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Desde – hasta

Taraje Angostura del Chacay, cerca de Gan-Gan, provincia de Chubut. Luego de casi una
hora de tiroteo “La inglesa”, herida y desangrándose, continuaba disparando parapetada
detrás de su caballo muerto. Dicen que se quedó sin balas. gobernador de Buenos Aires.
Lo cierto, es que en el expediente judicial se estableció que el culpable había sido un
peón de la familia del que también se comentaba era amante de “La inglesa”. Martín Coria
se transformó en su segundo esposo y el policía que investigó el caso fue el padrino de la
boda. Para entonces, “La inglesa” ya era famosa en la región por su habilidad y puntería
con las armas y por apropiarse de lo ajeno. Dicen que vestía como hombre y era brava
como una serpiente. Junto a su segundo esposo instalaron un almacén de ramos
generales en el paraje Monton-Niló de Río Negro. La pareja incorporó al negocio de
ramos generales la compraventa de hacienda, crianza de ovejas, robos y estafas. Se
afirmaba que vendían hacienda robada y que no solían pagar a los proveedores del
almacén. Elena, quizás consciente del riesgo que corrían sus hijos ante esas habladurías,
los instaló como pupilos en un colegio de Buenos Aires. Fue en ese tiempo en que
comenzó a convertirse en leyenda al secuestrar a un comisario y hacerle lavar la vajilla en
calzoncillos. Nace una leyenda Cuando en la cercana Telsen presentaron una denuncia
contra “La inglesa” por robo de ganado, salió una partida de 15 hombres bajo el mando
del comisario Calegaris a fin de detenerla. El comisario local, de apellido Altamirano, junto
a un ayudante, también se encaminaron hasta el almacén de “La inglesa” para participar
de la resonante captura. Es que Altamirano se había quedado “con la sangre el ojo”
tiempo atrás, tal el dicho popular. Fue cuando descubrió que el misterioso forastero al que
le tintineaban espuelas de plata chilena al caminar, era en realidad una mujer de largos
cabellos rubios que vestía de hombre y solía acompañarse de un respetable Winchester.
En aquellos tiempos y lugares, eso era como una cachetada para los machos de la
Patagonia. Dicen que el comisario la siguió hasta la pulpería y ordenó en voz alta que le
proveyeran urgente de una falda “a la dama”. El silencio que siguió a la orden no
presagiaba nada bueno. Sin embargo, Elena no le prestó atención y siguió con lo suyo.
Aunque lo guardó en su memoria. El día que iban a detenerla estaba con Carmen, una
vecina, su marido y los demás hombres del grupo. Justo habían llegado unos “turcos”
mercachifles y estaban eligiendo mercaderías (algunos de estos turcos fueron víctimas de
salvajes episodio de canibalismo en la Patagonia). Cuando los policías quisieron rodear el
rancho fueron recibidos a balazos. Luego de un largo tiroteo apareció una bandera blanca
en una de las ventanas del almacén. Poco después, se abrió la puerta y salió un peón a
parlamentar. El comisario Altamirano y su ayudante se adelantaron para quedarse con el
mérito gobernador de Buenos Aires. Lo cierto, es que en el expediente judicial se
estableció que el culpable había sido un peón de la familia del que también se comentaba
era amante de “La inglesa”. Martín Coria se transformó en su segundo esposo y el policía
que investigó el caso fue el padrino de la boda. Para entonces, “La inglesa” ya era famosa
en la región por su habilidad y puntería con las armas y por apropiarse de lo ajeno. Dicen
que vestía como hombre y era brava como una serpiente. Junto a su segundo esposo
instalaron un almacén de ramos generales en el paraje Monton-Niló de Río Negro. La
pareja incorporó al negocio de ramos generales la compraventa de hacienda, crianza de
ovejas, robos y estafas. Se afirmaba que vendían hacienda robada y que no solían pagar
a los proveedores del almacén. Elena, quizás consciente del riesgo que corrían sus hijos
ante esas habladurías, los instaló como pupilos en un colegio de Buenos Aires. Fue en
ese tiempo en que comenzó a convertirse en leyenda al secuestrar a un comisario y
hacerle lavar la vajilla en calzoncillos. Nace una leyenda Cuando en la cercana Telsen
presentaron una denuncia contra “La inglesa” por robo de ganado, salió una partida de 15
hombres bajo el mando del comisario Calegaris a fin de detenerla. El comisario local, de
apellido Altamirano, junto a un ayudante, también se encaminaron hasta el almacén de
“La inglesa” para participar de la resonante captura. Es que Altamirano se había quedado
“con la sangre el ojo” tiempo atrás, tal el dicho popular. Fue cuando descubrió que el
misterioso forastero al que le tintineaban espuelas de plata chilena al caminar, era en
realidad una mujer de largos cabellos rubios que vestía de hombre y solía acompañarse
de un respetable Winchester. En aquellos tiempos y lugares, eso era como una cachetada
para los machos de la Patagonia. Dicen que el comisario la siguió hasta la pulpería y
ordenó en voz alta que le proveyeran urgente de una falda “a la dama”. El silencio que
siguió a la orden no presagiaba nada bueno. Sin embargo, Elena no le prestó atención y
siguió con lo suyo. Aunque lo guardó en su memoria. El día que iban a detenerla estaba
con Carmen, una vecina, su marido y los demás hombres del grupo. Justo habían llegado
unos “turcos” mercachifles y estaban eligiendo mercaderías (algunos de estos turcos
fueron víctimas de salvajes episodio de canibalismo en la Patagonia). Cuando los policías
quisieron rodear el rancho fueron recibidos a balazos. Luego de un largo tiroteo apareció
una bandera blanca en una de las ventanas del almacén. Poco después, se abrió la
puerta y salió un peón a parlamentar. El comisario Altamirano y su ayudante se
adelantaron para quedarse con el mérito de la rendición y captura. El hombre enviado a
parlamentar era sordomudo (sí, un sordomudo como negociador). Mientras el comisario
Altamirano intentaba entenderse con aquel hombre se sumó a terciar el marido de Elena,
Martín Coria. Todo era parte de la trampa ideada por Greenhill para distraer a los policías.
