margarita María de Alacoque (1647-1690) y las revelaciones del Sagrado
Corazón. Por ello, Carlo ama hacer la Comunión los primeros viernes de mes
para reparar los pecados y las ofensas cometidas contra Jesús. Se copió las
palabras dichas por Cristo a la santa entre el 13 y el 20 de junio de 1675, en la
octava de la solemnidad del Corpus Christi: “He aquí el Corazón que tanto ha
amado a los hombre y que no ha ahorrado nada hasta el extremo de agotarse y
consumirse para testimoniarles su amor. Y, en compensación, sólo recibe, de la
mayoría de ellos, ingratitudes y desprecios. Pero lo que más me duele es que se
47

porten así los corazones que se me han consagrado. Por eso te pido que el
primer viernes después de la octava del Corpus se celebre una fiesta especial
para honrar a mi Corazón, y que se comulgue dicho día para pedirle perdón y
reparar los ultrajes recibidos. También te prometo que mi Corazón se dilatará para
esparcir en abundancia su divino amor sobre quienes le hagan ese honor y
procuren que se le tribute.”

Esta es la gran promesa que el Señor reveló a Santa Margarita en 1686 a


cualquiera que se acerque a la Santa Comunión en los primeros viernes del mes:
“Yo te prometo en el exceso de mi misericordia, que mi amor todopoderoso
concederá a todos aquellos que comulgaren por nueve primeros viernes
consecutivos, la gracia de la perseverancia final; no morirán sin mi gracia, ni sin la
recepción de los santos sacramentos. Mi Corazón será su seguro refugio en aquel
momento supremo.”

Carlo conserva esta promesa en su interior y difunde esta práctica entre los que
conoce, para que se aprovechen de los tesoros de la misericordia divina
guardados en el Sagrado Corazón. El culto del joven al Sagrado Corazón hace
crecer en el el amor a Jesús y lo empuja a reparar tantos pecados cometidos por
los hombres cada día.

Él tiene en mente aquellos que viven en la indiferencia, los que blasfeman, los
que hacen sacrilegios y profanan la Eucaristía. Por todas estas almas él reza y
repara y busca de comprometer a otras personas en esta obra de reparación.
Carlo ha comprendido muy bien que para amar a Jesús es necesario seguirle y
que sin su ayuda cada esfuerzo nuestro es vano: es por ello que es importante
para él la consagración al Corazón de Jesús. Es como un acto de amor y de filial
confianza a Aquel que nos ama con amor infinito.

LA VIRGEN DE LOURDES Y CARLO

Carlo es muy devoto de la Eucaristía y de la Virgen y algunos meses antes de


cumplir 12 años sus padres decidieron de ir con toda la familia a hacer un
hermoso viaje en coche a España. Entre las diversas etapas que harían, pusieron
también Lourdes para responder a un deseo de Carlos de conocer los lugares
donde se había aparecido la Virgen a Santa Bernardita y para beber el agua tan
milagrosa que la Virgen María había hecho emerger en la Gruta de las
apariciones.

Desl 11 de febrero al 16 de julio de 1858 la Virgen se había aparecido 18 veces a


la niña de catorce años Bernardita. Transcribimos por entero el relato de las
apariciones tal como está descrito en el sitio oficial del Santuario de la Virgen de
Lourdes:

Jueves 11 de febrero:
El encuentro
Acompañada de su hermana y de una amiga, Bernardita se dirige a la
Gruta de Massabielle, al borde del Gave, para recoger leña, ramas secas y
pequeños troncos. Mientras se está descalzando para cruzar el arroyo, oye
un ruido como de una ráfaga de viento, levanta la cabeza hacia la Gruta:
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"VI A UNA SEÑORAVESTIDA DE BLANCO: LLEVABA UN VESTIDO


BLANCO, UN VELO TAMBIÉN DE COLOR BLANCO, UN CINTURÓN
AZUL Y UNA ROSAAMARILLA EN CADA PIE." Hace la señal de la cruz y
reza el rosario con la Señora. Terminada la oración, la Señora desaparece
de repente.

Domingo 14 de febrero:
El agua bendita
Bernardita siente una fuerza interior que la empuja a volver a la Gruta a
pesar de la prohibición de sus padres. Debido a su insistencia, su madre le
da permiso para volver. Después de la primera decena del rosario,
Bernardita ve aparecer a la misma Señora. Le echa agua bendita. La
Señora sonríe e inclina la cabeza. Terminado el rosario, la Señora
desaparece.

Jueves 18 de febrero:
La Señora habla
Por primera vez, la Señora habla. Bernardita le ofrece papel y una pluma y
le pide que escriba su nombre. La Señora le dice: "No es necesario" y
añade: "No te prometo hacerte feliz en este mundo, sino en el otro.
¿Quieres hacerme el favor de venir aquí durante quince días?".

Viernes 19 de febrero:
Aparición breve y silenciosa
Bernardita llega a la Gruta con una vela bendecida y encendida. De aquel
gesto nacerá la costumbre de llevar velas para encenderlas ante la Gruta.

Sábado 20 de febrero:
En el silencio
La Señora le ha enseñado una oración personal. Al terminar la visión, una
gran tristeza invade a Bernardita.

Domingo 21 de febrero:
"Aquero"
Por la mañana temprano la Señora se presenta a Bernardita, a la que
acompañan un centenar de personas. Después es interrogada por el
comisario de policía Jacomet, que quiere que diga lo que ha visto.
Bernardita no habla más que de "AQUERO" (aquello).

Martes 23 de febrero:
El secreto
Rodeada por unas ciento cincuenta personas, Bernardita se dirige hacia la
Gruta. La Aparición le comunica un secreto, una confi-dencia "sólo para
ella", pues sólo a ella concierne.

Miércoles 24 de febrero:
¡Penitencia!
Mensaje de la Señora: "¡Penitencia! ¡Penitencia! ¡Penitencia! ¡Ruega a
Dios por los pecadores!
¡Besa la tierra en penitencia por los pecadores!"
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Jueves 25 de febrero:
La fuente
Trescientas personas están allí presentes. Bernardita cuenta: "ME DIJO
QUE FUERA A BEBER A LA FUENTE [...] NO ENCONTRÉ MÁS QUE UN
POCO DE AGUA FANGOSA. AL CUARTO INTENTO, CONSEGUÍ BEBER;
ME MANDÓ TAMBIÉN QUE COMIERA HIERBA QUE HABÍA CERCA DE
LA FUENTE, LUEGO LA VISIÓN DESAPARECIÓ Y ME MARCHÉ." Ante la
muchedumbre que le comenta: "¿Sabes que la gente cree que estás loca
por hacer tales cosas?", Bernardita sólo contesta. "ES POR LOS
PECADORES."