En efecto, cuando unos caballos se encabritaron sin razón aparente, “La inglesa”, Carmen
y el resto de los hombres surgieron encañonando a los policías. El resto de los agentes
huyó por estar “flojos” de municiones, según alegaron. El dulce sabor de la venganza
Elena hizo desnudar a los policías. Dicen que el sordomudo bailaba vestido con el
uniforme del comisario mientras Altamirano y su ayudante eran obligados a lavar la vajilla
vestidos apenas con calzoncillos. Además les hicieron firmar las guías de arreo que
certificaban que el ganado de “La inglesa” era legal (el mismo por la que la iban a
detener). Después de varios días de humillaciones los dejaron en libertad. Poco después,
su marido, fue encarcelado por haber torturado a un mapuche para que firmara el
traspaso de titularidad de sus ovejas. Al poco tiempo salió en libertad, pero estaba muy
enfermo para volver con Greenhill y partió hacia Buenos Aires, donde murió en 1914. El
final de Elena Greenhill, “La inglesa” En tanto, Elena ya convivía con otro bandolero de
nombre Martín Taboada. Dicen que se dedicaban a robar ganado en Chubut para
venderlo en Chile. Los héroes suelen tener un sentimiento de inexorabilidad ante la
muerte. Parece que ese sentimiento también estuvo presente en el final de “La inglesa”.
Antes de emprender una nueva “recorrida” por Chubut se ocupó de dejar todos sus
papeles en orden dejando a resguardo la documentación que acreditaba la titularidad del
rancho, y las tierras de Monton-Niló, a nombre de sus hijos. Aquella mujer tan hábil con
las armas y el robo tenía una máquina de coser en su casa con la que confeccionaba la
ropa de la familia. También solía cocinar como la mejor y era muy romántica. Dicen que
gustaba de perfumar las cartas de amor y ofrecer un mechón de sus cabellos como
prenda de pasión a sus amantes. Justamente, habría sido un despechado ex amante
quien informó a la policía por donde pasaría “La inglesa”. Cuando se dieron cuenta de
lade la rendición y captura. El hombre enviado a parlamentar era sordomudo (sí, un
sordomudo como negociador). Mientras el comisario Altamirano intentaba entenderse con
aquel hombre se sumó a terciar el marido de Elena, Martín Coria. Todo era parte de la
trampa ideada por Greenhill para distraer a los policías. En efecto, cuando unos caballos
se encabritaron sin razón aparente, “La inglesa”, Carmen y el resto de los hombres
surgieron encañonando a los policías. El resto de los agentes huyó por estar “flojos” de
municiones, según alegaron. El dulce sabor de la venganza Elena hizo desnudar a los
policías. Dicen que el sordomudo bailaba vestido con el uniforme del comisario mientras
Altamirano y su ayudante eran obligados a lavar la vajilla vestidos apenas con
calzoncillos. Además les hicieron firmar las guías de arreo que certificaban que el ganado
de “La inglesa” era legal (el mismo por la que la iban a detener). Después de varios días
de humillaciones los dejaron en libertad. Poco después, su marido, fue encarcelado por
haber torturado a un mapuche para que firmara el traspaso de titularidad de sus ovejas. Al
poco tiempo salió en libertad, pero estaba muy enfermo para volver con Greenhill y partió
hacia Buenos Aires, donde murió en 1914. El final de Elena Greenhill, “La inglesa” En
tanto, Elena ya convivía con otro bandolero de nombre Martín Taboada. Dicen que se
dedicaban a robar ganado en Chubut para venderlo en Chile. Los héroes suelen tener un
sentimiento de inexorabilidad ante la muerte. Parece que ese sentimiento también estuvo
presente en el final de “La inglesa”. Antes de emprender una nueva “recorrida” por Chubut
se ocupó de dejar todos sus papeles en orden dejando a resguardo la documentación que
acreditaba la titularidad del rancho, y las tierras de Monton-Niló, a nombre de sus hijos.
Aquella mujer tan hábil con las armas y el robo tenía una máquina de coser en su casa
con la que confeccionaba la ropa de la familia. También solía cocinar como la mejor y era
muy romántica. Dicen que gustaba de perfumar las cartas de amor y ofrecer un mechón
de sus cabellos como prenda de pasión a sus amantes. Justamente, habría sido un
despechado ex amante quien informó a la policía por donde pasaría “La inglesa”. Cuando
se dieron cuenta de laÚnicamente así podían vencer a la “La inglesa”. Brava mujer que
quedó cara al suelo como besando aquella tierra que le fuera tan hostil. (Podcast del
artículo aquí) Una mujer de la estepa patagónica
Como en casi todas las historias románticas de bandoleros el relato comienza con un
crimen no resuelto y muchas dudas. Elena Grinhill Blaker había nacido en Yorkshire,
Inglaterra, en 1875. Llegó a Chile con 15 años de edad junto a sus padres y cuatro
hermanos (una hermana y tres varones). Cinco años después se casó con Manuel de la
Cruz Artete. Comerciante chileno que le doblaba en edad, muy apuesto y habituado a
moverse a ambos lados de la cordillera haciendo negocios poco claros. Elena tuvo dos
hijos antes que su esposo fuera detenid

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