Sábado 27 de febrero:
Silencio
Hay allí ese día ochocientas personas. La Aparición permanece silenciosa.
Bernardita bebe agua del manantial y hace los gestos habituales de
penitencia.

Domingo 28 de febrero:
Penitencia
Más de mil personas asisten al éxtasis. Bernardita reza, besa la tierra y se
arrastra de rodillas en señal de penitencia. A continua-ción se la llevan a
casa del juez Ribes que la amenaza con meterla en la cárcel.

Lunes 1 de marzo:
Primer milagro
Se han congregado más de mil quinientas personas y entre ellas, por
primera vez, un sacerdote. Durante la noche, Catalina Latapie, una amiga
de Lourdes, acude a la Gruta, moja su brazo dislocado en el agua del
manantial y el brazo y la mano recuperan su agilidad.

Martes 2 de marzo:
Mensaje para los sacerdotes
La muchedumbre aumenta cada vez más. La Señora le encarga: "Vete a
decir a los sacerdotes que se construya aquí una capilla y que se venga en
procesión." Bernardita se lo hace saber al cura Peyramale, párroco de
Lourdes. Éste tan sólo quiere saber una cosa: el nombre de la Señora.
Exige, además, como prueba, ver florecer en invierno el rosal silvestre de la
Gruta.

Miércoles 3 de marzo:
Una sonrisa
A las siete de la mañana, cuando ya hay allí tres mil personas, Bernardita
se encamina hacia la Gruta; pero ¡la Visión no aparece! Al salir del colegio,
siente la llamada interior de la Señora; acude a la Gruta y vuelve a
preguntarle su nombre. La respuesta es una sonrisa. El párroco Peyramale
vuelve a decirle: "Si de verdad la Señora quiere una capilla, que diga su
nombre y haga florecer el rosal de la Gruta."

Jueves 4 de marzo:
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¡el día más esperado!


El gentío cada vez más numeroso (alrededor de ocho mil personas) está
esperando un milagro al finalizar estos quince días. La visión permanece
silenciosa. El cura Peyramale se mantiene en su postura. Durante los
veinte días siguientes, Bernardita no acudirá a la Gruta; no siente dentro de
sí la irresistible invitación.

Jueves 25 de marzo:
¡El nombre que se esperaba!
Por fin la visión revela su nombre; pero el rosal silvestre sobre el cual posa
los pies durante las apariciones no florece. Bernardita cuenta: "LEVANTÓ
LOS OJOS HACIA EL CIELO, JUNTANDO EN SIGNO DE ORACIÓN LAS
MANOS QUE TENÍAABIERTAS Y TENDIDAS HACIA EL SUELO, Y ME
DIJO: QUE SOY ERA IMMACULADA COUNCEPCIOU." La joven vidente
salió corriendo, repitiendo sin cesar, por el camino, aquellas palabras que
no entiende. Palabras que conmueven al buen párroco, ya que Bernardita
ignoraba esa expresión teológica que sirve para nombrar a la Santísima
Virgen.Solo cuatro años antes, en 1854, el papa Pío IX había declarado
aquella expresión como verdad de fe, un dogma.

Miércoles 7 de abril:
El milagro del cirio
Durante esta Aparición, Bernardita sostiene en la mano su vela encendida,
y en un cierto momento la llama lame su mano sin quemarla. Este hecho es
inmediatamente constatado por el médico, el doctor Douzous.

Jueves 16 de julio:
Última Aparición
Bernardita siente interiormente el misterioso llamamiento de la Virgen y se
dirige a la Gruta; pero el acceso a ella estaba prohibido y la gruta, vallada.
Se dirige, pues, al otro lado del Gave, enfrente de la Gruta. "ME PARECÍA
QUE ESTABA DELANTE DE LA GRUTA, A LA MISMA DISTANCIA QUE
LAS OTRAS VECES, NO VEÍA MÁS QUE A LA VIRGEN, ¡JAMÁS LA
HABÍA VISTO TAN BELLA!"

Cuando llegan a Lourdes, en la mente de Carlo vuelven las descripciones de las


apariciones de la Inmaculada Concepción a Bernardita que tantas veces ha leído
en los libros. Él no ve la hora de pisar el mismo suelo donde la Virgen se apareció
a una pastorcita de sólo 14 años que no sabía ni siquiera hablar el francés y que a
duras penas logra comunicarse con sus amigas de juego a causa de su timidez.
El joven es totalmente consciente que a la Virgen le gustan las personas humildes
y poco orgullosas incluso a causa del hecho que, cuando tenía cerca de seis
años, había comentado a sus padres de haber oído una voz interior que le había
dicho: “No el amor propio sino la gloria de Dios”.

El primer Rosario que le había regalado una tía lejana irlandesa, familiar de una
abuela paterna, era de Lourdes el cual siempre tenía consigo durante todos sus
viajes.
51

Aquel año finalmente logró visitar este lugar tan especial y sus padres recuerdan
aún la gran emoción que tenía cuando veía ya a lo lejos el santuario rodeado por
el rio Gave.

La abuela materna de Carlo, que también estaba en ese viaje, pidió al nieto que le
contara bien el desarrollo de las apariciones. Carlo, con abundancia de detalles, le
ilustró toda la historia, subrayando el hecho de que, a pesar de ser analfabeta,
Bernardita era capaz de repetir todos los hechos y las palabra pronunciadas por la
Virgen sin titubear.

La Virgen María, entre tantas jóvenes, ha elegido a Bernardita sobre todo por su
humildad y le ha confiado un gran mensaje de conversión y penitencia para el
mundo entero.

Carlo había quedado muy impresionado por la Gruta de Lourdes y había asumido
un aire muy pensativo viendo aquellas largas velas que brillaban en el crepúsculo,
a los lados de la Gruta. Fue en aquel viaje que Carlo hizo el voto a la Virgen de
ser siempre fiel al rezo del Santo Rosario, cosa que mantendría siempre. Incluso
en los días antes de morir, recita el Rosario junto al padre, la madre y la abuela
materna a la que quiere mucho y sus perritos.

En Lourdes Carlo compró imagencitas de la Virgen María llenas de agua para


regalar a sus familiares y a algunas monjas de clausura. Su madre pensó adquirir
algunos bidones de 10 litros para llenarlos con el agua milagrosa de Lourdes, ya
que tenían el coche medio vacío.

Durante el viaje, Carlo llevó a su perro preferido, Briciola, que tenía sólo tres
meses y podía ser transportado fácilmente en el bolso de la madre. Llegados a
Madrid, se divirtió muchísimo porque su padre lo llevó a visitar el Monasterio de
las Descalzas Reales en el cual viven aún las monjas clarisas y donde hay un
bellísimo museo.

Durante la visita al museo, sucedió un hecho que demuestra el clima alegre que
se vivía en aquella familia: no obstante la guía había prohibido introducir
animales, la abuela Luana, para no dejar al perrillo en el hotel, había decidido
llevarlo igualmente consigo, escondiéndolo en el bolso. Durante la visita al
monasterio, que duró mucho tiempo, la guía cada tanto hacía largas pausas de
silencio que invitaba a los presentes a meditar y el perro inevitablemente
comenzaba a ladrar. Eso avergonzó tanto a la abuela que, a pesar de no hacer
descubrir que tenía al perro con ella, tosía continuamente, y Carlo se divirtió
muchísimo filmando totas las escenas con su cámara.

LA GRAN DEVOCIÓN DE CARLO POR LA VIRGEN DE FÁTIMA

La iglesia donde Carlo ha sido bautizado en Londres custodia una bellísima


imagen dedicada a la Virgen de Fátima. Toda la familia tiene una gran devoción a
la Virgen de Fátima y es invocada como particular protectora. En el año 2006,
algunos meses antes de morir, los padres de Carlo cumplieron un gran deseo que
tenía, el de poder visitar Fátima donde la Virgen se apareció a los tres pastorcillos
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Francisco, Jacinta y Lucía, que para él siempre han sido modelos ejemplares en
los cuales inspirarse.

La vida de los tres pastorcillos ha golpeado la sensibilidad de Carlo, el cual busca


imitarles haciendo pequeños sacrificios, que consisten en renuncias voluntarias a
cosas que le son importantes, como el chocolate o la “nutella”, o sus películas
favoritas, etc. Para dar, como dice él, “un bouquet de rosas a la Virgen que así lo
utilizará para ayudar a sus hijos más necesitados”.

Le gusta mucho que se le relate la historia de las apariciones de la Virgen en


Fátima y el haber podido conocer al vicepostulador de los pastorcillos, Padre
Louis Kondor, ha sido para el joven un gran regalo que la Virgen le ha hecho.
Cuando la familia llega en peregrinación a Fátima, algunas monjas amigas de la
madre, de la Congregación de la Madre de Dios, que viven en Portugal, se
unieron a ellos y Carlo se pudo servir de su gran conocimiento de los hechos de
Fátima incluso visitando una muestra preparada por la casa de la Postulación de
los pastorcillos Francisco y Jacinta Marto. La muestra es muy bella y llena de
fotografías de muchos episodios y personajes ligados a las apariciones. La
exposición está ilustrada y explicada por una hermana de Lisboa, cuyo abuelo
había asistido al milagro del sol del 13 de octubre de 1917. La religiosa,
visiblemente emocionada cuando describe al joven todo aquello que sucedió
aquel día y no todos saben que el milagro del sol se vio no sólo en Fátima, sino
en muchos pueblos de Portugal. Y esto para demostrar que no era una
alucinación colectiva, como algún escéptico hipotizaba, sino un fenómeno real y
tan excepcional, que ni siquiera la ciencia ha sabido explicar las razones.

Después de la muestra, Carlo fue acompañado a ver La Loca do Cabeço, el lugar


donde en 1916 se ha aparecido a los pastorcillos el Ángel de la Eucaristía, que se
proclama también como Ángel de Portugal.

Estos son los hechos narrados en la biografía de Jacinta escrita por su prima Sor
Lucía dos Santos:

“Me parece que la primera aparición del Ángel en nuestra gruta del Cabezo ha
sido en la primavera de 1916. Estábamos jugando, y un viento fuerte sacudió las
plantas y nos hizo volver la mirada para ver qué estaba sucediendo, porque el día
era sereno. Entonces comenzamos a ver sobre las plantas una luz más blanca
que la nieve, que estaba tomando el aspecto de un joven transparente, más
brillante que un cristal atravesado por los rayos del sol. A medida que se
acercaba, comenzábamos a distinguirlo: un joven de 14 o 15 años, de una gran
belleza. Llegando al lugar donde estábamos, nos dijo:
- “No tengáis miedo! Soy el Ángel de la Paz. Rezad conmigo.
- Y arrodillándose sobre la tierra, curvó la frente hasta el suelo, haciéndonos
repetir tres veces estas palabras: Dios mío, yo creo, te adoro, espero, y te
amo! Te pido perdón por los que no creen, no te adoran, no esperan y no te
aman".

Luego se levantó y dijo: "¡Rezad así! Los corazones de Jesús y de María están
atentos a la voz de vuestras súplicas." Y desapareció. La atmósfera sobrenatural
que nos envolvía era tan intensa que casi no nos dábamos cuenta, por un largo
53

tiempo, de nuestra propia existencia, permaneciendo en la posición en la cual el


Ángel nos había dejado, y repitiendo siempre la misma oración. Sus palabras
quedaron tan grabadas en nuestra mente que no las olvidaríamos nunca. Desde
entonces permanecíamos largo tiempo así, postrados por tierra, repitiéndolas, a
veces hasta derrumbarnos por el cansancio”.

La segunda aparición del Ángel no fue en el mismo lugar de la primera, sino en el


pozo de los padres de Lucía.

“Transcurrido mucho tiempo, en una jornada de verano jugábamos cerca de un


pozo al que llamábamos Ameiro.

De repente vimos comparecer de frente a nosotros la misma figura del Ángel, que
nos dijo:
− ¿Qué hacéis? ¡Rezad! ¡Rezad mucho! Los Corazones Santísimos de Jesús
y María tienen sobre vosotros designios de misericordia. Ofreced
constantemente al Altísimo, oraciones y sacrificios.
− ¿Cómo debemos sacrificarnos?, pregunté.
− En todos los modos posibles, ofreced a Dios un sacrificio en acto de
reparación por los pecados con que es ofendido y de súplica por la
conversión de los pecadores. Atraed así la paz sobre vuestra Patria. Yo soy
su Ángel Custodio, el Ángel de Portugal. Sobre todo aceptad y soportad
con sumisión el sufrimiento que el Señor os mandará.
Estas palabras se grabaron en nuestro espíritu como una luz que nos hacía
comprender quien era Dios; cómo nos amaba y quería ser amado; el valor del
sacrificio y como le era agradable; y como, por medio de esto, convertía los
pecadores. Por eso, desde entonces comenzamos a ofrecer a Dios todo cuando
nos mortificaba”.

Sigue relatando Lucía: “Meses después, en septiembre u octubre de 1916,


nuevamente el enviado celestial desciende con un mensaje, todavía más sublime,
en la Gruta de Cabeço, lugar de la primera aparición.

Apenas llegamos, comenzamos a repetir la oración del Ángel de rodillas, con el


rostro en tierra: Dios mío, creo, adoro, espero y os amo, etc. No se cuántas veces
habíamos repetido esta oración, cuando vimos que sobre nosotros brillaba una luz
desconocida. Nos levantamos para ver qué sucedía y vimos al Ángel con un cáliz
en la mano izquierda y suspendida sobre él una Hostia, de la cual caían en el
cáliz algunas gotas de sangre. Dejando el cáliz y la Hostia suspendidos en el aire,
se postró en tierra cerca de nosotros y repitió tres veces la oración:
“Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, os adoro profundamente
y Os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de
Jesucristo, presente en todos los tabernáculos del mundo, en reparación
por las ofensas, sacrilegios e indiferencias con los que El es ofendido.
Por los méritos infinitos del Sagrado Corazón de Jesús y del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores”.

Luego, levantándose, tomó de nuevo en la mano el cáliz y la Hostia, y me dio a mí


la Hostia y lo que contenía el cáliz a Jacinta y Francisco, diciendo al mismo
tiempo:
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“Tomad y bebed el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, horriblemente


ultrajado por los hombres ingratos. Reparad sus delitos y consolad a
vuestro Dios.

De nuevo se postró en tierra y repitió con nosotros otras tres veces la misma
oración: “Trinidad Santísima, etc. y desapareció”.

El Padre Kondor explicó que los tres pastorcillos habían recibido la Eucaristía
para ser elevados a un estado sobrenatural para recibir luego la visita de la Virgen
María que se les apareció seis meses consecutivos, del 13 de mayo al 13 de
octubre de 1917, y que en aquella ocasión les mostrará a ellos también el infierno
lleno de almas condenadas y les dirá que “los pecados que mandan más almas al
infierno son los pecados de la carne”.

Se quiere recordar un episodio tenido en un viaje que la familia tuvo varios años
antes en Francia: Carlo había llevado consigo el diario de Sor Lucía que contenía
sus cuatro memorias para leerlas en alta voz durante el trayecto y entretener así a
la familia. Los padres recuerdan que cuando Carlo alcanza a leer el punto donde
los pastorcillos preguntan a la Virgen si serían llevados al Cielo y Ella les
responde que Lucía y Jacinta seguramente, pero que Francisco debería recitar
muchos Rosarios para ser llevado al Cielo, esto lo pone muy agitado. En efecto,
todo preocupado, pregunta a los padres: “Si Francisco que eran tan bueno y
simple debía rezar tantos Rosarios para ir al Paraíso, como podré merecerlo
también yo que comparado con él soy tan poco santo?”. Cuando luego lee que los
pastorcillos han preguntado a la Virgen qué fin había tenido una amiga de la
hermana de nombre Amalia y la respuesta que “permanecerá en el Purgatorio
hasta el final de los tiempos”, porque amaba demasiado los bailes, podemos
imaginar como el joven comentaba el hecho. Los padres todavía recuerdan
cuántas preguntas hacía Carlo y cómo estas frases lo habían dejado muy
pensativo por mucho tiempo. El día siguiente la lectura prosigue y Carlo llega a
leer la parte en la cual Lucía relata la visión del Infierno tenida con sus primos:
“Vimos como un gran mar de fuego e inmersos en este fuego los demonios y las
almas, como si fueran brasas transparentes y negras o bronceadas, de forma
humana, que ondeaban en el incendio, levantadas por las llamas que salían de sí
mismas junto a nubes de humo, cayendo de todas partes – parecido al caer de
chispas en los grandes incendios -sin peso ni equilibrio, entre gritos y gemidos de
dolor y de desesperación, que aterrorizaban y hacían temblar de miedo. Los
demonios se distinguían por la forma horrible y repugnante de animales
espantosos y desconocidos, pero transparentes como negros carbones de
brasas”.

Carlo se espanta aún más y desde entonces aumenta el número de sus oraciones
por aquellos que, según él, están en peligro de condenarse por toda la eternidad.

El joven conoce lo que el Catecismo de la Iglesia Católica enseña acerca de los


“sentidos” de la Sagrada Escritura que según una antigua tradición son el sentido
literal y el espiritual, subdividido este último en sentido alegórico, moral y
anagógico. Carlo dice que si se interpreta el Tercer Secreto de Fátima en sentido
alegórico, centrándose más sobre la figura de Cristo, se puede llegar a una
comprensión más profunda de los acontecimientos descritos en la visión. Para
55

explicar el sentido alegórico Carlo utiliza a menudo el episodio del paso del pueblo
hebreo por el Mar Rojo, que la Iglesia siempre ha interpretado como un signo de
la victoria de Cristo sobre el pecado, por medio del Bautismo. La esclavitud de
Egipto siempre ha sido considerada un símbolo de la esclavitud del hombre al
pecado, y el pasaje de parte del pueblo de Israel en las aguas del Mar Rojo, las
que se tragan al Faraón y su ejército, simboliza la liberación del hombre del
pecado original a través de las aguas del Bautismo.

Carlo, por lo tanto, utilizando el sentido alegórico para explicar el Tercer Secreto
de Fátima, dice que se puede llegar a tener una interpretación también de tipo
eucarístico, porque “la Cruz sobre el monte puede representar también el
sacrificio de Cristo que se ofrece para la salvación de los hombres, que en cada
Misa es celebrado. La Sangre que los Ángeles bajo los brazos de la Cruz vierten
sobre los fieles, que con fatiga suben hacia la sima del monte, es la Sangre que
durante la Celebración Eucarística el Señor vierte por la humanidad junto a la de
los mártires, que purifica y lava los corazones de los hombres de los pecados
cometidos. Las flechas que golpean a los fieles que suben a la cima del monte
podrían ser el símbolo de todas las dificultades que la humanidad encuentra para
merecer el Paraíso. La figura del Obispo vestido de blanco, que la Iglesia ha
asociado a Juan Pablo II, que siempre insistía sobre la importancia de la
Eucaristía, y que ha sido también un “mártir”, es aún más aclaratorio del sentido
eucarístico de la visión”.

Todos los años, Carlo practica los Primeros Cinco Sábados del Mes, devoción que
ha sido revelada directamente por la Virgen aparecida a Sor Lucía en 1925 en la
cual la Virgen invita a todos los hombres a consolarla y a reparar los ultrajes
contra su Corazón Inmaculado, prometiendo que “a todos los que por cinco
meses, en el primer sábado, se confiesen, reciban la Santa Comunión, reciten el
Rosario y me hagan compañía por quince minutos meditando los Misterios, con la
intención de ofrecerme reparación, prometo asistirlos en la hora de la muerte con
todas las gracias necesarias para su salvación”.

LA ENFERMEDAD FULMINANTE Y LA SERÁFICA MUERTE DE CARLO

Carlo enfermó sólo algunos días antes de morir (cerca de diez días antes) y nadie
hubiera nunca imaginado que lo que parecía una simple gripe escondiese una
leucemia de tipo M3, considerada por los médicos como la más grave que existe y
de la cual difícilmente se puede salvar. El joven Carlo no era justamente
consciente que bien pronto iría al Cielo. Los padres recuerdan que unos días
antes de ser ingresado en el hospital, mientras le hacían compañía en su cuarto,
le habían oído decir al hijo: “Ofrezco todos los sufrimientos que deba sufrir al
Señor por el Papa y por la Iglesia, para no hacer el Purgatorio e ir derecho al
Cielo”.

Cuatro días después, Carlo descubrió que orinaba sangre. La madre comenzó a
preocuparse seriamente y por consejo telefónico llevó inmediatamente una
muestra de orina a un laboratorio médico para ver si no fuese una infección seria
en las vías urinarias. Los resultados indicaban que todo estaba en orden, pero las
cosas no mejoraban.
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El domingo por la mañana comienza con una gran astenia y los padres deciden
llamar al viejo pediatra de Carlo que les aconsejó el ingreso inmediato en una
clínica, donde él ejercía, siendo además, especialista en enfermedades de la
sangre de los niños. Los médicos entendieron inmediatamente la gravedad de la
situación y con mucha preocupación dieron la terrible noticia a los padres, los
cuales hasta el fin no querían creer que Carlo iba a morir rápidamente. Algunas
semanas después de la muerte de Carlo, la madre encontró un vídeo hecho dos
meses antes de morir, en el cual el joven se había filmado, y concluía
misteriosamente diciendo: “He llegado a los 70 kilos y estoy destinado a morir”

Repensando a la dinámica de todos los eventos no nos parece arriesgado


presuponer que Carlo intuyese muchas más cosas de lo que parecía. En el
pasado había ocurrido que Carlo predijo hechos que luego se habían verificado.

El responsable del reparto de Hematología de la clínica, por las leyes vigentes en


Italia, debía comunicar a Carlo que estaba enfermo de leucemia y que tendría que
hacer largos tratamientos para curar. Hacía años que el joven había sido educado
para considerar esta vida como un pasaje hacia el Paraíso y en aquel instante
ciertamente se dio cuenta que la enfermedad podría conducirlo a la muerte.
Luego de que el médico salió del cuarto, permaneciendo sereno y compuesto dijo
a los padres: “El Señor me ha dado una “alarma”!”.

Llegado a la clínica, después de algunas pocas horas, Carlo fue ingresado en


terapia intensiva y le pusieron un casco de plástico para facilitarle la respiración,
que le resultaba muy molesto, porque cuando tosía le impedía expectorar bien.
Este hecho, como le confió a su madre, le causó mucho sufrimiento. La madre
tenía permitido de permanecer con él sólo hasta la una de la madrugada, luego
debía estar solo con el aparato. No podía dormir y esperaba la mañana para
poder ver otra vez a la madre, que permanecía con la abuela Luana en el hospital
toda la noche para estar siempre cerca por cualquier emergencia.

El doctor que lo atendía lo hizo llevar al Hospital San Gerardo de Monza donde
hay un centro especializado en el tipo de leucemia que él tenía.

La madre y la abuela allí pudieron dormir con él en el cuarto y esto fue para Carlo
un gran consuelo.

En aquel hospital, un sacerdote le administró el Sacramento de la Unción de los


enfermos.

Algunos entre los enfermeros y médicos que han atendido a Carlo en aquellos
momentos, lo recuerdan con gran afecto y admiración: “Hacía años que no veía
un paciente en aquellas condiciones, y me preguntaba cómo hacía para no
lamentarse del dolor, ya que tenía las piernas y los brazos hinchados y llenos de
líquidos. Si le preguntaba “tienes dolor?”, él respondía que era soportable. El
momento más increíble para mí ha sido al regresar de radiología donde había
sido llevado en camilla. Le dije: “Me parece que estás mejor” y él abriendo los ojos
y sonriendo dijo: “Sí, estoy mejor” y luego intentó bajarse solo de la camilla a la
cama, para evitarnos a nosotros una fatiga excesiva. El día siguiente, a las 14
horas, las colegas del primer turno lo estaban poniendo en la escafandra (para
57

ayudarlo a respirar), entré en la habitación mientras un doctor le preguntaba:


“¿Cómo te sientes?” y Carlo respondió: “Como siempre, bien!”. Después de media
hora estaba en coma. Carlo es uno de esos pacientes con los que permaneces
poco a causa de las complicaciones que surgen, pero que te dejan dentro un gran
amor y, no obstante la situación, un sentido de paz, que no sabes explicarte,
porque no proviene del hecho de ser una profesional que ha hecho lo posible por
él, sino de su propio recuerdo y de que te sientes afortunada de haberlo
conocido”.

“He conocido a Carlo el día en que había sido ingresado en San Gerardo. Sus
condiciones eran críticas, muy graves. Entrada en la habitación, le pregunté:
“¿Cómo estás?”. Carlo me ha respondido: “Bien”. Sorprendida por esta respuesta
le pregunté: “¿Bien?”. Y Carlo me dijo: “Hay quien está peor”. Esta respuesta me
dejó impresionada.

“He pasado con Carlo pocas horas, en las que su vida estaba suspendida por un
hilo, que luego se ha roto. Han sido momentos intensos, no sólo porque estaban
llenos de actividad profesional, sino porque estaban ricos por el intercambio,
porque cuando dabas, sentías que recibías algo. Aquellos dos días no han sido
suficientes para conocer a Carlo, y sin embargo él está siempre presente en mi
mente. Me ha impresionado este joven tan grande que fatigaba verlo en la cama,
tan grande en la humildad de su extremo sufrimiento. Sus ojos eran bellísimos
aunque señalados por la enfermedad, porque a pesar de todo, sonreían, casi
tranquilizando a los que tenía cerca. Eran tan humilde, tan educado, pidiendo
disculpas si no entendía o no lograba hacer algo, sin lamentarse nunca ni cuando
no le entendía sus palabras. Son dotes que pertenecen a pocos, a aquellos pocos
que aunque se los encuentre por un breve instante, permanecen contigo para
siempre”.

“Quisiera compartir como era Carlo para mí, especial. Hemos compartido pocas
horas, pero él me ha dejado todavía más. Un joven alegre que, como respuesta a
todas mis preguntas, respondía siempre con una sonrisa. Un joven valiente que
no demostraba sus sufrimientos, fueron muchas las veces a lo largo de aquella
noche que no permitió que despertara a sus familiares, diciendo: “Están tan
cansados”, no quería preocuparlos. A veces no lo entendía, pero sabía que le
gustaba que permaneciese allí, nunca lo he oído decir “tengo miedo”. Carlo ha
sido una de esas personas que cuando le ofreces tu mano, la toma con amor y te
transmite serenidad, más que la que yo debía darle a él. Aquella noche he sido
puesta en una difícil prueba, buscaba de rebatir a sus fuertes afirmaciones en las
cuales decía que me debía ir, pero en aquella noche más que las palabras la cosa
mejor ha sido tenerle la mano. Quería verlo la noche siguiente, pero fueron más
convincentes sus afirmaciones. Ha sido tan especial que permanece aún en mis
pensamientos”.

Carlo después de entrar en coma fue llevado a la UCI donde le fue practicado un
lavado de sangre que separa los glóbulos rojos de los blancos, que fue un éxito.
Desgraciadamente, después de poco tiempo, tuvo una hemorragia cerebral y
murió en pocas horas. Sus órganos estaban tan comprometidos que no fue
posible donarlos a ninguno y el hospital decidió de no desconectar el respirador
hasta que el corazón no dejara de latir por sí mismo. Aunque su muerte cerebral
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tuvo lugar el 11 de octubre de 2006, de hecho su corazón dejó de latir a las 6:45
del 12 de octubre, vigilia de la última aparición de Fátima.

La noticia de su muerte se difundió enseguida por algunos de sus amigos del


Instituto Tommaseo. La madre y el padre obtuvieron el permiso de llevar el cuerpo
de su hijo a casa que fue puesto en su habitación. Por cuatro días fue una
peregrinación continua de visitas. Muchos se maravillaban que su cuerpo
emanase un perfume de lirios. Al funeral participó una enorme cantidad de gente y
muchos debieron permanecer afuera porque no lograban entrar en la iglesia. A los
presentes no nos parecía estar en un funeral, sino a una fiesta. Cuando el
sacerdote dio la bendición final diciendo: “La Misa ha terminado, podéis ir en paz”,
la gente comenzó a sentir las campanas que sonaban a fiesta porque por
coincidencia la Santa Misa terminó al mediodía en punto. Todos los sacerdotes
que habían concelebrado dijeron que según ellos ese era el signo de que la
muerte de Carlo fuese el inicio de su Vida Celeste, en cuanto ha sido transferido
al Paraíso.

Desde su muerte muchos le rezan pidiéndole su intercesión y son muchos los que
testimonian que han recibido favores y gracias. Muchos tienen a Carlo como
alguien especial para invocarlo y lo recuerdan como un perfecto discípulo de
Cristo.

Algunos que estaban en su funeral testimonian: “Cuando Carlo murió recuerdo


que la iglesia estaba tan llena que algunos se habían quedado fuera y todos
lloraban”. “La celebración de las exequias de Carlo parecían una “fiesta” por la
atmósfera “celeste” que se respiraba, la iglesia al completo, una participación
sentida, tanta conmoción. Todos sus amigos, también los de primaria, con los ojos
rojos por tantas lágrimas...”

Confiamos al juicio de la Iglesia la vida y la figura de este joven que en sólo 15


años ha sabido ser un auténtico testigo de Cristo.
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Apéndice:

VENERABLE CARLO ACUTIS: UN GENIO DE LA INFORMÁTICA EN EL CIELO

Frases del joven de 15 años:

“Sin Él no puedo hacer nada”

“Encuentra a Dios y encontrarás el sentido de tu vida”

“Estar siempre unido a Jesús: este es mi programa de vida”.

“Me gusta hablar con Jesús de todo aquello que vivo y siento”.

“La santidad no es un proceso de “añadir”, sino de “sustraer”: menos yo, para dejar
espacio a Dios”

“No yo, sino Dios”

“Don, dígame si me equivoco, pero el Señor es el único al que no hay que pedir audiencia
con preaviso. Con Él puedo siempre confiarle cualquier cosa, puedo incluso lamentarme,
preguntarle en el silencio y decirle aquello que no entiendo. Y después, en mi interior, me
encuentro una palabra que Él me manda: un momento del Evangelio que me envuelve de
persuasión y seguridad”.

“Nuestra meta debe ser “El Infinito”, no el finito”.

“La Eucaristía es mi autopista al Cielo”

“Más Eucaristías recibimos, y más nos pareceremos a Jesús y ya, sobre esta tierra,
pregustaremos el Paraíso”.

“Sin Él no puedo hacer nada”

“Se va derecho al Paraíso si nos acercamos cada día a la Eucaristía”.

“La vida es un don, porque desde que estamos en este planeta, podemos aumentar
nuestro nivel de caridad. Cuanto más elevado, más gozaremos de la bienaventuranza
eterna de Dios”.

“Cada minuto que pasa es un minuto menos que tenemos para santificarnos”.

El tiempo desperdiciado: “No le gusta a Dios”

“Todos nacen como originales, pero muchos mueren como fotocopias”

“La tristeza es la mirada vuelta a uno mismo; la felicidad es la mirada vuelta hacia Dios”

“Si Dios poseyera nuestro corazón, entonces nosotros poseeríamos El Infinito”.

Carlo no entendía: “por qué los hombres se preocupan tanto de la belleza del propio
cuerpo y no se preocupan de la belleza de su alma”.
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“La conversión no es otra cosa que cambiar la mirada de lo bajo a lo Alto: basta un
simple movimiento de los ojos”.

“Es necesario operar este “Éxodo” del pecado con firmeza”.

“¿De qué sirve al hombre vencer mil batallas si después no es capaz de vencerse a sí
mismo?”

“No el amor propio, sino la Gloria de Dios”.

“Muero sereno porque he vivido mi vida sin desperdiciar ni siquiera un minuto en cosas
que le desagradan a Dios”.

Acerca del Bautismo: “Permite a las almas salvarse gracias a la readmisión a la Vida
Divina. Las personas no se dan cuenta de cuán infinito regalo sea este y, además de los
confites, bombones y vestido blanco, no se preocupan absolutamente de entender el
sentido de este gran don que Dios da a la humanidad”.

“El Señor no estaría contento si yo reaccionase violentamente”.

“La Misa es la oración más importante que se pueda hacer para ayudar a las almas de
los difuntos a salir del Purgatorio”.

“Mucha gente, según creo, no comprende verdadera y profundamente el valor de la


Santa Misa, porque si se diera cuenta de la gran fortuna que el Señor nos ha dado,
dándose como nuestro alimento y bebida en la Hostia Santa, iría todos los días a la
Iglesia para participar de los frutos del Sacrificio celebrado, y renunciaría a tantas cosas
superfluas…!”

“Con los frutos de la Eucaristía diaria las almas se santifican en modo excelso y son
fortalecidas especialmente en situaciones peligrosas, que podrían perjudicar su salvación
eterna”.

Repetía durante la Consagración: “¿Quién más que un Dios, que se ofrece a Dios, puede
interceder por nosotros? Durante la consagración es necesario pedir la Gracia a Dios
Padre por los méritos de Su Hijo Unigénito Jesucristo, por sus Santas Llagas, su
Preciosisima Sangre y las lágrimas y dolores de la Virgen María que, siendo su madre,
más que nadie puede interceder por nosotros”.

Al final de la Consagración decía: “Por el Sagrado Corazón de Jesús y el Corazón


Inmaculado de María, te ofrezco todas mis peticiones y te pido me escuches”.

Jaculatoria que repetía: “Llagas de Jesús, boca de amor y misericordia para nosotros,
habla de nosotros al Divino Padre y obtennos una íntima transformación”.

Luego de la Comunión, decía: “Jesús, ponte cómodo! Haz como si estuvieras en tu casa”

“Jesús es muy original: se esconde en un trozo de pan, y sólo Dios podía hacer una cosa
así de increíble”.

“El Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor Jesucristo, presente realmente como lo era en
los tiempos en que el Señor vivía en Palestina”.
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“Jesucristo se encarnó para venir a salvarnos, sea del pecado original heredado de
nuestros padres, sea de aquellos que todos nosotros, cada día hacemos, aún
involuntariamente, porque desgraciadamente somos muy limitados, y la Eucaristía, no es
otro que nuestro Alimento celestial para evitar caer tan a menudo en tentación. Cuando
en el Padrenuestro se dice “danos hoy el pan de cada día y no nos dejes caer en
tentación”, Jesús quería decirnos: “Danos hoy también la Eucaristía de cada día”.

“El Señor Jesús se ha encarnado eligiendo una pobre joven de tan solo quince años y un
pobre carpintero como padre putativo. Cuando nació habían sido rechazados por la gente
que no sabía dónde meterlos y finalmente alguno le consiguió un establo… que era
seguramente mejor que tantas casas de hoy donde el Señor es rechazado y a menudo
también ultrajado, porque es recibido de una forma no digna. Una pobre muchacha de
quince años junto a un pobre carpintero eran los padres de Dios, que ha elegido la
pobreza y no el lujo. Para mi esto es una cosa increíble!...”

Cuando le ofrecieron un viaje a Tierra Santa, dijo: “Prefiero permanecer en Milán porque
tanto hay Sagrarios en las Iglesias donde puedo ir a encontrar a Jesús a cada momento
y, por lo tanto, no siento la necesidad de ir a Jerusalén, como allí. Jerusalén la tenemos
bajo la casa. Si Jesús permanece siempre con nosotros, donde quiera que exista una
Hostia Consagrada, qué necesidad hay de ir de peregrinación a Jerusalén para visitar los
lugares donde ha vivido Jesús hace 2000 años? Si los Sagrarios fueran visitados con la
misma devoción!”

“La única cosa que debemos temer verdaderamente es el pecado”.

“Dios ha escrito para cada uno de nosotros una historia increíble, pero nos ha dejado la
libertad de escribir el final”.

“Podemos encontrar a Dios, con su Cuerpo, su Alma y su Divinidad presente en todos los
Sagrarios del mundo! Si lo pensamos bien, nosotros somos más afortunados que
aquellos que vivieron hace dos mil años en contacto con Jesús, porque tenemos a Dios
realmente y sustancialmente con nosotros presente, siempre, basta visitar la Iglesia más
cercana. Jerusalén está en cada Iglesia! ¿Por qué desesperarse? Dios está siempre con
nosotros y no nos abandona nunca. Pero ¿Cómo no pueden las personas comprender
esta verdad? Muchos son los que se ponen en filas interminables para asistir a un
concierto o a un campeonato de fútbol, pero no se ve que hagan filas para visitar a Jesús
presente en la Eucaristía en cada Iglesia y esto debería hacernos reflexionar… Tal vez la
gente aún no ha comprendido seriamente que Jesús está presente en medio a nosotros,
corporalmente como en su vida mortal en medio de sus amigos. Si reflexionáramos
seriamente sobre este hecho, no lo dejaríamos así de solo en los sagrarios, mientras El
nos espera amorosamente para ayudarnos y sostenernos en nuestro camino terrenal”.

“A menudo se vive en modo demasiado frenético y se hace de todo para olvidar que
sobre el Gólgota, antes o después, todos pasaremos. Desde el nacimiento, nuestro
destino terreno está señalado: somos todos invitados a subir al Gólgota y a tomar nuestra
cruz”.

“Una vida será verdaderamente bella sólo si se llega a amar a Dios sobre todas las cosas
y al prójimo como a nosotros mismos”… y para hacer esto necesitamos de la ayuda de
Dios que viene a través de los sacramentos, y en modo especial con la Eucaristía.

“Jesús es Amor, y cuanto más nos nutrimos de Él, que se hace alimento y bebida para
nosotros a través de la Eucaristía, que contiene realmente Su Cuerpo, Su Sangre, Su
Alma y Divinidad, más aumentaremos nuestra capacidad de amar… La Eucaristía nos
configura en modo único a Dios, que es El Amor”.
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“Si lo reflexionamos bien, aquel sacrificio de la Cruz que tuvo lugar hace 2000 años, se
hace presente en modo incruento en todas las Misas que cada día son celebradas. Como
Juan, también nosotros podemos asociarnos a aquel mismo sacrificio de la Cruz y
demostrar así nuestro amor a Dios participando cada día en la Santa Misa. No podemos
ignorar la invitación de Jesús a unirnos a Él”.

“El más pequeño defecto nos tiene anclados a la tierra, del mismo modo que los globos
que tenemos sujetos con un hilo a la mano”.

El globo aerostático, para subir necesita descargar peso. Así el alma, para elevarse al
Cielo, tiene necesidad de quitar aquellos pequeños pesos que son los pecados veniales”.
Si por desgracia cometemos un pecado mortal, el alma recae en la tierra y la Confesión
es como el fuego que hace al globo volver a elevarse hacia el Cielo. Es necesario
confersarse frecuentemente, porque el alma es muy compleja”.

“Si verdaderamente la gente se diera cuenta del riesgo que es contravenir los
Mandamientos de Dios, tendría mucho más cuidado a no cometer pecados graves y se
prodigaría más a corregir a los propios hermanos que no están viviendo coherentemente
con el Bautismo que han recibido”.

Acerca del Infierno: “Si verdaderamente las almas corren el riesgo de condenarse, como
afirman las Escrituras, y en modo particular la Virgen en Fátima en 1917, ha confirmado,
me pregunto el motivo por el cual hoy no se habla casi nunca del Infierno, porque es una
cosa realmente terrible y espantosa que me da miedo de sólo pensarlo”.

Acerca del futuro, si se le preguntaba de hacer algo, él tenía claro que antes o después,
todos moriríamos, respondía: “Sí, si todavía vivimos, porque el futuro sólo lo conoce
Dios”.

“Criticar la Iglesia, significa criticarnos también a nosotros mismos”.

“La Virgen es la única mujer de mi vida”

“El Rosario es mi cita más importante de la jornada”

“El Rosario es la escalera más corta para subir al Cielo”

“Es un bouquet de rosas a la Virgen que lo utilizará para ayudar a sus hijos más
necesitados”.

“Si Francisco (Pastorcito de Fátima”), que era tan valiente, tan bueno y sencillo debía
rezar tantos Rosarios para ir al Paraíso, como podré merecerlo también yo, que
comparándome con él soy tan poco santo?”.

El mensaje de Fátima había tocado profundamente su corazón. Él interpretaba el tercer


secreto a la luz de la Eucaristía y decía:

“La Cruz sobre el monte puede representar también el sacrificio de Cristo que se ofrece
por la salvación de los hombres, que en cada Misa es celebrado. La Sangre, que los
ángeles bajo los brazos de la Cruz vierten sobre los fieles, que con fatiga suben a la cima
del monte es la Sangre que durante la celebración Eucarística el Señor vierte sobre la
humanidad junto a la de los mártires, que purifica y lava los corazones de los hombres de
los pecados cometidos. Las flechas que golpean a los fieles que suben al monte, podrían
ser el símbolo de todas las dificultades que la humanidad encuentra para merecer el
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Paraíso. La figura del obispo vestido de blanco, que la Iglesia ha asociado a Juan Pablo
II, que siempre insistía sobre la importancia de la Eucaristía, que ha sido también un
“mártir”, es todavía más clara en el sentido eucarístico de la visión”.

“Los títulos nobiliarios y el dinero son sólo papel. Lo que cuenta en la vida es la nobleza
del alma, es decir la manera en que se ama a Dios y al prójimo.”

“El más grande regalo que Dios ha dado a los hombres ha sido el de enviar a su Hijo
Unigénito Jesucristo”.

“Es muy importante rezar e interceder para que Jesús sea amado y conocido por todas
las personas de la tierra”.

“Con estos encuentros interreligiosos el Papa da a todos la posibilidad de conocer y amar


a Jesucristo, único Salvador del mundo del que depende la salvación de todos los
hombres”.

“Era necesario que el Evangelio fuese anunciado a todas las personas como había dicho
Jesucristo”.

“Sólo quien hace la voluntad de Dios, será verdaderamente libre”.

“Ofrezco todos los sufrimientos que deberé sufrir por el Papa y por la Iglesia, para no ir al
Purgatorio e ir derecho al Cielo”.

Cuando le dieron la noticia de su enfermedad: “El Señor me ha dado una llamada de


alerta”.

“Hay gente que sufre más que yo”.


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